viernes, 22 de febrero de 2013

Un Refugio Para el Amor Capitulo final





—Sí, me lo ha dicho. Pero también he entendido que piensa que no es lo suficientemente bueno para ti. Desde mi punto de vista —añadió Russell, mirando a su hija con cariño—, probablemente es cierto, porque no hay ningún hombre lo suficientemente bueno para ti. Pero de todos ellos, posiblemente éste sea el mejor. Y estoy seguro de que tú sabrás convencerle de ello.
Demi pensó que no iba a tener mejor oportunidad que aquélla, antes de que la casa se despertara de nuevo. Se acercó a su padre y le tendió a Elizabeth.
—¿Puedes sostenerla durante un rato?
—¿Yo? No sé si debería...
Demi sonrió.
—Sé a ciencia cierta que has tenido en brazos a otra niña pequeña más veces.
—Eso fue hace mucho tiempo.
Demi le puso a Elizabeth en el regazo.
—Bueno, hay cosas que nunca cambian —dijo ella. Y entonces, cuando vio a su padre allí, abrazando a Elizabeth, se le escaparon las lágrimas—. Oh, papá —se inclinó hacia él y le dio un abrazo que abarcó también a su hija—. Os quiero a los dos.
—Yo también te quiero, Demi, hija.
Cuando ella se retiró, Russell parpadeó y carraspeó varias veces.
Ella se enjugó las lágrimas y se encaminó hacia la puerta. Tomó el abrigo de Sebastian y se lo puso.
—Voy al establo —dijo.
—¿Y me dejas a la niña? —preguntó él, a la vez asustado y entusiasmado.
—Esta vez no—respondió Demi. Tomó a Elizabeth en brazos y la metió dentro del enorme abrigo—. Pero pronto. Esta vez la necesito. Es mi moneda de cambio para la negociación.
Nat estaba lavando el mono en el fregadero que Sebastian había instalado en el establo. Aunque estaba consiguiendo quitarle algo de suciedad, también se estaba destiñendo un poco. Matty debería estar haciendo aquel trabajo. Seguro que ella sabía hacerlo bien, y él sólo estaba empeorando las cosas, como de costumbre.
En aquella ocasión lo había estropeado todo. Al menos, había disparado al hombre que estaba apuntando a Elizabeth con un revólver. Nunca había pensado que tuviera algo que agradecerle a su padre, pero estaba contento por todas aquellas horas de agonía mientras practicaba tiro bajo la severa dirección de Hank Jonas. No, no se arrepentía de haber hecho ese disparo.
Pero lamentaba haber tenido que llegar a ese extremo. Si no hubiera dejado desprotegidas a Demi y a Elizabeth, nunca habrían caído en manos de ese loco, en primer lugar. Nunca podría perdonárselo.
La puerta del establo se abrió y entró Demi, casi engullida por el abrigo de Sebastian. Joseph todavía no estaba listo para enfrentarse a ella. No había pensado en qué podía decirle para convencerla de que estaría mejor sin él.
El abrigo estaba muy abultado y, cuando la cabecita rizosa de Elizabeth asomó por la abertura, se dio cuenta de que Demi había llevado a la niña también. Otra persona a la que no podía ver aún. Dejó el mono en el agua y rogó que Elizabeth no se hubiera dado cuenta de que lo tenía en la mano.
Pero sí se había dado cuenta. Soltó un gritito y señaló hacia el fregadero.
—¡Ba, ba!
Demonios. Él miró a Demi.
—Está muy mojado —dijo—. Lo estaba lavando, pero...
—¿Estabas lavando a Bruce?
—Sí. Debería haber dejado que lo hiciera Matty, pero todavía está dormida, y yo esperaba poder secarlo antes de que se levantara Elizabeth.
La niña comenzó a saltar en los brazos de Demi, y sus gritos por el mono se intensificaron.
—Qué detalle más bonito —dijo Demi, y se acercó a él.
—Mira, quizá deberías llevártela de nuevo a la casa —de ese modo, Demi también se iría y él podría pensar en qué decirle.
—Creo que ya es demasiado tarde —observó Demi mientras Elizabeth comenzaba a protestar airadamente y a estirarse hacia Joseph.
Él intentó no prestarle demasiada atención a la calidez que desprendía la mirada de Demi. Ella no sabía lo que le convenía.
—Quizá no sea demasiado tarde. A lo mejor olvida lo que ha visto si tú la distraes. Yo sacaré a Bruce, lo escurriré y lo colgaré en el tendedero. Posiblemente esté seco para el mediodía.
Demi lo miró con una sonrisa dulce.
—Sácalo ahora. No creo que Elizabeth pueda esperar hasta el mediodía.
—Pero estará muy mojado. Y Dios sabe qué aspecto tendrá después de que lo haya escurrido. Posiblemente parezca un alienígena.
—A ella no le va a importar. Necesita a ese mono, Joseph.
Él suspiró con resignación.
—Está bien.
Elizabeth alborotó mucho mientras él retorcía a Bruce para quitarle tanta agua como fuera posible. Demi intentó alegrarla para que no se enfadara, pero se estaba enrabietando por momentos. Vaya, estaba montando un buen jaleo. Si su padre estuviera allí, le habría dado un bofetón tan fuerte... se dijo Joseph.
Dejó dé estrujar al mono y se miró las manos. Sí, su padre habría pegado a la niña. Pero a él no se le había ocurrido hacer semejante cosa. Y no lo haría por nada del mundo. Podía imaginarse lo que haría su padre y separarlo de lo que haría él, Joseph Jonas.
Se apartó del fregadero con el mono húmedo entre las manos y miró a Demi, que estaba tan ocupada intentando mantener contenta a Elizabeth que no se dio cuenta de que él la estaba observando atentamente. ¡Él no era como su padre! Y se había dado cuenta veinticuatro horas tarde.
Soltó un gruñido de frustración.
Demi lo miró.
— ¿Qué ocurre?
—Que soy idiota, eso es lo que ocurre.
Ella sonrió.
—A veces.
Elizabeth se volvió loca al ver a su mono.
—¡Ba, ba! ¡Ba, ba!
—Será mejor que se lo des —dijo Demi, mirando a Bruce—. Tendrá mejor aspecto cuando se seque.
—Quizá. Aquí tienes, Elizabeth. Aquí está Bruce —dijo, y le tendió el mono por el rabo.
Elizabeth lo agarró con un gritito de alegría y rápidamente, se metió la cola de Bruce en la boca. Mientras la chupaba alegremente, el resto del mono estaba colgando y goteaba sobre los zapatos de Demi.
—Te va a mojar —dijo Joseph.
—No me importa nada. Ahora dime por qué piensas que eres un idiota, y yo veré si estoy de acuerdo.
—Yo no soy como mi padre, y si lo hubiera entendido antes, nada de esto habría...
—Un momento. ¿He oído bien? ¿Has dicho que no eres como tu padre?
—Sí, pero lo he comprendido demasiado tarde. Y ese chiflado consiguió secuestraros. Estuvisteis a punto de morir porque yo fui un idiota.
—Pero no hemos muerto. Tú nos has salvado —dijo ella, e hizo que sonara como si él fuera un héroe—. ¿Dónde aprendiste a disparar así?
—Fue mi padre quien me enseñó. ¿Sabes que a algunos niños les obligan a practicar piano? A mí me obligaba a hacer prácticas de tiro. Macabro, ¿eh?
—¿Y por qué lo hacía?
Joseph odiaba tanto aquellos ejercicios que nunca le había prestado atención a las razones que le había dado su padre. Y le había dado una.
—Me decía que quería que fuera capaz de defenderme. Quería que fuera un tipo duro, y que supiera manejar un arma por si acaso me encontraba en apuros alguna vez —explicó a Demi—. Supongo que, a su manera, estaba intentando prepararme para la vida.
—Supongo que sí —dijo ella, y se acercó a Joseph t. El mono comenzó a gotear también en sus botas—. ¿Cuánto hace que no hablas con él?
—Años.
Ella titubeó y después continuó.
—¿Y no crees que quizá... quizá haya llegado el momento de sacarte un poco de esa amargura, sobre todo sabiendo que no vas a ser nunca como él?
Él no había considerado la posibilidad de volver a hablar con su padre, pero al pensarlo, no le parecía una idea tan terrible.
—Quizá. No estoy seguro, pero... quizá.
—Después de todo, las prácticas de tiro han resultado útiles.
Y allí estaba el problema.
—Pero la única razón por la que tuve que disparar fue que lo había fastidiado todo. ¿No lo ves? Yo cometo errores, errores muy grandes, que pueden hacer mucho daño a la gente a la que quiero. Y no puedo esperar solucionarlo todo a tiros.
— Joseph, yo..
—Déjame terminar. Por eso quiero que te olvides de mí. Quiero que me saques de tu cabeza y de tu vida —dijo. No esperaba sentir un dolor tan agudo al decirlo. Estaba a punto de jadear por el impacto.
—No, no quieres. Tú no quieres que me olvide de ti.
—¡Claro que sí! ¿Cómo vas a perdonarme que haya puesto en peligro tu vida y la de Elizabeth, si ni siquiera puedo perdonármelo yo?
— Joseph, no hay nada que perdonar. Yo no te culpo.
—¡Deberías!
—Bueno, pues no lo hago —respondió ella—. Porque te quiero. Siempre te querré. Claro que cometes errores, y yo también. Continuaremos cometiendo errores hasta que estemos compartiendo mecedoras en el porche de nuestra casa. Los errores son parte de la vida. Y el amor.
Oh, Dios, él quería creerla. Tenía la garganta oprimida y no podía respirar bien.
—Sólo quiero lo mejor para Elizabeth y para ti.
—Entonces eso lo facilita todo. Te necesitamos a ti —dijo Demi, y levantó la cara hacia él.
—Yo no...
—Sí, te necesitamos a ti. ¿No te acuerdas de que me pediste que me aferrara a ti?.
—No debería habértelo pedido.
—Es demasiado tarde. Ya me lo has pedido, y yo lo estoy haciendo. Joseph, yo también vengo con equipaje. No olvides que tengo un padre muy rico.
—Eso no es culpa tuya.
—Exactamente. Igual que no es culpa tuya haberte criado con tu padre. Pero los dos tenemos derecho a construir nuestras propias vidas, ¿no?
El hielo que rodeaba el corazón de Joseph comenzó a derretirse. Ella sonrió.
—Me doy cuenta de que te lo estás pensando. ¿Me quieres, Joseph?
Él no tuvo que pensárselo.
—Te quiero más que a nada en el mundo.
—¿Y a Elizabeth?
Él miró a la niña, que estaba jugando con Bruce entre ellos. Tenía sus mismos ojos. Ella alzó la manita y le dio unos golpecitos en la barbilla.
—Sí —respondió Joseph con la voz ronca de emoción—. Sí, quiero a Elizabeth.
—Entonces, cásate con nosotras —susurró Demi —. Te necesitamos. Y tú nos necesitas.
Joseph miró a Demi a los ojos, y el calor lo envolvió y se llevó el frío que lo había atenazado desde el momento en que había recobrado la consciencia y había descubierto que ellas no estaban.
—Abrázanos —pidió Demi.
Lentamente, él obedeció. No se merecía aquello, pero quizá pudiera trabajar para merecérselo.
—¿Nos aceptas como tu fiel esposa, hija y mono empapado? —preguntó Demi, suavemente.
Con un gruñido, Joseph las abrazó con fuerza y el mono soltó más agua que cayó en sus botas como una cascada. Fue difícil, pero con algunos ajustes, logró rozar los labios de Demi con los suyos.
—Sí —murmuró—. Os acepto.
Epílogo
Un año después, en la inauguración del Happy Trails Children 's Ranch.
Demi colgó el teléfono y se dirigió apresuradamente hacia su dormitorio, recorriendo con mirada cariñosa el suelo de madera, las altas ventanas y la chimenea de piedra. Después de unos meses, Joseph y ella habían encontrado aquel precioso lugar a pocos kilómetros del Rocking D. Y ese día, la casa estaba adornada para una fiesta.
Decidió no prestarle atención al ligero calambre que sintió en el vientre. No se pondría de parto justo aquel día.
— Joseph.
Entró al dormitorio donde su marido se estaba abotonando la camisa blanca. Dios, era impresionante. Se acercaban a su primer aniversario y él la excitaba más que nunca.
—Han llamado del despacho del gobernador para decir que va a llegar un poco tarde, pero que su esposa y él estarán aquí a tiempo para cortar la cinta de la inauguración.
—No pasa nada —respondió Joseph mientras se abotonaba los puños—. Travis se ha ofrecido a hacer algunos trucos de magia y entretener a la prensa si necesitamos ganar tiempo.
Ella se rió.
—Me imaginaba que Travis sugeriría algo así. Pero no tiene que preocuparse por el entretenimiento. Sebastian y mi padre están dando un espectáculo en el patio, transmitiendo órdenes contradictorias a los equipos de televisión. Es como una batalla entre George Lucas y Steven Spielberg —dijo. En aquel momento, sintió otro calambre. Probablemente no era nada—. Por supuesto, Boone está intentando mediar.
—Pues le deseo suerte —dijo Joseph sonriendo mientras se metía la camisa por los pantalones negros—. Ha sido un buen detalle de mi padre mandar esa enorme planta y la tarjeta, ¿verdad?
—Pues sí, ha sido muy agradable —respondió ella. Estaba entusiasmada porque Joseph y su padre hubieran comenzado a comunicarse, aunque Demi sabía lo difícil que era para ambos.
—Estoy casi listo —dijo él, y comenzó a ponerse el cinturón.
—Bien. Así podrás ayudar a Boone a poner paz —respondió Demi. Se concedió un momento más para devorar a su marido con los ojos, pero desgraciadamente, no podía retrasarse. Era la anfitriona del evento y tenía sus deberes—. Bueno, voy a ver cómo van las cosas en la cocina —dijo, y fue hacia la puerta—. De veras, si alguna vez Gwen quisiera dejar el negocio del hotel, podría montar un magnífico catering. Shelby, Matty y yo estamos impresionadas, lo cual está muy bien, aunque nos ha hecho trabajar como esclavas.
Demi.
Ella se volvió con un cosquilleo de placer. Cuando él pronunciaba así su nombre, como si fuera la sílaba más importante del inglés, se derretía.
—Ven aquí un segundo —pidió él.
—No tenemos tiempo —dijo Demi, pero sin poder evitarlo se acercó a él. Demonios, otro calambre. Aunque ya no podía llamarlos calambres. Aquello había sido una contracción evidente.
Él la abrazó.
—El día en que no tenga tiempo para abrazar a mi mujer será un día muy triste —dijo, y le miró el vientre—. ¿Estás bien?
No podía ponerse de parto en aquel momento. No podía.
—Estupendamente.
Él la miró a los ojos y sonrió.
—¿Estás segura de que todo esto no es demasiado para ti? Me refiero a que el doctor Harrison te dijo que podías dar a luz cualquier día de estos, y yo sigo pensando que deberíamos haber dejado la inauguración para después del nacimiento.
—¿Estás de broma? No podíamos posponer algo como esto. Es nuestro sueño hecho realidad, Joseph, y vamos a ayudar a muchos niños. Estoy impaciente porque la semana que viene lleguen los primeros ocupantes de las casitas. Sólo porque me sienta como si estuviera embarazada de doce meses no voy a dejar de disfrutar de éste momento tan especial...
Otra contracción.
—¿Y cómo es posible que estés tan embarazada y tan sexy al mismo tiempo?
—Es un talento especial —respondió ella. Otra contracción. Vaya. Quizá debiera mencionárselo a Joseph, por si acaso.
—Un talento especial, ¿en? Pues a lo mejor deberíamos tener veinte niños, porque...
—Espera un momento —dijo, y le puso la mano sobre la boca—. ¿No es eso...?
—¡Los bebés están llorando! —Elizabeth entró cómo un rayo en la habitación, con un mono de peluche en la mano, y tiró del vestido de Demi —. ¡Ven a ayudar a la abuela Lu y a la abuela Dell!
Demi miró con desesperación a su hija, que hacía unos minutos parecía un ángel.
—Elizabeth, ¿qué tienes en el vestido?
La niña se miró la ropa. La tela rosa de la pechera estaba manchado de algo verde. Cuando miró hacia arriba de nuevo, un lazo rosa le colgaba por encima del ojo.
—¡No sé, pero los bebés están llorando, mami!
—¡Elizabeth! —gritó Josh, que entraba en la habitación buscándola—. Ven conmigo. La abuela Lu y la abuela Dell nos necesitan.
—Será mejor que vayamos a ver qué ocurre —sugirió Joseph.
Mientras Demi seguía a Joseph por el pasillo hacia el dormitorio que había declarado guardería por aquel día, Josh y Elizabeth corrían delante de ellos. Estaba claro que los bebés estaban llorando detrás de la puerta cerrada. Y Demi notó otra contracción.
Josh abrió la puerta.
—¿Lo ves?
La madre de Demi, Adele, alzó la vista mientras luchaba por cambiarle el pañal a Patricia, la niña de tres meses de Boone y Shelby, que no dejaba de aullar. Fuera lo que fuera lo que Elizabeth tenía en el vestido, Adele lo tenía en el pelo. Parecía pintura verde. Y su madre también tenía baba de bebé por todo el vestido.
— ¡Oh, gracias a Dios, Demi! —Gritó por encima del alboroto—. ¿Puedes sacar a Rebecca de ese cajón?
Demi se encaminó hacia Rebecca. La niña de ocho meses de Sebastian y Matty estaba gritando como una loca.
—¡Se metió ella sola y no sabe salir! —gritó Luann a modo de explicación mientras continuaba meciendo a la niña de cuatro meses de Gwen y de Travis. La habían llamado Luann, como su abuela. La pequeña Lulu, como la había bautizado su padre, tampoco dejaba de llorar.
—¿Qué le pasa a Lulu?
Luann sacudió la cabeza.
—Ha engullido el biberón, como de costumbre, ¡y ahora tiene suficientes gases como para calentar la ciudad de Denver durante un mes!
Matty, Shelby y Gwen aparecieron por la puerta. Matty, con su vientre de siete meses de embarazo, ocupaba la mayor parte del espacio. Se puso la mano en los riñones y preguntó:
—¿Qué ocurre aquí?
Joseph paseó la mirada por la habitación.
—Lo de costumbre —dijo con una sonrisa.
Elizabeth sacudió las manos.
—Yo no estoy llorando —anunció.
Demi se dio cuenta de que su hija también tenía las manos verdes, y se miró el vestido de lino, del que Elizabeth le había tirado unos minutos antes. Por supuesto, tenía suficientes manchas verdes como para hacer juego con el vestido de la niña. Y tuvo otra contracción, en aquella ocasión, de las fuertes.
—¡Eh, se oye el escándalo desde fuera de la casa! —Dijo Sebastian, que entró en la guardería detrás de las mujeres, seguido de Boone, Travis y el padre de Demi —. ¿Qué ocurre?
—Todas las chicas están haciendo ruido —dijo Josh, con aire de superioridad.
Demi miró a Joseph.
— Joseph no me gusta tener que decirte esto, pero creo que...
La sonrisa despreocupada de Joseph t se esfumó.
—¿Ya? —preguntó con voz temblorosa.
Demi asintió.
El grupo se puso en acción. Joseph se apresuró a sacarla de la guardería, Sebastian tomó a Rebecca, Travis a Elizabeth y Boone a Josh. Las mujeres los siguieron, con las abuelas llevando a un bebé cada una. Cuando todos entraron en el salón, alguien llamó a la puerta.
El padre de Demi abrió de par en par.
—¿Qué? —bramó.
El reportero de televisión se encogió.
—El... el gobernador y su esposa ya están aquí, señor. Su limusina acaba de llegar. Y yo me preguntaba si...
—¿Ha venido en una limusina? ¡Magnífico! —Russell se volvió hacia el grupo que rodeaba a su hija—. ¡Vamos a ir al hospital en limusina! —gritó—. ¡Vamos! ¡Todo el mundo en marcha!
—¿Y la ceremonia de inauguración? —preguntó Demi mientras Joseph la guiaba hacia la puerta.
—Puede esperar —respondió Russell sonriendo a Joseph —. ¿Verdad, hijo?
—Por descontado.
Antes de que Demi se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo, el gobernador y su esposa estaban en el porche delantero diciendo adiós con las manos y todos ellos estaban apretujados en la limusina, bebés lloronas incluidas.
—Así que —gritó Sebastian por encima de todo el ruido— ¿qué va a ser esta vez?
Travis, Boone y Joseph lo miraron, y después miraron a las niñas, que no dejaban de aullar. Los cuatro vaqueros sonrieron.
—¡Niño! —dijeron al unísono.


Fin.

jueves, 21 de febrero de 2013

Un refugio para el amor capitulo 49





Demi no recordaba mucho del viaje de vuelta al rancho. Debía de encontrarse conmocionada, porque no podía dejar de temblar, pese a que iba envuelta en una manta. Su caballo cabalgaba entre el de Sebastian y Travis. Boone iba detrás, con Elizabeth a la espalda.
Joseph, el hombre al que ella necesitaba ver por encima de todo, iba al final del grupo, dirigiendo el caballo sobre el cual habían colocado el cadáver de Steven Pruitt, atravesado sobre la silla. Ella no tenía ni idea de que Joseph pudiera disparar con tanta puntería, pero por los breves comentarios de los otros chicos, había asumido que era un magnífico tirador.
Estaba muy agradecida por aquello, y le hubiera gustado darle las gracias por haberle salvado la vida a Elizabeth. Pero no parecía que Joseph quisiera hablar de ello. Y tampoco parecía que quisiera hablar con ella.
Sin embargo, estaba vivo. Cada vez que lo pensaba, Demi le daba gracias al cielo. Entendía que Joseph, seguramente, se estaba enfrentándose a muchas emociones en aquel momento. Conociéndolo, estaría castigándose porque a Elizabeth y ella las hubieran secuestrado delante de sus narices. Y además, tenía que afrontar el hecho de que había matado a un hombre.
Demi no tenía ningún remordimiento porque Steven Pruitt estuviera muerto. Ella misma lo hubiera matado si hubiera tenido la oportunidad. Y aun así, no sabía exactamente cómo se sentía Joseph por haber sido él quien apretara el gatillo. Sobre todo, sabiendo que se oponía diametralmente a la violencia.
Joseph Jonas y ella debían mantener una larga charla. Cuando llegaran al Rocking D, encontrarían el momento de aclarar las cosas entre ellos. Cuando lo hubieran resuelto todo en la comisaría, Joseph y ella necesitaban pasar un rato a solas. Tenían mucho de lo que hablar.
Pero cuando llegaron al rancho y Demi vio el helicóptero en el corral, comenzó a darse cuenta de que Joseph y ella no iban a poder estar a solas durante un tiempo. De la casa comenzó a salir gente, y ella vio que su padre y su madre estaban en el grupo.

Demi se despertó en la cama de la habitación de Elizabeth a la mañana siguiente y lo primero que oyó fue a su hija balbuceando alegremente.
Estaba de pie en la cuna, agarrada a la barandilla con una mano, e intentando alcanzar el móvil que colgaba sobre su cabeza con la otra. Demi se colocó la almohada bajo la cabeza para poder mirar a la niña. A su hija.
Poco a poco, fue tomando conciencia de los sucesos de los dos últimos días. La escena de la llegada al Rocking D estaba en nebulosa. Recordaba que había abrazado a sus padres y había llorado, y recordaba las interminables preguntas de todo el mundo. Después, habían llegado los ayudantes del comisario. Y finalmente, alguien la había metido en su habitación con Elizabeth y las habían acostado como si las dos fueran niñas. Demi sospechaba que había sido Matty.
Respiró profundamente al pensar que por fin todo había terminado. En aquel momento, debía averiguar si tenía un futuro con Joseph Jonas.
Se levantó de la cama y saludó a Elizabeth.
—Hola, cariño.
—¡Pa, pa! —respondió la niña, sonriendo.
—Sí, eso es lo que tenemos que averiguar tú y yo. Dónde está tu papá.
Escuchó los ruidos de la casa, pero todo estaba en silencio, aunque olía a café. Miró el reloj y se sorprendió de lo temprano que era. Sólo había dormido unas horas. Quizá Matty hubiera dejado programada la cafetera para que se pusiera en marcha automáticamente.
Se vistió, arregló a Elizabeth y salió a la cocina con ella.
La última persona que esperaba encontrarse allí era su padre. Pero allí estaba, pasando las páginas de una revista sobre ranchos que debía de haber encontrado en el salón.
Estaba sin afeitar y tenía los pantalones y la camisa arrugados. Demi no lo había visto así en su vida. Se le encogió el corazón. Parecía... viejo. Recordó lo que le había dicho Steven Pruitt. «Pagará lo que sea, porque tú eres lo más importante para él».
Se detuvo en la puerta.
—Hola, papá.
Él levantó la vista rápidamente.
Demi.
Entonces ocurrió lo más sorprendente del mundo. Su padre tenía lágrimas en los ojos. Ella tuvo que parpadear para no echarse a llorar.
—Supongo que... os lo he hecho pasar mal, ¿no?
—Sí —respondió su padre con voz ronca. Después carraspeó y miró a Elizabeth—. Se parece a ti.
—Papá, yo...
Él alzó la mano.
—Antes de que digas nada, yo tengo que decirte algo. He estado hablando con el padre de la niña hace un rato, y...
—¿ Joseph? ¿No está durmiendo en el despacho de Sebastian?
—No. Es tu madre la que está durmiendo allí. Yo he dormido en el sofá. Creo que Jonas ha dormido en el establo. Cuando me desperté, fui a dar un paseo y llegué hasta allí. Lo encontré dando de comer a los caballos.
—Ah — Demi miró por la ventana de la cocina hacia el establo, pero no vio a Joseph. —Como te estaba diciendo, Jonas y yo hemos tenido una conversación. Él me ha ayudado a entender lo mucho que tú necesitabas tener libertad, y lo poco que yo te lo he permitido a lo largo de los años. Hablando con él, me he dado cuenta de que me negaba a admitir que eres una mujer adulta que sabe cuidar de sí misma.
—¡No lo he hecho muy bien, precisamente!
—Sí. Tienes una hija preciosa y has encontrado a un buen hombre que te quiere. Eso es un buen trabajo, Demi.
Ella se quedó boquiabierta. Había esperado toda su vida a oír aquellas palabras, y se había quedado muda.
—Gracias —dijo.
—De nada.
Demi tragó saliva.
—¿Te ha dicho Joseph ue me quiere?

Un refugio para el amor capitulo 48





Joseph luchó por controlar el pánico. Sebastian, Travis, Boone y él llevaban horas siguiendo el rastro de los dos caballos, junto con las dos perras, Fleafarm y Sadie. Estaba oscureciendo y un loco tenía a Demi y a Elizabeth en aquella oscuridad, en algún lugar.
En ese momento, oyeron un ladrido a lo lejos. Después, otro.
—Bueno, estupendo —dijo Travis—. Probablemente, se han asustado de alguna mofeta.
—Vamos a averiguarlo —dijo Sebastian, y guió a su caballo en dirección al ruido.
Joseph se dijo que no debía dejarse llevar por la reacción de las perras. Sebastian había dicho que no estaban adiestradas para aquel tipo de tarea y que posiblemente, había sido inútil llevarlas.

 Fleafarm era capaz de controlar un rebaño como ningún otro perro y Sadie, la gran danés de Matty, era una magnífica guardiana, pero tampoco sabía nada de rastrear.
Sin embargo, Joseph espoleó al caballo para que se pusiera al trote y llegó al pequeño claro donde estaban las dos perras, moviendo las colas, muy orgullosas de sí mismas. Había algo a sus pies.
Joseph movió la linterna y le dio un vuelco el estómago al iluminar un peluche muy sucio.
Bruce.
La dedalera estaba haciendo su efecto. Pruitt había tomado tres tazas de café, y Demi se daba cuenta de que no se sentía bien, aunque estaba intentando disimularlo. Y cuanto peor se sentía, más empeoraba también su humor. En aquel momento, todas sus frases contenían maldiciones e insultos.
A ella le entusiasmaría que se desmayara, aunque era posible que sólo vomitara. Pero incluso eso sería suficiente para que pudiera quitarle la pistola. 
Si se daba la circunstancia, tendría que moverse con rapidez, así que había puesto la manta sobre la que estaba sentada con Elizabeth cerca del álamo donde estaba amarrado el arnés. Necesitaba un lugar donde dejar a la niña cuando llegara el momento de quitarle el arma a Pruitt.
De repente, él pronunció una imprecación y se puso de pie, tambaleándose.
—¡Ya sé lo que pasa! ¡Serás desgraciada! Me has puesto algo en el café, ¿verdad?
—¡Claro que no! —respondió ella. El miedo hizo que se le secara la boca. Puso a Elizabeth en el arnés y se agachó frente a ella, para servirle de escudo—. ¿Y qué iba a poner en el café? ¡Estamos en medio de ninguna parte!
—No lo sé —dijo él. La estaba apuntando con la pistola mientras, con la otra mano, se sujetaba el estómago—. 

Lo único que sé es que me duele mucho el estómago, y apuesto a que es por tu culpa. Demonios, seguro que tu padre ya me ha hecho la transferencia. Debería pegaros un tiro a ti y a la niña y terminar con todo esto.
Demi se preparó para saltar sobre él. Si iba a disparar de todos modos, se lo llevaría con ella. Le temblaba mucho el pulso, así que no tendría puntería. Siempre y cuando no la matara al instante, encontraría la manera de quitarle el arma y dispararle antes de que pudiera apuntarle a Elizabeth.
—Creo que te voy a matar —dijo él, casi doblado de dolor—. No sé por qué pensé que tenía que manteneros con vida. Tu padre va a pagar lo que sea.

 Tú eres lo más importante para él. Por eso yo sabía que si te secuestraba... —en aquel punto, dejó de hablar. Apretó la mandíbula y comenzaron a llorarle los ojos.
—Maldita seas —musitó, y cayó de rodillas, temblando violentamente.
Cuando empezó a vomitar, Demi se puso en pie de un salto, corrió hacia él y agarró la pistola. Sin embargo, él apretó el puño alrededor de la culata. 
En el forcejeo, el revólver se disparó con un estruendo y la bala se perdió entre los árboles.
Demi estaba frenética por conseguir el arma. Una bala perdida podría matar a Elizabeth igual que una bien apuntada. 
Se llevó la mano de Pruitt a la boca y se la mordió con fuerza. Cuando hundió los dientes en la carne, él gritó y soltó la pistola.
Ella la tomó, pero no consiguió ponerse en pie antes de que él se abalanzara sobre ella y volviera a quitársela.
—¡Se acabó! —gritó él, apuntándola—. ¡Estás muerta, desgraciada!
—¡Tira el arma! —dijo la voz de un hombre en la oscuridad. La luz de una linterna le iluminó el rostro a Pruitt.
Demi jadeó de alivio al reconocer la voz de Sebastian.
—No intente nada. Está rodeado —dijo otra voz, y se encendió una segunda linterna.
Boone. Habían ido por ella. Oh, gracias a Dios.
Desde otro punto, Demi  oyó la voz de un tercer hombre y vio otra luz.
—Tire el arma y levante las manos. No estamos de humor para jueguecitos.
Travis. Pero ¿y Joseph? Oh, Dios, ¿dónde estaba Joseph.
Pruitt entrecerró los ojos para que no lo cegara la luz de las linternas. Entonces, con un rápido movimiento, agarró a Elizabeth y le puso la pistola en la cabeza.
—¡No! —gritó Demi.
Elizabeth comenzó a llorar mientras Pruitt daba vueltas, mirando a la oscuridad.
—¿Alguna pregunta, señores?
Sonó un disparo. Demi gritó de nuevo y corrió hacia Pruitt sin pensar en lo que pudiera sucederle. Llegó justo a tiempo para tomar a Elizabeth en brazos mientras el cuerpo de Pruitt caía al suelo con un balazo en la frente.
Demi cayó de rodillas, abrazando a su hija y sollozando. Al instante, se vio rodeada por Sebastian, Travis y Boone, todos intentando consolarla a la vez.
Con los ojos llenos de lágrimas, Demi miró sus rostros.
—¿Quién fue el que disparó?
—Eso no importa —respondió Sebastian, acariciándole los hombros—. Lo único que importa es que estás bien. Y que Elizabeth está bien.
Ella no podía mirar a Pruitt.
—¿Está...?
—Sí, muerto —respondió Boone—. No volverá a molestarte.
Finalmente, ella tuvo que enfrentarse a lo peor.
—¿Y... y Joseph? —consiguió decir.
—Estoy aquí —dijo él, y salió de las sombras, con el treinta y ocho de Sebastian colgando de su mano derecha.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 47





Joseph no estaba pensando en el dinero de Lovato cuando se sacó de la cartera la tarjeta que le había dado el millonario. Su número de teléfono directo estaba allí escrito.
Sólo tuvo que esperar a que el teléfono sonara dos veces antes de que el padre de Demi descolgara.
—Russell P. Lovato.
Joseph cerró los ojos. Detestaba tener que dar aquel golpe.
—¿Diga? ¿Quién es? ¿Demi?
—Soy Joseph.
—¡ Joseph! ¡La has encontrado!
—Sí. Y...
—¡Magnífico! Voy a avisar a Adele. Se va a poner muy contenta...
—Hay más.
— ¿Más? —preguntó Russell P. con voz teñida de miedo.
—Durante los últimos seis meses, la ha estado siguiendo un hombre. Esta mañana la ha secuestrado.
Hubo un silencio sepulcral al otro lado de la línea.
—Entonces ¿qué demonios estás haciendo al teléfono? ¿Has llamado a la policía? ¿Al FBI? ¡Olvídalo! ¡Dime dónde demonios estás! ¡No muevas un dedo hasta que yo llegue allí!
Joseph experimentó una calma fría.
—Voy a ir a buscarla. Mis amigos y yo vamos a salir a rastrear la zona a caballo. Estoy en un rancho llamado Rocking D, cerca de Huérfano, un pueblecito de Colorado. No está lejos de Canon City. Si viene a Colorado Springs en avión y alquila un coche desde allí, lo encontrará con facilidad. Puede estar aquí esta misma noche. Para entonces, habré traído a Demi a casa.
— ¡Y un cuerno! ¡Si haces algo antes de que yo llegue allí, desearás no haber oído nunca el nombre de Russell P. Lovato!
—Lo siento, Russell. Vamos a ir a rescatarla ese tipo también se llevó a la hija de Demi, Elizabeth. Tiene ocho meses.
Russell jadeó.
—Y sí, en caso de que se lo esté preguntando, es hija mía también. Así que entenderá por qué voy a ir a buscarlas. Hasta esta noche —dijo, y colgó el teléfono. Ya no tenían nada más que decirse, y había llegado el momento de ir en busca de Demi.
Joseph asintió.
Matty entró en la cocina.
—He avisado a Boone y a Travis —dijo—. Todo el mundo viene hacia acá. Las mujeres y Josh se quedarán conmigo mientras vosotros no estáis.
Joseph asintió.
—Bien. Me voy al establo a ayudar a Sebastian.
—Os prepararé algo de comer. No sabemos cuánto tiempo...
—Bien —dijo Joseph, y se giró hacia la puerta de la cocina.
—¡ Joseph! ¡Tienes la nuca cubierta de sangre seca! Deja que...
—Olvídalo, Matty.
Ella le agarró del brazo.
—Quizá tengas una conmoción. Deja que te mire.
Joseph le apartó la mano con delicadeza.
—No tengo tiempo. A propósito, Russell Lovato llegará aquí esta noche. Con suerte, nosotros habremos regresado con Demi y Elizabeth antes de que él aparezca.
— Joseph, creo que deberías dejarme que te mirara la cabeza.
—Gracias de todos modos, Matty —dijo él. Se inclinó y le dio un rápido beso en la mejilla. Después salió por la puerta.



Demi estaba sentada en una manta con Elizabeth en el regazo, no muy lejos de la boca de la cueva donde Pruitt había fijado su campamento. No parecía que la niña hubiera notado la ausencia de Bruce hasta el momento. Demi le cantaba y mientras jugaba con ella, miraba a su alrededor buscando objetos que pudieran servirle de entretenimiento a Elizabeth.
Había atardecido y comenzaba a hacer frío. En poco tiempo oscurecería. Habían llegado al campamento al mediodía, pero después de descansar un poco y comer algo, Pruitt le había ordenado a Demi que volviera a subirse al caballo con la niña. 

Demi había pensado que se le iban a salir los brazos de los hombros, pero había obedecido. Entonces habían tomado una dirección distinta, y habían avanzado hasta llegar a un claro en que había un signo de civilización. Una línea telefónica. Demi no quería pensar en lo que había pasado después, pero esa imagen quedaría impresa en su retina hasta el final de sus días.
Apuntándola con la pistola, Pruitt le había ordenado que le pusiera a él el arnés con Elizabeth. Después, con el bebé a la espalda y el ordenador portátil atado a la cintura, había trepado por el poste de la línea. Mientras Elizabeth se reía encantada por la aventura, Demi se había quedado abajo, rezando como no había rezado nunca.
Dios había respondido a sus plegarias y Pruitt había bajado sin caerse y sin dejar caer a Elizabeth.

 Después, él había vuelto con el bebé en la espalda al campamento y durante todo el camino, Demi se había visto obligada a escuchar cómo fanfarroneaba sobre su hazaña: había conectado su ordenador al cable de la línea telefónica y había enviado a su padre un correo electrónico pidiéndole que le transfiriera la cantidad del rescate a una cuenta de las Islas Caimán. Al día siguiente, había dicho Pruitt, repetirían la maniobra para que él pudiera saber cuál era la respuesta de Lovato, y si le confirmaba que había realizado la transferencia.
Demi había enviado otra plegaria al cielo, en esta ocasión, rogándole a Dios que las rescataran antes de que Pruitt volviera a trepar por el poste con su hija a la espalda. Hasta el momento, su plegaria no había sido escuchada. Demi no recordaba haber estado tan cansada ni tan dolorida nunca en su vida, salvo en las horas previas al parto de Elizabeth.
Se dio cuenta, entonces, de que Pruitt tendría que dormir en algún momento. Y ella tenía que pensar en alguna forma de neutralizarlo antes de que él pensara en atarlas a las dos para descansar.
—Ha llegado el momento de que te ganes la manutención —dijo Pruitt—. Saca una lata de estofado y el hornillo de gas de esa bolsa, y calienta la cena. Ah, y haz café, de paso.
Ella se puso de pie y se colocó a Elizabeth en la cadera. Comenzó a encender el hornillo de gas, mientras pensaba en alguna forma de envenenar la comida. O el café. Entonces, recordó sus conocimientos sobre hierbas: la dedalera era venenosa. Sólo tenía que encontrar un poco.
—No puedo trabajar bien mientras tengo a Elizabeth en brazos —le dijo.
—Es una pena. Yo no tengo intención de agarrarla.
—Yo no quiero... es decir, no esperaba que lo hicieras. Pero quizá si ato el arnés al tronco de un árbol, pueda sentarla como si fuera una silla.
—Adelante. Pero recuerda que estoy apuntando con la pistola a la cabeza de la niña.
—Sí —respondió ella.
Como si pudiera olvidarlo. Hablando animadamente con Elizabeth, se puso en pie y tomó el arnés del suelo.
—Voy a encontrarte un lugar perfecto —dijo a la niña.
—¡Ba, ba! —respondió Elizabeth, mirando atentamente todo lo que hacía.
Demi caminó por el campamento y estudió las plantas que creían por allí, mientras fingía que estaba buscando el árbol adecuado para atar el arnés. Entonces divisó la planta junto a un álamo y canturreó:
—Éste es el árbol perfecto... Allá vamos, Elizabeth.
Colocó el asiento junto al álamo y aseguró las cintas alrededor del tronco. Asegurar el arnés al tronco era difícil, mientras Elizabeth se movía y se retorcía como si estuviera jugando. Pero ella se dio cuenta de que Pruitt se aburría de aquel proceso tan largo y finalmente, desviaba la atención. Ella aprovechó aquel momento para arrancar un puñado de hojas de la planta y metérselas en el bolsillo del pantalón.
—Muy bien, Elizabeth —dijo.
La pequeña se quedó un poco perpleja en aquella percha, pero sus pies tocaban el suelo y la sensación le encantaba. Con una sonrisa, comenzó a practicar el balanceo y Demi acercó un poco el hornillo de gas para poder hablar con la niña mientras calentaba el estofado de lata.
Decidió que pondría la dedalera en el café, así que mientras lo hacía, le dio la espalda a Pruitt para ocultarle la maniobra. Rápidamente, puso un puñado de hierbas en el filtro de la cafetera, y después lo tapó con el café molido. Luego cerró la cafetera y la puso al fuego.
Le sirvió un plato de estofado y a los pocos minutos, una taza de café. Él dio un sorbo e hizo un gesto de repugnancia.
—¿No te han dicho nunca que haces un café horrible? —preguntó—. No entiendo cómo es posible que lo hayas hecho tan mal.
—Yo... no tengo mucha práctica —dijo, con el corazón acelerado de angustia—. Siempre tomo infusiones.
—Oh, claro, doña perfecta no toma café. Y seguramente, nunca has tenido que prepararle café a un hombre, ¿verdad, princesa? La cocinera se encargaba de todo eso. Es una maravilla que hayas sabido calentar el estofado. De todas formas, me beberé esta asquerosidad. No he traído mucho café, y necesito toda la cafeína que pueda tomar. Cuando éste se termine, supervisaré cómo haces la segunda cafetera.
¡No había sospechado nada! Demi intentó disimular la sensación de triunfo que estaba experimentando.
—Está bien.
Él la miró desconfiadamente.
—Eso ha sonado muy cooperativo. ¿Cómo es que no me dices que me haga mi maldito café?
Ella bajó los ojos para que Pruitt no pudiera ver su expresión.
—Mientras tengas un arma, voy a cooperar.
Pruitt entrecerró los ojos y su mirada se volvió más calculadora.
—¿Es eso cierto? Lo tendré en cuenta. Puede que sea una noche muy larga.
A ella se le heló la sangre.
«Por Dios, que la dedalera funcione».
—Maldita sea —farfulló Travis. Iba a caballo, moviendo la linterna para iluminar el suelo—. He perdido la pista de nuevo.