¿Sería posible que los demonios que habían
dirigido su voluntad en su juventud todavía marcaran su comportamiento? ¿Se
habría convertido en policía para intentar tener bajo control esos malignos
impulsos?
Demi se estremeció ante esa idea y ante su
cercanía. En respuesta, Joe acercó la mano a los
mandos de la calefacción y los golpeó con el puño.
—Lo lamento —se disculpó—. No funciona
todo lo bien que debería.
Pero había mucho calor concentrado en el
coche. Al menos, existía el potencial.
—Estoy bien —señaló Demi.
— ¿De qué has dicho que ibas disfrazada?
—la mirada de Joe se posó sobre el mantón de
terciopelo.
—Una mujer de la nobleza —murmuró—. Siglo
XVII.
Atravesaban la calle principal y estaban a
punto de llegar al giro que conducía directamente a la finca de los Pierce. Había dejado de llover y una neblina se había
instalado sobre la ciudad, igual que un fantasma que reptara por las aceras
adoquinadas. Todos los negocios, muchos de ellos establecidos en viejas casas
de más de un siglo de antigüedad, se sucedían en hilera a ambos lados. Los
escaparates estaban en penumbra y las puertas eran bocas negras.
Al igual que en Salem, muchos de los
establecimientos habían centrado sus negocios en la historia de Moriah's
Landing. Las veletas de algunas casas perfilaban contra el cielo la figura de
una bruja en una escoba. Y había gatos de metal negro con ojos verdes de mármol
que acechaban sobre las chimeneas. Una tienda de recuerdos, enclavada entre una
farmacia envejecida y un anticuario, vendía toda clase de artículos, desde
libros de encantamiento hasta camisetas con la imagen de McFarland Leary,
acorde con la imaginación del artista. Otra tienda ofrecía recorridos
fantasmales a medianoche.
Era una explotación del pasado de la
ciudad bastante inocente, en especial cuando se acercaban las celebraciones de
Halloween. La gente estaba orgullosa de su herencia. Y si bien la mayoría era
muy supersticiosa, no les importaba aprovecharse de su leyenda negra para ganar
un buen dinero. Todo era bastante inofensivo…
Pero Demi
nunca había podido participar del espíritu de esas celebraciones, a pesar de la
historia de su ciudad y de su encanto único. Siempre había percibido, desde muy
temprana edad, la oscuridad en los callejones, acechando detrás de las puertas.
Una presencia maligna que huía de la luz y acosaba a los inocentes. Se había
quedado en la ciudad por culpa de su familia. Y también porque la oscuridad la
repelía tanto como la atraía. Estremecida, apartó los ojos de las puertas de
las tiendas.
Ahora atravesaban una zona ajardinada, un
área bastante frondosa en la que, según el saber popular, habían sido colgados
de un viejo roble los acusados de brujería a principios del siglo XVII. Una
placa conmemoraba la efeméride y muchos ciudadanos habían llegado a considerar
aquella zona sagrada.
Demi desconocía si la leyenda era cierta. Pero
de todos los lugares de Moriah's Landing era esa zona, y en especial el viejo
roble que aún seguía en pie, la que provocaba en el ánimo de Demi una sensación más fuerte. Un inexplicable
sentimiento de que el Mal estaba rondando por allí cerca. Y qué vigilaba cada
movimiento. Y qué si no era muy cautelosa, ella podría ser la próxima víctima.
Apretó los puños y cerró los ojos con
fuerza cuando pasaron junto al viejo roble. Pero en su cabeza pudo ver una
multitud arremolinada junto a la plaza, vestidos con ropas oscuras y las
miradas sombrías elevadas al cielo. La imaginación de Demi
siguió esas miradas lúgubres. Pudo ver unos pies balanceándose entre las
hojas. Al levantar los ojos, reconoció el rostro pálido de Bethany Peters clavado en el suyo.
Abrió los ojos para alejar aquella visión
terrible. Su imaginación la estaba engañando, pero no tenía sentido alarmarse
por una superchería después de lo que había vivido aquella noche. Y aun así…
No podía desprenderse de la incómoda
sensación de que algo la vigilaba y la acechaba. Y de que aquello que hubiera
acabado con la vida de Bethany estaba de algún
modo relacionado con ella. Primero había sido Taylor,
después Ashley.
Y ahora una de las estudiantes de Demi.
Sintió que una voz tétrica le susurraba al
oído: Tú serás la próxima.
A medida que se alejaban del parque la
respiración de Demi se volvió más acompasada.
El Instituto Heathrow emergía a pocos
metros, en el horizonte. Era una institución privada, protegida por un muro
alto de piedra y cuya única entrada era una puerta de hierro controlada
electrónicamente y vigilada por cámaras de seguridad las veinticuatro horas del
día. Aquellos padres que estaban dispuestos a pagar la elevada cantidad que
suponía la matrícula no se conformaban tan solo con una buena educación para
sus hijas.
Querían tener la absoluta seguridad que sus hijas estarían a salvo,
alejadas del mundo real y protegidas por los más avanzados equipos de
seguridad. Algunas de las chicas se rebelaban contra las estrictas normas del
instituto y se citaban después del toque de queda. Eso mismo había hecho una
vez la propia Demi durante su etapa en el
internado. Pero, por alguna razón, nunca había considerado aquel lugar como una
cárcel. Quizá fuera por ella había solicitado su ingreso en Heathrow, ya en su
época de estudiante.
Más tarde comprendió que aquella elección
había sido, en realidad, una necesidad. Buscó su independencia. Huyó de la
velada decepción que leía en la mirada de sus padres cada vez que se enfrentaba
a ellos.
Aquellas expresiones parecían reprocharle que hubiera errado el camino
y hubiera desaprovechado su enorme potencial. Siempre había sido consciente de
que estaba destinada a seguir los pasos de sus padres.
Marión y Edward Douglas eran muy inteligentes, científicos de reconocido
prestigio que habían alcanzado la fama antes de cumplir los treinta. Su madre
había destacado en Genética y su padre en el campo de la biología molecular.
Se habían conocido en Harvard. Se habían
enamorado, se habían casado y habían tenido un bebé en menos de un año. Era
algo que nunca le había cuadrado a Demi. Le
resultaba imposible imaginarse a sus padres, tan serios y cerrados, en su
juventud, alegres y despreocupados. Desde que tenía memoria siempre los había
visto volcados en su trabajo. Y nunca su hipotética historia de amor y mucho
menos su hija habían podido interferir en sus investigaciones.