miércoles, 19 de diciembre de 2012

De Secretaria A Esposa Capitulo 7





Joe hizo una pausa en la conversación que estaba manteniendo con su amigo Hassan acerca del nuevo y espectacular moderno hotel que estaban construyendo para éste en Dubai. Aunque Joe era el responsable del diseño original, dos colegas suyos más habían estado implicados en el proyecto inicial e iban a supervisar las obras en la ciudad saudí. En aquel momento ambos estaban fuera del país hasta el fin de semana, por lo que naturalmente Hassan quería tratar con el jefe de los arquitectos, que a la vez era su amigo.
Quería tratar con Joe.

Este había hecho una pausa en lo que estaba diciendo ya que su amigo estaba mirando descaradamente a la mujer que estaba sentada en el extremo opuesto de la mesa de la sala de reuniones mientras tomaba notas. Al observar el indudable interés que Hassan tenía en Demetria, se sintió invadido por los celos.

 Pero se dijo que no podía culpar a su amigo por mirar a su asistente personal con aquella abierta fascinación. Durante tres interminables meses, él mismo se había sentido frustrado y provocado por el recuerdo del exquisito cuerpo de ella. Había tenido que reconocer que había habido algo más acerca de aquella mujer, algo más profundo aparte de la inolvidable cara que tenía y de las facciones que hacían que todos los hombres desearan conocerla y poseerla. 

Pero no se había permitido a sí mismo indagar mucho sobre ello. Todo lo que sabía en aquel momento era que ninguna otra mujer podría cautivar a nadie tan intensamente como lo hacía ella yendo simplemente vestida con un sencillo vestido y una chaqueta, llevando el mínimo de maquillaje en la cara y sin ninguna joya que adornara su cuerpo. Pero admitir aquello no le hizo estar de mejor humor. Se había sentido muy frustrado desde el momento en el que Demetria había entrado en su despacho y, aunque el deseo que sentía parecía ser algo independiente a su voluntad, estaba preocupado ya que no quería que ella se riera de él una segunda vez.

Carraspeó y Hassan volvió a mirarlo. Este estaba completamente tranquilo y en absoluto avergonzado ante el hecho de que su amigo se hubiera percatado de que había estado comiéndose con los ojos a su asistente personal.
— ¿Qué estabas diciendo, Joe? —preguntó, sonriendo.

Joe miró brevemente a Demetria para reprenderla silenciosamente, como si fuera culpa de ella que el otro hombre hubiera estado mirándola tan abiertamente. Entonces continuó explicándole a su amigo sus planes. Pero tuvo que controlar con todas sus fuerzas el casi irresistible deseo que sintió de que la reunión terminara para así poder llevar de nuevo a Demetria  a su oficina. Pensó que allí por lo menos podría estar de nuevo a solas con ella. 

Consciente de que estaba siendo muy posesivo, debería haberse despreciado a sí mismo por ser tan débil, por sentir algo que sabía que no podía acarrearle otra cosa que no fuera más dolor del que ya le había acompañado durante demasiado tiempo. Pero su ego le impulsaba a no permitir que Demetria lo abandonara una segunda vez, no antes de que obtuviera alguna clase de compensación por la manera en la que ésta se había marchado aquella mañana...

Una hora después, cuando la reunión por fin hubo terminado y Joe había contestado a todas las preguntas de Hassan acerca del nuevo hotel, éste le apartó a un lado en el elegante hall del hotel.

—Joe... tengo que preguntártelo. Tu asistente personal... ¿está soltera? —quiso saber, mirando por encima de su hombro a Demetria.
Ella estaba esperando de pie pacientemente cerca de la entrada.
—No vi que llevara alianza —añadió.

Durante un momento, Joe pensó algo que le intranquilizaba mucho. Ya lo había considerado con anterioridad, desde luego, pero en aquel momento se vio forzado a hacerlo de nuevo. Se planteó si la razón por la cual Demetria se había marchado de aquella manera en Milán sería porque estaba casada. 

Tal vez aquello explicara que no le hubiera dejado ningún número de teléfono ni dirección donde poder encontrarla. Quizá se había arrepentido del adulterio que había cometido y, agobiada por el sentimiento de culpa, se había marchado a toda prisa antes de que él hubiera podido descubrir cualquier detalle personal de su vida con el que haber podido incriminarla.

Frunció el ceño y sintió como la tensión se apoderaba de su estómago.

—No —contestó, esperando fervientemente que fuera la verdad—. No está casada.
—Entonces... ¿sabes si hay algún hombre en su vida? Me refiero a si tiene alguna relación seria.

Sintiendo como le daba un vuelco el estómago, Joe mantuvo la expresión de su cara tan impasible como le fue posible.

—Creo que Demetria no se está viendo con nadie, amigo mío, pero lo que sí sé es que ella y yo tenemos... por decirlo de alguna manera... algunos negocios por resolver. ¿Responde eso a tu pregunta?

Al árabe se le quedaron los ojos como platos. Se encogió de hombros y sonrió.
— ¡Eres un enigma, amigo mío! ¡Pero no me sorprende tu interés en ella! ¿Quién podría culparte por estar con tal belleza?

Al mismo tiempo, ambos hombres dirigieron sus miradas hacia Demetria. De nuevo celoso, Joe se percató de que la delgada pero a la vez contoneada figura de ella, así como sus preciosos ojos y su oscuro y brillante pelo, estaban atrayendo otras miradas aparte de las suyas.

—Yo daría lo que fuera por estar sólo una noche con una mujer como ésa —dijo Hassan, dándole una palmadita a su amigo en la espalda—. Pero lo digo sin ánimo de ofender, amigo mío —se apresuró en añadir al darse cuenta de que el italiano había esbozado una mueca de desaprobación—. Eres un hombre con mucha, mucha suerte.

Mirando a Demetria, Joe pensó que aquello era cuestión de opinión.

—Dejando ese tema a un lado... —continuó Hassan alegremente— me gustará mucho verte esta noche en la pequeña fiesta que tan amablemente vas a celebrar en tu casa para mis socios de Riyadh y para mí. Todos tienen muchas ganas de hablar contigo acerca del increíble trabajo que realizas y, si no estoy equivocado y las cosas marchan bien, al finalizar la tarde tendrás otra valiosa comisión.

Incapaz de ignorar durante un segundo más el hambre que estaba sintiendo, y habiéndose olvidado de tomar las galletitas que se había acostumbrado a llevar en su bolso, Demi llamó con delicadeza a la puerta abierta que separaba el despacho de Joe del suyo para captar la atención de éste.
— ¿Qué ocurre?

La poca cordial respuesta de él tal vez le habría podido resultar intimidatoria si Demi no hubiera estado ya comenzando a acostumbrarse a ello. Entró en el despacho de su jefe y observó que éste estaba colocando en su enorme escritorio unos planos. Se percató de que se había aflojado la corbata y de que tenía el pelo levemente alborotado. Pensó que Joe trabajaba mucho; eran ya las dos y media de la tarde y no había indicación alguna de que fuera a parar para comer o, ni siquiera, para tomarse un café.

Frunció el ceño.
—Me estaba preguntando si podría salir para comer un sándwich. Esta mañana no he desayunado y no sé tú, pero yo tengo bastante hambre. ¿Quieres que te traiga algo a ti?

Él se quedó mirándola... durante largo rato. El silencio que se apoderó de la sala fue casi ensordecedor y ella sintió como si los pies se le hubieran quedado pegados al suelo bajo el perturbador escrutinio de Joe.

— ¿Has oído lo que te he dicho? —insistió, sintiendo como se le formaba un nudo en la garganta debido a la tensión que se había apoderado de la situación.
—Mi amigo Hassan me preguntó si estabas casada —comentó él, arrastrando las palabras. Miró de arriba abajo con sus azules ojos el cuerpo de Demi.

La sensación de hambre que había estado sintiendo ella desapareció instantáneamente. En vez de ello, un hambre de un tipo muy distinto se apoderó de su cuerpo. La lasciva mirada de Joe le hizo sentir como si éste estuviera físicamente tocándola y provocó que, invadida por el deseo, se estremeciera. Pero entonces se percató de la trascendencia de lo que había dicho su nuevo jefe y se sintió profundamente impresionada.
— ¿Estás casada, Demetria? —preguntó él.

De Secretaria A Esposa Capitulo 6




Repentinamente, sintió miedo de que Joe pudiera de alguna manera intuir lo que estaba pensando y apenas se atrevió a mirarlo a los ojos... aunque parecía que la perturbadora mirada azul de él no vacilaba al analizarla detenidamente.

—Mi amigo Hassan se ha puesto en contacto conmigo y estoy a punto de salir para encontrarme con él. Me alegra ver que llevas una chaqueta arreglada sobre tu vestido y que el largo de éste es adecuado ya que necesito que me acompañes —comentó Joe, dándole vueltas repetidamente al bolígrafo dorado que tenía en las manos. Parecía que tenía demasiada energía corriéndole por las venas como para contenerla—. 

Aunque Hassan es un saudí bastante occidentalizado, las primeras impresiones lo son todo y mi asistente personal debe reflejar la profesionalidad y la cordialidad de la que nos enorgullecemos en esta empresa.
Demi se sintió indignada al percatarse de que obviamente Joe había sentido la necesidad de enfatizar algo que ella daba por sentado... y con algo muy parecido al desprecio reflejado en la mirada.

— ¡Conozco la cultura saudí! —Contestó acaloradamente—, Una vez trabajé para una compañía petrolera en Dubai durante seis meses, ¡por lo tanto sé lo que se espera! Aparte de eso, innatamente sé cómo comportarme de manera profesional cuando se trata de relacionarme con los clientes de mi jefe. ¡No habría durado tanto en mis cargos como asistente personal si no lo hubiera sabido!
Él levantó una ceja de manera burlona.

—Estás llena de sorpresas, Demetria. Me doy cuenta de que no puedo dar nada por sentado en lo que a ti se refiere. Pero eso ya lo he sufrido en mis propias carnes... ¿no es así?

— ¿Querías algo más? —respondió ella, mordiéndose la lengua para no contestar otra cosa. Se recordó a sí misma que debía mantener el control y la calma.

Pensó que, aunque aparentemente Joe obtuviera un perverso placer al mortificarla de aquella manera, aunque creyera que ella no merecía otra cosa que su desprecio, lo que no iba a hacer era empeorar la situación cayendo en su juego.

Todavía tenían que hablar de lo más importante, de algo que estaba cerniéndose sobre su cabeza como una avalancha a la espera de causar unos resultados devastadores. Antes o después, iba a tener que reunir todo su coraje y confesarle su secreto.

—Sí —contestó él—. Tal vez quieras retocarte el maquillaje un poco y arreglarte el pelo antes de que nos marchemos. No me gustaría que esa rebelde y sedosa melena fuera a distraer a mi cliente cuando discutamos asuntos importantes.
Demi se quedó mirando a Joe con la incredulidad reflejada en la cara. Parecía que éste pensaba que ella llevaba el pelo suelto con la intención de provocar y atraer a los hombres. Comprendió que aquel atractivo italiano iba a aprovechar cada oportunidad que tuviera para denigrarla y mofarse de ella durante las siguientes dos semanas. Pero el hecho de que la atacara de manera personal le pareció demasiado. Era cierto que le era difícil controlar las rebeldes ondas de su pelo, pero siempre lo llevaba muy bien cortado en una melena a la altura de los hombros, así como limpio y brillante.

Pero desafortunadamente el comentario de él había provocado que ella recordara una mala experiencia que había tenido de niña. En ocasiones, algunos desagradables compañeros que había tenido en la escuela de gramática a la que había asistido se habían burlado de ella llamándola «pequeña gitanilla desaliñada». Y sólo lo habían hecho porque había vivido en un piso de protección oficial y no en alguna de las bonitas calles en las cuales muchos de ellos vivían en acomodadas viviendas.

Podía decirse que siempre le había acompañado la sensación de no ser suficientemente buena, sensación que había comenzado a sentir debido a su negativa experiencia en la escuela. Pero no iba a permitir que aquel arrogante y privilegiado hombre volviera a hacerle sentir de nuevo como aquella niña insegura que había sido de pequeña. No iba a permitir que el rencor que Luca sentía hacia ella hiciera aún más mella en su autoestima.

Agarró su bloc de notas con fuerza y se sentó muy erguida en la silla. Se sintió invadida por el enfado, enfado que superó al dolor que todavía sentía.

—No me parece que comentarios tales sobre mi pelo sean adecuados. ¡Y, sea cual sea el tiempo durante el cual trabaje para esta empresa, será mejor que te reserves para ti mismo la opinión que te merece mi aspecto físico! Para que lo sepas, he sido asistente personal durante casi ocho años y durante todo ese tiempo jamás nadie se ha quejado de la manera en la que me peino o de mi aspecto.
— ¡No lo dudo! —Contestó Joe—, Pero supongo que la mayoría de tus jefes han sido hombres, ¿no es así?
— ¿Qué estás sugiriendo exactamente?
Él se echó hacia delante en la lujosa silla de cuero de su escritorio.

—No necesitas que te lo explique, ¿verdad, Demetria? —Dijo, mirando a su nueva asistente personal de manera perturbadora—, ¡Por supuesto que ningún hombre heterosexual con sangre en las venas se quejaría de tu aspecto! Seguramente les pareciera un reto tener alrededor a una chica con tales... atractivos. Tras decir aquello, Luca hizo una pausa. —Doy por hecho que comprendes que lo digo como un cumplido y no como un insulto —añadió.

Demi no quería que él le hiciera cumplidos... no cuando éstos estaban impregnados de un obvio resentimiento hacia ella.
—Entonces... ¿cuándo salimos? —preguntó, levantándose.

Le sorprendió ver que Joe hizo lo mismo. De nuevo se sintió en desventaja al observar la imponente altura de éste, así como al sentir la arrogante mirada que le dirigió, mirada que seguramente estaba destinada a hacerle sentir aún más inferior.
—Mi coche estará en la puerta del edificio dentro de diez minutos —contestó él, mirándola de manera casi insolente de arriba abajo.

Aquel día ella se había puesto el vestido y la chaqueta más elegantes que tenía. Pero se percató de que Joe se habría dado cuenta de inmediato de que no eran de la misma calidad que su traje de diseño. Aunque, en realidad, la mirada de éste era perturbadora por otra razón. Fue consciente de que él conocía su cuerpo de manera íntima y se sintió muy vulnerable en su compañía.

Sintió un cosquilleo por los pechos y, tímida, se los cubrió con la chaqueta, como si el escote de su vestido fuera demasiado abierto... lo que no era el caso.
—Pues entonces será mejor que vaya a prepararme.
Justo cuando había llegado a la puerta de su despacho, Joe volvió a dirigirse a ella.
—No te hagas nada en el pelo —dijo—. He cambiado de idea. Voy a tomar los planos necesarios y nos veremos fuera.
Tras decir aquello, él tomó el teléfono y espetó una impaciente orden a la pobre y desprevenida recepcionista de la entrada principal.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 5






—No le diga que ha venido a vernos —dijo Adele—. Por favor. Quizá piense que le hemos pedido que la encuentre.
—No se preocupe, no lo haré.
Russell se levantó de la butaca.
—Pero si quiere el dinero para su fundación, tendrá que decirnos dónde está cuando la localice.
Joseph lo miró fijamente. Aquello parecía justo, pero él no podía aceptar el trato. Antes tenía que hablar con Demi y averiguar por qué se había marchado de aquella forma.
—No puedo prometerle eso. Intentaré convencerla de que salga de su escondite para que ustedes no tengan que preocuparse por ella, pero en estas circunstancias, quizá deba retirar mi petición de patrocinio.
—No, no lo haga —dijo Russell, con el fantasma de una sonrisa en los labios—, pero no puede culparme por intentar presionarlo.
Joseph sonrió también.
—No, es verdad.
—Mis contables se pondrán en contacto con usted en su oficina de Colorado dentro de unos cuantos días.
— ¿Y si Demi averigua que lo estamos ayudando con la fundación? Sabrá que tenemos relación...
Joseph ya había oído suficiente. Había aprendido que la vida podía ser corta y brutal, y no tenía tiempo para juegos.
—Miren, el bienestar de esos huérfanos es demasiado importante como para permitir que Demi interfiera con la recaudación de fondos. A menos que se haya convertido en alguien diferente a la persona que yo conocí, no querrá interferir, sea cual sea su situación personal. Y yo tengo intención de averiguar cuál es.
—Parece que está muy seguro de que lo va a conseguir —dijo Adele.
—Estoy seguro —respondió Joseph. No quería pensar en ninguna otra posibilidad.
La ha llamado Demi —dijo Adele—. ¿Ahora quiere que la llamen así?
Joseph la miró.
—No. Yo... yo la llamo así —dijo, y se dio cuenta de lo familiar que sonaba. Sus padres utilizaban el nombre completo cuando hablaban de ella.
—Ya entiendo —dijo Adele. Era evidente que lo entendía todo.
Russell carraspeó.
—No sé cuál es exactamente su relación con mi hija, y no sé si quiero saberlo —dijo—. Quizá usted la dejó plantada, o quizá no. Pero si la encuentra y puede decírnoslo, por favor, en éste número se pondrá en contacto directamente conmigo —tendió a Joseph una tarjeta.
—La encontraré.
Russell extendió la mano con una súplica en la mirada. Evidentemente, era demasiado orgulloso como para expresarla con palabras, pero estaba allí.
—Buena suerte, hijo.

Demi no se molestó en seguir el camino que discurría alrededor de la casa. Se movió entre los árboles, saludándolos como si fueran viejos amigos, mientras intentaba decidir qué iba a hacer cuando llegara a la mansión. No podía entender qué estaba haciendo allí Joseph. No se atrevía a pensar que la estuviera buscando.
Su primera visión de la casa le provocó nostalgia. La mayor parte del tiempo que había vivido allí se había sentido atrapada, pero también segura. Y la seguridad le parecía algo bueno en aquel momento.
Sin embargo, si se acercaba a la casa de sus padres y aceptaba la protección que ellos querrían darle, perdería toda la independencia que había ganado. Y la lucha ya no era sólo por sí misma. Elizabeth se merecía crecer como una niña normal, en vez de estar siempre rodeada de guardaespaldas, fuera adonde fuera.
Aun así, el atractivo del hogar era fuerte, incluso después de tanto tiempo. El olor familiar del humo le produjo una opresión en la garganta. Se imaginaba a su padre y a su madre, cada uno sentado en su butaca favorita, frente al fuego, leyendo.
Se preguntó si Joseph no estaría sentado con ellos en aquel mismo instante. ¿Sobre qué estarían hablando? Se le ocurrió una idea horrible. Si ella le hablaba a Joseph de Elizabeth y del secuestrador, era posible que él insistiera en que volviera a casa y se lo contara todo a sus padres. Si él decidía decírselo, ella no podría impedirlo.
Y con la libertad de Elizabeth en juego, quizá no debiera contarle demasiadas cosas a Joseph antes de estar segura de que éste no iría corriendo a darles aquella información a sus padres. Demi no creía que fuera capaz de traicionarla, pero no podía estar segura. Después de todo, esa noche, Joseph estaba en Lovato Hall.
Necesitaba un plan.
El taxi en el que había ido Joseph estaba vacío en la carretera hacia la casa. El conductor estaba paseando cerca, fumando un cigarro. Volvió al taxi para apagarlo en el cenicero, lo cual era todo un detalle, pensó Demi. A Herb, el jardinero, le daría un ataque si encontrara una colilla tirada en el césped que mantenía aterciopelado.
Después, el conductor se alejó del coche de nuevo y fue hasta el promontorio que descendía hacia el río. En aquel momento, aparecieron las luces de una barcaza sobre el agua y se oyó el retumbar de unos motores. El conductor se quedó inmóvil, de espaldas a ella, con las manos en los bolsillos, mientras miraba el barco aproximarse.
A Demi se le aceleró el pulso al darse cuenta de que tenía una buena oportunidad. Joseph había ido hasta allí en el asiento delantero, junto al taxista, y sin duda, haría el viaje de vuelta en el mismo asiento. Mientras el conductor observaba cómo pasaba la barcaza, ella podría esconderse en el suelo del asiento trasero. El ruido del motor del coche amortiguaría el sonido que haría la puerta del taxi al abrirse y cerrarse.
A menos que Joseph saliera en el momento exacto en el que ella se metía en el vehículo, podría ir en el mismo coche que él hasta su hotel. Cuando llegaran, se dejaría ver. Ojalá el taxista no padeciera del corazón.
Corrió hacia el taxi, abrió una de las puertas traseras y se agachó en el suelo del vehículo. Después cerró de nuevo, tan silenciosamente como pudo. El conductor continuaba mirando la barcaza que seguía el curso del río hacia el mar. Posiblemente, pensaba que no necesitaba vigilar el taxi estando entre los muros de Lovato Hall.
Ella se tumbó y se quedó inmóvil en el suelo, con la cabeza apoyada en la mochila. Se obligó a relajarse y a controlar la respiración, inhalando profunda y lentamente, pero estuvo a punto de ahogarse con el olor a tabaco que emanaba de la moqueta.
«Hago esto por Elizabeth», se dijo. Gradualmente, se acostumbró al repugnante olor. El bienestar de Elizabeth merecía cualquier sacrificio.
Pese a aquella incómoda postura, consiguió relajarse. En ese momento, oyó la puerta principal de la casa, que se abría y se cerraba, y de repente, comenzó a respirar con dificultad. Joseph se estaba acercando.
— ¿Ya ha terminado? —dijo el taxista.
—Sí, ya podemos marcharnos —respondió Joseph.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 4





En aquel momento llegó Barclay con el whisky de Joseph una bandeja de sandwiches y dos vasos de agua mineral para Adele y Russell.

—Por todos los esfuerzos que ha hecho para ayudar a los refugiados —dijo Russell mientras alzaba su vaso hacia Joseph. Tomó un trago y se sentó—. Bueno, ¿por qué no nos cuenta lo que ha pensado?
—Encantado.
Joseph era apasionado y completamente sincero en su dedicación a la fundación para los huérfanos de la guerra, pero la había usado sin remordimientos para entrar en Lovato Hall. Tenía planeado mencionar a Demi, cuando hubiera hablado de la fundación. Sin embargo, en aquel momento se concentró en Russell Lovato y le explicó sus planes con todo detalle. La fundación supervisaría el bienestar y la posible adopción de los niños huérfanos que él acababa de dejar. Joseph tenía varios patrocinadores en mente para el proyecto.
Si Demi todavía viviera en su apartamento, tal y como él había pensado cuando la había llamado desde Londres, él no habría puesto a Lovato en la lista para no arriesgarse a causarle problemas a ella. Pero el número estaba dado de baja y no había ni rastro de Demi.
Tanto Russell como Adele ardían de impaciencia por conocer los detalles de su plan, y él se dio cuenta de que conseguir su apoyo para la fundación era pan comido. Eso lo satisfizo, pero no era lo más importante de aquella conversación.

—Será un honor para el Lovato Publishing Group formar parte del proyecto —dijo Russell cuando Joseph terminó—. Hablaré con mis contables mañana por la mañana y veré qué porcentaje de tu presupuesto podemos cubrir. Tus ideas están bien maduradas.
—Gracias —respondió Joseph con una sonrisa—. Lo he pensado mucho. Y tengo a mi lado a gente excelente que me ayudará a dirigir el programa.
Russell asintió y se apoyó en el respaldo de la butaca.
—¿Has pensado en hablar con otros patrocinadores sobre esto mientras estás en Nueva York?
—Sí. Pero antes quería venir a hablar con usted.
—Estoy seguro de que conseguirás el patrocinio que necesitas, pero debería advertirte de que no todo el mundo es tan liberal como yo. Quizá debieras afeitarte.
—Posiblemente lo haga.
Dejarse barba había sido una cuestión práctica. El agua caliente y el jabón no abundaban, y el viento frío le cortaba la piel de la cara. Además, de esa manera se mezclaba mejor con los refugiados, y después de unos meses, la barba le resultaba algo natural. Y de vuelta a Estados Unidos, verse en el espejo todos los días serviría para recordarle su misión. Sin embargo, Russell tenía razón.
—A mí me gusta su barba —dijo Adele.
—Sí, pero tú no eres un hombre de negocios conservador, Adele —respondió Russell—. Algunos de esos tipos desconfían en cuanto ven demasiado vello facial. Un bigote no tiene importancia, pero la barba despierta ideas sobre radicales y hippies, y eso podría afectar negativamente a los esfuerzos de Joseph para conseguir que suelten el dinero.

—Lo entiendo —dijo Joseph—. Además, es posible que a mi secretaria le diera un ataque al corazón si yo entrara a mi oficina con Éste aspecto.
—Se dedica a la venta de terrenos en Colorado, ¿verdad? —preguntó Russell.
—Exactamente —respondió Joseph. En aquello, vio una posible vía hacia lo que le interesaba—. ¿Han estado alguna vez allí?
—No, nunca. Lo he sobrevolado muchas veces, pero nunca he parado. Tengo entendido que es muy bonito.
—Sí, efectivamente —dijo Joseph, y creyó ver un brillo de emoción en aquellos ojos marrones. Adele bajó la vista y apretó los dedos sobre su regazo. Joseph esperó por si alguno de los dos mencionaba que una hija suya vivía en Colorado, pero ninguno de los dos lo hizo. Tendría que ser él quien sacara el tema.

Se le aceleró el pulso, porque sabía que aquél era, sin duda, un asunto delicado, pero no tenía intención de marcharse de allí sin mencionarlo.
—A menos que me equivoque, su hija Demi vivió en Aspen durante una temporada.
El ambiente de la habitación cambió al instante. La camaradería desapareció, y Adele y Russell se pusieron tensos y se miraron con inseguridad. Finalmente, Adele asintió casi imperceptiblemente y dejó que su marido manejara la conversación.
—¿Y cómo es que usted conoce ese detalle? —preguntó Russell en tono de autoridad.
—La conozco.
Los dos lo miraron en completo silencio.
Joseph continuó.
—Pero he perdido el contacto con ella. La llamé desde Londres y me enteré de que su número está dado de baja. Pensé que ustedes podrían decirme cómo localizarla —terminó mirando a Lovato a los ojos.
Russell no había hecho el menor movimiento, pero de alguna manera, su aspecto era más imponente. El magnate de la prensa había reemplazado al afable benefactor.
— ¿Cómo la conoció?
—Me salvó la vida.
Adele dio un respingo de asombro.
— ¿Y cómo? —preguntó Russell.
Joseph se había preguntado si  Demi les habría mencionado aquel incidente a sus padres.
—No sé si alguna vez les ha contado que ayudó a cuatro vaqueros que habían decidido ir a esquiar sin tener idea de dónde se metían —explicó.
—No, no nos ha contado nada —respondió Russell sin apartar su mirada penetrante de Joseph.
—Nosotros... Es una persona muy independiente —dijo Adele mientras movía los dedos nerviosamente—. No nos cuenta todo lo que hace.
—Eso es un eufemismo —ladró Russell—. Entonces ¿qué ocurrió en Colorado?

—Bueno, unos amigos y yo fuimos a esquiar y nos alojamos en un hotel en el que ella trabajaba de recepcionista. Supongo que se imaginó que éramos principiantes y que podíamos meternos en líos, así que se ofreció a acompañarnos y ayudarnos. Por desgracia, no hicimos caso de sus advertencias y sufrimos una avalancha. Yo quedé totalmente enterrado y ella averiguó dónde estaba y les dijo a mis amigos cómo desenterrarme. Si Demi no hubiera estado allí, posiblemente yo no hubiera sobrevivido.
Adele se hundió en la silla, pálida.

—Una avalancha... —dijo a Russell—. También ella podría haber muerto, Russ.
— ¡Claro que sí! Pero Demi cree que lo sabe todo, así que ¿qué podemos hacer nosotros? —preguntó, con la voz temblorosa de dolor y frustración.

Joseph sólo había escuchado la versión de Demi de su difícil relación con sus padres y por supuesto, la había apoyado en su búsqueda de independencia. Pero la tensión que estaban sufriendo éstos por su marcha hizo que sintiera solidaridad con el matrimonio. Demi era su única hija y los dos estaban frenéticos de preocupación porque ya no podían cuidarla.
— ¿Está en Aspen todavía? —preguntó. Russell perdió lo que le quedaba de compostura.
— ¡No sabemos dónde demonios está! No...
—Russell —intervino Adele con una autoridad tranquila, y detuvo su explosión inmediatamente—. Demi nos llama —continuó, erguida y lanzándole a su marido una mirada de advertencia—. Se pone en contacto con nosotros cada dos semanas, más o menos, y nos informa de lo que está haciendo. Hace unos seis meses decidió viajar un poco por el país para conocerlo.
Joseph sintió un escalofrío. Algo de aquello no encajaba con la Demi que él conocía. Era una persona que echaba raíces, no una nómada. Le encantaba vivir en Aspen y le había dicho que aquél era el lugar perfecto para empezar sus estudios de hierbas y plantas medicinales.
— ¿Y adonde ha viajado? —preguntó él, intentando no dejar traslucir el pánico que sentía.
—Dios sabe. ¡Se está comportando como una vagabunda! —dijo Russell, y lanzó una mirada beligerante a su esposa.
Esta respondió con voz baja y bien modulada.
—Russell, no conocemos bien a Éste joven. Creo que quizá deberías...
—¡Creo que debería pensarme mejor lo de apoyar su fundación, eso es lo que creo! —Dijo Russell, y se volvió hacia Joseph—. Dígame, Jonas, ¿cómo sabía que Demi es hija nuestra? Si recuerdo bien, ella quería pasar desapercibida y vivir una vida normal. No tenía intención de decirle a nadie que era hija nuestra. ¿Cómo lo supo usted?
—Ella me lo contó —dijo Joseph. Sentía una opresión en el pecho debido a su preocupación por Demi —. Después de la avalancha nos hicimos amigos —era todo lo que se atrevía a admitir en aquel ambiente tan cargado—. No creo que se lo dijera a nadie más, pero a mí sí me lo contó. Ahora que he vuelto al país quería... saludarla —sí, claro. Saludarla y, después, besarla hasta dejarla sin sentido.
Adele lo miró con los ojos entrecerrados.
— ¿Tuvo usted una relación muy íntima con nuestra hija, señor Jonas?
— ¿Qué pregunta es ésa, Adele? —Intervino Russell—. Éste hombre ha dicho que eran amigos. No empieces a buscarle tres pies al gato.
Adele no hizo caso a su marido y siguió observando a Joseph con perspicacia.
—Ella nunca ha mencionado que tuviera una relación con nadie —dijo—, pero yo sabía que tendría que ocurrir tarde o temprano. Es una chica muy guapa.
A Joseph se le había secado la garganta.
—Sí.
—No confiaba en demasiada gente —continuó Adele—. Si confió en usted lo suficiente como para decirle quién es, entonces sospecho que eran algo más que amigos.
Joseph había tenido la esperanza de no tener que concretar tanto, pero no iba a mentirles a los padres de Demi.
—Somos más que amigos —dijo él.
— ¡Ah, magnífico! —Bramó Russell—. ¿Me está queriendo decir que dejó a mi hija plantada y se fue a otro país a ayudar a unos extraños?
—Yo... Sí, señor. Me temo que eso es exactamente lo que hice. Y me gustaría compensarla por ello.
—Antes tendrá que encontrarla.
Joseph tenía intención de hacerlo. Al menos, no parecía que Demi hubiera encontrado a otro tipo.
— ¿Por casualidad recuerdan dónde estaba la última vez que los llamó?
Adele se desmoronó.
—No quiso decírnoslo —respondió con voz temblorosa.
— ¿Qué les contó?
—Sólo que estaba viviendo una gran aventura, y que nos lo contaría más tarde.
— ¿Qué? —preguntó Joseph, sin dar crédito.
—Llamó desde una cabina —dijo Adele—, y colgó antes de que pudiéramos...
— ¡Esto es increíble! — Joseph estaba tan agitado que se puso en pie—. ¡Sé que quiere vivir su propia vida, pero me parece absurdo que no quiera decirles dónde está!
—Yo tenía la intención de contratar a un detective privado para que la siguiera, pero Adele no me lo ha permitido. Dice que si lo hacemos, es probable que la perdamos para siempre.
— ¡Al menos, ahora llama! —Adele también se puso en pie—. ¡Si cometes una torpeza, es muy posible que deje de hacerlo!
—Entonces supongo que tendremos que encontrarla —dijo Joseph.
Y sería mejor que Demi tuviera una buena explicación para su comportamiento. Quizá sus padres fueran demasiado protectores, pero era evidente que la querían y se merecían que los tratara mejor. O estaba ocurriendo algo malo o su querida Demi e había convertido en una desconsiderada.