― dijiste que no
sabías a quien más te encantaría ver metido en un lío, y yo dije…
― ¡Ya oí lo que
dijiste!
― Relájate – aconsejó
él con suavidad- Te va a dar un infarto. Tienes que aprender a tomarte todo en
forma más divertida.
Empezó a caminar en dirección a la cafetería. Vi que sus hombros
se sacudían de risa.
― ¡En la vida hay otra
cosas además de la diversión! ― le grite ― La diversión no es…― Dejé de hablar de
golpe al imaginar cómo sonaría lo que estaba diciendo.
Me sentí como un duende maligno, como un diablito mezquino que
afirma:
―Jamás existirá la diversión‖. Y yo normalmente no era así. Todo se debía que Joseph me hacía sentir tan… tan severa. Por
supuesto, otros chicos me hacían sentir así a veces, por ejemplo Marty Richards
y sus comentarios sobre ya-paso-tu-hora-de-ir-a-la-cama. Pero, de alguna
manera, podía lograr que Marty no me importase. Con Joseph la cosa era
distinta. Joseph me ponía loca.
Después de la escuela, saqué del armario mi uniforme de camarera
y me dirigí al baño para cambiarme. No daré muchos detalles acerca de mi
trabajo en la Cafetería de la Campana. Baste decir que uno de mis mayores
objetivos profesionales es encontrar, algún día, un trabajo que no requiera el
uso de ese particular tono marrón con que se empeñan en vestirnos aquí.
Para hacer las cosas más difíciles; la gerencia ha implementado
una nueva política: todos los empleados deben presentarse a cumplir sus tareas
con el uniforme puesto. Esta brillante política fue establecida en nombre de la
moral y la eficiencia; la gerencia parece pensar que, si llegamos con el
uniforme puesto, enseguida estaremos llenos de vitalidad y ganas de trabajar a
la manera como ellos la entienden.
Por suerte esta política es solo un
experimento. Espero que en un par de semanas la gerencia se dé cuenta de que el
hecho de hacernos vestir de etiqueta para el trabajo más pronto de lo necesario
no va a fomentar precisamente nuestra predisposición laboral.
Mientras me ponía el uniforme, consideré la idea de sugerirle al
promotor de la cafetería algún tipo de concurso de belleza con chicas de todo
el país vestida con el famoso uniforme. Podrían ofrecer algún premio
fantástico, como un millón de dólares, a la chica que de veras se
las arreglara para parecer atractiva con esa
ropa. La compañía recibiría toneladas de publicidad y, al mismo tiempo, tendría
la seguridad de que no debería otorgar el premio. Ni una súper modelo se vería
bonita con el marrón que a ellos les tanto les gusta.
Terminé de cambiarme y, estaba a punto de abrir la puerta del
baño, cuando oí risas de muchachos afuera. Sí, ya sé que tarde o temprano algún
chico va a descubrirme caminando por un pasillo de la escuela con el uniforme
puesto, pero estaba decidida a lograr que esa eventualidad se mantuviera lo más
lejana posible. Me quedé junto a la puerta del baño y esperé que las risas se
acallaran.
Pero los chicos no parecían moverse.
― ¿Entonces crees que
esto va a andar? ― preguntó uno de ellos. Parecía encontrarse
justo del otro lado de la puerta.
― Confía en mí.
Cambiamos los carteles en las puertas de los baños de mi otro colegio y todo
salió estupendo. Te diré, no me gusta hacer siempre la misma picardía, pero
esta vale la pena. Es asombroso como se atonta la gente cuando se da cuenta de
que está en el lugar equivocado. Especialmente cierta clase de chica inocente,
¿tú me entiendes?
El corazón me empezó a latir desbocado. Estaba casi segura de
que el primero en hablar había sido Marty Richards, pero no tenía ninguna duda
acerca del segundo. Joseph Conner, preparándose
para gozar con la humillación de alguien. Y era fácil imaginar a quien
incluiría dentro de la categoría de ―cierta clase de chica
inocente‖. Yo.
Dada la forma en que se presentaban las cosas, los chicos
parecían estar bien aprovisionados y pensaban trabajar en la puerta del baño.
Me vi a mi misma esperando detrás de la puerta cambiada de sexo hasta que se
marcharan.
― ¿De modo que vas a
organizar una fiesta para el próximo fin de semana?
Ahora ya tenía la certeza de que el chico que hablaba con Joseph era Marty.
―_ Todavía no lo sé ― contestó Joseph.
― Pensé que habías
dicho que tus padres no iban a estar en la cuidad.
― Así es ― respondió Joseph pacientemente ― Pero todavía no se
si quiero organizar una fiesta.
― ¿Por qué no?
― Bueno, no conozco a
mucha gente ― explicó Joseph ― Y no quiero que las
cosas se descontrolen.
―_ Eso no pasará. ― Aseguró Marty.
Me pregunté en que estaría pensado Marty para hablar así. ¿Cómo
podía prometer que todos los que fueran a la fiesta de Joseph iban a comportarse correctamente? Buena
suerte para Marty.
― Además ― continuo Joseph ― mis padres me matan
si llegan a enterarse.
― ¿Cómo van a
enterarse?
― Digamos que se rompe
algo muy valioso ― dijo Joseph en tono razonable ― Por otra parte, vivo justo enfrente de Merrill, imagínate.
― Oh, es un buen tipo ― lo tranquilizó Marty ―. No creo que te
delate.
Sonreí. ¡Gracias Marty Richards! Me encantaba que los chicos del
colegio, en especial los más populares, no fueran tan descarados como para
dejar de reconocer que papá esa un tipo decente a pesar de su cargo de
director.
― Puede ser ― dijo Joseph ― Pero Demi es otra historia. Con ella siempre hay una
especie de vigilancia constante.
Sentí como si el planeta comenzara a girar lentamente. Las
palabras de Joseph resonaron en mi
mente una veinte veces durante el lapso de dos latido de corazón. Me sentí
aturdida, ―Por favor defiéndeme ― le suplique a Marty en silencio ― Dile a Joseph que no sabe de qué habla…
que a pesar de
todo lo que te burlas de mí, no soy solo la hija santurrona del director. Que
en realidad soy muy lista‖
― Si supongo que no es
la chica más divertida del mundo ― comentó Marty.
Sentí que me sonrojaba. ¿Así que no era la chica más divertida
del mundo? Bueno, no, tal vez no se me conociera precisamente por organizar
fiestas en las cuales las persianas temblaban de tanto bochinche, pero montones
de chicas no eran así y no se las encasillaba como santurronas aburridas y
mojigatas.
No podía creerlo. ¿Marty dice que papá es muy buen tipo, pero piensa
que yo… yo sería capaz de llamar a la policía porque mi vecino de una fiesta?
Me hacía quedar como la abuela de alguien.
― En mi opinión, es un
caso grave de síndrome de hija del director ― continuo Joseph ― Es una lástima porque ella es… bueno, es… no sé, es algo así
como…
― ¿Cómo que Conner? ― preguntó Marty impaciente.
Joseph se aclaró la garganta,
― Bueno, es como
demasiado criticona. Puesto a que hoy fue la única persona en la clase de Doc
Ellis que no apreció mi… en fin, mi humilde esfuerzo con respecto a la hoja de
soluciones.
En ese momento, el corazón me latía con tanta violencia que casi
estaba segura de que debía oírse a través de la puerta. ¿Pensaba sinceramente
que yo era la única persona? ¿Pensaba que no era más que la latosa permanente
del colegio? Y en todo caso. ¿Qué me importaba lo que pensara de mí? En ese
preciso instante, mi único deseo era que, de alguna manera, él y Marty
desaparecieran para que yo pudiera correr como loca a mi trabajo.
― Caballeros, ¿qué es
lo que hacen ustedes exactamente en la puerta del baño?
Me habría echado a llorar de alivio. ¡La
señora McCracken al rescate! Nunca pensé que iba a gustarme tanto escuchar el
sonido monótono de su voz
― Oh, bueno… Hola
señora McCracken ― tartamudeo Marty ― Sólo estábamos… bueno…