miércoles, 19 de diciembre de 2012

Un Refugio Para El Amor Capitulo 3






Joseph Jonas se había preparado para el derroche de riqueza, pero aun así, se quedó anonadado cuando el taxi se detuvo frente a la mansión colonial inundada de luz. El exterior era del color del trigo maduro y parecía que alguien acabara de pintar las molduras de color marfil aquella misma mañana.

Demi había vivido allí. Pensar aquello le produjo un efecto revitalizador y se sobrepuso a la fatiga del vuelo trasatlántico. Seguramente, sus padres podrían decirle dónde encontrarla.

El camino circular los había llevado hasta una elegante entrada, pero el atractivo mayor de la casa eran las vistas que tenía desde la parte posterior, donde el terreno descendía suavemente hacia el Hudson. Por el camino, Joseph había alcanzado a ver el majestuoso río entre los árboles varias veces, y el conductor le había señalado con entusiasmo una barcaza que se deslizaba sobre el agua, iluminada como un árbol de Navidad, con el sonido de los motores retumbando en el aire de la noche.

Con su instinto de agente inmobiliario, Joseph calculó rápidamente lo que debía de valer la casa, sin tener en consideración siquiera el valor del terreno que la rodeaba. Incluso en la oscuridad, se apreciaba que los jardines eran enormes y estaban bien cuidados. El negocio de la prensa le había ido muy bien a Russell P. Franklin.
—Bonito sitio —dijo el taxista, y apagó el motor.
—No está mal —convino Joseph.
Pero, por muy impresionante que fuera la casa, él no querría vivir allí. Tampoco podía imaginarse a Demi, un espíritu libre, obligada a pasar la infancia tras aquellas puertas cerradas. Estaba comenzando a entender la soledad que habría sentido al ser hija única en Franklin Hall.
Cuando abrió la puerta del taxi, percibió el agradable olor de la chimenea. Eso lo animó, aunque dudaba que el salón de aquella mansión fuera tan acogedor como el del Rocking D. Sin embargo, en aquel momento no necesitaba un lugar acogedor. Necesitaba información. Esperaba con todas sus fuerzas que los padres de Demi pudieran dársela.
Se volvió hacia el taxista.
—Mire, no sé cuánto voy a tardar, así que será mejor que espere en la casa, donde podrá estar más cómodo y caliente.
—No, gracias. Prefiero estirar las piernas y fumarme un cigarrillo, si a usted no le importa. Estaré preparado para cuando quiera marcharse.
—De acuerdo — Joseph se sentía demasiado impaciente como para discutir—. Llame a la puerta si cambia de opinión —dijo.
Dejó la mochila en el asiento trasero, salió del vehículo y subió las escaleras de la puerta principal. Levantó la aldaba de bronce y llamó dos veces.
Casi inmediatamente, Barclay, el mayordomo inglés de la familia, abrió la puerta y lo informó de que el señor y la señora Franklin estaban en la biblioteca. Después, lo condujo amablemente hacia la sala.
Mientras atravesaba las lujosas estancias de la mansión siguiendo al mayordomo, Joseph no pudo evitar pensar en Demi. La última imagen que tenía de ella lo torturaba. Sus largos rizos rojizos revueltos, después de hacer el amor, y los ojos marrones llenos de lágrimas de ira. « ¿No me quieres lo suficiente?», le había preguntado sollozando.

Él se había marchado sin responder, lo cual constituía una contestación más que efectiva. Después de cerrar la puerta tras él, Joseph había oído que un objeto golpeaba el panel de madera y se hacía añicos en el suelo.

Para Demi, el amor significaba el matrimonio y tener hijos. Y él no estaba dispuesto a darle ninguna de las dos cosas porque pensaba que sería un desastre en ambas. Y todavía lo pensaba, pero Demi lo había obsesionado durante todo el tiempo que había pasado en el extranjero. Otra trabajadora de los campos de refugiados, una chica muy dulce, le había propuesto acostarse con ella y él había aceptado alegremente, pero para disgusto suyo, había descubierto que no podía hacer el amor con nadie salvo con Demi.

Finalmente, había tenido que aceptar la verdad. Durante el año que había pasado viendo a Demi, mientras creía que estaba protegiendo su corazón, ella había conseguido traspasar las barreras y se había instalado como un huésped permanente. Él podía pasar solo el resto de su vida, o podía intentar superar sus miedos y darle a Demi lo que quería.
Aunque era arriesgado estar con él, Demi había estado dispuesta a darle una oportunidad. Y Joseph se preguntaba si todavía lo estaría. En el campamento de refugiados, había conocido a gente a la que había separado a la fuerza de sus seres queridos, y tenían que conseguir desde cero, el más mínimo contacto humano. Después de presenciar aquello, el hecho de haberse separado de Demi le parecía un capricho estúpido de su ego. Le habían ofrecido mucho y él lo había despreciado tontamente.

La idea de tener hijos lo asustaba, pero quizá, con el tiempo, también pudiera acostumbrarse a eso. Si quería crear un programa de adopción para huérfanos de guerra, sería un hipócrita si no sopesara esa posibilidad para sí mismo.
Pero primero, debía encontrar a Demi, y no tenía ni la más mínima idea de dónde podía estar. Durante diecisiete meses, se la había imaginado en su pequeño apartamento de Aspen. Sin embargo, no la había encontrado allí, y eso lo había vuelto loco.
El mayordomo se detuvo en la entrada de la biblioteca para anunciarlo y Joseph estaba tan absorto en sus pensamientos, que estuvo a punto de chocarse con él.
—El señor Joseph Jonas, señor —dijo el mayordomo.
—Hágalo pasar, Barclay —dijo una voz profunda desde el interior de la sala.
El mayordomo se apartó y Joseph intentó controlar su ansiedad mientras entraba. Esa gente podía conducirlo a Demi.
Russell D. Lovato, un hombre robusto de pelo plateado, se levantó de su butaca de cuero y se acercó a él con la mano extendida. La señora Russell P. continuó sentada frente a la chimenea. Se parecía mucho a Demi. Adele Lovato sonrió para saludarlo, pero al mismo tiempo lo escrutó minuciosamente. Y bajo su mirada, Joseph recordó lo descuidado que era su aspecto en comparación con el de sus anfitriones. Sin duda, los jerséis y los pantalones que vestían eran ropa informal, pero seguramente costarían el triple de lo que él se gastaría en su habitación de hotel aquella noche. 
Afortunadamente, ni Adele ni Russell sabían que él tenía intenciones con respecto a su única hija, porque de lo contrario, probablemente lo echarían de allí.
—Me alegro de que haya pasado por aquí, Jonas —dijo Russell mientras le estrechaba la mano con firmeza y calidez—. Acérquese al fuego. ¿Qué quiere tomar? ¿Una copa, algo de comer?
—Un whisky sería estupendo —respondió Joseph.
En realidad, no tenía ganas de tomar una copa, pero había sido agente inmobiliario el tiempo suficiente como para conocer el valor de aceptar la hospitalidad de alguien si se quería conseguir una venta. Y aquello era, posiblemente, la venta más importante de su vida. Hubiera preferido una cerveza, pero  Lovato Hall no parecía una casa donde fueran muy aficionados a semejante bebida.
—Bien —respondió Russell, satisfecho, mientras le hacía un gesto al mayordomo—. Y por favor, Barclay, dígale a la cocinera que prepare unos sandwiches —añadió—. Éste hombre se ha estado alimentando de comida de avión.
La comida del avión era un lujo comparada con lo que tenían que comer los refugiados, pensó Joseph. Pero ése no era el momento de decir aquello.
—Disculpen mi aspecto —dijo mientras se acariciaba la barba—. Vengo directamente del aeropuerto.
—No hay necesidad de que se disculpe —respondió Russell—. Un hombre que se involucra en una causa como la suya no tiene tiempo para preocuparse de las apariencias.
—Es verdad que a uno le cambian las prioridades —dijo Joseph, y se sentó en un sillón frente a la chimenea, rodeada de estanterías llenas de libros.
Tanto Adele como Russell tenían un libro en la mesa que había a su lado con un marcapáginas insertado. Entonces Joseph se dio cuenta de que no había televisión en la estancia. Al parecer los Lovato creían que era posible pasar una velada leyendo.
Adele se inclinó hacia delante.
—Es usted un filántropo, señor Jonas. El resto de nosotros nos contentamos con enviar algo de dinero para ayudar a esa pobre gente, pero usted ha invertido algo mucho más valioso: a sí mismo. Lo admiro.
Su voz lo sobresaltó. Era la voz de Demi. Tuvo ganas de cerrar los ojos y disfrutar de aquel sonido.
—Yo no lo veo exactamente así, señora Lovato—dijo él—. Sencillamente, tenía que ir —explicó.
Y no sólo para escapar de sus demonios, los relacionados con Demi. Ése era otro de los asuntos que tenía que tratar con su amante. Si Demi Lovato se había enterado de lo que él había estado haciendo en el campo de refugiados, posiblemente habría pensado que era una forma de escapar de ella. Sin embargo, su decisión de ayudar en un país devastado por la guerra era algo mucho más complejo.
—Llámeme Adele, por favor —dijo la madre de Demi con una sonrisa cálida.
Tenía los ojos grises, no marrones como los de su hija, pero le recordaba tanto a ésta, que no podía dejar de mirarla. Ella entrelazó los dedos en el regazo de la misma manera que lo hacía Demi y cuando hablaba, fruncía ligeramente el ceño, como si estuviera pensando cuidadosamente lo que iba a decir. Él adoraba aquel gesto de Demi—Claro —dijo Russell—. Dejemos las formalidades.

martes, 18 de diciembre de 2012

Un Refugio para El Amor Capitulo 2





—Será mejor que tenga dinero —farfulló el taxista mientras comenzaba a seguir al taxi de Joseph—. Espero que no sea una loca que ha visto demasiadas películas de James Bond, o la llevaré directamente a la comisaría más próxima y la entregaré a la policía.

—Tengo dinero —respondió Demi entre dientes mientras observaba cómo se acercaban ligeramente al otro taxi—. Por favor, no lo pierda. Es ese taxi que tiene un arañazo en el maletero. ¿Lo ve? Está cambiando de carril.
—Ya veo que ha cambiado de carril, señora. No empecé a conducir ayer. ¿Sabe al menos quién va en ese taxi?
—Sí.
—Sí, claro. Probablemente, se cree que es Elvis.
—Sé quién va en ese taxi. Necesito hablar con él.
— ¿Por qué? ¿Quién es?
Muchas veces, de niña, Demi había observado cómo su madre se enfrentaba a las preguntas que no quería responder. Erguía la espina dorsal y hablaba con autoridad, como si hubiera nacido para ello. Demi nunca había probado aquella técnica, pero decidió intentarlo.
Se puso muy derecha, alzó la barbilla y dijo:
—Creo que eso no es de su incumbencia.
Sin embargo, el esfuerzo no le sirvió de nada.
—¡Por supuesto que lo es! ¡La estoy llevando en mi taxi! Y le agradecería que no usara ese tono de superioridad, a menos que esté a punto de decirme que es usted prima hermana de los Rockefeller, cosa que dudo mucho.

«Cerca», pensó Demi pero no lo dijo. Parecía una vagabunda, y quizá el éxito de su madre a la hora de esquivar preguntas impertinentes no sólo tuviera que ver con su tono de voz, sino también con su ropa elegante y la posición que ocupaba en la sociedad. En el fondo, Demi pensaba que aunque su madre fuera vestida con harapos, sería capaz de conseguir que la gente hiciera su voluntad. Había mantenido a su hija y a su marido a raya durante muchos años.

Suspiró. Necesitaba darle una explicación al taxista del motivo por el que estaban siguiendo a otro taxi... si quería evitar que la dejara en la cuneta.
—El hombre que va en ese taxi es mi ex novio —dijo—. He cambiado desde la última vez que nos vimos y no me ha reconocido, pero necesito hablar con él.
—Quizá él no quiera hablar con usted.
—Quizá no —reconoció ella—, pero tengo algo que decirle, algo que debe saber.
—Ah, vaya, ya sé a qué se refiere. A unas pataditas en la barriga, ¿no?
Demi no pudo responder otra cosa que la verdad.
—Más o menos.
—Pobre desgraciado. Pero el que la hace, la paga. ¿Tiene idea de adonde va ese tipo?
—Supongo que a un hotel.
El taxista suspiró.
—Muy bien. Lo alcanzaré.
—Gracias —respondió Demi.
Se apoyó en el respaldo del asiento mientras se acercaban a los rascacielos brillantes de Manhattan. Por costumbre, fijó la vista en la Franklin Publishing Tower, que resplandecía entre el cielo y la tierra como una de las gargantillas de diamantes de su madre.

Últimamente, sólo tenía conversaciones breves con sus padres. Los llamaba cada dos semanas. Ellos pensaban que estaba viajando para conocer el país. De todas formas, no había tenido ninguna conversación sobre algo importante con ellos durante los últimos años, y no los había visto desde que se había marchado de casa.

No aprobaban su decisión de abandonar su mundo e intentar crear su propia vida, y su actitud hacia ella había sido muy seca desde que Demi se había ido a Colorado. Su situación en aquel momento, con una niña nacida fuera del matrimonio y perseguida por un posible secuestrador, sólo serviría para confirmar lo que ellos pensaban: que por sí misma, no conseguiría otra cosa que meterse en líos. Demi no quería darles la oportunidad de que le dijeran que ya se lo habían advertido.
El taxista la miró por el espejo retrovisor.
—Parece que ese tipo no va al centro, como pensaba usted —le dijo—. Parece que se dirigen hacia Hudson Parkway. ¿Quiere que continúe siguiéndolo?
—Sí —respondió ella. Sin embargo, aquel camino la estaba poniendo nerviosa. Lo conocía muy bien. Pero era sólo una coincidencia que la primera vez que ponía los pies en Nueva York desde que había salido de la finca de sus padres, Joseph la condujera hacia Hudson Valley, directamente hacia Franklin Hall.
—Como ya le he dicho, espero que tenga dinero —dijo el conductor—. Me parece que ese tipo se dirige a Vermont. ¿De veras quiere que continuemos?
—Sí, por favor.
Mientras dejaban atrás Manhattan, ella apenas podía creer la dirección que estaban tomando. Habían pasado Hudson Parkway y habían comenzado a seguir un camino que era muy familiar para ella, junto al río. Si continuaban así, llegarían a las mismas puertas de la finca de sus padres. Cuando por fin llegaron a pocos metros de Lovato Hall, Demi no podía dejar de preguntarse por qué motivo habría ido allí Joseph.
—Por favor, pare bajo aquel árbol —le pidió al taxista—. Voy a bajarme aquí.
— ¿Qué va a hacer? —Le preguntó él, en un tono de desconfianza—. No puedo dejarla aquí, en la oscuridad. Y usted no puede seguir a ese tipo ahí dentro. Tienen una puerta automática y probablemente, habrá perros doberman corriendo por ahí. No debería haberla traído. ¿Es usted una psicópata o algo por el estilo?
Demi estaba temblando con la inyección de adrenalina que había supuesto acercarse de nuevo a Franklin Hall, pero intentó mantener la calma.
—Puedo entrar a la casa —respondió—. Yo vivía aquí y conozco el código de la puerta.
—¡Y un cuerno!
—Mire, se lo demostraré. Déjeme pagarle lo que le debo, primero —dijo. Miró al taxímetro y le dio unos cuantos billetes al hombre, además de una generosa propina.
Él no se quedó muy contento, de todas formas, al ver el dinero.
—Permítame que la lleve de vuelta a Manhattan, ¿de acuerdo? Ni siquiera se lo cobraré. Pero no puedo dejar a una mujer en medio de una carretera perdida como ésta. Si leyera en el periódico que le ha ocurrido algo, jamás me lo perdonaría.
Demi observó cómo las luces traseras del otro taxi desaparecían por el camino que conducía hacia la puerta de la casa.
—Está bien, acérquese ahora a la puerta. Le demostraré que puedo abrirla.
—Yo la acercaré, pero usted no podrá abrir. Conozco al tipo de gente que vive en esta zona, en una finca de esta clase, y usted no es de esas personas.
—A veces, las apariencias engañan —dijo ella, y abrió la puerta del taxi—. Puede quedarse aquí hasta que yo abra la verja, y después vuélvase a la ciudad. De ese modo, sabrá que estoy a salvo.
—¿Y si la atacan los perros?
—No hay perros. Al menos, no los había la última vez que estuve aquí — Demi salió del taxi y se colgó la mochila del hombro—. Gracias por traerme hasta aquí —dijo, y cerró la puerta.
Él bajó la ventanilla y sacó la cabeza.
—Demuéstreme que sabe abrir la puerta. Cuando veamos que no puede, la llevaré de vuelta a Nueva York. No haré preguntas, de veras.
Ella se volvió y sonrió.
—Gracias. Es usted muy amable, pero no será necesario —respondió Demi.
Aún no estaba segura de lo que iba a hacer cuando estuviera dentro de la finca, pero aquél era su primer paso. Recordó el código en cuanto se vio frente al teclado numérico y apretó las cifras sin titubear. Las puertas se abrieron lentamente.
—Vaya, demonios —dijo el taxista, atónito—. ¿Quién es usted?
—Eso no tiene importancia — Demi le sonrió de nuevo—. Adiós.
—Esto sí que se lo voy a contar a los chicos.
Ella se estremeció.
—Por favor, no. No se lo cuente a nadie —rogó. Demi no sabía si el hombre que la estaba siguiendo estaba cerca en aquel momento.
—Mire, si la policía me interroga porque ocurra algo malo, entonces...
—No tendrán que interrogarlo. Por favor, le suplico que no cuente nada a los demás taxistas. ¿Podría prometérmelo?
—Sí, se lo prometo. Será mejor que entre. Las puertas vuelven a cerrarse.
—De acuerdo. Adiós.
—Cuídese.
Ella se dio la vuelta y atravesó la puerta antes de que se cerraran de nuevo con un sonido metálico que le recordaba una sensación de claustrofobia muy familiar. Una vez más, estaba prisionera en Lovato Hall.

Un Refugio para el Amor Capitulo 1





Demi Lovato notó un hormigueo de ansiedad en el estómago mientras esperaba en JFK el vuelo de las cinco y cuarenta y cinco procedente de Londres. Después de diecisiete meses separados, debía reencontrarse con Joseph Jonas, el hombre al que había querido y al que todavía quería, disfrazada de vagabunda. Después tenía que hablarle de Elizabeth, la niña que él no sabía que había concebido, el bebé al que ella había dejado en Colorado para garantizar su seguridad.

La embarazosa verdad era que alguien la perseguía desde hacía meses. Pensaba en ello, como si hubiera contraído una enfermedad mortal, que ya no le permitiera seguir siendo madre. En su infancia y adolescencia, se había sentido ahogada por los intentos de su padre millonario de protegerla de posibles secuestros. Se había marchado de casa y había desdeñado una vida de coches blindados y guardaespaldas, insistiendo en que podía vivir tranquila y anónimamente sin todo aquello. El hecho de haberse equivocado la enfurecía.

A unos metros, una mujer estaba arrullando a un bebé. Demi sentía un profundo dolor cada vez que veía a una madre con su hijo. Por su propio bien, no debería mirarlos, pero no podía dejar de torturarse. Aquél bebé debía de tener unos ocho meses, como Elizabeth, a juzgar por el trajecito que llevaba. Demi no podía imaginarse que su propia hija tuviera aquel tamaño. Cuando la había dejado en el rancho Rocking D, Elizabeth era diminuta, sólo tenía dos meses. Demi no había pensado nunca que su separación pudiera durar tanto tiempo. Por suerte, Joseph había vuelto, y eso significaba que ella podría ver pronto a su bebé.
Demi hizo todo lo posible por mitigar 
su dolor. Se concentró en el hecho de que al menos, Elizabeth estaba a salvo. Ella sabía que podía contar con que sus amigos Sebastian, Travis y Boone protegieran a la niña hasta que Nat volviera y entre todos, decidieran lo que debían hacer. ida de la aduana. A Demi se le aceleró el pulso al pensar en el encuentro que se avecinaba. Todavía no había decidido cómo iba a acercarse a él. Pensar en Joseph Jonas le provocaba tantas emociones que apenas sabía cómo controlarlas.
Uno de esos sentimientos era la ira. Se había enamorado locamente de aquel hombre, pero durante el año que había durado su relación, él había insistido en que la mantuvieran en secreto. Sólo su secretaria, Bonnie, la mujer que encarnaba el significado de la palabra discreción, sabía que Joseph y ella habían estado juntos.

Demi debería haberse dado cuenta de lo que indicaba aquel deseo de mantener las cosas en secreto, pero el amor era ciego y había aceptado la explicación de Joseph de que sus amigos eran unos entrometidos y que él no quería ninguna interferencia en su relación hasta que los dos supieran adonde iba. Él sabía perfectamente adonde iban las cosas, pensó Demi amargamente. A ninguna parte.
Ojalá pudiera odiarlo por aquello. Lo había intentado con todas sus fuerzas. En vez de eso, no podía dejar de rememorar la noche en que habían roto. «No debería haber permitido que perdieras el tiempo conmigo. No merecía la pena».

Después, Joseph la había dejado, había abandonado su negocio inmobiliario y a sus amigos para marcharse a un país diminuto, asediado por la guerra, a trabajar de voluntario en los campos de refugiados. Además de todas las cosas que sentía hacia Joseph, Demi tenía que lidiar con la culpabilidad. Si ella no lo hubiera presionado para que terminaran con el secreto de aquella relación y se casaran, él no se habría marchado del país. Se habría quedado en Colorado, con ella.

Sin embargo, Joseph se había visto impulsado a escapar y se había marchado a un lugar donde reinaba la violencia, y donde el frente de batalla cambiaba día a día. Había pasado diecisiete meses en peligro, y si lo hubieran herido o incluso matado, ella habría tenido que cargar con la culpa.

Además, también se culpaba por haber tenido a la niña: él le había dicho que no quería hijos. Ella necesitaba contarle que tenían una hija, por si acaso quien la estaba siguiendo con el claro propósito de secuestrarla conseguía salirse con la suya. Pero antes de decirle nada de aquello, tendría que convencerlo de quién era. La peluca oscura, la ropa enorme y las gafas gruesas no le resultarían familiares a Joseph. Y una vez que él hubiera averiguado que esa vagabunda era ella, ¿qué le diría en primer lugar?

«Joseph, tenemos una hija. Se llama Elizabeth». Demasiado brusco. Un hombre que había dicho que no quería tener hijos, seguramente, necesitaba más preparación antes de recibir aquella noticia. «Joseph, voy disfrazada de vagabunda porque me persigue un secuestrador». Demasiado, demasiado pronto. Él acababa de volver de esquivar balas. Se merecía un poco de paz y tranquilidad antes de que ella le contara todo aquello, además de decirle que tenía que proteger a Elizabeth, quisiera o no.
A Demi se le encogió el estómago.

Un hombre alto, con barba y pelo largo, apareció entre la riada de pasajeros. Llevaba una chaqueta de cuero gastada, pantalones vaqueros y botas. Del hombro le colgaba una mochila muy parecida a la que llevaba ella misma. Demi lo observó mientras se movía entre la multitud con un paso muy familiar. La forma de andar de Joseph.

Miró con detenimiento su rostro, su barba castaña, y se le aceleró el corazón. La boca. Ella había pasado horas admirando aquella boca finamente cincelada, clásica como las bocas de las esculturas de Rodin que su padre atesoraba. Había pasado horas besando aquella boca y disfrutando de sus besos. Era Joseph. Pese a la ira y la culpabilidad, Demi sintió que la alegría más pura recorría sus venas al verlo. Joseph. Estaba allí. Estaba bien.
De repente, todo lo que había pensado y decidido pasó a un segundo plano. Tenía que llegar a él, abrazarlo y dar gracias porque hubiera vuelto sano y salvo. Sus pesadillas habían comenzado el día en que se había enterado de dónde estaba y desde entonces, la CNN había sido su única fuente de información.
Por mucho que se hubiera aconsejado a sí misma que debía conservar la calma cuando lo viera, distaba mucho de sentir tranquilidad. Tenía ganas de llorar de gratitud por su regreso. Joseph era como un oasis en medio del desierto en el que se había convertido su vida sin él.
Lo devoró con la mirada mientras dejaba escapar un suspiro de felicidad. Gracias a Dios, tenía buen aspecto. Estaba bronceado y el pelo le brillaba. Estaba tan atractivo que Demi no pudo evitar preguntarse si habría salido con alguna mujer desde que se había ido. Seguramente, alguna se habría enamorado profundamente de aquel enorme y guapo vaquero que había ido a su país a ayudar. Demi sabía que eso podía suceder con mucha facilidad y sintió una punzada de dolor en el corazón.
Pero que él tal vez hubiera encontrado otro amor no era asunto suyo. Joseph  era libre de hacer lo que quisiera. Diecisiete meses era mucho tiempo para que un hombre soltero y saludable de treinta y tres años no tuviera relaciones sexuales.
Ella no se lo preguntaría, pero con sólo pensarlo sentía ganas de llorar.
Se acercó y concentró la mirada en su rostro, intentando que él la mirara también. Antes había una conexión mágica entre los dos, y quizá, si conseguía que Joseph se fijara en ella, éste la reconocería a pesar de su disfraz. Se quedaría asombrado, claro, y posiblemente incluso se preguntara si ella se había vuelto loca en su ausencia.
En cierto modo, así era. Loca de preocupación y de amor. De amor. Pero no podía decirle que todavía lo quería. Debía tener muchísima prudencia en aquel punto, a menos... a menos que él también se hubiera vuelto un poco loco. Aunque ella había intentado por todos los medios sofocar aquella esperanza, no lo había conseguido.

Por fin, Joseph la miró y ella abrió la boca para llamarlo. No, no se había equivocado. Era él. Pero sus ojos azules, que una vez estuvieron llenos de buen humor, eran dos pedazos de hielo. Demi se preguntó qué habría visto Joseph en aquellos campos de refugiados que había dejado aquella huella en su mirada.
Él no la reconoció y siguió recorriendo la terminal. Ella debía alcanzarlo y hacerle saber lo del bebé antes de que Joseph llamara a Rocking D. En el rancho, quien respondiera a su llamada le diría inmediatamente que había dejado allí a Elizabeth. Aunque ella no hubiera dado el nombre del padre, Joseph lo comprendería todo en cuanto le dijeran la edad del bebé. Y ella no podía permitir que averiguara la verdad de esa manera.

Tenía que apresurarse a alcanzarlo. Lo siguió esquivando maletas, gente y carros motorizados, sin perderlo de vista mientras él se dirigía a la salida. Sabía que él tenía pensado atender algunos negocios antes de volar hacia Colorado. Su secretaria, la única persona con la que Joseph se había puesto en contacto antes de volver, se lo había dicho.
Bonnie no sabía nada del bebé ni del secuestrador. Pensaba que estaba ayudando a Demi a organizar una bienvenida sorpresa para Joseph. Durante el año en el que habían estado juntos en secreto, Bonnie había arreglado muchas citas para ellos, y parecía que disfrutaba de su papel de casamentera.
Cuando se separaron, Bonnie llamó a Demi para sugerirle que intentara arreglar las cosas. Ella se había negado, convencida de que Joseph siempre había considerado su relación algo pasajero, razón por la cual lo había mantenido todo en secreto. Pero cuando su embarazo se confirmó, había llamado a Bonnie y se había enterado de que Joseph estaba fuera del país y que no había forma de localizarlo. Desde entonces, había hecho uso de su amistad con la secretaria para averiguar exactamente cuándo volvía Joseph.
La escalera mecánica, abarrotada de gente con sus maletas, le impidió alcanzar a Joseph. Estaba segura de que tomaría un taxi a su hotel, así que decidió que ella tomaría otro y lo abordaría en el vestíbulo. Eso sería lo mejor. Quizá pudieran beber algo en el bar del hotel mientras hablaban de las opciones que tenían. Lo siguió hasta la fila de taxis y observó cómo subía al primero y cerraba la puerta. Ella se acercó al siguiente y con una rápida expresión de agradecimiento, declinó el ofrecimiento del taxista de ayudarla con su mochila.
—Tengo mucha prisa —dijo al conductor, mientras se sentaba en el asiento trasero.
—De acuerdo —respondió el taxista, y se acomodó tras el volante—. ¿Adonde vamos?
—Siga a ese taxi —le ordenó ella, señalando al que se llevaba a Joseph.
Él se giró en el asiento y la miró fijamente.
— ¿Está bromeando?
— ¡No, no estoy bromeando! —respondió ella, asustada al ver que el otro taxi se alejaba—. ¡A aquel! ¡Y no lo pierda!

Un Refugio para el Amor





Argumento:

Joseph Jonas había regresado por fin a casa, más adulto y más sabio. Un año atrás, cuando la mujer a la que amaba había hablado de compromiso, había huido, pero ahora sabía que no podía vivir sin ella. Por eso había vuelto, con la esperanza de empezar de nuevo. El problema era que Demi no aparecía por ninguna parte, aunque había dejado atrás algo bastante importante…

Demi Lovato estaba viviendo una pesadilla. El hombre al que amaba la había abandonado, sola había dado a luz a su hijo y, para colmo, alguien la estaba acosando y había tenido que huir sin su pequeño. Sólo un hombre podía ayudarla, Joseph Jonas, ¡y debía hacerlo antes de que su acosador la encontrara!

lunes, 17 de diciembre de 2012

De Secretaria A Esposa Capitulo 6





La puerta entre el despacho de su jefe y el suyo permaneció inquietantemente abierta. Pero Demi no miró a través de ésta tan frecuentemente como su, en ocasiones, acelerado corazón hubiera querido. Aun así, tal vez obstinadamente, deseaba ver al hombre que ocupaba el despacho contiguo... 

el hombre que le ordenaba las cosas de manera autoritaria, como si no le importara el efecto que podían tener aquellas órdenes, y que, mientras ella ocupara aquel puesto de trabajo, claramente pretendía tratarla como si fuera inferior a él.

Podría haberse sentido desesperada al recordar la calidez que le había entregado Joe la noche en la que habían hecho el amor, pero se negaba a hacerlo. Sentir pena de sí misma no la ayudaría en nada. Pero su ya delicado estómago le había dado muchas vueltas aquella mañana cuando, angustiada, había pensado en el secreto que estaba guardando. 

Un secreto que, a juzgar por la nula alegría que había mostrado Joe al volverla a ver, podía compararse con algo que se pretendía pasar oculto por la aduana de un aeropuerto.

Aquella noche mágica que habían pasado juntos en Milán parecía ser una fantasía irreal si tenía en cuenta la desconfianza y la desaprobación con las que él la estaba tratando. Y, si Joe ya tenía sospechas acerca de los motivos por los que ella estaba allí, no sabía cómo iba a comportarse cuando se enterara de la increíble noticia que le iba a revelar...

Había querido compartir con él aquella noticia desde el principio, pero no había podido ya que simplemente no había tenido manera de localizarlo. Tras conseguir un trabajo en los Estados Unidos, su amiga Melissa se había marchado de Italia inesperadamente y todavía no se había puesto en contacto con ella para darle su nuevo número de teléfono y dirección. Y Demi había sido incapaz de recordar la dirección completa de la mansión en la cual se había celebrado la fiesta... ¡por no hablar del lugar de trabajo en el que habían contratado a Melissa!

Parecía que todos los caminos que podía haber tenido para localizar a Joe se le habían cerrado. No había dejado de repetirse a sí misma que aquella situación era solamente culpa suya por no haberle dejado a él un número de teléfono o dirección donde encontrarla.

En su nuevo despacho, se forzó en centrarse en el trabajo. Supo que iba a tener que esperar el momento oportuno para confesarle la verdad a Joe. Pero el problema era que, aparte de todo lo demás, realmente necesitaba aquel trabajo y no tenía ninguna intención de fallar durante el periodo de prueba. La agencia iba a pagarle el salario máximo por aquel tipo de puesto y, dada su situación, le vendría muy bien el dinero extra.

De hecho, aquello era un eufemismo. Ella había estado tratando de ahorrar cuanto dinero había podido, pero vivir en Londres era caro y la cifra que había logrado reunir hasta aquel momento apenas le permitiría sobrevivir durante un mes sin trabajar. 

Había pasado muchas noches sin dormir pensando en su futuro.
Apartando a un lado sus preocupaciones, no tardó mucho en habituarse al trabajo, aunque su estómago no se tranquilizaba; no dejaba de darle vuelcos como en un recordatorio de que estaba viviendo con una potencial bomba en su interior hasta que hablara con Joe. Entonces oyó una nueva orden de éste...
—Ven a mi despacho.

Él no esperó a que Demi se levantara de su escritorio. Tras asomar la cabeza por la puerta del despacho de ésta de manera brusca, regresó al suyo, el cual estaba decorado con unos bonitos muebles modernos y tenía llamativos cuadros en las paredes.

Al detallarle los pormenores del trabajo, Lucy, la gerente de la agencia de empleo, le había comentado a Demetria lo increíblemente exitoso que era el imperio Jonas.
Tomando su bloc de notas y un bolígrafo, Demi se levantó y se dirigió al despacho de su jefe, al que no quería hacer esperar.
—Siéntate —le ordenó él sin preámbulos
.
A ella le fue difícil mantener una actitud profesional ya que la colonia que llevaba Joe acentuaba el increíble atractivo de éste. Sintió como un erótico cosquilleo le recorría la espina dorsal. Aquella fragancia era un apasionado recordatorio de la sensualidad y belleza que habían acompañado a la noche que habían pasado juntos, así como del magnífico amante que había resultado ser él.

Le había embelesado todo acerca de aquel hombre... desde su cara colonia hasta su levemente acentuada voz, así como la manera en la que cada fuerte músculo de su cuerpo se había flexionado de una forma tan inolvidable bajo sus turbados dedos.

De secretaria a esposa capitulo 5





Aquella fragancia le hizo recordar un jardín inglés completamente empapado por la lluvia. Era la fragancia más provocadora que jamás había olido.

Como para acompañar a sus pensamientos, un intenso deseo se apoderó de lo más profundo de su ser. Entonces apartó la lujosa silla de cuero de su escritorio y se sentó en ésta. Frustrado, se pasó una mano por su oscuro pelo. Pensó que su memoria fotográfica, que normalmente era excelente, no le había hecho justicia a Demetria. Esta era incluso más cautivadora de lo que él recordaba. Tenía una suave melena de pelo negro ondulado, así como unos brillantes ojos negros y unas preciosas pestañas.

 Era perfecta. Pero junto con sus ojos y su seductor y sexy cuerpo, estaba también el recuerdo de su apasionada boca, recuerdo que tenía el poder de mantenerlo despierto durante las noches. Con sólo mirarle los labios de cerca, tal y como acababa de hacer, era suficiente para que deseara besarla de nuevo y saborear desesperadamente aquel delicioso sabor a fresa y vainilla.

Se preguntó a sí mismo qué iba a hacer. Se planteó si estaba completamente loco al considerar siquiera la posibilidad de permitir que Demetria fuera su asistente personal durante las siguientes dos semanas.

Pero era obvio que su cuerpo todavía la deseaba... La manera en la que ella lo había tratado tras la noche que habían pasado juntos le molestaba mucho. Pero, en realidad, si él quería, podía comportarse igual. No estaba buscando ningún tipo de relación sentimental profunda ni significativa con Demetria, por lo que se dijo que no tenía nada que temer.

Suspiró profundamente y recordó aquellos momentos que habían pasado juntos hacía tres meses en Milán. Demetria había tenido algo que había provocado una reacción muy intensa en él... y, sorprendentemente, no era sólo algo sexual. Había intuido una bondad innata en ella que había provocado que todos sus amigos parecieran preocupantemente superficiales en comparación.

No se había encontrado con aquel tipo de inocencia y bondad frecuentemente. Y, una vez que lo había hecho, no había podido olvidarlo... aunque en aquel momento no sabía si el destino había estado de su parte o no al haberle llevado a Demetria hasta la puerta de su despacho. Todavía tenía que enfrentarse a la inexplicable partida de ella a la mañana siguiente de haberse acostado juntos, así como al golpe que había recibido su orgullo al haberse enterado de que Demi no había tenido ningún gran deseo de ponerse de nuevo en contacto con él. A pesar de su inconveniente deseo, todavía era demasiado escéptico como para creer ciegamente que el destino le había hecho un favor.

Tras haber perdido a Sophia hacía tres años de una manera muy trágica y amarga, había renunciado a la esperanza de volver a ser feliz. Cuando Demetria lo había dejado aquella mañana en Milán, tras la confusión y frustración iniciales que había sentido, se dijo a sí mismo que debía considerar lo ocurrido como una experiencia más en la vida y que tenía que olvidar a aquella mujer. 

Si hubiera querido localizarla, fácilmente podría haberles preguntando a sus amigos de la fiesta, los mismos amigos a los que había prácticamente ignorado durante toda la velada ya que había estado profundamente embelesado por ella. 

Estos podrían haberle dado cierta información que lo habría ayudado a encontrarla. Pero se había resistido al impulso de hacerlo. La noche de la fiesta había encontrado algo que había pertenecido a su difunta esposa, algo que le había hecho revivir dolorosos recuerdos. 

Y, sin duda, había sido precisamente aquello lo que le había hecho lanzarse a los brazos de una mujer que ni siquiera conocía. Normalmente era mucho más cauto y se tomaba su tiempo para conocer a una mujer antes de acostarse con ella.

¡Pero había aprendido una muy importante lección acerca de las consecuencias que podía tener el dejarse llevar por la pasión y la lujuria!

Volvió a acariciarse el pelo con sus inquietas manos. Negó con la cabeza al recordar la lamentable pérdida de control que había tenido... Fueran cuales fueran las razones que habían motivado a Demetria para intentar optar a ser su asistente personal, desde aquel momento en adelante iba a juzgarla solamente de manera profesional. Juró que iba a olvidarse de la atracción que sentía por ella.