viernes, 21 de septiembre de 2012

The Duff Capitulo 22 Jemi



Finalmente cerré el libro y reconocí mi derrota. Esto era enfermo. No debería estar pensando en Joseph. No debería estar besando a Joseph. No debería estar durmiendo con Joseph. Maldita sea, semanas antes habría pensado que hablar con él era horrible. Pero mientras más giraba en mi mundo, más atrayente se volvía. No me malentiendan, todavía lo odiaba con pasión. Su arrogancia me hacía querer gritar, pero su habilidad para me; aunque sólo sea temporalmente, de mis problemas lo dejaba en lo alto. Era mi droga. Estaba enferma. Aún más enferma era la forma en la que le mentí a Selena, sobre esto cuando me llamó a las cinco y media.

—Hola, ¿estás bien? Oh, Dios mío, no puedo creer que Sterling esté de vuelta. ¿Estás, como en estado de pánico? ¿Necesitas que vaya a tu casa?
—No —estaba nerviosa, todavía miraba el reloj cada pocos minutos—. Estoy bien.
—No te lo guardes, D —instó.
—No lo hago. Estoy bien.
—Voy para allá —dijo ella.
—No —dije rápidamente—. No lo hagas. No hay razón para ello.
Hubo silencio por un segundo, y cuando Selena habló de nuevo, sonaba un poco herida. — De acuerdo... pero, quiero decir, incluso si no hablamos acerca de Sterling, podríamos salir o cualquier cosa.
—No puedo —dije—. Yo, um... —Eran las cinco y treinta y tres. Aún había una hora para poder salir a lo de Joseph. Pero no le podía decir eso a Selena. Nunca. —Pienso que me voy
a ir a la cama temprano esta noche.
— ¿Qué?
—Me quedé despierta hasta muy tarde anoche viendo, u... una película. Estoy exhausta.
Ella sabía que estaba mintiendo. Era muy obvio. Pero no me cuestionó. En su lugar, sólo dijo: —Bueno... bien, supongo. ¿Pero quizás mañana? ¿O este fin de semana? En verdad necesitas hablar de ello, D. Aun cuando pienses que no lo necesitas. Sólo porque es el hermano de Miley...

Al menos ella pensó que estaba mintiendo para encubrir mis asuntos con Sterling. Prefería que pensara eso, que la verdad. Dios, era una amiga de mierda. Pero Joseph era algo acerca de lo que tenía que mentir. A todos.
Cuando finalmente se hicieron las seis y cuarenta y cinco, agarré mi suéter y corrí hacia abajo por las escaleras, sacando las llaves de mi bolsillo. Encontré a papá en la cocina, calentando en el microondas unas mini pizzas. Me sonrió mientras me colocaba mis guantes. —Oye, papá —dije—. Volveré más tarde.
— ¿A dónde vas, Abejorro?
Oh, uh, buena pregunta. Este era un problema que no había anticipado, pero cuando todo lo demás falla, di la verdad... o al menos parte de ella.
—Voy a la casa de Joseph Jonas. Estamos trabajando en un ensayo para inglés. No llegaré a casa tarde —Oh, por favor, pensé. No permitas que mis mejillas se sonrojen.
—De acuerdo —dijo papá—. Diviértete con Joseph.
Salí de la cocina antes de que mi cara ardiera en llamas. — ¡Adiós, papá! Casi corrí hasta mi coche y me resulto difícil cuando entré en la autopista. No iba a obtener mi primera multa por Joseph Jonas. El límite tenía que estar señalado en algún lugar.

Entonces de nuevo, ya había cruzado varios límites.
¿Qué estaba haciendo exactamente? Siempre me había burlado de las chicas que jodían con Joseph, y aun así, aquí estaba yo, volviéndome una de ellas. Me dije que había una diferencia. Esas chicas pensaban que tenían una oportunidad con Joseph; lo encontraban sexy y atrayente, lo que de una forma retorcida, supongo que lo era. Ellas pensaban que era un buen chico, que podían domarlo, pero yo sabía que era un imbécil. Sólo quería su cuerpo. Ninguna atadura. Nada de sentimientos. Sólo quería el subidon.
¿Eso me hacía una drogadicta y una prostituta?

Detuve mi coche en frente de la inmensa casa y decidí que mis razones eran justificadas. La gente con cáncer fumaba marihuana con prescripción médica; mi situación era muy similar. Si no usaba a Joseph para distraerme, me volvería loca, así que en realidad me
estaba salvando de la autodestrucción y una montaña de facturas por terapia.
Caminé por la acera y toqué el timbre. Un segundo después, el seguro sonó y el pomo giró. En el instante en que la sonriente cara de Joseph apareció en la puerta, supe que, a pesar de mi razonamiento, esto estaba mal.
Asqueroso. Enfermo. Poco saludable.
Y completamente estimulante. 

The Duff Capitulo 21 Jemi



No pensé que el timbre que anuncia el final de la clase fuera a sonar nunca. Cálculo era terriblemente largo y aburrido, e inglés era horripilante. Me encontré a mí misma mirando a Joseph muchas veces, ansiosa por sentir de nuevo los efectos adormecedores que provoca en mi mente sus brazos, manos, y labios.

Sólo recé para que mis amigas no lo notaran. Miley, por supuesto, me creería si le digo que está imaginando cosas; Selena, por otro lado... bueno, con suerte Selena estaría muy absorbida con la clase de gramática del Sr. Perkins, ja, ¡sí claro!, para mirarme. Probablemente me interrogaría por horas y adivinaría todo lo que había pasado, viendo a través de mis negaciones. De verdad necesitaba salir de aquí antes de ser expuesta.
Pero para cuando finalmente sonó el timbre, no tenía prisa por salir.
Miley entró a la cafetería con su rubia coleta balanceándose tras ella. —¡No puedo esperar a verlo!

—Lo entendemos, Miley —dijo Selena—. Amas a tu hermano mayor. Es lindo, en serio, pero has dicho eso como... ¿veinte veces hoy? ¿Treinta quizás?
Miley  se sonrojó. —Bueno, no puedo esperar.
—Por supuesto que no puedes — sonrió Selena—. Estoy segura de que estará feliz de verte también, pero quizás quieras calmarte un poquito. —Se detuvo en medio de la cafetería y miró sobre su hombro hacia mí—. ¿Vienes, D?

—No —dije, agachándome y jugando con los cordones de mis zapatos—. Tengo que... atar esto. Adelántaros chicas. No aplaceis la reunión por mí.
Selena me dirigió una mirada complice antes de asentir y empujar a Miley hacia adelante. Comenzó una nueva conversación para distraer a Miley de mi patética excusa. —Háblame de su prometida. ¿Cómo es? ¿Es guapa? ¿Tonta como un saco de patatas? Quiero los detalles.

Esperé en la cafetería unos buenos veinte minutos, sin querer tener la oportunidad de encontrármelo en el aparcamiento. Qué gracioso que, hace menos de siete horas, había estado evitando a un chico completamente distinto... uno por el que ahora estaba desesperada por ver.
Tan enfermo y retorcido como era, no podía esperar a estar de vuelta en la habitación de Joseph. De vuelta a mi propia isla privada. De vuelta a mi mundo de escape. Pero primero tenía que esperar que Sterling Gaither saliera del aparcamiento.

Cuando me sentí segura de que él se había ido, salí de la escuela, poniéndome el suéter. El viento de febrero golpeó mi cara mientras me movía a través del aparcamiento vacío, la visión de mi coche no me brindó ninguna comodidad. Me senté en el asiento del conductor, temblando como una loca y encendí el motor. El viaje a casa pareció durar horas, aunque el instituto de Hamilton está a sólo cuatro kilómetros de mi casa. Había comenzado a preguntarme si podía llegar a casa de Joseph unas pocas horas antes, cuando entré a mi cochera y recordé a mi papá. Oh, genial. Su coche estaba aparcado allí, pero todavía no debería estar de vuelta del trabajo.
— ¡Maldición! —Gemí, golpeando el volante y saltando como una idiota cuando sonó la bocina—. ¡Maldición! ¡Maldición!
La culpa se apoderó de mí. ¿Cómo me pude olvidar de papá? .Mi pobre papá, solo, atrincherado en su dormitorio. Me preocupé mientras salía del coche y caminaba pensando que estaría en su habitación. Si lo estaba, ¿tendría que tumbar la puerta? ¿Luego qué? ¿Gritarle? ¿Llorar con él? ¿Decirle que mamá no lo merece? ¿Cuál era la respuesta correcta?

Pero papá estaba sentado en el sofá cuando entré, con un tazón de palomitas de maíz en su regazo. Dudé en la puerta, sin estar segura de qué demonios estaba sucediendo. Se veía... normal. No se veía como si hubiera estado llorando o bebiendo ni nada. Sólo se parecía a mi padre con sus gruesas gafas de montura y desordenado cabello castaño rojizo. De la misma manera en que lo veía todos los días de la semana.
—Hola, Abejorro —dijo, mirándome—. ¿Quieres palomitas? Hay una película de Clint Eastwood en la AMC.

—Um... no gracias. —Miré alrededor de la habitación. No había vasos rotos. Ninguna botella de cerveza. Como si no hubiera estado bebiendo nada ese día. Me pregunté si eso era el final. Si la recaída había terminado. ¿Las recaídas funcionaban de esa manera? No tenía idea. Pero no podía evitar sentirme precavida—. ¿Papá, estás bien?
—Oh, estoy bien —dijo—. Me desperté tarde esta mañana, así que llamé al trabajo y les dije que estaba enfermo. No he cogido ninguno de mis días de vacaciones, así que no es gran cosa.
Miré hacia la cocina. El sobre de Manila todavía estaba intacto en la mesa de la cocina. Intocable.
Debió seguir mi mirada, o adivinarlo, porque con un encogimiento de hombros dijo: —Oh, ¡esos estúpidos papeles! Ya sabes, me tenían en un aprieto. Finalmente pensé en ello y me di cuenta de que sólo son un error. El abogado de tu madre escuchó que se había ido un poco más de tiempo de lo usual y soltó la bomba.
— ¿Has hablado con ella?
—No —admitió papá—. Pero estoy seguro de que ese es el problema. Nada de que
preocuparse abejorro. ¿Qué tal el día?
—Estuvo bien.
Ambos estábamos mintiendo, pero yo sabía que mis palabras no eran ciertas. Él, por otra parte, parecía genuinamente convencido. ¿Cómo podía recordarle que la firma de mamá estaba en los papeles? ¿Cómo podía devolverlo a la realidad? Eso sólo lo llevaría a su habitación de nuevo o lo enviaría en búsqueda de una botella y arruinaría este momento de paz fabricada.

Y no quería ser la que estropeara la sobriedad de mi papá.
Consternado, decidí mientras subía las escaleras hacia mi habitación. Estaba simplemente consternado. Pero la negación no iba a durar mucho. Eventualmente tendría que despertar. Sólo esperaba que lo hiciera con gracia.

Me estiré en mi cama con mi libro de cálculo en frente de mí, tratando de hacer una tarea que realmente no entendía. Mis ojos continuaban saltando al reloj despertador de mi mesita de noche. 3:28... 3:31... 3:37... Los minutos pasaban, y los problemas de matemáticas se volvieron borrosos, patrones de símbolos indescifrables, como runas antiguas. 

Amor Desesperado Capitulo 5 Niley




— ¿Seguro que no necesitas ayuda? —inquirió preocupada.
—Seguro —repuso él subiendo las escaleras.
Miley esperó hasta que no lo oyó moverse. Cuando se hizo el silencio respiró aliviada.
De repente escuchó un golpetazo en el dormitorio, seguido por una ristra de tacos. Alarmada, corrió escaleras arriba, dudó un instante e irrumpió en la habitación.
— ¿Qué pasa? ¿Qué ha ocurrido?
De pie en medio de la habitación, con la camisa abierta y el suelo lleno de botones, Nick volvió a perjurar.
—Ni siquiera puedo quitarme los malditos vaqueros —se quejó, mirándose las manos vendadas.
Miley se quedó sin aliento. El flequillo despeinado le caía sobre la frente, y la camisa abierta desvelaba hombros anchos, pecho musculoso y un abdomen plano.
Parecía un poco salvaje. La combinación de su fuerza y de su determinación frustrada la atraían peligrosamente. Sacudió la cabeza para librarse de su reacción.
—Deja que te ayude —ofreció, acercándose a él.
Como si estuviera tratando con un animalito, le desabrochó los puños y sacó las mangas por encima de los abultados vendajes. Se concentró en la hebilla del cinturón para evitar mirar su torso desnudo.
Nick había conseguido quitarse los zapatos, pero el cinturón lo había superado.
Tomando aire de nuevo, ella se mordió el labio y le desabrochó el cinturón y el botón. Aunque no debería haberle parecido un gesto íntimo, sintió una oleada de calor. En el silencio, sólo se escuchaba el sonido de la respiración de ambos. Se dijo que sería más fácil si charlaban. Había sido peluquera durante años. Con esa experiencia debería ser capaz de conversar en cualquier situación, pero sentía la boca seca y tenía que controlar el temblor de las manos.
El sonido de la cremallera cuando la bajó fue como un susurro. Demasiado consciente de lo que tenía entre manos, Miley cerró los ojos. Él despedía un aroma natural, viril y sensual.
Le puso las manos en las caderas y deslizó los vaqueros hacía abajo, agachándose para sacárselos. Hecho. Estaba a punto de dar un suspiro de alivio cuando sintió su mano en la cabeza.
—Miley —dijo, con el mismo tono suave de su niñez.
Ella miró hacia arriba, recorriendo su cuerpo casi desnudo, hasta llegar a sus ojos.
—Gracias.
«Es lo menos que puedo hacer. Me salvaste la vida». Esa idea reverberó en su cabeza cuando dejó la habitación. Pero no le hubieran salido las palabras aunque le fuera la vida en ello.
Miley dio gracias al cielo cuando su profesor de civilización occidental se mostró compasivo y la permitió que se examinara a finales de la semana. Entre el incendio y la mañana que había pasado con Nick, estaba menos concentrada que una mosca.
Se recriminó severamente y prestó tanta atención en las dos clases siguiente que se le quedó el cuello rígido. Sólo Miley sabía cuánto le había costado llegar hasta allí. Sólo ella sabía el pánico que tenía al fracaso.
Eran muchos los que la habían desanimado en el pasado.
«A los hombres no les gustan las mujeres demasiado listas», susurraba su madre.
«Aprende un oficio. No necesitas ir a la universidad. Acabarás casándote y quedándote embarazada», decía su padre.
«Los resultados de tus pruebas de inteligencia indican que te iría mejor la formación profesional que prepararte para la universidad», había dicho la asesora pedagógica del instituto.
Miley había supuesto que los demás sabían lo que le convenía. Se convirtió en una buena peluquera, con muchas clientes leales, pero siempre se había preguntado cómo habría sido su vida si hubiera estudiado una carrera. La duda terminó convirtiéndose en un deseo ardiente. Cuando ganó una beca por su redacción sobre «Por qué es importante la Universidad», Miley supo que su sueño podía realizarse.
—Bueno, si al menos consigo superar el primer semestre de análisis matemático —murmuró mientras entraba por la puerta de Nick, con una bolsa de la compra y una mochila llena de libros. Inmediatamente notó un fuerte olor a humo y arrugó la nariz—. ¿Qué es…?
—Es parte de tu ropa —dijo Nick, señalando un par de cajas con la cabeza—. Clarence las ha traído.
— ¿Clarence? Creía que estaba de viaje —comentó ella. Dejó la bolsa en la mesa de la cocina y volvió rápidamente—. Huele fatal. Tendrías que haberlas dejado fuera. Tengo que lavarlo todo.
—Dijo que reemplazará cualquier cosa que esté arruinada y te dejó cien dólares. Traerá el resto de tus cosas en cuanto pueda.
— ¿Cien dólares? —Miley parpadeó asombrada—. Clarence es agradable, pero muy… —se interrumpió, sin querer insultar a su antiguo casero.
—Tacaño —concluyó Nick—. Hablé con él —dijo, con tanta naturalidad que a Olivia casi se le escapó el deje amenazador.
Miley lo observó. El chándal negro le quedaba tan elegante como un traje a otros hombres. Le sentaba bien el color negro. Era como una oscura aura de poder.
— ¿Hablaste con él? —aventuró.
—Sí.
— ¿Qué dijiste? —preguntó ella, insatisfecha por la respuesta.
—No mucho —replicó él, encogiéndose de hombros—. Simplemente le señalé los inconvenientes de un cableado eléctrico defectuoso y lo caro que podía llegar a resultar.
—¿No le dirías a Clarence que pensaba demandarlo? —preguntó ella mirándolo incrédula.
—No le dije a Clarence que ibas a demandarlo —repuso él, tras una breve pausa. Ella bizqueó.
—Ya, ahora hablas como un abogado, ¿no? De acuerdo ¿Le sugeriste que era una posibilidad?
—Sólo comenté las diversas posibilidades y él, muy comprensivo, demostró que lo preocupaba mucho tu bienestar.
—Vaya —dijo ella, moviendo la cabeza admirada.
La cautelosa expresión de él se suavizó ligeramente y sus ojos brillaron de curiosidad.
—Vaya, ¿qué?
Miley se echó a reír.
—Si eres así de bueno después de quemarte las manos y de tomarte una ración doble de calmantes, debes ser impresionante en un tribunal.
—No se me da mal —se sonrió él.
—¿Te vas a hacer el humilde? ¿Cuánto me va a costar tu conversación con Clarence?
—Podemos negociarlo.
—¿Una cena?
—Si además me das el chándal que llevas puesto, trato hecho.
—¿Te gusta esto? —preguntó Miley mirando el deslucido chándal.
—Lo usaré para limpiar el coche —replicó él y la dejó allí, mirándolo estupefacta.
La tarde siguiente, Miley entró a toda prisa cuando Nick le dictaba una carta a Helen por teléfono. Su melena oscura se mecía alrededor de sus hombros cuando pasó junto a él. Emanaba tanta energía nerviosa que casi zumbaba. Al mismo tiempo, su aura sexual era tal que cualquier hombre se habría sentido mareado. A Nick lo impresionó que removiera hasta los cimientos de la casa sin decir una sola palabra.
—Eso le dará un buen susto —le dijo a Helen—. Hablaré contigo más tarde.
— ¿Es eso lo que haces todos los días? —preguntó Miley curiosa—. ¿Dictar cartas amenazadoras?
—Yo lo llamo correspondencia motivadora —sonrió Nick.
— ¿Motivadora? —Repitió Miley. Ladeó la cabeza con escepticismo.
—Soy razonable. Les doy varias oportunidades para que eviten enfrentarse conmigo ante los tribunales.
— ¿Suelen ir a juicio tus casos?
—Pocas veces.
Ella lo miró fijamente y Nick sospechó que intentaba decidir que opinión le merecía su profesión. Nick sabía que su actitud despiadada incomodaba a mucha gente, pero funcionaba, así que sentía necesidad de justificarse.
—Eres un guerrero que lucha con palabras —comentó ella por fin, y sonrió misteriosamente—. ¿Alguna vez se enamoran tus clientes de ti?
—Si es un caso que se alarga mucho tiempo, a veces me toman cariño —repuso él.
—¿Y tú? ¿Les tomas cariño?
Aunque Nick sintió el impulso inmediato de responder negativamente, sabía que no era del todo cierto.
—Cuando empezaba perdí un caso porque sentía mucha simpatía por mi cliente, y no preparé un buen plan. No puedo involucrarme sentimentalmente —dijo— o se me nublan las ideas. Me enfurece la injusticia, pero gano gracias a la estrategia.
—Sientes pasión por lo que haces —murmuró ella con cierta envidia—. Tienes mucha suer… —sonó el teléfono, interrumpiéndola. Arqueó una ceja y le sonrió—. ¿Quieres que conteste yo?
Él asintió, y el brillo divertido que vio en sus ojos hizo que se quedara a observarla. Miley levantó el auricular y sonrió abiertamente.
—Stacy Evans —repitió, mirando a Nick interrogante. Él negó con la cabeza y ella agarró un lápiz—. Y te gustaría traerle una comida casera. Mides uno setenta y dos y ganaste un premio a «las mejores piernas» en un bar. Eres rubia. De acuerdo. ¿Aclaras el color con revelador?
Él soltó una carcajada.
—Ah, reflejos —repitió Miley, asintiendo con la cabeza—. ¿Con gorro o con papel de plata? —curioseó. Tras algunos comentarios puso fin a la conversación—. Desde luego. Puedo garantizar que el señor Nick Nolan recibirá tu mensaje. Hasta luego.
Colgó el teléfono mientras terminaba de garabatear la nota.
—Esta sabe cocinar, pero es posible que tenga un problema de raíces.
— ¿Por qué le hiciste esas preguntas cuando sabes que no voy a llamarla? —preguntó él, confuso.
—He estado reconsiderando tu perspectiva sobre este asunto y creo que podrías estar desperdiciando una gran oportunidad. Piénsalo. Todas estas mujeres están interesadas por ti. Cuando decidas que quieres salir, si tienes datos sobre ellas, puedes decidir si te apetece llamar a alguna.
—Están todas locas —replicó Nick, convencido de que ella también había perdido la cabeza.
—Es posible —aceptó Miley sonriente—. Pero están locas por ti.
—Están locas por quien ha descrito la prensa, no por mí —negó Nick.
—¿Y qué diferencia hay entre lo que la prensa dice y lo que eres de verdad?
Nick se sintió frustrado. Cuando Miley lo miraba, notaba que no sabía cuánto había cambiado. Aún lo recordaba como sí fuera el chiquillo de Cherry Lane. Incluso de niña, siempre había intentado analizar, ver más allá de lo meramente superficial, un rasgo que en ese momento lo irritaba profundamente.
—Los medios de comunicación hablan de mí como si fuera un héroe, un buen tipo, un tipo agradable —explicó, sabiendo que esos tiempos quedaban muy atrás—. No soy un tipo agradable, Miley —añadió, deseando que su advertencia no cayera en saco roto.

Nick vivía en un mundo de soltero. La tintorería se ocupaba de casi toda su colada, y sus cenas consistían en comida a domicilio, congelados o latas. Por eso, cuando el aroma de repostería que salía del horno llegó al estudio, se preguntó si sufría alucinaciones.
Siguió leyendo unos minutos más aunque el delicioso aroma no le dejaba concentrarse.
Por fin se rindió y bajó las escaleras. Miley estaba inclinada sacando un pastel del horno.
La voluptuosa curva de su trasero hizo que se olvidara por completo del pastel. Nick sabía que debajo de los anchos vaqueros había una cintura adorable, unas nalgas que deseaba acariciar, unos muslos sedosos que conjuraban imágenes de placer y satisfacción.
Tenía un cuerpo capaz de hacer perder el sentido a un hombre, pero no sólo eso. Su forma de moverse, de sonreír, de permitir que sus emociones brillaran en sus ojos, le hacía pensar en sexo salvaje y desenfrenado.
Durante un instante Nick pensó en aprovecharse de la situación. Profesionalmente tenía fama de aprovecharse de todas las situaciones. En sus relaciones personales había aprendido muy pronto a elegir mujeres con una actitud sofisticada hacia el sexo y que mantuvieran sus emociones bajo control.
Esas relaciones satisfacían su cuerpo pero lo dejaban intranquilo. Era casi como si después se sintiera vacío. Nick se decía que era ridículo. Prefería mantenerse alejado de relaciones complicadas y de mujeres liosas.
Aunque siempre había excepciones, pensó, mirando a Miley de nuevo. Ella era emocional e impredecible, pero sólo con ver cómo movía el cuerpo al andar, adivinaba que sería una amante muy sensual. Exigente y generosa, todo un reto. Pero no sería fácil de controlar y Nick estaba acostumbrado a tener el control.
Sería un reto.
Miley se dio la vuelta de repente, los ojos oscuros abiertos con sorpresa, la cara y la blusa manchadas de harina.
Liosa, pensó. Él había cambiado desde que era un niño; Miley todavía llevaba las emociones a flor de piel.
—Tienes la desagradable manía de aparecer por sorpresa —lo reconvino.
Hasta su voz le hizo pensar en sábanas alborotadas y piel desnuda. Sus ojos, en cambio, lo devolvieron a Cherry Lane y puso freno a su instinto.
—El olor te ha delatado. Me sorprende que el horno haya sobrevivido. Nunca antes había tenido un pastel dentro. ¿De qué es?
—De cerezas —respondió ella—. Pero deberíamos esperar hasta después de cenar. Ahora está que arde.
Fue un comentario inocente, y Nick estuvo por completo de acuerdo, pero pensaba en otro tipo de ardor.

Amor Desesperado Capitulo 4 Niley



—Dices que aunque haya una docena de mujeres telefoneándole, quieres que te ponga la primera de la lista —dijo Miley con voz divertida—. La verdad es que son más de una docena, pero le daré tu mensaje al señor Nolan. Adiós.
Desde fuera de la cocina, Nick la vio colgar el teléfono. No había descansado mucho. Las manos no le dejaban dormir y se resistía a tomar calmantes porque lo iban a dejar atontado. Nick era muy celoso de su vida privada y de su soledad, así que no entendía por qué había insistido en que Miley se quedara en su casa. Debía ser un ridículo sentido protector que le quedaba de su infancia.
No tenía que ver con haberla visto desnuda o a haberla rescatado la noche antes. Nada que ver, se dijo. Sin embargo, cuando volvió a fijarse en el deformado chándal recordó su cuerpo desnudo brillante de aceite a la luz de la lámpara. Ese chándal debería estar en la basura, pensó.
—Esa era la número diecisiete —murmuró ella, sin percatarse de su presencia—. Me pregunto si estará batiendo algún récord.
—No por gusto —refunfuñó Nick.
Miley dio un salto y se volvió hacia él, con el flequillo cayéndole sobre la cara.
—No sabía que estabas abajo —dijo, mirándolo con suave reprobación—. Creí que dormías.
—No necesito dormir mucho —contestó él. Y menos mal, pensó, solía sufrir de insomnio.
— ¿Te duelen las manos? —preguntó ella.
Él se encogió de hombros.
—¿Quién ha dejado los mensajes?
—Cuatro canales de televisión local y tres emisoras de radio quieren una entrevista —replicó ella, echando una ojeada a varias páginas de papel—. El resto eran mujeres con… —se aclaró la garganta— peticiones varias. Por orden de llamada: Kathleen, Melissa, Joan, Jennifer, Becky, Camille, Amy, Janece, Helen…
—Helen —repitió Nick—. Olvídate de las demás. ¿Qué quería Helen?
Helen Barnett. Ah, ésa es la que tenía sentido del humor. Sólo dijo que la llamaras cuando hubieras descansado. Nada urgente —repuso. Se mordió el labio como si quisiera evitar una sonrisa—. La señorita Barnett sugirió que dijera a todas las demás que encargaran una pizza en China; que las atenderían más rápido que tú.
—Eso suena típico de Helen —rió él.
—Su número es…
—Sé su número.
—Si quieres te marco el teléfono —ofreció Miley.
—Lo tengo en marcación abreviada.
— ¡Ah! —exclamó Miley, arqueando las cejas.
—Helen es una de las mujeres más importantes de mi vida —admitió Nick, e hizo una ligera pausa—. Es mi secretaria —añadió. Ver los cambios de expresión de Miley le pareció tan interesante que casi se olvidó del dolor de las manos—. Has pensado que tenía una relación sentimental con ella.
—Bueno, después de todas las llamadas que has recibido de mujeres que quieren… —apretó los labios, como estuviera buscando las palabras adecuadas—… acabar con tu soltería, pensé que quizás… —murmuró y se encogió de hombros—. Me daba pena pensar que Kathleen, Joan, Jennifer, Amy y todas las demás sufrían en vano.
—Ya se les pasará —replicó Nick, entrando en la cocina—. A ese tipo siempre se les pasa.
— ¿Ese tipo? —Miley lo siguió—. ¿Y si una de ellas es la mujer de tus sueños?
Nick gruñó con incredulidad.
—No hay mujer de mis sueños. No tengo tiempo.
Siguió un silencio; Nick la miró, esperando recibir una charla sobre la importancia del amor y el romance. Pero en vez de eso, ella asintió con la cabeza.
—Eso lo entiendo. Ahora mismo, el amor tampoco es una prioridad para mí.
—Tu prioridad son los estudios —aseveró él, sorprendido.
—Sí.
— ¿No te gustaría en el fondo que apareciera el Príncipe Encantador para no tener que estudiar más? —preguntó Nick.
—No. En el fondo me gustaría licenciarme con matrícula de honor —dijo ella sonriente.
— ¿Y qué pasará si aparece el hombre de tus sueños? —insistió, pues ella no reaccionaba como había esperado.
—Puede esperarme —dijo—. Quiero estar a la altura de cualquier hombre con quien desee compartir toda la vida.
— ¿Esto no tendrá nada que ver con las Barbies decapitadas?
—Algo —concedió ella, echándose a reír—. Mi padre era muy duro con Butch. Su infancia no fue un camino de rosas. Era un hermano difícil —reflexionó.
—Era un ser humano difícil —murmuró Nick—. Sólo por curiosidad morbosa, ¿qué hace ahora?
—Es cuidador.
— ¿De niños? —se asombró Nick.
—De árboles, trabaja en un vivero —continuó Miley, con una sonrisa en los labios—. Está casado y tiene tres hijas.
—Apabullado por mujeres —dijo Nick—. Por fin se hizo justicia.
—Es algo protector con su familia, pero creo que sus días de abusón y mandamás quedaron atrás —dijo Miley, estudiándolo con atención—. ¿Cuándo vas a tomarte los calmantes? Te duele mucho.
—No tanto —negó él.
Ella se acercó y levantó los dedos, poniéndolos a milímetros de su cara. Él aguantó la respiración. Su olor era limpio y sensual. Recordó el aceite y sintió la respuesta de su cuerpo.
—Estás frunciendo los ojos todo el rato. Voy a traerte agua —insistió ella, volviéndose hacia la encimera.
—No. Todavía no he decidido tomarlos —dijo él, incómodo por su ayuda. Ella lo miró.
—Espero que no seas un mártir, uno de esos hombres que creen que es mejor sufrir.
—Me dejarán fuera de combate varias horas —replicó él.
—Para eso son. No te culpo por estar de mal humor —sonrió ella comprensiva—. Te duelen las manos.
Una enfermera con cuerpo de sirena, pensó Nick. Si fuera algo menos emocional y algo más mundana, podría causarle problemas.
—Muchos opinan que siempre estoy de mal humor.
—Entonces no deben conocerte bien. Quizá si que te haga falta una novia.
Lo impacientó que ella estuviera tan convencida de que no era un cascarrabias. Podía haberse convertido en un criminal desde que se vieron por última vez. Estaba claro que deseaba pensar lo mejor de él; eso lo molestaba y reconfortaba al mismo tiempo.
— ¿Estás ofreciéndote como novia? —preguntó para provocarla. Vio su reacción de sorpresa y un atisbo de sensualidad en sus ojos oscuros.
—Creo que tienes voluntarias más que suficientes —contestó Miley con voz sedosa, volviéndose para llenar un vaso de agua—. Tómate la medicina, necesitas dormir. Lo sabes perfectamente —sonrió, embrujadora.
Al ver su boca, Nick pensó en todas las formas en que podría usarla para dar placer a un hombre y se tragó un juramento. ¿Acaso su imaginación había decidido jugarle una mala pasada? Era posible que necesitara dormir.
—Tomaré la medicina —dijo—. Voy a llamar a Helen antes de que me haga efecto. El médico me dijo que si me tomaba dos no sentiría dolor, ni nada, durante un buen rato.
En cuanto se tomó las pastillas llamó a Helen y comentó con ella la crisis del día. Esta vez, su oponente estaba intentando cambiar las fechas del juicio. Estudió su calendario y aceptó una de las fechas.
—Qué amable estás —comentó Helen sorprendida.
—Sólo le he dejado elegir el día en que voy a machacarlo —respondió Nick con una mueca.
Continuó hablando sobre uno de sus nuevos clientes, pero pronto comenzó a sentirse mareado.
Miley se fijó en el tono de su voz mientras hablaba. Tardó unos momentos en identificar lo que notaba: pasión. A Nick lo apasionaba su trabajo. Siempre había oído comentar que la pasión era una de las bases del éxito. Se preguntó cómo había descubierto Nick su pasión, y también si podría aprender algo de él.
Lo estaba observando, y notó inmediatamente que la medicina empezaba a hacerle efecto. Nick se frotó los ojos con la muñeca, y movió la cabeza de lado a lado. Apoyó la cabeza contra la pared, limitándose a asentir a lo que decía su secretaria. Miley le pasó una mano por delante de los ojos.
Él parpadeó, respiró profundamente y se frotó la cara con el dorso de una mano vendada.
—Tengo que dejarte, Helen. Estoy a punto de caer fulminado. Llámame por  si hay alguna emergencia —dijo. Colgó el teléfono y se estiró.
— ¿Estás bien? —preguntó Miley.
—Sí. Me voy arriba —respondió. Posó sus intensos ojos azules en ella y parpadeó lentamente. Sin saber por qué, a Miley le pareció un gesto muy sexy.
Miley observó como adelantaba un pie y luego otro pausadamente, como si estuviera borracho.

The Duff Capitulo 20 Jemi



Selena me miró preocupada y se preocupó más cuando me vio levantarme.
— ¿A dónde vas, D?
Todos en la mesa me miraron, y traté de parecer convincente. —Acabo de recordar, —le dije— Que tengo que ir a hablar con Joseph acerca de nuestro trabajo de inglés.
Quería evitarlo pero tenía una mejor idea.
— ¿No lo acabasteis el sábado? — Preguntó Miley.
—Lo empezamos pero no lo terminamos.
—Porque estaban muy ocupados con otras cosas. — Bromeó Selena haciéndome un guiño.
No luzcas culpable. No luzcas culpable.
— ¿No has oído? —Miley se echó a reír.- —Demi está locamente enamorada de Joseph.
Fingí como si fuera a vomitar y todos rieron. —Correcto —Le dije, asegurándome de que mi voz estaba llena de irritación y asco.- No lo soporto. Dios, le he perdido el respeto desde que la señora Perkins me hizo trabajar con él.
—Estaría en éxtasis, si yo fuera tú —Dijo Vikki, sonando un poco amarga.
Jeanine y Ángela asintieron con la cabeza.
—Como sea— Me sentía un poco nerviosa. —Necesito hablar con él acerca del trabajo. Nos vemos más tarde, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —Dijo Miley, riéndose.

Me di prisa en cruzar la cafetería llena de gente, no paré hasta que estuve a unos pasos de la mesa de Joseph, donde el único ocupante era Carlyle Harrison. Entonces hizo una pausa de un segundo, de repente, un poco vacilante. Una de las chicas, era una delgada rubia con los labios de Angelina Jolie, estaba hablando acerca de unas vacaciones de mierda en Miami, y Joseph estaba escuchando con atención, obviamente, tratando de convencerla de su simpatía.

La repugnancia borró mi inseguridad, y me aclaré la garganta con fuerza, consiguiendo de todo el grupo un poco de atención. La rubia estaba agitada y enojada, pero me centre en Joseph, que me miró con indiferencia, como si fuera cualquier chica.
—Necesito hablar contigo acerca de nuestro trabajo de inglés
— ¿Es necesario? —Preguntó Joseph con un suspiro.
—Sí -dije—. Ahora mismo. Yo no voy a suspender por tu pereza.
Puso los ojos en blanco y se levantó.
—Lo siento chicas, el deber me llama —Dijo a las chicas afectadas— Os veré mañana, ¿me guardareis un sitio?
—Por supuesto que lo haremos —Chilló una pequeña pelirroja.
Cuando Joseph y yo nos alejamos, oí decir a los de los Labios Grandes: — Dios, esa chica es una perra.

Cuando llegamos al pasillo Joseph preguntó: — ¿Cuál es el problema, Duffy? Te envié un correo electrónico con el ensayo anoche, como me dijiste. ¿Y a dónde exactamente vamos? ¿A la biblioteca?—
—Cállate y ven conmigo—.

Lo llevó por el pasillo, más allá de las aulas de inglés. No me pregunten de dónde saqué esa idea, porque yo no podía contestarla, pero sabía exactamente a dónde íbamos, y estaba segura de que esto me podría hacer una puta. Pero cuando llegamos a la puerta del armario de la limpieza, no tenía ningún sentimiento de vergüenza... todavía no, por lo menos. Agarré el pomo de la puerta y vi los ojos de Joseph estrechados por sospecha. Abrí la puerta, comprobé que nadie estaba mirando, e hizo un gesto para que él entrara. Joseph entró en el armario pequeño, y yo lo seguí, cerrando sigilosamente la puerta detrás de nosotros.

—Algo me dice que no se trata de”La Letra Escarlata”—Dijo, e incluso en la oscuridad, sabía que él estaba riendo.
—Cállate
Esta vez me encontró a mitad de camino. Sus manos se enredaron en mi pelo y la mías se posaron en sus antebrazos. Nos besamos con violencia, y nos estrellamos contra la pared. Oí un caer una fregona, o tal vez una escoba, pero mi cerebro apenas registró el sonido cuando una de las manos de Joseph se trasladó a mi cadera, y me acercó más a él.

Él era mucho más alto que yo, se tenía que inclinar para besarme. Sus labios se presionaban con fuerza contra los míos, y dejé que mis manos exploraran sus bíceps. El olor de su colonia invadía el aire rancio de la habitación y llenó mis sentidos. Sentí como su mano insistentemente intentaba levantar el borde de mi camiseta. Con un suspiro, me aparte de él y me agarró por la muñeca.
—No, no... Ahora.
—Entonces ¿cuándo? —Preguntó Joseph en mi oído. Todavía me tenia sujeta contra la pared. Ni siquiera le faltaba el aliento. Yo, en cambio, luchaba por recuperarlo.
—Más tarde.
—Se más específica.
Me deshice de sus brazos y me dirigí hacia la puerta, casi tropecé con lo que parecía un cubo. Levanté una mano para retocarme el pelo ondulado y sujeté el picaporte.

—Esta noche. Voy a estar en tu casa cerca a las siete. ¿De acuerdo? —
Pero antes de que pudiera responder, salí del cuarto y me apresuré por el pasillo, esperando que no luciera como el paseo de la vergüenza.