Estábamos lustrando ese letrero ― Intervino Joseph con rapidez ― Siempre pensé que es
una vergüenza que las instalaciones de la escuela no estén en buenas
condiciones. Sólo queríamos aportar nuestra contribución. Bueno, ahora que todo
está listo, creo que nos iremos…
La señora McCracken hizo chasquear su lengua. Luego se oyeron
pasos, una conversación confusa, y por último estuve a solas de nuevo. Pero no
me escapé del baño enseguida. En lugar de eso, me detuve frente al espejo con
la cara roja. ―Un caso grave de síndrome de hija del
director‖, me repetí a mí misma.
―Demasiado criticona‖. Sabía que no estaba
precisamente hermosa con mi uniforme de camarera, pero las palabras de Joseph me hicieron sentir más insignificante que
nunca.
Después del trabajo, me las arreglé para tranquilizarme. No iba
a permitir ― repito, no iba a permitir ― que la opinión de Joseph Conner tuviera semejante efecto en mí.
Después de mi breve turno laboral, llegué a casa a la hora del postre.
Me estaba sirviendo un poco de ensalada que mamá me había
reservado, cuando sonó el teléfono. Tuve la súbita premonición de que era Doc
Ellis y el corazón me latió un poco más rápido.
Papá habló unos minutos y luego volvió a sentarse a la mesa.
Tomó su tenedor y dijo, pensativo:
― Era Rupert Ellis.
A pesar del golpeteo de mi corazón, estuve a punto de echarme a
reír. ¿Qué era eso de ―Rupert‖? Siempre resulta
gracioso oír a los profesores llamarse por sus nombres de pila, incluso cuando
tienen nombres de pila menos horribles.
Papá me miraba de una manera rara.
― ¿Te sientes bien Demi?
― Sí, claro ― aseguré, y tomé un poco de leche.
― ¿Cómo está Rupert? ― preguntó mamá en tono jovial. No es muy adicta descubrir
matices. Una puede entrar en el cuarto blanca como un fantasma y decir: ―Acaba de llamar de la morgue‖, ella contestaría: ―¿De veras? ¿Cómo andan las cosas por la morgue?
Papá seguía mirándome.
― Dijo que había descubierto algo curioso. Estaba corrigiendo las
pruebas de hoy y notó que Bobby Weller sacó un diez
― Lo felicito ― dijo mi madre sin darse cuenda de que allí había algo raro.
Papá la miró.
― Como te decía ― prosiguió ― Rupert siguió
corrigiendo otras pruebas y observó que todas habían sacado resultados
perfectos.
Esta vez no pude contener la risa. ¿Se imaginan a Doc Ellis
corrigiendo una prueba perfecta tras otra darse cuenta de que algo andaba mal
sólo al llegar a la buena nota de Bobby Weller? Volví a reírme y un poco de
leche pasó de mi boca al vaso.
―_ Grosera ― dijo Liz al verme.
― Perdón ― me disculpe con una sonrisa.
― Oh ― dijo mamá, comprendiendo por fin. ― Suena a una copia organizada en gran escala.
Mi padre suspiró.
― Rupert dijo que
todavía no había corregido tu prueba, Demi, pero supongo que no tiene importancia. De
todos modos, no puede tener en cuenta esas notas.
― ¿Por qué no? ― protestó Liz ― puede haber sido una
prueba fácil, o una coincidencia, o cualquier otra cosa.
― ¿Coincidencia? ― ironizó Anne ― ¿Sabes cuál es el
porcentaje de probabilidades?
Liz se encogió de hombros.
― No ― dijo con tono cansado.
― Yo podría resolver
el problema mentalmente si conociera todos los detalles ― Continuo Anne. Tiene mucho talento para la matemática ― ¿Cuántos alumnos son y cuantas preguntas había? ― Preguntó.
― En realidad, no te
importa ― le dijo Liz ― Sólo quieres
lucirte. Es como dice la señorita Gregson…
― Chicas ― intervino papá ― no es momento…
― Liz, ¿Qué dice la
señorita Gregson con exactitud? ― preguntó mamá.
― Que a Anne le gusta
lucirse ― respondió Liz alegremente ― que no alienta a los que necesitan más tiempo, que…
― Mucho más tiempo ― murmuró Anne en tono sombrío, mientras echaba una mirada
asesina a Liz.
― querida ― dijo mamá ― ya sabes que estamos
orgullosos de tu capacidad para matemática, pero…
― ¡Ta! ― grito Debbie desde su sillita alta.
― Chicas ― volvió a decir mi padre ― Escuchen…
― Es verdad, te gusta
hacer ostentación de tus dotes, Anne ― dije a toda
velocidad antes de que papá pudiera continuar. No quería seguir hablando de Doc
Ellis y, si algo aprendí a lo largo de los años, es que, por lo general, puedo
dejar a papá fuera de una conversación por medio de una pelea con mis hermanas.
Él se echó hacia atrás en la silla, derrotado, con una expresión
el semblante que decía: ¿Es que todos los padres con cuatro hijas son
intimidados así?
― Un minuto, Mel.
Quiero preguntarte algo_ me atajó papá esa noche cuando entré en la cocina para
comer algo liviano. Él estaba bañando a Debbie en la pileta.
― ¡Ta! ― gritó Debbie, muerta de risa, y tiró agua por todos lados al
verme.
― Hola, Debbie
preciosa ― dije yo, inclinándome para besar su cabecita
llena de jabón.
― ¡Ga! ― me contestó. Todavía no ha pronunciado su primera palabra, pero
mamá asegura que lo hará en el momento menos pensado.
Tomé una manzana de la frutera que había sobre la mesada,
mientras esperaba que mi padre dijera lo que tenía entre ceja y ceja.
Él levantó a Debbie, la paró sobre la mesada y comenzó a secarla
con una toalla color rosa.
― ¡Ra! ― chilló Debbie loca de contenta. Le encanta que la sequen.
― Mel ― volvió a decir papá ― ¿Hay algo que sepas
y quieras decirme sobre las pruebas de Doc Ellis?
Mordí la manzana.
― No ― dije con cautela.
Mi padre y yo hicimos un trato hace mucho tiempo. Nuca me hace
preguntas directas sobre incidentes ocurridos en el colegio; le limita a
preguntarme si hay algo que quiera decirle. O tengo la libertad de decir sí o
no y lo dejamos así.
― Me lo imaginé.
Siguió secando a Debbie, envolviéndola por completo en la toalla
rosa. Los observé a ambos bajo el brillo amarillento de la luz de la cocina.
Papá parecía cansado, pero sus manos tocaban
a Debbie con infinita paciencia, como si no
tuviera nada mejor que hacer que secar a un bebé a seco.
― Lamento lo de la
prueba ― dijo por fin ― se lo mucho que
estudiaste.
Lo cual les demuestra la fe absoluta que me tiene mi padre. Me
acerqué y lo abracé desde atrás. Enfrente vi una sobra que se movía y me
pregunté si sería Joseph. ¿Podría vernos a
los tres a la luz de la lámpara de la cocina?
Sacudí la cabeza, decidida a desterrar todo pensamiento relativo
a Joseph Conner.
El sábado por la mañana estaba sentada en la puerta de atrás con
el camisón puesto, diciendo: ―Sí, mamá… sí, comeré
las albóndigas… sí, sacaré la basura… No, no voy a ir a ninguna fiesta…‖
Ese fin de semana, mis padres iban a llevar a mis hermanas a
hacer una gira turística por el norte de Michigan. No tenía que ir con ellos
porqué viajar en auto me descompone con facilidad.
Y si así no hubiera sido, lo habría simulado, porque no hay nada
más aburrido que pasear en auto haciendo comentarios sobre las hojas rojas o
doradas. Me sorprende que Anne y Liz todavía no sean listas como para poner
objeciones. En realidad, pienso que durante gran parte del viaje juegan a la
batalla naval.
Mi madre cambió de posición a Debbie y la apoyó en su otra
cadera.
― Y no hagas llamadas
a larga distancia ― dijo para terminar.
― Mamás, ¿a quién voy
a llamar?
― Ah no sé… ― sonrió. ― Supongo que me estaba esforzando por
encontrar un último consejo.
― Créeme ya cubriste
todos los rubros.
Papá tocó la bocina. Era el único sentado en el auto. Anne y Liz
permanecían de pie junto al portón trasero abierto, sobre quien iba a ir atrás
en la camioneta. Si pudiera darle un consejo a papá, le diría: No conseguirás
hacer que una mujer suba al auto, hasta que no esté lista para subir al auto.
En realidad, ya he transmitido este pequeño fragmento de sabiduría, pero él
parece no creerlo.
― Adiós querida ― dijo mamá. Me dio un beso en la mejilla y salió en dirección al
auto.