miércoles, 26 de junio de 2013

Marido De Papel Capitulo 9




Parecía un trato justo para Demi, lo que hizo que se fuera relajando.
—Y puedo quedarme aquí, en mi propia casa —añadió.
—No.

Sus cejas se levantaron.
—Quiero que vivas en mi casa conmigo, —dijo—, mientras Betty y Bob estén en la ciudad. A pesar de que este es un matrimonio de conveniencia, no quiero Betty se entere de que sólo soy un marido de papel.

—Oh, ya veo, —respondió ella—. Quieres que parezca que es un matrimonio normal.
—Exactamente.

Ella no quería llegar a un acuerdo. Había herido sus sentimientos, haciendo observaciones horribles. La había insultado y avergonzado confesándole que todavía quería a su mujer. Pero lo necesitaba para poder vender el rancho. Sería su forma de escapar de la angustia emocional de un amor sin esperanzas de ser correspondido.

—Muy bien, —dijo después de un minuto—. ¿Necesitaremos a un análisis de sangre y una licencia de matrimonio?

—Vamos a volar a Las Vegas y nos casaremos allí, —dijo él—. Tan pronto como hayamos solucionado los temas legales y Betty se haya ido, nos divorciaremos, lo que será igual de fácil.

Un matrimonio fácil. Y un divorcio igual de sencillo. Demi, con sus sueños rotos sobre el amor y los niños, sintió un profundo dolor al oír esas palabras, que le llegó hasta el corazón.
—Una anulación hará que no haya ningún escándalo después, —continuó—. 

Tú puedes conseguir tu graduación y encontrar a alguien con quien pasar el resto de tu vida. O parte de ella, —añadió con una sonrisa burlona—. No creo que nadie se haga ilusiones hoy día sobre que el matrimonio dure hasta la muerte los separe.

Sus padres se habían divorciado. Joe se había divorciado. Demi lo había visto, pero algunas parejas habían permanecido juntas y enamoradas durante años. Recordó que los hermanos Ballenger eran felices con su matrimonio.

—Yo no soy tan cínica, —dijo después de un minuto—. Y creo que los niños deben criarse con ambos padres, si es posible. Bueno —añadió—, siempre y cuando no se estén peleando.
—¿Era lo que pasaba con tu familia? —preguntó, suavemente.
Ella asintió.

—Mi madre odiaba a mi padre. Ella decía que no tenía ambición, ni inteligencia, y que era aburrido. A ella le gustaba salir y estar de fiesta siempre. Él prefería sentarse con un buen libro y comer queso.

Ella sonrió tristemente al recordarlo, y tuvo que luchar contra las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos.
—No llores, —dijo él de pronto.
Ella levantó la barbilla.

—No iba a hacerlo, —dijo ella en tono seco. Recordaba que en el funeral de su padre, le murmuraba suavemente palabras reconfortantes al oído. Pero tenía poca paciencia cuando las emociones se convertían en una costumbre.
Él respiró profundamente.

—Voy a prepararlo todo y te diré cuándo nos vamos —dijo.
Ella quería discutir, pero el tiempo pasaba rápidamente y asintió.
Él esperó, y cuando ella no dijo nada, se montó en su coche y se marchó.

Un sábado en Las Vegas en medio de un desierto. Demi que nunca había estado allí, y su vista la fascinó. No sólo era como una ciudad de neón, sino que su brillo se extendía incluso sobre la gente que trabajaba por la noche. 

Demi encontraba fascinante la forma en que vestían las mujeres por la calle mientras y casi se cae por la ventana de Joe intentando ver los lujosos coches. Y sólo dejo de mirar cuando él le explico lo que hacían para ganarse la vida que dio a su vigilancia. Era muy interesante descubrir que lo que hacían era legal y que podrían incluso hacer publicidad de sus servicios.

—Ya hemos llegado, —dijo él bruscamente, parándose ante una de las capillas.
Parecía llamativa, pero era igual que el resto de ellas. Joe le ofreció un brazo, pero ella se negó, caminando a su lado con su bolso apretado en su mano. Llevaba un sencillo traje blanco. No tenía velo ni ramo, y el vestido no le llegaba hasta los pies. Es muy diferente a como había soñado el día de su boda.

Joe no le había dicho nada sobre eso. Él se ocupó de los preparativos, firmaron un documento y le puso un anillo que ni siquiera sabía que había comprado. Cinco minutos más tarde, estaban casados oficialmente casado, con un anillo y un frío beso incluidos. Demi miró a su marido y no sintió nada, ni siquiera dolor. Parecía estar adormecida de pies a cabeza.
— ¿Volvemos ya? —pregunto, cuando estuvieron en el coche una vez más.

Él la miró. No parecía sentir ninguna emoción. Era el día de su boda. Él no le había pedido que eligiera el anillo de boda. No le había comprado un ramo de novia. Ni siquiera le había preguntado si quería una boda por la iglesia, que se podría haber arreglado fácilmente. Solo se había preocupado de ver el asunto desde su propio punto de vista. Demi se merecía algo mejor que esta fría manera de casarse.

—Podemos quedarnos en un hotel esta noche e ir a ver un espectáculo si queremos.
Ella no quería parecer ansiosa, pero el único espectáculo que había visto fue una película en el teatro Victoria.

—Bueno —dijo vacilante.
—Voy a hacer la reserva, —añadió él, mirando su cara.
—Si crees que podemos, —murmuró ella, y eso era todo a lo que estaba dispuesta a comprometerse—. Pero no tengo ropa para pasar la noche.
—No hay problema. En el hotel hay tiendas.

Y así era. Le compró un camisón y una bolsa de aseo con todos los artículos necesarios. Ella notó que él no se compró ningún pijama, pero le daba igual. De todos modos, seguramente tendrían habitaciones separadas.

Pero no. Había muchas convenciones en la ciudad y la única habitación que quedaba era suite con una cama gigante y un sofá pequeño.
Joe miró la cama con pesar.

—Lo siento, —dijo—. Pero es esto o dormir en el suelo.
Ella se aclaró la garganta.

—Somos adultos. Y es sólo un matrimonio de papel, —balbuceó ella.
—Así es, —contestó él, pero sus oscuros ojos se había medio cerrado y evaluaban su esbelta y perfecta figura, mientras recordaba la visión de ella en el campo con su blusa abierta y la sensación de sus pechos presionando contra pecho desnudo.

Ella lo miró, vió su mirada ardiente y aclaró con frialdad:
—No me voy a acostar contigo, Joe, —dijo en breve.
Sus cejas se arquearon.

— ¿Te lo he pedido? —dijo con voz aburrida y sarcástica—. Escucha, cariño, las calles principales están llenas de mujeres, por si me encontrara ten necesitado.
Fijó sus grandes ojos en él.

— ¡Ni se te ocurra! —Dijo con rabia—. ¡No te atrevas, ¡Joe!
Él empezó a sonreír.

—Bueno, bueno, ¿no te estás poniendo muy posesiva?
—Ese no es el tema. Has hecho unos votos. Hasta que tengamos que hacerlo, estamos casados —se miró los zapatos—. No voy a ir corriendo detrás de ningún gigoló en mi noche de bodas.

—Por supuesto que no —fue hacía ella y le puso las manos en la cintura, atrayéndola hacia él suavemente, con su aliento sobre su frente—. Estás jadeando —susurró—. ¿Estás nerviosa?
Ella tragó saliva.
—Bueno… sí… un poco.
Puso los labios sobre su pelo.

—No tienes porqué. Es una cama grande. Si no quieres que pase nada, no pasará.
De alguna forma, se sentía decepcionado. Estaban legalmente casados. Ella lo amaba. ¿Realmente no quería tener absolutamente nada que ver con él?
Él bajó la cara hasta ella, mirándola con curiosidad.

—De todas formas, —dijo suavemente—, si quieres saber de qué se trata, puedo enseñarte y no habrá consecuencias. Y disfrutarás de ello.

Sus palabras la emocionaron mucho, pero no se iba a dejar convencer tan fácilmente, si quería conseguir algo más que un revolcón con él.
—¿No dices nada? —Preguntó él después de un minuto—. Muy bien. Supongo que podemos bajar y probar la suerte.

—Me parece bien —dijo, ansiosa por ir a cualquier sitio lejos de la cama.


Así que se fueron a visitar el casino y jugaron una partida blackjack. El brillante vestuario de las bailarinas en el escenario fascinaba Demi, al igual que todo lo que rodeaba esa fantástica ciudad. Comió carne en su punto, vieron la actuación y, en general, todo era maravilloso, ya que Joe la trataba como algo muy preciado.

 De hecho, así era. Nunca habían salido juntos, a pesar del tiempo que hacía que se conocían. Era una noche hecha para recuperar el tiempo perdido.

Marido De Papel Capitulo 8




—Así que ¡aquí estás! —comenzó furiosamente, sin sombrero y dirigiéndole una mirada salvaje, mientras se acercaba a ella—. ¿Dónde demonios has estado? ¿Tiene idea de los problemas que has ocasionado?
Ella levantó la barbilla.

—He estado en Houston. ¿Desde cuándo es un delito ir a Houston? Y, ¿desde cuándo tengo que informarte de mi paradero?
Él se rió.
—Soy un vecino preocupado.

—Lo que eres es como un dolor de muelas y me fui de la ciudad para no verte —ella se enfureció—. ¡No quiero verte ni hablar contigo nunca más!
Enderezó los hombros y apretó los dientes.
—Mientras estés bien…

—Creo que deberías pedirle disculpas al pobre Joel, por haber sospechado de él, —añadió inmediatamente—. Estaba desesperado, pensando que iba a la cárcel por mi desaparición.
—Nunca dije tal cosa —murmuró él y miró a Joel—. Él sabe que no creía que te hubiera hecho daño —y eso fue, probablemente, lo más cercano a una disculpa, y Joel la aceptó menos enfadado de lo que Demi pensaba que debería estarlo.

—Gracias por venir hasta aquí —dijo el policía a Joe y a los demás—. Ella llevaba desaparecida dos días y yo no sabía donde estaba. Podría haberle pasado cualquier cosa.
—Oh, ¿saben que? —Dijo el policía Matt Lovett, con una sonrisa, apuntando con el dedo al oficial del Sheriff del Condado—. Él y su esposa tuvieron una pelea y ella se fue a casa de su madre. Su coche se averió por el camino. Lo dejó aparcado en el puente se fue a la ciudad a buscar un mecánico.
—¡Matt…! —murmuró el oficial.

Matt lo detuvo con un ademán.
—Estoy llegando a la mejor parte. Fue tras ella y, al ver el coche, pensó que había saltado por encima del puente. En el momento en que ella volvió con el mecánico, los chicos de protección civil estaban dragando el río.

—Bien, ella podría haber estado allí —de defendió el oficial, sonrojándose y le hizo una mueca a Joe—. Y a la Srta. Lovato la habría podido atacar uno de los jóvenes novillos.
—O que ser abducida por los extraterrestres —dijo Matt, lamiéndose la mejilla por dentro—. 

Es por eso que nuestra policía siempre está alerta, Srta. Lovato, para ofrecer protección a cualquier ciudadano que lo necesite. Me gustaría seguir protegiéndote e invitarte al cine una noche la semana que viene, —agregó mientras la miraba con sus brillantes ojos verdes—. Una noche como a tía te gusta. Una buena película y una hamburguesa con patatas fritas grandes.

Ahora, los ojos de Demi también brillaban.
Entonces Joe intervino diciendo:
—Creo lo que necesita es descansar después de la emoción de hoy, pero estoy seguro de que te agradece la oferta, Matt.

Las palabras no tenían nada que ver con sus ojos amenazantes. Matt sólo lo había dicho en broma aunque, si realmente hubiera querido invitar, no se lo hubieran impedido todas las amenazas del mundo.

—Seguro que estarás bien, —asintió Matt, guiñándole un ojo a Demi—. Pero la oferta sigue en pie.
Ella le sonrió. Era muy amable.
—Gracias, Matt.

Los agentes de la ley se despidieron de todos y se fueron para seguir con su trabajo, dejando a Demi, a Joel y Joe solos en el patio delantero.

—Me voy a casa ahora, Señorita Lovato. Me alegro de que esté bien, —dijo Joel de nuevo.
—Gracias, Joel, —respondió ella—. Siento todos los problemas que has tenido por mi culpa.
—No se preocupe.

Fuera de sí, Demi cruzó los brazos sobre el pecho y fulminó a Joe con la mirada.
Tenía las manos metidas en los bolsillos, y estaba bastante más incomodo de lo que ella lo había visto antes.

—Bueno, ¿cómo iba a saber que no habías hecho algo desperado? —le preguntó—. Te he dicho algunas cosas desagradables —y evitó su mirada, porque se sentía inquieto que recordar lo que le había dicho. En los pocos días que Demi había estado desaparecida, le habían hecho pensar y recordar, sobre todo acerca de cómo había sido gran parte de la vida de Demi, y su larga amistad con ella.

 No tenía derecho a menospreciar lo que sentía por él. De hecho, su mundo se había tambaleado cuando se dio cuenta del tiempo que había estado, deliberadamente, haciendo caso omiso de ellos. Estaba dividido y confundido entre su persistente amor por Betty y sus sentimientos por Demi. Se trataba de una situación emocional a la que no se había enfrentado antes y sabía que no había manejado nada bien el asunto.
Demi no cedió ni un ápice.

—Ya he decidido lo que voy a hacer, por si acaso te interesa saberlo —le dijo fríamente—. Si encuentras alguna laguna o manera de invalidar el testamento, voy a venderlo todo y volver a estudiar. Tengo catálogos informativos de tres colegios.
Su rostro se tensó.

—Pensé que te gustaba la ganadería.
Ella hizo un divertido y amargo sonido.

Joe, no puedo arreglar una valla, porque no se usar las herramientas. No puedo atrapar a un becerro sin la ayuda de Joel o Ernie. Ellos pueden alimentar el ganado y curarle las heridas y enfermedades, pero no pueden hacer el trabajo pesado. 

La solución es comprar maquinaria. No tengo fuerza física, se me están acabando los fondos para poder contratar a alguien para que lo haga —se miró las manos—. Incluso si intentara conseguir un trabajo en otro rancho, se reirían de mí ante mi falta de conocimientos. Después de todo eso, ¿cómo puedo dirigir un rancho?

—Puedes vendérmelo a mí —dijo de forma concisa—. Puedes alquilar la casa y permanecer aquí.
—¿En calidad de qué? —preguntó ella—. ¿Cómo ama de llaves? Quiero algo más que eso para mi vida.
—¿Por ejemplo? —preguntó.

—Nunca te lo diré, —dijo evasivamente, porque no tenía preparada ninguna respuesta—. ¿Hablaste con mi abogado?
—No.

—Entonces ¿harías el favor de decirme por qué?
Él seguía con las manos en sus bolsillos.
—Mira, Demi, ningún tribunal en Jacobsville va a invalidar el testamento sobre la base de que tu padre era incompetente. Su mente era tan buena como la mía, y sabía mucho sobre empresas.
Se le cayó el alma a los pies.

—Podría haber estado temporalmente trastornado cuando añadió esa cláusula.
—Tal vez fuera así —asintió él—. 

Quizás había tenido algún dolor en el pecho o una premonición. Estoy seguro que él lo entendía como una forma de asegurarse de que no te quedaras sola, sin apoyo, después de que su muerte. Pero sus razones no importan. O quieres casarte conmigo y vivir en un infierno por un montón de dinero.

—Tú no quieres casarte conmigo —le recordó con dolor—. Tú lo dijiste.
Él dio un largo y cansado suspiro que se reflejó en su cara pálida.

—Dios, estoy cansado, —dijo inesperadamente—. Mi vida está al revés. No sé a dónde voy, o por qué. No, Demi, no quiero casarme contigo. En eso te soy sincero. Pero hay mucho que hacer con ese testamento. —tensó los hombros y luego los relajó—. 

Prefiero esperar unas pocas semanas, al menos hasta la visita de Betty la visita haya terminado. Pero también hay un límite de tiempo. Creo que un mes después de la muerte de tu padre, todas las condiciones de su testamento tienen que ser cumplidas.
Ella asintió tristemente.

—En cierto modo, para mí sería conveniente estar casado ahora, —reflexionó solemnemente—. No quiero que Betty se entere del daño que me hizo o de cuanto la quiero todavía. Podría caer en la tentación de intentar romper su matrimonio y no quiero ser así.
— ¿Y su marido?

—A Bob no le importa lo que hace, —respondió—. Ahora le da igual lo que haga y ya no es un gran magnate. No creo que me costara mucho separarlos. Pero ella me dejó porque tenía más dinero, ¿no te acuerdas? —añadió puntualmente—.

 ¡Dios mío, no puedo caer en esa vieja trampa de nuevo, independientemente de lo que sienta por ella!
Ella sentía lástima por él o eso pensaba. Puso sus manos sobre su estómago.
—Y ¿qué quieres hacer ahora, Joe? —le preguntó quedamente.


—Casarme. Pero sólo sobre el papel, —añadió deliberadamente, mirándola significativamente—. A pesar de la atracción física que sentí por ti el otro día en el campo, no quiero una relación física contigo. Vamos a dejar esto claro desde el principio.

 Quiero un documento que diga que puedo vender la tierra. A cambio, me aseguraré de que recibas una cantidad mayor que la del precio del mercado y que puedas ir a la universidad para empezar.

Marido De Papel Capitulo 7




¡Dios en el cielo! —Le daban ganas de tirar el documento al suelo y pisotearlo. Su cara había pasado del blanco al rojo en un momento—. Es una elección endiablada. ¡Tengo que casarme contigo o terminaré con un stock de coches de carreras al lado de mi granero donde tengo mi caballo y mis yeguas! Moverlo todo costaría medio millón de dólares!
—Si me dejar hablar… —dijo en voz más alta—. Joe, creo que hay una forma impugnar el testamento.

—¡Oh, claro, podemos decir que estaba loco! —sus ojos negros echaban chispas.
Ella enrojeció. Sus palabras fueron insultantes. Lo amaba pero, ni siquiera a él, le iba a permitir que la tratara así. Se puso de pie y fulminándolo con la mirada, dijo:

—¡A mi padre debía gustarle la idea de que me casara contigo! —gritó—. ¿Qué te hace pensar que eres un trofeo, Joe? Eres bastante mayor que yo, en primer lugar y, en segundo, ninguna mujer sensata querría casarse con un hombre que sigue enamorado de su ex esposa.

Él apenas podía respirar. Su rabia era tan intensa que Demi sintió que le temblaban las rodillas a pesar de la valentía de sus palabras.
Sus ojos negros la miraron con desprecio.

—Me gusta mirar tu cuerpo, pero un par de besos y unas caricias, a mi modo de ver, o justifican la propuesta de matrimonio.
—Tampoco en el mío —dijo con el orgullo bastante maltrecho—. ¿Por qué no te vas a tu casa?

Con los puños apretados, pensó que era increíble lo había leído en ese testamento. Iba más allá de todo lo normal el que el padre de Demi y el que él consideraba su amigo, les hubiera apuñalado por la espalda de esta manera.

—Debía estar perturbado, —dijo él como un disco rallado—. No entiendo porqué no ha confiado en ti. ¡No había ninguna necesidad de que especificara el matrimonio para que heredaras lo que es legalmente tuyo!
Ella alzó el mentón.

—No sé por que pensaba así —le recordó ella—. Está muerto —sus palabras eran duras y destilaban veneno. Estaba aún en medio del dolor por el fallecimiento de su padre.
Joe no había considerado que la estaba hiriendo, pensó, o tal vez, simplemente le daba igual. Estaba demasiado enfadado para pensar con claridad.
Él resopló.
—Es poco tramposo —acusó—. Has estado enamorada de mí desde hace mucho tiempo, y lo he tolerado. Era divertido para mí. Pero esto no es divertido. Esto es bajo y rastrero. Pensaría mejor de ti admites que tú le diste la idea a tu padre.

—Me importa un carajo lo que pienses de mí —dijo ella con un nudo en la garganta. Su orgullo estaba por los suelos y estaba luchando contra sus rabiosas lágrimas—. Cuando hayas tenido tiempo de superar la crisis, me gustaría que vieras a mi abogado. Entre los dos, estoy segura de que encontraréis alguna forma de arreglar esto. ¡Porque no me casaré contigo aunque vengas con una suscripción a mi revista favorita y un nuevo Ferrari! Si estuve enamorada de ti antes, ahora ya es historia.

Inspiró por la nariz.
—Entonces lo de esta mañana en el campo ¿Qué fue? —le reprendió.
—Lujuria —le escupió ella.

Él recogió su sombrero, mirándola con frío desprecio.
—Veré lo que puedo hacer acerca del testamento. Puedes ponerte en contacto con tu madre —añadió puntualizando—. Ella es rica. Estoy segura de que no te dejará morirte de hambre.
Con los brazos cruzados sobre su pecho, dijo:

—No le voy a pedir a mi madre ni lo largo de una uña, aunque me estuviera muriendo, y lo sabes.

—Estas son circunstancias desesperadas —dijo él, un poco más calmado ahora.
—Mis circunstancias ya no son de tu incumbencia —dijo con una voz demasiado calmada como para fiarse—. Adiós, Joe.

Él se caló de golpe el sombrero hasta los ojos y se dirigió a la puerta, pero cuando llegó hasta ella, se giro y la miró por encima del hombro. Estaba pálida y tenía los ojos brillantes. Sabía que estaba de luto por su padre. También debe de tener miedo, ya que su herencia estaba condicionada a una petición imposible. Si no se casaba con ella, iba a perderlo todo, hasta su casa. Él hizo una dolorosa mueca.

—Adiós, —repitió con firmeza. Sus ojos tenían una mirada azul tan profunda y oscura que le dio miedo. Lo miraba como si le odiara.
É hizo una corta inspiración.

—Mira, ya veremos como podemos hacerlo.
—Tengo veintidós años, —dijo con orgullo—. Es hora de que empiece a cuidar de mí misma. Si pierdo el rancho, voy a pedir un préstamo y volver a la universidad. De todas formas, ya he terminado la educación primaria.

No había pensado que podría desaparecer. De repente, su vida se puso más patas arriba que antes. Betty venía de camino a la ciudad, el padre de Demi trataba de obligarlo a un matrimonio que no desea y ahora Demi se iba. Se sentía abandonado.
Soltó un juramento que no le había oído decir antes.

—Entonces, vete de una maldita vez, —dijo furioso—. Será un placer no tener que rescatarte de media docena de desastres por día.

Él cerró de un portazo y ella se hundió en una silla, sintiendo de pronto la cálida humedad de las lágrimas que había estado reteniendo orgullosamente para que él no las viera. Por lo menos ahora sabía lo que pensaba de ella y tendría que aprender a vivir con ello.

El resto del día fue una pesadilla. Al final, se sentía enferma por todos recuerdos que había en la casa. El dolor y la humillación le hicieron coger el teléfono. Llamó a Joel, el más antiguo de sus dos trabajadores temporales en el rancho.

—Me marcho un par de días, —le dijo—. Me gustaría que Ernie y tú cuidarais el ganado para mí. ¿De acuerdo?
—Claro, jefa. ¿A dónde va?
—Estaré incomunicada.
Ella colgó.

Sólo le llevó unos minutos hacer una reserva en un modesto hotel en el centro de Houston y hacer una pequeña maleta con suficiente ropa para el fin de semana. En pocos minutos estaba montada en su coche y se puso en camino, después de haber cerrado la casa. Joel tenía una llave, por si necesitaba entrar.

Pasó el fin de semana viendo películas por cable y experimentando con nuevos peinados. Vagando alrededor de las tiendas arriba y debajo de la ciudad, aunque no compró nada. Ahora tenía que ahorrar, hasta que solicitara y obtuviera una beca en la universidad. En un impulso llamó a un par de colegios de la zona y pidió que le enviaran los catálogos a su domicilio en Jacobsville.

El fin de semana había sido una extravagancia, pero tenía que huir. Se sentía como una turista, ya que visitó todos los puntos de interés, incluyendo el famoso monumento de San Jacinto y el canal de buques que entraban y salían en la ciudad portuaria. 

Al día siguiente, una fuerte lluvia que produjo inundaciones, la obligaba a permanecer un día más en la ciudad o a usar su Bronco como una barcaza, ya que las calles cercanas al hotel estaban demasiado inundadas para que se pudiera conducir con seguridad.

Hasta la tarde del lunes, no pudo empezar su largo viaje hacia rancho. Y lo primero que notó conforme se acercaba a la casa fue la gran cantidad de vehículos de la policía.
Conmocionada, ella se detuvo y paró el coche.

—¿Qué ha pasado? ¿Alguien ha destrozado mi casa? —preguntó al primer policía al que se acercó, un oficial de la oficina del sheriff del Condado.
Él arqueó las cejas.

—¿Vive usted aquí? —preguntó.
—Sí. Soy Demi Lovato.

Él riéndose entre dientes, le dijo a los otros tres hombres, uno de los cuales era un policía de la ciudad de Jacobsville.

—¡Aquí está! Ella no ha hecho nada malo.
Llegaron hasta ellos, con un Joel de aspecto desesperado a su lado.
—¡Oh, señorita Lovato, gracias a Dios —dijo Joel, estrujándose las manos. Su pelo se había vuelto blanco de repente y la miraba con los ojos vacíos.
—¿Qué es lo que pasa? —pregunta.

—¡Pensaron que yo la había matado y había escondido el cuerpo! —explicó Joel, mirando nerviosamente a los oficiales de la ley.
Demi, abrió los ojos como platos y preguntó:
—¿Por qué?

—El Sr. Jonas se ha marchado y nadie lo ha encontrado todavía —dijo Joel frenéticamente—. Le dije que usted se había ido, pero que no sabía dónde, y él explotó y empezó a insultarme porque no le decía lo que no sabía. Cuando vino hoy otra vez, llamó a la policía. Estoy tan contento de verla señorita Lovato. ¡Tenía miedo de que me llevaran a la cárcel!

—Siento que hayas tenido que pasar por todo esto, Joel, —dijo cada vez más incomoda—. Debería haberte dicho que iba a Houston, pero no se me ocurrió que el Sr. Jonas quisiera saber a dónde iba —añadió amargamente.

El oficial hizo una mueca avergonzado.
—Sí, él dijo que habían discutido y temía que podrían haber hecho alguna cosa locura…
Ella lo miró tan furiosa que se interrumpió.

—¡Si eso no es una presunción, no sé qué es! ¿Creen que estoy tan desesperada como para pensar en suicidarme por alguien tan arrogante, egoísta e insoportable como el Sr. Jonas! ¿Me ven tan desesperada?

Él carraspeó.
—¡Oh, no, señora, no me lo parece!

Mientras él se defendía, Joe entró por un lado de la casa para ver que había pasado con la desaparición y se detuvo cuando vio a Demi.

Marido De Papel Capitulo 6




Se preparó un almuerzo ligero y un café y volvió a pensar en la valla derribada. Pero otro desastre era demasiado. Era propensa a los desastres cuando Joe estaba cerca de ella, y parecía provocarlos rápidamente, incluso cuando no estaba.

 La había rescatado de un toro, cuando se le engancharon los pies en la cerca del corral, otra vez de una vez una serpiente de cascabel y dos veces de las balas de heno que se habían caído. Debería estar preguntándose si habría alguna manera de deshacerse de ella de una vez por todas.

Fue muy amable por su parte, no haber comentado todo esto cuando la había rescatado de la valla. Seguramente se había sentido tentado a hacerlo.

Tentado. Volvió a ruborizarse al recordar, una vez más, la intimidad que habían compartido. En los siete años que hacía que se conocían, nunca la había tocado hasta hoy. Se preguntaba por qué lo había hecho.

El sonido de un coche, llegando por el camino rural, entró a través de la cocina y la puerta de calle, al la vez que vio de refilón el lujoso coche negro de Joe en la entrada. Él no era un al que le gustara llamar la atención y tampoco se rodeaba de cosas lujosas, lo que hacía que su coche fuera una excepción. 

Siempre le habían fascinado los coches grandes de color negro y parecía que no había cambiado en eso, ya que cada dos años lo cambiaba por otro negro.
—¿No te cansas del color? —le había preguntado ella una vez.

—¿Por qué? —le había respondido, lacónicamente—. El negro va con todo.

Llegó hasta el porche, y la expresión de su cara era una que no había visto antes. Estaba como siempre, impecablemente vestido y bien afeitado, arrebatadoramente guapo, pero había algo diferente. Después de su breve interludio en el pasto, el ambiente entre ellos estaba un poco tenso.

Tenía las manos metidas en los bolsillos, mientras admiraba su cuerpo con su mirada agitada.
—¿Te lo has puesto en mi honor? —le preguntó.
Ella se sonrojó ya que, por lo general, siempre vestía vaqueros y camisas de manga corta o camisetas sin mangas. Ella casi nunca usaba vestidos en el rancho, ni tampoco se dejaba el pelo suelto alrededor de sus hombros. Normalmente llevaba una trenza.
Ella se encogió de hombros decepcionada.

—Sí, supongo que sí —dijo, mirándolo con una triste sonrisa en los ojos—. Lo siento.
Se sacudió la cabeza.

—No hay necesidad de pedir disculpas. Ninguna en absoluto. De hecho, lo que ha pasado esta tarde me han hecho pensar en algunas cosas que quiero hablar contigo.
Su corazón saltó dentro de su pecho. ¿Le iba a hacer una proposición? ¡Oh, Dios mío!, ¡si lo hacía nunca tendría que conocer la tonta cláusula del testamento de su padre!


Fue hacía la cocina y colocó una ensalada y un plato de fiambres en el centro de la mesa, en la que ya había puesto dos cubiertos. Sirvió café en dos tazas café y, dándole una a él, se sentó. No tenía que preguntarle como le gustaba el café, porque ya sabía que le gustaba sólo y así de lo dio. Era otra de las muchas cosas que tenían en común.

— ¿Qué querías preguntarme, Joe? —dijo ella, después de que se hubieran comido y tomado dos tazas de café. Tenía los nervios de punta por la intriga y la anticipación.

—Oh. Eso —se inclinó hacía su taza de café, medio vacía, que tenía en la mano—. Me preguntaba si estarías dispuesta a echarme una mano con en asunto de mi ex—esposa.
Todas sus esperanzas se derrumbaron.

— ¿Qué tipo de ayuda? —preguntó, tratando de parecer indiferente.
—Quiero que aparentes ser mi novia, —dijo con franqueza, mirándola—. Si pensamos en lo que pasó esta mañana, no debería ser demasiado difícil fingir miraditas y arrumacos, ya que parece que podemos mantener nuestras manos quietas. ¿Qué te parece? —preguntó con una sonrisa burlona.

Ahora lo entendía todo, su extraño comportamiento, sus observaciones, su experimento en el campo, en resumen: su curiosa actuación. Su querida ex—esposa venía a la ciudad y él no quería que todos supieran lo que le dolía su pérdida. Así que quería que Demi fingiera que era su nuevo amor. No quería una nueva esposa, quería una actriz.
Ella miraba a su café.

—Supongo que no quieres volver a casarte, ¿verdad? —pregunta con disimulo.
Él desvió la vista a la derecha.

—No, no, —dijo sin rodeos—. Con una vez fue suficiente.
Ella gimió. Su padre la había colocado en una posición intolerable. De alguna manera, debía haber sospechado que se le acababa el tiempo, ya que, en caso contrario, ¿por qué había llegado a tales extremos en su testamento para asegurarse de que su hija estaba protegida después de su muerte?

—Has estado actuando de manera extraña desde que murió tu padre, —dijo de repente, entornando sus ojos—. ¿Hay algo que no me hayas dicho?
Ella se encogió de hombros.
— ¿Hay alguna deuda pendiente o algo así?
—Bueno…
—Porque si ese es el caso, puedo ayudarte con el problema, —continuó, sin arrepentimiento—. Tú me ayudas mientras Betty esté aquí, y voy te ayudo a pagar las deudas que haya. Puedes mirarlo como si fuera un trato.
Ella quería revolcarse en el suelo y gritar. Nada estaba saliendo como quería. Ella le miró con angustia.
— ¡Oh, Joe! —ella gimió.
Él frunció el ceño.

—Vamos. No puede ser tan malo. Dímelo.
Ella tomó aliento y fue hacía él.
—Hay una manera más sencilla… Creo que tienes que leer el testamento de papá. Voy a buscarlo.

Entró en el salón y cogió del cajón de la mesa el testamento de su padre. Volvió a la cocina y se lo entregó a un desconcertado Joe, mirando como él abría, con sus elegantes manos, la carpeta que contenía el documento.

—Y antes de que empieces a jurar, y debes saber que yo no tenía la menor idea acerca de la cláusula, —añadió entre dientes—. Para mí fue gran shock, al igual que lo será para tí.
— ¿La cláusula? —Murmuró mientras miraba más despacio el testamento—. ¿Qué cláusula…? ¡Oh, Dios mío!

—Ahora, Joe… —comenzó, intentando con mucho esfuerzo calmar la furia que veía en su cara.