jueves, 25 de octubre de 2012

Durmiendo Con Su Rival Capitulo 13




Maldita fuera. ¿Por qué tenía que parecer de pronto tan vulnerable?
-Lo siento. No quería ofenderte. Es que ha sido una noche muy extraña. Pero si me marcho ahora, no parecerá que hemos hecho el amor. Sólo llevo aquí diez minutos.
Demi no respondió. Parecía algo avergonzada, y seguía mirando al suelo. Al cabo de un instante le­vantó la vista y ambos se quedaron mirándose. La energía que había entre ellos era densa, igual que el aire que Joe tenía en los pulmones.

Demi asintió por fin con la cabeza, y él dejó es­capar un suspiro. No esperaba que ocurriera algo semejante, al menos no hasta aquel punto. Hasta entonces había estado convencido de poder con­trolar la atracción que sentía por ella, pero allí es­taba, atrapado en un estado de total excitación.
-Si quieres, podemos ver alguna película -sugi­rió Demi mientras se sentaba en el sofá y agarraba el mando a distancia.
Joe se sentó a su lado, y ella comenzó a cambiar de canal a toda prisa, del mismo modo que él hacía en su casa cuando estaba aburrido. Pero Demi no estaba aburrida, sino nerviosa, y Joe lo sabía.
-¿Qué te parece esta? -dijo ella tras sintonizar un canal de clásicos en blanco y negro.
Joe asintió con la cabeza, y, sin decir una pala­bra más, ambos se dispusieron a ver una película antigua mientras trataban de engañar a todo el mundo haciéndoles creer que estaban haciendo el amor furiosa y apasionadamente.
¿Cómo se había metido en aquel lío? Demi es­taba sentada frente a un espejo iluminado y respi­raba con ansiedad.
Kerry estaba a su lado, dándole los últimos re­toques a su cabello. La asistente de Joe había de­cidido que Demi debería llevar el pelo suelto para la sesión fotográfica. Pero el problema no estaba allí.
Lo que la preocupaba era el vestuario. Llevaba puesto un camisón de seda roja que se ajustaba a sus curvas, marcándole los pechos y dejando en­trever unas braguitas de encaje.
-Ya estás lista -anunció Kerry.

Demi se puso de pie como un autómata y aceptó la bata a juego que la otra mujer le ofreció. Se la ató con dedos temblorosos y salió del pequeño ca­merino en dirección al estudio.
Lo primero que vio Demi fue la inmensa cama de matrimonio vestida con sábanas de seda rojas y blancas que habían llevado para la sesión. Luego recorrió el resto de la estancia con la mirada y di­visó a Joe. Estaba apoyado sobre una mesita, charlando con Lewis, el marido de Kerry.
Joe levantó la vista y la miró. Cuando sus mira­das se cruzaron, Demi sintió que el corazón se le subía a la garganta. Llevaba puestos unos pantalo­nes vaqueros desteñidos y nada más. Tenía el pe­cho y los pies desnudos. Su estómago mostraba unos abdominales duramente trabajados.
-Nuestra dama ha entrado en el set -dijo Lewis avanzando a su encuentro-. ¿Quieres tomar un vaso de vino? Te ayudará a relajarte. Va a ser una sesión un poco fuerte.
-Gracias, pero creo que podré arreglármelas -mintió Demi-. No quiero beber nada.
Le hubiera gustado tomarse una botella entera ella sola, pero la úlcera llevaba un par de días mo­lestándola, y, en aquellas condiciones, el alcohol agravaría su estado.
-Entonces, empecemos.

Lewis les dio instrucciones a Joe y a Demi para que se quedaran a los pies de la cama mientras él manipulaba la cámara. Kerry ajustó las luces, de­jando a Joe y a Demi solos.
¿Estaría nervioso él también? Demi no lo había visto nunca tan callado.
-Esto es muy extraño, ¿verdad? -dijo ella, tra­tando de iniciar una conversación.
-Sí que lo es -respondió JOe asintiendo con la cabeza.
Ambos se quedaron callados. Demi  le echó un vistazo a la cama y se dio cuenta de que tenía en­cima almohadas con fundas de encaje. Era un es­cenario muy bonito, con dos grandes candela­bros de hierro situados a ambos lados de la cama. Las velas encendidas inundaban la estancia con su cera aromática, creando un ambiente román­tico.


-Muy bien -dijo Kerry desde detrás del objetivo de su cámara-. Que empiece el espectáculo.
Joe avanzó un paso hacia Demi y le acarició la mejilla con el dorso de la mano. A ella le gustó la dulce sensación como de aleteo de mariposa, pero el fotógrafo no estaba en absoluto impresionado.
-Vamos, Joe -lo increpó-. Puedes hacerlo me­jor.
Joe estiró el brazo para desatarle el cinturón de la bata, y ella retuvo el aire en los pulmones mientras él le deslizaba la prenda por los hombros hasta dejarla caer al suelo. Demi permaneció de pie frente a él con aquel camisón rojo y los pezo­nes rozándose contra la seda de color de fuego.
En algún lugar recóndito de su cerebro, Demi escuchó el sonido de un «clic». Lewis debía estar haciendo fotografías, atrapando aquel momento.
Joe se inclinó hacia ella y la besó, y Demi se ol­vidó de la cámara. Sus besos eran cálidos y húme­dos, delicados y al mismo tiempo incitadores. Joe sabía a caramelo de menta y a cerveza, a belleza masculina y a lujuria.

-Quítale el cinturón -le escuchó decir a Lewis.
Demi estuvo de acuerdo. Quería tocar a Joe, y no le importaba que Lewis y Kerry estuvieran mi­rando.
Tendió las manos hacia el cinturón y sintió el escalofrío que a él le recorrió el cuerpo. Dejaron de besarse y se quedaron mirándose el uno al otro. Demi le desabrochó la hebilla de plata. El me­tal estaba frío, pero la piel de bronce de Joe irra­diaba calor.
Demi le sacó el cinturón de cuero por las trabi­llas del pantalón, y Lewis le dio instrucciones para que lo arrojara sobre la cama y le bajara a Joe los pantalones.
Ella se dijo a sí misma que era perfectamente capaz de hacerlo, pero tras desabrochar los dos primeros botones, se encontró con una inespe­rada dureza en la bragueta de Joe, y se le queda­ron los dedos congelados. Estaba excitado por su contacto.
-Continúa -ordenó Lewis.

Demi se mordió el labio inferior y desabrochó el tercer botón.
-Muy bien -dijo el artista-. Ahora, ponte de ro­dillas.
Impactada, Demi miró a Joe. Él le dedicó una sonrisa de niño travieso que le aceleró el corazón.
Se recordó a sí misma que aquello no era real, que aquella sesión de fotos era tan falsa como su romance.
Deslizándose por su cuerpo, Demi se hincó de rodillas y lo miró. Observó que tenía una línea de vello que comenzaba justo en su vientre y desapa­recía por la cinturilla, ahora abierta, de los panta­lones.
Deseaba recorrerla con un dedo, pero no se atrevió. Joe no apartaba la vista de ella, y Demi  apenas podía respirar.-Perfecto -dijo Lewis, encantado con lo que él creía que era pura profesionalidad-. Hemos ter­minado.

Demi se puso de pie, y nadie del equipo dijo ni una palabra, ni siquiera Lewis. Recogió su equipo mientras Kerry le tendía la bata a Demi. Joe se dio la vuelta para abrocharse los pantalones, no antes de que ella le echara un vistazo a su bragueta, sin­tiendo cómo se le calentaba la piel al hacerlo.
Joe carraspeó y ella se ató la bata, preguntán­dose cómo iban a enfrentarse el uno al otro du­rante el almuerzo para el que habían quedado con anterioridad.
Joe tenía la vista clavada en la carretera. Demi estaba sentada a su lado, con aspecto formal y arreglado, pero él no podía quitarse la otra ima­gen de la cabeza.
Aquella en la que ella estaba de rodillas delante de él, con el cabello alborotado, sus ojos violeta, y aquel camisón de seda ajustándose a cada una de sus curvas.
Joe sentía que ya nunca volvería ser el mismo.
Se removió con impaciencia en el asiento. Se­guía excitado, peleándose contra aquella parte de su cuerpo que se negaba a comportarse como era debido.

-No estoy de humor para hablar con nadie -dijo él-. Tal vez podríamos perdonarnos la cena.
-¿Quieres llevarte algo de comida preparada? -preguntó Demi.
Joe no estaba muy seguro. Ir al apartamento de Demi no le parecía buena idea, y tampoco que­ría llevarla a su propia casa, porque no podía pen­sar en otra cosa que no fuera ponerla de rodillas.
-¿Por qué no comemos algo en el coche? -sugi­rió desviándose hacia una hamburguesería que había al otro lado de la calle-. ¿No te importa?
-Claro que no -respondió ella-. Me tomaré un batido.
-Sí, yo también.
Joe pensó que era una buena idea beber algo frío, algo que aplacara el fuego que le quemaba las entrañas. Se dirigió a la ventanilla en la que se hacían los pedidos desde el coche y ambos pidie­ron el mismo menú. Joe se dio cuenta de que aquello les pasaba muy a menudo: Les gustaba la misma comida, las mismas películas, los mismos muebles...

Joe aparcó allí cerca y comenzaron a desenvol­ver sus menús en silencio.
-Lo has hecho muy bien, Demi -dijo él para romper la tensión-. Me refiero a la sesión de fotos.
Joe se estremeció al recordar el tacto de sus dedos sobre su bragueta.
Ella levantó un instante la vista para mirarlo an­tes de volver a desviarla, y Joe fue consciente de lo tímida que de pronto parecía. La princesa de hielo siempre se las arreglaba para confundirlo.
-Gracias. Tú también lo has hecho muy bien -respondió Demi antes de darle un mordisco a su hamburguesa-. ¿Cuándo llegarán las fotos a la re­vista?
-Si todo sale según lo previsto, en el próximo número.
-¿Tan pronto?

-Sí. Tan pronto —repitió Joe echándose un poco de Ketchup-. Y ya verás la atención que va­mos a despertar en la prensa. ¿Tienes un juego ex­tra de llaves de tu casa?
-Sí -contestó ella parpadeando-. ¿Por qué?
-Para no tener que esperar a que me abras. Cuando comience el acoso de la prensa nos van a empezar a seguir los reporteros. No quiero que­darme atrapado en el porche de tu casa mientras todas las cámaras disparan sus luces contra mí.
-Nunca le he dado a ningún hombre las llaves de mi casa.
-Te las devolveré en cuanto todo esto termine -aseguró Joe antes de darle otro mordisco a su hamburguesa—. Yo tampoco le he dado a nadie las llaves de la mía.
-¿Ni siquiera a Tara Shaw? -preguntó Demi la­deando la cabeza.
-Eso pasó hace mucho tiempo -contestó Joe, que no tenía ninguna gana de hablar del pasado-. Y por aquel entonces yo estaba viviendo en Holly­wood.

-No puedo imaginaros a ti y a Tara juntos -ase­guró ella sentándose más estirada-. Ni siquiera es­toy muy segura de que vuestra historia fuera real.
-Mi relación con Tara no es asunto tuyo -res­pondió Joe golpeando el volante con los dedos, visiblemente irritado.

-¿Por qué? ¿Porque era un montaje, igual que la nuestra? Seguramente no estás capacitado para tener una relación de verdad -aseguró Demi acer­cándose más a la ventanilla para alejarse de él.
-Termina de comer. Te llevaré a casa -dijo Joe secamente, aunque no podía evitar seguir deseán­dola.
Joe condujo por las calles de la ciudad hasta llegar a un aparcamiento que estaba cerca de casa de Demi. Ambos salieron del coche al mismo tiempo.
-¿Qué estás haciendo? -preguntó Demi mirán­dolo con recelo.
-Acompañarte hasta la puerta.
-No es necesario. Me las puedo arreglar perfec­tamente sin ti.
-Me da igual.
Joe se puso a su lado. La casa de Demi estaba al final de la calle, y él estaba decidido a llevarla hasta allí. Y, seguramente, a molestarla durante el camino.
Él estiró la mano para tomar la suya, y cuando Demi trató de soltarse, Joe se la agarró con más fuerza.
-Estamos en la calle, Demi. Sé buena chica y haz tu papel.
Ella le clavó las uñas en la piel.
-¿Eres una de esas mujeres que arañan la es­palda de los hombres? -preguntó con una mueca socarrona.
-¿Te gustaría comprobarlo? -preguntó ella sa­cudiendo la cabeza y clavándole las uñas con más fuerza.
Cuando llegaron a la puerta, Joe la empujó suave pero firmemente contra la puerta.
-No te atreverás a...
Él la interrumpió con un beso. Un beso brutal y desesperado.
Demi no se resistió. Recibió su lengua con la misma furia, la misma pasión y la misma rabia que ardía dentro de Joe.
Él se restregó contra ella para demostrarle lo duro que estaba. Demi deslizó las manos por su cintura y lo apretó más contra sí.
Estaban prácticamente devorándose el uno al otro, lamiéndose y mordiéndose como un par de gatos salvajes.
Y entonces Demi lo empujó.
-Te odio -le dijo.
Yo también te odio -respondió Joe, que se moría por hacer el amor con ella.
Sin decir una palabra más, él se dio la vuelta y se marchó. ¿Odiaba a Demi u odiaba lo que ella le hacía sentir? De algún modo, ambas cosas pare­cían ser lo mismo.

Durmiedno Con Su Rival Capitulo 12



-Muy bien, nena.
Joe le acarició dulcemente la mejilla con el dorso de la mano, y, por un momento, Demi deseó que aquel afecto fuera real.
Joe Jonas era todo un actorazo. Llevaba la interpretación en la sangre, ya que su madre había sido actriz de Hollywood. Mientras buscaban sus butacas, Demi pensó que tal vez debería contarle que había alquilado una película en la que inter­venía su madre. La había visto tres veces, conmo­vida por la belleza de aquella mujer. Joe  había heredado sus pómulos, su natural sensualidad, su sonrisa seductora. Era, sin ningún género de du­das, hijo de Danielle Jonas.

Y luego estaba, por supuesto, su escandaloso ro­mance con Tara Shaw. Demi se imaginaba que ella también habría contribuido a moldear a Joe para convertirlo en lo que era.
Demi se giró para mirarlo y de pronto la asaltó un pensamiento. ¿Habría sido de verdad amante de Tara, o su relación había sido un truco publici­tario, un montaje para impulsar la carrera de la ya madura actriz? Conociendo a Joe, todo podía tratarse de una mentira.
Quince minutos más tarde, el teatro se había llenado. Cuando bajaron las luces y se abrió el te­lón, Demi se concentró en el escenario.
La primera escena dejó al público impresio­nado. Una mujer joven comenzó a desvestirse frente a un espejo. Cuando se quedó completa­mente desnuda, cerró los ojos y procedió a pelliz­carse suavemente los pezones mientras susurraba un nombre.
El escenario se llenó de humo y apareció un hombre. Demi se dio cuenta de que se trataba de una secuencia onírica, pero aquello no impidió que el hombre del sueño tomara entre sus brazos a la mujer de carne y hueso que tenía delante.
Y comenzara a besarla y a acariciarla.
Demi sabía que estaban actuando, pero aun así su interpretación la impresionó. Experimentó un calor entre las piernas mientras un escalofrío eró­tico le recorría la espina dorsal. Sentía lo que la actriz estaba sintiendo: fuego, deseo... el preludio del acto sexual.

Y cuando Joe se le acercó más, supo que a él también lo estaba excitando la escena.
De pronto, el escenario se oscureció. Ya no ha­bía luz: sólo los suspiros del acto amoroso, los su­surros de la pasión.
En la oscuridad, Joe comenzó a acariciar el brazo desnudo de Demi, la plenitud de su seno...
Ella giró la cabeza y él la besó.
Apasionadamente.
Tan apasionadamente que Demi estuvo a punto de quedarse sin respiración.
La actriz estaba alcanzando el orgasmo, y emi­tía pequeños gemidos. Las luces se encendían y se apagaban intermitentemente, mostrando rápidas imágenes de los actores desnudos, pero Joe se­guía besando a Demi, hundiendo las manos en su cabello para atraerla más hacia sí.

La lengua de Joe se introdujo con fuerza en su boca, exigiendo, insistiendo, provocando en Demi un deseo enloquecido, convirtiéndola en parte misma de su ser.
Abrumada por el placer, Demi lo besó a su vez, descubriendo un deleite tan sabroso y prohibido que quería más y más.
Al instante siguiente, el escenario volvió a ilu­minarse y la mujer estaba de nuevo sola.
Demi se apartó y miró fijamente a Joe. Ob­servó su rostro entre las sombras, y supo que era el hombre de sus sueños. Su fantasía. El actor que desaparecería cuando su escándalo terminara.
Que el cielo la ayudara. Estaba atrapada en un romance tórrido que ni siquiera era ,real.

Joe contempló a través del ventanal del salón de Demi el North End de Boston. Acababan de re­gresar del teatro, y le estaba resultando difícil re­cuperar el control de sus emociones.
-¿Qué deberíamos hacer ahora? -preguntó Demi.
«Besarnos», pensó él. «Acariciarnos. Hacer el amor». De pronto, Joe deseaba que aquel ro­mance fuera real. Quería acostarse con Demi, te­ner una aventura apasionada y salvaje con la prin­cesa de hielo y volverla loca.
-Nada -dijo Joe-. No tenemos que hacer nada.
-¿Quieres que prepare una infusión? Es tarde, así que podríamos tomarnos una manzanilla, por ejemplo.
Joe se dio la vuelta para mirarla. Seguía lle­vando aquel vestido blanco que mostraba su es­palda desnuda. Se habían besado una y otra vez durante la representación y durante el interme­dio, haciendo todo un escándalo público. ¿Y a Demi sólo se le ocurría ofrecerle una infusión?
-Se supone que deberíamos estar revoleándo­nos como locos, Demi, matándonos de pasión.
-No pagues conmigo tu frustración sexual -res­pondió ella sonrojándose.
Joe le sostuvo la mirada. Sabía que su boca sa­bía tan dulce como parecía, y, de algún modo, aquello sólo sirvió para enfadarlo aún más.

 -¿Por qué no? Tú la has provocado.
 -Y tú eres un hombre rudo y sin sentimientos.
 ¿Sin sentimientos? Joe la deseaba. La deseaba tanto que apenas podía respirar.
-Tengo muchos sentimientos.
 «Demasiados», pensó para sí.
-Esto tampoco es fácil para mí —aseguró Demi pasándose la mano por los rizos-. Me siento atra­ída por ti, Joe. Pero no voy a acostarme contigo. No pienso convertir esto en un romance de ver­dad.
-¿Y quién te ha dicho que eso es lo que yo busco? -respondió él a la defensiva, metiéndose las manos en los bolsillos.
-Nadie, pero pensé que tomar una infusión nos tranquilizaría, mantendría nuestra mente ocu­pada -dijo Demi clavando la vista en el suelo-. Pero tal vez deberías irte a casa.

Dumiendo Con Su Rival Capitulo 11




Demi se preguntó qué estaría tramando Joe. La noche anterior él había estado en su aparta­mento, y aquella tarde había insistido en que fuera a su oficina. Al parecer, le tenía una sorpresa reservada. Demi no se fiaba de él, pero le pudo la curiosidad y se presentó allí.
Cuando atravesó el área de recepción, Kerry, la leal asistente de Joe, levantó la vista de la pantalla de su ordenador.
-La está esperando -le dijo la joven con una sonrisa-. Puede pasar.
-Gracias -contestó Demi exhalando un suspiro.
Encontró a Joe esperándola con tres perche­ros portátiles llenos de ropa, varias cajas de zapa­tos y un espejo de cuerpo entero traído especial­mente para la ocasión.
-¿Qué es todo esto? -preguntó ella.
-Una selección de tu guardarropa para las pró­ximas dos semanas -respondió él con su típica sonrisa de asesor-. Le dije a una estilista lo que ne­cesitarías y ella me lo ha enviado. Se encarga de vestir a algunas de las mujeres más famosas del mundo.
Demi le echó un vistazo a la ropa que había en las perchas: Trajes de noche, vestidos ajustados, faldas que apenas le cubrirían el trasero...
-Pruébate éste -dijo Joe sacando una vestido largo plateado-. Puedes cambiarte en mi baño. Y si te queda bien, te lo puedes poner mañana por la noche.
Demi observó aquel traje centelleante. Se abro­chaba por delante, dejando un espacio mínimo para cubrirle los senos.
-Supongo que estás de broma...
-Estarás muy sexy con él puesto, nena.
-Si tanto te gusta, puedes ponértelo tú.
 Dispuesto a no rendirse, Joe buscó otro traje, esta vez un vestido color cereza muy corto.
-¿Qué te parece este? Tiene un cinturón a juego.
Un cinturón que Demi iba a utilizar como co­rrea si él seguía sacándole trajes.
-No vas a convertirme en una tía buena, Joe. Así que olvídalo.
-Eres una mojigata, Demi —dijo Joe colgando el vestido en el perchero.
-No lo soy —respondió ella cruzándose de bra­zos.
-¿Ah, no? -contestó Joe sentándose en la es­quina de su escritorio con un mechón de pelo ca­yéndole sobre la frente-. Me apuesto lo que sea a que nunca has hecho el amor en un avión. Ni en el ascensor. Ni siquiera debajo de un árbol, en el parque.
Demi trató de actuar como si su acusación no la hubiera hecho avergonzarse.
-Es ilegal andar por ahí enrollándose en sitios públicos.
-Cierto, pero eso es lo que lo hace tan exci­tante.
Ella hizo todo lo que humanamente pudo por evitar su mirada, pero podía sentir aquellos ojos ardientes lanzando chispas sexuales en su direc­ción.
-Yo soy una dama -dijo entonces-. Me com­porto en público con propiedad.
-Ya, pero ¿no te gustaría hacer realidad alguna vez tus fantasías?
-No fantaseo con los aviones.

-¿Y qué me dices del ascensor? —insistió él ladeando suavemente la cabeza.
Muy bien, tal vez allí la había pillado, pero desde luego no iba a ser tan estúpida de admitirlo. Demi no era lo suficientemente lanzada como para llevar a cabo sus fantasías ni vivir al límite. Condu­cía un Sedan de lujo en lugar de un deportivo, se iba de vacaciones a lugares prácticos en vez de a si­tios exóticos e impredecibles, y batallaba contra una úlcera que se le abría cada vez que el estrés al­canzaba el nivel suficiente en su particular escala de Richter.
-¿Yen privado? —dijo entonces Joe.
-Perdona, ¿cómo dices? -preguntó ella alzando los ojos.
-¿En privado también te comportas con propie­dad? -se explicó él mientras examinaba un vestido de cuero negro digno de una profesional del sadomasoquismo.
A Demi se le secó la boca. Sólo se había acos­tado con dos hombres en su vida, y a ninguno le había arrancado nunca la ropa ni le había ara­ñado la espalda. Pero tampoco era ninguna puri­tana.
-Me comporto como debo.

-Ponte esto -ordenó Joe pasándole aquel minivestido-. Quiero verte las piernas. Enteras, hasta los muslos.
-No -respondió ella agarrando el traje que él le tendía.
-Se supone que tenemos que convencer al mundo de que somos amantes -aseguró él mirán­dola fijamente-. Eres consciente de eso, ¿verdad?
-Por supuesto que sí. Pero, ¿no podríamos fin­gir que nuestra primera cita es eso, una primera cita, y no convertirnos en amantes de inmediato?
-Sí, podemos hacerlo. Pero sólo tenemos unas pocas semanas para hacer este montaje, así que tendrás que rendirte a mis encantos lo más pronto posible.
-¿Y por qué no puedes tú rendirte a los míos?
-Porque irás vestida como una mojigata, por eso.
-Muy bien. Llevaré algo provocativo, pero lo comparé yo misma -aseguró Demi colgando aquel vestido de dominadora en el perchero-. ¿Dónde vamos a ir, por cierto?
-Al estreno de una obra de teatro. Una obra erótica -añadió Joe-. Así que prepárate para no­che tórrida.
Demi sintió cómo se le aceleraba al corazón dentro del pecho. ¿Una obra pornográfica? ¿Una noche tórrida?

-Puedo soportar cualquier cosa que se te ocu­rra —lo retó ella.
Demi observó su imagen en el espejo. ¿Se atre­vería de verdad a llevar aquello puesto en público?
El tejido blanco de su vestido se ajustaba a su cuerpo con líneas sencillas. Pero ese no era el pro­blema. El vestido dejaba la espalda completa­mente desnuda, lo que significaba que no llevaba puesto sujetador, algo que Demi no había hecho nunca hasta el momento.
¿Qué le ocurría? ¿Acaso estaba tratando de competir con la antigua Tara Shaw, intentando probarle a Joe que podía ser tan deseable como su ex amante?
Demi  miró su reloj y el corazón le dio un vuelco. Él llegaría en cualquier momento.
Echó un vistazo alrededor en busca de sus zapa­tos, el chal, y el bolso de noche en el que llevaba la medicina para el estómago. Estuvo a punto de caerse al colocarse los tacones, y en el momento en que se echaba un último vistazo en el espejo, sonó el telefonillo.
-Espérame en la planta baja. Enseguida abro -dijo Demi a través del intercomunicador mientras abría la puerta.

Luego se colocó el chal que hacía juego con el vestido, y pensó en la posibilidad de tomarse un vaso de vino para calmar los nervios. Pero tal vez le irritaría la úlcera, así que desechó la idea y deci­dió tomarse unos minutos para tranquilizarse.
Cuando abrió la puerta de su apartamento, es­tuvo a punto de chocarse contra Joe.
Él iba muy elegante, vestido con un traje negro de corte clásico, una camisa blanca almidonada y una fina corbata negra.
-Te he dicho que me esperaras abajo -dijo Demi cerrando la puerta tras ella.
-¿Desde cuándo hago caso de lo que tú me dices? -respondió Joe con una mueca rebelde-. Quítate el chal y déjame ver el vestido.
-Es un traje muy provocativo -le advirtió ella tratando de aparentar naturalidad-. Hará que se fijen en mí.
-Deja que sea yo quien lo juzgue -dijo Joe acercándose para sacarle el chal.
-Yo lo haré.
Demi se despojó de la prenda y se la quitó, dando un giro rápido para mostrar su espalda des­nuda. Luego trató de volver a taparse.
-Un momento. Espera -ordenó Joe aga­rrando el chal y dejándola vulnerable ante sus ojos.
Aquellos ojos de reflejos ámbar.
Demi se abrazó a sí misma, deseando no haber op­tado por un vestido sin sujetador. Cuando Joe posó la mirada sobre sus pezones, ella se agarró al bolso.
«Di algo, por favor», pensó para sus adentros. «No te quedes ahí mirando sin decir nada».
Él dio un paso adelante, y Demi trató de respi­rar con normalidad.
-¿Puedes devolverme mi chal, por favor?
-No -respondió él dejando la prenda sobre la barandilla-. Quiero mirarte más.
—Me estás poniendo nerviosa, Joe.
-Lo sé.
Él se acercó otro tanto, y Demi se estremeció.
-Relájate. Se supone que estamos a punto de convertirnos en amantes. No puedes dar un res­pingo cada vez que te toque.
Joe deslizó las manos por su cabello.
-¿Qué estás haciendo? -preguntó Demi, tra­tando de combatir un súbito mareo.
-Quitarte algunas horquillas -respondió él mientras enroscaba un mechón de rizos entre los dedos-. Mejor. Ahora estás perfecta.
Demi no podía imaginarse qué aspecto tendría con la mitad del recogido deshecho. Probable­mente, desaliñado. Como si acabara de levantarse de la cama.
Joe dio un paso atrás y le entregó su chal. To­maron el ascensor, y el trayecto hacia el primer piso pareció durar una eternidad.
-¿Crees que alguien habrá hecho el amor aquí alguna vez? -preguntó Joe.
-No creo. Quiero decir, seguro que no.
A sus hermanas no se les ocurriría hacer algo semejante. Por supuesto que no. Rita y María eran unas señoritas, igual que ella.
—Deberíamos fingirlo alguna vez —dijo Joe con cara de niño travieso-. Hacer como si lo estuviéra­mos haciendo aquí.
-Eso no tiene gracia.
Cuando se abrió la puerta del ascensor, Demi se bajó con los pezones tan duros como balas.
-Por cierto, tenemos que posar para el marido de Kerry. Nos va a hacer unas fotografías eróticas -comentó Joe como si tal cosa cuando se hubie­ron subido a su Corvette deportivo.
-¿Cómo dices? —preguntó Demi con voz aho­gada.

-El marido de Kerry es un artista, y está de acuerdo. Le vendrá bien la publicidad. Hemos acordado que nos hará algunas fotos sensuales, pero antes de que tenga la oportunidad de elegir cuál va a utilizar para pintar nuestro retrato, al­guien le robará las fotos de su estudio para vendér­selas a una revista -aseguró Joe sin quitar ojo de la carretera—. Seremos la comidilla de la ciudad.
-¿Fotos sensuales? -repitió Demi casi sin respira­ción-. ¿Por qué no me has hablado de esto antes?
-No quería contarte todo el plan de sopetón -se excusó él.
-No pienso hacerlo -aseguró Demi cruzándose de brazos-. De ningún modo pienso permitir que circulen por ahí ese tipo de fotografías mías. Y no pienso quitarme la ropa delante del marido de Kerry. Así que olvídalo.
-No estarás desnuda. Llevarás algo de lencería -aseguró Joe metiendo el coche en el aparca­miento del teatro-. No tienes elección, Demi. Tie­nes que hacerlo. Forma parte del escándalo. Toda la prensa se hará eco.
-No me importa. Me has engañado.
-Hice lo que tenía que hacer —respondió él colo­cándose en la fila de coches que querían entrar al parking-. Se supone que vamos a tener un romance apasionado, y que yo estoy obsesionado contigo, y por eso he encargado un retrato erótico tuyo.
-No sé si voy a ser capaz -aseguró Demi mor­diéndose el labio inferior—. ¿Cuándo se supone que es la sesión?

 -Dentro de dos días —contestó Joe sin poder apartar los ojos de su boca—. Para entonces, ya te­nemos que estar durmiendo juntos. O fingiéndolo -aclaró-. Yo debería acompañarte a tu aparta­mento después de la obra y quedarme allí algunas horas, para que parezca que no hemos podido re­sistirnos. ¿Te parece bien?
-Sí -respondió ella.
Sus ojos se encontraron entonces. Se escuchó el sonido de un claxon, y Joe cayó en la cuenta de que la cola había avanzado sin que él se diera cuenta. El conductor de atrás le hizo un gesto para que se moviera, urgiéndolo a prestar atención a algo que no fuera la hermosa mujer con la que es­taba planeando un falso romance.
Cuando Joe y ella atravesaron el enmoquetado vestíbulo del teatro, el estómago de Demi co­menzó a protestar, y eso que la noche acababa de empezar.
-Deja que te ayude con el chal -sugirió Joe in­clinándose hacia ella.
-De acuerdo -contestó Demi, consciente de que él esperaba que se quitara la única protección que tenía.
Él permaneció detrás mientras ella se lo sacaba. Demi sentía su respiración sobre la nuca, calentán­dosela. En cuanto terminó de quitarse el chal, sus pezones chocaron contra la suave tela del vestido.
-Estás preciosa.
Joe seguía detrás de ella, y en aquel instante le tocó la piel, deslizando suavemente un dedo por su espina dorsal.

Demi pensó que aquello formaba parte del juego, parte del escándalo público. Pero su caricia había sido real, igual que su reacción. Todas y cada una de las terminaciones nerviosas de su cuerpo parecieron cobrar vida, invadiéndola con unas sensaciones que ni siquiera sospechaba que tenía.
Joe la abrazó por detrás y la estrechó contra sí. El trasero de Demi se estrelló contra su cremallera, y él le mordisqueó el lóbulo de la oreja.

En el vestíbulo del teatro había cientos de per­sonas tomando una copa y disfrutando del cóctel que se estaba sirviendo antes del estreno. Y du­rante un buen rato, la boca y las manos de Joe parecían moverse por todo su cuerpo. Demi se dio cuenta de que tenía los dedos peligrosamente cerca de sus pezones.
-Tal vez deberíamos buscar nuestros asientos -musitó ella con las rodillas temblorosas.