Muy pronto se
abrirían las puertas del salón y los invitados ocuparían sus asientos. Habría
discursos, y luego los camareros se afanarían sirviendo la cena.
Miley tenía
hambre. Su almuerzo había consistido en un yogurt y una fruta que había comido
mientras realizaba los quehaceres de casa del fin de semana.
Cameron
conversaba con un hombre que parecía ser uno de sus socios. Miley bebió un
sorbo de agua fría mientras se preguntaba si debía unirse a la conversación.
En ese preciso
momento, sus sentidos se alertaron y paseó la mirada por los invitados.
Sólo había un
hombre capaz de alterar su equilibrio.
¿Un instinto
innato? Como fuera, era una locura.
De todos modos
echó una mirada a la familiar cabeza morena y supo que su instinto había
acertado.
Nick Jonas. Un
hombre de negocios de éxito, uno de los nuevos ricos de la ciudad... y un
castigo personal para ella.
Nacido en Nueva
York, de padres inmigrantes españoles, se decía que había vivido en los barrios
bajos de la ciudad luchando por sobrevivir en las calles y que había hecho una
temprana fortuna por medios de dudosa legitimidad.
También se
rumoreaba que se había arriesgado a unos niveles que ningún hombre sensato se
habría atrevido. Y esos riesgos le habían reportado una fabulosa suma de
dinero.
Sumida en su
fascinación, notó que se volvía hacia ella, murmuraba algo a su acompañante y
luego se acercaba.
-Miley.
Su voz baja,
profunda y casi desprovista de acento, tenía el poder de producirle escalofríos
en la espalda.
Era alto, de
constitución atlética, tez aceitunada, cabello oscuro, ojos casi negros y una
boca tentadora.
Una boca que había saboreado brevemente la suya el día que,
desobedeciendo a su padre, había persuadido a Cameron para que la llevara a la
fiesta.
Tenía dieciséis
años y las hormonas en pleno desarrollo. Una sensación de lo prohibido
combinada con el deseo de jugar a ser mayor se convirtió en una mezcla
peligrosa. Un hermano entregado a lo suyo, una copa de vino demás, un joven que
intentaba llevarla por mal camino... y fácilmente habría podido perder el
juicio. Salvo que en ese momento intervino Nick jonas, materializado de la
nada, puso orden en el asunto y luego le enseñó con precisión de lo que tenía
que cuidarse cuando decidiera coquetear despreocupadamente. Más tarde, llamó al
hermano y en unos cuantos minutos los embarcó a casa en el coche de
Cameron.
Habían pasado
once años de aquel fatídico episodio, diez de los cuales Nick había pasado en
Nueva York haciendo su fortuna.
Sin embargo,
ella aún conservaba en la memoria el vivido recuerdo del beso que le había
dado.
En Nick Jonas
se mezclaba un cierto salvajismo con una evidente sensualidad. Una combinación
peligrosa que atraía a mujeres de quince a cincuenta años.
Con apenas
treinta años. Nick Jonas ya era un hombre inmensamente rico.
Había vuelto a
Australia hacía un año y muy pronto se había transformado en uno de los
miembros más importantes de la alta sociedad de Sidney. Solía recibir
invitaciones a todas y cada una de las renombradas reuniones sociales que se
celebraban en la ciudad. Era selectivo a la hora de aceptarlas, pero sus
donaciones para obras benéficas eran legendarias.
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