—Ya he hablado más que de sobra —
dijo ella cuando casi habían terminado la cena—. ¿Por qué no me hablas de tus
aventuras por Washington? Apuesto a que conociste a gente muy interesante.
—A algunas personas.
—Cuéntame algunas de las cosas que
has visto —le pidió—. Entretenme mientras disfruto del postre.
Aunque no estaba seguro de qué
podía entretenerla, logró recordar un par de anécdotas que a Demi parecieron
divertirla, si bien era consciente de que no podía igualar su gracia contando
historias.
—Ahora háblame de tus niños —exigió
Demi más adelante—. Apenas los has mencionado en toda la noche.
—No me parecía elegante hablar de
los hijos de uno en una cita. Pero puedo equivocarme. La última vez que salí
con una mujer ni siquiera tenía hijos.
—¿No salías con tu esposa?
—Sí; claro que salíamos —Joe notó
que los hombros se le tensaban—. Me refería a citas en el sentido tradicional.
—¿A tu esposa le gustaba alternar
con la gente de Washington?
Más de lo que jamás había pensado,
podía haber respondido Joseph. Que él supiera,
se había contentado con estar en casa por las tardes con él y con los niños. De
lo que no había tenido noticia, por supuesto, era de que había encontrado otro
modo de entretenerse mientras él estaba en el despacho trabajando.
—Sí —se limitó a responder.
—¿Y a ti?
—Me cansó en seguida.
—¿Has decidido quedarte en Honoria
permanentemente, o piensas volver a Washington algún día? —insistió Demi.
—No tengo intención de volver. Mi
padre lleva demasiado tiempo trabajando doce horas al día. Necesita un socio
desde hace años. Cuando esté preparado para jubilarse, me haré cargo de su
bufete.
—Ocuparse de divorcios y quiebras
en Honoria es muy diferente que tratar asuntos de Estado en la capital. ¿Estás
seguro de que es suficiente para ti?
—Creo que sí: entre el trabajo y
cuidar de los niños tendré suficiente.
—¿Qué tal la nueva niñera?, ¿les
cae bien a los niños?
—Se llama Sarah Brown. Vino aquí
hace un año con su marido. Su único hijo está en la universidad, pero a Sarah
le gustan los niños y disfruta cuidando de ellos. Esta vez quería a alguien más
madura, y venía con muy buenas recomendaciones. Abbie se ha acostumbrado a ella
sin problemas... aunque a Abbie le gusta todo el mundo.
—Es una ricura. ¿Y Sam?, ¿también
ha aceptado a Sarah?
—Sam no acepta a los desconocidos
fácilmente —Joseph se forzó a no suspirar—.
Parece que su timidez empeora con el tiempo, más que mejorar.
—A mí no me ha parecido
especialmente tímido.
—Porque contigo no lo es. Se
encariñó de ti enseguida repuso Joseph, el cual
no podía explicarse aún a qué se debía aquello.
—Es un chiquillo adorable. Muy
listo y muy observador. Y Abbie es un angelito. Estás haciendo un trabajo
estupendo con ellos.
Lo sorprendió lo mucho que aquellas
palabras lo conmovieron.
—Gracias —dijo con voz ronca—. Lo
hago lo mejor que puedo. Y mis padres me ayudan mucho. Mi madre puede ser de
cuidado en ocasiones, pero me ha ayudado un montón con los chicos.
—Seguro que sí. Bobbie es una de
las personas más eficientes y competentes que he conocido.
—Por no decir mandona añadió Joseph.
—Esto también Demi rio. ¿Y los otros abuelos de los niños?, ¿los
ven a menudo?
—La madre de mi esposa falleció
hace varios años dijo él en tono sombrío. Su padre sigue vivo, pero su salud es
precaria. Apenas lo vemos.
El joven camarero que los había atendido
toda la noche apareció con una cafetera:
—¿Más café?
Ambos aceptaron el ofrecimiento. Joseph no tenía prisa por marcharse, aunque tampoco había
planeado hablar tanto tiempo de sus hijos. Y menos aún de Melanie y su familia.
Le habría gustado ceñir la conversación a ellos dos.
—¿Y tú? Le preguntó él mientras Demi daba un sorbo de café. ¿Has sentido morriña de
Nueva York mientras hablábamos?
—Volveré a Nueva York de visita.
Pero, por ahora, estoy contenta donde estoy. Estoy dedicando el verano a descansar,
pintar, leer y hacer nuevos amigos en la ciudad. Y estoy deseando que empiece
el curso.
—¿Pintar? Joseph
se centró en aquella única palabra.
—Sí, siempre me ha gustado trabajar
con óleos y lienzos, pero no he tenido tiempo en los últimos años. No se me da
bien, pero es un hobbie agradable.
—Me gustaría verte en acción.
—Y a mí me encantaría que me vieras
dijo Demi,
casi ronroneando. Luego, podría enseñare mis cuadros.
Otra vez. Había vuelto a pillarlo
desprevenido con una risa sexy, una mirada seductora y una insinuación
descarada.
—Pobre Joey
prosiguió Demi, aun riéndose. ¿Te vas a
ruborizar?
—Puedes llamarme Joseph, o Joe si insistes dijo este, mirándola a la
cara. Pero no pienso responderte si me llamas Joseph.
—Procuraré no olvidarlo le prometió
Demi, con una luz bailándole en los ojos.
Eso espero.
Para alivio de Joseph, Demi dejó de coquetear y empezó a hablar, de
un nuevo y controvertido decreto que el Ayuntamiento de Honoria estaba
considerando. No lo sorprendió que cambiara tan rápidamente del flirteo a una
conversación sobre política. Joseph nunca había
cuestionado la inteligencia de Demi. Y si algo
había aprendido de ella, era lo impredecible que podía ser.
Dudó menos de un minuto cuando Demi lo invitó a entrar en casa. Su madre cuidaría a
los niños toda la noche, de manera que no tenía por qué darse prisa en volver a
casa. Y no le pasaría nada por tomarse un café, pensó.
—Ponte cómodo dijo Demi, señalando hacia el sofá mientras ella iba a la
cocina. Volveré en unos minutos... Y aflójate la corbata si te sientes más a
gusto añadió con un brillo provocativo en los ojos.
Debía de sentirse halagado, pensó Joseph con resignación, mientras colocaba la chaqueta
sobre el respaldo de una silla. Suponía que era mejor divertirla que aburrirla.
Demi
reparó en que se había quitado la chaqueta y aflojado la cortaba al regresar
con dos tazas de humeante café al salón.
—Mucho mejor comentó mientras ponía
las tazas sobre la mesa—. Solo falta una cosa añadió, dando un paso hacia el
extremo del sofá en que se había sentado Demi.
—¿Que es...?
—Esto antes de que pudiera adivinar
sus intenciones, Demi se abalanzó sobre él y le revolvió el pelo con ambas
manos. ¡Genial! Hace años que quería hacer esto.
Retrocedió un paso, pero Joseph la
agarró por una muñeca y tiró de ella hasta tenerla sentada en su regazo.
—¿Hace años que querías hacer eso? murmuró y, acto seguido, le cubrió la boca con
la suya.
La última vez que había besado a Demi Lovato era una chiquilla que estaba descubriendo
sus atributos femeninos. Y él, un chico serio de dieciocho años con poca
experiencia en ese tipo de cosas. Besarla le había revolucionado las hormonas y
le había disparado el corazón.
Quince años después, el efecto era
igual de devastador.
Sus labios eran suaves y carnosos,
hambrientos. Su cuerpo se ajustaba a sus brazos como si lo hubieran diseñado a
su medida. Demi no fingió sorpresa ni
retraimiento al devolverle el beso.
Joseph
había tratado de hacerle perder la compostura, tal como ella había hecho con él
toda la velada; pero, de nuevo, era Joseph
quien estaba desconcertado, hechizado por la magia de aquella mujer.
¡Ni quince décadas de experiencia
lo habría preparado para Demi Lovato!
Cuando el beso finalizó, ella tenía
una mano sobre la cara de Joseph y la otra
rodeándole el cuello. Sonreía satisfecha y los ojos le brillaban.
— ¡Vaya, Joe!
dijo Demi con voz rugosa. ¿Ha sido un acto
impulsivo?
—No es la primera vez que me
abandono a mis impulsos.
—Deberías hacerlo más a menudo repuso
ella mientras deslizaba los dedos por los labios de Joseph.
—Puede que tengas razón convino
este, y volvió a besarla.
El segundo beso no fue menos
espectacular que el primero. A Joseph volvió a
sorprenderlo el calor que lo invadió, el hambre, el deseo, la urgencia
irrefrenable... Puede que en el pasado hubiera logrado satisfacerse con unos
cuantos besos, pero sabía que ya no bastaría con eso. No si seguía mucho tiempo
con Jamie encima, dejándose besar.
Así que interrumpió el beso.
Demi
examinó su cara un segundo y luego se apartó para sentarse junto a él.
—El café se está enfriando comentó
como si no hubiera pasado nada.
—Creo que no me lo voy a tomar, si
no te importa repuso Joseph, tratando de imitar
la naturalidad de ella. Se está haciendo tarde.
—Está bien. Gracias por la cena. No
pudo discernir si estaba decepcionada por su marcha. Resignado a no saber nunca
con exactitud lo que Demi pensaba, Joseph se levantó y se alejó de la tentación de su
esbelto cuerpo.
—Buenas noches.
—Saludaba los niños de mi parte le
pidió Demi mientras se ponía en pie.
Joseph
asintió, aunque no tenía intención de hablar a sus hijos de Demi... y menos a
Sam. Seguía creyendo que aquella cosa entre ambos no llegaría a ningún lado y
no quería que los niños la echaran de menos cuando la relación se acabase.
—Buenas noches, Joe le dijo ella, una vez en la puerta.
Antes de que pudiera responder, se
encontró al otro lado de la puerta, ya cerrada. Y ya mientras conducía de
regreso a casa, supo que se pasaría buena parte de la noche sentado a oscuras
en el salón, pensando en Demi.
Como si hubiera alguna posibilidad
de que Joseph pudiera verla a través de la
puerta, Demi esperó hasta que el ruido del
motor del coche de Joseph se perdió en la
distancia. Luego se desplomó sobre el sofá y se llevó una mano al corazón.
Seguía acelerado... lo cual había tratado de disimular en presencia de Joseph.
Ese abogado tan repeinado y bien
vestido sabía besar... mejor incluso que cuando eran adolescentes.
No había dicho nada de volver a
verla. Comprendía que debía de ser difícil para él pasar tiempo lejos de los
niños... algo a lo que no estaba acostumbrada, pues nunca había salido con un
padre soltero. Siempre había rehuido esa complicación añadida en sus anteriores
relaciones. Sus escasas aventuras ya habían sido suficientemente complejas como
para tener que preocuparse con herir la tierna sensibilidad de unos niños
inocentes.
Pero, en el caso de Joseph, estaba dispuesta a hacer una excepción.
Además, sus hijos le gustaban.
Abbie era adorable y Sam... sentía debilidad por él.
Tal vez salir con un tipo con hijos
no fuera tan horrible, después de todo. Tanto más cuando ese tipo era Joseph Jonas, el hombre con el que llevaba
fantaseando desde que era poco más que una niña.