lunes, 19 de noviembre de 2012

Caperucita Y El Lobo Capitulo 25




—¿Cuatro? ¿Pm? —Demi la observó asentir—. Eso es imposible. ¿Dormí más de catorce horas? —Ella miró a Joseph.
Cuya mirada permanecía fija en Annette, silencioso, con sus cejas casi juntas, y su mandíbula rígida. No fue sino hasta que Demi habló nuevamente que el volvió a verla.
—Tengo que irme.
—¿Adónde? —dijo él.
—¿Adónde crees? Tengo que asegurarme que mi abuela se encuentre bien. — Ella se dirigió al baño y tomó sus tenis. Estaban manchados de sangre, pero eso no afectaría lo bien que protegían sus pies.
—Annette te dijo que ella estaba bien.
Demi salió saltando, luchando por ponerse un zapato y después el otro.
—Tengo que asegurarme por mí misma.
—Entonces, llama al Asilo. Puedes utilizar el teléfono que esta aquí.
—Llamaré desde la cabaña. Después de todo, quiero bañarme antes de ir a verla.
—Báñate aquí.
—No tengo ropa.

—Lo que tienes puesto está bien. —Él deslizó sus manos dentro de los bolsillos de su
bata. Y se encogió de hombros—. O enviaré a Annette a que te compre algo más apropiado. Lo que sea que necesites.
¿Por que estaba haciendo él esto más difícil? El debía querer que ella se fuera tanto como ella deseaba irse. Excepto que ella realmente no quería dejarlo. Dios, ¿tanto había cambiado tan rápido? Todo se había arruinado y retorcido. Ella lo deseaba tanto como hace veinte minutos.

¿Pero cómo podía quedarse cuando él todavía no sabía cuáles eran sus sentimientos sobre el papel que ella había jugado en el accidente? ¿Como podía quedarse cuando ella no sabía cuáles eran sus sentimientos respecto al papel que él jugaba en la muerte de sus padres?
—Tienes que quedarte, Demi.
—No es así. —Ella enfocó su mirada en la puerta abierta. No podía soportar mirarlo. No podía arriesgarse a ver esa mirada en sus ojos: ira, culpa, odio. Ella preferiría nunca tener que volver a verlo.
—No es seguro —dijo él—. Tú no entiendes...
—No. Tú no entiendes. —Ella cerró los ojos, las emociones cerraban su garganta.
No podía llorar. No lo haría—. No tengo tiempo para esta mierda. Me dije a mi misma que no tenía tiempo para relaciones románticas desde el principio. Se lo dije a la Abuela. Ya he dejado olvidada la tienda. Y ahora dejé a la abuela sola.

Es suficiente. No tengo tiempo para esto. No tengo tiempo para ti.
Ella corrió. No era algo maduro, ni valiente, pero era lo único que ella podía hacer. Tenía que alejarse, poner distancia entre todos esos sentimientos, esos recuerdos, la confusión de lo que pensó saber, y lo que pensó que quería. Tenía que alejarse de él.
Para cuando ella llegó a la cabaña se había enfermado. Había corrido todo el trayecto y se consiguió una laceración al costado, y su estomago se estaba volviendo nudos.
Ella entró por la puerta trasera. La había dejado sin llave la noche anterior.
—Sólo necesito comer algo.
En la cocina, todo lo que encontró fueron unas latas de soda dietética y do tarros de mantequilla de maní. Se apoyo contra el mostrador, la soda a su lado, y comió. Era la mejor mantequilla de maní que hubiese existido. Ella miró la etiqueta
luego de unos mordiscos.
—Ni siquiera tiene marca.

Ella se terminó la jarra en minutos, raspando el fondo con la cuchara para conseguir hasta el último pedacito de cremoso cielo café. Cuando pudo ver a través del fondo transparente, botó el tarro vacío en la basura y abrió el otro antes de darse cuenta lo que estaba haciendo.
—Mierda. Debería simplemente ponerla en mi trasero. —Ella tomó tres cucharadas más, y finalmente dejó la cuchara y se alejó. Cuando alcanzó las escaleras, su estomago gruñó, y luego se acalambró. Ella tembló y luego de unos minutos el dolor se aminoró.
Corrió a su cuarto y tomó su celular de su bolso. Tenía al Asilo en marcado rápido.
—Hola. Habla Demi Lovato. Llamo para saber de... Demi, hola, soy Clare, de recepción. Tu abuela está bien. Tuvo un pequeño ataque de angina anoche, pero la revisaron en el hospital. Ya está de vuelta.
Ahora está dormida. Le puedo decir que te llame.—Gracias, Clare. Dile que iré esta noche.
—Puedes estar segura que lo hare.

Demi  cerró el teléfono, lo tiró a la cama, y tomó su esponjada bata de la silla de mecer al paso. Su estomago volvió a gruñir y ella tembló durante la sensación de un calambre.
—Un tarro completo de mantequilla de maní de una vez no le hace bien al cuerpo.
Ella se dirigió al baño y haló la cortina color crema de la bañera vieja. Abrió el grifo del agua caliente y la dejó correr. Un baño la haría sentirse como ella de nuevo.
Aunque la ducha de la noche anterior la había hecho sentirse más como ella, como no se había sentido en años. Incluso con las heridas, nunca se había sentido tan bien, así como si estuviera tan viva. ¿Era por Joseph o algo así?

Desnuda frente al espejo con gabinete donde guarda las medicinas, Demi observó la mordedura en su hombro. Dos heridas pequeñas y punzantes que habían dejado dos orificios rojos. Se dio la vuelta mirando por encima de su hombro. Los de la espalda eran los peores, algunos moretones, pero un poco
curados. Ella se puso el pie en el baño para checar su entrepierna. La mordida estaba sanada de la misma manera que su hombro.
Un calambre le hizo agarrarse el estomago, dio un respingo, se inclinó para tratar de calmar el dolor. Pasó, pero la intensidad era obviamente mayor e iba incrementando. ¿Qué estaba mal con ella? Demi negó con la cabeza, puso su pie en el suelo.
—Ugh. Está bien. Esto no es una película de terror o un cuento de hadas.
Lo más probable era que Joseph tenga algún agente medicinal en su agua para evitar que los animales se enfermen. Sí, eso tenía más sentido en vez de que ella se convirtiera en un… Ni siquiera iba a pensarlo.

Demi se metió en la bañera, ajustando la temperatura del agua, cerró la cortina
y tiró de la palanca de la regadera. Agua caliente, cayendo en cascada sobre su cuerpo, lavando cada toque, cada beso que Joseph había dejado en ella.
Lástima que no pudiera lavar los recuerdos del encuentro de su cuerpo caliente dentro del suyo. O el deseo de que lo hiciera de nuevo.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Caperucita Y El Lobo Capitulo 24




Él se encogió de hombros, su rostro se oscurecía con el humor serio.
—Pregunta. No tengo nada que esconder.
¿Era esa su actitud? ¿Le estaba dando la actitud ahora?
—¿No?
—No. No soy un ladrón… Pequeña caperuza. —Él hizo que el sobrenombre sonara como un insulto.
Ella frunció su ceño.
—No me llames así.
Joseph meneó la cabeza, se quitó las cobijas y caminó molesto al baño. Su hermoso cuerpo, bronceado y musculoso.
—Eres una niña. Su niña.Él volvió, usando una bata de seda gris, las solapas y la cinta eran de un color mas claro.
—La próxima vez que vayas a la casa de un hombre para acusarlo, al menos debes saber cómo son los hechos.
Ella colocó las manos en sus caderas.
—Corrígeme si me equivoco, pero ¿acaso no le diste a mi Abuela el relicario de mi madre ayer? ¿Un relicario que tú encontraste en el sitio del fatídico accidente?
¿Un relicario que te quedaste por veintiún años?
Él se volteó hacia ella. El movimiento fue tan repentino que ella dejó caer sus brazos, perdiendo así la postura de engreída.
—Sí. Encontré el maldito relicario en la escena del accidente. El fatal accidente de mi esposa.

—¿Qué? —Ella no podía respirar—. ¿Fatal? Pero yo creí que ella sólo se había mudado lejos de aquí.
—No. —Joseph se enderezo y pareció perder algo de su enojo—. Ella es la razón por la que yo estaba ahí. No me importaban en lo absoluto tus padres. Ellos la mataron. La cortaron como un… un… —Él dio un gruñido frustrado y se dio la vuelta, caminando hacia las torres de las ventanas de la sala.

—¿De qué estás hablando? No le dimos a nadie. Chocamos contra un lobo. —Sus mismas palabras enviaron un temblor por su espina, e hizo que los hombros de Joseph se tensaran mientras miraba por la ventana. Ella lo sabía, pero no quería saberlo.
Los recuerdos le volvieron.
—Íbamos conduciendo para recoger a la Abuela. Mis padres estaban felices pero… yo no. No quería dejar mi bosque.
—Mi bosque —dijo Joseph.
Demi apenas lo escuchó.
—Papi acababa de recibir un ascenso. Nos mudábamos…
Joseph dobló los brazos sobre su pecho.
—Ellos estaban traspasando nuestro bosque. Mío y de Donna.
—Era oscuro y llovía. Tomamos el atajo.
—Estaban conduciendo demasiado rápido —Joseph dijo.
—El lobo, saltó de pronto.

—Ella tenía todo el derecho de correr en sus bosques.
—Mis padres no pudieron detenerse. Lo intentaron…
—No lo suficiente.
—Papi dobló bruscamente. Nos fuimos de lado. Mamá estaba gritando. Papa también. Y entonces… esos ojos, verde frio, ojos sin corazón… —Su mirada se enfocó en la espalda de Gray—. El lobo, el lobo que causó la muerte de mis padres. Era tu esposa. Tu esposa era una loba. Una mujer loba.

Su voz era suave y fría.
—Y yo he convertido en mi pareja a la hija de sus asesinos.
—Pero no existe algo como...
Joseph se dio la vuelta, la ira grabada en su expresión.
—¿Como qué? ¿Un hombre lobo? Deja de mentirte a ti misma, Demi. Lo has estado haciendo por demasiado tiempo. ¿Qué crees que fue lo que te atacó anoche? ¿Qué crees que soy yo?

Ella saltó involuntariamente. Él estaba tan enojado. No, no era enojo lo que brillaba en sus ojos, era culpa… y acusación.
—Oh Dios mío, culpas a mis padres por la muerte de tu esposa. Me culpas a mí.
Joseph dejó caer su mirada, su expresión se suavizó.
—No. Tú sólo estabas en el auto, ella estaba muerta. Tú no.
—Sí, lo haces. Me culpas, al igual que yo la culpaba… —Joseph se encontró con la mirada de Demi, pero no la detuvo de continuar con la frase—. Todo este tiempo, no podías soportar el verme. Hiciste que la Abuela me mantuviera lejos de aquí. Quédate en el camino, Demi. Aléjate de esa parte del bosque. Ten cuidado del grande y malo… lobo.
Demi…

Un toque en la puerta congeló la conversación.
—¿Sr. Jonas? —Annette calló por un momento al otro lado de la puerta—. Sr. Jonas, tengo un mensaje para la señorita Lovato. También traje el desayuno.
—Pasa —Demi dijo cuando fue claro que Joseph no iba a contestar. Él se quedó estoico, con los pies plantados al piso, su espalda a la ventana, y los brazos doblados sobre su estomago.

Annette abrió la puerta, sosteniendo una bandeja de cama, su brillante sonrisa se desvaneció cuando se topo con la mirada oscura de Joseph.
—Oh. Lo lamento. Interrumpí.
—No. Está bien. Estamos… Demi volvió a ver a Joseph— …terminando. De hecho, ya terminamos. —Ella miró a Annette yaciendo medio dentro, medio fuera de la habitación.
—¿Cual es el mensaje, Annette? —Joseph preguntó.
Ella sostuvo la bandeja con una mano, mientras se arreglaba los lentes con la otra, luego volvió a tomarla con las dos.

—Oh. Sí. Llamaron del Asilo. Al parecer, trataron de contactar a la Srita. Lovato y cuando no pudieron llamaron aquí. Al parecer, Ester tiene un pequeño problema de salud.
—¿Qué? —El corazón de Demi se detuvo.
—Oh, no, no —Annette dijo aprisa—. Ella está bien. Sólo fue un susto. La llevaron al hospital anoche y la dieron de alta hoy por la mañana. Probablemente, ya este en casa.
¿Esta mañana? ¿Al hospital y devuelta tan rápido?
—¿Qué hora es?
—Son casi las cuatro —dijo Annette.

Caperucita Y El Lobo Capitulo 23





—Dobla la cantidad de huevos y tocino, Greta. El Sr. Jonas tiene un invitado. Mejor dicho, una invitada.
Demi se sentó derecha de golpe, esperando toparse con Annette conversando al pie de la cama. No había nadie ahí.
—Nooo. ¿Toda la noche? —La otra mujer habló con un ceñido acento español.
—¡! —Aplaudió emocionadamente—. Creo que es ella —Annette dijo.
—Oh, Dios mío. Ha pasado tanto tiempo. —La mujer puso tres porciones de tocino
junto con las demás, cada una chisporroteaba al contacto con la sartén—. Es un milagro que no botara la casa al tomarla.
¡Ah! Grosero, sonrío Demi, volteando a ver al durmiente Sr. Jonas a su lado.
—Pero cierto.
Esperen. ¿Cómo es que las escuchaba desde la cocina?
—Intercomunicador —se dijo a si misma. En una casa tan grande, probablemente eran tan necesarios como las puertas.

—Greta —Annette advirtió—. Las relaciones sexuales del Sr. Jonas, o la falta de ellas, no son asunto nuestro. —Una momentánea pausa y después risitas.
—Conque insultando al jefe, ¿eh? —Demi pensó—. No es sorpresa que dejara encendida esa cosa. —Ella miró a su alrededor, tratando de localizar la caja, o tal
vez un altavoz en la pared. Como sea. Ella salió de la cama, moviendo cuidadosamente el brazo de Demi de alrededor de su vientre. Tan flácido como una muñeca de trapo, el hombre estaba muerto al mundo.

Ella se quito con la mano un mechón de cabello que le caía sobre el ojo. Él volteó la cabeza y rozó su rostro contra la almohada que ella había usado, él arreglo, y metió la mano debajo de ella, luego se quedo quieto. Sexi y adorable.
—Whoof —dijo ella, sonriendo.
Demi se fue de puntillas hasta el baño y encontró su ropa destrozada y llena de sangre justo donde las habían dejado la noche anterior, la camisa y el pantalón eran basura, pero ella aún podía salvar las bragas y el brasier.
—¿Ya extrañas a Lynn y a los demás? —preguntó la cocinera.
—No…er…No lo creo —dijo Annette.

Demi volvió a la habitación. Ella necesitaba algo de ropa si quería bajar por un poco de esa comida. El olor del tocino estaba haciendo agua su boca. Su estomago gruñó. Ella puso una mano sobre su estomago y se dirigió al armario.
—Camisas de vestir. Vaya sorpresa. —Todas mangas largas, todas de lino, algunas con el cuello doblado, otras con cortos cuellos tipo mandarín, pero ninguna repetida.
—Decisiones. Decisiones.
Ella tomó una simple camisa blanca, de pliegues, con una estilizada apariencia de arrugas y metió los brazos en las mangas.
—Fantástica.

Ella haló el cuello hasta su nariz e inhaló. Olía como a detergente floral, pero debajo de eso, impregnado en la tela, se encontraba el más dulce y terrenal olor de Joseph. Era extraño que una lavada no hubiese quitado su olor completamente.

Ella le sugeriría un mejor detergente. Tal vez, si ella planeaba usar más de sus camisas.
Una olfateada profunda final y ella vago alrededor de la habitación buscando el intercomunicador en lo que se abotonaba. La camisa le quedaba grande, llenándole hasta la mitad del muslo, y las mangas eran una pulgada mas largas que sus manos.

—Hecha a la medida. —La voz suave de Joseph  la hizo saltar. Ella se dio la vuelta para encontrarlo boca arriba, apoyándose sobre los codos, y mirándola. Aún tenía en su rostro la misma mirada de anoche  me-gustaría-algo-de-eso, con una sexi sonrisa de lado para completarla.
Sus mejillas se calentaron. Ella rio.
—¿Te gusta? Pensé que repondría la camiseta que rompiste anoche.
—Tu camiseta ya estaba rota.
—Cubría las partes importantes.
—Y ensangrentadas.
—Pero aún usable.
—Dijiste que podía despedazarla. De hecho, lo disfrutaste.
—Bien. ¿Quieres que me quite esto?
Él se sentó derecho, con los ojos grandes.
—Sí.
Ella se rió ante su impaciencia.
—Después. Huelo comida. ¿No tienes hambre?
—Siempre. —Él le guiñó el ojo.
Demi volvió a sonrojarse. El hombre podía derretir icebergs con esos ojos y esa voz.
—Bueno, yo también. Aunque creo que tu intercomunicador está roto, puedo oír a alguien en la cocina pero no creo que ellas puedan oírme. ¿Dónde está el altoparlante?
—No hay. —Joseph alzó la mano hacia el teléfono a la par de la cama y lo sostuvo
para que ella pudiera ver—. Hablamos por teléfono.
Demi parpadeó viendo el auricular en su mano.
—Pero escuche a Annette y a Greta.
—Mis cocineras. Lo que sea. Nunca las he conocido, pero sé sus nombres. ¿Por qué? ¿Por qué las escuche hablar? ¿Cómo pude hacer eso si no hay intercomunicador? Puedo oler el tocino como si estuviera en la habitación… y los huevos y las tostadas. En este momento, ella está exprimiendo naranjas. —Había una explicación razonable.

Tenía que haberla. Pero algo respecto a decirlo en voz alta hizo que su corazón se acelerara, sus palabras fueran mas rápido, y finalmente comprendiera.
—De acuerdo. Vamos a hablar. —Joseph puso en su lugar el teléfono y le ofreció su mano—. Ven aquí. Quiero explicarte.

—¿Podríamos olvidarnos de eso por ahora? Ya lo sé. Por eso es que vine. —Demi alejó su mano ondeando la de ella desde el final de la cama. ¿Acaso pensaba que estaba bromeando? Ella estaba oyendo a través de las paredes, y los pisos.
Ahora no era el momento para discutir un robo que él había cometido hace veintiún años.
Joseph  dejó caer su mano. Y parpadeó.
—¿Lo sabes?
Ugh. ¡Acaso pensaba él que la Abue no le diría sobre el relicario? ¿Sobre que él estuvo en el accidente? ¿Que más pudo haber puesto ese brillo de culpa en sus ojos, y el suave remordimiento en su voz?

—Puede que seas amigo de la Abue, pero yo soy su sangre —dijo ella—. Sé sobre el medallón. ¿De acuerdo? No estoy molesta. Tampoco estoy contenta con que lo hayas robado, o con que hayas esperado veintiún años para regresarlo. Pero no estoy molesta. Bueno, tal vez un poco. Pero eso no es lo que me hizo venir anoche.
—¿Entonces qué? —Joseph se sentó con una rodilla doblada sobre la cama y la otra colgando en el borde, con las cobijas sobre su cintura.
—¿Qué? ¿Qué me hizo venir acá? Yo… tenía unas preguntas. Sobre el accidente.
Sobre esa noche.

Amor Desesperado Capitulo 12 Niley





—Mi jefe y su mujer llevan años esperando que me case. Me han dado miles de charlas sobre las maravillas del matrimonio. Quieren creer que esto va en serio.
— ¿Diez? preguntó ella, con cara alicaída.

Nick asintió y consiguió, con dificultad, tragarse una sonrisa.
Ella se puso un vestido color borgoña que la llegaba a las pantorrillas y casi conseguía esconder sus curvas, pero aún así transmitía una sensación de sensualidad casual. El único dato delator era el cuello caído que revelaba bellas sombras en su escote. Llevaba el pelo suavemente recogido hacia atrás con un lazo borgoña. Sonreía insegura.
Parecía sexy y vulnerable y Nick sintió una extraña sensación de protección al presentársela a su jefe. Se calló el pensamiento; estaba seguro de que Miley era una mujer liberada que pegaría una patada en la espinilla por su actitud.

—Bob y Karen Turner presentó Nick, con la mano en su cintura. Ésta es mi prometida, Miley Polcenek.
Notó la rigidez de Miley al escuchar la palabra «prometida», pero después sonrió y ofreció su mano amablemente.
—Nick me ha hablado mucho de vosotros. Me encanta tener la oportunidad de conoceros.
—Estamos encantados dijo Bob, dándole una palmadita en la mano. Nick lo ha llevado tan en secreto que lo único que sabemos de ti es por los periódicos.
—Bob, no los atosigues regañó Karen con suavidad. Ya conoceremos a Miley durante la cena.

El jefe de sala del restaurante se acercó para conducirlos a la mesa.
—He oído que estudias en la universidad de Virginia —le dijo Karen a Miley.
Y comenzó el interrogatorio.
—Es muy raro empezar una carrera tan tarde ¿no? preguntó Karen.
—Sí lo es intervino Nick, agarrando la mano de Miley. Es una de las cosas que más admiro de Miley.
— ¿Sí? ¿En serio? Miley de repente recordó su papel, parpadeó y, sonriendo, se llevó la mano de él a los labios. El apoyo de Nick a mis estudios es una de las razones por las que me enamoré de él.

Nick se sintió excitado al ver los labios de ella sobre su mano. Miley preguntó por los niños de Karen y Bob. La pareja quedó encantada con ella cuando se interesó por ver fotografías y por el trabajo voluntario de Karen y los partidos de golf de Bob.
No desperdició una oportunidad de tocar a Nick, su hombro, su brazo, su mano. Varias veces le sonrió a Nick y sostuvo su mirada hasta que él se sintió acalorado, y Bob tuvo que carraspear.

Aunque él sabía que estaba actuando, ni su libido ni su cuerpo eran tan racionales. Si estuvieran prometidos de verdad, la velada acabaría con ella en su cama. Sus manos tocarían su piel desnuda. Ella lo acariciaría íntimamente y él descubriría lo que la hacía suspirar. Hundiría la cara entre sus pechos y le acariciaría los pezones con la lengua. Deslizaría sus manos entre sus piernas y la acariciaría y excitaría hasta que lo deseara tan desesperadamente como él a ella. Le haría el amor con fuerza…
—Me encantaría ver tu anillo de compromiso —dijo Karen mientras esperaban que llegara el postre.

Nick se puso tenso. «Maldita sea». No había pensado en el anillo.
—Estamos buscando uno replicó Olivia rápidamente. Nick dice que quiere encontrar algo muy especial.
—Rubíes —explicó Nick, siguiéndole el juego. Creo que algo con rubíes y diamantes sería lo más adecuado para Miley.
—Que romántico suspiró Karen. Inclinó la cabeza hacia la música que sonaba al otro lado 
de la sala. Ya que el postre no llega, ¿por qué no bailamos un rato?
Bob emitió unos gruñidos de protesta.

Amor Desesperado Capitulo 11 Niley





—Pero no soy un cerdo y tengo algunos rasgos positivos —concluyó él, sintiéndose ligeramente dolido por su apreciación.
Ella sonrió, y él se preguntó por qué eso le hacía sentirse como si el sol hubiera salido de detrás de una nube.
—Eres un Súper Comando Guerrero —le dijo—. Atrapas al malo incluso cuando parece que ya se ha escapado.
Nick la miró. Miley hablaba con confianza y convicción y el brillo de admiración que notó en sus ojos le hizo sentirse como si fuera capaz de conquistar varios mundos. Nick pensó que eso era más peligroso que cualquier droga o embrujo de hechicero.
Ya muy tarde, Nick revisó sus notas en el dormitorio. Miley se había duchado en el baño de invitados y un retazo del aroma de su aceite flotaba en el ambiente. La oyó pasear por la habitación hasta que finalmente se fue a la cama.

Él había hecho su sesión de ejercicio, se había duchado y paseado por la habitación, pero sin éxito. Aunque lo hubiera negado hasta en su lecho de muerte, estaba demasiado inquieto para poder dormir. Cada vez que veía a Lissa Roberts sentía ganas de darle un puñetazo a alguien. Siempre que le ocurría eso, se recordaba a sí mismo que iba a dar un puñetazo en un sitio crucial. En la cuenta bancaria.
Sin embargo, no debería haber ido en contra de sus normas y llevarse el trabajo a casa. Eso hacía que los problemas y la desesperación invadieran su dominio privado. Su casa era su isla de seguridad, su paraíso personal.

Como si el caso Roberts no fuera suficiente para intranquilizarlo, el saber que Miley estaba desnuda, suave y resplandeciente de aceite a pocos pasos de él, lo sacaba de sus casillas. Su opinión sobre su insensibilidad y carencia de ternura y romanticismo lo había irritado, le parecía un reto.

Nick no era insensible y podía ser tan tierno y romántico como el que más. Bueno, al menos romántico, se corrigió mentalmente. Simplemente no era impulsivo ni estúpido. Si fuera impulsivo o estúpido, estaría aporreando la puerta de Miley y pidiéndole que lo amara hasta hacerle papilla el cerebro y el cuerpo.
En cambio, actuaba como un ser racional, aunque su cuerpo ardiera y su mente lo atormentara con la seductora posibilidad de que Miley pudiera ser suya.

—Tenemos un compromiso social el viernes por la noche —dijo Nick, apartando los zapatos de Miley de la puerta.
— ¡Tan pronto! se quejó ella con un ligero gesto de desagrado. Sacó panecillos y pollo asado del horno.
—Sí. No hace falta que sigas cocinando para mí le dijo Nick. Mis manos están mejor. Ya puedo llamar al servicio de comida a domicilio.
—Para mí es natural replicó ella. Estoy viviendo en tu casa, así que tengo que hacer algo a cambio.

A Nick se le ocurrieron otras muchas cosas que podría hacer a cambio, pero se abstuvo de mencionarlas.
—De acuerdo dijo ella mirándolo. ¿Qué se celebra? ¿Cómo de elegante hay que ir? ¿Cómo de enamorada tengo que parecer?
—Cena con mi jefe y su mujer. Con un vestido, vale apretó los dientes Clarifica «enamorada».

Ella fue a sentarse y él le acercó la silla a la mesa, disfrutando de la mirada de sorpresa que apareció en sus ojos.

—En una escala de uno a diez explicó ella. ¿Cuánto tengo que actuar como si opinara que eres el hombre más inteligente, más sexy y más maravilloso del mundo? Nick hizo una pausa, su concepción del juego limpio en guerra con sus instintos más primarios. La idea de ver a Miley actuar como si estuviera loca por un hombre era demasiado tentadora.