Así Juego Yo.
Uno nunca esperaría sentir la
necesidad física de arrancarse la cabeza, pero allí estaba ella, demostrando
que a veces incluso la mente está en desacuerdo con lo que dicta la lógica.
Había ciertas partes de su
cerebro, que parecían estar despertando lentamente a la sobriedad, algunas
otras seguramente no volverían a ver la luz del día. Demi estaba casi segura de haber matado, más de la mitad de sus
neuronas con ese condenado alcohol etílico.
Porque no podía ser otra cosa que
eso, nadie se ponía tan ebrio con licores buenos. Maldito doctor, maldita
Connie, maldito Joseph…malditos
sean todos los que la pusieron en aquella situación.
Pero bien, de nada valía
injuriarse por el pasado. Estaba en su cama, estaba sana y salva; y a partir de
ese segundo estaba por comenzar a invernar, hasta sentir que todo en su mente
volvía al cause común.
Se prometió en ese instante no volver a tocar el
alcohol, incluso si se cortaba prefería morir de tétanos antes de intentar
desinfectarse con él. Dios la cabeza le daba vueltas y su estómago parecía
contraído en una diminuta bola, sentía que con cualquier estimulo se activaría
como la noche anterior y le sería imposible contener los vómitos. Asco, ella
era un asco. ¿Cómo había caído tan bajo?
Se removió un tanto incomoda y
soltó un quedo gemido al aire ¿Podía ser posible que incluso aquello le hiciera
retumbar las sienes? Sí podía ser.
—Voy a morir —susurro aletargada,
mientras hundía el rostro en la almohada y se dejaba embriagar por ese aroma
tan particular.
Que extraño que su almohada
oliera a hombre, teniendo en cuenta que su cama era como la superficie lunar,
el último avistamiento masculino databa de mil novecientos sesenta.
No le dio mucha importancia y
prosiguió con su labor de hundir el rostro, en la suave, tibia y musculosa
superficie. ¡Aguarden! ¿Musculosa? Demi abrió los ojos abruptamente,
para encontrarse con piel… ¡Piel! No, no solo con piel, sino con todo un hombre
completo debajo de ella. Corrección, un hombre completamente desnudo.
—Ay Dios…—soltó en un suspiro,
plantando las manos en el pecho de aquel hombre para incorporarse.
Pero fue ese
único movimiento el que finalmente termino por despertarlo y de ser posible Demi, paso de avergonzada y
confundida a literalmente estupefacta.
—Buenas—Saludo él con una sonrisa
de suficiencia en sus labios, ella no respondió, no respiro, no...
Solo se quedó allí, mirándolo sin
dar crédito de que él estuviese ocupando su cama. Todo despeinado el condenado,
con el torso —
¡Sí! El de Botticelli— expuesto en toda su gloria y esos ojos
azules resplandeciendo de vivacidad, como si cargara una
lámpara a un lado para crear ese efecto devastadoramente apuesto.
— ¿¡Qué demonios haces
aquí!?—exclamo cuando sus adormecidas neuronas, terminaron de conectar los
sucesos.
Joseph frunció el ceño y sin hacerle
caso, la empujo a un lado para darse la vuelta y volver a conciliar el sueño.
Demi observo su espalda, observo como
los músculos se le tensaban por un instante, para luego dar paso al típico
respirar acompasado propio del descanso. Ella puso los ojos en blanco y soltó
un sonoro suspiro, antes de asestarle un golpe y luego otro y otro, hasta que
él decidió devolverle la atención.
— ¡Quieres detenerte ya!—Le grito
tomándola por las muñecas, hasta tumbarla en la cama y presionarla con el peso
de su cuerpo de gorila.
—Suéltame—Pidió notando como su
respiración se había ido a las nubes con ese simple cambio de posiciones, pero
a decir verdad esa la dejaba a ella en marcada desventaja— ¡Joseph suéltame!
— ¿Y si no quiero?— Demi se mordió el labio con impotencia y él soltó una carcajada,
liberándola al mismo tiempo—Miedosa.
—No tengo miedo.
—Claro que sí.
— ¿Qué haces en mi cama?—Él
volvió a reír, pero de un modo que le erizo hasta los vellos de la nuca.
—Mira otra vez cariño—Con un
ademan le apunto la habitación y ella como una estúpida, siguió el movimiento
con sus ojos para nuevamente encontrarse perdida. Demi escrudiño todo con calma, sin
reconocer los colores de ese cuarto, los muebles o siquiera la cama donde
estaba sentada.
— ¿Qué…?—inquirió con la voz en
un susurro— ¿Dónde…?
—En mi casa.
Las palabras de Joseph se colaron por sus oídos,
deteniéndole el corazón al mismo tiempo. Su casa ¡Su casa! ¿Qué demonios hacia
ella en su casa? Peor ¿Por qué estaba acostada con él? ¡No podía ser cierto!
¿¡Con Joseph!?
No sabía que la molestaba más,
haberse acostado con él ebria o el no recordarlo en absoluto.
— ¿Tú y yo…?—preguntó con la
garganta seca, repentinamente la sentía como si intentara pasar arena por entre
sus cuerdas vocales.
—Oh si, toda la noche—Eso era
todo, oficialmente estaba muerta.
Sí, su corazón ya no latía, sus
pulmones habían colapsado cual víctima de accidente automovilístico y su
cerebro…
¿Qué cerebro? Solo una estúpida descerebrada se acostaría ebria, con
el hombre con el que se supone debe trabajar. Se sentía como una de esas
secretarias busconas, las mismas que usaban su cuerpo para obtener un aumento.
Solo que ella obtendría una patada en el trasero y un “gracias por los
servicios prestados” Estúpida, era una palabra demasiado bonita para definirla.
—No puede ser…—murmuro resignada.
Pero entonces la confusión dio paso a un sentimiento mucho, mucho más
liberador. La ira— ¿¡Por qué!?—Increpo mirando a su compañero de cama— ¿Por qué
hiciste eso? ¿Acaso…acaso eres idiota?
— ¿Idiota? ¿Y eso porque? Anoche
no pensabas lo mismo, es mas no dejaste de decirme cuanto me adorabas y que
esta era la única forma en que podrías pagarme...
— ¿Pagarte?—Lo interrumpió
chillando.