–¿De verdad? ¿Sí? –preguntó ella.
¿Por qué le dolía tanto que le dijera eso?
–¿Por qué te sorprende tanto?
–Porque parecías muy seguro de que casarnos
era la única opción. ¡Como si viviéramos en la Edad Media y tuvieras que
comportarte de forma honorable conmigo!
–Digamos solo que estoy dispuesto a renunciar
a algunas cosas –repuso él, esforzándose por no enfadarse.
–¿A qué cosas?
–Tú te mudas aquí y yo me mudo contigo. Nada
de matrimonio, pero creo que debemos darnos una oportunidad, por el bebé. Si no
funciona, nos separaremos de forma civilizada –propuso él y apartó la mirada–. Éramos
felices… antes de que todo cambiara. ¿Qué te hace pensar que no podemos ser
felices de nuevo?
Joseph no se había dado
cuenta de lo feliz que era con Demi hasta que ella lo llamó llena de
pánico en medio de una reunión de trabajo.
Cuando le había sugerido que vivieran juntos,
no había sospechado lo que eso implicaría. Era un hombre acostumbrado a la
libertad y a la independencia, sobre todo, a no darle explicaciones a nadie.
Por supuesto, admitía que esa situación había sufrido algunos cambios cuando se
habían convertido en amantes. Y admitía también que la idea de casarse le había
parecido menos tentadora que la de vivir juntos.
Al sacar el matrimonio de la ecuación, su
sentido de la obligación había quedado al margen. Y, aunque no sabía por qué,
vivir con ella le había hecho querer comprometerse de corazón.
La había ayudado con la mudanza, asegurándose
de que Demi hiciera poco más que meter unos cuantos artículos personales en una
maleta.
Recoger las cosas de su propio piso le dio un
poco más de trabajo. Pero no reparó en la enormidad de la tarea cuando, dos
días después, se reunió con Demi en la cocina para compartir su
primera cena… como una pareja que vivía junta.
Había sido un gran paso, aunque Joseph se había esforzado
en que Demi apenas lo notara. Ella seguía titubeante y cautelosa, además el embarazo
parecía haberla vuelto impredecible. Era normal. Lo sabía porque había comprado
en secreto un libro sobre el tema y se lo había leído de cabo a rabo.
– Joseph… ¿crees que puedes venir?
–¿Qué pasa?
Pocas personas tenían el número de móvil de Joseph. Lo había sentido
vibrar en el bolsillo y había visto el nombre de ella en la pantalla. De
inmediato, había indicado con una seña a los presentes que continuaran con la
reunión y había salido de la sala.
Cuando Demi había empezado a trabajar en la
pequeña editorial de su compañía, nunca lo había llamado. Había dejado el
empleo hacía dos semanas y no lo había telefoneado a la oficina ni una sola
vez, a pesar de que él le había repetido que podía hacerlo cuando quisiera.
Por eso, aparte de su tono de voz, le alarmó
el mero hecho de que lo llamara.
Un poderoso sentimiento lo atravesó. Miedo.
–Estoy sangrando… Seguro que no hay nada de
qué preocuparse…
–Voy para allá.
Demi se tumbó en el sofá
con las piernas levantadas e intentó mantener la calma. Mirando a su alrededor,
se fijó en los pequeños detalles que había incorporado a la casa, en la que
desde el principio se había sentido en su hogar. Había jarrones con flores del
jardín, fotos enmarcadas sobre la chimenea, adornos que había comprado en el
mercado de Portobello hacía un par de semanas… No estaba segura de si Joseph se había fijado en
ellos, pero tampoco había querido comentárselo.
Se había quedado un poco decepcionada cuando
él había abandonado el tema del matrimonio con tanta facilidad. ¿Habría sido un
alivio para él no tener que comprometerse? Vivir juntos era muy diferente. Sin
embargo, solo se podía culpar a sí misma por no haber aprovechado la
oportunidad de casarse cuando él se lo había propuesto.
En el presente, lo lamentaba. Seguía pensando
que, sin amor, un matrimonio era solo una farsa. Aun así… Joseph había sido la
pareja perfecta desde que se habían mudado juntos. Ella no había hecho más que
decirle que no hacía falta que la tratara como si fuera a romperse, aunque, al
mismo tiempo, le había encantado sentirse cuidada. Tal vez por eso, había
empezado a creer que era posible que él llegara a amarla algún día.
Pero, en ese momento, había una preocupación
más acuciante…
Demi no quería ni
pensar en que podía perder el bebé. Deseó haber prestado más atención a los
mareos que había tenido de vez en cuando. Si lo perdía, ¿qué pasaría con Joseph y con ella?
Prefería no pensar en la respuesta, porque la hacía agonizar de dolor.
Cerrando los ojos, intentó no pensar, pero su
mente no dejaba de darle vueltas. Ya amaba a ese bebé que no había nacido. Si
algo malo le pasaba, ¿cómo iba a enfrentarse a ello?
Demi suspiró con alivio
al oír a Joseph abriendo la puerta principal. Al instante, estaba a su lado, con la
preocupación pintada en el rostro.
–No debería haberte molestado…
–murmuró ella y trató de sonreír.
Joseph sacó su móvil y comenzó a
marcar.
–¡Deprisa!
–¿A quién has llamado?
–Al médico.