martes, 6 de noviembre de 2012

Durmiendo Con su Rival Capitulo 22




Cuando Demi se despertó a la mañana si­guiente, abrió los ojos y vio a Joe tendido a su lado en la cama, con un brazo sobre la almohada y otro alrededor de su cintura. Tenía la sábana enre­dada entre las piernas, y la colcha descansaba a los pies de la cama.
Demi trató de moverse, pero Joe la apretó con más fuerza.
-¿Adonde vas? —le preguntó con voz adormi­lada.
-Es hora de arreglarse para ir al trabajo.
-Yo no -respondió Joe-. No tengo ninguna reunión hasta la tarde.
-Qué suerte.
Demi lo besó en la boca, recordando cómo ha­bían hecho el amor la noche anterior. Dulce y len­tamente.
-¿No podrías dejar de ir hoy a trabajar y que­darte un ratito conmigo? -preguntó Joe con voz mimosa acariciándole un mechón de cabello.
-Ojalá pudiera, pero esta mañana tengo mucho lío.
Su hermano había convocado una reunión de directivos, y ella tenía que estar allí.
-¿Intentarás regresar pronto a casa?
-Sí. Volveré sobre las cuatro.

-Qué bien -dijo Joe hundiéndose más en la almohada y cerrando los ojos.
Demi estudió con detenimiento sus facciones: Aquellos pómulos sobresalientes, la mandíbula deci­dida, el arco de sus cejas... Que el cielo la ayudara, pero ella quería permanecer a su lado. Y tenía que decirle lo que pensaba. Tenía que arriesgarse.
-Joe...
-¿Sí? -murmuró él abriendo los ojos. -¿Considerarías alguna vez la posibilidad de ca­sarte con una mujer que trabajara? -preguntó tras soltar todo el aire que tenía retenido en los pul­mones-. Quiero decir, ¿crees que podrías llegar a cambiar de opinión sobre ese asunto?
En lugar de contestar, Joe cambió las tornas, poniéndola a ella en un compromiso.
-¿Considerarías alguna vez la posibilidad de de­jar tu trabajo por un hombre?
Demi ya se había planteado esa pregunta en su cabeza, y decidió contestar con sinceridad.
-No. Mi posición en Lovato es parte de lo que yo soy.
-¿Aunque te haya producido una úlcera? -pre­guntó Joe tras aclararse la garganta.
-No puedo evitar ser una persona nerviosa.

-¿Trabajas allí por ti o por tu familia?
-Por los dos. ¿Y qué me dices de ti? —Contraa­tacó Demi—. ¿Por qué trabajas para la empresa de tu padre?
-Por él y por mí. Me gusta mucho lo que hago, pero también soy leal a mi familia.
Demi descubrió de pronto el dolor en sus ojos, la certeza de que la lealtad familiar de Demi se ha­bía puesto en peligro por lo que su madre había hecho.
Ella estiró la mano y le acarició la mejilla, deseando poder hacer algo para calmar su dolor. Y cuando Joe la tomó de la mano, Demi deseó tam­bién ser capaz de aplacar su propio dolor.
-Tengo que arreglarme -dijo ella.
-Lo sé.
Joe la besó en la palma de la mano y la dejó marchar.
Dos horas más tarde, Demi entró por la puerta de la sede principal de Helados Lovato. Las ca­ricias de Joe seguían presentes en su mente, pero Demi hizo todo lo posible por encarar el día sin mirar atrás, sin imaginárselo desnudo y solo en aquella cama enorme.
Tras ponerse al día con su secretaria, Demi se di­rigió al despacho de Nicholas. Su hermano estaba sentado detrás de su escritorio con expresión preocupada.
-¿Ocurre algo? -preguntó ella.
-Lo discutiremos cuando llegue papá.

-¿Y los demás miembros de la junta?
-Esta es una reunión personal, Demi. Es entre papá, tú y yo —respondió Nicholas poniéndose en pie y estirando los hombros-. ¿Quieres un café?
-No, gracias -respondió ella pensando en su úl­cera-. ¿Cuándo se supone que llegará papá?
-En cualquier momento.
Cario Lovato hizo su aparición exactamente tres minutos más tarde. Llevaba un traje oscuro y tenía el ceño fruncido. Aunque no era muy alto, era un hombre de constitución poderosa que des­bordaba orgullo al caminar.

Nicholas se sentó en el borde del escritorio, y Cario le hizo a Demi un gesto para que se sentara. Su padre, con aquella voz tan grave y su seriedad, siempre se las arreglaba para intimidarla.
Tal y como le habían indicado, Demi se sentó y esperó a que comenzara el baile. Estaba claro que había hecho algo que disgustaba a su padre. Miró a Nicholas, pero su hermano no le ofreció nin­guna señal de ánimo fraternal. Al parecer, estaba sola ante el peligro.
-Me he enterado de que te has ido a vivir con Joe Jonas -dijo su padre—. Pero sólo durante esta semana. ¿Qué clase de absurdo acuerdo es ese?

-¿Esta reunión es sobre Joe? -preguntó Demi mirándolos fijamente, sorprendida.
-No. Es sobre ti, Demi. Quiero saber qué está ocurriendo entre ese hombre y tú.
-Joe y yo estamos trabajando juntos -se defen­dió ella-. Hemos hecho un montaje para entrete­ner a la prensa, para que dejaran de arrojar basura sobre la imagen de Lovato.
-¿Y qué me dices de tu imagen? —Replicó Cario-. Tu hermano y yo no deberíamos haber confiado nunca en ese asesor. Es demasiado hollywoodiense.
-¿Demasiado hollywoodiense? Es un empresa­rio de Boston, papá, y muy reputado.
-Este escándalo se ha salido por completo de madre -intervino Nicholas.
-Y te ha pillado a ti en el medio -añadió Cario.

Demi tenía emociones encontradas. Su padre y su hermano habían convocado aquella reunión para defender su honor, para apoyarla. Aquello era lo último que hubiera esperado.
-Agradezco lo que estáis intentando hacer los dos. Pero el escándalo está a punto de terminar -aseguró levantándose y mirando a su padre-. Y puedo arreglármelas el tiempo que queda.
-¿Estás segura? -insistió Cario abriendo los bra­zos para estrecharla contra sí.
Demi se refugió en el pecho de su padre. Cielos, cuánto necesitaba sus brazos poderosos. Su fuerza. Su preocupación por ella.
Entonces dio un paso atrás para mirarlo mejor, para observar su pelo corto y oscuro, sus sienes plateadas y las líneas de expresión de sus ojos.
-¿Tú crees que soy buena en mi trabajo?

-Claro que lo creo. Trabajas más que nadie, casi siempre demasiado.
-¿Estás de acuerdo? -preguntó Demi mirando a su hermano.
Nicholas asintió con la cabeza.
-Metimos a Joe en esto para que no tuvieras que enfrentarte tú sola a la prensa. Y ahora estáis metidos los dos.
-Sí, pero eso es cosa mía.
-Ten cuidado -dijo su padre acariciándole la cara-. No quiero que lo pases mal.
«Demasiado tarde», pensó Demi.
Porque ya estaba sufriendo.
—Estaré bien, papá. Te lo prometo. Estaré bien.
Un poco más tarde, Demi había llegado a la conclusión de que no podía seguir lamentándose por perder a Joe. En su lugar, aprovecharía cada momento que les quedaba.

Decidida a preparar una cena casera para el hombre que amaba, se detuvo en el mercado para comprar algunas cosas. Después, cuando se dirigía al coche cargada de bolsas, vio a María y a un hom­bre de pelo oscuro en una esquina cercana a la he­ladería Lovato, el local que regentaba su her­mana.
Y entonces, Demi parpadeó un par de veces. Aquel hombre era Steve Conti. El traidor de los traidores. En opinión de Demi, su familia era la responsable de los problemas de Lovato. Es­taba segura de que ellos habían saboteado la promoción de la fruta de la pasión arrojando pi­mienta sobre el helado. La tía abuela de Steve fue la mujer que lanzó la maldición de San Valentín sobre la familia Lovato.
Demi observó el lenguaje corporal de Steve, el modo en que se inclinaba sobre su hermana. ¿Se sentiría atraído por María?

Luego miró a su hermana pequeña, que son­reía a aquel malvado Conti.
¿Qué demonios estaba ocurriendo allí? ¿Se ha­brían encontrado por casualidad en la calle, o an­darían metidos en lo que no deberían?
Demi abrió el coche y metió las bolsas en el asiento del copiloto. ¿Estaría María viviendo una aventura secreta con Steve? Después de todo, su hermana llevaba un tiempo muy escurridiza, desa­pareciendo sin dar ninguna explicación.
Steve y María se fueron cada uno por su lado, y su hermana se encaminó hacia la heladería. Demi sacudió la cabeza. El hecho de que ella tuviera una aventura no significaba que María tuviera que es­tar haciendo lo mismo.
Y, sin embargo, Demi sabía demasiado bien lo fácil que le resultaba a una mujer fuerte y bien preparada enamorarse del hombre incorrecto.

Treinta minutos más tarde, Demi regresó a casa de Joe y lo encontró en la cocina. Se quedó mi­rándolo un instante, pensando en lo guapo que era. Llevaba puesta una camisa blanca, pantalones grises y un par de mocasines negros. Se había qui­tado la chaqueta y la corbata, que descansaban so­bre una silla.
-Vaya, has ido de compras -dijo Joe al verla.
-Voy a preparar una cena italiana -contestó ella dejando las bolsas sobre la mesa.
Él soltó una carcajada y abrió la nevera.
-Yo he comprado solomillos -dijo mostrándole la carne-. Iba a cocinar para ti esta noche. Incluso he comprado flores y velas.
-¿De veras? -comentó Demi sorprendida-. He­mos tenido la misma idea.
Sintió deseos de abrazarlo por haber pensado en ella, por planear una cena romántica.
-¿Tú qué has comprado? -preguntó Joe curio­seando en sus bolsas—. Esto tiene muy buena pinta. ¿Qué te parece si combinamos nuestras comidas? La pasta y la carne van bien juntas, ¿no?
-Sí.
Demi se rindió a la necesidad de abrazarlo. Puso la cabeza en su hombro y Joe le acarició suave­mente la espalda.
-¿Estás bien, Demi?
Ella asintió con la cabeza, aunque le dolía el co­razón.
-¿Y tú?
-Sí, estoy perfectamente.
Joe colocó suavemente la barbilla sobre la cabeza de Demi, pensando que no estaba bien en ab­soluto. Cada día que pasaba estaba más cerca del fin, más cerca de perderla.
-¿Hacemos la cena? —sugirió Demi.

-Claro -respondió él soltándola y dando un paso atrás.
Demi parecía cansada y algo hundida, y Joe se preguntó si habría tenido un día duro.
Ella se quitó los zapatos y se movió por la co­cina en medias. Joe se apoyó sobre la encimera y la observó.
Su Demi. Su dulce, salvaje y pulcra Demi. Se­guía confundiéndolo, pero Joe no le encon­traba sentido a analizar su relación. Cuando ella se hubiera marchado, contendría sus sentimien­tos. Esperaba que entonces el miedo desapare­ciera y él dejaría de obsesionarse por ella. Su vida, la vida tal y como él la conocía, volvería a ser normal. Todo lo normal que podía ser la vida de un hombre que tratara de arrancarse a una mujer del corazón.

-Si te parece, yo haré la ensalada -dijo Demi, arrancándolo de sus pensamientos.
Comenzaron a preparar la cena en silencio, codo con codo. Finalmente, Joe sacó el tema de la fiesta.
-Les he dicho a mis padres que simularemos una pelea.
-¿Y qué les ha parecido? —preguntó ella girán­dose para mirarlo.
-No les importa. Siempre suele haber alguien que se emborracha y monta una escena. Supongo que el tema de los años veinte despierta en la gente ese tipo de comportamiento.
-Yo todavía no tengo vestido -comentó Demi-. Pero tengo pensando ir mañana de compras.
-¿Quieres que te acompañe?
-Puedo encontrar algo yo sola -respondió ella negando con la cabeza.
-No estaba tratando de controlar tu vestuario -se defendió Joe frunciendo el ceño-. Sólo te es­taba ofreciendo mi compañía, Demi.
-Lo sé. Pero creo que me resultará más fácil si voy sola -insistió ella cortando unos tomates-. ¿Dónde están las flores y las velas?

-En la mesa del comedor -respondió Joe ade­rezando la carne—. Las velas son aromáticas.
Demi le dedicó una sonrisa dulce, y Joe tuvo la impresión de que ella estaba tratando de sacar el mejor partido posible del tiempo que les quedaba.
-No sabía que fueras tan romántico, Joe.
-Y no lo soy -bromeó él-. Lo hago todo por sexo.
-¿De verdad? -respondió Demi con una carca­jada-. Yo también.
-Entonces, hacemos una buena pareja, ¿no le parece, señora?
-Sí, creo que sí.

Joe exhaló un suspiro, y se repitió para sí que le iría bien sin ella. Ya ella sin él. Sólo habían pa­sado dos semanas y media juntos, lo que no signifi­caba nada dentro de una vida.
Pero mientras se concentraba en terminar la ensalada para la cena que habían planeado, el día de la fiesta se le apareció en la mente como una oscura premonición.
Como si fuera una nube molesta preparándose para una lluvia helada.

Durmiendo Con Su Rival capitulo 21




Al día siguiente por la noche, Demi estaba sa­cando sus cosas de baño en casa de Joe. Habían acordado por teléfono que ella pasaría allí el resto de la semana. Eso era todo el tiempo que les que­daba. El sábado por la noche, en la fiesta que la fa­milia de Joe celebraba todos los años, acabaría su romance.
El baño principal tenía un lavabo con dos senos y espacio de sobra para dos personas, pero Demi no pudo resistir la tentación de colocar sus cremas y sus cosméticos cerca de la espuma de afeitar de Joe. Tener sus cosas personales juntas daba la im­presión de que estaban casados.
¿Casados?

Demi observó su reflejo en el espejo. ¿Estaba loca? ¿Cómo se le ocurría fantasear sobre la posi­bilidad de estar casada con Joe? Él la había invi­tado a quedarse unos días, pero eso no significaba ningún compromiso.
Joe entró en el baño y Demi se sonrojó, como si temiera que hubiera adivinado sus pensamien­tos.
-¿Te queda mucho? -preguntó él.
Demi no se dio la vuelta. Podía ver a Joe a tra­vés del espejo de pie detrás de ella. -No.
-Mira, tenemos el mismo cepillo de dientes -comentó él agarrando el cepillo eléctrico que Demi había llevado.
-Lo tiene mucha gente igual —respondió ella, recordándose a sí misma que Joe la había invi­tado a quedarse por sexo y nada más.
-Supongo que sí -dijo Demi rodeándola con sus brazos-. He encendido la chimenea abajo. ¿Por qué no vienes y te tomas una taza de chocolate ca­liente conmigo?
Joe cruzó la mirada con él a través del espejo. Podía escuchar el sonido del viento soplando fuera con fuerza.
-¿Demi?
Ella se recostó sobre Joe. Era tan fuerte, tan perfecto...
-Bajaré dentro de un minuto.
-De acuerdo.

Joe le dio un pellizquito en la mejilla y la dejó a solas con sus pensamientos.
Demi se lavó la cara con agua fría, en un intento de espabilarse. No tenía sueño, pero estaba su­mida en un algún lugar entre el sueño y la reali­dad.
«Que el cielo me ayude», pensó mientras se se­caba con una toalla.
Estar allí, quedarse en casa de Joe, era un error. Y sin embargo, quería estar con él, dormir en la misma cama, compartir el mismo baño, fingir que eran una pareja de verdad... aunque supiera que era un imposible. Estaba planeado que su relación con Joe terminara en menos de una semana.
«Por lo tanto, no te enamores de él», se dijo a sí misma. «No dejes que suceda».

Demi bajó entonces por las escaleras y se las arregló para componer una sonrisa cuando vio a Joe esperándola. Lo ayudó a preparar el choco­late y luego se sentaron en el salón, donde el fuego ardía cálido y brillante. Demi se acurrucó en un extremo del sofá, y Joe se sentó a su lado.
-Mientras te esperaba, he estado pensando en pedirle a Lewis que me pinte ese retrato -dijo él.
-¿Qué retrato? -preguntó Demi apartando la vista del fuego.
-El nuestro, el que salió en la portada de la re­vista. He pensado que sería estupendo tenerlo en un cuadro.
-¿Por qué? -preguntó ella parpadeando, muy sorprendida.

-No lo sé -respondió Joe encogiéndose de hombros-. Se me ha ocurrido y ya está.
De pronto, Demi sintió un dolor en el corazón. No quería ser un trofeo, una conquista, un re­cuerdo prohibido que Joe pudiera colgar en la pared para que todo el mundo lo viera.
-¿Tienes algún retrato de Tara por aquí? ¿Forma parte ella también de tu colección?
-¿Qué demonios quieres decir con eso? -pre­guntó Joe dejando su taza sobre la mesa con tanta furia que estuvo a punto de derramar su conte­nido-. ¿Te crees que encargo retratos de todas mis amantes?
-¿Y no es así? -preguntó Demi mirándolo con dureza.
-No —respondió él de inmediato.
-Entonces, ¿admites por fin que Tara y tú erais amantes?
-Así es. Pero no sé qué interés puede tener eso. ¿A quién le importa?
Demi estrechó las rodillas contra su pecho. A ella le importaba. No debería ser así, pero no po­día evitarlo.
-¿Estabas enamorado de ella?

Joe no contestó, y ambos permanecieron sen­tados en silencio mirándose a los ojos. Las llamas de la chimenea iluminaban tenuemente sus pó­mulos angulosos, y Demi resistió la tentación de to­carle, de sentir el calor de su piel.
El aroma de la leña inundaba el aire, provo­cando que aquella atmósfera romántica pareciera una mentira.
-¿Joe? -presionó ella.
-Sí, la amaba -contestó finalmente él-. Pero in­tento no pensar en ello. Sobre todo ahora.
-¿Por qué? ¿Te hizo daño?
-Sí, pero llevo años sin hablar con ella. Tuve ga­nas de llamarla nada más conocerte, pero decidí no hacerlo.
-¿Quieres hablarme de ella?
Demi necesitaba saber quién era realmente Joe Jonas, y qué había significado Tara Shaw para él.
Joe se aclaró la garganta y comenzó a hablar.
-En la época en la que yo terminé la universi­dad, Tara se puso en contacto con la agencia de mi padre. Estaba buscando un asesor que la ayu­dara a relanzar su imagen, algo que demostrara que una mujer podía seguir siendo un símbolo se­xual a los cuarenta. Mi padre iba a encargarle el trabajo a otro consultor, pero yo insistí en que me lo diera a mí.

-¿Por qué? -preguntó Demi-. ¿Te sentías atra­ído por ella?
-No, no se trataba de eso. Pensaba que era muy guapa, por supuesto, pero no me veía acostán­dome con ella. Acepté el trabajo porque Holly­wood me fascinaba, y quería formar parte de ese mundo.
Demi lo observó durante unos segundos, y de pronto cayó en la cuenta.
-Hollywood representaba a tu madre. Era a Danielle a quien estabas buscando.
-Quería sentirme cerca de ella, experimentar lo que la había llevado hasta Hollywood -recono­ció Joe asintiendo con la cabeza.
-¿Y lo encontraste?
-Supongo que sí, pero acabé enamorándome de Tara, y eso era lo último que hubiera esperado que me ocurriría.
Demi sintió una punzada de dolor en el cora­zón, pero trató de ignorarlo.
-¿Ella te amaba?
-Decía que sí. Pero después de estar juntos du­rante algún tiempo, me dijo que no funcionaría. La diferencia de edad la mortificaba —continuó Joe antes de detenerse un instante para darle un sorbo a su taza-. Y ahora que he madurado me doy cuenta de que tenía razón. No habría salido bien. No habría durado.
-Me alegro de que me lo hayas contado -ase­guró Demi—. Que hayas sido sincero.
-Eso no es todo, Demi. Hay algo más.

Ella levantó la vista. ¿Qué más podría haber? ¿Qué le quedaría por contar?
-Te escucho.
-Tara no era sólo mi amante. También era mi amiga, la primera mujer en la que confiaba. Solía hablar con ella sobre mi madre y sobre por qué Hollywood significaba tanto para mí.
-¿Y ella qué te respondía?
-Me decía que la industria cinematográfica po­día llegar a ser fría y muy superficial, y que yo de­bería estar orgulloso de que mi madre la hubiera dejado atrás para casarse y tener un niño.
-¿Y lo estás?
-Lo estaba. Pero ya no.
Demi lo miró a los ojos y supo que iba a reve­larle algo que le causaba un gran dolor.
-¿Qué ocurre, Joe?
-La muerte de mi madre no fue un accidente. Se suicidó.
Dios del Cielo. Por todos los Santos. ¿Danielle Jonas, una mujer joven y hermosa que lo tenía todo, se había quitado la vida?

-¿Cómo puedes saberlo con seguridad?
-Hace cosa de un mes escuché a mi padre y a mi madrastra hablar de Danielle. Era el aniversa­rio de su muerte, y supongo que provocó en mi padre algún upo de emoción -continuó Joe mi­rándose las manos con expresión tensa-. No tenía intención de escuchar, pero no pude darme la vuelta. Y fue entonces cuando descubrí la verdad.
-Pero ella murió en un accidente de coche. Eso no es un suicidio.
-Se salió adrede de la carretera.

-¿Cómo puede tu padre estar tan seguro? —in­sistió Demi tratando inútilmente de mirar a Joe a los ojos.
-Danielle dejó una de esas patéticas notas de los suicidas, pidiéndole que la perdonara.
-Oh, Joe, cuánto lo siento -exclamó Demi conteniendo las lágrimas-. ¿Has hablado con tu padre de esto?
-Sí -respondió él alzando por fin la vista-. Me puso mil excusas de por qué me había mentido durante todos estos años. Me dijo que lo había he­cho para protegerme, pero no es justo. Yo tenía derecho a saberlo.
-Entiendo que tu padre no te lo hubiera con­tado.

-¿De veras? Bien: ¿Sabes lo que decía la nota de Danielle? -respondió Joe, dolido-. Que yo era la causa de su suicidio. No podía arreglárselas siendo madre. No podía soportar la presión de cuidar de su propio hijo. Pero cuando yo era pequeño, mi padre me contaba que ella me adoraba, que me quería más que a nada. Dejó que creciera creyén­dome ese cuento.
Los ojos de Demi se llenaron de lágrimas, pero esta vez no las retuvo. Sabía que Joe también quería llorar, pero sin embargo se mantenía rí­gido, con los brazos cruzados sobre el pecho en gesto de autoprotección.
-Mi padre me contó hace poco que Danielle se deprimió profundamente cuando yo nací. Incluso llegó a admitir que era mejor actriz que madre. Al parecer, estaba arrepentida de haber dejado Hollywood para casarse y tener un hijo.

Demi sintió que todo su interior se ponía rígido, incluido su corazón. Ahora entendía por qué Joe se negaba a casarse con una mujer que estuviera centrada en su carrera.
«Una mujer como yo», pensó para sus adentros. Alguien que aseguraba que podía mantener su es­tatus profesional y a la vez llevar una familia.
-Lo siento -dijo Joe-. No debería haberte car­gado con este peso. No hay nada que tú puedas hacer.
-¡Oh, Joe!
Conmovida por su pena, Demi abrió los brazos para recibirlo, y él apoyó la cabeza sobre su hom­bro mientras ella le acariciaba el pelo.
Tarde, mucho más tarde, cuando el fuego de la chimenea comenzaba a extinguirse y el viento gol­peaba con fuerza las ventanas, Demi trató de pen­sar en la manera de consolarlo de verdad, de ayu­darlo a sentirse pleno, pero no se le ocurrió nada.
Así que se limitó a abrazarlo, muerta de miedo de admitir que amaba a un hombre que podía re­chazarla.
Se había enamorado de Joe Jonas.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Caperucita y El Lobo Capitulo 18




Sr. Jonas. —Annette pasó fácilmente desde su oficina a la izquierda de la sala,
sus piernas llevando su cuerpo más rápido que una persona dos veces más alta—.
No me di cuenta de que había regresado.
Ella sostuvo su bloc de notas siempre presente con una carta enganchada a su
sobre en la parte superior. Empujó sus gafas marrón, demasiado grandes para su
pequeño rostro, pero de alguna manera con su peinado alto, su blusa y la falda
ajustada. Su mirada se desplazó a Demi. Las comisuras de sus labios delgados
formaron una sonrisa bonita.

Sra. Lovato. Usted está aquí. Qué maravilloso. Eso quiere decir…
—¿Qué pasa, Annette? —Reconoció el brillo en sus ojos. Ella tenía una tendencia
inoportuna de idealizar cosas que provenían de Joseph. No era difícil imaginar los
saltos que habría dado el verlo caminar de la mano con Demi.
—Sí. Por supuesto, Sr. Jonas. Lo siento. —Annette se puso rígida, toda ella
exudando negocios. Ella leyó su bloc de notas—. Ha recibido la información que
usted ha estado esperando del juez Woodsmen.
—Gracias.
—Lo dejé sobre su escritorio.
—Lo leeré más tarde. —Maldita sea, esperaba que no hubiera necesidad de esa
información.

—Sí, señor. Además, la Sra. Pi llamó de la panadería, a la Sra. Lovato. Ella dijo, y
cito, que Luis golpeó el cubo ahumado con el pie y tomó un pedazo de lámina
de corta fuego para cubrirlo, el pastel de bar-mitzvah de Pearlman y la mitad de
los pasteles para la despedida de soltera están sucios.
Demi susurró un juramento luego se desvió hacia Annette. Ella le cogió las
manos, inclinándose—. Annette, ¿verdad? Tienes que sacarme de... —Ella miró a
Joseph—. Quiero decir, tengo que llegar a mi tienda. Ayúdame a salir de aquí. Por
favor. Espera. Mis zapatos.
—Gracias, Annette, —dijo Joseph, caminando al lado de Demi. Él envolvió su brazo
alrededor sus hombros, y le dio un tirón mas cerca—. Me aseguraré de que la Sra.
Lovato salga del bosque. Personalmente.

— Pertenecía a la madre de Demi. —Dijo Joseph.
—¿Diana?
—Lo encontré un par de semanas después del accidente.— Él colocó el medallón
de oro en la mano de la abuelita—. Se rompió el cierre. Lo tuve que limpiar y
reparar.
Los tristes ojos azules de la Abuela lo miraron por debajo de la capucha de sus
párpados.

—¿Usted lo guardó todo este tiempo?
Joseph, cambió su enfoque hacia las puertas abiertas de cristal del patio de la
clínica de ancianos. Su rostro estaba caliente—. No estoy seguro de por qué no lo
regresé antes. Tal vez porque ya no quedaba nada para recordar a Donna. Tal
vez porque Patrick y Diana habían tomado algo mío y yo quería tener algo de ellos.
Es absurdo. No sé.
La abuela cubrió su mano con la suya. Él podía sentir sus temblores, la edad hacía
su balance inestable. Era comprensible—. Usted lo necesita más que nosotros.
Demi era demasiado joven para tener algo como esto y yo... yo no habría
sabido qué hacer con él.
—Gracias, Ester. —Era una mala excusa, pero él la tomaría—. Lo tienes ahora y
creo que encontré fotos que son bastante útiles.
La abuela miró hacia el medallón, los dedos finos que trabajaban su sello
hermético. Su miniatura encajaba entre las dos mitades de óvalos y se abrió. Los
segundos pasaron mientras su mente procesó las imágenes y una sonrisa brillante
floreció en su cara.

Joseph sabía lo que veía. Él había mirado la foto de la joven familia Lovato y la del
frente, de Patrick con su bebé Demi un millón de veces en los últimos años. Esta
foto nunca existió en su familia. Él y Donna nunca discutieron por tener niños.
Irónicamente, no se había dado cuenta de lo mucho que había deseado una
foto, hasta que a ella le quitaron la posibilidad, debajo de la aglomeración de un
SUV.
Joseph obligó a sus pensamientos a alejarse de los viejos sueños y deseos—. Demi
mencionó que había tenido un visitante. Alguien que fingía ser Patrick.
Las mejillas de la Abuela se pusieron de un rojo manzana, con una pequeña
sonrisa tímida en sus labios delgados—. Oh, yo sé que Patrick no quiere que venda
mi casita. No sin una buena razón. Todo era mi imaginación. Mi mente juega
trucos conmigo a veces, ya sabes.

—Yo no creo que su mente esté jugando esta vez, Ester. Creo que alguien está
tratando de aprovecharse, usando cualquier táctica que pueda, para poner sus
manos sobre su propiedad. Y estoy bastante seguro de que sé quién está detrás
de esto.
La noticia trajo un destello de alivio a sus ojos. Un instante más tarde el
resentimiento tomó su lugar—. ¿Aprovecharse, dice usted? Uhmph. Vamos a ver
eso. La próxima vez que el perro viejo venga, voy a... —Su promesa murió en el
aire, agitando su mirada a Joseph.
Sabía sus pensamientos sin oírlos. La habían engañado una vez, creyendo que su
hijo muerto estaba de visita, dándole órdenes, ¿Cómo sabría ella la diferencia la
próxima vez?

Joseph llevó sus manos alrededor de las de ella, que todavía sostenían el medallón
abierto—. Esto ayudará. Use el medallón de Lilly. Mire las fotos la próxima vez que
alguien se llame a sí mismo Riddly. Recuerde donde fue encontrado. Y que Riddly
se ha ido. Se han ido Lilly y Donna. Cadwick puede parecerse a su hijo, pero no lo
suficiente para enfrentarse a su fotografía, o a esas clases de memorias potentes.
No podía quedarse con la abuela las 24 horas de los 7 días y a la vez tratar de prohibir a Cadwick de las premisas de la tienda para har parecer mejor su oferta a Demi. Joseph había utilizado su encanto de hombre lobo y la familiaridad con el personal que rodeaba a Demi para restringir la lista de los visitantes, pero Cadwick era un maestro para pagarle a una persona. Él ubicaría el eslabón más débil en la seguridad y lo traspasaría.
No. La abuelita tendría que utilizar su mente y su ingenio para protegerse. El medallón la ayudaría.
—Nunca pudiste enterrar a tu esposa, ¿Verdad?
La pregunta de la Abuela le cogió totalmente por sorpresa.
La pregunta de la abuelita lo tomó totalmente por sorpresa. Tartamudeaba. El
desplazamiento de su mente tan rápido, que no tuvo ni tiempo para lanzar las
barreras que mantenían fuera el más doloroso de sus recuerdos.

—No. Yo... ella... No. Donna murió antes de que pudiera cambiar a la forma
humana. Se deshicieron de su cuerpo como lo harían con cualquier animal
muerto. —Hizo una mueca de dolor al final, su corazón pichándolo.
—¿No podían dejarlo a su decisión y que se quedara con usted? El accidente
ocurrió en su tierra.
Joseph sacudió la cabeza. Si tan sólo hubiera sido tan fácil. Si sólo hubiera sido
capaz de pensar con claridad, rapidez, tal vez hubiera podido llegar a alguna
solución—. Tomar al lobo... muerto... es el procedimiento. No había nada que
pudiera decir que no pareciera extraño. Tuve que pensar en la manada. Proteger
al resto de la curiosidad o la sospecha.
Joseph le había dado permiso a la familia Lovato para utilizar el acceso directo a
través de su bosque, de la subdivisión a la cabaña. Él nunca tendría confianza de
nuevo. La policía llegó tan rápido como pudieron porque Patrick y Diana Lovato
habían traicionado su acuerdo.

Otro coche, amigos de los Lovato iban tras ellos cuando habían golpeado a su
esposa. Debido a ellos, a la policía, ambulancias y todos los demás había tenía
que detenerse, sin poder hacer nada en el bosque, mientras ellos que sin pensarlo sacaban el cuerpo de su esposa del el tubo de metal. Y lo lanzaban a la parte trasera de la grúa como escombros. Llevaron a su mujer para incinerarla en un horno de la ciudad. O Dios no lo quiera, algo peor.
Su único consuelo era que algo como esto no volvería a ocurrir. Se había cerrado
la carretera de un solo carril de grava, técnicamente sólo dos caminos de
neumáticos con malas hierbas que crecían en medio, inmediatamente después
del accidente. Se plantaron árboles, alentando a la maleza, de modo que por
ahora no había ningún rastro de la carretera que había existido.

La abuela cambió el medallón de la mano y envolvió la otra alrededor de la
palma de Joseph—. Fue un accidente, querido. Sé que culpas a mi Patrick , pero él
no tenía ni un hueso malo en su cuerpo. No habría deseado el tipo de sufrimiento
que han soportado tu y Demi, ni a su peor enemigo.
—No lo culpo. —Joseph se sorprendió con la facilidad con que lo dijo. Lo había
estado pensando desde el principio, pero nunca en voz alta.
—Fue mi culpa. Donna y yo estábamos discutiendo... peleamos. La acusé de
engañarme y salió corriendo. Yo no fui tras ella.

ÉL recordó el olor de otro hombre en su esposa, un hombre que reconoció. No
había ninguna sospecha, ninguna suposición. Él sabía que ella había estado con
alguien más. El problema fue que no estaba tan molesto por su infidelidad como
lo estaba con él mismo por no sentirse más traicionado. Le gustaba Donna, pero
algo faltaba entre ellos, algo que sólo se hizo verdaderamente perceptible
después de que ella había muerto. Tal vez un niño hubiera sido la diferencia,
llenaría lo que faltaba entre ellos. Él nunca lo sabría.

—Yo estaba feliz por la distancia entre nosotros —él dijo—. Hasta que... ¡Dios!
todavía puedo escuchar ese sonido, ese accidente, como una explosión. Yo lo
supe antes de empezar a correr. Sabía que Donna se había ido. Yo podía sentirlo.
—Lo escuche también. —La abuela se estremeció—. Un sonido horrible. Yo sabía
que mi hijo se había ido. Simplemente estoy agradecida de que mi Caperucita
Roja sobreviviera. Dios sabe cómo lo hizo.
Joseph sabía cómo había sobrevivido. Él había sido el que se había precipitado por
la ladera hasta la orilla del bosque en donde estaban muertos, tan rápido que
nadie lo vio pasar. Los amigos de la familia eran inútiles, estaban embobados en la ruina de la carretera a través de la lluvia y la oscuridad, fue Joseph el que evaluó
los daños.

El camión estaba volteado. Había reconocido el olor inconfundible de la muerte,
una mezcla de fluidos corporales y carne fría. Los padres estaban muertos. El olor
se lo confirmo, antes de que él hubiera llegado a revisarles el pulso. Ninguno
llevaba puesto el cinturón de seguridad. Habían atravesado el parabrisas antes
de que el camión se detuviera.
Su niña, Demi, levaba abrochado el cinturón en el asiento de atrás, pero la
correa de su hombro se había deslizado hasta estrangular su cuello. Estaba
inconsciente, su carita poniéndose azul. Pero ella estaba viva.

Trató de soltar la hebilla de ella, pero el broche se había atascado en el rodillo.
Romperlo no fue nada de fuerza mayor. Su pequeño cuerpo cayó en sus brazos y
por un momento extraño la miró a la cara, poco a poco, vio que podía respirar.
Su mente no le permitió un respiro durante mucho tiempo. Sin embargo, el sonido,
la estruendosa explosión de metal y vidrio, el ruido espantoso, y el conocimiento
instintivo de que Donna había desaparecido hizo que todo se viniera sobre él de
nuevo.
Coloco a Demi con suavidad en uno de los helechos y lentamente se dirigió a la
parte delantera de la camioneta. No pudo verla en un primer momento, la forma
en que la camioneta estaba, la lluvia, la oscuridad, hacían difícil ver. Después se
inclinó y miró en la parte delantera de la camioneta. Sólo alcanzó a notar la cola
y las partes traseras, la piel marrón suave, mojada por la lluvia, y la sangre.
Joseph corrió alrededor de la camioneta a las ruedas delanteras del lado del
conductor. Donna estaba en un ángulo, atrapada entre la defensa y el árbol, sus
patas delanteras, el pecho y la cabeza separados del resto de su cuerpo, sólo en
esa posición debido al peso aplastante de la camioneta. Estaba muerta. Estaba
muerta antes de que la camioneta se hubiera detenido, Dios.

¿Cuánto tiempo había estado allí? ¿Cuánto tiempo pasó? No estaba seguro. Tal
vez si hubiera salido más rápido, reaccionado más rápido, tal vez podría haber
llevado el cuerpo de Donna lejos antes de que la policía se presentara. Pero una vez que el primer policía tropezó y se tambaleó en el camino, fue demasiado tarde. Esas personas y su pequeña pelirroja habían cambiado su vida de manera
irrevocable.