¡Dios en el cielo! —Le daban ganas de tirar el documento al
suelo y pisotearlo. Su cara había pasado del blanco al rojo en un momento—. Es
una elección endiablada. ¡Tengo que casarme contigo o terminaré con un stock de
coches de carreras al lado de mi granero donde tengo mi caballo y mis yeguas! Moverlo
todo costaría medio millón de dólares!
—Si me dejar hablar… —dijo en voz más alta—. Joe, creo que hay
una forma impugnar el testamento.
—¡Oh, claro, podemos decir que estaba loco! —sus ojos negros
echaban chispas.
Ella enrojeció. Sus palabras fueron insultantes. Lo amaba pero,
ni siquiera a él, le iba a permitir que la tratara así. Se puso de pie y
fulminándolo con la mirada, dijo:
—¡A mi padre debía gustarle la idea de que me casara contigo!
—gritó—. ¿Qué te hace pensar que eres un trofeo, Joe? Eres bastante mayor que
yo, en primer lugar y, en segundo, ninguna mujer sensata querría casarse con un
hombre que sigue enamorado de su ex esposa.
Él apenas podía respirar. Su rabia era tan intensa que Demi sintió
que le temblaban las rodillas a pesar de la valentía de sus palabras.
Sus ojos negros la miraron con desprecio.
—Me gusta mirar tu cuerpo, pero un par de besos y unas
caricias, a mi modo de ver, o justifican la propuesta de matrimonio.
—Tampoco en el mío —dijo con el orgullo bastante maltrecho—.
¿Por qué no te vas a tu casa?
Con los puños apretados, pensó que era increíble lo había leído
en ese testamento. Iba más allá de todo lo normal el que el padre de Demi y el
que él consideraba su amigo, les hubiera apuñalado por la espalda de esta
manera.
—Debía estar perturbado, —dijo él como un disco rallado—. No
entiendo porqué no ha confiado en ti. ¡No había ninguna necesidad de que
especificara el matrimonio para que heredaras lo que es legalmente tuyo!
Ella alzó el mentón.
—No sé por que pensaba así —le recordó ella—. Está muerto —sus
palabras eran duras y destilaban veneno. Estaba aún en medio del dolor por el
fallecimiento de su padre.
Joe no había considerado que la estaba hiriendo, pensó, o tal
vez, simplemente le daba igual. Estaba demasiado enfadado para pensar con
claridad.
Él resopló.
—Es
poco tramposo —acusó—. Has estado enamorada de mí desde hace mucho tiempo, y lo
he tolerado. Era divertido para mí. Pero esto no es divertido. Esto es bajo y rastrero.
Pensaría mejor de ti admites que tú le diste la idea a tu padre.
—Me importa un carajo lo que pienses de mí —dijo ella con un
nudo en la garganta. Su orgullo estaba por los suelos y estaba luchando contra sus
rabiosas lágrimas—. Cuando hayas tenido tiempo de superar la crisis, me
gustaría que vieras a mi abogado. Entre los dos, estoy segura de que encontraréis
alguna forma de arreglar esto. ¡Porque no me casaré contigo aunque vengas con
una suscripción a mi revista favorita y un nuevo Ferrari! Si estuve enamorada
de ti antes, ahora ya es historia.
Inspiró por la nariz.
—Entonces lo de esta mañana en el campo ¿Qué fue? —le reprendió.
—Lujuria —le escupió ella.
Él recogió su sombrero, mirándola con frío desprecio.
—Veré lo que puedo hacer acerca del testamento. Puedes ponerte
en contacto con tu madre —añadió puntualizando—. Ella es rica. Estoy segura de
que no te dejará morirte de hambre.
Con los brazos cruzados sobre su pecho, dijo:
—No le voy a pedir a mi madre ni lo largo de una uña, aunque me
estuviera muriendo, y lo sabes.
—Estas son circunstancias desesperadas —dijo él, un poco más calmado
ahora.
—Mis circunstancias ya no son de tu incumbencia —dijo con una
voz demasiado calmada como para fiarse—. Adiós, Joe.
Él se caló de golpe el sombrero hasta los ojos y se dirigió a la
puerta, pero cuando llegó hasta ella, se giro y la miró por encima del hombro.
Estaba pálida y tenía los ojos brillantes. Sabía que estaba de luto por su
padre. También debe de tener miedo, ya que su herencia estaba condicionada a
una petición imposible. Si no se casaba con ella, iba a perderlo todo, hasta su
casa. Él hizo una dolorosa mueca.
—Adiós, —repitió con firmeza. Sus ojos tenían una mirada azul
tan profunda y oscura que le dio miedo. Lo miraba como si le odiara.
É hizo una corta inspiración.
—Mira, ya veremos como podemos hacerlo.
—Tengo veintidós años, —dijo con orgullo—. Es hora de que empiece
a cuidar de mí misma. Si pierdo el rancho, voy a pedir un préstamo y volver a
la universidad. De todas formas, ya he terminado la educación primaria.
No había pensado que podría desaparecer. De repente, su vida se
puso más patas arriba que antes. Betty venía de camino a la ciudad, el padre de
Demi trataba de obligarlo a un matrimonio que no desea y ahora Demi se iba. Se
sentía abandonado.
Soltó un juramento que no le había oído decir antes.
—Entonces, vete de una maldita vez, —dijo furioso—. Será un
placer no tener que rescatarte de media docena de desastres por día.
Él cerró de un portazo y ella se hundió en una silla, sintiendo
de pronto la cálida humedad de las lágrimas que había estado reteniendo orgullosamente
para que él no las viera. Por lo menos ahora sabía lo que pensaba de ella y
tendría que aprender a vivir con ello.
El resto del día fue una pesadilla. Al final, se sentía enferma por
todos recuerdos que había en la casa. El dolor y la humillación le hicieron
coger el teléfono. Llamó a Joel, el más antiguo de sus dos trabajadores temporales
en el rancho.
—Me marcho un par de días, —le dijo—. Me gustaría que Ernie y tú
cuidarais el ganado para mí. ¿De acuerdo?
—Claro, jefa. ¿A dónde va?
—Estaré incomunicada.
Ella colgó.
Sólo le llevó unos minutos hacer una reserva en un modesto hotel
en el centro de Houston y hacer una pequeña maleta con suficiente ropa para el
fin de semana. En pocos minutos estaba montada en su coche y se puso en camino,
después de haber cerrado la casa. Joel tenía una llave, por si necesitaba
entrar.
Pasó el fin de semana viendo películas por cable y experimentando
con nuevos peinados. Vagando alrededor de las tiendas arriba y debajo de la
ciudad, aunque no compró nada. Ahora tenía que ahorrar, hasta que solicitara y
obtuviera una beca en la universidad. En un impulso llamó a un par de colegios
de la zona y pidió que le enviaran los catálogos a su domicilio en Jacobsville.
El fin de semana había sido una extravagancia, pero tenía que
huir. Se sentía como una turista, ya que visitó todos los puntos de interés,
incluyendo el famoso monumento de San Jacinto y el canal de buques que entraban
y salían en la ciudad portuaria.
Al día siguiente, una fuerte lluvia que
produjo inundaciones, la obligaba a permanecer un día más en la ciudad o a usar
su Bronco como una barcaza, ya que las calles cercanas al hotel estaban
demasiado inundadas para que se pudiera conducir con seguridad.
Hasta la tarde del lunes, no pudo empezar su largo viaje hacia
rancho. Y lo primero que notó conforme se acercaba a la casa fue la gran
cantidad de vehículos de la policía.
Conmocionada, ella se detuvo y paró el coche.
—¿Qué ha pasado? ¿Alguien ha destrozado mi casa? —preguntó al
primer policía al que se acercó, un oficial de la oficina del sheriff del Condado.
Él arqueó las cejas.
—¿Vive usted aquí? —preguntó.
—Sí. Soy Demi Lovato.
Él riéndose entre dientes, le dijo a los otros tres hombres, uno
de los cuales era un policía de la ciudad de Jacobsville.
—¡Aquí está! Ella no ha hecho nada malo.
Llegaron hasta ellos, con un Joel de aspecto desesperado a su
lado.
—¡Oh, señorita Lovato, gracias a Dios —dijo Joel, estrujándose
las manos. Su pelo se había vuelto blanco de repente y la miraba con los ojos vacíos.
—¿Qué es lo que pasa? —pregunta.
—¡Pensaron que yo la había matado y había escondido el cuerpo! —explicó
Joel, mirando nerviosamente a los oficiales de la ley.
Demi, abrió los ojos como platos y preguntó:
—¿Por qué?
—El Sr. Jonas se ha marchado y nadie lo ha encontrado todavía
—dijo Joel frenéticamente—. Le dije que usted se había ido, pero que no sabía
dónde, y él explotó y empezó a insultarme porque no le decía lo que no sabía.
Cuando vino hoy otra vez, llamó a la policía. Estoy tan contento de verla
señorita Lovato. ¡Tenía miedo de que me llevaran a la cárcel!
—Siento que hayas tenido que pasar por todo esto, Joel, —dijo cada
vez más incomoda—. Debería haberte dicho que iba a Houston, pero no se me
ocurrió que el Sr. Jonas quisiera saber a dónde iba —añadió amargamente.
El oficial hizo una mueca avergonzado.
—Sí, él dijo que habían discutido y temía que podrían haber
hecho alguna cosa locura…
Ella lo miró tan furiosa que se interrumpió.
—¡Si eso no es una presunción, no sé qué es! ¿Creen que estoy tan
desesperada como para pensar en suicidarme por alguien tan arrogante, egoísta e
insoportable como el Sr. Jonas! ¿Me ven tan desesperada?
Él carraspeó.
—¡Oh, no, señora, no me lo parece!
Mientras él se defendía, Joe entró por un lado de la casa para
ver que había pasado con la desaparición y se detuvo cuando vio a Demi.