miércoles, 2 de enero de 2013

Pasion Peligrosa Capitulo 15





¿Sería posible que los demonios que habían dirigido su voluntad en su juventud todavía marcaran su comportamiento? ¿Se habría convertido en policía para intentar tener bajo control esos malignos impulsos?

Demi se estremeció ante esa idea y ante su cercanía. En respuesta, Joe acercó la mano a los mandos de la calefacción y los golpeó con el puño.
—Lo lamento —se disculpó—. No funciona todo lo bien que debería.
Pero había mucho calor concentrado en el coche. Al menos, existía el potencial.
—Estoy bien —señaló Demi.
— ¿De qué has dicho que ibas disfrazada? —la mirada de Joe se posó sobre el mantón de terciopelo.

—Una mujer de la nobleza —murmuró—. Siglo XVII.
Atravesaban la calle principal y estaban a punto de llegar al giro que conducía directamente a la finca de los Pierce. Había dejado de llover y una neblina se había instalado sobre la ciudad, igual que un fantasma que reptara por las aceras adoquinadas. Todos los negocios, muchos de ellos establecidos en viejas casas de más de un siglo de antigüedad, se sucedían en hilera a ambos lados. Los escaparates estaban en penumbra y las puertas eran bocas negras.

Al igual que en Salem, muchos de los establecimientos habían centrado sus negocios en la historia de Moriah's Landing. Las veletas de algunas casas perfilaban contra el cielo la figura de una bruja en una escoba. Y había gatos de metal negro con ojos verdes de mármol que acechaban sobre las chimeneas. Una tienda de recuerdos, enclavada entre una farmacia envejecida y un anticuario, vendía toda clase de artículos, desde libros de encantamiento hasta camisetas con la imagen de McFarland Leary, acorde con la imaginación del artista. Otra tienda ofrecía recorridos fantasmales a medianoche.
Era una explotación del pasado de la ciudad bastante inocente, en especial cuando se acercaban las celebraciones de Halloween. La gente estaba orgullosa de su herencia. Y si bien la mayoría era muy supersticiosa, no les importaba aprovecharse de su leyenda negra para ganar un buen dinero. Todo era bastante inofensivo…

Pero Demi nunca había podido participar del espíritu de esas celebraciones, a pesar de la historia de su ciudad y de su encanto único. Siempre había percibido, desde muy temprana edad, la oscuridad en los callejones, acechando detrás de las puertas. Una presencia maligna que huía de la luz y acosaba a los inocentes. Se había quedado en la ciudad por culpa de su familia. Y también porque la oscuridad la repelía tanto como la atraía. Estremecida, apartó los ojos de las puertas de las tiendas.
Ahora atravesaban una zona ajardinada, un área bastante frondosa en la que, según el saber popular, habían sido colgados de un viejo roble los acusados de brujería a principios del siglo XVII. Una placa conmemoraba la efeméride y muchos ciudadanos habían llegado a considerar aquella zona sagrada.

Demi desconocía si la leyenda era cierta. Pero de todos los lugares de Moriah's Landing era esa zona, y en especial el viejo roble que aún seguía en pie, la que provocaba en el ánimo de Demi una sensación más fuerte. Un inexplicable sentimiento de que el Mal estaba rondando por allí cerca. Y qué vigilaba cada movimiento. Y qué si no era muy cautelosa, ella podría ser la próxima víctima.

Apretó los puños y cerró los ojos con fuerza cuando pasaron junto al viejo roble. Pero en su cabeza pudo ver una multitud arremolinada junto a la plaza, vestidos con ropas oscuras y las miradas sombrías elevadas al cielo. La imaginación de Demi siguió esas miradas lúgubres. Pudo ver unos pies balanceándose entre las hojas. Al levantar los ojos, reconoció el rostro pálido de Bethany Peters clavado en el suyo.

Abrió los ojos para alejar aquella visión terrible. Su imaginación la estaba engañando, pero no tenía sentido alarmarse por una superchería después de lo que había vivido aquella noche. Y aun así…

No podía desprenderse de la incómoda sensación de que algo la vigilaba y la acechaba. Y de que aquello que hubiera acabado con la vida de Bethany estaba de algún modo relacionado con ella. Primero había sido Taylor, después Ashley.
Y ahora una de las estudiantes de Demi.
Sintió que una voz tétrica le susurraba al oído: Tú serás la próxima.


A medida que se alejaban del parque la respiración de Demi se volvió más acompasada.
El Instituto Heathrow emergía a pocos metros, en el horizonte. Era una institución privada, protegida por un muro alto de piedra y cuya única entrada era una puerta de hierro controlada electrónicamente y vigilada por cámaras de seguridad las veinticuatro horas del día. Aquellos padres que estaban dispuestos a pagar la elevada cantidad que suponía la matrícula no se conformaban tan solo con una buena educación para sus hijas.

Querían tener la absoluta seguridad que sus hijas estarían a salvo, alejadas del mundo real y protegidas por los más avanzados equipos de seguridad. Algunas de las chicas se rebelaban contra las estrictas normas del instituto y se citaban después del toque de queda. Eso mismo había hecho una vez la propia Demi durante su etapa en el internado. Pero, por alguna razón, nunca había considerado aquel lugar como una cárcel. Quizá fuera por ella había solicitado su ingreso en Heathrow, ya en su época de estudiante.
Más tarde comprendió que aquella elección había sido, en realidad, una necesidad. Buscó su independencia. Huyó de la velada decepción que leía en la mirada de sus padres cada vez que se enfrentaba a ellos.

 Aquellas expresiones parecían reprocharle que hubiera errado el camino y hubiera desaprovechado su enorme potencial. Siempre había sido consciente de que estaba destinada a seguir los pasos de sus padres. Marión y Edward Douglas eran muy inteligentes, científicos de reconocido prestigio que habían alcanzado la fama antes de cumplir los treinta. Su madre había destacado en Genética y su padre en el campo de la biología molecular.

Se habían conocido en Harvard. Se habían enamorado, se habían casado y habían tenido un bebé en menos de un año. Era algo que nunca le había cuadrado a Demi. Le resultaba imposible imaginarse a sus padres, tan serios y cerrados, en su juventud, alegres y despreocupados. Desde que tenía memoria siempre los había visto volcados en su trabajo. Y nunca su hipotética historia de amor y mucho menos su hija habían podido interferir en sus investigaciones.

Ambos abandonaron Harvard para entrar a trabajar en un laboratorio privado en Boston, al que se desplazaban un mínimo de cinco días a la semana, e incluso a veces los siete días. 

Pasion Peligrosa Capitulo 14





—Salgamos de aquí —dijo Joe y la arrastró del brazo.
— ¿Qué? Espera un minuto —intentó zafarse—. ¿No has oído lo que he dicho? El asesino podría seguir escondido en la funeraria. Tenemos que buscarlo y…
—No tenemos que hacer nada, ¡maldita sea! —dijo entre dientes—. No puedo creerlo, Demi. ¿En qué diablos estabas pensando? ¿No te das cuenta de que podrías haber alterado las pruebas?

Estaban junto a la puerta. Joe abrió y condujo a Demi a través de la recepción hasta la puerta trasera. El aire helado penetró las ropas de ella mientras se apresuraban. Había un coche patrulla junto a la entrada y un agente sentado al volante. Al reconocer al detective Jonas, el oficial abrió la puerta y salió del coche.
—¿Todo en orden, detective Jonas?

—Quizá haya un merodeador en la funeraria, Dewey —dijo mientras sujetaba a Demi por el codo—. Da la vuelta y vigila la entrada principal. Yo echaré un vistazo por aquí.
El oficial Dewey miró brevemente a Demi, asintió y fue a cubrir la entrada principal. Joe abrió la puerta trasera del coche patrulla y empujó dentro a Demi. Ella trató de resistirse, pero su disfraz le impedía moverse con libertad. Joe no tuvo dificultades en hacerse con el control. Se inclinó sobre la ventanilla y dirigió a Demi una mirada amenazadora.

—Me ocuparé de ti más tarde. De momento, voy a encerrarte en el coche.
—No puedes hacer eso…—protestó con su dignidad herida.
Pero la puerta se cerró con violencia y Joe desapareció por la puerta de la funeraria. Demi buscó la manilla para abrir la puerta, pero no había. Una pantalla metálica separaba los asientos delanteros de la parte de atrás. De pronto comprendió hasta qué punto se sentirían indefensos los detenidos, atrapados y sin salida. Pero había una diferencia sustancial entre ellos y su persona. Ella era inocente. Solo había intentado ayudar y esa era la recompensa que recibía.

Las luces de la residencia de Ned Krauter, en la segunda planta, se encendieron. Después, una a una, se iluminaron las ventanas de la planta principal mientras Joe y el oficial Dewey recorrían el edificio. El tercer piso permaneció a oscuras y ese dato le resultó ominoso a Demi.

Pasaron varios minutos hasta que Joe reapareció. Demi estaba congelada. Estaba acurrucada en el asiento, temblorosa, mientras miraba cómo Joe y el oficial Dewey hablaban en voz baja junto al coche. Pegó la oreja a la ventanilla, pero no pudo escuchar una sola palabra de lo que decían. Sospechó que Joe se había olvidado de ella y pensó en arañar el cristal para llamar su atención. Joe, que parecía que hubiera presentido sus intenciones, se volvió y le dio la espalda deliberadamente. Demi se recostó en el asiento hecha un basilisco. Finalmente la puerta se abrió y Joe asomó la cabeza.
— ¿Estás bien ahí dentro?

—Muy bien —y le dirigió una mirada hosca—. ¿Has encontrado algo?
—No.
— ¿Y qué hay del tercer piso?
—Krauter dice que lo tiene alquilado a un marinero llamado Cross. Al parecer, su barco salió a faenar hace varios días. No podemos entrar sin una orden de registro. Y no tenemos razones de peso para despertar a un juez y solicitar una a estas horas. Pero la puerta estaba cerrada con llave. El intruso no ha podido entrar.
— ¿Y la planta baja? En la capilla…

—Hemos registrado todo de arriba abajo, ¿de acuerdo? Si había alguien ahí dentro, ha escapado —indicó con hastío.
—Un momento —Demi lo cortó de cuajo—. ¿Acaso dudas de mi palabra? Había alguien en el depósito. Yo lo vi.
— ¿Lo reconociste? ¿Puedes describírmelo?
—Pues, no…
— ¿Por qué no?
—Bueno, no llegué a verlo —admitió Demi—. Estaba escondido debajo de una sábana, en una camilla. Al ver cómo se movía la sábana, me asusté y se me cayó la linterna al suelo. La luz se apagó y no pude ver de quién se trataba. Pero quizá encuentres huellas dactilares en el tubo de ensayo. O quizá en el ataúd. Lo lanzó contra mí.
—Pareces muy segura de que se trataba de un hombre.
—No sé de quién se trataba —levantó la mano en un gesto de impotencia—.Tú me crees, ¿verdad?

—Estoy seguro de que creíste ver a alguien —comentó con cautela.
—No me lo estoy inventando —gritó enfurecida e indignada—. ¿Por qué razón iba a mentir en algo así?

—No te estoy acusando de mentir —se llevó la mano al pelo, erizado como el de un animal, y su aliento se congeló en la noche helada—. Escucha, estabas sola en un depósito de cadáveres junto a un cuerpo. Si lo consideramos fríamente es normal que tuvieras miedo.

—Yo nunca he dicho que estuviera asustada. ¿Y qué consideraciones son esas?
—Eres joven e impresionable. Y después de encontrar el cuerpo esta noche…
—Pero el tubo de ensayo no ha sido una invención, ¿verdad? —preguntó, roja de ira—.Ya te lo he dicho. Había alguien más en el depósito.
—Y eso nos lleva de nuevo a la cuestión principal —dijo Joe y su mirada se endureció—. ¿Qué estabas haciendo ahí?

Demi se sentó muy rígida, la mirada al frente, ajena a su presencia.
—Ya te dije antes que quería examinar el cuerpo de cerca —contestó.
—Y yo te ordené que te quedaras al margen. Podría encerrarte por obstaculizar una investigación de la policía. E incluso acusarte de obstrucción ante el juez.
—No lo harías —y lo miró de reojo.

—Esta vez, no —se encogió de hombros—. Pero te lo advierto. Estás agotando mi paciencia. No quiero que el culpable, una vez que lo arreste, pueda escaparse gracias a alguna argucia legal por un tema de procedimiento. ¿Lo entiendes?
—Sí, lo entiendo —procuró recuperar la calma—. Ya sé que no confías en mi capacidad. Lo has dejado muy claro. Pero no soy una simple… aficionada. Tengo mucha práctica, Joe. Podría ayudarte a resolver este caso si me dejaras.
—Y yo te he dicho que si alguna vez necesito tu ayuda, acudiré a ti —replicó Joe—. Pero todavía no lo he hecho, ¿verdad?

Ella levantó la barbilla y se negó a contestar. Joe insistió.
—No —accedió finalmente ella de mala gana—. Pero sostengo lo que dije. Observé algo extraño en el cuerpo. No sé lo que era, pero algo llamó mi atención. Y mi intuición raras veces se equivoca.
— ¿Tú intuición?
—Sí. Ya sabes…
—Ahórrame la definición técnica. Ya sé lo que significa, pero no acostumbro a confiar en las corazonadas.
—¿Acaso no tienes instintos? ¿Nunca te has guiado por tus sentidos en algún caso?
—Algunas veces —admitió Joe—. Pero mis intuiciones están basadas en años de entrenamiento y experiencia. Nunca se deben a un capricho pasajero.
—No puedes aceptarlo, ¿verdad? —sacudió la cabeza.
— ¿Qué?

—Que yo pueda estar a tu mismo nivel y que posea tanta experiencia como tú.
—Una conferencia en un aula es muy diferente a una investigación criminal. El día en que hayas pateado las calles tanto como yo, hablaremos —se estiró—. Por el momento voy a llevarte a tu casa.
Joe le tendió la mano para ayudarla, pero Demi ignoró su ofrecimiento. Se enredó con los pliegues de su falda, pero logró arrastrarse fuera del coche con precario equilibrio.
—No necesito que me lleves a casa —dijo fríamente—.Tengo mi propio coche.
—Quizá no lo necesites, pero te acompañaré de todos modos —tomó su brazo y tiró de ella hasta un Sedan negro aparcado detrás del coche patrulla—.Te llevaré en mi propio coche para asegurarme de que te vas.
— ¿Y qué pasa con mi coche?

—Puedes pasar a buscarlo mañana.
Demi quiso protestar ante el hecho de verse obligada a dejar su flamante coche nuevo aparcado en la calle. Pero después de todo lo que había presenciado aquella noche le resultó un tanto infantil preocuparse por los posibles desperfectos.
Condujeron varios minutos en silencio. Después, Joe le dirigió una mirada confusa.
—Por cierto, llevo toda la noche queriendo preguntarte algo. ¿Qué demonios es esa especie de capa que llevas puesta sobre el vestido?
— ¿Esto? —Demi levantó entre sus dedos la tela de terciopelo—.Es un mantón. Forma parte del disfraz.
— ¿Y de qué vas disfrazada?

Abrió la boca para contestar, pero al volverse para mirarlo a los ojos, la respuesta se congeló en sus labios. En la penumbra los rasgos de Joe se habían vuelto sombríos, indistintos. Vestido completamente de negro, su figura le recordaba la de un ángel caído, un héroe en la sombra, un hombre complejo con motivaciones igualmente complejas. De pronto asumió que sabía muy poco de Joe Jonas. Siempre se había sentido atraída por él, pero la verdad era que apenas lo conocía ni tenía idea de las cosas que lo fastidiaban.
Pero sí sabía algunas cosas de él. Había crecido en los muelles y se había metido en líos en su adolescencia. Su padre murió después de que Joe se marchase a Boston, y no creía que tuviera más familia en Moriah's Landing. Entonces, ¿qué razón lo había impulsado a regresar? ¿Por qué había vuelto a un lugar en el que nunca lo habían tratado bien?

La única certeza que tenía Demi era que Joe abandonó la ciudad siendo un delincuente juvenil y que regresó como policía. Un detective con oscuros secretos y un pasado tormentoso. ¿Qué habría ocurrido en esos seis años para que hubiera cambiado tanto? ¿Acaso había cambiado?

Pasion Peligrosa Capitulo 13




Al descubrir la nevera metálica, avanzó hacia ella con el vello de la nuca erizado. Encontrarse a solas en un depósito de cadáveres no era para corazones débiles. Demi no era una persona aprensiva, pero tenía un gran respeto hacia lo desconocido y todo lo metafísico. Las fuerzas del Mal que rondaban el mundo y que ni una legión de científicos podría explicar jamás.

A lo largo de sus estudios sus intereses habían ido más lejos que determinar los medios, los motivos y la oportunidad que rodean a un asesinato. Los psicólogos del comportamiento criminal habían determinado hacía tiempo que la mayoría de los asesinos en serie compartían algunas características de su infancia. Los tres síntomas principales, tal y como se conocían, eran la incontinencia urinaria, la tortura de pequeños animales y una obsesión por la pirotecnia. Además, la mayoría habían sido víctimas de abusos por parte de adultos. Pero Demi siempre había querido saber si entrarían otras fuerzas en juego. Había querido profundizar en la mente de los asesinos para establecer si existía una especie de instinto animal que forzaba a los hombres a matar, una y otra vez.

En sus estudios de posgrado su fascinación había dado un giro. ¿Existirían otros motivos, más allá de los abusos infantiles o el instinto, que llevaran a una mente al lado oscuro? ¿Acaso no importaba su lugar de nacimiento, su lugar de residencia, el entorno laboral? En otras palabras, Demi se preguntaba si un lugar podía estar maldito.

Nunca había sabido el porqué, pero desde su infancia había estado muy sensibilizada hacia las extrañas vibraciones que había percibido en Moriah's Landing. Algunas veces en que permanecía despierta por la noche podía sentir las corrientes sobrenaturales que atravesaban la ciudad. Podía sentir el mal que flotaba en el aire desde las ejecuciones de las brujas en el año 1600 y los asesinatos que habían conmocionado la población veinte años atrás. Incluso podía apreciar la sed de sangre.
Y siempre que sentía aquellas sensaciones tan oscuras la misma pregunta volvía a su cabeza incesantemente. ¿Acaso un lugar podía inducir a un hombre al asesinato? ¿Era esa la razón por la que aquellas mujeres fueron asesinadas veinte años atrás? ¿Por esa razón la pobre Taylor fue torturada?

¿Era esa la razón por la que Bethany Peters yacía muerta en aquel depósito?
Una ráfaga de aire gélido rodeó a Demi cuando abrió la puerta de la nevera. La unidad estaba equipada con dos bandejas móviles, una encima de la otra, de modo que los cuerpos, o incluso los ataúdes, pudieran deslizarse sin excesivo esfuerzo. Bethany estaba en la bandeja superior. Sus rasgos permanecían rígidos y su rostro se iluminó ante el haz de la linterna. Estaba pálida y perfecta, casi como una belleza etérea.

Mientras Demi colocaba la mano sobre la bandeja y sacaba el cuerpo, algo se movió en la oscuridad, a sus espaldas. Fue apenas un susurro. Un ruido tan leve que habría podido no ser más que fruto de su imaginación.

Pero un escalofrío de terror le recorrió la espina dorsal. Se volvió y dirigió la luz una vez más hacia la habitación vacía. En la esquina más alejada, oculto entre las sombras, un cuerpo cubierto con una sábana blanca había sido empujado contra la pared. La tela blanca moldeaba la figura que estaba cubriendo.
De pronto la sábana se movió.
Una mano mortecina se levantó.
Y Demi sintió cómo todo su cuerpo se paralizaba a causa del miedo.


Demi  gimió y caminó hasta golpearse con la puerta de la nevera, que produjo un ruido sordo. La linterna se le escurrió de entre los dedos y cayó al suelo. La luz parpadeó un par de veces y se apagó. La habitación quedó sumida en la oscuridad total. Con el corazón en un puño, Demi permaneció inmóvil y clavó la mirada fija en el lugar en que había visto el cuerpo por última vez. No podía distinguir nada, salvo el sonido de su propio pulso zumbando en sus oídos.
Pero sabía que no estaba sola.

El aire a su alrededor parecía poseído por una presencia desconocida, una entidad malévola que se mantenía al acecho. Demi podía sentir la mirada invisible sobre su persona a través de la oscuridad. El aire frío, procedente de la nevera, se deslizaba junto a su espina dorsal mientras seguía apoyada contra la puerta de metal. Durante un instante no ocurrió nada. Solo había silencio. Y, de pronto, casi en un frenesí, alguien o algo se cernió sobre ella desde la negrura.

Demi gritó y trató de apartarse, pero el ataúd le cortó la salida. Sintió el golpe sobre el estómago. Se quedó sin aire y volvió a golpearse con la puerta de la nevera. Cayó al suelo y se dio con la cabeza en una de las bandejas de metal. Aturdida por el golpe, escuchó el sonido de unos pasos deslizándose sobre el suelo. La puerta se abrió y dejó entrar una delgada línea de luz que provenía de la recepción. Apenas un segundo más tarde la puerta se cerró sobre una figura que huía. Entonces todo volvió a la calma. Y la oscuridad se apoderó del depósito.

Demi empujó el ataúd. Intentó ponerse en pie, pero tenía un peso sobre su hombro que le impedía moverse. Levantó la mano y sintió el tacto de la carne fría. Era carne muerta. El brazo de Bethany se había deslizado fuera de la bandeja y su mano había caído sobre el hombre de Demi. Avanzó a gatas y logró levantarse. Las piernas le temblaban y en ese momento se encendió la luz del depósito. La luz repentina la cegó momentáneamente. Se sentía desorientada y por un momento tuvo el terrible presentimiento de que el intruso había vuelto para terminar el trabajo. Sintió que se le secaba la boca mientras la puerta se abría lentamente y una figura aparecía en el umbral de la puerta. Demi se pegó a la pared y su respiración se transformó en una especie de sollozo.
— ¡Joe!
La mirada de Joe se intensificó al reconocerla. La miró fijamente, después desvió la mirada hacia la nevera abierta y de nuevo miró a Demi.
— ¿Qué demonios estás haciendo aquí? —preguntó.
En ese momento debió de comprender que había ocurrido algo terrible porque cruzó el depósito hasta ella y la tomó del brazo. Tras la conmoción sufrida, y a pesar del chal que cubría su cuerpo, Demi tenía la piel de gallina y temblaba sin parar.
— ¿Qué ha ocurrido? ¿Te encuentras bien?

—Estoy bien —aseguró, pero su voz era tan inestable como sus piernas—. Había alguien más aquí, Demi. Lanzó el ataúd contra mí y…
—Espera un minuto —dijo con seriedad—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Eso no tiene importancia ahora —señaló con debilidad—.Te lo explicaré todo más tarde, pero tenemos que averiguar quién estaba aquí. Quizá fuera el asesino y…—se cayó de pronto al descubrir algo en el suelo—. ¿Qué es eso?
Joe miró en la dirección indicada. Se acercó y se agachó para examinarlo.
—Parece un tubo de ensayo.
Demi avanzó y se situó junto a Joe. El tubo de cristal vacío tenía unos doce centímetros de largo y cerca de dos centímetros de diámetro. Llevaba un tapón de caucho o de goma.
— ¡Joe! —Presa de la excitación, apoyó ambas manos en los hombros del joven y las retiró de inmediato—. Seguro que se le ha caído a la persona que me ha atacado.
—Eso no lo sabemos. Quizá se le haya caído a algún empleado de la funeraria.
—Pero lo vas a enviar al laboratorio, ¿verdad?

Tan pronto como sus palabras salieron de su boca, Demi advirtió el movimiento de Joe. Había sacado una bolsa de plástico del bolsillo de su abrigo y, con la ayuda de su pluma, había metido el tubo en la bolsa sin tocar el cristal.

—Si no pertenece a los empleados de la funeraria, ¿qué razón tendría nadie para traer un tubo de ensayo al depósito? —reflexionó Demi.
—No lo sé —se puso en pie—. ¿Por qué no me lo explicas tú?
Las palabras de Joe tardaron un segundo en calar en el ánimo de Demi. Entonces se llevó la mano al pecho visiblemente ofendida.
— ¿Crees que lo he traído yo? ¡Eso es ridículo!
— ¿En serio? —replicó con perspicacia—. ¿Y por qué estás aquí?
—No puedo creer que sigas aquí, interrogándome, cuando quienquiera que estuviese en el depósito quizá siga en la funeraria —se encaró Demi—. Es él quien debería responder a tus preguntas.


El Amante De La Princesa Capitulo 10





Su primer instinto era quemar las fotografías y los artículos del periódico, pero ¿y si Melissa Thornsby era su hermana? Si le hubiera cerrado la puerta a Ethan al descubrir que era hijo ilegítimo de su padre habría perdido una de las relaciones personales más estrechas de su vida. ¿Cómo podían negarle la entrada a Melissa si era miembro de la familia?

Pero había tanto en juego…
—¿Crees que debemos contárselo a Phillip?
—Creo que, por el momento, deberíamos mantenerlo en secreto —contestó Miley —. Hasta que no tengamos pruebas fehacientes no hay razón para disgustarlo.

—Me gustaría hablar con Charles para pedirle que averigüe todo lo que pueda sobre ella.
—Buena idea, podemos confiar en su discreción y también deberíamos pedirle que averigüe lo que se puede hacer si ella fuese la heredera y decidiera ocupar el trono.
—Si Phillip descubre que hemos estado haciendo todo eso a sus espaldas se pondrá furioso.

—Cuando llegue el momento, yo lidiaré con él. Tú encárgate de lo demás.
—Este podría ser un problema gravísimo, Miley. Especialmente si Melissa tiene algún resentimiento contra la familia.
Lo cual era enteramente posible.

—Nos preocuparemos de eso si ocurre. Pero, aunque fuese la heredera legítima, podría no tener interés en ocupar el puesto que le corresponde.
Quería creer eso, pero últimamente nada era tan sencillo.

Pretextando un supuesto dolor de cabeza que, después de su conversación con Ethan había dejado de ser un pretexto, Miley evitó cenar esa noche con el invitado de su hermano.

Desgraciadamente, no tuvo más remedio que pasar el día siguiente con Nick. Lo llevó al Museo de Ciencia Natural y al Centro de Investigación Científica y, aunque normalmente aquélla era su parte favorita de la visita, tenía tantas cosas en la cabeza que estaba distraída.

Pero Nick se tomaba su tiempo para verlo todo… en fin, había visto caracoles en el jardín moverse a más velocidad.
¿Y por qué tenía que estar tan cerca todo el tiempo? Siempre parecía estar rozando su mano, su brazo. ¿No entendía el concepto del espacio personal?
Pero si era tan horrible, ¿por qué sentía un escalofrío cada vez que la tocaba?
Y olía tan bien…

El familiar aroma de Nick, una mezcla de colonia, champú y su olor personal, era arrebatador. Cada vez que estaba cerca tenía que luchar contra el deseo de enterrar la cara en su cuello. ¿Cómo podía querer apartarse y, a la vez, estar tan obsesionada con él como una adolescente?

Nick llevaba todo el día intentando hacerla perder su supuesta calma y estaba funcionando porque cuando llegaron a la puerta de palacio estaba tan agitada que había empezado a sufrir un tic en el ojo izquierdo. Por eso le pidió al conductor que la dejase en su residencia antes de llevarlo a palacio. Estaba tan desesperada por alejarse de Nick que tuvo que hacer un esfuerzo para no tirarse del coche antes de que frenase del todo.
—Bueno, ha sido un día muy agradable. Nos vemos el jueves.
Casi estaba fuera, con un pie sobre la hierba, cuando él le preguntó:
—¿No vas a invitarme a tomar una copa? Miley cerró los ojos. «No dejes que te vea nerviosa».

Lo más turbador de la pregunta era que, en realidad, quería invitarlo a entrar y eso era precisamente lo que no debía hacer.
—Hoy no me viene bien.
—Ah, ya lo entiendo —sonrió Nick.
Todas las fibras de su ser le gritaban que estaba tendiéndole una trampa. Y aun así, preguntó:
— ¿Qué es lo que entiendes?
—He visto cómo reaccionas cuando estás conmigo. Cómo me miras, cómo tiemblas cuando te toco…
¿Temblar? Había sentido un pequeño escalofrío, nada más. Y no todo el tiempo.
Pero negarlo sería darle exactamente lo que quería: una discusión.
—¿Y qué quieres decir con eso?

—Que me deseas y no confías en ti misma estando a solas conmigo.
Era muy listo. Daría igual lo que hiciera ahora: invitarlo a entrar o decirle que no… en cualquier caso estaría dándole lo que quería. Y lo creyese de verdad o estuviera riéndose de ella, sospechaba que tenía razón. Seguía sintiéndose atraída por Nick. Si la besaba de nuevo, contra su voluntad o no, esta vez no podría detenerlo.

De modo que se quedó donde estaba, con un pie dentro del coche y el otro fuera, sin saber qué hacer.
— ¿Y bien?
—No hay manera de ganar, ¿eh?
—Pareces creer que tengo motivos ocultos. ¿Se te ha ocurrido pensar que a lo mejor sólo quiero estar a solas contigo un momento para conocerte mejor? ¿O para que tú me conozcas a mí? No soy una mala persona, en serio.

Miley no podía decidir qué era peor: un hombre con motivos ocultos sería fácil de manejar porque resultaría predecible. Era con los sinceros con los que tenía problemas.
Probablemente porque eran una anomalía.

—Hemos pasado dos días juntos —le recordó—. ¿Cuánto tiempo más necesitas?
—A lo mejor quiero estar unos minutos contigo sin que un guardaespaldas esté pendiente de nuestras palabras.

Ahí estaba el problema. Ella necesitaba que el guardaespaldas estuviera a su lado. Y no sólo para protegerla de Nick. Eso sería demasiado simple.
Necesitaba que alguien la protegiera de sí misma.

El Amante De La Princesa Capitulo 9





Después de enseñarle algunas de las mejores suites, almorzaron en Les Régals du Rois, el nuevo restaurante francés del hotel.

Nick estaba realmente impresionado con el Royal Inn, un establecimiento muy elegante y exclusivo, pero al que acudían tanto los más privilegiados como clientes normales.
En términos de tamaño, aquel proyecto no era lo que él consideraría importante, pero en términos de notoriedad sería interesantísimo.

—¿Qué te parece? —le preguntó ella cuando volvieron al coche.
—Creo que tu familia tiene una buena inversión entre manos.
Miley sonrió.
Y él pensando que había olvidado cómo hacerlo… pero era evidente que estaba orgullosa de lo que había conseguido su familia.
—No soy un experto en hoteles, pero hay una cosa a tomar en cuenta.
—Dime.
—He estado haciendo averiguaciones y creo que en Morgan Isle no hay hoteles equipados para organizar conferencias o reuniones empresariales. Podríais pensar en ello.
—¿Tú crees que atraería más clientes?
—En un mercado sin tocar, así que creo que merecería la pena.
—Se lo comentaré a Phillip y Ethan.

Por fin había dicho algo que no despertaba una mueca o un gesto de desaprobación, pensó. Aunque quizá había llegado el momento de mover las cosas un poco.
—¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Un paseo por la costa?

—Eso tendrá que esperar. Phillip me ha dicho que quería verte esta tarde.
Aunque Nick estaba deseando charlar con su viejo amigo, no podía negar que se sentía un poco decepcionado. Estaba haciendo progresos con Sophie, rompiendo sus defensas. Ya no se mostraba tan tensa, tan desconfiada. A ese paso, en unos días la tendría exactamente donde la quería.

Pero no había prisa, se recordó a sí mismo. Tenía dos semanas. Tiempo suficiente para conseguir lo que quería. Y aquellas vacaciones eran exactamente lo que necesitaba. No recordaba la última vez que se había sentido tan relajado, una mañana que no despertase casi temiendo el día que le esperaba.
—Gracias por molestarte en enseñarme el hotel.
—Es lo que hago —Sophie se encogió de hombros.
—Y lo haces muy bien, alteza.
Ella arrugó el ceño.
— ¿He dicho algo malo?
—No, nada.
—Tiene que ser algo —dijo Nick, haciéndose el tonto—. ¿Por qué me miras así?
— ¿Por qué insistes en llamarme alteza?
—Es tu título ¿no?
—Sí, pero…
—Tienes que aprender a aceptar cumplidos, alteza.
—Pues a lo mejor deberías decirlos de forma que no sonaran tan…
—¿Tan qué?
—Tan sugerentes. Nick soltó una carcajada.
—¿Decirte que haces bien tu trabajo? ¿Eso te ha parecido sugerente?
Miley parecía a punto de explotar, pero sabía que no le daría esa satisfacción. Lo que ella no sabía era que le daba más satisfacción verla esforzándose tanto por recuperar la compostura.

—Muy bien, quizá era un poco sugerente, pero es muy divertido tomarte el pelo. Supongo que no te ocurre a menudo.
—No, no me ocurre a menudo.
—Pues tendrás que acostumbrarte —sonrió Nick.
—Parece que no tengo elección.

—No deberías tomarte la vida tan en serio, Miley.
—¿No debería tomarme la vida tan en serio? —repitió ella, irritada—. ¿Y por qué crees que debes decirme lo que tengo o no tengo que hacer? No me conoces ha pasado demasiado tiempo desde que estuvimos juntos.

Quizá no la conocía, pero sabía que era caprichosa y arrogante. Pero, aunque estaba acostumbrada a salirse con la suya, no sabía contra quién estaba luchando.
Y él lo estaba pasando demasiado bien como para cambiar de táctica.
Eran sólo las tres de la tarde, pero cuando Miley volvió a su residencia le pareció que aquél había sido uno de los días más largos de su vida.

No culpaba a Nick por estar enfadado con ella por lo que ocurrió en el pasado, pero estaba enviándole unos mensajes tan contradictorios que empezaba a ponerse nerviosa.
El coche la dejó en la puerta y Wilson salió a recibirla.
—El príncipe Ethan llamó mientras estaba fuera, alteza. Y pidió que lo llamase en cuanto volviera. Es urgente.

Miley suspiró. Lo último que necesitaba en aquel momento eran más problemas, pero Ethan no solía exagerar. Si él decía que era importante, debía serlo.
—Gracias, Wilson. Lo llamaré ahora mismo.
Usando el teléfono del estudio, marco el número de su hermanastro y Ethan contestó casi inmediatamente.

—¿Puedo ir a tu casa para hablar un momento contigo?
Lo primero que Miley pensó fue que Lizzy Se había puesto peor.
—Sí, claro. ¿Qué ocurre?

—Te lo contaré en cuanto llegue. Estoy en el palacio, así que tardaré cinco minutos.
Apenas había tenido tiempo de lavarse las manos cuando oyó el rugido del Porsche en la puerta y luego el sonido del timbre que anunciaba su llegada.
Y, en lugar de esperar que lo hiciese Wilson, abrió ella misma.
—Qué rápido.

Ethan le dio un beso en la mejilla antes de entrar. En las manos llevaba un sobre grande.
—Me vendría bien una copa.
Aunque su hermanastro era una de las personas más tranquilas que conocía, parecía visiblemente agitado.
—Vamos al estudio.
Él observó en silencio mientras Sophie le servía dos dedos de su mejor whisky.
— ¿Qué tienes que contarme que es tan urgente?
— ¿El nombre Richard Thornsby te suena de algo?
—Si te refieres al Richard Thornsby que fue Primer Ministro cuando aún vivía nuestro padre sí, claro que me suena.

¿Pero cómo lo sabía Ethan? Thornsby había muerto muchos años antes.
—Según tengo entendido, nuestro padre y él no tenían mucho en común.
—Eso es decir poco. Eran enemigos mortales.
—¿Y alguna vez te contó por qué?

—Yo no me atreví a preguntar. Pero no podíamos mencionar su nombre en casa. Incluso después de su muerte. Yo pensé que era porque tenían diferencias de opinión.
—He leído que nuestro padre lo echó de su puesto, lo cual arruinó su vida política para siempre.

—Nuestro padre era un hombre despiadado, Ethan. No toleraba a nadie que no estuviera de acuerdo con él —dijo Miley, intrigada—. ¿Por qué estás tan interesado de repente?
—Thornsby y su mujer murieron unos años después de que él dejara su puesto como Primer Ministro.
—Sí, en un accidente de coche.
—Pero hubo un superviviente.
—Eso es, su hija de diez años. Creo que se llamaba Melissa.
—Melissa Angélica Thornsby. Cuando sus padres murieron la enviaron a vivir con unos parientes en Estados Unidos.
—No lo sé, Ethan. Ya te he dicho que en casa no se hablaba de esa familia. Nunca, jamás.

—Yo creo saber por qué. Y no tiene nada que ver con diferencias políticas.
—No te entiendo.

—Creo que sus diferencias eran de naturaleza más… personal.
—Ethan, ¿te importaría decirme a qué te refieres?
—Que nuestro padre era un mujeriego no es un secreto para nadie y no sería tan extraño que hubiera tenido más hijos aparte de nosotros.
—¿Cómo?
—Hijos ilegítimos, como yo. Ayer estuve en el ático buscando entre las cosas de nuestro padre… y he encontrado esto.

Por fin, Ethan le entregó el sobre y Miley vació el contenido sobre una mesa: eran artículos de revistas y periódicos. Y no tardó mucho en averiguar de qué hablaban: todos eran sobre la hija de Thornsby, Melissa.
—No lo entiendo.
—¿Por qué guardaría nuestro padre un montón de viejos artículos sobre la hija de su rival?
No podía significar lo que ella temía…
—No, no puede ser.
Ethan tomó uno de los artículos.

—Mira esta fotografía: el pelo oscuro, la forma de la cara, los ojos…
Miley no podía negar que había cierto parecido.
—¿De verdad crees que es nuestra hermana?
—Creo que existe la posibilidad.
Si su padre había tenido una aventura con la esposa del Primer Ministro, eso explicaría su enemistad. Y, dada la reputación de su padre, no sólo era posible sino probable.
—¿Y si fuera así?

—Si lo es, podríamos tener un serio problema.
—Sí, bueno, a la familia no le vendría bien otro escándalo.
—Es peor que eso.
—¿Qué quieres decir?

—Melissa nació el mismo año que Phillip, un mes antes que él. Y como tú sabes igual que yo, es el primer hijo del monarca quien hereda el trono.
A Miley se le encogió el corazón.
—Si es nuestra hermana… ella sería la reina, no Phillip.
—Eso parece.
No quería ni imaginar lo que eso le haría a Phillip… o lo que significaría para el país.
—¿Phillip lo sabe?
Ethan negó con la cabeza.
—Quería hablar contigo antes de nada.