sábado, 18 de mayo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 36




–¿De verdad? ¿Sí? –preguntó ella. ¿Por qué le dolía tanto que le dijera eso?
 –¿Por qué te sorprende tanto?

 –Porque parecías muy seguro de que casarnos era la única opción. ¡Como si viviéramos en la Edad Media y tuvieras que comportarte de forma honorable conmigo!
 –Digamos solo que estoy dispuesto a renunciar a algunas cosas –repuso él, esforzándose por no enfadarse.
 –¿A qué cosas?

 –Tú te mudas aquí y yo me mudo contigo. Nada de matrimonio, pero creo que debemos darnos una oportunidad, por el bebé. Si no funciona, nos separaremos de forma civilizada –propuso él y apartó la mirada–. Éramos felices… antes de que todo cambiara. ¿Qué te hace pensar que no podemos ser felices de nuevo?


Joseph no se había dado cuenta de lo feliz que era con Demi hasta que ella lo llamó llena de pánico en medio de una reunión de trabajo.

 Cuando le había sugerido que vivieran juntos, no había sospechado lo que eso implicaría. Era un hombre acostumbrado a la libertad y a la independencia, sobre todo, a no darle explicaciones a nadie. 

Por supuesto, admitía que esa situación había sufrido algunos cambios cuando se habían convertido en amantes. Y admitía también que la idea de casarse le había parecido menos tentadora que la de vivir juntos.

 Al sacar el matrimonio de la ecuación, su sentido de la obligación había quedado al margen. Y, aunque no sabía por qué, vivir con ella le había hecho querer comprometerse de corazón.
 La había ayudado con la mudanza, asegurándose de que Demi hiciera poco más que meter unos cuantos artículos personales en una maleta.

 Recoger las cosas de su propio piso le dio un poco más de trabajo. Pero no reparó en la enormidad de la tarea cuando, dos días después, se reunió con Demi en la cocina para compartir su primera cena… como una pareja que vivía junta.

 Había sido un gran paso, aunque Joseph se había esforzado en que Demi apenas lo notara. Ella seguía titubeante y cautelosa, además el embarazo parecía haberla vuelto impredecible. Era normal. Lo sabía porque había comprado en secreto un libro sobre el tema y se lo había leído de cabo a rabo.
 – Joseph… ¿crees que puedes venir?
 –¿Qué pasa?
 Pocas personas tenían el número de móvil de Joseph. Lo había sentido vibrar en el bolsillo y había visto el nombre de ella en la pantalla. De inmediato, había indicado con una seña a los presentes que continuaran con la reunión y había salido de la sala.

 Cuando Demi había empezado a trabajar en la pequeña editorial de su compañía, nunca lo había llamado. Había dejado el empleo hacía dos semanas y no lo había telefoneado a la oficina ni una sola vez, a pesar de que él le había repetido que podía hacerlo cuando quisiera.
 Por eso, aparte de su tono de voz, le alarmó el mero hecho de que lo llamara.
 Un poderoso sentimiento lo atravesó. Miedo.
 –Estoy sangrando… Seguro que no hay nada de qué preocuparse…
 –Voy para allá.

Demi se tumbó en el sofá con las piernas levantadas e intentó mantener la calma. Mirando a su alrededor, se fijó en los pequeños detalles que había incorporado a la casa, en la que desde el principio se había sentido en su hogar. Había jarrones con flores del jardín, fotos enmarcadas sobre la chimenea, adornos que había comprado en el mercado de Portobello hacía un par de semanas… No estaba segura de si Joseph se había fijado en ellos, pero tampoco había querido comentárselo.

 Se había quedado un poco decepcionada cuando él había abandonado el tema del matrimonio con tanta facilidad. ¿Habría sido un alivio para él no tener que comprometerse? Vivir juntos era muy diferente. Sin embargo, solo se podía culpar a sí misma por no haber aprovechado la oportunidad de casarse cuando él se lo había propuesto.

 En el presente, lo lamentaba. Seguía pensando que, sin amor, un matrimonio era solo una farsa. Aun así… Joseph había sido la pareja perfecta desde que se habían mudado juntos. Ella no había hecho más que decirle que no hacía falta que la tratara como si fuera a romperse, aunque, al mismo tiempo, le había encantado sentirse cuidada. Tal vez por eso, había empezado a creer que era posible que él llegara a amarla algún día.

 Pero, en ese momento, había una preocupación más acuciante…
Demi no quería ni pensar en que podía perder el bebé. Deseó haber prestado más atención a los mareos que había tenido de vez en cuando. Si lo perdía, ¿qué pasaría con Joseph y con ella? Prefería no pensar en la respuesta, porque la hacía agonizar de dolor.

 Cerrando los ojos, intentó no pensar, pero su mente no dejaba de darle vueltas. Ya amaba a ese bebé que no había nacido. Si algo malo le pasaba, ¿cómo iba a enfrentarse a ello?
Demi suspiró con alivio al oír a Joseph abriendo la puerta principal. Al instante, estaba a su lado, con la preocupación pintada en el rostro.

–No debería haberte molestado… –murmuró ella y trató de sonreír.
 Joseph sacó su móvil y comenzó a marcar.
 –¡Deprisa!
 –¿A quién has llamado?
 –Al médico.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 35





Joseph cerró los ojos, invadido por una abrumadora sensación de anhelo. Nunca había sentido nada igual. Algunos amigos suyos, en ocasiones, le había hablado de las maravillas de la paternidad y le habían contado que un bebé no podía compararse con nada más en el mundo. 

Él no les había hecho mucho caso ni les había prestado atención. Sin embargo, en ese momento, se sorprendió por sus propios sentimientos. ¿Qué era esa extraña sensación que lo dejaba conmocionado?

 Era mejor saborear el momento y no hacerse demasiadas preguntas, se dijo Joseph.
Ella le tocó el pelo, mientras él le levantaba un poco más el vestido.
 Con un suave tirón, Joseph la hizo sentarse en el sofá.

No era así como se suponía que debía ir la noche, caviló Demi. Se sentía vulnerable y debería protegerse. Eso implicaba no dejar que él le quitara el vestido por encima de la cabeza como estaba haciendo, dejándole los pechos al descubierto.

 Al instante se los tocó, se los besó y le mordisqueó los pezones, provocándole escalofríos de placer.

 –No sé por qué no me he fijado antes en lo mucho que te ha cambiado el cuerpo.
 –Porque no estabas prestando atención –murmuró ella, sin aliento–. Ni yo tampoco. Ninguno de los dos lo esperábamos.

Joseph apenas la escuchó. Estaba muy ocupado lamiéndola y saboreándola. Ella arqueó la espalda, con los ojos cerrados.

 Mientras él le chupa un pezón, Demi gimió y abrió las piernas de forma automática, invitándole a tocarla.

 Joseph notó su humedad a través de la ropa interior, pero no tenía prisa por quitársela. Siguió tocándola, sin dejar de deleitarse con sus gloriosos pechos. Le gustaba el modo en que ella se retorcía cuando iba hundiendo los dedos en su húmeda calidez. ¿Cómo era posible que Demi quisiera mantenerlo apartado? ¿Cómo podía negar lo bien que estaban juntos?

 Hicieron el amor despacio, como si tuvieran todo el tiempo del mundo y, después, ella estuvo a punto de quedarse dormida entre sus brazos.

 –No deberíamos haberlo hecho –murmuró Demi, odiándose a sí misma por haber sucumbido a la tentación. Hizo un amago de ponerse en pie, pero él la sujetó, impidiéndoselo.
 –Intenta sonar más convencida y te creeré.

 –Lo digo en serio, Joseph. No está bien.
 –No es eso lo que me ha dicho tu cuerpo.
 –¡No quiero que sea mi cuerpo quien maneje la situación!
 Azorada, Demi lo empujó y se puso a recoger sus ropas, avergonzada de sí misma.
 Él se levantó, contemplando cómo se ponía el vestido.
 –Sé que no quieres –admitió él con tono grave.
 –¿Ah, sí? –preguntó ella con desconfianza.

 Joseph recogió sus calzoncillos, se los puso y la miró.
 –Sigues sintiéndote atraída por mí, pero no quieres que eso interfiera en tomar la decisión correcta.

 –Bueno… sí –reconoció ella y se sentó en una silla. Con el cuerpo tenso, descansó las manos sobre el regazo, mirando a Joseph con incertidumbre. Con la habitación casi en penumbra, el cuerpo de él parecía una estatua clásica griega, pensó, deseando que se cubriera con una camiseta.

 –Me disculpo si me he aprovechado de tu debilidad.
 –Bueno, la culpa no es solo tuya… –tuvo que admitir ella y apartó la mirada con gesto culpable.
 –Entiendo que no quieras seguir en la situación en la que estábamos, teniendo en cuenta las circunstancias.

 –Nooo… –dijo ella, tratando de adivinar adónde quería él ir a parar.
 –En asuntos como este, todos queremos pensar con la cabeza.
 –No es eso…
 –No quiero perder tiempo convenciéndote en que tienes que pensar con la cabeza. No quieres casarte conmigo y lo acepto.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 34





–¡Pues claro! ¿Es que crees que soy idiota? Sé que vamos a tener muchas complicaciones, pero al menos hemos solucionado la primera. Yo ya había pensado que igual no era buena idea compartir piso con Ellie, teniendo al bebé. Además, está en una zona llena de gente. 

Tendría que llevar el carrito sorteando a la multitud, haciendo malabarismos con el tráfico…
 –Te ayudaré a mudarte antes de la semana que viene. No tendrás que mover ni un dedo.

 Escuchar sus palabras era una delicia para sus oídos. Demi no quería ser una carga para un hombre que no la amara, pero no podía evitar la tentación de cerrar los ojos y apoyarse en su fortaleza.

Joseph se puso en pie, se acercó a la nevera y la informó de que se había tomado la libertad de hacer que les prepararan la cena.

 –Siéntate –ordenó él cuando ella empezó a levantarse–. Yo me ocupo.
 –Me siento como en una montaña rusa de la que no tengo los mandos –protestó ella, aunque de buen humor.

 Joseph le lanzó una sonrisa provocativa.
 –Pues acostúmbrate.
 –Pero no quiero que te creas obligado a cuidar de mí –insistió ella–. No es necesario. Bastante me has ayudado al permitirme mudarme a esta casa.

 –No me has escuchado. Pretendo ayudarte en todo. No tengo intención de dejarte jugar a ser independiente y hacerlo todo sola mientras esperas a tu príncipe azul –señaló él. Solo de pensarlo, se ponía tenso.

 Tras calentar la comida en el microondas, Joseph la llevó a la mesa y colocó dos platos y los cubiertos.
 –Tenemos que superar esta… fase –dijo él con los dientes apretados.

 Joseph había tenido tiempo de pensar en el cambio de actitud de Demi y había llegado a una conclusión. Aunque su relación siempre había sido de sincera amistad y se habían convertido en algo más al convertirse en amantes, el embarazo había dejado al descubierto sus carencias. Sin duda, Demi ya no podía sentirse relajada con él porque se sentía atrapada en una situación que no podía cambiar y con un hombre con quien no había pensado estar a largo plazo. No había elegido por sí misma estar embarazada.

 Sin embargo, eso no significaba que él fuera a quedarse a un lado para dejar que ella buscara a su hombre ideal. De ninguna manera.

 Y ese punto lo llevaba a la parte más delicada de las negociaciones.
 Sumido en sus pensamientos, Joseph se esforzó en terminarse su plato, medio escuchando cómo Demi le aseguraba que estaba contenta porque estuvieran comportándose como adultos. Él levantó la mano para interrumpirla.

 –¿Por qué no vamos a relajarnos al salón?
 –Me siento rara, como si estuviera ocupando la casa de otras personas.
 –Deja que te lo aclare –se ofreció él, poniéndose en pie–. La casa quedó vacía hace diez meses. La acabo de reamueblar.
 –¿De veras? ¿Por qué? ¿Ibas a alquilarla de nuevo?
 –No importa –contestó él, sonrojándose.
 –Entonces… ¿por qué son nuevos todos los muebles? –quiso saber ella, maravillada porque todo parecía elegido según sus gustos.

 –Hice que mi gente la equipara bien –afirmó él, omitiendo el hecho de que les había dado instrucciones precisas sobre cómo hacerlo.

 –No podían haberla decorado mejor –se admiró ella, posando los ojos en el cómodo sofá. Todo estaba cuidado hasta el máximo detalle, desde las cortinas color granate a la alfombra persa que cubría el suelo de madera barnizada.

 Demi se sentó con las piernas debajo de ella.
 –Bueno… –comenzó a decir él, tras sentarse a su lado.
 –¿Qué? –preguntó ella, nerviosa por tenerlo tan cerca, pues había planeado mantener las distancias.

 –Quiero que me expliques por qué las cosas han cambiado entre nosotros de la noche a la mañana.

–¿No es obvio? –replicó ella y parpadeó, tratando de calmarse. Sí, era cierto que las cosas habían cambiado. Hacía dos días, se hubiera echado a sus brazos y habrían hecho el amor. No obstante, ella no podía seguir comportándose de la misma manera…
 –No –negó él, sin dejar de mirarla.

Demi se quedó sin saber qué responder. De pronto, se sintió excitada por su cercanía.
 –Pues debería serlo…

 –¿Por qué razón? –insistió él y se pasó las manos por el pelo en un gesto de frustración–. ¿Es que el embarazo te ha afectado a las hormonas? ¿Te ha quitado las ganas de tener sexo? ¿O es que ya no te atraigo porque estás embarazada de mi hijo?
 –¡No! –exclamó ella, sin pensárselo–. Quiero decir…

 –Quieres decir que todavía te atraigo –murmuró él con satisfacción.
 –¡No se trata de eso!
 –¿Y de qué se trata?
 –Se trata de que hay más cosas en juego que la atracción que sentimos y la relación sin ataduras que manteníamos, solo para divertirnos.

 –Dices eso de solo para divertirnos como si fuera un crimen.
 –Deja de confundirme –gritó ella, poniéndose en pie. Se quedó delante de él, mirándolo, presa de un mar de emociones contradictorias.

 Entonces, sin previo aviso, Joseph alargó la mano y la posó en el vientre de ella. Demi se quedó petrificada.

 –Quiero sentirlo –susurró él. Nunca había pensado en tener hijos, pero en ese momento, tenía la necesidad de sentir una prueba de su existencia, de tocar el vientre más abultado de Jennifer–. ¿Cuándo puede notarse si se mueve?
 – Joseph, por favor…

 –Yo he tomado parte en su creación. ¿No irás a negarme la posibilidad de sentirlo? –preguntó él, le deslizó las manos debajo del vestido y le palpó el vientre. ¿Cómo había podido no darse cuenta antes? Tenía el abdomen bastante más pronunciado que cuando habían empezado a ser amantes.

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 33





 –Estamos en una de las zonas más verdes de Londres.
 –No sabía que las hubiera. Al menos, no como esta…
 Demi no podía apartar los ojos de la casa que tenía delante. El pequeño jardín estaba rebosante de flores de colores. Un camino llevaba a la puerta principal de la casita, que era pequeña, pero exquisita.

 Parecía el dibujo infantil de una casa, con enormes ventanas en el piso de abajo, una chimenea en el tejado, paredes de piedra con hiedra. A un lado, tenía un garaje y, al otro, un gran árbol y un camino que llevaba a la parte trasera.

 –¿Quién vive aquí? –preguntó ella con desconfianza–. Si me hubieras dicho que íbamos a visitar a amigos tuyos, me habría puesto algo distinto –comentó y le molestó darse cuenta de que estaba dispuesta a cambiar su vestuario por atuendos más amplios y menos ajustados, a pesar de que había asegurado lo contrario.

 –Es una de mis propiedades –explicó él, mientras abría la puerta principal y se hacía a un lado para dejarla pasar.
 –¡No me lo habías mencionado!

 –No lo había creído necesario.
 –Es preciosa, Joseph.
 Las paredes color crema parecían recién pintadas y una escalera de madera barnizada conducía al piso de arriba.
 Demi dio unos pasos con timidez y, poco a poco, comenzó a explorar la casa. Era mucho más grande por dentro de lo que parecía por fuera.

 Abajo, había varias habitaciones alrededor del pasillo central. Había un salón pequeño, pero acogedor, un comedor, un despacho con estanterías y armario, una sala para ver la televisión y, por supuesto, la cocina, que tenía una gran mesa en el centro. Unas puertas correderas daban al jardín, perfectamente dispuesto. Tenía árboles frutales y un banco desde el que se podía contemplar la casa, rodeada de arbustos y flores.

 –Cielos –dijo ella con ojos brillantes–. No puedo creer que vivas en tu piso teniendo la opción de vivir aquí.

 –¿Por qué no subes a ver el piso de arriba? –propuso él, sin contestar–. Creo que te gustará la cama con dosel que hay en el dormitorio principal. Se ha decorado con la mejor calidad, manteniendo su estilo original.

 –Hablas como si fueras agente inmobiliario –bromeó ella, sintiéndose de mejor humor.
 Joseph se percató de su cambio de estado de ánimo. Al parecer, la casa había logrado lo que él no había podido conseguir, pensó. Y, antes de que ella pudiera volver a ponerse a discutir, la condujo al piso de arriba para que admirara los dormitorios y los baños y el cuarto vestidor, junto a la habitación principal.

 –Bueno, ¿qué te parece? –preguntó él cuando hubieron regresado a la cocina, que había ordenado amueblar con piezas de madera porque Demi le había expresado en una ocasión que no le gustaban los muebles de cristal y metal.

 –Ya sabes lo que me parece, James. Supongo que se me ve en la cara.
 –Bien. Porque es uno de los detalles de los que quería hablarte. No creo que sea adecuado para el bebé vivir en un piso compartido. Esta casa, por otra parte… –comentó, señalando a su alrededor.

 Joseph percibió la indecisión en el rostro de ella. Tuvo que contener su deseo de decirle que no tenía elección. Sin embargo, sabía que no serviría de nada presionarla.

 –Creo que los niños viven mejor en una casa a las afueras que en el centro de Londres –continuó él, sin dejarla hablar–. ¿Recuerdas lo divertido que fue para ti crecer en el campo? Claro que esto no es como el campo, pero tiene un jardín, bastante grande para estar en Londres, y todas las tiendas que necesitas están a poca distancia.

 –¿Pero no tienes planes para esta casa? ¿No la tenías alquilada? Espero que no hayas echado a tus inquilinos, Joseph.

 –Desde luego, tu opinión de mí me halaga –repuso él con sarcasmo. Al mismo tiempo, intuyó que había ganado parte de la batalla–. No he echado a nadie. Te gusta el sitio y yo creo que sería ideal. Está bien comunicado con el centro. En cuanto a tu trabajo…
 –Mi trabajo… no había pensado…

 –No sería buena idea.
 –¿Es que quieres decirme que ya no tengo trabajo? –protestó ella, echando chispas.
 –Nada de eso. Pero piénsalo. Estás embarazada. No vas a poder mantenerlo en secreto y, antes o después, se sabrá que soy el padre. Puede que no sea una situación muy cómoda para ti…

 –Y si lo dejo, ¿de qué voy a vivir?
 –Detalle práctico número dos. El dinero. Claro, si no quieres mantener tu puesto, yo no voy a impedírtelo. No me preocupan los cotilleos a mis espaldas y, si tú quieres quedarte en la empresa, tendrás todo mi apoyo –señaló él y guardó unos segundos de silencio para que ella sopesara sus opciones–. De todas maneras, tanto si sigues trabajando como si no, debes saber que a ningún hijo mío va a faltarle de nada y me da igual que tu orgullo te impida aceptar mi dinero. Sobre ese punto, no hay discusión.

 –No tengo objeciones a que mantengas a nuestro hijo, Joseph –murmuró Demi, mientras le daba vueltas a la posibilidad de que sus compañeros de trabajo cuchichearan a sus espaldas. A ella le encantaba su empleo, pero no sabía si iba a ser capaz de aguantar que todos cotillearan, echándole en cara que había estado acostándose con el jefe y se había quedado embarazada. Eso podía ser un infierno.

 –Y tú estás incluida en el paquete, Demi –aseguró él con suavidad–. Tengo la intención de ocuparme de tu cuenta bancaria, para que siempre tengas libertad para hacer lo que quieras. Puedes seguir trabajando en la editorial. O buscar otro empleo. O dejar de trabajar. Las tres cosas me parecen bien. Depende de ti. Entonces, doy por hecho que vas a mudarte aquí…

 –Bueno, puede que sea buena idea salir del centro de Londres –respondió Demi, sin querer demostrar su alivio por poder dejar el piso. Ellie era joven y no tenía pareja estable. Le gustaba poner la música alta y quedar con amigos en su casa. Ella se había preguntado cómo iba a vivir con un bebé en ese ambiente.
 –¿Y respecto al trabajo?
 –Tendré que pensarlo.

 –Espero que no mucho. Si decidieras dejarlo, tendría que buscar un sustituto –murmuró él–. En cuanto al tema de nuestros padres…

 –Ya te lo he dicho. Voy a darle la noticia a mi padre el fin de semana.
 –Me gustaría que mi madre también estuviera presente.
 –Claro. Claro –admitió ella. No había pensado mucho en ese mal trago. Pero era lógico que Daisy estuviera también.

 –¿Cómo crees que se tomarán la noticia?
 –¿Por qué quieres hablar de esto? –preguntó ella con desesperación–. No puedo pensar en tantas cosas a la vez.
 –Pero hay que enfrentarse a los problemas.
 –Lo sé.
 –¿Ah, sí?