—¿Cuatro? ¿Pm? —Demi la observó asentir—. Eso es imposible. ¿Dormí más de catorce
horas? —Ella miró a Joseph.
Cuya mirada permanecía fija en Annette, silencioso, con sus cejas
casi juntas, y su mandíbula rígida. No fue sino hasta que Demi habló nuevamente que el
volvió a verla.
—Tengo que irme.
—¿Adónde? —dijo él.
—¿Adónde crees? Tengo que asegurarme que mi abuela se encuentre
bien. — Ella se dirigió al baño y tomó sus tenis. Estaban manchados de sangre,
pero eso no afectaría lo bien que protegían sus pies.
—Annette te dijo que ella estaba bien.
Demi salió saltando, luchando por
ponerse un zapato y después el otro.
—Tengo que asegurarme por mí misma.
—Entonces, llama al Asilo. Puedes utilizar el teléfono que esta
aquí.
—Llamaré desde la cabaña. Después de todo, quiero bañarme antes de
ir a verla.
—Báñate aquí.
—No tengo ropa.
—Lo que tienes puesto está bien. —Él deslizó sus manos dentro de
los bolsillos de su
bata. Y se encogió de hombros—. O enviaré a Annette a que te
compre algo más apropiado. Lo que sea que necesites.
¿Por que estaba haciendo él esto más difícil? El debía querer que
ella se fuera tanto como ella deseaba irse. Excepto que ella realmente no
quería dejarlo. Dios, ¿tanto había cambiado tan rápido? Todo se había arruinado
y retorcido. Ella lo deseaba tanto como hace veinte minutos.
¿Pero cómo podía quedarse cuando él todavía no sabía cuáles eran
sus sentimientos sobre el papel que ella había jugado en el accidente? ¿Como
podía quedarse cuando ella no sabía cuáles eran sus sentimientos respecto al
papel que él jugaba en la muerte de sus padres?
—Tienes que quedarte, Demi.
—No es así. —Ella enfocó su mirada en la puerta abierta. No podía
soportar mirarlo. No podía arriesgarse a ver esa mirada en sus ojos: ira,
culpa, odio. Ella preferiría nunca tener que volver a verlo.
—No es seguro —dijo él—. Tú no entiendes...
—No. Tú no entiendes. —Ella cerró los ojos, las emociones cerraban
su garganta.
No podía llorar. No lo haría—. No tengo tiempo para esta mierda.
Me dije a mi misma que no tenía tiempo para relaciones románticas desde el
principio. Se lo dije a la
Abuela. Ya he dejado olvidada la tienda. Y ahora dejé a la
abuela sola.
Es suficiente. No tengo tiempo para esto. No tengo tiempo para ti.
Ella corrió. No era algo maduro, ni valiente, pero era lo único
que ella podía hacer. Tenía que alejarse, poner distancia entre todos esos
sentimientos, esos recuerdos, la confusión de lo que pensó saber, y lo que
pensó que quería. Tenía que alejarse de él.
Para cuando ella llegó a la cabaña se había enfermado. Había
corrido todo el trayecto y se consiguió una laceración al costado, y su
estomago se estaba volviendo nudos.
Ella entró por la puerta trasera. La había dejado sin llave la
noche anterior.
—Sólo necesito comer algo.
En la cocina, todo lo que encontró fueron unas latas de soda
dietética y do tarros de mantequilla de maní. Se apoyo contra el mostrador, la
soda a su lado, y comió. Era la mejor mantequilla de maní que hubiese existido.
Ella miró la etiqueta
luego de unos mordiscos.
—Ni siquiera tiene marca.
Ella se terminó la jarra en minutos, raspando el fondo con la
cuchara para conseguir hasta el último pedacito de cremoso cielo café. Cuando
pudo ver a través del fondo transparente, botó el tarro vacío en la basura y
abrió el otro antes de darse cuenta lo que estaba haciendo.
—Mierda. Debería simplemente ponerla en mi trasero. —Ella tomó
tres cucharadas más, y finalmente dejó la cuchara y se alejó. Cuando alcanzó
las escaleras, su estomago gruñó, y luego se acalambró. Ella tembló y luego de
unos minutos el dolor se aminoró.
Corrió a su cuarto y tomó su celular de su bolso. Tenía al Asilo
en marcado rápido.
—Hola. Habla Demi Lovato. Llamo para saber de... Demi, hola, soy Clare, de
recepción. Tu abuela está bien. Tuvo un pequeño ataque de angina anoche, pero la revisaron en el hospital. Ya está
de vuelta.
Ahora está dormida. Le puedo decir que te llame.—Gracias, Clare.
Dile que iré esta noche.
—Puedes estar segura que lo hare.
Demi cerró el teléfono, lo tiró a la cama, y tomó su esponjada bata de
la silla de mecer al paso. Su estomago volvió a gruñir y ella tembló durante la
sensación de un calambre.
—Un tarro completo de mantequilla de maní de una vez no le hace
bien al cuerpo.
Ella se dirigió al baño y haló la cortina color crema de la bañera
vieja. Abrió el grifo del agua caliente y la dejó correr. Un baño la haría
sentirse como ella de nuevo.
Aunque la ducha de la noche anterior la había hecho sentirse más
como ella, como no se había sentido en años. Incluso con las heridas, nunca se
había sentido tan bien, así como si estuviera tan viva. ¿Era por Joseph o algo así?
Desnuda frente al espejo con gabinete donde guarda las medicinas, Demi observó la mordedura en su
hombro. Dos heridas pequeñas y punzantes que habían dejado dos orificios
rojos. Se dio la vuelta mirando por encima de su hombro. Los de la espalda
eran los peores, algunos moretones, pero un poco
curados. Ella se puso el pie en el baño para checar su
entrepierna. La mordida estaba sanada de la misma manera que su hombro.
Un calambre le hizo agarrarse el estomago, dio un respingo, se
inclinó para tratar de calmar el dolor. Pasó, pero la intensidad era obviamente
mayor e iba incrementando. ¿Qué estaba mal con ella? Demi negó con la cabeza, puso su
pie en el suelo.
—Ugh. Está bien. Esto no es una película de terror o un cuento de
hadas.
Lo más probable era que Joseph
tenga algún agente medicinal en su agua para evitar
que los animales se enfermen. Sí, eso tenía más sentido en vez de que ella se
convirtiera en un… Ni siquiera iba a pensarlo.
Demi se metió en la bañera, ajustando
la temperatura del agua, cerró la cortina
y tiró de la palanca de la regadera. Agua caliente, cayendo en
cascada sobre su cuerpo, lavando cada toque, cada beso que Joseph había dejado en ella.
Lástima que no pudiera lavar los recuerdos del encuentro de su
cuerpo caliente dentro del suyo. O el deseo de que lo hiciera de nuevo.