Hasta el momento había sido
divertido, ver que tan lejos lo llevaban. Incluso tenia algo de emocionante,
eso de intentar sacarse mutuamente de quicio. Pero en alguna parte, ella
comenzó a perderle el sentido a esa pelea infantil. Porque estúpidamente había
perdido el objetivo principal, en un inicio solo quería causarle molestias,
irritarlo y hacerlo que se alejara de ella. Ahora ya no estaba segura de querer
que se alejara por las mismas razones, y eso era una terrible mierda desde
cualquier punto de vista.
—Odioso Rhone—murmuró para sí.
Tecleando en su computador las mismas palabras, sin siquiera darse cuenta.
El sonido de algo estrellándose
contra el piso, la hizo pegar un brinco en su asiento. Demi se volvió sobre el hombro,
confirmando para sí misma que aun no poseía visión de rayos X. Podía jurar que
el ruido había salido de su cocina, pero considerando que su única compañía se
limitaba a Tiburoncin que la miraba desde su pecera con inocencia, ella no
podía detener la creciente paranoia. ¿Qué o quién podría haber ocasionado el
sonido?
Lentamente dejó su laptop sobre
el sofá y se incorporó estirando el cuello, y aguzando el oído en busca de
pistas. Por un instante lo único que escuchó, fue su respiración y la continua
vibración del motor en la pecera. Tiburoncin y ella compartieron una mirada
interrogante. Demi pretendía pedirle a su pez que
fuera a checar, después de todo él era el hombre de la casa. Pero tras meterse
en su castillo color fucsia, le dejó claro que no estaba dispuesto a ponerse
los pantalones.
—Vaya hombre—masculló con
resignación.
Quizás solo había sido el viento.
Otro ruido. Demi se petrificó en sus pantuflas de
oso polar. Tal vez Tiburoncin tuviese un lugar para ella en su castillo. ¡No!
Debía ser valiente. Necesitaba armas.
Escudriño el pequeño apartamento,
buscando algo que fuese remotamente de utilidad. Podía haber un intruso en su
cocina o una rata, ambas opciones eran igual de escalofriantes y ante la idea
de hacerle frente a una rata, Demi hasta deseó que hubiese un intruso.
Vio su laptop e hizo
ademan de levantarla, pero luego lo pensó con detenimiento, tenia muchas cosas
valiosas en esa cosa y estrellarla en la cabeza de alguien no era un buen modo
de hacer uso de todas sus funciones. Observó una taza sobre la mesita auxiliar,
dudando que pudiera causar algún daño. Sacudió la cabeza, preguntándose
internamente cómo es que no poseía un maldito garrote. Libros, hojas, cajas,
botellas vacías, mas libros. ¿Cómo podría defenderse con eso?
Entonces un sonido inconfundible
la saco de su estúpido análisis. Demi había oído claramente una
maldición, una maldición que estaba segura las ratas aun no sabían pronunciar.
Miró la puerta que daba al pasillo y luego a la que comunicaba con la cocina.
Una persona racional, no lo habría pensado y ya estaría bajando las escaleras
con el culo en la mano.
Demi en cambio se había adelantado
para tomar una de las botellas de vidrio, con la intención de hacerle frente al
asunto. Ella no dejaría a merced de un ladrón su pequeña casa, amaba cada cosa
que tenia allí. También cogió el teléfono, sólo para amenazar con llamar a la
policía de ser necesario.
Colocó la mano suavemente sobre
la puerta e intentando no hacer ruido, la empujó. Su cocina estaba vacía, a no
ser por un salero y una cuchara que descansaban parsimoniosamente en el piso.
Se puso en cuclillas para levantar la cuchara, tratando de comprender cómo
diantres había llegado allí. Frunció el ceño en tanto que se incorporaba y
encontraba la única ventana abierta. Estiró una temblorosa mano para cerrarla,
cuando claramente escucho pasos provenir de su despensa.
—¡Tengo un bate y llamare a la
policía!—Amenazó alzando la cuchara en lo alto, como si con ella pudiera
persuadir al intruso de marcharse. La puerta que daba a su despensa permaneció
inmóvil, así como Demi que prácticamente se vuelve de
hielo en esos interminables segundos de espera. —¡Lo digo en serio! ¡Estoy
marcando!—El teléfono estaba juntó al salero en el piso, por lo que ella estaba
mintiendo y de una forma muy poco creíble.
—¡Eso no es cierto!—respondió una
voz molesta del otro lado. Demi trató de no inmutarse porque el
ladrón supiera descubrir su engaño tan fácilmente.
—¡Lo hago! ¡Lo hare!—La puerta se
abrió.
—¿Sí?—inquirió él incrédulo,
bajando la mirada hacia el auricular. Demi lo fulminó con la mirada. —Tranquilízate 99, aborta la
misión y despacio…baja esa cuchara.
—¿¡Qué demonios haces aquí!?—Lo
increpó aun sin disminuir el agarre de sus agarrotados dedos, alrededor de la
cuchara. Él sonrió como si toda la situación lo divirtiera y ella soltó un
grito histérico. —¡Casi me das un susto de muerte!
—Lo siento, no pensé que tu
ventana seria tan estrecha. —Se volvió en dirección de la susodicha,
observándola con cierto grado de irritación. Al parecer había intentado colarse
por la ventana, antes de irrumpir por su despensa.
—¡Tengo puerta! ¡Imbécil!—Le
aventó la cuchara para enfatizar sus palabras. Prácticamente la hizo cagarse en
los pantalones.
—No podía entrar por la puerta…—Demi se dio la vuelta, regresando a
su salita. Joseph la siguió de
cerca, aun explicándose—Esta lleno de periodistas.
—¿Entonces decidiste que lo mas
sabio era meterte por la ventana?—Él se encogió de hombros, al parecer ese
había sido justamente su razonamiento. —¿Qué si yo tenia un arma? ¿Qué si te
daba un tiro en la cabeza?
—Oh Demi, sé que no tienes armas.
—¡Aun así podría haberte hecho
daño!
—Sí, claro. Tú y tus cucharas
representan una enorme amenaza para la sociedad. —Se cruzó de brazos y la miró
con fingido reproche— Deberían encerrarte, eres sádica.
—Púdrete.
—No vine a hablar de eso ¿Podemos
por favor concentrarnos?—Ella se dejó caer nuevamente en su sofá, ignorándolo
con el mayor de los tactos. —Venga, no quería asustarte. Sólo quiero hablar
contigo.
—¿Qué quieres?—Lo miró por entre
las pestañas, demostrándole que no se sentía deseosa de esa conversación.
Joseph suspiró y se sentó a su lado.
Por un segundo tan solo se observó las manos, ella no apartó los ojos de su
perfil. Le sorprendía que estuviera allí, mas considerando que la prensa estaba
esperando atraparlo infraganti. Habría esperado una llamada en que le
recriminara su huida en medio de la noche, nunca espero que fuera a buscarla. Y
a pesar de que aun no decía nada, ella tenia una idea bastante clara de la
razón que lo había llevado a colarse por su ventana.
—Te marchaste—Le dijo, aun sin
mirarla. Una pequeña nota de enfado decoraba su timbre, aunque había algo más,
algo que ella no supo discernir.
—Sí…—susurró en respuesta, a
pesar de que él no se lo había preguntado. Joseph dirigió sus ojos azules hacia ella.
—¿Por qué?—Demi se sacudió incomoda, apartó la
mirada. Él la tomó por la barbilla, guiando su rostro nuevamente hacia
arriba—Dijiste que te quedarías…pensé que teníamos un acuerdo—Sacudió la cabeza
liberándose de su amarre.
—Yo sé lo que dije, pero no podía
quedarme allí.
—¿Es por lo que vio mi padre? Te
aseguro que…
—No, no tiene nada que ver con tu
padre. —Se apresuro a cortarlo—Él es estupendo.
—¿Entonces?—Demi se mordió el labio inferior, no
había hecho un plan para afrontar esa situación. No lo quería cerca, no pensaba
bien así. —Demi, dime que va mal.
—Nada—dijo rápidamente—Todo…no
sé. —Y odiaba terriblemente no saber por qué quería estar cerca de él a pesar
de todo. Era tan patética. —Márchate Joseph,
no deberías estar aquí.
—No voy a irme, hasta que me des
una explicación—Ella no respondió—Maldita sea, Demi. ¿Por qué sigues haciendo esto?
—¿Yo?—inquirió, viéndolo
fijamente—¿Yo lo hago, Joseph?
—Tú eres la que sigue poniendo
obstáculos, sí. —Afirmó él con un deje de frustración. —¿A qué estas jugando?
Te ofendiste cuando te ofrecí algo sin compromiso, dijiste que no eras de esas
mujeres. ¿Pero luego de dormir conmigo huyes?
—No entiendes.
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