Demi se dijo por enésima vez que lo que tenía que hacer era
tener paciencia. Hacía solamente un mes y medio que había comenzado a trabajar
y, dado que su padre se quedaba con la mayor parte de su sueldo para
mantenerla, iba a tardar todavía unos meses en poder ahorrar algo para irse.
Tenía que aguantar. Su trabajo, aunque era muy humilde, era muy
preciado para ella. A Demi le encantaba trabajar rodeada del esplendor medieval
del castillo, cuyos magníficos alrededores eran una fuente de fascinación sin
fin para ella.
Ir a su lugar de trabajo todas las mañanas en bicicleta le daba
un sentimiento de libertad que hacía mucho tiempo que le había sido negado y el
poder mezclarse con otras personas también le agradaba sobremanera, pero
también era consciente de que no quería pasarse toda la vida limpiando, y de
que para poder acceder a algo mejor necesitaba cualificación y estudios.
Sin embargo, la idea de tener que enfrentarse abiertamente a las
rígidas normas de su padre le daba miedo, ya que desde pequeña había sido
educada en la obediencia más ciega hacia él, que era un hombre frío y distante,
de carácter violento e intimidatorio. Isabel Ross había enfermado cuando ella
tenía trece años y Demi la había cuidado desde entonces porque su padre había
dicho que aquello eran «cosas de mujeres».
Demi se había visto a tan tierna edad con una gran
responsabilidad. Aunque tenía un hermano, Daniel, cuidar de su madre había sido
sólo tarea de ella porque él ya tenía bastante con ocuparse de la granja en la
que vivían.
Así había sido cómo Demi, que siempre había sido la mejor
estudiante de su clase, había comenzado a faltar al colegio y sus notas habían
comenzado a empeorar paulatinamente.
Su hermano había terminado por discutir con su padre por la
falta de libertad que imponía en su hogar y, al final, se había ido de casa.
Así, en cuanto le había sido legalmente posible, Angus Ross
había hecho que su hija dejara de estudiar y la había recluido en casa para
cuidar a su madre y hacerse cargo de los quehaceres domésticos.
Durante cinco años, Demi no había salido de casa más que para ir
a la iglesia y hacer la compra semanal. A su padre no le hacía ninguna gracia
que acudiera a ningún evento social y tampoco le permitía las visitas.
Exactamente un año después de la muerte de su madre, su padre se
había casado con Mabel, una mujer de muy mal carácter cuyo principal pasatiempo
era hablar mal de los demás.
En cualquier caso, Demi le estaba agradecida porque ella había
convencido a su padre para que la dejara trabajar diciéndole que así habría más
dinero en casa.
A ver si por lo menos esta semana, que está aquí el jeque, lo
ves y te alegras un poco la vida -comentó Jeanie riéndose.
Para que lo sepas, esta mañana he visto su limusina -sonrió Demi.
La limusina no es nada comparada con él. Yo solamente lo he
visto en un par de ocasiones y, de lejos, pero te puedo asegurar que es el
hombre más guapo que he visto en mi vida -contestó Jeanie, apagando el
cigarrillo y escondiendo el cenicero-. Es de esos hombres por los que una
cometería más de un pecado.