― Supongo que eso
significa que será una fiesta entretenida ― comentó Katie.
― Espero que el ruido
no llegue hasta mis padres ― dije en tono de
broma ― Podrían preguntarse qué es lo que pasa y
darse una vuelta para investigar.
Nos acercamos a la severa casa de ladrillos de los Weller, que
casi literalmente palpitaba de música y conversaciones a gritos. Bobby Weller
estaba parado en el porche delantero, fumando un cigarrillo.
Bobby no se maneja
muy bien con la presión que implica ser hijo de un miembro del cuerpo docente
del colegio. Fuma y bebe y se rodea de malas compañías. Sin embargo, mal que me
pese, me cae bien.
Supongo que lo mismo ocurre con los profesores, porque no
dejan de aprobarlo aunque jamás presente un trabajo. La escuela entera mantiene
una amable conspiración para que no se entere el señor Weller, una de esas
personas penosamente ingenuas que, con toda probabilidad, tampoco lo habría
creído.
― Hola, Bobby ― saludé.
― Hola, Demi ― Me dedico una de esas sonrisas suyas vagas y aletargadas. ― Hola, Katie. Entren.
Nos abrimos paso hacia la cocina a través de la multitud. Había
cifras astronómicas de botellas vacías esparcidas por todas las superficies del
cuarto.
Lo único que quedaba para beber era un ponche de color rojo
brillante en un bol de vidrio muy sucio y cubierto de huellas digitales. Katie
y yo nos servimos dos copas con un cucharón. Lo probé.
― ¿refresco?
Katie bebió un sorbo y asintió.
― Claro que,
conociendo a Bobby contiene algo más que refresco.
Volví a probarlo.
― Probablemente tengas
razón, pero es tan dulce que no puedo adivinar de qué se trata.
Katie vio a un conocido en un rincón de la cocina y se dirigió
hacia allí para saludarlo. Yo estaba agregando un poco de jugo de fruta en mi
copa, cuando una voz a mi espalda dijo:
― Eso no parece un
suéter verde.
Me di vuelta. Joseph Conner había acercado una silla a la
heladera y, sentado frente a la puerta abierta, inspeccionaba su contenido. Me
aparte el flequillo de la frente con una sensación de aturdimiento.
― Decidí no ponérmelo ― repuse con voz fría.
― Es evidente. ― Joseph abrió un frasco de
aceitunas negras y me lo ofreció. Sacudí la cabeza.
― ¿Volviste a llamar a
Katie para decirle que habías cambiado de idea con respecto al suéter? ¿Por qué
las chicas tendrán que hacer eso? ¿Y vas a tirar la blusa rayas de la que
hablaba Katie? ― Me miró de cerca. ― A propósito no veo la forma de tu corpiño con ese vestido. ¿O
es que no lo llevas puesto?
Antes de que pudiera pensar una respuesta cortante, Swiss Kriss
entró en la cocina y dedicó a Joseph una dulce y brillante sonrisa. Joseph le ofreció el tarro de aceitunas.
Debo explicar que Swiss Kriss es la chica más bonita y popular
del colegio. Su nombre, por supuesto, no es Swiss Kriss. En realidad es Krista
Snowden, pero años atrás tenía un novio que tomaba mucha cocoa caliente y
empezó a llamarla así por una marca de cocoa en cuya caja aparecía una chica
vestida a la suiza: Swiss Miss. El nombre le quedó. Ahora, al comienzo de año,
cuando los profesores pasan lista y preguntan por Krista Snowden, ella dice: ―Me gustaría que me llamen Swiss Kriss, por favor‖
Siempre lleva trenzado su largo pelo rubio y, por supuesto, en
Halloween, la fiesta de las brujas, se disfraza de Swiss Miss, con pantalones
de cuero y todo, como los que usan allá. Incluso cuando no es Halloween, tiende
a vestirse como Swiss Miss: cuellos a lo Peter Pan, tiradores, faldas cortas
plisadas y, a veces, medias que le llegan a la rodilla. Ah, ocasionalmente se
pone vaqueros y una especie de camisa plisada de franela para lograr una
apariencia más austera, pero nunca se aleja del estilo montañoso.
No hace falta decir que Swiss Kriss es casi la chica más linda
del mundo: rasgos menudos y regulares, nariz pequeña, ojos azul oscuro, labios
rojos, piel delicada, estatura no muy alta… se la imaginan, ¿no?
Y es muy aplomada. Tiene que serlo, si quiere tener éxito en ese
asunto de Swiss Kriss.
Ahora le dedicó a Joseph otra sonrisa radiante, mostrando las
perlitas de sus dientes de bebe.
― Gracias, estoy tratando
de dejarlas.
― Te comprendo ― contestó Joseph ― Tuve un terrible problema hace unos años. Pero ahora solo como
aceitunas en las fiestas.
Swiss Kriss se echó a reír mientras se alejaba ondeando la falda
de su traje tirolés.
Sentí una puntada de celos, ¿Pero por qué iba a estar celosa de
Swiss Kriss y Joseph? Supongo que Swiss
Kriss es de esas personas que hacen brotar los celos que llevo dentro.