De pronto, las nueve de la
noche parecían la hora encantada, la hora en la que Demi perdería el zapato de cristal que su príncipe
nunca reclamaría. Dejar marchar a Joe era más de lo que podía soportar, pero dejarlo en brazos de su ex
amante se le antojaba completamente imposible.
-¿Quieres que simulemos la
pelea antes de que Tara llegue?
—preguntó Demi, deseando que él optara por
cancelar la actuación.
-Maldita sea, no lo sé
-contestó Joe pasándose
la mano por el cabello alborotado-. Ya sea antes o después, la prensa va a
culpar a Tara
de nuestra
ruptura. Y los cotillees provocarán nuevas mentiras. Este asunto no se terminará
nunca.
¿Este asunto? ¿Llamaba «este
asunto» a su romance, a las noches que habían pasado el uno en los brazos del
otro?
Demi se dio la vuelta para
contemplar el cielo y divisó la luz grisácea de las nubes, la promesa de la
lluvia.
-No me has dicho tus noticias
-dijo entonces Joe.
Cielo Santo. Se le había
olvidado todo el asunto de su madre. Pero ahora tenía que contárselo. Tenía
que poner sobre la mesa otro tema emocional-mente puntiagudo.
-Tal vez Danielle estaba enferma, Joe.
-¿Enferma? —Exclamó él mirándola
con recelo-. ¿De qué estás hablando?
-Algunas mujeres sufren un
trastorno emocional después de dar a luz. Se llama depresión post parto. Y hay
un grado más fuerte que está considerado como una psicosis.
-Por favor, Demi, no inventes excusas para
justificar a mi madre -respondió Joe poniéndose en pie.
-No lo hago —se defendió ella
incorporándose a su vez-.
Puede llegar a ser una enfermedad muy grave. Mi hermana Rita, que es enfermera, me habló
de ello, y luego estuve horas buscando información en Internet. Incluso he
contactado con un grupo de apoyo para hacerles algunas preguntas.
-Mi madre estaba deprimida por
haber dejado su carrera.
-Sí, pero tal vez eran
sentimientos que no era capaz de controlar. Si hablamos con tu padre y
conseguimos su historial médico, tal vez lleguemos a la verdad.
-¿«Lleguemos» No pienso
meterte en este lío. Y, para ser sinceros, no creo que tenga ya importancia.
Lleva treinta años muerta.
«Importa porque te sigue
doliendo y necesitas respuestas», pensó Demi.
-Según los expertos, la
psicosis post parto está considerada una enfermedad mental grave y debe ser
tratada de inmediato.
-¿Y qué pasa si descubrimos
que Danielle no estaba enferma? -preguntó
Joe frunciendo el ceño—, ¿Y si
simplemente odiaba la vida, y a mí?
-No creo que nadie pueda odiarte, Joe.
El se acercó un poco más, y cuando estaban tan
solo a unos centímetros el uno del otro, abrió los brazos. Su contacto, su
afecto, le hacían daño, pero Demi aceptó su abrazo y lo estrechó contra sí.
-Será mejor que nos arreglemos
-murmuró Demi al cabo de un instante-. Nos
esperan en casa de tus padres a las siete.
-No importa. Podemos llegar
tarde.
Joe la abrazó un rato más, y de
pronto el viento cambió, dejando paso a una lluvia tranquila.
Mientras el agua caía del cielo,
Demi cerró los ojos y deseó
encontrar la manera de dejar de amar a Joe. Pero mientras aspiraba el aroma de su piel
y sentía la maravilla de tener su cuerpo pegado al suyo, supo que lo amaría
para siempre. Amaría siempre a aquel hombre que no podía tener.
La fiesta de los años veinte
estaba en su apogeo cuando Joe y Demi llegaron. La hacienda de los Jonas se había transformado en un
escenario propio de los años del jazz, en los que los que reinaba la
prohibición de alcohol y el sexo.
Y todo el mundo que había
acudido a la fiesta de su madrastra estaba dispuesto a demostrar a los demás
que no carecía de esto último.
Las mujeres se paseaban por la
mansión vestidas con trajes de charlestón, modelos elegantes o esmóquines de
corte masculino. Los hombres invitados se habían esforzado al máximo para
emular a las estrellas del celuloide como Douglas Fairbanks o Rodolfo
Valentino. Por supuesto, algunos habían optado por una aproximación más divertida,
imitando a Charles Chaplin o a Buster Keaton. Y luego estaba el estilo
gángster, los tipos duros que lucían sus sombreros a modo de Al Capone.
Joe solía divertirse mucho en
aquellas fiestas, pero ese día estaba demasiado nervioso como para dejarse
llevar por la alegría del momento.
Se giró para mirar a Demi. Caminaba a su lado, tan
espectacular como una estrella del cielo. Su vestido tenía una cola que llegaba
hasta el suelo como si fuera una cascada de plata. Llevaba el pelo
sujeto en un moderno recogido adornado con una diadema a juego con el collar de
perlas que rodeaba su cuello.
¿Por qué estaría tan callada?
¿Estaría interpretando un papel para la prensa? La heredera real. La princesa
de Boston preparada para enfrentarse a la estrella de cine.
Joe sabía que Demi estaba preocupada por la
inminente aparición de Tara. Él
también. No tenía ni idea de qué querría Tara. Y aquella noche no podía enfrentarse a más
problemas. Bastante tenía con perder a la mujer
que...
¿Qué? ¿La mujer que deseaba,
la mujer que le gustaba...?
No. Joe sabía que iba mucho más allá que eso. En
algún momento, Demi se
había convertido en algo más que una adicción.
Se había convertido en parte
de él, en parte de su respiración, de cada palabra que pronunciaba, de cada
sonrisa, de cada movimiento que le hacían ser quien era.
Que Dios lo ayudara. Joe sintió que las rodillas le
temblaban.
La amaba. La amaba
profundamente.
Y ya era demasiado tarde. Demi estaba de acuerdo en acabar
con su relación.
¿Y por qué no habría de
hacerlo?
Joe nunca le
había ofrecido nada más que sexo, nada más que un temblor erótico bajo las
sábanas.
Ella no tenía ningún motivo
para corresponder a su amor. Joe no había hecho nada para ganárselo. Él la había llamado egoísta por
querer compaginar su carrera con tener una familia. Y sin embargo, Demi estaba allí con él como una
amiga, tratando de mitigar su dolor por la madre que lo había abandonado.
Demi —dijo Joe volviéndose hacia ella y hablando sobre el
sonido de la música-. ¿Quieres conocer a mis padres?
-Por supuesto.
Joe la tomó del brazo y la llevó
a un saloncito en el que James y Faith Jonas charlaban con algunos de sus invitados. Tras presentársela, los tres
iniciaron una pequeña charla convencional mientras Joe veía toda su miserable vida aparecer delante
de sus ojos en un destello. Su vida de soltero.
¿Se casaría Demi con alguien? Por supuesto que
sí, se respondió al instante. Ella quería un hogar, un marido, hijos... y
también quería conservar su trabajo. Algo que él tendría que haber apoyado,
pero había dejado que el suicido de su madre lo cegara, convirtiendo en
problemático un asunto que en el pasado no había supuesto ningún inconveniente
para él.
De pronto, una perturbación
interrumpió la charla de sus padres con Demi, captando toda su atención, al igual que la
de Joe. Todos se dieron la vuelta al
mismo tiempo, y Joe soltó
una palabrota entre dientes.
Había llegado Tara.