lunes, 29 de abril de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 20




–Hazlo sin la ropa puesta. Quiero ver cada milímetro de tu cuerpo perfecto.
 Demi se puso en pie y se desnudó despacio. No tenía experiencia en quitarse la ropa bajo la atenta mirada de un hombre. Se sintió de maravilla, increíblemente deseada. La adoración que él le había mostrado, prestando atención a sus pechos, era algo nuevo para ella. Y su mirada le gritaba que la consideraba hermosa.

 Si había tenido un poco de vergüenza al principio, pronto desapareció bajo la calidez de los cumplidos de Joseph.

 De hecho, se sentía sexy y llena de confianza.
 Después de apartar la mesita de café, Demi extendió la gran manta en el centro de la habitación. Él se puso en pie y comenzó a desvestirse con calma.

 Ella se quedó sin aliento. Cuando estuvo desnudo por completo, él le hizo una seña con la mirada para que contemplara cómo se tocaba a sí mismo. Todo en aquel hombre era grande, incluida la impresionante erección que se sostenía con la mano.

 En sus fantasías, Demi nunca había imaginado lo maravilloso que sería estar allí de pie, desnuda, a punto de hacer el amor con ese hombre. Se acercó a él y le quitó la mano, sustituyéndola por la suya. Quería sentirlo latir bajo sus dedos…
 ¿Estaría haciendo lo correcto?, se preguntó ella. Nunca se había sentido tan bien, reconoció y se puso de puntillas para besarlo.

 –Tendrás que tomar las riendas… –señaló él, conduciéndola hacia la manta–. No olvides que tengo la espalda lesionada…
 –No quiero hacerte daño –replicó ella, llevándose a un pecho la mano de él–. Como tú dijiste, los problemas de espalda se curan muy mal…

 –Sería feliz de cambiar la salud de mi espalda por una hora en la cama contigo.
 Qué fácil era perderse en el deseo y deleitarse con palabras que nunca había soñado con escuchar. Sin embargo, su sentido común le dijo que debía ser precavida y no lanzarse de cabeza a una situación que podía traerle sufrimiento.

 Eso era lo que ella quería. Había esperado mucho tiempo. En realidad, se había pasado cuatro años esperando. Aunque eso no significaba que todos sus sueños fueran a hacerse realidad. La vida no funcionaba de esa manera.

 Se tumbaron en la manta y ella se acurrucó contra él, acariciándole el pelo con los dedos.
 Al mirarle a la cara, Demi vio el pasado entrelazado con el presente, el muchacho que Joseph había sido y el hombre en que se había convertido. Los sentimientos que había albergado hacia él, habían ido creciendo y madurando con el tiempo. Estar allí solos en su casa le había hecho darse cuenta de eso. Lo que sentía por él ya no era un capricho de adolescencia. Ni lo había sido hacía cuatro años. Los caprichos no duraban tanto tiempo y se olvidaban con facilidad.

Demi lo amaba y sabía, sin comprender por qué, que si le hablaba de amor, él saldría huyendo. Obligándose a tenerlo en mente, se dijo que, aun así, quería acostarse con él.
 –Eres muy hermosa –dijo él, interrumpiendo sus pensamientos.
 –No es que quiera quitarle romanticismo al momento, pero no es eso lo que me dijiste hace cuatro años –repuso ella con una triste sonrisa.

 –Hace cuatro años, eras una niña.
 –¡Tenía veintiuno!
 –Y eras muy joven –murmuró él, apartándole un mechón de pelo de la cara–. Demasiado para alguien como yo. Pero has crecido mucho en los últimos años, Demi.
 Había crecido, sí, pero seguía siendo tan vulnerable como antes, admitió ella para sus adentros. Asintiendo, lo besó y trató de no pensar en nada.

 Se colocó a horcajadas sobre él y se inclinó para que pudiera tomarle un pezón la boca. Entonces, gimió, mientras él le acariciaba entre las piernas, deslizando los dedos entre su interior húmedo y caliente.

 –No es justo –protestó ella, apretándose contra él.
Joseph rio de placer.
 –Quiero saborearte –pidió él, sosteniéndola para que se enderezara y pudiera contemplar su cuerpo espectacular una vez más.

 Sus pechos eran perfectos, igual que sus pezones, y el vello negro de su pubis era tan dulce y aromático como la miel. Agarrándola de las caderas, se la colocó sobre la boca.

 Demi apoyó las manos en sus hombros y se estremeció al sentir su lengua saboreándola. Él se tomó su tiempo, lamiendo y explorándola, llevándola una y otra vez a la cresta del clímax. Era una experiencia increíble. En múltiples ocasiones, se había preguntado cómo sería tener sexo con él. Pero nunca había sido capaz de imaginar algo así.
 –No puedo soportarlo más –gimió ella y se apartó, tumbándose a su lado.
 –Yo tampoco –confesó él con voz jadeante.

 –¿Quieres que comprobemos cuánto aguante tienes? –dijo ella con tono provocador y se tumbó en sentido inverso, para que ambos pudieran explorarse con sus bocas al mismo tiempo. Al probar su erección, dura como el acero, se estremeció, mientra él la lamía entre las piernas.

 El deseo era demasiado fuerte, cuando ella se giró para besarlo en la boca.
 –Te necesito. Ahora.
 –Yo, también –repuso ella, conteniéndose para no confesarle su amor.
 –¿Usas algún método anticonceptivo?
 –No, pero…

jueves, 25 de abril de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 19




En el salón, que estaba calentito gracias a la chimenea, James se quitó la parte de arriba. Era cierto que le dolía la espalda a rabiar con el más leve movimiento, aunque también era verdad que lo había exagerado un poco para conseguir sus fines.

 Se tumbó bocabajo en el sofá y esperó mientras ella colocaba dos cojines en el suelo, a su lado, para sentarse.
 La piel de él estaba fría al principio. Tenía una espalda firme y bronceada, anchos hombros y cintura estrecha.

 Demi no hacía más que repetirse que eran solo amigos y que nada más que eso…
 Sintió cómo el cuerpo de James se relajaba bajo sus dedos. 

Sin embargo, ella estaba nerviosa. Le latía el corazón tan rápido que apenas podía respirar. Al menos, era una suerte que él no la estuviera mirando. Si no, hubiera adivinado que estaba… excitada.
 Demi se detuvo y le informó de que iba a ver el pollo.

 –No va a estar listo todavía –opinó él y se giró–. El pollo crudo… no es nada recomendable…
 –Sí… bueno… –balbuceó ella, tratando de no posar la mirada en su pecho desnudo.
 –Ha sido agradable.

 Ella se humedeció los labios, nerviosa. La atmósfera que los rodeaba se cargó de electricidad. Joseph le mantuvo la mirada, mientras ella se sentía incapaz de apartar los ojos.
 –Siéntate –ordenó él, apartándose un poco para dejarle sitio en el sofá.
 Como una autómata, Demi obedeció, sin estar muy segura de por qué.

 Entonces, él entrelazó sus dedos con ella, sin dejar de mirarla ni un momento.
 Demi se quedó clavada al sofá y se le quedó la boca seca, notando cómo él le acariciaba la mano con el pulgar.

 –¿Qué estás haciendo? –preguntó ella al fin, cuando el silencio comenzó a hacerse insoportable. Se esforzó por no bajar la vista a sus manos entrelazadas porque eso significaría admitir que sabía muy bien lo que él estaba haciendo. Acariciarle.
 ¿Sería su manera de agradecerle el masaje?

 ¿Era él consciente de lo que su contacto le producía? ¿Sería un mero gesto de amistad?
 –Te estoy tocando –murmuró él–. ¿Quieres que pare?

 Demi tardó un rato en reaccionar. Se había pasado toda la vida fantaseando con un momento así. Durante cuatro años, había tratado de convencerse de que los sueños no se cumplían en la realidad, de que él no se sentía atraído por ella.
 –¡Sí! No… esto no es… apropiado…
 –¿Por qué no?
 –Tú sabes por qué… –rezongó Demi. Había una buena razón, seguro, aunque ella no pudiera recordarla en ese momento.

 Sin dejarle tiempo para pensar, Joseph la atrajo despacio hacia él.
 Presa de excitación, Demi se estremeció. Era como una niña dispuesta a abrir los regalos el día de Navidad, preguntándose si estaría a la altura de sus expectativas…

 Ella sabía que no era buena idea, sin embargo, los unía una fuerza magnética e irresistible. Y su curiosidad era demasiado grande.

 Cerró los ojos con un suspiro y sus bocas se tocaron. Él le tocó el pelo y la agarró de la nuca, convirtiendo lo que había sido una suave caricia en algo eróticamente apasionado.

 Demi se apretó contra él. Haciendo un esfuerzo, levantó la cabeza para decirle con voz temblorosa que no deberían estar haciendo eso… que era mejor parar… que el pollo iba a quemarse en el horno…

  Joseph se rio y le informó de que eso era lo que debían hacer exactamente.
 Entonces, deslizó la mano debajo de la blusa de ella y le acarició la espalda, subiendo hasta llegar al broche del sujetador. Sin dejar de besarla, se lo desabrochó.

 –No soy una de tus muñecas de bolsillo… –protestó ella, de pronto, avergonzada e insegura.
 –Deja de hablar –ordenó él con voz ronca–. Quiero verte.

Demi se incorporó mientras él la sujetaba. Sus generosos pechos quedaron al descubierto. Él gimió de placer al verlos.

 –Me he muerto y he subido al cielo –murmuró él con respiración entrecortada.
 Con el pelo largo y rizado y la cabeza hacia atrás, era una diosa de la sensualidad, más bella que ninguna mujer que él hubiera visto en su vida.

 En una ocasión, ella se le había ofrecido. Pero Joseph había tenido que esperar cuatro años para poder aceptar su oferta. Le tocó los pezones con los dedos, acariciándolos en círculos, y su excitación creció cuando vio que se ponían erectos como respuesta.

Demi gemía y jadeaba con suavidad, pequeños ruidos que lo incendiaban. Joseph no creía que pudiera detenerse mucho tiempo con los preámbulos, pues ansiaba poseerla cuanto antes.

 Cuando ella se inclinó un poco, la agarró de la cintura y comenzó a lamerle los pezones, deleitándose con su sabor. Él era un hombre grande con manos grandes, perfectas para cubrir pechos tan abundantes.

 El sofá era amplio, pero no era fácil encontrar una postura cómoda.
 –Este sofá no me gusta –comentó él, levantando la cabeza un momento de sus pechos.
 –Puedo extender la manta delante del fuego…

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 18





–Sí –contestó ella. Había tomado una decisión. No iba a dejar que se le escapara una oportunidad así por las razones equivocadas. El pasado no debía interferir en su futuro–. Cuenta conmigo. Pero tienes que explicarme bien todas las condiciones y cuál sería el sueldo.

 –Creo que lo encontrarás generoso. Es una pena que no tengamos champán para celebrarlo.
Demi no estaba segura de que eso hubiera sido muy inteligente. El alcohol, Joseph y sus confusos sentimientos harían una poderosa mezcla.

 Como no tenía nada más que hacer por el momento, se sentó y lo miró, mientras él le daba un trago a su bebida de pie junto al fregadero.
 –Ya me has dicho que no te interesa, pero, si cambias de idea, siempre habrá un piso de la compañía disponible para ti.

 –Sí, no me interesa. Ellie… mi amiga de Londres… tengo alquilada una habitación en su casa. Me gusta saber que, siempre que vaya a Londres, voy a tener dónde quedarme.
 Entonces, Demi se preguntó dónde viviría él. ¿En un piso? ¿En una casa?
 –¿Dónde vives tú en Londres?

 –En Kensington –respondió él y se la imaginó en su enorme piso, tratando de preparar algo decente para comer. Se la imaginó, también, con un vaso de vino en la mano, riendo con esa risa tan fresca y tan característica suya. La imagen fue tan repentina y vívida que meneó al cabeza para volver al presente, frunciendo el ceño.
 –Qué bonita es esa zona –comentó ella.

 –Bueno, es un piso grande y no estoy seguro de que te pareciera bonito –admitió él. ¿Qué aspecto tendría Demi sentada delante de él en la mesa del comedor, riendo?
 –¿Por qué?
 –Es muy moderna y sé que nunca te han gustado las cosas modernas.
 –Puedo haber cambiado.

 –¿Sí?
 –No tanto –confesó ella y le dio un trago a su bebida–. Por eso, sigo alquilando una habitación en casa de Ellie. Me gusta el barrio donde está y me gusta que la casa sea pequeña, acogedora y de estilo victoriano. Tiene un jardín y, en verano, se pone precioso.

Joseph pensó que, en ese caso, a ella no le habría gustado nada el piso de la compañía, que estaba diseñado al estilo moderno, con paredes de color pálido, suelo pálido de madera, cuadros abstractos, cocina de última tecnología y todas las comodidades conocidas.

 –Creo que deberías enviar un correo a tu empresa informándoles por anticipado de que planeas regresar a Inglaterra. Cuanto antes se lo digas, mejor –sugirió él. Estaba ansioso porque ella firmara el contrato.

 –¿Estás seguro de que no quieres entrevistar a ningún candidato más?
 –Nunca he estado más seguro de nada en toda mi vida.
 –¿Cómo tienes la espalda? Siento no habértelo preguntado antes, estaba absorta pensando en tu oferta de trabajo…

 –Los analgésicos están cumpliendo su función.
 Joseph dio un paso hacia ella. No podía dejar de imaginársela en su casa, mirándolo como quería que lo mirara, levantando los labios hacia él, cerrando los ojos…

 Recordó su sabor cuando lo había besado hacía cuatro años. Nunca lo había olvidado. Se había ofrecido a él con inocencia y él la había rechazado, incapaz de aprovecharse de la situación. En el presente, sin embargo, ella no se le había ofrecido. Pero la deseaba. Le gustaba la mujer en que se había convertido. Independiente, segura de sí misma, inspiradora. En todos los sentidos, era distinta de las mujeres con las que había salido en el pasado.

 Cuando pensó en el francés, de nuevo, tuvo que reprimir un ataque repentino de celos. Él nunca había sido celoso, pero siempre había una primera vez…

 –Pero todavía me duele. Tendré que ir al médico cuando vuelva a Londres –indicó él y se apoyó en la mesa, mirándola a los ojos–. Igual tengo que ir al fisioterapeuta. ¿Quién sabe? Los problemas de espalda pueden durar años…
 –¿De veras?

 –Sí –confirmó él–. Por eso, había pensado que igual es buena idea que me des un masaje.
 –¿Un masaje?

 –Es mucho pedir, lo sé, pero no quiero despertarme a las dos de la mañana loco de dolor. Tampoco quiero que, cuando la nieve se haya despejado, siga sin poder moverme ni ir a trabajar.

 –¿Y crees que un masaje te ayudaría?
 –No me haría ningún daño. Ayer no me atreví a pedírtelo, porque me di cuenta de que tenías algún problema conmigo.

 –No tenía ningún problema –negó ella con torpeza–. Lo que pasa es que me sorprendió encontrarte aquí.

 –Pero, por suerte, parece que hemos superado nuestras diferencias. Por eso, ahora sí me atrevo a pedirte este favor… a menos, claro, que prefieras no ayudarme… lo que comprendería…

 –Bueno, solo mientras se hace el pollo.
 ¿Un masaje? Si Joseph supiera lo que ella había estado pensando, esa habría sido la última petición que le habría hecho. Ya la había rechazado una vez. Y no dudaría en hacerlo de nuevo, solo si adivinara lo tentada que estaba de volver a hacer otra tontería.

 Aunque era capaz de controlarse, se aseguró a sí misma. Sin embargo, no creía que fuera buena idea tocarlo. Pero ¿qué excusa podía darle para librarse de ello?

 Como Joseph había dicho, habían superado sus diferencias, habían hecho las paces, eran amigos… Él no sentía nada por ella. Y no podría comprender que su amiga no quisiera ayudarle con algo tan inocente como un masaje, sobre todo, cuando la lesión de la espalda podía acabar teniendo repercusiones duraderas.
 –Cinco minutos –aceptó él–. Seguro que me sienta bien…

Química Perfecta Epilogo




Epílogo
Veintitrés años más tarde
   
    La señora Peterson cierra la puerta del aula.
    —Buenas tardes y bienvenidos al último año de química—anuncia, antes de sentarse al borde de la mesa y abrir una carpeta—. Agradezco que se hayan tomado la molestia de elegir asientos, sin embargo, yo ya había dispuesto la organización de los mismos... por orden alfabético.

    Los estudiantes suspiran, el mismo sonido que le ha dado la bienvenida el primer día de clase en el Instituto Fairfield durante los últimos treinta años.
    —Mary Alcott, ocupe el primer asiento. Su compañero será Andrew Carson.
    La señora Peterson continúa nombrando a los estudiantes, y ellos van sentándose a regañadientes en los asientos asignados, cerca de sus compañeros de laboratorio.
    —Paco Jonas —dice la señora Peterson, señalando la siguiente mesa.
    El joven ocupa el asiento asignado. Tiene los ojos azules claros de su madre y el pelo negro y ahumado de su padre.

    La señora Peterson mira a su nuevo estudiante por encima de las gafas.
    —Señor Fuentes, no crea que esta clase será pan comido sólo porque sus padres hayan tenido la suerte de desarrollar un tratamiento para detener el progreso del Alzheimer. Su padre no acabó nunca mi clase y suspendió uno de mis exámenes, aunque creo que quien merecía el suspenso era su madre. No obstante, eso solo significa que espero más de usted que de ningún otro.
    —Sí, señora.

    La señora Peterson repasa su lista.
    —Julianna Gallagher, por favor, siéntese junto al señor Jonas.
    La señora Peterson repara en el rubor de Julianna cuando se sienta en el taburete y en la pícara sonrisa de Paco. Tal vez la marea se desate de nuevo después de treinta años, aunque no está dispuesta a correr el riesgo.

    —Y para aquellos dispuestos a armar jaleo, han de saber que mi política de tolerancia es cero...

Fin

los tres Capítulos dedicado a lovaticforever por estar de cumpleaños el día de hoy Happy Birtday linda que cumplas muchos años mas saludos.

Química Perfecta Capitulo Final




Demi

Cinco meses después
   
  
  La fragancia de agosto en Colorado definitivamente es distinta a la de Illinois. Me sacudo el pelo. Con mi nuevo corte, no tengo que molestarme en alisar el cabello encrespado mientras intento desempaquetar las maletas en la habitación de la residencia universitaria.

    Mi compañera de cuarto, Lexie, es de Arkansas. Parece un hada, pequeña y dulce. Podría pasar por una da las descendientes de Campanilla. Juraría que nunca le he visto poner mala cara. Sierra, que está en la Universidad de Illinois, no ha tenido tanta suerte con su compañera de cuarto, Dará.

La chica ha dividido el armario y la habitación en cuatro partes separadas y se levanta a las 5:30 todos los días (fines de semana incluidos) para trabajar en la habitación. Sierra está de los nervios, pero como pasa la mayor parte de tiempo en el cuarto de Doug, va capeando el temporal.
    — ¿Estás segura de que no quieres venir con nosotras? —me pregunta Lexie con su enérgico acento de campo. En el parque del campus se celebra una especie de fiesta de bienvenida para los estudiantes de primero.

    —Tengo que deshacer el equipaje, y luego quiero ir a visitar a mi hermana. Le prometí hacerlo en cuanto acabara con las maletas.

    —Vale —dice Lexie mientras se prueba distintas combinaciones de ropa para conseguir el «aspecto perfecto» para esta noche. Guando da con un conjunto, se arregla el pelo y empieza a maquillarse. Me recuerda a mi antigua yo, aquella que intentaba desesperadamente cumplir con las expectativas de todos.

    Cuando Lexie se marcha media hora más tarde, me siento en la cama y saco el móvil. Lo abro y miro la foto de Joe Detesto sentir aquella necesidad. He intentado muchas veces borrar las fotos, borrar el pasado. Pero no puedo.

    Meto la mano en el cajón del escritorio y saco la bandana de Joe, recién lavada y plegada en un pequeño cuadrado. Acaricio la suave tela, recordando el momento en que Joe me la regaló. Para mí, no representa a los Latino Blood, sino a Joe.
    Suena el teléfono y regreso al presente. Es alguien de Sunny Acres. Cuando contesto, una voz de mujer dice:
    — ¿Podría hablar con Demi Lovato?
    —Yo misma.
    —Soy Georgia Jackson, de Sunny Acres. Todo va bien con Shelley, pero le gustaría saber si estará aquí antes o después de la cena.
    Miro el reloj. Son las cuatro y media.

    —Dígale que estaré allí en quince minutos. Ahora mismo salgo.
    Después de colgar, dejo la bandana en el cajón del escritorio y guardo el teléfono en el bolsillo.

    Cojo el autobús hasta la otra punta de la ciudad. Antes de darme cuenta estoy avanzando por la sala de Sunny Acres donde, según la recepcionista, encontraría a mi hermana.

    Primero diviso a Georgia Jackson. Ha sido el vínculo entre Shelley y yo cuando llamo para preguntar por ella cada pocos días. Me recibe con un caluroso abrazo.
    — ¿Dónde está Shelley? —le pregunto, recorriendo la habitación con la mirada.
    —Jugando a las damas, como de costumbre —responde Georgia, señalando un rincón. Aunque Shelley está de espaldas, reconozco la parte posterior de su cabeza y la silla de ruedas.

    Está gritando, señal de que va ganando.
    Cuando me acerco, reconozco a la persona que está jugando con ella. El cabello negro tendría que haberme dado una pista de que mi vida está a punto de dar un giro sorprendente, aunque no había podido verlo bien hasta ahora. Me quedo paralizada.
    No puede ser. Mi imaginación debe de estar jugándome una mala pasada.
    Sin embargo, cuando se da la vuelta y me atraviesa con aquellos ojos negros que tan bien conozco, la realidad me golpea como un martillo.

Joe está aquí. A diez pasos de mí. Ay, madre, todo lo que siento por él me invade de nuevo con la fuerza de un maremoto. No sé qué decir, qué hacer. Me vuelvo hacia Georgia, preguntándome si ella sabía que Joe estaba aquí. Por su expresión esperanzada comprendo que sí.

    —Ha venido Demi —oigo que le dice Joe a mi hermana antes de ponerse de pie y dar la vuelta a la silla de ruedas, cuidadosamente, para que Shelley pueda verme.
    Me acerco a mi hermana como un robot y la abrazo. Cuando la suelto, Joe se planta ante mí. Lleva unos pantalones de algodón de color caqui y una camisa azul de cuadros. No puedo dejar de mirarle. El estómago empieza a darme vueltas y me siento mareada. El mundo se desvanece a nuestro alrededor. En aquel instante solo existe él.
    Finalmente, consigo recuperar la voz.
    — ¿ Joe...? ¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto con un nudo en la garganta.
    Él se encoge de hombros.
    —Le prometí a Shelley la revancha, ¿verdad?

    Estamos cara a cara y alguna fuerza invisible no me permite apartar la mirada de él.
    — ¿Has venido hasta Colorado solo para jugar a las damas con mi hermana?
    —Bueno, no es la única razón. Voy a la universidad de Colorado. Tras salir de los Latino Blood, la señora P. y el director Aguirre me ayudaron a graduarme. Vendí a Julio. Estoy trabajando en la asociación de estudiantes y ya tengo un crédito.
    ¿ Joe? ¿En la universidad? Su camisa, perfectamente abotonada en los puños, esconde la mayoría de los tatuajes de los Latino Blood.

    — ¿Dejaste la banda? Pensaba que era demasiado peligroso, Joe. Dijiste que la gente que lo intentaba acababa muerta.

    —Me fue de un pelo. Si no hubiese sido por Gary Frankel, seguramente no lo habría conseguido...
    — ¿Gary Frankel? — ¿El tipo más agradable del instituto? Estudio detenidamente su rostro y descubro una nueva cicatriz sobre el ojo y otras con muy mala pinta en la oreja y el cuello—. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué te hicieron?

    Él me coge de la mano y la coloca sobre su pecho. Su mirada es tan intensa y oscura como la primera vez que reparé en él, el primer día del último curso del instituto, en el aparcamiento.

    —Tardé mucho tiempo en comprender que debía poner las cosas en su sitio. Enfrentarme a mis propias decisiones. A la banda. Me golpearon y me marcaron como a un ternero; pensé que no iba a salir de aquella. Pero todo eso no fue nada comparado con el hecho de perderte. Si pudiera tragarme cada palabra que te dije en el hospital, lo haría. Pensé que si te apartaba de mí, evitaría que acabaras como mi padre o Paco. —Levanta la mirada y me atraviesa con sus ojos—. Nunca volveré a apartarte de mi lado, Demi. Nunca. Te lo prometo.

    ¿Le golpearon? ¿Le marcaron? Siento nauseas y las lágrimas empiezan a agolparse en mis ojos.
    —Shh —dice él, rodeándome con los brazos y frotándome la espalda con la palma de las manos—. No te preocupes. Estoy bien —canturrea una y otra vez con la voz ahogada.
    Me siento bien. Podría quedarme entre sus brazos toda la vida.
Joe apoya su frente en la mía.

    —Tienes que saber algo. Acepté la apuesta porque en el fondo sabía que si me involucraba emocionalmente estaría acabado. Y estuvo a punto de ocurrir. Has sido la única chica que ha conseguido que lo arriesgue todo por un futuro que merecía la pena —confiesa, enderezándose y dando un paso atrás—. Lo siento. Demi, dime lo que quieres y te lo daré. Si crees que serás más feliz sin mí, solo tienes que decírmelo. Pero si todavía me quieres, haré todo lo que esté en mi mano para que esto... —dice, señalándose la ropa—. ¿Cómo puedo demostrarte que he cambiado?
    —Yo también he cambiado —le aseguro—. Ya no soy la niña que era antes, y lo siento, pero esa ropa... no te pega nada.
    —Es lo que te gusta.

    —Te equivocas, Joe. Yo te quiero a ti, no una imagen idealizada. Definitivamente, prefiero los vaqueros y la camiseta, es lo que te hace ser tú mismo.
Joe baja la mirada para observar su atuendo y suelta una carcajada.
    —Tienes razón —admite, mirándome de nuevo—. Una vez dijiste que me querías. ¿Sigues sintiendo lo mismo?

    Mi hermana observa toda la escena. Sonríe abiertamente, dándome la fuerza que necesito para decirle la verdad.

    —Nunca he dejado de quererte. Ni siquiera cuando intenté olvidarte desesperadamente. No lo conseguí.

    Deja escapar un lento y profundo suspiro y, más aliviado, se frota la frente. Tiene los ojos vidriosos por la emoción. Cuando noto que mis ojos se empiezan a humedecer, lo agarro por la camisa.

    —No quiero discutir todo el tiempo, Joe. Salir contigo debería ser divertido. El amor debe ser divertido. —Tiro de él. Quiero sentir sus labios contra los míos—. ¿Podremos conseguirlo?
    Nuestros labios se rozan ligeramente y entonces se aparta de mí...
    Oh, dios mío.
    Se arrodilla, me sujeta las manos entre las suyas y el corazón empieza a latirme con fuerza.

    — Demi Lovato, te demostraré que soy el chico que estabas convencida que era hace diez meses. Me esforzaré por llegar a ser la persona que quiero ser. Tengo planeado pedirte que te cases conmigo dentro de cuatro años, el día que nos graduemos. —Ladea la cabeza y su voz adopta un tono más juguetón—. Y te garantizo una vida llena de diversión. Sé que no podremos evitar alguna que otra pelea porque eres una persona muy apasionada... pero estoy deseando que ocurra porque después vendrán las increíbles reconciliaciones. Tal vez algún día podamos regresar a Fairfield y convertirlo en el lugar que mi padre siempre deseó. Tú, yo y Shelley. Y cualquier otro miembro de la familia Lovato o Jonas que quiera formar parte de nuestras vidas. Seremos una extravagante familia mexicano-americana. ¿Qué me dices? Brittany, mi alma te pertenece.

    No puedo evitar sonreír mientras me enjugo una solitaria lágrima que desciende por mi mejilla. ¿Cómo no voy a estar locamente enamorada de este chico? El tiempo que hemos pasado separados no lo ha cambiado en absoluto. No puedo negarle otra oportunidad. Sería como engañarme a mí misma.

    Ha llegado el momento de arriesgarse, de confiar una vez más.
    —Shelley, ¿crees que tu hermana volverá a aceptarme? —le pregunta Joe con el pelo peligrosamente cerca de los dedos de mi hermana. Sin embargo, Shelley no tira de él... sino que le da unos suaves golpecitos en la cabeza. Las lágrimas empiezan a inundar mis mejillas rápidamente.

    — ¡Sí! —grita Shelley con una sonrisa de oreja a oreja. Parece más feliz y alegre de lo que ha estado en mucho tiempo. Tengo a mi lado a las dos personas que más quiero en el mundo, ¿qué más puedo pedir?

    — ¿Qué carrera has elegido? —le pregunto a Joe.
    Me mira con su irresistible sonrisa y responde: —Química. ¿Y tú?
    —Química —le digo, rodeándole el cuello con los brazos—. Bésame para que podamos averiguar si todavía existe química entre nosotros. Porque mi corazón, mi alma y todo lo demás ya es tuyo.
    Finalmente, sus labios rozan los míos, con mayor intensidad de la que puedo recordar.
    Vaya. Parece que, después de todo, el mundo no se ha acabado. He podido retroceder en el tiempo, incluso sin pedirlo.