Parecía un trato justo para Demi, lo que hizo que se fuera
relajando.
—Y puedo quedarme aquí, en mi propia casa —añadió.
—No.
Sus cejas se levantaron.
—Quiero que vivas en mi casa conmigo, —dijo—, mientras Betty y
Bob estén en la ciudad. A pesar de que este es un matrimonio de conveniencia,
no quiero Betty se entere de que sólo soy un marido de papel.
—Oh, ya veo, —respondió ella—. Quieres que parezca que es un matrimonio
normal.
—Exactamente.
Ella no quería llegar a un acuerdo. Había herido sus
sentimientos, haciendo observaciones horribles. La había insultado y
avergonzado confesándole que todavía quería a su mujer. Pero lo necesitaba para
poder vender el rancho. Sería su forma de escapar de la angustia emocional de un
amor sin esperanzas de ser correspondido.
—Muy bien, —dijo después de un minuto—. ¿Necesitaremos a un
análisis de sangre y una licencia de matrimonio?
—Vamos a volar a Las Vegas y nos casaremos allí, —dijo él—. Tan
pronto como hayamos solucionado los temas legales y Betty se haya ido, nos
divorciaremos, lo que será igual de fácil.
Un matrimonio fácil. Y un divorcio igual de sencillo. Demi, con
sus sueños rotos sobre el amor y los niños, sintió un profundo dolor al oír
esas palabras, que le llegó hasta el corazón.
—Una anulación hará que no haya ningún escándalo después,
—continuó—.
Tú puedes conseguir tu graduación y encontrar a alguien con quien pasar
el resto de tu vida. O parte de ella, —añadió con una sonrisa burlona—. No creo
que nadie se haga ilusiones hoy día sobre que el matrimonio dure hasta la
muerte los separe.
Sus padres se habían divorciado. Joe se había divorciado. Demi lo
había visto, pero algunas parejas habían permanecido juntas y enamoradas durante
años. Recordó que los hermanos Ballenger eran felices con su matrimonio.
—Yo no soy tan cínica, —dijo después de un minuto—. Y creo que
los niños deben criarse con ambos padres, si es posible. Bueno —añadió—,
siempre y cuando no se estén peleando.
—¿Era lo que pasaba con tu familia? —preguntó, suavemente.
Ella asintió.
—Mi madre odiaba a mi padre. Ella decía que no tenía ambición, ni
inteligencia, y que era aburrido. A ella le gustaba salir y estar de fiesta
siempre. Él prefería sentarse con un buen libro y comer queso.
Ella sonrió tristemente al recordarlo, y tuvo que luchar contra
las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos.
—No llores, —dijo él de pronto.
Ella levantó la barbilla.
—No iba a hacerlo, —dijo ella en tono seco. Recordaba que en el
funeral de su padre, le murmuraba suavemente palabras reconfortantes al oído.
Pero tenía poca paciencia cuando las emociones se convertían en una costumbre.
Él respiró profundamente.
—Voy a prepararlo todo y te diré cuándo nos vamos —dijo.
Ella quería discutir, pero el tiempo pasaba rápidamente y
asintió.
Él esperó, y cuando ella no dijo nada, se montó en su coche y se
marchó.
Un sábado en Las Vegas en medio de un desierto. Demi que nunca
había estado allí, y su vista la fascinó. No sólo era como una ciudad de neón, sino
que su brillo se extendía incluso sobre la gente que trabajaba por la noche.
Demi
encontraba fascinante la forma en que vestían las mujeres por la calle mientras
y casi se cae por la ventana de Joe intentando ver los lujosos coches. Y sólo
dejo de mirar cuando él le explico lo que hacían para ganarse la vida que dio a
su vigilancia. Era muy interesante descubrir que lo que hacían era legal y que
podrían incluso hacer publicidad de sus servicios.
—Ya hemos llegado, —dijo él bruscamente, parándose ante una de
las capillas.
Parecía llamativa, pero era igual que el resto de ellas. Joe le
ofreció un brazo, pero ella se negó, caminando a su lado con su bolso apretado
en su mano. Llevaba un sencillo traje blanco. No tenía velo ni ramo, y el
vestido no le llegaba hasta los pies. Es muy diferente a como había soñado el día
de su boda.
Joe no le había dicho nada sobre eso. Él se ocupó de los
preparativos, firmaron un documento y le puso un anillo que ni siquiera sabía
que había comprado. Cinco minutos más tarde, estaban casados oficialmente
casado, con un anillo y un frío beso incluidos. Demi miró a su marido y no
sintió nada, ni siquiera dolor. Parecía estar adormecida de pies a cabeza.
— ¿Volvemos ya? —pregunto, cuando estuvieron en el coche una vez
más.
Él la miró. No parecía sentir ninguna emoción. Era el día de su
boda. Él no le había pedido que eligiera el anillo de boda. No le había comprado
un ramo de novia. Ni siquiera le había preguntado si quería una boda por la iglesia,
que se podría haber arreglado fácilmente. Solo se había preocupado de ver el
asunto desde su propio punto de vista. Demi se merecía algo mejor que esta fría
manera de casarse.
—Podemos quedarnos en un hotel esta noche e ir a ver un espectáculo
si queremos.
Ella no quería parecer ansiosa, pero el único espectáculo que
había visto fue una película en el teatro Victoria.
—Bueno —dijo vacilante.
—Voy a hacer la reserva, —añadió él, mirando su cara.
—Si crees que podemos, —murmuró ella, y eso era todo a lo que estaba
dispuesta a comprometerse—. Pero no tengo ropa para pasar la noche.
—No hay problema. En el hotel hay tiendas.
Y así era. Le compró un camisón y una bolsa de aseo con todos
los artículos necesarios. Ella notó que él no se compró ningún pijama, pero le
daba igual. De todos modos, seguramente tendrían habitaciones separadas.
Pero no. Había muchas convenciones en la ciudad y la única
habitación que quedaba era suite con una cama gigante y un sofá pequeño.
Joe miró la cama con pesar.
—Lo siento, —dijo—. Pero es esto o dormir en el suelo.
Ella se aclaró la garganta.
—Somos adultos. Y es sólo un matrimonio de papel, —balbuceó ella.
—Así es, —contestó él, pero sus oscuros ojos se había medio
cerrado y evaluaban su esbelta y perfecta figura, mientras recordaba la visión de
ella en el campo con su blusa abierta y la sensación de sus pechos presionando contra
pecho desnudo.
Ella lo miró, vió su mirada ardiente y aclaró con frialdad:
—No me voy a acostar contigo, Joe, —dijo en breve.
Sus cejas se arquearon.
— ¿Te lo he pedido? —dijo con voz aburrida y sarcástica—.
Escucha, cariño, las calles principales están llenas de mujeres, por si me
encontrara ten necesitado.
Fijó sus grandes ojos en él.
— ¡Ni se te ocurra! —Dijo con rabia—. ¡No te atrevas, ¡Joe!
Él empezó a sonreír.
—Bueno, bueno, ¿no te estás poniendo muy posesiva?
—Ese no es el tema. Has hecho unos votos. Hasta que tengamos que
hacerlo, estamos casados —se miró los zapatos—. No voy a ir corriendo detrás de
ningún gigoló en mi noche de bodas.
—Por supuesto que no —fue hacía ella y le puso las manos en la
cintura, atrayéndola hacia él suavemente, con su aliento sobre su frente—. Estás
jadeando —susurró—. ¿Estás nerviosa?
Ella tragó saliva.
—Bueno… sí… un poco.
Puso los labios sobre su pelo.
—No tienes porqué. Es una cama grande. Si no quieres que pase
nada, no pasará.
De alguna forma, se sentía decepcionado. Estaban legalmente
casados. Ella lo amaba. ¿Realmente no quería tener absolutamente nada que ver con
él?
Él bajó la cara hasta ella, mirándola con curiosidad.
—De todas formas, —dijo suavemente—, si quieres saber de qué se
trata, puedo enseñarte y no habrá consecuencias. Y disfrutarás de ello.
Sus palabras la emocionaron mucho, pero no se iba a dejar
convencer tan fácilmente, si quería conseguir algo más que un revolcón con él.
—¿No dices nada? —Preguntó él después de un minuto—. Muy bien.
Supongo que podemos bajar y probar la suerte.
—Me parece bien —dijo, ansiosa por ir a cualquier sitio lejos de
la cama.
Así que se fueron a visitar el casino y jugaron una partida
blackjack. El brillante vestuario de las bailarinas en el escenario fascinaba Demi,
al igual que todo lo que rodeaba esa fantástica ciudad. Comió carne en su punto,
vieron la actuación y, en general, todo era maravilloso, ya que Joe la trataba
como algo muy preciado.
De hecho, así era. Nunca habían salido juntos, a pesar
del tiempo que hacía que se conocían. Era una noche hecha para recuperar el
tiempo perdido.