jueves, 27 de junio de 2013

Mi Adorable Rebelde capitulo 24




De acuerdo dije y colgamos.
¡Papá! grité.
¿Qué?
¿Dónde estás?
¡En la sala!
Fui a la sala y me paré cerca de él, que estaba reclinado en su mecedora.

Papá, ¿Cómo pudiste olvidarte de decirme que la señora McCraken había sido arrestada por cultivar marihuana en el macetero de la ventana?
Antes de que pudiera responder, sonó el timbre.

Voy yo dije y le dediqué una mirada cargada de significados Después quiero que me cuentes toda la historia.
Él suspiro.

¡La cena está lista! volvió a anunciar mamá desde la cocina. Abrí la puerta de calle. Dos hombres en traje de civil estaban de pie en el porche. Ya había oscurecido, y el viento comenzaba a despeinarles el pelo cortado casi al ras.
Hola dije.

Hola contestó uno de ellos Estamos buscando a Martin Merrill.
Me crucé de brazos. Puedo reconocer a un detective apenas lo veo.
¿Puedo ver su placa o distintivo o como se llame? pregunté.

El hombre sonrió y mostró rápidamente su credencial. Me hice a un lado para permitirles el paso.

Oh, caramba dijo mamá al salir de la cocina. Se veía bastante confusa. Estábamos a punto de sentarnos a comer y no me gusta demorarme porque la nena se pone muy molesta… ¿Quieren acompañarnos?

Siempre invita a la gente a cenar, incluso sin tener la más minima idea de quienes son. Desafío a un ladrón a que entre en nuestra casa por la fuerza y salga sin obtener una invitación a cenar por parte de mi madre.
Los detectives se miraron.

En realidad, necesitábamos hablar unos minutos con el señor Merrill para aclarar algo dijo uno de ellos.

Bueno, ¿pero no tienen apetito? argumentó mamá En algún momento tienen que comer. ¿No?

¿Cuál es el menú? dijo el detective nº 2 con ojos brillantes Hay muy buen olor.

Carne asada dijo mi madre con una sonrisa alentadora dirigida a él Con papas y arvejas.
¿Y salsa? preguntó el hombre.
Mamá asintió.

Por supuesto dijo Jamás serviría carne asada sin salsa.
Eso me suena muy bien dijo el detective. Nos dijo que su nombre era Marcus y que su compañero era el detective Kaminsky.

Luego agregó que debía lavarse las manos, y mientras Liz le mostraba el camino, el detective Kaminsky ayudó a Annie a poner dos cubiertos más en la mesa. Nos sentamos a comer.

Entonces dije con tono casual ¿la señora McCracken va a estar en el colegio mañana?

Oh, sí repuso el detective Marcus Ni siquiera la llevamos a comisaría.
¿De veras? preguntó mamá Parece que las madres de los compañeros de juego de Debbie se enteraron de una versión muy distinta.
Dijeron que la habían arrastrado a la cárcel y demás.

Hmmm dijo el detective Kaminsky. Estaba sentado entre Annie y Liz Nos limitamos a interrogarla en la oficina del colegio, confiscamos el macetero y lo llevamos al laboratorio para hacer un análisis.

¿Y qué encontraron? preguntó papá.
El detective Kaminsky pareció incomodo.
Encontramos una cantidad de semillas suficiente como para producir unos cien gramos de marihuana.

Mi padre apoyó la cabeza en sus manos.
No creerán realmente que Virginia McCracken cultivaba marihuana ¿no? Mi madre parecía muy divertida. Le dio a Debbie una cucharada de puré de batata La conocemos hace años, y si hay una persona escrupulosa…

Oh, no señora dijo el detective Marcus Estamos seguro de que la señora McCracken no sabía que estaba infringiendo la ley. Pensó que cultivaba geranios.
¡Geranios! exclamó mamá ¿De dónde saco ella esa idea?

Alguien le dio semillas para que las plantara explicó el detective Marcus ¿Puedo servirme un poco más de salsa, por favor?
Anne le pasó la salsera.

¿Me muestra su revólver después de la cena? le preguntó ¿podemos ir al patio trasero y tirar contra algo?¿contra una lata o una botella?¿Cuantos años hay que tener para ser mujer policía? ¿Quiere darme un problema matemático para que lo resuelva mentalmente?

Anne, espera un momento dijo papá.
Miró al detective Kaminsky
¿Puedo saber que hay detrás de todo esto, por favor?

El detective Kaminsky suspiró. 

miércoles, 26 de junio de 2013

Marido De Papel Capitulo 12




Bueno, señor —dijo Tilly riéndose entre dientes—, estuvo brillante. Sin levantar la voz en ningún momento, ni insultarla, la dejó a la altura de una zapatilla. Betty le preguntó si era la chica del establo. 

Su mirada parecía de hielo.
— ¿La mirada de quién? ¿De Demi?
Ella sacudió su cabeza.

—Betty. Parece muy rica, muy arrogante y muy pagada de sí misma, según parece por su forma de actuar —frunció el ceño—. Señor, ¿va a permitir que vuelva a hacerle daño otra vez?

Él no tenía respuesta para eso. El recuerdo de Betty en su cama lo había atormentado desde el divorcio, a pesar de la maravillosa noche que había pasado junto a Demi.

—No —dijo más tarde—. Ciertamente no voy a darle más cuerda a nadie para que me ahorquen con ella.

—Podía haber pensado en decirle eso a Demi —musitó Tilly—. No creo que le guste demasiado, después del enfrentamiento que acaba de tener. Sobre todo viendo los arreglos que ha hecho para dormir aquí.

Él abrió la boca para contestarle acaloradamente, pero ella ya estaba entrando por la puerta de la cocina. 

Estaba asombrado. Tilly rara vez hablaba de forma tan acalorada, pero tenía razón. No había ayudado nada con la situación.

—Trae una bandeja con café a la sala de estar —le gritó a continuación. No había contestado, pero asumió que lo había oído al igual que, probablemente, la mitad del condado.

 Fue hacía la sala de estar, intentando no pensar en cómo iba a afectarle ver a Betty. No estaba tan preparado como había pensado. Era un completo shock. 

Ella tenía 20 años cuando lo dejó. Era una chica frívola a la que le gustaba ligar y tener hombres a su alrededor que le compraran cosas bonitas. Habían pasado diez años. Ahora tendría treinta y estaba tan guapa como siempre, más madura, mucho más sensual. 

Los años parecían no haber pasado por ella y él seguía teniendo hambre de esta mujer que lo engañó y después se lo quitó de encima.
Ella vio su reacción y sonrió con el cuerpo entero.

Joe, ¿Cómo estás? —le preguntó, acercándose. Aunque su marido estaba mirando, se alzó y le plantó un fuerte beso en la boca, que duró más de la cuenta, y rió suavemente cuando él no se retiró. Podía sentir su tensión y por qué no la había rechazado. 

Él odiaba que ella supiera lo que sentía, y no pudo resistirse a devolverle el beso y lo hizo a fondo. 

Su habilidad debió sorprenderla, ya que sintió su grito de asombro momentos antes de que levantara la cabeza—. 

Madre mía, ¡voy a tener que cambiar de amante! —dijo pegándose contra él con una ronca risa.

Él buscó en sus ojos emoción, amor. Pero no encontró nada. Nunca lo había habido. Lo que él sentía por Betty nunca había sido correspondido. 

Su sonrisa victoriosa lo trajo de vuelta al presente. Diez años eran mucho tiempo. No había cambiado nada. 

No debía olvidar que ella, a pesar de cuerpo exquisito y sus besos apasionados, lo dejó por un hombre más rico.

 Y ahora Joe estaba casado. Demi era su esposa en todos los sentidos. Parpadeó. Por un momento había besado a su ex mujer y mientras pensaba en Demi. Se sentía culpable.

—Te ves muy bien, —le dijo a Betty, mientras se acercaba a su amigo Bob que estaba más atrás. Sacó la mano para saludarlo—. ¿Cómo estás, Bob? —le preguntó, pero más fríamente que antes de su divorcio.

Bob sabía que su sonrisa era fingida, mientras que le devolvía el saludo.

—Todo está bien —le dijo—. Un poco retrasado, pero todavía tengo tiempo. Y a ti ¿Cómo te ha ido?

—Muy bien —contestó Joe con una leve sonrisa burlona.

—Eso me ha parecido —dijo el hombre mayor, con amabilidad—. Has montado un gran revuelo entre los ganaderos y he oído que una de tus crías de dos años hará su debut este año en la pista.

—Así es más o menos. ¿Cómo va el negocio de las aves de corral?


—He perdido la mayor parte de mis acciones —dijo Bob, haciendo una mueca—. 

Estaba tan ocupado viajando no me di cuenta que había perdido el control hasta que en una lucha por el poder, perdí —añadió, sin mirar a Betty—. 

Luego tuve un pequeño derrame cerebral y, ahora, mis acciones son bastante pocas. Estamos viviendo cómodamente de dividendos procedentes de diversas fuentes.

Marido De Papel Capitulo 11




Demi miró otra vez fijamente su gruesa alianza de oro en su mano. Llevaban ya en Jacobsville dos semanas, y ahora vivían en su mansión de extensión grande del ladrillo. El ama de casa, Tilly, había estado con Joe durante mucho tiempo.

 Ella era buena y amistosa y estaba secretamente divertida por la forma despótica con la que Joe había manejado su boda, pero no dijo una palabra. 

Ella cocinó y limpió y se mantuvo apartada.
Al principio, Demi estaba inquieta. Su recién estrenado marido no había vuelto a acostarse con ella desde el día de boda, y ella no quería sugerírselo por miedo a parecer posesiva.

 Pero le molestaba que él no quisiera hablar abiertamente sobre su matrimonio. Seguramente no estaría teniendo aventuras ya, ¿o sí?

Era lógico que pensara así porque, a pesar de su ardor en Las Vegas en su noche de bodas, no la había tocado desde entonces. 

Era cortes y atento, incluso cariñoso. Pero no la había vuelto a tocar como mujer. Ahora era como un amigo. Insistió, sin ninguna explicación, en tener dormitorios separados, apartándose de ella físicamente hasta el punto en que ni siquiera le tocaba la mano. 

Esta situación la tenía muy nerviosa.
Sin embargo, su comportamiento comenzó a tener sentido cuando, a la mañana siguiente, Tilly fue a abrir la puerta y dos extraño entraron en la casa como si fuera suya.

— ¿Dónde está Joe? Cuando vio a Bob en el banco, le invitó a almorzar —dijo rápidamente la mujer, una trigueña llamativa—. ¿No dijo que estaría aquí ya, Bob? —

le preguntó al hombre bastante más mayor y ligeramente calvo, que había a su lado. 

Estaba pálido y parecía enfermo. Él se encogió de hombros como si no le importara demasiado. Le echó un vistazo en Demi con una sonrisa apreciativa, pero él parecía no tener energía ni siquiera para hablar.

—No sé donde está. Acabo de llegar a casa, —dijo Demi. 

Era muy consciente de su aspecto. Llevaba vaqueros, botas y una camisa polvorienta, porque había ido a su propio rancho para comprobar como estaba su pequeña manada del ganado. Olía a establo y de su trenza se habían escapado varios mechones que la hacían parecer despeinada.

—¿Y quién es usted, la chica del establo? —preguntó la mujer con algo parecido a una sonrisa. 

A Demi no le gustaba la actitud de la mujer, ni su actitud, ni su mirada super maquillada, ni el olor de su costoso perfume costoso en el que parecía haberse bañado.

—Soy la esposa de Joseph Jonas, —contestó de forma cortante—. ¿Y quien se piensa que es usted, para entrar en mi casa e insultarme? —agregó de la misma forma y con los ojos echando chispas.

El nombre que ella le dijo, le produjo a la mujer un estremecimiento, pero rápidamente se transformó en hostilidad y dijo torpemente.

—Soy Betty Jonas. Quiero decir, Betty Collins, —rectificó confundida y se limpió una lágrima—. ¡No sabía que Joe… se había vuelto a casar! No me dijo nada sobre esto.

—Nos conocemos desde hace muchos años, pero solo llevamos casados unas semanas —contestó Demi, furiosa con Joe por ponerla en una posición tan incómoda. Él no le había dicho nada sobre que su ex mujer fuera a venir de visita—. 

Tilly, acompáñalos a la sala de estar, —le dijo al ama de llaves—. 
Estoy segura de que Joe está a punto de llegar —añadió secamente—. 

Si me disculpan, tengo cosas que hacer —dijo dirigiéndole una sonrisa al hombre, ya que éste no había sido descortés, pero no le dijo nada a Betty. 

Sus sentimientos habían sido heridos cuando la mujer le preguntó que quien era.
Fue hacia la escalera y subió sin mirar atrás.

—No ha sido muy amable ni hospitalaria —dijo Betty a su marido mirando fríamente hacia la escalera.

—No sabía que iban a venir —dijo Tilly enfadada. Nunca le había gustado la ex señora Jonas y ahora mucho menos—. Si esperan aquí dentro, les traeré el café cuando llegue el Sr. Jonas.
Betty echó una mirada furiosa al ama de llaves.
—Nunca le he gustado ¿verdad, Tilly?

—Trabajo para Sr. Jonas, señora, —contestó con dignidad—. Mis gustos y aversiones solo le interesan a él y a la Sra. Jonas, por supuesto —agregó puntualizando.

Como Betty se puso roja por la irritación, el ama de llaves salió de la habitación y cerró la puerta. Iba por el pasillo hacia la cocina y casi chocó con Joe.

— ¿Por qué entra por la puerta de atrás?
— ¿Por qué no iba a hacerlo? —dijo, sujetándola—. ¿Qué ha pasado para que estés de tan mal humor?

—Su ex mujer acaba de presentarse con su marido —le dijo severamente, dándose cuenta de la mirada dolida que puso cuando le dio la noticia—. Ha intentado atacar a la señora Jonas, pero ella ha conseguido pararle los pies —agregó con una sonrisa.

Él respiró con fuerza.

—Dios mío, olvidé llamar y decirle a Demi que los había invitado. ¿Está muy enfadada?

Marido De Papel Capitulo 10





No volvieron a la habitación hasta después de media noche. Demi había tomado tantas piñas coladas como fue capaz de aguantar. Pero no había tenido en cuenta la cantidad de ron que el camarero había puesto en ella. Iba haciendo eses hasta que llegó a la puerta, mientras Joe la miraba divertido.

Metió la tarjeta en la ranura y abrió la puesta cuando se encendió la luz verde.
—Aquí estamos una vez más, —murmuró él, haciéndose a un lado para dejarla entrar.

Ella se subió el tirante su vestido negro, que se había resbalado de su hombro. Al igual que el resto de su armario semivacío, se lo había comprado en su rápida visita a la tienda del hotel. Además del vestido de cóctel que le llegaba hasta la rodilla, solo tenía un camisón negro muy revelador y no tenía bata. Esperaba que Joe la dejara desnudarse en la oscuridad.

—Puedes usar tu primero el cuarto de baño, —invitó—. Voy a escuchar las noticias.
—Gracias —cogió el camisón y la y ropa interior y fue al baño a ducharse.

Cuando salió, Joe estaba sentado en el borde de la cama. Se había quitado todo, excepto los pantalones. Cuando se levantó, ella tuvo que reprimir el escalofrío de placer que le produjo verlo desnudo de cintura para arriba. Tenía los brazos musculosos y un mechón de vello oscuro y rizado negro bajaba por su pecho. Su pelo era alborotado y le caía sobre la frente. Tenía pinta de golfo ya que necesitaba un afeitado.

—Menos mal que guardé mi maquinilla de afeitar, —dijo, sosteniendo una pequeña bolsa que había guardado, y que era la él siempre llevaba cuando iba de viaje—. Tengo que afeitarme dos veces al día —sus ojos oscuros se deslizaron sobre su cuerpo que sólo llevaba el camisón, por lo que los brazos de ella seguían cruzados, sobre el fino tejido, a la altura del pecho, ya que la prenda dejaba casi todo a la vista—. Estamos casados, —recordó é—. Y ya he visto a algunas de vosotras en camisón.
Ella se aclaró la garganta.

—¿Qué lado de la cama te gusta? —pregunta tímidamente.
—El derecho, pero me da igual. Puedes elegir tú.
—Gracias.

Colocó la ropa que se había quitado sobre una silla y se metió rápidamente en la cama, subiéndose las mantas hasta la barbilla.
Él arqueó una ceja.

—Quédate así, —le dijo él, —y cuando vuelva, te contaré un bonito cuento de hadas.
Ella lo miró a través de una neblina de color rosa.
—Seguramente estaré dormida. No debería haber bebido tanto.
Él asintió lentamente.

—Es una buena idea, —dijo, enigmáticamente y entró en el cuarto de baño.
Ella no estaba dormida cuando él salió del baño. Lo había intentado pero no lo había conseguido. Lo miró a través de sus pestañas y lo ir a través de la habitación apagando las luces.

 Llevaba una toalla alrededor de la cintura y cuando fue hacia su lado de la cama vió, a la suave luz de la mesilla de noche, enganchado y como resultado de la última luz de su lado de la cama, como se la quitaba y la echaba encima en el respaldo de la silla.
Se puso rígida cuando se metió en la cama a su lado y se estiró perezosamente.

—Puedo sentir que estas tensa, —murmuró secamente—. Es una cama grande, cariño, y no soy sonámbulo. Estás a salvo.
Ella carraspeó.

—Sí, ya lo sé.
—Entonces, ¿por qué estás temblando?
Después de hacer rodar una y otra más cerca. Podía sentir el calor de su cuerpo a través de su fino vestido. Ella tembló aún más cuando su larga pierna cepillado contra ella.

—Escalofríos, —continuó acercándose—, y la respiración como si hubieras corrido una maratón —se acercó y puso su brazo debajo de su cabeza, atrayéndola hacia él—. No he olvidado los signos de cuando una mujer quiere que la abrace, —susurró notando en sus manos la suavidad de su cuerpo a través del fino tejido—. 

Y tú quieres que lo haga, Demi.
Ella empezó a protestar, pero su boca ya estaba sobre la suya. Se dio la vuelta y tiró de ella hacía a él, por lo que sintió su desnudez hasta el fondo de su alma. Fue cálido y tierno e, incluso desde su inexperiencia, era consciente de que él no quería hacerle daño.

Sus manos eran suaves sobre su vientre plano, que iban siguiendo seguimiento a la coyuntura de sus largas piernas. Suavizado entre su pulgar y su tocó suavemente en un lugar que no había soñado él.
Ella dio un tirón.

—No —dijo suavemente—. No tires hacia atrás. Esto no va a doler. Sólo va a hacer más fácil que pueda penetrarte —sus dedos eran lentos, sensuales e insistentes. Ella tembló, y la presión creció. La boca de él jugaba con sus labios, mientras que enseñaba a su cuerpo a llegar a la cima del placer.
—¿Estás bien? —susurró.
—Sí —ella sollozó.

—No, no luches, —respiró él. Su boca se deslizó hasta sus pechos para explorarlos en un tenso silencio que iba creciendo al mismo tiempo que las sensaciones maravillosas que le producían sus manos hasta que su cuerpo se tensó como un arco.

Le estaba haciendo algo, pero ahora no era con el dedo, sino con otra parte de su cuerpo que se movía arriba y abajo, empujando para facilitar la penetración…!
—Me duele —le susurró frenéticamente.

—¿Aquí? —susurró él, cambiando de postura. Se movió otra vez y ella gimió, pero no de dolor—. Sí, eso es, —dijo él rápidamente—. Ya ha pasado todo, cariño!

Inconscientemente, ella dejó que se acoplara, que empujara y entrara hasta el fondo de su cuerpo. Sentía su piel contra la de él y oía el suave susurro de la respiración de él, incluso cuando las fuertes sensaciones llegaron a su cabeza. Su garganta emitía sonidos que ella no conocía y se aferraba a él con todas sus fuerzas.
—¡Yo… deseo…! —que un nudo en la garganta.

—¿Qué deseas? —preguntó él, con la respiración entrecortada—. ¿Qué quieres? ¡Haré cualquier cosa!
—Deseo… que enciendas la luz —se las arregló para decir.
—¡Oh, Dios…! —gimió él.

Trató de llegar al interruptor de luz pero, en ese momento, una llamarada de placer lo pilló desprevenido y le atravesó el cuerpo como un dulce y caliente cuchillo. Se olvidó de la luz y la atrajo contra él con sus fuerzas, empujando sus caderas con fuerza mientras la seguía en la ola de placer que se extendía por su cuerpo. Oyó su sus sollozos y le dio gracias Dios porque ella hubiera sentido algo, porque en lo único que pensaba en ese momento era que si no se liberaba, iba a morir…

—Demi —exclamó cunado con un estremecimiento llegó a la misma y dulce liberación.
Ella cogió sus manos cuando él termino, todavía temblando por el placer. Le acarició el pelo, la nuca, dejando besos en sus mejillas, sus ojos, su nariz…
—Ha estado muy bien —susurró ella—. Tan bonito, tan dulce. Ay, Joe, ¿podemos hacerlo de nuevo?
Él no tenía aliento ni para reír.
—Cariño, no puedo, —susurró a media respiración—. Todavía no.
— ¿Por qué? ¿He hecho algo mal? —le preguntó.
Se dio vuelta y la besó la boca.

—No. Lo que pasa es que el cuerpo de un hombre no es como una mujer, —dijo suavemente—. Tengo que descansar durante unos minutos, para poder recuperarme.
—Oh.

La besó perezosamente, estirando sus músculos agarrotados y haciendo una profunda inspiración, antes de cogerla entre sus brazos otra vez y suspirando le preguntó:
—¿Te ha dolido mucho? —murmuró soñoliento.
—Un poco al principio —ella estiró contra él.

—Cielos, es como morir, —señaló maravillada—, pero no te importa si es de esa forma —dijo con una sonrisa traviesa—. Joe, enciende la luz, —le susurró.
—Pensé que eras muy tímida, —la picó él—. No quiero que pienses soy un voyeur.
Ella lo corrigió.
—Soy yo la que quiere mirarte.
— ¡Demi!

—No finjas que te he escandalizado, porque te conozco y no es así. Y me apuesto lo que quieras a que tú también quieres mirarme a mí.
—De hecho, yo ya lo he hecho.
—Y ¿Qué tal?
Él encendió la luz y destapó la cama. Ella lo miraba abiertamente, apenas sonrojada por su desnudez. Él tampoco hizo como que se ruboriza. La miró fijamente, llenando sus ojos de ella.
—Dios, qué vista tan maravillosa, —murmuró con la voz ronca. Sacó los brazos y le dijo—. Ven aquí.
Ella se cobijó en ellos, él la atrajo hacía sí abrazándola para besarla de una manera lenta y sensual, de una manera intima.

—Ahora… —susurró, moviendo las manos por sus caderas—. Déjame tocarte.
— ¿Vamos… vamos a…? —susurró, moviéndose lentamente con él.
Él asintió, porque no podía hablar. Sus ojos negros como el carbón vieron como nuevas sensaciones empezaban a surgir de nuevo. Su último pensamiento sensato fue que nunca tendría suficiente de ella.

A la mañana siguiente estaba distante. Demi contaba con una nueva y maravillosa proximidad e de intimidad, pero Joe estaba más distante y reservado que nunca.
— ¿Pasa algo? —preguntó con preocupación.
Él se encogió de hombros.

— ¿Qué ha podido pasar? —Dijo mirando su reloj—. Será mejor que nos pongamos en movimiento cuanto antes. Tengo una cita en la oficina esta tarde, y no puedo permitirme el lujo faltar. ¿Ha recogido tus cosas?
Ella asintió, desconcertad.

Joe… no estarás arrepentido de lo que pasó anoche, ¿verdad? —le preguntó inquieta.
— ¡Por supuesto no! —dijo, con una sonrisa forzada—. Es sólo que tengo prisa por volver a casa. Vamos.

Y saliendo del hotel, se fueron a casa.