miércoles, 13 de marzo de 2013

Química Perfecta Capitulo 12




Joe
  
  - ¿Te queda mucho con el Honda? Es hora de cerrar -dice mi primo Enrique.
    Trabajo en su taller todos los días después de clase... para ayudar a mi familia a poner los garbanzos sobre la mesa, para olvidarme unas horas de los Latino Blood y, sobre todo, porque soy un hacha arreglando coches.
    Cubierto de grasa y aceite después de haber reparado un Civic, me asomo por debajo del vehículo.

    - Está casi terminado.
    - Bien. Hace tres días que el tío me acosa para recuperarlo.
    Ajusto el último perno y me acerco a Enrique mientras este se limpia las sucias manos en un trapo.
    - ¿Puedo pedirte algo?
    - Dispara.

    - ¿Puedo tomarme un día libre la semana que viene? Tengo que hacer un proyecto de química para el instituto -explico, pensando en el tema que nos han asignado hoy-. Y tenemos que encontrar...
    - La clase de Peterson. Sí, la recuerdo. Es un hueso duro de roer -dice mi primo con un escalofrío.

    - ¿Te dio clase? -pregunto, interesado. Me gustaría saber si sus padres son del ejército o algo así. Está claro que esa mujer lleva la disciplina en la sangre.
    - ¿Cómo iba a olvidarla? «No triunfaréis en la vida hasta que descubráis la cura a una enfermedad o salvéis el planeta» -cita Enrique, haciendo una imitación bastante buena de la señora P.-. Nunca terminas de olvidar una pesadilla viviente como la Peterson. Pero estoy seguro de que tener a Demi Lovato como compañera... - ¿Cómo lo sabes?

    - Marcus vino y me habló de ella, dice que está en vuestra clase. Está celoso porque te ha tocado una compañera con piernas largas y grandes... -dice Enrique llevándose las manos al pecho y zarandeándolas un poco-. Bueno, ya sabes.
    Sí, ya sé.

    Cambio el peso del cuerpo de un pie a otro.
    - ¿Qué te parece el jueves?
    - No hay problema -responde mi primo, y carraspeando, añade-: Héctor vino a buscarte ayer.

    Héctor. Héctor Martínez, el cabecilla de los Latino Blood, el que actúa entre bambalinas.
    - A veces no soporto... ya sabes.
    - Estás atrapado en los Latino Blood -dice Enrique-. Como todos nosotros. Nunca permitas que Héctor te oiga cuestionar nuestro compromiso con la banda. Si sospecha que no eres leal, te ganarás a tantos enemigos que empezará a darte vueltas la cabeza. Eres un chico listo, Joe. Ándate con ojo.

    Enrique fue uno de los primeros miembros de los Latino Blood. Hace mucho tiempo que demostró su valía ante la banda. Pagó sus cuotas, de modo que ahora puede sentarse tranquilo mientras los miembros más jóvenes se colocan en la línea de fuego. Según él, yo acabo de empezar y pasará mucho tiempo antes de que mis amigos y yo lleguemos al estatus de GO.

    - ¿Un chico listo? Me aposté la moto a que conseguiría acostarme con Demi Lovato -confieso.
    - Pues retiro lo dicho -contesta mi primo, señalándome con una sonrisa burlona-. Eres un imbécil, y pronto serás un imbécil sin moto. Las chicas como ella no se fijan en tipos como nosotros.

    Empiezo a pensar que mi primo tiene razón. ¿Cómo narices llegué siquiera a pensar que un tío como yo, pobre, chicano y con una vida muy oscura, conseguiría ligarse a una chica como ella, la guapa, rica y blanca Demi Lovato?

    Hay un chico del instituto, Diego Vázquez, que nació en la zona norte de Fairfield. Por supuesto, mis amigos le consideran un blanquito, aunque su piel sea más oscura que la mía. También creen que Mike Burns, un chico blanco que vive en la zona sur, es chicano pese a que no tenga ni una gota de sangre mexicana, ni de Latino Blood, en las venas. Aun así, se le considera uno de los nuestros. En Fairfield, el lugar donde naces determina tu destino.

    Suena una bocina frente al garaje.
    Enrique presiona el botón para levantar la enorme puerta.
    El coche de Javier Moreno se cuela dentro con un chirrido de ruedas.
    - Cierra la puerta, Enrique -ordena Javier sin aliento-. La policía nos está buscando.
    Mi primo presiona el botón de un puñetazo y apaga las luces del taller.
    - ¿Qué coño habéis hecho, chicos?

    Carmen está en el asiento trasero. Tiene los ojos inyectados en sangre, por las drogas o por el alcohol, no lo sé exactamente. Y ha estado tonteando con quien sea que está detrás con ella, porque conozco muy bien el aspecto de Carmen cuando ha estado divirtiéndose con alguien.

    - Raúl intentó pegarle un tiro a un Satín Hood -masculla Carmen, sacando la cabeza por la ventanilla del coche-. Pero tiene la puntería en el culo.

    Raúl se vuelve hacia ella y le grita desde el asiento del copiloto:
    - Desgraciada, intenta apuntar a un blanco móvil mientras Javier conduce.
    Hago una mueca cuando Javier sale del coche.
    - ¿Te ríes de mi manera de conducir, Raúl? -le pregunta-. Porque si es así, tengo un puño aquí que va a acabar estrellándose en tu cara.
    Raúl sale del coche.
    - ¿Vas a pegarme, cabrón? -le amenaza.
    Me pongo delante de Raúl y le hago retroceder.
    - Mierda, tíos. La policía está ahí fuera. -Esas son las primeras palabras de Sam, el tipo que debe de haber pasado la noche con Carmen.

    Todos nos agachamos cuando la policía se asoma con las linternas a las ventanas del garaje. Me agazapo detrás de una enorme caja de herramientas, conteniendo la respiración. Lo último que necesito en mi historial es que me acusen de intento de asesinato. Milagrosamente, he conseguido librarme hasta ahora de que me detengan, pero algún día se me va a acabar la suerte. No

 es muy habitual que un pandillero logre sortear siempre a la policía. O el calabozo.
    A Enrique se le refleja todo en el rostro. Le ha costado mucho ahorrar lo suficiente como para abrir su propio taller, y su sueño depende de que cuatro gamberros de instituto consigan mantener la boca cerrada. La poli se llevará a mi primo, con sus viejos tatuajes de Latino Blood en la nuca, junto a todos nosotros. Y en una semana se habrá quedado sin negocio.

    Alguien zarandea la puerta del taller. Hago una mueca y rezo para que esté bien cerrada. Los polis se alejan de la puerta y vuelven a enfocar con sus linternas el garaje a través de las ventanas. Me pregunto quién los habrá llamado, no hay ningún soplón en este vecindario. Un código secreto de silencio y afiliación mantiene a salvo a las familias.
    Después de lo que me parece una eternidad, los polis se largan.
    - Mierda, qué poco ha faltado -dice Javier.
    - Demasiado poco -coincide Enrique-. Esperad diez minutos y después largaos de aquí.
    Carmen sale del coche y, efectivamente, está drogada.
    - Eh, Joe. Anoche te eché de menos.
    Me doy la vuelta para mirar a Sam.

    - Sí, ya veo cuánto me echaste de menos.
    - ¿Sam? Él no me gusta -susurra, acercándose más a mí. El olor a marihuana es casi insoportable-. Aún sigo esperándote.
    - Eso no va a pasar.
    - ¿Es por la estúpida de tu compañera de laboratorio? -me pregunta, agarrándome de la barbilla y obligándome a mirarla.

    Sus largas uñas se me clavan en la piel. La cojo por las muñecas y la aparto con brusquedad. Me pregunto en qué momento mi ex novia Carmen, la dura de pelar, ha llegado a convertirse en Carmen, la lagartona.

    Demi no tiene nada que ver ni contigo ni conmigo. Me han dicho que has estado amenazándola.

    - ¿Te lo ha contado Isa? -pregunta, entrecerrando los ojos.
    - Tú mantente lejos de ella -digo ignorando su pregunta-. O tendrás que enfrentarte a algo más serio que un ex novio resentido.
    - ¿Estás resentido, Joe? Porque no actúas como tal. Actúas como si te importara una mierda.

    Tiene razón. Después de encontrarla en la cama con otro tío, tardé mucho tiempo en olvidarlo, en olvidarme de ella. No dejaba de preguntarme qué era lo que yo no podía darle y otros tíos sí.
    - Antes me importaba una mierda -le digo-. Ahora ni eso.
    Carmen me da una bofetada. -Vete a la mierda, Joe.

    - ¿Pelea de enamorados? -interviene Javier desde el capó del coche.
    - Cállate -le espetamos al unísono. Carmen se da la vuelta, se vuelve a meter en el coche y se sienta en el asiento trasero. La observo mientras arrastra la cabeza de Sam hacia ella. El sonido de los intensos besos y los gemidos llenan el taller.
    - Enrique, abre la puerta. Nos largamos de aquí -grita Javier.

    Raúl, que se había ido a echar una meada al cuarto de baño, me dice:
    - Vente, Joe. Te necesitamos, tío. Paco y ese Satín Hood van a pelear esta noche en el Gilson Park. Y ya sabes que los Satín Hood nunca juegan limpio.

    Paco no me ha contado lo de la pelea, probablemente porque sabe que intentaré convencerlo para que la evite. A veces, mi mejor amigo se mete en situaciones de las que no puede salir solo. Y a veces, me expone a situaciones de las que yo mismo no puedo escapar.
    - Vamos -accedo, antes de subirme de un salto en el asiento del copiloto, invitando así a Raúl a buscarse un hueco detrás, con los dos tortolitos.

    Reducimos la velocidad una manzana antes de llegar al parque. Fuera, la tensión es tan densa que se puede cortar con un cuchillo, y también puedo sentirla dentro. ¿Dónde está Paco? ¿Le estarán dando una paliza en la parte de atrás de algún callejón?
    Está muy oscuro. Hay sombras que se mueven, poniéndome los pelos de punta. Todo me parece amenazante, incluso los árboles que se agitan a merced del viento. Durante el día, Gilson Park no se diferencia mucho del resto de parques de los barrios residenciales... excepto por el graffiti de los Latino Blood que cubre los muros de los edificios que lo rodean. Este es nuestro territorio. Y está marcado como tal.

    Aquí, en los suburbios de Chicago, somos nosotros quienes mandamos en el vecindario y en las calles. No obstante, esta es una guerra callejera, y las otras bandas del suburbio nos disputan el territorio. A tres manzanas de aquí están las mansiones y las casas que valen millones de dólares. En este lugar, en el mundo real, estalla la guerra. Y los millonarios ni siquiera son conscientes de que está a punto de librarse una batalla a menos de un kilómetro de sus jardines.

    - Ahí está -digo, señalando dos siluetas que se levantan a pocos metros de los columpios. Las farolas que iluminan el parque están apagadas, pero puedo distinguir a Paco de inmediato por su corta estatura y su característica pose de boxeador recién subido al cuadrilátero.

    Una de las siluetas empuja a la otra. Salto del vehículo en marcha porque veo a cinco Satín Hood más aproximándose desde el otro lado de la calle. Me preparo para luchar al lado de mi mejor amigo, olvidando por un instante que un enfrentamiento como aquel puede hacer que los dos acabemos en la morgue. Si me lanzo a la batalla con determinación y ensañamiento, sin pensar en las consecuencias, siempre salgo ganando. Si le doy demasiadas vueltas, cavaré mi propia tumba.

    Corro hacia Paco y su adversario antes de que lleguen el resto de sus compinches. Paco está haciéndolo muy bien, pero el otro tipo es como un gusano, se retuerce y se libra del agarrón de mi amigo. Cojo al Satín Hood por la camiseta, con fuerza, lo levanto del suelo y mis puños hacen el resto. Antes de que pueda levantar la cabeza hacia mí, miro a Paco.
    - Puedo arreglármelas solo, Joe -dice Paco mientras se seca la sangre del labio.
    - Sí, ¿pero qué me dices de ellos? -pregunto, mirando hacia los cinco Satín Hood que aparecen tras él.
    Ahora que los veo de cerca, me doy cuenta de que todos son unos chavales. Miembros nuevos, con ganas de marcha y poco más. Puedo ocuparme de los novatos, aunque también es verdad que los más jóvenes siempre van armados y son más peligrosos.

    Javier, Carmen, Sam y Raúl llegan a mi lado. Tengo que admitir que somos un grupo intimidatorio, incluso con Carmen. Nuestra pandillera sabe apañárselas muy bien en una pelea, y sus uñas pueden ser mortales.
    El chico que estaba enzarzado con Paco se levanta, me señala con un dedo y dice:
    - Estás muerto.

    - Escúchame, enano -le digo. Los tipos pequeños odian que se rían de su estatura y yo no puedo resistirme a eso-. Vuelve a tu territorio y deja que nosotros nos quedemos en nuestro agujero.
    El enano señala a Paco.

    - Pero me ha robado el volante del coche, tío.
    Miro a Paco, consciente de que es típico de él provocar a un Satín Hood robándole algo tan ridículo como aquello. Cuando me dirijo de nuevo al enano, veo que lleva una navaja automática en la mano. Y que me apunta a mí.
    Joder, tío. Cuando acabe con estos Satín Hood, el próximo en la lista es mi mejor amigo.

Seductoramente Tuya Capitulo 28






—Es curioso —lo interrumpió esta—, pensaba que tú, mejor que nadie, sabías lo estúpido que es hacer caso de los cotilleos.
—Resulta que el año pasado me enteré de que los cotilleos a veces son verdad —respondió Joseph con amargura—. Mi adúltera mujer me enseñó esa lección muy bien y me hice la promesa de que no volverían a engañarme.
—Fueran cuales fueran tus problemas con tu esposa —dijo Demi tras asimilar aquella noticia—, es injusto que lo pagues conmigo.
—Tienes razón —reconoció él—. Pero... primero oí lo de la aventura con aquel actor en Nueva York. Y luego te vi con Clark, y después con Joe...
—Dicen que soy muy cariñosa, que mis acciones pueden inducir a error. En Nueva York solo intentaba ayudar a un amigo y se me volvió en contra explicó Demi —. Yo siempre me he sentido atraída hacia ti, pero parece que tienes ciertos prejuicios sobre la vida de los actores. O quizá simplemente querías estar con una mujer, con cualquier mujer, y aprovechaste que yo te estaba sirviendo una oportunidad en bandeja —añadió sin perder la serenidad.
—No lo entiendes...
—No, no lo entiendo porque no has hablado conmigo. Nunca me has dicho lo que sientes por mí ni si quieres algo de mí... aparte de sexo, claro —lo interrumpió ella—. Lo siento, esto no va a funcionar. Me he estado engañando. En el instituto era yo la única que estaba enamorada de ti y veo que no ha cambiado nada. Te has divertido y ahora das marcha atrás, como lo hiciste cuando éramos adolescentes después de besarme en el gimnasio.
«Enamorada». La palabra resonó en la cabeza de Joseph, incapaz de encontrar una manera posible de responder.
—Logramos esquivarnos durante los primeros meses después de que regresara a Honoria —prosiguió Demi, la cual tomó el silencio de él como la afirmación de lo que había dicho—. Estoy segura de que podremos volver a hacerlo. La gente hablará, por supuesto, pero ya encontrarán algo con que entretenerse. Adiós, Joseph. Ha sido interesante añadió justo antes de colgar el teléfono con suavidad.
Joseph, en cambio, dejó el auricular con tanta fuerza, que luego se arrepintió, temeroso de despertar a los niños.
Permaneció sentado un buen rato en silencio, con la vista perdida en la oscuridad, hasta que decidió servirse una copa de bourbon para aliviar la culpabilidad que lo asediaba.
Entonces, cuando ya había agarrado la botella, recordó las palabras de Demi: estaba enamorada de él... Devolvió la botella a su estantería y decidió sentarse de nuevo.
Esa noche no calmaría su dolor. Se merecía sufrirlo y padecerlo.
—Es una mujer encantadora. Y le gustan muchísimo los niños. ¿Por qué no llamas a mi nieta? —lo instó Martha Godwin—. Necesitas una mujer, y tus hijos necesitan una madre. Por muy interesante que sea Demi Lovato, estoy segura de que comprenderás que no es...
—Tengo que irme —la interrumpió Joseph de mala manera—. Adiós, señora Godwin.
Joseph salió del banco en el que se había encontrado a la vieja cotilla por casualidad. Al parecer, desde que se había corrido el rumor de que ya no estaba saliendo con Demi, todas las abuelas estaban dispuestas a buscarle otra pareja.
Pero él no quería a ninguna otra mujer. Era a Jamie a quien deseaba... aunque aún no se había atrevido a llamarla, por miedo a que le dijese que todo había terminado.
Hacía dos semanas que habían roto y, como tras la muerte de Melanie, se había refugiado en el trabajo y en los niños, tratando de mantenerse ocupado para no pensar.
La echaba de menos. Echaba de menos el modo tan peculiar que tenía de ver la vida, sus preciosas sonrisas y su sentido del humor. Y su cariño. Demi había logrado hacerlo sonreír y olvidar. .Gracias a ella había vuelto a sentirse vivo.
Pero, aun en el caso de que estuviera dispuesta a darle otra oportunidad, y ya era mucho suponer con lo injusto que había sido con ella, ¿reuniría el valor de intentarlo de nuevo? Por el bien de sus hijos y por el de él mismo, ¿debía volver a arriesgarse a amar a una mujer?
Por mucho que lo enojara, sabía que la respuesta era sí y que solo el miedo lo mantenía indeciso.
Demi estaba deseando que empezase el curso. Necesitaba llenar todas sus horas para no pensar en Joseph, pero todavía quedaban tres largas semanas hasta que las clases se reanudaran en el instituto.
Había tenido suerte de no cruzarse con él desde que habían roto. Aunque daba igual, pues estaba segura de que, por mucho tiempo que transcurriera, siempre le dolería verlo y saber que jamás estarían juntos.
Finalmente, se chocaron camino de la oficina de correos. Estaba lloviendo y Demi había olvidado el paraguas, de modo que había salido del coche corriendo y había frenado en seco delante de un charco... para estrellarse contra la espalda de Joseph.
—Está diluviando comentó él, amparándola bajo su paraguas mientras avanzaban a la oficina de correos.
—¿Sí? No me había dado cuenta replicó Demi con ironía.
—¿Cómo estás? —se interesó Joseph r al cabo de unos segundos en silencio
—He estado mejor, pero también peor —contestó ella mientras entraban en la oficina—. Así que no me quejo.
— Demi.. —de pronto, la miró como si acabara de tomar una decisión, vamonos de aquí. Podemos tomar un café o algo.
—No —rehusó Demi, dolida aún por que hubiera desconfiado de ella.
—Tenemos que hablar.
—Ya lo hicimos —le recordó ella—. Y, la verdad, no me divertí mucho... Adiós, Joseph. Te diría que des un beso a los niños de mi parte, pero ya sé lo importante que es para ti protegerlos de mi influencia.
Luego echó a andar... y Joseph no se lo impidió, lo que no hizo sino herirla más todavía.

Seductoramente Tuya Capitulo 27





Era martes y Demi seguía sin tener noticias de Joseph. Había logrado mantenerse ocupada, pero a menudo pensaba en él y se preguntaba por qué no la habría llamado.
Consideró llamarlo ella, pero decidió que, fueran cuales fueran los problemas que Joseph tuviera con la relación entre ambos, tendría que solucionarlos por su cuenta. Ya estuviese intentando aclarar lo que sentía por ella o por su difunta esposa, no podía ayudarlo. No le quedaba más remedio que ser paciente y estar ahí para escuchar cuando Joseph estuviera preparado para hablarle.
A fin de relajarse, salió a dar un paseo. Se puso sus sandalias favoritas, se mesó el cabello y activó el contestador automático... por si acaso.
Aunque al principio no había echado a andar con un destino en, concreto, acabó en la nueva heladería de la calle Maple, incluida en el plan de revitalización del centro.
Se quedó maravillada con la decoración a la antigua usanza del local. Era como dar un salto a una etapa pasada, más sencilla y tranquila.
La mayoría de las mesas estaba ocupada, pero divisó una vacía al final. Joe Cooper, un profesor de Biología del instituto, la saludó.
—Hola Demi se acercó a su mesa. ¿Qué tal el verano?
—Estoy trabajando en el ayuntamiento, supervisando el programa de actividades deportivas dijo él. No está mal, pero preferiría que empezaran las clases. ¿Y tú?
—Dispuesta a que empiece el curso también. De momento estoy ayudando a formar un grupo de teatro local.
—¿De veras? Siéntate y cuéntamelo todo. A no ser que hayas quedado con alguien...
—No, no, me alegro de encontrarte.
El profesor le corrió la silla. Al poco de sentarse, una adolescente se acercó a tomarles nota: un café para Joe y un batido de fresa para Demi Demi. Cuando el profesor le comentó que siempre había sentido curiosidad por interpretar, ella trató de reclutarlo inmediatamente, pues apenas tenía hombres en el grupo.
—En serio, Joe, deberías intentarlo —lo animó Demi. Es muy divertido.
—Me temo que haría el ridículo.
—Como directora, te aseguro que no permitiría que pasara algo así.
—¡Hola, Demi!
Esta reconoció la voz del pequeño al instante.
—Hola, Sammy. ¿Qué tal estás? preguntó ella, al tiempo que lo acogía entre los brazos. ¿Dónde...? Ah, hola, Joseph añadió, dirigiéndole una sonrisa que reservaba exclusivamente para él.
—Hola contestó Joseph con frialdad.
—¿Dónde está Abbie?
—En casa de la abuela se adelantó Sam. Esta noche hemos salido los hombres.
—Seguro que lo pasaréis bien. Joe, ¿conoces a Joseph Jonas y a su hijo, Sam?
—No —Joe sonrió y tendió una mano con educación—. Joe Cooper. Encantado de conoceros.
—Os dejamos que sigáis disfrutando — dijo Joseph tras estrechar la mano de Joe brevemente—. Vamos, Sam.
— ¿Un buen amigo? le preguntó Joe a Demi cuando se hubieron quedado a solas.
—Sí...
—No parecía alegrarse mucho de vernos juntos.
—Habrá tenido un mal día Demi se forzó a sonreír—. Bueno, ¿qué?, ¿te hago una prueba para el grupo?
Prolongaron la conversación varios minutos, tras los cuales Demi miró con disimulo en busca de Joseph y Sam. Pero no los vio. Al parecer, se habían marchado sin despedirse.
Se preguntó por qué se estaría comportando Joseph de ese modo. No podía molestarlo haberla encontrado con Joe, ¿no? En tal caso, tendrían que hablar con calma.
El miércoles había empezado mal para Joseph, pero se convirtió en una pesadilla cuando su padre entró en su despacho. Después de hablar unos minutos sobre diversos casos, Caleb fue a levantarse. Y entonces se llevó la mano al pecho, jadeó y cayó al suelo, totalmente pálido.
—¿Papá?, ¡papá!
Joseph corrió desesperado hacia su padre, el cual seguía consciente, pero no era capaz de hablar.
Así que llamó a una ambulancia y esperó rezando en silencio a que llegara cuanto antes. No estaba preparado para perder a su padre. No podría resistirlo. De ninguna manera.
—Comentó Demi, la cual no podía imaginarse por qué no la había avisado Joseph —. Gracias por llamar —añadió para colgar acto seguido.
Susan, lógicamente, había dado por supuesto que Demi sabría que habían ingresado al padre de su novio. Lo incomprensible era que Joseph  no la hubiera avisado.
Ya le había hecho daño antes, pero excluirla en esas circunstancias era demasiado. Ya era hora de averiguar de una vez qué quería Joseph de ella. Y luego decidiría si a ella le bastaba con eso.
Demi se enteró del infarto de Caleb Jonas por medio de su amiga Susan.
—No sabía si estarías en casa —dijo ella—. Pensé que estarías con Joseph.
—No, solemos quedar los viernes —contestó Demi.
—No me refería a eso su padre está en el hospital.
—¿En el hospital? —repitió Demi, casi sin voz.
—Se dice que tuvo un infarto en el despacho de Joseph —la informó Susan. Creen que lo superará —añadió para tranquilizarla.
—¡Qué alivio! Es un hombre muy bueno
Joseph sintió un gran alivio cuando vio que los niños ya estaban dormidos el jueves por la noche. Se retiró al salón y puso la radio a poco volumen. Aunque no miró el teléfono, era consciente de que estaba ahí, como un reproche silencioso. Demi lo había llamado dos veces desde que la había visto en la heladería y él no había respondido á ninguno de los mensajes grabados en el contestador.
Todavía la deseaba con todo su corazón. Y aunque no le gustaba admitirlo, sabía que se había apartado de ella porque tenía miedo.
Cuando el teléfono sonó, no le cupo la menor duda sobre quién era:
—Responde de una vez o me planto allí a ver si estás muerto en la bañera lo advirtió Demi, rebasado el límite de su paciencia.
—No estoy muerto —contestó él tras vacilar unos segundos.
—Bueno, menos mal —murmuró Demi —. He oído que tu padre tuvo un infarto ayer por la mañana —añadió en un tono de voz que evidenciaba que se sentía dolida por no haber sido él quien se lo hubiera comunicado.
—No llegó a ser un infarto —aclaró Joseph —. Dijeron que solo fue un amago. Le han puesto una dieta y una tabla de ejercicios. Tendrá que hacerse unas cuantas revisiones en los próximos meses, pero ya parece que va mucho mejor.
—¿Y cómo es que no has sacado un hueco para decirme lo que había pasado? — preguntó Demi sin rodeos.
Había tenido la oportunidad de hacerlo, sin duda. Ocasiones en que había querido llamarla, en que lo había necesitado incluso. Pero el temor a depender de ella demasiado lo había hecho contenerse.
—Solo se me ocurren dos razones para que no me hayas llamado — prosiguió Demi al ver que él guardaba silencio—. O no has pensado en mí o has pensado que no era asunto mío. Ninguna de las dos opciones habla bien en favor de nuestra relación, ¿no te parece?
—Eras tú la que tenía una cita con otro hombre hace unos días. Replicó Joseph, enojado al recordarla en la heladería junto al profesor de biología.
—¿Una cita? —Repitió Demi, incrédula—. Solo me estaba tomando un batido con Joe Cooper, al que me encontré por casualidad, por cierto. Por si no te has dado cuenta, yo me comprometí contigo el primer día que nos acostamos. Te lo creas o no, no me tomo el sexo a la ligera —añadió dolida.
—¿Ah, no? ¿Y cómo acabaste entonces en la portada de todos los periódicos sensacionalistas el año pasado? —espetó Joseph a la defensiva. La oyó que se quedaba sin aliento y se arrepintió de lo injusto que había sido al instante—. Maldita sea, Demi, yo...

Seductoramente Tuya capitulo 26





A Demi se le activaron las alarmas. Solía intuir cuándo iban a insinuársele. Siempre había dado por supuesto que Clark la veía como amiga y cliente... pero nada más.
—Sí, es bueno tener amigos replicó ella.
—Quizá podíamos quedar a cenar alguna noche la semana que viene. Como ya somos amigos...
—Gracias por preguntar, Clark, pero...
El timbre sonó. Joseph se había adelantado después de todo. Muy oportuno.
—Será mi invitado Demi se puso de pie. Clark, es Joseph Jonas.
—Dios...
—Sé amable advirtió ella. Esto no es el juzgado y aquí no sois adversarios.
—Me voy Clark se levantó del sofá. No puedo ver a esa sanguijuela.
—Hola, Joseph lo saludó Demi tras abrir la puerta.
—¿De quién es el coche que...? — Joseph se puso tenso—. ¿Qué haces aquí?
—Ha venido por asuntos de negocios — intercedió Demi —. Ya se iba.
—Adelante, por favor — Joseph se echó a un lado—. Por mí que no sea.
—Gracias por el café —le dijo Clark a Demi.
—Llámame si necesitas que firme algo más repuso esta. Me pasaré por tu despacho para que te ahorres el viaje.
—Buenas noches, Demi dijo él en un tono que denotaba haber captado la indirecta.
Los dos hombres cruzaron miradas hostiles, pero no hicieron más comentarios.
—Podría, haber sido más educado le dijo Demi a Joseph cuando estuvieron solos.
—¿Sabías que iba a venir?
—No. Hizo un alto camino de casa. Quería que firmara una cosa.
—¿Esa ha sido su excusa?
—Tenía que firmar un documento insistió Demi.
—Espero que lo hayas leído bien.
—Lo he leído le aseguró ella. Y ahora, ¿quieres cenar o prefieres quedarte aquí de pie, machacando a mi contable?
—Cenemos decidió  Joseph tras vacilar unos segundos.
Minutos más tarde, cansada de que Joseph se limitara a mirarla y contestar a sus comentarios con monosílabos, Demi  le llamó la atención:
—¿Hay alguien ahí?
—Te estoy escuchando se defendió él.
—Ya lo sé, pero no me respondes. ¿Te preocupa algo?
—No.
—¿Estás enfadado conmigo?
—En absoluto.
—Pues no has dicho ni dos palabras en toda la cena Demi lo miró a la cara. ¿Seguro que no quieres hablar de nada?
—Solo me gustaría decirte que tuvieras cuidado con Clark Foster, pero algo me dice que no te lo tomarías muy bien.
—Exacto convino Demi. Probablemente, tendría que recordarte que Clark es mi amigo y mi contable.
—¿Aunque te advirtiera que no es ningún santo?, ¿que su esposa lo va a dejar porque no para de tontear?
—Entonces te diría que su divorcio no es asunto mío. Y que sé cuidarme de los hombres perfectamente.
—Entonces me callaré concedió Joseph. No quiero discutir contigo esta noche.
—Yo tampoco Demi sonrió—. ¿Quieres postre? Tengo melocotón en almíbar con nata.
—Supongo que todavía tengo un hueco.
El postre pareció ponerlo de buen humor. Demi tomó nota de que el dulce lo animaba.
— ¿Qué te apetece hacer ahora? preguntó ella después de limpiar los platos. ¿Ver la tele?, ¿jugar al Scrabble?, ¿lavar tu coche quizá?
—Seguro que se nos ocurre algo más interesante.
El modo en que la miró la hizo sonreír. Demi se acercó a él.
—Siempre podemos ordenar el armario propuso, rodeándole el cuello con ambos brazos.
—¿El armario está en tu habitación?
—Por supuesto.
—¿Por qué no entramos y lo discutimos? —murmuró Joseph, sonriente.
—¿Por qué no? —replicó ella, rozándole los labios.
No llegaron a ordenar el armario, por supuesto. Y Demi no tardó en descubrir que el dulce no era el único recurso para poner a Joseph de buen humor.
Joseph se marchó mucho antes de lo que les habría gustado. No tenía otra opción, por supuesto, ya que tenía que recoger a los niños y al día siguiente madrugarían para ir a visitar a Tara. Lo que la molestaba, con todo, era que no se le hubiera ocurrido invitarla a ir con ellos.
Pero podía esperar, se dijo Demi. Después de todo, era lógico que Joseph no quisiera introducirla demasiado en su familia hasta no estar seguro de aquella relación.
—Te llamaré —se despidió él tras darle un beso delicado.
—Felicita a tu hermano y a su esposo por la niña.
—De tu parte.
—Buenas noches.
—Buenas noches Demi Joseph volvió a besarla.
Nada más cerrar la puerta, Demi comprendió que ya estaba echando de menos a Joseph. La asustaba lo profundamente que se había enamorado de él.
Había regresado a Honoria porque sabía que le faltaba algo. Sabía que no era dinero ni fama, sino algo mucho más íntimo y personal.
Una de las primeras cosas que había hecho al volver había sido visitar la vieja casa en la que había crecido. Alguien se había tomado la molestia de pintarla y cambiarle las contraventanas. Estaba mucho mejor, pero Demi no había podido dejar de recordar lo infeliz que había sido allí.
A partir de entonces, había logrado diversos medios para realizarse: su trabajo cómo profesora, la iniciativa del grupo de teatro, los amigos que había hecho, sumados a los que había recuperado...
Y se había enamorado.
Había visto a Emily y a Wade con sus hijos y los había envidiado. Se había preguntado si alguna vez tendría ella una pareja, seguridad, hijos.
Si había alguna oportunidad de conseguir todo eso con Joseph.
Él ya había pasado por ahí y, si era sincera, debía reconocer que la molestaba. Sobre todo, porque apenas sabía nada de su matrimonio. ¿Había amado tanto a su difunta esposa que se sentía incapaz de volver a querer a otra mujer?
No le cabía duda de que la deseaba. Pero... ¿podría amarla algún día?
Tara irradiaba felicidad. La casa estaba llena de familiares: adultos riendo, niños correteando, bebés llorando... Aparte de Joseph, de los hijos y los padres de este, Emily había ido con toda su familia. Todos querían dar la bienvenida a un nuevo miembro de la familia Jonas... aunque su apellido fuese Fox.
Cuando los niños se cansaron de estar en casa, Emily se ofreció a ir con ellos por un helado. Se llevó a Abbie, de modo que Joseph y sus padres se quedaron a solas con Tara y Blake.
Bobbie lamentó que la pequeña Alison hubiera ido de uno a otro, pero Tara apuntó que más le valía a la niña acostumbrarse a estar rodeada de su familia. Al ritmo que estaba creciendo el clan Jonas, se avecinaban muchas reuniones.
—Ojala estuviera Trent —comentó Tara—. ¿Habéis visto las rosas tan bonitas que me ha enviado? ¿Y el osito de peluche tan enorme que le ha regalado a la niña?
Siguieron charlando amenamente, hasta que, pasados unos minutos, Tara se dirigió a Joseph r:
— ¿Y tú?, ¿no tienes nada nuevo que contar? le preguntó.
—No mucho contestó él, mirando de reojo a su madre.
—¿Ninguna señorita en particular? Tara sonrió.
—¿Qué te ha contado mamá?
—Solo que pasas bastante tiempo con Demi Lovato.
—La he visto en la tele terció Blake mientras mecía a Alison. Es muy atractiva.
—Le encantan las telenovelas explicó Tara, sonriente.
—Y era buena —añadió Blake. Estuvo a punto de lograr que Dirk y Velvet rompieran en Vidas privadas. Y es un matrimonio que ha sobrevivido a muchas crisis.
—Lamento haberme perdido sus interpretaciones comentó Joseph.
—Debe de ser tan emocionante haber vivido en Nueva York... musitó Tara.
Me preguntó por qué habrá vuelto a Honoria.
—Su tía Ellen cree que estaba cansándose del ritmo de vida tan acelerado que hay allí —comentó Bobbie.
—¿No creéis que tenga que ver con el escándalo ese que salió en todos los periódicos sensacionalistas? conjeturó Tara. ¿No sabéis nada? añadió segundos después, al ver que nadie respondía.
—¿Qué escándalo? —preguntó Bobbie.
—Muy hábil, Tara murmuró Blake.
—Estaba segura de que se habían enterado Tara frunció el ceño.
— ¿De qué teníamos que habernos enterado? preguntó Trevor, impaciente.
—No debería haber dicho nada. Creo que es mejor...
—Tara —atajó él con firmeza.
—Al parecer —dijo la hermana tras suspirar, Demi se metió en medio de un desagradable divorcio entre Celia Kelly y Alex Greer el año pasado.
Se trataba de dos estrellas de cine y de la televisión, habituales de los periódicos sensacionalistas.
—¿Qué tuvo que ver Demi con el divorcio?
—Celia aseguró que su marido estaba teniendo una aventura con una actriz que había conocido en Nueva York. Como lo habían fotografiado en compañía de Jamie, todos los dedos apuntaron hacia ella. Por supuesto, la verdad no llegó a saberse, porque tanto Alex como Jamie se negaron a hacer comentarios a la prensa.
— Demi podía haber dado un impulso a su carrera, haciéndose famosa con el tema —apuntó Blake. Pero decidió no hacerlo.
—No me extraña que haya vuelto a Honoria comentó Bobbie. Demi lo ha tenido que pasar muy mal.
Pero Joseph no pudo evitar recordar que la tarde anterior la había visto junto a Clark, otro hombre en proceso de divorcio.
—Creo que ya es suficiente concluyó Caleb. No son más que chismes. Tara, no deberías haberlos repetido y, Joseph, no deberías hacer caso a esa basura.
—Lo siento, papá. Tienes razón —Tara se sonrojó—. Es que creía que ya lo sabías añadió, esbozando una sonrisa dócil en dirección a su hermano
—No te; preocupes.
Joseph se alegró de que Emily y Wade regresaran con los niños minutos más tarde. Ella llevaba a Abbie, mientras que Wade la seguía con Claire. Clay y Sam entraron detrás, con las caras manchadas de helado de chocolate. Después, la conversación cambió de rumbo.
Pero Joseph no consiguió cambiar el rumbo de sus pensamientos.