jueves, 8 de noviembre de 2012

Durmiendo con su rival capitulo 24




De pronto, las nueve de la noche parecían la hora encantada, la hora en la que Demi perdería el zapato de cristal que su príncipe nunca reclama­ría. Dejar marchar a Joe era más de lo que podía soportar, pero dejarlo en brazos de su ex amante se le antojaba completamente imposible.
-¿Quieres que simulemos la pelea antes de que Tara llegue? —preguntó Demi, deseando que él op­tara por cancelar la actuación.
-Maldita sea, no lo sé -contestó Joe pasándose la mano por el cabello alborotado-. Ya sea antes o después, la prensa va a culpar a Tara de nuestra ruptura. Y los cotillees provocarán nuevas menti­ras. Este asunto no se terminará nunca.
¿Este asunto? ¿Llamaba «este asunto» a su ro­mance, a las noches que habían pasado el uno en los brazos del otro?
Demi se dio la vuelta para contemplar el cielo y divisó la luz grisácea de las nubes, la promesa de la lluvia.
-No me has dicho tus noticias -dijo entonces Joe.
Cielo Santo. Se le había olvidado todo el asunto de su madre. Pero ahora tenía que contárselo. Te­nía que poner sobre la mesa otro tema emocional-mente puntiagudo.
-Tal vez Danielle estaba enferma, Joe.

-¿Enferma? —Exclamó él mirándola con re­celo-. ¿De qué estás hablando?
-Algunas mujeres sufren un trastorno emocio­nal después de dar a luz. Se llama depresión post parto. Y hay un grado más fuerte que está conside­rado como una psicosis.
-Por favor, Demi, no inventes excusas para justificar a mi madre -respondió Joe poniéndose en pie.
-No lo hago —se defendió ella incorporándose a su vez-. Puede llegar a ser una enfermedad muy grave. Mi hermana Rita, que es enfermera, me ha­bló de ello, y luego estuve horas buscando infor­mación en Internet. Incluso he contactado con un grupo de apoyo para hacerles algunas preguntas.
-Mi madre estaba deprimida por haber dejado su carrera.
-Sí, pero tal vez eran sentimientos que no era capaz de controlar. Si hablamos con tu padre y conseguimos su historial médico, tal vez llegue­mos a la verdad.

-¿«Lleguemos» No pienso meterte en este lío. Y, para ser sinceros, no creo que tenga ya impor­tancia. Lleva treinta años muerta.
«Importa porque te sigue doliendo y necesitas respuestas», pensó Demi.
-Según los expertos, la psicosis post parto está considerada una enfermedad mental grave y debe ser tratada de inmediato.
-¿Y qué pasa si descubrimos que Danielle no es­taba enferma? -preguntó Joe frunciendo el ceño—, ¿Y si simplemente odiaba la vida, y a mí?
 -No creo que nadie pueda odiarte, Joe.
 El se acercó un poco más, y cuando estaban tan solo a unos centímetros el uno del otro, abrió los brazos. Su contacto, su afecto, le hacían daño, pero Demi aceptó su abrazo y lo estrechó contra sí.
-Será mejor que nos arreglemos -murmuró Demi al cabo de un instante-. Nos esperan en casa de tus padres a las siete.
-No importa. Podemos llegar tarde.

Joe la abrazó un rato más, y de pronto el viento cambió, dejando paso a una lluvia tran­quila.
Mientras el agua caía del cielo, Demi cerró los ojos y deseó encontrar la manera de dejar de amar a Joe. Pero mientras aspiraba el aroma de su piel y sentía la maravilla de tener su cuerpo pegado al suyo, supo que lo amaría para siempre. Amaría siempre a aquel hombre que no podía tener.
La fiesta de los años veinte estaba en su apogeo cuando Joe y Demi llegaron. La hacienda de los Jonas se había transformado en un escenario propio de los años del jazz, en los que los que rei­naba la prohibición de alcohol y el sexo.

Y todo el mundo que había acudido a la fiesta de su madrastra estaba dispuesto a demostrar a los demás que no carecía de esto último.
Las mujeres se paseaban por la mansión vesti­das con trajes de charlestón, modelos elegantes o esmóquines de corte masculino. Los hombres invi­tados se habían esforzado al máximo para emular a las estrellas del celuloide como Douglas Fairbanks o Rodolfo Valentino. Por supuesto, algunos habían optado por una aproximación más diver­tida, imitando a Charles Chaplin o a Buster Keaton. Y luego estaba el estilo gángster, los tipos du­ros que lucían sus sombreros a modo de Al Capone.
Joe solía divertirse mucho en aquellas fiestas, pero ese día estaba demasiado nervioso como para dejarse llevar por la alegría del momento.

Se giró para mirar a Demi. Caminaba a su lado, tan espectacular como una estrella del cielo. Su vestido tenía una cola que llegaba hasta el suelo como si fuera una cascada de plata. Llevaba el pelo sujeto en un moderno recogido adornado con una diadema a juego con el collar de perlas que rodeaba su cuello.
¿Por qué estaría tan callada? ¿Estaría interpre­tando un papel para la prensa? La heredera real. La princesa de Boston preparada para enfrentarse a la estrella de cine.
Joe sabía que Demi estaba preocupada por la inminente aparición de Tara. Él también. No tenía ni idea de qué querría Tara. Y aquella noche no podía enfrentarse a más problemas. Bastante tenía con perder a la mujer que...
¿Qué? ¿La mujer que deseaba, la mujer que le gustaba...?
No. Joe sabía que iba mucho más allá que eso. En algún momento, Demi se había convertido en algo más que una adicción.
Se había convertido en parte de él, en parte de su respiración, de cada palabra que pronunciaba, de cada sonrisa, de cada movimiento que le ha­cían ser quien era.
Que Dios lo ayudara. Joe sintió que las rodillas le temblaban.
La amaba. La amaba profundamente.
Y ya era demasiado tarde. Demi estaba de acuerdo en acabar con su relación.
¿Y por qué no habría de hacerlo? Joe nunca le había ofrecido nada más que sexo, nada más que un temblor erótico bajo las sábanas.

Ella no tenía ningún motivo para corresponder a su amor. Joe no había hecho nada para ganárselo. Él la había llamado egoísta por querer com­paginar su carrera con tener una familia. Y sin em­bargo, Demi estaba allí con él como una amiga, tra­tando de mitigar su dolor por la madre que lo había abandonado.
Demi —dijo Joe volviéndose hacia ella y ha­blando sobre el sonido de la música-. ¿Quieres co­nocer a mis padres?
-Por supuesto.
Joe la tomó del brazo y la llevó a un saloncito en el que James y Faith Jonas charlaban con al­gunos de sus invitados. Tras presentársela, los tres iniciaron una pequeña charla convencional mien­tras Joe veía toda su miserable vida aparecer de­lante de sus ojos en un destello. Su vida de soltero.
¿Se casaría Demi con alguien? Por supuesto que sí, se respondió al instante. Ella quería un hogar, un marido, hijos... y también quería conservar su trabajo. Algo que él tendría que haber apoyado, pero había dejado que el suicido de su madre lo cegara, convirtiendo en problemático un asunto que en el pasado no había supuesto ningún incon­veniente para él.

De pronto, una perturbación interrumpió la charla de sus padres con Demi, captando toda su atención, al igual que la de Joe. Todos se dieron la vuelta al mismo tiempo, y Joe soltó una pala­brota entre dientes.
Había llegado Tara.

Durmiendo con su Rival capitulo 23




El sábado por la tarde, Demi regresó a su casa de piedra. Necesitaba estar sola, tener unas horas de soledad antes de volver a casa de Joe y prepararse para la fiesta, la gala de los años veinte en la que ter­minaría su relación con el hombre al que amaba.
Demi se sentó en el sofá con la mirada perdida, como si fuera un zombi. ¿Cómo iba a arreglárselas para entrar en la hacienda de los Jonas y ac­tuar como si no tuviera el corazón roto en mil pe­dazos?
Parpadeó y recorrió con la mirada su equipo de imagen y sonido: la televisión, el estéreo, el repro­ductor de Dvd... Luego detuvo la vista ante su co­lección de películas y pensó en la madre de Joe, la hermosa actriz que había cometido un acto trá­gico y egoísta.

«Maldita seas, Danielle», pensó para sus aden­tros. «Maldita seas por haber herido a tu hijo, por haberlo hecho tan cauteloso, por transformar su visión del matrimonio y la maternidad».
Joe se merecía algo mejor. Se merecía una ma­dre a la que le importara, que hubiera permane­cido a su lado para verlo crecer.
El sonido de la puerta interrumpió sus pensa­mientos. Demi exhaló un profundo suspiro y pensó que alguna de sus hermanas debía estar en la puerta. Al abrir comprobó que se trataba de Rita. La enfermera le dedicó una sonrisa triste.
Rita, ¿qué te ocurre? Pareces abatida.
-He recibido otro regalo de mi admirador se­creto. Y necesitaba hablarlo con alguien.
-Vamos, pasa -dijo Demi—. Tal vez se trata de un regalo por tu cumpleaños -aseguró, recordando la cercanía de la fecha.

Rita negó con la cabeza mientras entraba en el apartamento y se sentaba en el sofá.
-No. Si no, llevaría una tarjeta.
-¿Te preocupa que ese tipo pueda ser peli­groso? -le preguntó
Demi sentándose a su lado mientras estudiaba la expresión preocupada del rostro de su hermana.
-No lo sé. Tal vez.
-¿Es un regalo demasiado personal? ¿Algo se­xual?
-No -respondió Rita pasándose la mano por la melena-. El regalo no tenía nada perturbador. De hecho, nunca me ha regalado nada que no pa­rezca bienintencionado, pero no puedo apartar de mí esta incómoda sensación.
-¿Intuición femenina? -preguntó Demi.
-Tal vez. O a lo mejor es un miedo ancestral ali­mentado por mi imaginación. Hay mucho tipo raro por ahí suelto.
-¿Has pensado en llamar a la policía? -pre­guntó su hermana frunciendo el ceño.
-No creo que sirviera para nada -aseguró Rita con un suspiro-. No tengo ninguna prueba de que sea un acosador. Ni siquiera sé quién es.

-De todas maneras, tal vez podrías poner una denuncia —insistió Demi.
-Lo haré si hace algo que pueda interpretarse como amenazador. Pero por ahora, sólo tenía ga­nas de desahogarme -concluyó Rita antes de mi­rar fijamente a su hermana-. ¿Y qué me dices de ti? ¿Te va todo bien?
Demi sintió cómo se le encogía de pronto el co­razón. No le había contado a su hermana sus fan­tasías respecto a convertirse en la esposa del ase­sor, pero seguramente sus ojos reflejaban la verdad.
-Digamos que voy tirando.
-Eso no suena muy alentador.

-Lo sé, pero hago lo que puedo —aseguró Demi clavando la vista de nuevo en su colección de pelí­culas-. Rita, ¿qué sabes del suicidio? ¿Qué lleva a una persona a cometerlo?
-Oh, Dios mío... ¿A qué viene esto ahora? ¿Se­guro que estás bien?
-Lo siento, tenía que haberme explicado mejor -aseguró observando la preocupación en el rostro de Rita-. Tengo un amigo que lo está pasando muy mal por el suicido de su madre. Ocurrió cuando él era un bebé, pero se ha enterado hace poco.
-¿Dejó alguna nota?
-Sí. Al parecer, se deprimió profundamente cuando él nació. Estaba obsesionada por haber de­jado su carrera y sentía pánico por tener que criar a un hijo. ¿Puedes imaginarte a una madre prime­riza así de desesperada, así de egoísta?
-Claro que puedo -respondió Rita en tono pro­fesional-. ¿No has oído hablar nunca de la psicosis post parto?

-¿Te refieres a la depresión post parto? -pre­guntó Demi acercándose un poco más a ella.
-Algo parecido, pero un grado mucho mayor. Las madres primerizas afectadas por este sín­drome experimentan síntomas graves y en ocasio­nes exhiben un comportamiento muy extraño. Los casos más leves desaparecen por sí mismos, pero si es un caso grave y no se le trata a tiempo, puede llevar al desastre.
-¿Al suicido, por ejemplo? -preguntó Demi.
-Desde luego. Pero no puedo hablar del caso concreto de la madre de tu amigo sin ver su histo­rial médico.
-Claro.
Pero eso no significaba que no pudiera mencio­narle el asunto a Joe.
Demi regresó unas horas más tarde a casa de Joe. Lo encontró en el patio, con el cabello albo­rotado por el viento.

Se estaba tomando una taza de café mientras observaba la puesta de sol. El aire era frío, y el cielo estaba cubierto de nubes.
-Ya has vuelto... -dijo Joe girándose al oírla llegar.
Demi se sentó frente a él, deseando de corazón poder calmar su dolor, deseando que juntos pu­dieran descubrir la verdad que se ocultaba tras el suicidio de Danielle.
-Tengo algo que decirte, Joe.
-Yo también tengo algo que decirte —respondió él clavando de nuevo la vista en el horizonte con el ceño fruncido.
-¿Qué ocurre? —preguntó Demi pensando que, al verlo tan preocupado, sus noticias podían esperar.
-Tara va a venir a la fiesta —respondió Joe mi­rándola a los ojos.
Demi sintió que la sangre se le subía a la cabeza. ¿Su ex amante iba a asistir a su ruptura?
 -¿La has invitado tú?
-No. Llamó su agente para decir que vendría.
-¿Por qué?

-No lo sé. Pero dijo que ella quería hablar con­migo. En privado. De algo importante.
¿Cómo de importante?, se preguntó Demi. ¿Tendría pensado Tara interpretar una obra para él, decirle que lo echaba mucho de menos, que su matrimonio hacía aguas y que necesitaba con­suelo, amor, o sexo?
Demi se abrazó a sí misma y consiguió por orgu­llo mantener una apariencia de calma. ¿Cómo po­dría competir con Tara Shaw, el único y verdadero amor de la vida de Joe?
-¿Estás nervioso por volver a verla?

-Histérico. No puedo creer que esto vaya a su­ceder. Y menos esta noche.
Demi estaba de acuerdo. Aquella noche, cuando su pelea simulada dejaría libre a Joe.
-¿Cómo es posible que se haya autoinvitado? Eso no está bien.
-Tal vez no, pero en las revistas ya se rumorea­ba que iba a venir a la fiesta.
Rumores que él mismo había comenzado, pensó Demi. Tal vez, en el fondo de su corazón, Joe quería que Tara apareciera. Tal vez deseaba volver a verla aunque fuera una vez.
-¿Vendrá acompañada por su marido? -pre­gunto esperanzada.
-No. Su agente dijo que llegaría sola. O con su guardaespaldas, supongo. Sobre las nueve.

martes, 6 de noviembre de 2012

Durmiendo Con su Rival Capitulo 22




Cuando Demi se despertó a la mañana si­guiente, abrió los ojos y vio a Joe tendido a su lado en la cama, con un brazo sobre la almohada y otro alrededor de su cintura. Tenía la sábana enre­dada entre las piernas, y la colcha descansaba a los pies de la cama.
Demi trató de moverse, pero Joe la apretó con más fuerza.
-¿Adonde vas? —le preguntó con voz adormi­lada.
-Es hora de arreglarse para ir al trabajo.
-Yo no -respondió Joe-. No tengo ninguna reunión hasta la tarde.
-Qué suerte.
Demi lo besó en la boca, recordando cómo ha­bían hecho el amor la noche anterior. Dulce y len­tamente.
-¿No podrías dejar de ir hoy a trabajar y que­darte un ratito conmigo? -preguntó Joe con voz mimosa acariciándole un mechón de cabello.
-Ojalá pudiera, pero esta mañana tengo mucho lío.
Su hermano había convocado una reunión de directivos, y ella tenía que estar allí.
-¿Intentarás regresar pronto a casa?
-Sí. Volveré sobre las cuatro.

-Qué bien -dijo Joe hundiéndose más en la almohada y cerrando los ojos.
Demi estudió con detenimiento sus facciones: Aquellos pómulos sobresalientes, la mandíbula deci­dida, el arco de sus cejas... Que el cielo la ayudara, pero ella quería permanecer a su lado. Y tenía que decirle lo que pensaba. Tenía que arriesgarse.
-Joe...
-¿Sí? -murmuró él abriendo los ojos. -¿Considerarías alguna vez la posibilidad de ca­sarte con una mujer que trabajara? -preguntó tras soltar todo el aire que tenía retenido en los pul­mones-. Quiero decir, ¿crees que podrías llegar a cambiar de opinión sobre ese asunto?
En lugar de contestar, Joe cambió las tornas, poniéndola a ella en un compromiso.
-¿Considerarías alguna vez la posibilidad de de­jar tu trabajo por un hombre?
Demi ya se había planteado esa pregunta en su cabeza, y decidió contestar con sinceridad.
-No. Mi posición en Lovato es parte de lo que yo soy.
-¿Aunque te haya producido una úlcera? -pre­guntó Joe tras aclararse la garganta.
-No puedo evitar ser una persona nerviosa.

-¿Trabajas allí por ti o por tu familia?
-Por los dos. ¿Y qué me dices de ti? —Contraa­tacó Demi—. ¿Por qué trabajas para la empresa de tu padre?
-Por él y por mí. Me gusta mucho lo que hago, pero también soy leal a mi familia.
Demi descubrió de pronto el dolor en sus ojos, la certeza de que la lealtad familiar de Demi se ha­bía puesto en peligro por lo que su madre había hecho.
Ella estiró la mano y le acarició la mejilla, deseando poder hacer algo para calmar su dolor. Y cuando Joe la tomó de la mano, Demi deseó tam­bién ser capaz de aplacar su propio dolor.
-Tengo que arreglarme -dijo ella.
-Lo sé.
Joe la besó en la palma de la mano y la dejó marchar.
Dos horas más tarde, Demi entró por la puerta de la sede principal de Helados Lovato. Las ca­ricias de Joe seguían presentes en su mente, pero Demi hizo todo lo posible por encarar el día sin mirar atrás, sin imaginárselo desnudo y solo en aquella cama enorme.
Tras ponerse al día con su secretaria, Demi se di­rigió al despacho de Nicholas. Su hermano estaba sentado detrás de su escritorio con expresión preocupada.
-¿Ocurre algo? -preguntó ella.
-Lo discutiremos cuando llegue papá.

-¿Y los demás miembros de la junta?
-Esta es una reunión personal, Demi. Es entre papá, tú y yo —respondió Nicholas poniéndose en pie y estirando los hombros-. ¿Quieres un café?
-No, gracias -respondió ella pensando en su úl­cera-. ¿Cuándo se supone que llegará papá?
-En cualquier momento.
Cario Lovato hizo su aparición exactamente tres minutos más tarde. Llevaba un traje oscuro y tenía el ceño fruncido. Aunque no era muy alto, era un hombre de constitución poderosa que des­bordaba orgullo al caminar.

Nicholas se sentó en el borde del escritorio, y Cario le hizo a Demi un gesto para que se sentara. Su padre, con aquella voz tan grave y su seriedad, siempre se las arreglaba para intimidarla.
Tal y como le habían indicado, Demi se sentó y esperó a que comenzara el baile. Estaba claro que había hecho algo que disgustaba a su padre. Miró a Nicholas, pero su hermano no le ofreció nin­guna señal de ánimo fraternal. Al parecer, estaba sola ante el peligro.
-Me he enterado de que te has ido a vivir con Joe Jonas -dijo su padre—. Pero sólo durante esta semana. ¿Qué clase de absurdo acuerdo es ese?

-¿Esta reunión es sobre Joe? -preguntó Demi mirándolos fijamente, sorprendida.
-No. Es sobre ti, Demi. Quiero saber qué está ocurriendo entre ese hombre y tú.
-Joe y yo estamos trabajando juntos -se defen­dió ella-. Hemos hecho un montaje para entrete­ner a la prensa, para que dejaran de arrojar basura sobre la imagen de Lovato.
-¿Y qué me dices de tu imagen? —Replicó Cario-. Tu hermano y yo no deberíamos haber confiado nunca en ese asesor. Es demasiado hollywoodiense.
-¿Demasiado hollywoodiense? Es un empresa­rio de Boston, papá, y muy reputado.
-Este escándalo se ha salido por completo de madre -intervino Nicholas.
-Y te ha pillado a ti en el medio -añadió Cario.

Demi tenía emociones encontradas. Su padre y su hermano habían convocado aquella reunión para defender su honor, para apoyarla. Aquello era lo último que hubiera esperado.
-Agradezco lo que estáis intentando hacer los dos. Pero el escándalo está a punto de terminar -aseguró levantándose y mirando a su padre-. Y puedo arreglármelas el tiempo que queda.
-¿Estás segura? -insistió Cario abriendo los bra­zos para estrecharla contra sí.
Demi se refugió en el pecho de su padre. Cielos, cuánto necesitaba sus brazos poderosos. Su fuerza. Su preocupación por ella.
Entonces dio un paso atrás para mirarlo mejor, para observar su pelo corto y oscuro, sus sienes plateadas y las líneas de expresión de sus ojos.
-¿Tú crees que soy buena en mi trabajo?

-Claro que lo creo. Trabajas más que nadie, casi siempre demasiado.
-¿Estás de acuerdo? -preguntó Demi mirando a su hermano.
Nicholas asintió con la cabeza.
-Metimos a Joe en esto para que no tuvieras que enfrentarte tú sola a la prensa. Y ahora estáis metidos los dos.
-Sí, pero eso es cosa mía.
-Ten cuidado -dijo su padre acariciándole la cara-. No quiero que lo pases mal.
«Demasiado tarde», pensó Demi.
Porque ya estaba sufriendo.
—Estaré bien, papá. Te lo prometo. Estaré bien.
Un poco más tarde, Demi había llegado a la conclusión de que no podía seguir lamentándose por perder a Joe. En su lugar, aprovecharía cada momento que les quedaba.

Decidida a preparar una cena casera para el hombre que amaba, se detuvo en el mercado para comprar algunas cosas. Después, cuando se dirigía al coche cargada de bolsas, vio a María y a un hom­bre de pelo oscuro en una esquina cercana a la he­ladería Lovato, el local que regentaba su her­mana.
Y entonces, Demi parpadeó un par de veces. Aquel hombre era Steve Conti. El traidor de los traidores. En opinión de Demi, su familia era la responsable de los problemas de Lovato. Es­taba segura de que ellos habían saboteado la promoción de la fruta de la pasión arrojando pi­mienta sobre el helado. La tía abuela de Steve fue la mujer que lanzó la maldición de San Valentín sobre la familia Lovato.
Demi observó el lenguaje corporal de Steve, el modo en que se inclinaba sobre su hermana. ¿Se sentiría atraído por María?

Luego miró a su hermana pequeña, que son­reía a aquel malvado Conti.
¿Qué demonios estaba ocurriendo allí? ¿Se ha­brían encontrado por casualidad en la calle, o an­darían metidos en lo que no deberían?
Demi abrió el coche y metió las bolsas en el asiento del copiloto. ¿Estaría María viviendo una aventura secreta con Steve? Después de todo, su hermana llevaba un tiempo muy escurridiza, desa­pareciendo sin dar ninguna explicación.
Steve y María se fueron cada uno por su lado, y su hermana se encaminó hacia la heladería. Demi sacudió la cabeza. El hecho de que ella tuviera una aventura no significaba que María tuviera que es­tar haciendo lo mismo.
Y, sin embargo, Demi sabía demasiado bien lo fácil que le resultaba a una mujer fuerte y bien preparada enamorarse del hombre incorrecto.

Treinta minutos más tarde, Demi regresó a casa de Joe y lo encontró en la cocina. Se quedó mi­rándolo un instante, pensando en lo guapo que era. Llevaba puesta una camisa blanca, pantalones grises y un par de mocasines negros. Se había qui­tado la chaqueta y la corbata, que descansaban so­bre una silla.
-Vaya, has ido de compras -dijo Joe al verla.
-Voy a preparar una cena italiana -contestó ella dejando las bolsas sobre la mesa.
Él soltó una carcajada y abrió la nevera.
-Yo he comprado solomillos -dijo mostrándole la carne-. Iba a cocinar para ti esta noche. Incluso he comprado flores y velas.
-¿De veras? -comentó Demi sorprendida-. He­mos tenido la misma idea.
Sintió deseos de abrazarlo por haber pensado en ella, por planear una cena romántica.
-¿Tú qué has comprado? -preguntó Joe curio­seando en sus bolsas—. Esto tiene muy buena pinta. ¿Qué te parece si combinamos nuestras comidas? La pasta y la carne van bien juntas, ¿no?
-Sí.
Demi se rindió a la necesidad de abrazarlo. Puso la cabeza en su hombro y Joe le acarició suave­mente la espalda.
-¿Estás bien, Demi?
Ella asintió con la cabeza, aunque le dolía el co­razón.
-¿Y tú?
-Sí, estoy perfectamente.
Joe colocó suavemente la barbilla sobre la cabeza de Demi, pensando que no estaba bien en ab­soluto. Cada día que pasaba estaba más cerca del fin, más cerca de perderla.
-¿Hacemos la cena? —sugirió Demi.

-Claro -respondió él soltándola y dando un paso atrás.
Demi parecía cansada y algo hundida, y Joe se preguntó si habría tenido un día duro.
Ella se quitó los zapatos y se movió por la co­cina en medias. Joe se apoyó sobre la encimera y la observó.
Su Demi. Su dulce, salvaje y pulcra Demi. Se­guía confundiéndolo, pero Joe no le encon­traba sentido a analizar su relación. Cuando ella se hubiera marchado, contendría sus sentimien­tos. Esperaba que entonces el miedo desapare­ciera y él dejaría de obsesionarse por ella. Su vida, la vida tal y como él la conocía, volvería a ser normal. Todo lo normal que podía ser la vida de un hombre que tratara de arrancarse a una mujer del corazón.

-Si te parece, yo haré la ensalada -dijo Demi, arrancándolo de sus pensamientos.
Comenzaron a preparar la cena en silencio, codo con codo. Finalmente, Joe sacó el tema de la fiesta.
-Les he dicho a mis padres que simularemos una pelea.
-¿Y qué les ha parecido? —preguntó ella girán­dose para mirarlo.
-No les importa. Siempre suele haber alguien que se emborracha y monta una escena. Supongo que el tema de los años veinte despierta en la gente ese tipo de comportamiento.
-Yo todavía no tengo vestido -comentó Demi-. Pero tengo pensando ir mañana de compras.
-¿Quieres que te acompañe?
-Puedo encontrar algo yo sola -respondió ella negando con la cabeza.
-No estaba tratando de controlar tu vestuario -se defendió Joe frunciendo el ceño-. Sólo te es­taba ofreciendo mi compañía, Demi.
-Lo sé. Pero creo que me resultará más fácil si voy sola -insistió ella cortando unos tomates-. ¿Dónde están las flores y las velas?

-En la mesa del comedor -respondió Joe ade­rezando la carne—. Las velas son aromáticas.
Demi le dedicó una sonrisa dulce, y Joe tuvo la impresión de que ella estaba tratando de sacar el mejor partido posible del tiempo que les quedaba.
-No sabía que fueras tan romántico, Joe.
-Y no lo soy -bromeó él-. Lo hago todo por sexo.
-¿De verdad? -respondió Demi con una carca­jada-. Yo también.
-Entonces, hacemos una buena pareja, ¿no le parece, señora?
-Sí, creo que sí.

Joe exhaló un suspiro, y se repitió para sí que le iría bien sin ella. Ya ella sin él. Sólo habían pa­sado dos semanas y media juntos, lo que no signifi­caba nada dentro de una vida.
Pero mientras se concentraba en terminar la ensalada para la cena que habían planeado, el día de la fiesta se le apareció en la mente como una oscura premonición.
Como si fuera una nube molesta preparándose para una lluvia helada.

Durmiendo Con Su Rival capitulo 21




Al día siguiente por la noche, Demi estaba sa­cando sus cosas de baño en casa de Joe. Habían acordado por teléfono que ella pasaría allí el resto de la semana. Eso era todo el tiempo que les que­daba. El sábado por la noche, en la fiesta que la fa­milia de Joe celebraba todos los años, acabaría su romance.
El baño principal tenía un lavabo con dos senos y espacio de sobra para dos personas, pero Demi no pudo resistir la tentación de colocar sus cremas y sus cosméticos cerca de la espuma de afeitar de Joe. Tener sus cosas personales juntas daba la im­presión de que estaban casados.
¿Casados?

Demi observó su reflejo en el espejo. ¿Estaba loca? ¿Cómo se le ocurría fantasear sobre la posi­bilidad de estar casada con Joe? Él la había invi­tado a quedarse unos días, pero eso no significaba ningún compromiso.
Joe entró en el baño y Demi se sonrojó, como si temiera que hubiera adivinado sus pensamien­tos.
-¿Te queda mucho? -preguntó él.
Demi no se dio la vuelta. Podía ver a Joe a tra­vés del espejo de pie detrás de ella. -No.
-Mira, tenemos el mismo cepillo de dientes -comentó él agarrando el cepillo eléctrico que Demi había llevado.
-Lo tiene mucha gente igual —respondió ella, recordándose a sí misma que Joe la había invi­tado a quedarse por sexo y nada más.
-Supongo que sí -dijo Demi rodeándola con sus brazos-. He encendido la chimenea abajo. ¿Por qué no vienes y te tomas una taza de chocolate ca­liente conmigo?
Joe cruzó la mirada con él a través del espejo. Podía escuchar el sonido del viento soplando fuera con fuerza.
-¿Demi?
Ella se recostó sobre Joe. Era tan fuerte, tan perfecto...
-Bajaré dentro de un minuto.
-De acuerdo.

Joe le dio un pellizquito en la mejilla y la dejó a solas con sus pensamientos.
Demi se lavó la cara con agua fría, en un intento de espabilarse. No tenía sueño, pero estaba su­mida en un algún lugar entre el sueño y la reali­dad.
«Que el cielo me ayude», pensó mientras se se­caba con una toalla.
Estar allí, quedarse en casa de Joe, era un error. Y sin embargo, quería estar con él, dormir en la misma cama, compartir el mismo baño, fingir que eran una pareja de verdad... aunque supiera que era un imposible. Estaba planeado que su relación con Joe terminara en menos de una semana.
«Por lo tanto, no te enamores de él», se dijo a sí misma. «No dejes que suceda».

Demi bajó entonces por las escaleras y se las arregló para componer una sonrisa cuando vio a Joe esperándola. Lo ayudó a preparar el choco­late y luego se sentaron en el salón, donde el fuego ardía cálido y brillante. Demi se acurrucó en un extremo del sofá, y Joe se sentó a su lado.
-Mientras te esperaba, he estado pensando en pedirle a Lewis que me pinte ese retrato -dijo él.
-¿Qué retrato? -preguntó Demi apartando la vista del fuego.
-El nuestro, el que salió en la portada de la re­vista. He pensado que sería estupendo tenerlo en un cuadro.
-¿Por qué? -preguntó ella parpadeando, muy sorprendida.

-No lo sé -respondió Joe encogiéndose de hombros-. Se me ha ocurrido y ya está.
De pronto, Demi sintió un dolor en el corazón. No quería ser un trofeo, una conquista, un re­cuerdo prohibido que Joe pudiera colgar en la pared para que todo el mundo lo viera.
-¿Tienes algún retrato de Tara por aquí? ¿Forma parte ella también de tu colección?
-¿Qué demonios quieres decir con eso? -pre­guntó Joe dejando su taza sobre la mesa con tanta furia que estuvo a punto de derramar su conte­nido-. ¿Te crees que encargo retratos de todas mis amantes?
-¿Y no es así? -preguntó Demi mirándolo con dureza.
-No —respondió él de inmediato.
-Entonces, ¿admites por fin que Tara y tú erais amantes?
-Así es. Pero no sé qué interés puede tener eso. ¿A quién le importa?
Demi estrechó las rodillas contra su pecho. A ella le importaba. No debería ser así, pero no po­día evitarlo.
-¿Estabas enamorado de ella?

Joe no contestó, y ambos permanecieron sen­tados en silencio mirándose a los ojos. Las llamas de la chimenea iluminaban tenuemente sus pó­mulos angulosos, y Demi resistió la tentación de to­carle, de sentir el calor de su piel.
El aroma de la leña inundaba el aire, provo­cando que aquella atmósfera romántica pareciera una mentira.
-¿Joe? -presionó ella.
-Sí, la amaba -contestó finalmente él-. Pero in­tento no pensar en ello. Sobre todo ahora.
-¿Por qué? ¿Te hizo daño?
-Sí, pero llevo años sin hablar con ella. Tuve ga­nas de llamarla nada más conocerte, pero decidí no hacerlo.
-¿Quieres hablarme de ella?
Demi necesitaba saber quién era realmente Joe Jonas, y qué había significado Tara Shaw para él.
Joe se aclaró la garganta y comenzó a hablar.
-En la época en la que yo terminé la universi­dad, Tara se puso en contacto con la agencia de mi padre. Estaba buscando un asesor que la ayu­dara a relanzar su imagen, algo que demostrara que una mujer podía seguir siendo un símbolo se­xual a los cuarenta. Mi padre iba a encargarle el trabajo a otro consultor, pero yo insistí en que me lo diera a mí.

-¿Por qué? -preguntó Demi-. ¿Te sentías atra­ído por ella?
-No, no se trataba de eso. Pensaba que era muy guapa, por supuesto, pero no me veía acostán­dome con ella. Acepté el trabajo porque Holly­wood me fascinaba, y quería formar parte de ese mundo.
Demi lo observó durante unos segundos, y de pronto cayó en la cuenta.
-Hollywood representaba a tu madre. Era a Danielle a quien estabas buscando.
-Quería sentirme cerca de ella, experimentar lo que la había llevado hasta Hollywood -recono­ció Joe asintiendo con la cabeza.
-¿Y lo encontraste?
-Supongo que sí, pero acabé enamorándome de Tara, y eso era lo último que hubiera esperado que me ocurriría.
Demi sintió una punzada de dolor en el cora­zón, pero trató de ignorarlo.
-¿Ella te amaba?
-Decía que sí. Pero después de estar juntos du­rante algún tiempo, me dijo que no funcionaría. La diferencia de edad la mortificaba —continuó Joe antes de detenerse un instante para darle un sorbo a su taza-. Y ahora que he madurado me doy cuenta de que tenía razón. No habría salido bien. No habría durado.
-Me alegro de que me lo hayas contado -ase­guró Demi—. Que hayas sido sincero.
-Eso no es todo, Demi. Hay algo más.

Ella levantó la vista. ¿Qué más podría haber? ¿Qué le quedaría por contar?
-Te escucho.
-Tara no era sólo mi amante. También era mi amiga, la primera mujer en la que confiaba. Solía hablar con ella sobre mi madre y sobre por qué Hollywood significaba tanto para mí.
-¿Y ella qué te respondía?
-Me decía que la industria cinematográfica po­día llegar a ser fría y muy superficial, y que yo de­bería estar orgulloso de que mi madre la hubiera dejado atrás para casarse y tener un niño.
-¿Y lo estás?
-Lo estaba. Pero ya no.
Demi lo miró a los ojos y supo que iba a reve­larle algo que le causaba un gran dolor.
-¿Qué ocurre, Joe?
-La muerte de mi madre no fue un accidente. Se suicidó.
Dios del Cielo. Por todos los Santos. ¿Danielle Jonas, una mujer joven y hermosa que lo tenía todo, se había quitado la vida?

-¿Cómo puedes saberlo con seguridad?
-Hace cosa de un mes escuché a mi padre y a mi madrastra hablar de Danielle. Era el aniversa­rio de su muerte, y supongo que provocó en mi padre algún upo de emoción -continuó Joe mi­rándose las manos con expresión tensa-. No tenía intención de escuchar, pero no pude darme la vuelta. Y fue entonces cuando descubrí la verdad.
-Pero ella murió en un accidente de coche. Eso no es un suicidio.
-Se salió adrede de la carretera.

-¿Cómo puede tu padre estar tan seguro? —in­sistió Demi tratando inútilmente de mirar a Joe a los ojos.
-Danielle dejó una de esas patéticas notas de los suicidas, pidiéndole que la perdonara.
-Oh, Joe, cuánto lo siento -exclamó Demi conteniendo las lágrimas-. ¿Has hablado con tu padre de esto?
-Sí -respondió él alzando por fin la vista-. Me puso mil excusas de por qué me había mentido durante todos estos años. Me dijo que lo había he­cho para protegerme, pero no es justo. Yo tenía derecho a saberlo.
-Entiendo que tu padre no te lo hubiera con­tado.

-¿De veras? Bien: ¿Sabes lo que decía la nota de Danielle? -respondió Joe, dolido-. Que yo era la causa de su suicidio. No podía arreglárselas siendo madre. No podía soportar la presión de cuidar de su propio hijo. Pero cuando yo era pequeño, mi padre me contaba que ella me adoraba, que me quería más que a nada. Dejó que creciera creyén­dome ese cuento.
Los ojos de Demi se llenaron de lágrimas, pero esta vez no las retuvo. Sabía que Joe también quería llorar, pero sin embargo se mantenía rí­gido, con los brazos cruzados sobre el pecho en gesto de autoprotección.
-Mi padre me contó hace poco que Danielle se deprimió profundamente cuando yo nací. Incluso llegó a admitir que era mejor actriz que madre. Al parecer, estaba arrepentida de haber dejado Hollywood para casarse y tener un hijo.

Demi sintió que todo su interior se ponía rígido, incluido su corazón. Ahora entendía por qué Joe se negaba a casarse con una mujer que estuviera centrada en su carrera.
«Una mujer como yo», pensó para sus adentros. Alguien que aseguraba que podía mantener su es­tatus profesional y a la vez llevar una familia.
-Lo siento -dijo Joe-. No debería haberte car­gado con este peso. No hay nada que tú puedas hacer.
-¡Oh, Joe!
Conmovida por su pena, Demi abrió los brazos para recibirlo, y él apoyó la cabeza sobre su hom­bro mientras ella le acariciaba el pelo.
Tarde, mucho más tarde, cuando el fuego de la chimenea comenzaba a extinguirse y el viento gol­peaba con fuerza las ventanas, Demi trató de pen­sar en la manera de consolarlo de verdad, de ayu­darlo a sentirse pleno, pero no se le ocurrió nada.
Así que se limitó a abrazarlo, muerta de miedo de admitir que amaba a un hombre que podía re­chazarla.
Se había enamorado de Joe Jonas.