La tarde siguiente, Joe estaba sentado en su despacho, con la
mirada fija en un gran sobre marrón que tenía sobre la mesa. El investigador
había completado su informe, pero Joe no estaba seguro de querer enterarse de
los secretos que contenía.
Dos semanas atrás quería que Demi desapareciera del rancho a
toda costa. En aquellos momentos lo único que quería era que su estancia se
prolongara.
No habían hablado desde su regreso al rancho por la mañana. Él
había estado ocupado con los papeleos y ella con el adiestramiento de Black
Satin. Pero ambos sabían que las cosas habían cambiado entre ellos. Joe sabía
que demi le había dado algo muy especial, algo que solo podía darse una vez en
la vida. Y él nunca había experimentado algo como lo que habían compartido en
la cabaña.
A lo largo de la noche habían despertado con renovado deseo y,
en cada ocasión, su pasión había sido más intensa que la anterior. Él había
instruido a Demi en el acto físico del amor, pero ella le había enseñado mucho
más. Había extraído emociones de su interior que ni siquiera sabía que
existían.
Sonrió mientras pensaba en cómo iba a demostrarle su
agradecimiento y abrió el sobre. Pero, tras echar una ojeada al informe que
había en el interior, la sonrisa abandonó su rostro. Se apoyó contra el
respaldo del asiento y miró el collar de la repisa. Sus brillantes piedras
preciosas parecieron burlarse de él con su belleza.
Se sintió como un idiota.
Había supuesto que habría algo como unas multas sin pagar en el
pasado de Demi, pero en ningún momento había esperado que la información sobre ella
fuera a ser de aquella magnitud. Y tampoco esperaba que el informe fuera a
plantearle más preguntas de las que contestaba.
Demi encendió las luces del establo y miró la larga hilera de
casillas. Le había parecido que las yeguas preñadas estaban especialmente
inquietas.
Se acercó a la primera casilla y una yegua castaña asomó la
cabeza, curiosa. Acarició distraídamente su hocico. Había salido a dar un paseo
para tratar de aclarar sus ideas. Desafortunadamente, aún no había llegado a
ninguna conclusión.
Había hecho el amor con Joe y nada le haría lamentar lo que
habían compartido. Pero cuando llegara el momento, ¿cómo iba a irse del Rocking
M sin dejar su corazón atrás?
— ¿Qué haces aquí?
Demi se sobresaltó al escuchar la áspera voz de Joe. Al volverse
y ver que estaba apuntándola con su rifle, frunció el ceño.
—Baja el arma —dijo, molesta.
Con expresión pétrea, él hizo lo que le pedía.
—Te he hecho una pregunta.
Afectada por la dureza de su tono, Demi se sentó en un fardo de
heno que había junto a las puertas.
—He salido a dar un paseo y me ha parecido que las yeguas
estaban inquietas, de manera que he entrado a echar un vistazo.
—No parecen tan inquietas como tú.
Demi se preguntó si Joe habría perdido el juicio.
— ¿No te pondrías nervioso tú si alguien te apuntara con un
rifle?
— ¿Cómo iba a saber que eras tú la que había entrado?
Demi hizo un esfuerzo por calmarse. Con los problemas que había
habido en el rancho, era lógico que Joe hubiera asumido lo peor al ver una luz
en el establo.
—Lo siento. Debería haber advertido a alguien que iba a salir a
dar una vuelta.
—Sí, deberías haberlo hecho —Joe apoyó el rifle contra la pared
del establo y se cruzó de brazos—. Pero ahora tenemos otras cosas de las que
hablar al margen de tu paseo.
—De acuerdo —dijo Demi, preguntándose que habría hecho para
merecer aquella amenazadora y fría mirada—. ¿De qué quieres que hablemos? ¿Del
tiempo? ¿De los precios del ganado?
—Los precios del ganado pueden ser un buen comienzo. Al parecer,
varios de los ranchos en los que has trabajado han sufrido robos de ganado.
Demi miró fijamente a Joe. ¿Acaso creía que era ella la que le
estaba robando?
—Sí, es cierto. Pero ambos sabemos que los ranchos grandes como
este son objetivos fáciles para los cuatreros. Siempre lo han sido y siempre lo
serán.
—Pero coincide que tú estabas en ellos cuando sufrieron los
robos.
Demi apretó los puños y se esforzó por no perder la paciencia.
— ¿No tenías problemas antes de que yo llegara?
—Sí.
— ¿Y eso no te hace pensar que no estoy implicada?
—Las cosas se calentaron en cuanto tú llegaste.
—También el tiempo —espetó ella—. ¿Quieres culparme también de
eso?
Joe entrecerró los ojos.
—Si yo estuviera en tu lugar no me mostraría tan insolente. Aún
no me has explicado por qué llevas la vida de un nómada teniendo más de un
cuarto de millón de dólares en un banco en Austin y otros veinticinco mil en
Oklahoma.
Demi tomó aire compulsivamente.
— ¿Cómo te atreves a husmear en mi vida? No es asunto tuyo.
Joe la taladró con la mirada.
—Yo creo que sí lo es. Explícame por qué llevas la vida que
llevas teniendo tanto dinero. Podrías permitirte una buena a casa y un vehículo
decente para viajar.
Demi se puso en pie.
—Por lo que a mí se refiere, no tenemos nada de qué hablar —replicó.
No tenía intención de explicar su estilo de vida a Joe ni a nadie. Y se negaba
a seguir escuchando sus acusaciones.
Él la tomó por un brazo.
—Aún no me has contestado.
Demi bajó la mirada hacia su mano. La reacción que siempre
acompañaba a su contacto estaba allí, pero decidió ignorarla. Joe se había
entrometido en una parte de su vida que no tenía intención de compartir con él
ni con nadie. Y en aquellos momentos lo despreciaba por ello.
—No tienes ningún derecho a meter tu nariz en mis asuntos, Jonas
—dijo, furiosa, y dio un tirón para librarse de su mano—. Y no pienso
justificar tu prepotencia respondiendo a tus preguntas.
—Ahora trabajas para mí, y me gusta saberlo todo sobre mis
empleados.
Demi le lanzó una mirada iracunda.
—Nuestro contrato estipula que estoy aquí para adiestrar a tu
caballo, no para convertirme en tu sierva.
Demi se volvió hacia la puerta del establo, pero Joe le bloqueó
el paso.
— ¿No sospecharías tú de una adiestradora de primera que conduce
una furgoneta de tercera mano?
Dolida, Demi sintió deseos de llorar, pero se negó a permitir
que Joe viera el alcance de su tristeza.
—No sabes de qué estás hablando, Jonas. Y no pienso ilustrarte
al respecto. Está claro que ya has tomado tu decisión y que no me creerías de
todos modos.
Trató de pasar junto a él, pero Joe apoyó las manos en sus
hombros.
— ¿Por qué, Demi? Explícamelo.
Repentinamente poseída por años de desolación, Demi miró por
encima del hombro de Joe hacia la oscuridad del exterior. Con voz carente de
toda emoción, susurró:
—No podrías comprender…
La repentina conmoción de unos caballos agitados al otro extremo
del establo llamó su atención. Al volverse vio un inquietante brillo anaranjado
extendiéndose por la pared del fondo.
Joe la apartó a un lado y corrió hacia el fuego.
—Avisa a los hombres.
Olvidando de inmediato su enfrentamiento, Demi tomó el rifle,
salió rápidamente al exterior y disparó al aire varias veces seguidas. Luego
apoyó el rifle contra un abrevadero, volvió a entrar en el establo y abrió la
primera casilla.
Mientras conducía a los nerviosos animales al corral más
cercano, los hombres de Joe empezaron a soltar una manguera larga y a empapar
mantas con agua. Ignoró sus gritos y volvió a entrar en el establo. Las llamas
se estaban extendiendo velozmente, y las valiosas yeguas corrían serio peligro.
Tenía que evacuar tantas como pudiera.
Saltaban chispas por todas partes, y el crujido de la madera
siendo consumida por el fuego era ensordecedor. Las lágrimas no dejaban de
derramarse de sus ojos a causa del humo, pero se negaba a salir. Sólo quedaba
por abrir una casilla.
Cuando lo hizo trató de sujetar el ronzal de la yegua, pero esta
estaba demasiado asustada y no fue posible manejarla. Encontró un saco en el
lateral de la casilla, lo envolvió en torno a los ojos del animal y logró
sacarlo al pasillo. La nerviosa yegua comenzó a girar a su alrededor y Demi
tuvo que utilizar toda su fuerza para sujetarla.
El crujido de una viga al quebrarse asustó tanto a la yegua que
dio un bandazo y aprisionó a Demi contra los tableros laterales de la casilla.
Sintió un dolor punzante y se quedó sin aire.
Buscó a Joe entre los hombres que luchaban con las llamas y
cuando fue a gritar su nombre la voz le falló. Un dulce letargo de apoderó de
ella. Su imagen se volvió confusa y los sonidos que la rodeaban parecieron
alejarse. Mientras se sumergía en la pacífica quietud de un negro abismo,
sintió un gran alivio al pensar que ya no iba a tener que esforzarse en
respirar. Su último pensamiento fue para Joe. No quería dejarlo. Él aún no lo
sabía, pero la necesitaba.