martes, 4 de diciembre de 2012

Amor Desesperado Capitulo 32




La familia de Miley había abierto los regalos y terminado la comida de Navidad cuando sonó el timbre. Ella estaba recogiendo los platos, mientras su madre y su cuñada intentaban que los niños se echaran la siesta.
Los últimos días habían sido muy difíciles. Había creído que estar con su familia la ayudaría a suavizar el dolor que sintió al dejar a Nick. En cambio, los niños de su hermano la recordaban a los niños que podría haber tenido con Nick, el muérdago que había en la cocina le recordaba a Nick.

Eran pensamientos fútiles, pero no podía evitarlos. Lo echaba de menos, y la aterrorizaba pensar que nunca dejaría de quererlo.
—Oye, Liv —llamó Butch—. Tienes visita.
Sintió cierta aprensión. No era Nick, se dijo. Si la amenaza de enfrentarlo a su padre y a su hermano no lo había asustado, sin duda lo habría conseguido la declaración de amor. Recordaba con dolor la conversación y la cara de asombro que puso Nick.
—Un momento —dijo, aclaró un plato y lo dejó en el fregadero.
—Nick Nolan, ¡caray! —dijo Butch, sacudiendo la cabeza.
Miley se quedó helada.

—¿Cuándo volviste a encontrarte con Miley?
Nick la miró y Miley se estremeció al ver la determinación de sus ojos.
—Es una larga historia —dijo—. Feliz Navidad, Miley.
—Feliz Navidad —balbució ella, con un nudo en la garganta. Él llevaba vaqueros y una chaqueta jaspeada y parecía totalmente seguro de sí mismo. Estaba tan guapo que le dolía mirarlo. Que Dios la ayudara, lo había echado mucho de menos.
A pesar de su pánico, Miley percibió la incomodidad de su hermano. La curiosidad de su padre era palpable.
—Nick vive en Richmond —explicó—. Es muy buen abogado.
—Vaya, hombre —dijo su padre, examinando a Nick—. Recuerdo que eras un chaval muy listo. Así que Miley y tú os encontrasteis en Richmond.
—Sí —dijo Nick con una mueca irónica—. Miley lleva un mes viviendo conmigo.
A Miley se le paró el corazón. Oh, no, no podía haber dicho eso. No lo había oído correctamente. Sin embargo, el silencio asombrado de su padre y hermano cayeron sobre ella como una tonelada de ladrillos.

—¿Has dicho que mi hermana lleva un mes viviendo contigo? —preguntó Butch.
Miley oyó el tono protector de su voz y se estremeció. Butch había dejado atrás su época de matón pero seguía siendo bastante bruto para ciertas cosas y la vida amorosa de Miley era una de ellas.

—No es lo que parece —se apresuró a intervenir, mirando de su hermano a su padre. Su padre parecía necesitar que alguien le golpeara la espalda para recuperar la respiración—. Era vecina de Nick, mi casa se incendió, él me salvó del fuego y se quemó las manos, luego dejó que me quedara en su casa hasta encontrar otro apartamento…
Butch se estaba poniendo colorado. Puso los brazos en jarras.
—Entonces no intentaste aprovecharte de mi hermana.
Nick miró a Miley, y ella se quedó sin respiración al comprender lo que seguiría.
—No puedo decir que no me aprovechara de la situación.
Miley notó en su voz que intentaba decirle algo ¿Por qué estaba allí? ¿Qué estaba haciendo?
—Pero será… —exclamó su padre levantándose de un salto.
—Maldito hijo de… —aulló Butch.
—¡No! —gritó Miley, aterrorizada de que Butch le rompiera la nariz por segunda vez.
Butch lanzó un puñetazo.

La mano de Nick se disparó, parando el golpe.
—Me hiciste eso hace veinte años, Butch. No vas a volver a romperme la nariz —dijo, mirándolo con dureza—. No he terminado de hablar.
—Entonces más vale que lo hagas rápido, hijo —refunfuñó el padre de Miley, ceñudo.
Nick apenas parpadeó. Se volvió hacia Miley.
—Quiero que te cases conmigo.
A Miley todo empezó a darle vueltas.
Su madre y su cuñada aparecieron en el umbral; Butch y su padre parecían totalmente confusos.
Miley se controló. ¿Cuántas veces había deseado que Nick la amara de verdad? Negó con la cabeza, su familia desapareció. Sólo veía a Nick.
—Ya he jugado a ser tu prometida. No quiero…
—No quiero que seas mi prometida, Miley  —dijo él acercándose—. Quiero que seas mi esposa.
El corazón le latía a tal velocidad que Miley temió desmayarse.
—No sé… no puedo —balbució, incapaz de concentrarse.
—Te quiero —dijo Nick.
—No digas eso —exclamó, a punto de echarse a llorar—. No digas que me quieres si no es en serio. No…
—Te quiero Miley —Nick le acarició la mejilla—. Quiero que estemos siempre juntos. Quiero ser tu amigo y tu amante. Quiero ser tu esposo.
—No creí que pudieras llegar a quererme —susurró ella.
—Te equivocaste.

—Bueno, si te casas con él, no importará si suspendes —intervino su padre.
Miley se puso rígida. El miedo de que Nick dominara su vida resurgió como un demonio.
—Miley no suspenderá —afirmó Nick mirándola—. Es una mujer extremadamente inteligente —dijo, como si fuera algo indudable—. Se merece la mejor educación. No me necesita para tener éxito, pero haré lo que esté en mi mano para ayudarla. Si ella quiere, puede contar conmigo.

En ese momento el corazón de Miley estalló en mil pedazos y después todo encajó en su sitio. Las lágrimas surcaron sus mejillas. Casi no podía creerse que se había enamorado de un hombre tan increíble, que no sólo la quería, sino que además estaba resuelto a ayudarla a lograr sus sueños. Podía entregarle su alma a Nick. Aunque a su mente le costara aceptarlo, su corazón estaba convencido de ello.

—Me casaré contigo. Pero tendrás una vida muy liosa —advirtió.
—No aceptaría otra respuesta —dijo Nick, la tomó en sus brazos y le limpió las lágrimas.

Amor Desesperado Capitulo 31



—Una errata —dijo Nick, temiendo que se le cortara la digestión—. Esos editores de sociedad siempre se hacen un lío.
—Lo más interesante de todo —continuó Ben, haciendo caso omiso de Nick— era el nombre de la futura esposa.
—No sigas, Ben —advirtió Nick.
—Todos la conocemos —añadió.
Nick se pasó la mano por la cara y blasfemó entre dientes.
—Esto es una encerrona —se quejó.
Ben lo miró con cara de absoluta inocencia.
—Oye, has sido el que me ha llamado.
—Es una emboscada.
—Mi mujer es psiquiatra —intervino Joe con una sonrisa—. Ella lo denominaría una «intervención».
—Miley Polcenek —se asombró Ben—. La hermanita de Butch el abusón. ¿Cómo te comprometiste con ella?
—Es una historia muy larga —dijo Nick, y dio otro trago de cerveza—. Una de la que esperaba olvidarme hoy —añadió sombrío—. No era un compromiso de verdad.
—¿Así que en realidad no estabais liados? —preguntó Stan.

—No he dicho eso —miró sus caras expectantes—. No os interesa.
—¿Crees que vamos a perdernos la historia de cómo Nick se lió con la hermana del tipo que le rompió la nariz? —dijo Ben, recostándose en la silla.
Nick se dio por vencido y comenzó a hablar:
—Así que dice que me quiere y que no piensa volverme a ver —concluyó, tres cervezas después. Eso le dolía como si tuviera una estaca clavada en el corazón.
—A mí me parece muy lógico —dijo Stan, poniendo los ojos en blanco—. ¿Quieres que Miley vuelva contigo?

Sí. La respuesta llegó, inequívoca. Pero fue incapaz de decirlo en voz alta. Aún estaba luchando contra la idea de que necesitaba a Miley. Luchando y perdiendo la batalla.
—Me he acostumbrado a tenerla a mí alrededor. Me he acostumbrado a tenerla en mi vida.
—Estabas perfectamente antes de conocerla —le recordó Joe.
Nick asintió con la cabeza. Le resultaba difícil recordar cómo era su vida sin Miley, pero desde luego que no había creído que le faltara algo. No se reía tanto, recordó. No sentía tanto. Lo cierto es que en ese momento preferiría no sentir tanto.
—Y ahora ya no lo estás —dijo Joe.

Nick pensó en retomar su vida anterior, sin Miley. La idea le hizo sentirse enfermo.
—Clavadle un tenedor —dijo Ben, leyendo la verdad en su rostro—. Está vendido. Se ha enamorado de la hermana de Butch Polcenek.
—Nunca he creído en el amor. Por lo menos, no para mí —objetó Nick, arrugando la frente.
—Yo tampoco —dijo Joe.
—Ni yo —dijo Ben.
—Igual digo —apuntó Stan.
Nick volvió a sentir dolor de estómago.
—Admitirlo es la mitad de la batalla —anunció Ben—. Caemos pataleando, pero caemos.
—Y nos levantamos con una sonrisa en los labios —añadió Stan.
—Eso, claro, si consigues que vuelva —dijo Joe—. Te puedo decir, por experiencia personal, que recuperar a una mujer después de haberla perdido requiere dedicación total. Si no la quieres, si no te es tan imprescindible como el aire que respiras, no te molestes. Ahórrate el mal trago.

Miley era una mujer liosa, emocional, del tipo que Nick siempre había evitado. Sin embargo, ni una sola vez había deseado que saliera de su vida. Nunca la había deseado menos, siempre quería más.

Tenía la rara capacidad de hacerle sentirse poderoso como hombre y amado como ser humano. Estar con ella le hacía pensar que el mundo era maravilloso. ¿Estaba dispuesto a renunciar a ella? ¿Era capaz de renunciar a ella?
—A veces, la rendición es el primer paso para obtener la victoria —dijo Stan.
—La quiero —admitió Nick, y decirlo fue como quitarse un peso de encima—. La quiero junto a mí.
Sus amigos de toda la vida lo miraron en silencio.
—Necesito un plan.
Ben se echó a reír y levantó la cerveza para hacer un brindis.
—Ésa es la especialidad del Club de los Chicos Malos.


domingo, 2 de diciembre de 2012

Caperucita Y El Lobo Capitulo 36







Se detuvo en la parte inferior de las escaleras. Anthony se inclinó por encima de su hombro para mirar la cocina y luego en sentido contrario hacia la sala.
—Mi abuela estará devastada una vez que se dé cuenta que la engañaste para que vendiera.
—Ssshh. Esa cosa puede oírte —susurró—. Probablemente oye lo que pensamos.
Nunca había visto orejas tan grandes.
Lo mejor de escuchar tus mentiras, es saber que tienes un corazón cobarde.
Demi sacudió el hombro y Anthony perdió el equilibrio nuevamente. Se dio vuelta, inclinándose para lograr salir del agarre.
—La abuelita no sabía lo que estaba haciendo cuando firmó los documentos. No tenías derecho.
—Ssshhh… ssshhh… —Sus ojos estaban muy abiertos, Cadwick presionó un dedo en sus labios, luego trató de cubrirle la boca.
Demi se apartó.
—Ya basta.
—Entonces baja la voz. —Fue hacía la puerta, con las palmas de las manos extendidas, y miró a través de la ventana del arco de la puerta en la parte superior.
—¿Qué puedo hacer para obtener de nuevo la propiedad de mi abuela? ¿Qué tan legales están las cosas?
Cadwick miró por encima de su hombro y sus cejas se tensaron.
—Ella firmó la escritura. —Volvió su atención a la ventana—. Está hecho. Llevaré la escritura a la corte el lunes.
—¿Quieres decir que los papeles que están en tu bolsillo son los originales?
¿Podría ser verdaderamente tan fácil?
La miró de nuevo, con los ojos entrecerrados.

—Lo que sea que estés pensando, Caperucita, será mejor que lo olvides. He esperado mucho tiempo para vencer a Joseph Jonas. No voy a echarme atrás ahora.
Ella escuchó algo que dirigió su mirada hacia la puerta. Era suave, como un pie acolchonado en la grava del camino de la entrada. Apenas podía escucharlo.
Miró a Cadwick, todavía miraba como si pudiera leer su mente. Él no había oído nada en absoluto.

La manada estaba afuera. Podía sentirlos ahora que lo intentaba. Demi exhaló un suspiro, no se había dado cuenta de que se estaba conteniendo. No estaba sola. Cerró sus ojos por un minuto, abriendo su mente hacia ellos. Un profundo respiro trajo los aromas de la manada a su cuerpo, el almizcle de sus pelajes, el olor a la tierra del bosque, el salvaje olor de sus alientos.
—¿Qué pasa contigo? —Cadwick dijo y Demi abrió los ojos.
Se enderezó, dándole la espalda a la puerta, estudiando a Maizie atentamente.—Parece como si acabaras de ser abrazada o algo parecido.

Ella no pudo contener la sonrisa aunque lo hubiera querido.
—No puedo dejarte salir de aquí con esos papeles, Tony. Su ceño se frunció profundamente.
—Es Anthony y no sé cómo vas a detenerme, Caperucita Roja.
La puerta de repente se estremeció con un fuerte golpe. Saltaron y se dieron vuelta a tiempo para ver al lobo embestir de nuevo. Su enorme rostro partió en dos la ventana, la baba salpicaba el vidrio. Sus ojos brillaron por un instante, eran grandes y furiosos.
—Mierda. —Cadwick agarró la mano de Demi, tiró de ella—. La puerta trasera.
Vamos.

Demi podía liberarse, podía haberle roto el brazo si quisiera. Pero no lo hizo.
Quería esos papeles, así que fue con él a través de la sala de estar hasta el solar de la puerta trasera.
Cadwick se agachó al pasar por las ventanas de las paredes, mirando la oscuridad a su paso. Puso a Demi delante de él cuando llegó a la puerta, le pasó el brazo por la cintura y abrió la cerradura.
—Vamos —él dijo.
—¿Que pasa si esa cosa está afuera? —Sabía que no había nadie allí. Ricky todavía estaba en la puerta de frente con Shelly y Joy. Sólo había un lobo esperando en la parte trasera. Pero Cadwick no sabía eso.
—Supongo que lo averiguaremos. Ahora, vamos. —Él empuño el cuchillo y Demi se tambaleo hacía atrás, escasamente evitando la punta afilada. Empujo la puerta y fue más allá de la pérgola antes de que Cadwick la siguiera.

Un movimiento a su izquierda capturó su atención, un destello de pelaje rubio entre las flores iluminado por la luz de la luna. Pobre Lynn, su trabajo con el tinte de cabello no había cambiado al transformarse.
Un profundo gruñido hizo que los vellos de la nuca de Demi se erizaran y Cadwick corrió al lado de Demi.
—¿Oíste eso?
Demi asintió, permitiendo que Cadwick se agachara detrás de ella una vez más.
Él la abrazo por encima de los codos, usando su cuerpo para protegerse contra lo que fuera que los observaba desde las flores.

—Cristo, ¿qué clase de bestias malditas tiene Jonas en estos bosques? —Miró hacia la oscuridad—. No es que importe. Morirán una vez que yo termine con estas tierras.
El gruñido de Lynn se volvió primitivo. Saltó imponentemente desde unos girasoles
mostrando los dientes. El chillido de niña de Cadwick aturdió a Demi una fracción de segundo antes de que la empujara hacía el camino de Lynn.

Era demasiado tarde para detener a Lynn. Su pesado y duro pelaje se estrelló contra Demi, pecho contra pecho, derribándola, sacando el aire de sus pulmones. La cabeza de Demi golpeó el ladrillo del patio, las estrellitas comenzaron a bailar en sus ojos.
Lynn se retorció encima de ella, tratando de encontrar su equilibrio, sus largas patas de lobo y los filosos dientes se hincaban en el estómago de Demi mientras se lanzó a la caza. Siguió el rastro de Cadwick a través de las flores en la dirección opuesta, su rubio pelaje desapareció en el espeso follaje.
Superando el mareo, Demi los siguió, las hojas y los tallos se pegaban en su ropa, golpeando su rostro a pesar de usar sus manos como escudo. Se abrió paso en el borde del jardín en la esquina de la casa, ya iba a dar la vuelta cuando casi se volcó contra Joseph antes de que pudiera detenerse.

Arrojó su peso hacía atrás, aterrizando duramente contra su trasero, sus pies se deslizaron entre las piernas estiradas de Cadwick. Él se quedó tendido sobre su espalda, con la cara de Joseph gruñendo a pocas pulgadas y con su gruesa pata presionando su pecho.
Demi se hizo hacia atrás, se puso en pie antes de que los asustados ojos de Cadwick la encontraran.
—Ayúdame. Por favor. Ayúdame. —Su voz era entrecortada, presa del pánico.
Lynn dio un duro resoplido a unos pocos pies de distancia con su cola chasqueando una vez contra su rabadilla. Como si estuviera dando una señal, Ricky, Shelly, Joy y Shawn trotaron desde la parte delantera de la casa, formando un círculo alrededor de Demi, Joseph y el suplicante Cadwick.

Demi le dio una mirada a Shawn, su pelaje era más oscuro y el cuerpo más largo, contrastaba con el de Lynn. Él froto el hocico a lo largo del cuello de ella, tomando el lugar a su lado. Era nuevo en la manada, era nuevo en ser un hombre lobo, pero parecía encajar a la perfección. ¿Podría ser de esa manera para Demi? ¿Podría ella perdonar y olvidar?

Ella dio un paso más cerca de Joseph, su profundo gruñido vibraba a lo largo del pelaje de su espalda. Clavó los dedos en él, cerrando los ojos al sentir lo delicioso que era tocarlo. Su aroma llenó sus pulmones, era salvaje, a la tierra del bosque y el escaso indicio de la dulce colonia para hombres. Joseph se inclinó ante su toque, el cambio casi era imperceptible, pero era suficiente para enviar un escalofrió caliente que atravesó a Demi de cabeza a pies.
Bajó la mirada hacía Cadwick.
—Dame la escritura.

Caperucita Y El Lobo Capitulon 35






El alivio se apoderó de Demi extendiéndose como una manta caliente. Joseph estaba aquí. ¡¡Como lo extrañaba!! Ella debió entrar antes de que tuviera la oportunidad de detenerla. ¿Pero dónde estaba ahora? ¿Qué habría hecho para que un hombre como Cadwick actuara como un conejo asustado?
—No vi nada. ¿Que paso?
—Me persiguió, eso es lo que pasó. El maldito trató de matarme. Y casi lo logra.
No puedo decir lo mismo de Frank.
—¿Frank
—Mi chofer. La cosa lo persiguió en el bosque. Dios sabe lo que le ocurrió. —El cuerpo entero de Anthony se estremeció contra el de ella—. Creo que lo oí gritar.
Mierda, esto es malo.
Demi recordó el candado de la puerta principal. Frank no había entrado porque Anthony no lo había dejado. De todas las cosas que Joseph podía ser, no era un asesino, pero Anthony no sabía eso. En su mente, había sacrificado otro ser humano para salvarse. Y era bueno en ello.

Su estomago se enrolló por el pensamiento. Se retorció, pero Cadwick presionó el cuchillo, dibujando un pequeño hilo de sangre. Hizo una mueca, la pequeña hilera de sangre corría por su cuerpo, caliente contra su piel.
—Él no te hará daño, Anthony. Sólo déjame ir.
—Claro. No viste el tamaño de sus dientes.
Será mejor que se coma tu maldito corazón, bastardo, Demi había tenido suficiente. Agarró su muñeca, le arrebato el cuchillo que sostenía sobre su cuello y salió de su agarre. Él no pareció notarlo. No estaba segura si la había dejado ir o si ahora era mucho más fuerte que él.
—Estás siendo ridículo. Dejando que la imaginación saque lo mejor de ti. —Fue a la puerta y encendió el interruptor de luz—. Tranquilízate y dime por qué crees que la propiedad de mi abuela te pertenece.

La habitación se inundó de luz. Anthony entrecerró los ojos, sin embargo, las enormes pupilas de color negro en sus ojos mostraban su pánico. Corrió para apagar el interruptor, se estrelló contra la pared y clavó las uñas en él hasta que la habitación de nuevo quedó a oscuras.
—Sin luces, sin luces. Él regresará. —Jadeaba, apoyando uno de sus lados y su rostro contra la pared—. Esos ojos. Maldición, nunca olvidaré esos grandes y pálidos ojos.
Lo mejor será ver mentir a estafadores como tú. Ella cruzó los brazos sobre su vientre.
—Bien. Pero quiero una respuesta. ¿Por qué estás aquí? ¿Y que significa que eres el dueño de éste lugar?

Anthony tragó saliva lo suficientemente duro para que lo escuchara. Se dio vuelta, girando sobre el hombro que tenía contra la pared. Su cabeza se inclinó hacia atrás, su pecho se ensanchaba y se contraía con profundos respiros mientras hurgaba en el bolsillo de su pecho. Sacó una pequeña pila de papeles cuidadosamente doblados.
—Ester firmó la escritura anoche. La casa, la tierra… todo es mío.
Le pasó los papeles a Demi y los tomó. Incluso en la oscuridad podía leer perfectamente la palabra “Escritura.” Debajo de ella, escrita a máquina en líneas provistas, estaba la dirección de la casa de campo.

—Eso no es posible. La abuela nunca...
—Ella hará todo lo que su pequeño niño le diga —Anthony dijo, su voz era firme, bordeada de humor con un aire de satisfacción.
Demi le lanzó una mirada brusca.
—Así que estuviste pretendiendo ser mi papá.
Él se enderezó a lo largo de la pared, poniéndose firme sobre sus pies. Tiró del dobladillo de la chaqueta, se ajustó la corbata y se alisó la camisa.

—Nadie va a creer que la viejita no sabía quién era yo. No se puede probar algo cuando hay una gran cantidad de revistas o periódicos con mi cara. Sólo son negocios.
—No son negocios. —Odiaba cuando sus emociones apagaban su voz. Tragó saliva, calmándose a sí misma—. Es un engaño. Un robo. Es tomar ventaja de una viejita que perdió su hijo. Es… despreciable.
Los insultos no parecían perturbar la mente de Anthony, mientras la normalidad y la familiaridad calmaban sus temores. Dejó la pared y pasó por el lado de ella, quitándole los papeles a su paso.
—También es algo oportuno para ti.
—¿Disculpa?
—¿Qué pasó con tu solicitud de préstamo rechazada? Imagino que los ingresos por la venta te serán muy útiles.
No había tenido noticia del banco todavía. Nadie sabía que ella había aplicado.
Sin el préstamo no estaba segura de poder mantener todo el negocio, el alquiler, Green Acres, los impuestos de la casa de campo… la comida. ¿Cómo lo sabía? Anthony se dio vuelta, capturando su mirada.
—Pagué un precio justo, Señorita Lovato. Más que justo. Ella no podía haber conseguido un mejor trato. Y con su situación financiera, usted no puede ser exigente.
—Yo no quería vender. Él se encogió de hombros.

—Otra pobre decisión empresarial. Afortunadamente para usted, su abuela ha proporcionado los medios para salvar su negocio.
—Yo no quería vender. —¿Como había sucedido esto? Se había distraído, dejó que su corazón nublara su concentración. La abuela contaba con ella, Cherri y Bob contaban con ella. Pensó que podía hacerlo todo, pensó que podía encargarse de todo ella sola si tan sólo seguía concentrándose. Había fracasado.
Un agudo aullido atravesó la noche. El cuerpo de Cadwick se estremeció por completo. Se agachó como si algo pudiera descender volando rápidamente y arrebatarlo.
—¿Escuchaste eso?

Demi asintió, el penetrante olor del miedo de Anthony se difundió en el aire. No podría importarle menos. Él había ganado. La había vencido.
Anthony la agarró del brazo nuevamente, tirándola para que fuera delante de él con el cuchillo en la garganta. Aparentemente no se había dado cuenta de la facilidad con que había escapado de su agarre antes. Demi no se molestó en intentarlo esta vez. Dios mío, había enredado todo.

—Vas a mostrarme cómo salir de aquí de la misma manera en la que lograste entrar. —La empujó hacía la puerta y Maizie tropezó al dar un paso.
Anthony puso el cuchillo al nivel del riñón de ella mientras pasaban por la puerta del dormitorio. Su mano se deslizó por su hombro, manteniendo la distancia entre ellos con el brazo extendido. Bajaron por las escaleras lentamente, los dedos de Anthony hacían el menor ruido posible.

Demi se  sacudió el hombro, haciendo que perdiera su agarre, pero no trató de escapar antes de que la agarrara de nuevo. Sabía que podría escapar si así lo quería. Eso era suficiente. Estaba más desesperada por el tiempo que por la libertad.