— ¿Se puede saber qué haces en el suelo? —bramó Joe mientras se
agachaba junto a ella.
La luz de la luna a través de la ventana iluminó la figura de Demi
y la delgada línea de sangre que corría por un lado de su rostro. El corazón de
Flint se detuvo un instante. No sabía cuál era el alcance de sus heridas, pero
la tomó entre sus brazos.
—Te lo advierto, Jonas… —Demi respiró profundamente—… si esto
sigue así, voy a exigir un pago por peligrosidad laboral además de mis
honorarios habituales.
— ¿Has visto u oído a alguien? —preguntó él, estrechándola
contra su pecho desnudo.
—No.
Un incontenible cosquilleo de placer recorrió el cuerpo de Joe
al sentir el cálido aliento de Demi sobre su piel. Parecía hecha para sus manos…
Se aclaró la garganta y trató de hablar con naturalidad.
—Entonces, ¿por qué has gritado?
—Tiendo a hacerlo cuando alguien me dispara.
— ¿Cuando alguien te dispara? —repitió Joe, perplejo. De pronto,
rompió a reír—. Eso no eran disparos. Era el tubo de escape de la furgoneta de
Whiskers —recordó la sangre y dejó de reír al instante—. ¿Dónde te has herido?
—En la mano. He golpeado algo cuando he girado en la cama.
Joe tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse en las palabras
de Demi.
Era una sensación maravillosa sostener su pequeño cuerpo, apenas
cubierto de ropa, y la intensidad de su reacción hacia ella lo tenía anonadado.
Estaba abrumadora, completa e innegablemente excitado. Y su reacción había sido
casi instantánea.
Distraído por sus pensamientos, necesitó unos momentos para
darse cuenta de que Demi lo estaba empujando. Se puso en pie y tiró de ella.
—Veamos tu mano.
Salió al pasillo con ella, encendió la luz y reprimió un gruñido
cuando sus ojos se adaptaron. Allí estaba, más duro que el peñón de Gibraltar,
mirando a la mujer semidesnuda responsable de su estado. Habría tenido que
estar ciego para ignorar las posibilidades de la situación.
Maldijo entre dientes y trató de ignorar el contorno de los
pechos de Demi contra su camiseta. Esta apenas cubría sus braguitas y mostraba
la suficiente cantidad de piernas como para hacer que la tensión arterial le
subiera cincuenta puntos.
Haciendo un esfuerzo supremo, se apartó de ella.
—Espera aquí —dijo, con más aspereza de la que pretendía.
Demi observó a Joe mientras se alejaba por el pasillo hacia su
habitación. Cuando había encendido la luz, había necesitado hacer acopio de
todas sus fuerzas para no quedarse mirando su pecho, perfectamente esculpido, y
su estómago, duro como una tabla de lavar. Una fina capa de pelo marrón oscuro
cubría músculos trabajados a lo largo de muchos años y, por el moreno de su
piel, era evidente que solía trabajar sin camisa.
Tragó saliva al recordar la oscura línea de pelo que se iba
cerrando desde debajo de su ombligo hasta la cintura de sus gastados vaqueros.
Estaba a punto de tener que abanicarse con la mano cuando Joe
regresó al pasillo y avanzó hacia ella mientras se metía la camisa por los
pantalones.
—Ponte esto —dijo en tono imperativo a la vez que le entregaba
una bata.
La tela se enganchó en una larga astilla que sobresalía de la
palma de la mano de Demi, que no pudo evitar contraerse.
—Lo siento —murmuró él—. Vamos a ver tu mano.
— ¿Y Ryan? —preguntó Demi.
Joe la tomó por el codo y la condujo hacia las escaleras.
—Su cuarto está al otro lado de la casa. Había ido a ver cómo
estaba cuando te he oído gritar. Suele estar tan activo durante el día que
haría falta un cañón para despertarlo de noche.
En el despacho, Demi se sentó ante el escritorio y extendió la
mano para que Flint la inspeccionara.
—Es sólo una astilla —dijo.
Joe soltó un silbido.
—Pues parece un tronco —dijo, y sacó el botiquín de primeros
auxilios del escritorio—. ¿Te han puesto recientemente la inyección del
tétanos?
—Por mi trabajo, me conviene llevar al día todas mis
vacunaciones —contestó Demi mientras Joe trataba de sacarle la astilla—. ¡Uf!
¿Qué pretendes, Jonas? ¿Buscar petróleo?
Joe le limpió la herida con agua oxigenada, le puso un
antiséptico y luego le vendó la mano con una gasa.
—Creo que lo he sacado todo, pero la herida te molestará unos
días.
Demi alzó la mirada al ver que Joe no le soltaba la mano. Sus
ojos se encontraron y la carga de excitación que había entre ellos la dejó sin
aliento. Cuando él tomó una gasa para quitarle la sangre del rostro, se
preguntó si volvería a respirar alguna vez. Más afectada de lo que le habría
gustado por la sensación de la mano de Joe sosteniendo la suya y la delicadeza
con que le estaba limpiando la sangre, tiró de la suya para liberarla.
— ¿Por qué tengo la impresión de que no te habría extrañado que
alguien nos hubiera disparado? —Preguntó, decidida a obtener una explicación—.
Más vale que me digas qué está pasando. Tengo derecho a saberlo.
—No es asunto tuyo.
Demi señaló la puerta con el pulgar de su mano derecha.
—Lo que ha pasado arriba ha hecho que sea asunto mío. Me has
preguntado si había visto a alguien. Si voy a tener que dedicarme a mirar por
encima del hombro mientras estoy aquí, me gustaría saber por qué.
Joe ocupó su asiento tras el escritorio y se pasó una mano por
el rostro. Si él hubiera estado en la situación de Demi, también habría pedido
una explicación. Pero su calmada actitud lo inquietaba, y la suspicacia empezó
a nublarle la mente. ¿Existía la posibilidad de que ya estuviera al tanto de la
situación? ¿Estaría implicada de algún modo en el robo del ganado? ¿Por qué no
se había puesto histérica si creía que alguien había disparado contra ella?
Nicole se habría puesto histérica. Pero lo cierto era que su ex mujer podía
poner el grito en el cielo por la menor tontería.
—Hemos tenido algunos problemas con unos cuatreros —contestó,
atento a su reacción.
—Los ranchos del tamaño del Rocking M siempre serán objetivos de
los ladrones de ganado —dijo Demi—. Pero, normalmente, los cuatreros nunca se
acercan a la zona habitada del rancho. Además, una cosa es robar ganado y otra
merodear en torno a una casa. Y eso es exactamente lo que tú creías que había
pasado.
—Hace solo un par de días que las cosas han empezado a ponerse
feas —Joe buscó algún indicio de que Demi pudiera estar al tanto de la
situación. Al no encontrar ninguno, siguió hablando—. La noche pasada castraron
un toro de veinticinco mil dólares.
Demi se echó hacia delante en el asiento con los ojos abiertos
como platos.
— ¿Por qué no estaba cerca de la casa un animal tan valioso?
—Lo estaba. De algún modo logró atravesar dos verjas cerradas y
recorrer un pasto de seiscientos acres.
—Evidentemente, tuvo ayuda. ¿Han tenido problemas similares
otros rancheros de la zona?
—Todavía no.
—Esto es algo más que un simple caso de robo de ganado —dijo Demi—.
Parece que alguien busca venganza.
—Tal vez, pero no se me ocurre quién ni por qué puede estar
haciéndolo —Joe no estaba acostumbrado a hablar con una mujer sobre los
problemas del rancho. Nicole nunca se interesó por ellos. Lo único que le
preocupaba era que el dinero siguiera fluyendo.
— ¿Te has puesto en contacto con los inspectores estatales de
marcas? —Preguntó Demi—. Ellos deberían estar al tanto de quién lleva el ganado
a los corrales.
Joe pensó que Demi sabía lo suficiente sobre la industria del
ganado como para estar implicada en el asunto, pero eso le sucedía a mucha
gente. O era una magnífica actriz, o no tenía nada que ver con el asunto. De un
modo u otro, se enteraría cuando el investigador que había contratado le
entregara el informe sobre su pasado.
—Claro que lo he notificado a las autoridades —contestó—. Pero
el único ganado con la marca del Rocking M que ha llegado a los corrales es el
que he enviado yo.