—Lo siento, Demi. Se fue a correr con los otros hace una hora. No hay manera de que
lo contacte. Honestamente... —Annette estaba en el vestíbulo de mármol de la
mansión Jonas, retorciéndose las manos.
Dispara. Si Demi no hubiera pasado a su apartamento para ducharse y pasar dos
horas eligiendo qué ponerse antes de conducir los cuarenta y cinco minutos a la
mansión de Joseph, podría haberlo encontrado.
—¿Sabes en que dirección se fueron? —En su forma de lobo tal vez
podría alcanzarlo y ponerse al día con ellos. Por desgracia, no había
descubierto la manera de cambiar una y otra vez. No estaba completamente segura
de qué pudiera hacerlo.
—No estoy segura, por lo general van por el camino hacia la casa
de su abuela.
Joseph siempre le echaba un ojo a
ella. Era una ruta normal.
—Gracias, Annette. Voy a conducir para esperarlo ahí. Tal vez los
atrape antes de llegar. Demi se dio la vuelta para irse, pero
las palabras de Annette la detuvieron.
—Te ama. Lo sabes, ¿verdad?
Demi la miró por encima de su
hombro.
—Yo no sé nada.
—Los lobos se aparean de por vida, Demi. A pesar de que tú eres su
verdadera pareja, no le es fácil dejar su vínculo con Donna. A pesar de todo lo
que es, lo hizo por ti. Por los dos. Para que logren conectarse hasta con sus
almas, como ambos necesitan.
Demi negó con la cabeza.
—Como he dicho, hasta no ver a Joseph, y hablar con él… no sé nada.
Ya estaba bien entrada la noche cuando Demi llegó a la cabaña. Había
una limosina estacionada enfrente, vacía. Joseph. ¿Quien más? Él había dejado
el carro para tener un viaje confortable de vuelta a casa. Las luces estaban
apagadas en la casa, la puerta sin salida atornillada en el interior. Ella no
había utilizado esa cerradura en años. No era seguro que aún tuviera la llave.
Los vellos de la nuca se le erizaron, unos dedos invisibles y como
un zumbido le recorrieron la espalda. Demi
ignoró
la sensación, su mente competía con lo que diría al verlo. Después de tratar
con dos llaves, encontró la correcta y abrió la puerta.
—¿Hola? —Con sus músculos tensos, se asomo a la sala completamente
oscura, lista para cualquier cosa. Casi no podía respirar.
Pero podía ver. Ser un hombre lobo tenía su lado gratificante. Demi se obligó a relajarse, a
confiar en su cuerpo. Su visión nocturna era increíble una vez que se relajó lo
suficiente. Y lo que podía oír y oler, rellenaba los vacios que su visión nocturna
dejaba. Su conciencia era todavía muy nueva, sin embargo, constantemente la
alimentaba con información. Todos los que habían estado en la casa en los
últimos meses podía olerlos. Luchó para ordenarlos por olores y sonidos, por
familiares, por la edad, por extranjeros.
La planta baja estaba sin vida, llena de sombras y cubierta por el
silencio de la noche. Cerró la puerta detrás de ella, un suave clic cuando el
pestillo cayó en su lugar. Las tablas del suelo crujían por sus pasos, le hizo
voltear su mirada hacia arriba.
Joseph es probable que deseara
permanecer en gracia con la abuela en caso que la seducción de Demi no saliera como pensaba. Y
qué mejor forma de encantar a la abuela que ofrecerle otra baratija de la época
que había olvidado.
Demi podía sentir en sus huesos
que estaba cerca. Probablemente estaba allí escudriñando las pertenencias de la
abuela en las cajas manchadas en busca de más recuerdos que ofrecerle. Al menos
esta no sería tomada de una escena de muerte.
Momento por momento, Demi trabajaba para endurecer su corazón, para prepararse a la dolorosa verdad, ¿que excusa podría tener para esa
carta? Su pecho apretado. La ansiedad apretaba los músculos de sus hombros.
¿Qué significaba para ella ahora que era un hombre lobo? ¿Tendría que quedarse
con Joseph sin
tener en cuenta su independencia? ¿Tendría que irse? Ninguna opción le ofrecía
consuelo.
Dio unos pasos, el ronroneo del primer piso de zapatos de cuero
raspando en el piso de madera, llegó a sus oídos. De cuero con flecos y colonia
masculina dulce, se mezclaba para crear una fragancia masculina que expresaba,
sin lugar a dudas alguien extravagante.
Demi no logró su propósito de
estar tranquila, el más leve aliento parecía hacer eco como de vendaval en el
silencio. Llegó hasta la cima de las escaleras, dejando al lado las tablas del
suelo que sabía que iban a chillar.
Miró hacia la derecha a la puerta oscura del cuarto de la abuela,
luego a la izquierda a su propia puerta que hacía juego con la otra. La puerta
del baño estaba justo en frente, ni una astilla de luz salía de abajo. ¿Por qué
Joseph no encendió
las luces?
Un pequeño gemido de asombro y un clic de una puerta que se cerró,
la hicieron girarse a la habitación de la abuela. Había estado observándola. El
nudo de tensión en los hombros apretados, la ira bullendo en su interior y
dejando a un lado la razón. Demi borró la distancia que la separaba de la puerta en tres pasos
rápidos, girando el picaporte tan duro y rápido que el cerrojo se rompió con un
chasquido. Una fracción de segundo pasó para hacerle considerar que la puerta había
sido cerrada para empezar. Abrió la puerta.
La luz del amanecer hasta el anochecer fluía a través de la
ventana lateral, creando destellos de luz en los contornos del piso de madera.
La habitación estaba vacía a pesar de la
cama y había unas cajas apiladas en una esquina.
Las puertas del armario no estaban. El espacio había estado lleno
con cosas de la abuela. Ahora el armario estaba vacío y oscuro.
Demi entró en la habitación, la
esencia quemaba sus sentidos, con la mirada buscando a Joseph. Alguien entró y ella entró
en pánico, su respiración llenaba el oscuro silencio, el miedo endulzaba el
aire. No era Joseph.
Tan pronto como ese pensamiento se formo en su mente, una mano la
agarró de la parte superior de su brazo y la puerta se cerró detrás de ella. De
un solo jalón se encontraba en el duro pecho de Anthony Cadwick.
—¿Donde está?
Ella contuvo la respiración. El acero frio clavado en su cuello,
la punta filosa de un cuchillo le presionaba en la piel. Susurró por el dolor.
El corazón le tartamudeo.
—No. No lo hagas por favor.
Él mantuvo su boca en su orejar, su voz un poco ronca. Su aliento
le calentaba un lado de la cara, humedeciéndola y aumentando su temor.
—¿Cómo has entrado aquí sin que te arrancaran la garganta?
Demi se sorprendió y frenó el
palpitar de su corazón, trató de entender lo que estaba sucediendo.
—¿Qué estás hacienda aquí? Esto es privado...
—Esto ahora es mío, así que no hables de la mierda de allanamiento
a la morada.
¿A quién le importa? Tengo que salir de aquí, y si lo hago,
significa que puedo entenderlo. —Anthony la empujo hacia adelante con los dedos
clavados en su brazo, y la empujo hacia la ventana.
—¿Que quieres decir con que eres el dueño del lugar? La abuela...
—Se tambaleo, pero Anthony seguía empujándola hacia delante. Antes de que pudiera
terminar la pregunta estaban en la ventana.
Le inclinó los hombros hacia el marco, con el cuerpo en ángulo
para hacerle frente a la puerta, el cuerpo de ella adelante como un escudo. La
mirada de él se precipito sobre el patio de enfrente, la entrada de los carros
y la oscuridad del bosque. Su pulso era rápido como el fuego y zumbaba en su
pecho y Demi lo sentía en su espalda. Estaba desesperado, cerca de enloquecer
por el miedo.
—¿Que está pasando, Anthony?
Su agarre se hizo más fuerte en su brazo.
—¿No lo has visto?
—¿Ver qué?
—El lobo. Uno grande plateado, hijo de la gran puta.