martes, 23 de abril de 2013

Química Perfecta Capitulo 56




Joe
  
  Llevo una semana aquí, y estoy harto de las enfermeras, los médicos, las agujas, las pruebas... y, sobre todo, de las batas de hospital. Creo que cuanto más tiempo paso aquí, más gruñón me vuelvo. Vale, puede que no hubiera debido gritarle así a la enfermera que me ha quitado la sonda. Ha sido su animada disposición la que me ha sacado de quicio.

    No quiero ver a nadie. No quiero hablar con nadie. Cuanta menos gente se meta en mi vida, mejor. He apartado a Demi de mi vida y me dolió mucho tener que hacerle daño. Pero no tuve otra elección. Cuanto más cerca está de mí, más peligro corre. No podría soportar que le ocurriera lo mismo que a Paco...
    «Deja de pensar en ella», me digo.

    La gente que me importa muere, así de simple. Mi padre. Ahora Paco. He sido un estúpido al pensar que podría tenerlo todo.
    Cuando oigo que alguien llama a la puerta, le grito:
    - ¡Lárgate!

    Pero, sea quien sea, vuelve a hacerlo con más insistencia.
    - ¡Déjame en paz de una puta vez!
    Cuando se abre la puerta, le lanzo un vaso. No acaba estrellándose contra ningún empleado del hospital sino contra el pecho de la señora P.
    - Oh, mierda. Tú no.

    La señora P. lleva gafas nuevas, con una montura llena de diamantes falsos.
    - Esta no es exactamente la bienvenida que esperaba, Joe –dice-. ¿Sabes que aún puedo darte una papeleta de castigo por soltar palabrotas?
    Me doy la vuelta para no tener que mirarla.

    - ¿Has venido para darme papeletas de castigo? Porque si es así, puedes olvidarte de ello. No voy a regresar al instituto. Gracias por la visita. Siento que tengas que marcharte tan pronto.

    - No voy a irme a ningún lado hasta que no oigas lo que tengo que decir.
    Por favor, no. Cualquier cosa menos tener que escuchar su sermón. Presiono el botón para avisar a la enfermera.
    - ¿Necesitas algo, Joe? -pregunta una voz a través del altavoz.
    - Me están torturando.

    - ¿Cómo dices?
    La señora P. se acerca y me quita el altavoz de la mano.
    - Está bromeando. Lo siento -dice la señora P., dejando después el altavoz sobre la mesita de noche, fuera de mi alcance-. ¿No te suministran pastillitas de la felicidad en este lugar?

    - No quiero ser feliz.
    La señora P. se inclina hacia delante. El flequillo le roza la parte superior de las gafas.

    - Joe, siento mucho lo que le ocurrió a Paco. No era alumno mío, pero me han dicho que estabais muy unidos.
    Miro por la ventana para evitarla. No quiero hablar de Paco. No quiero hablar de nada.
    - ¿Por qué ha venido?
    Escucho el sonido de una cremallera. Saca algo del bolso.
    - Te he traído deberes, para que estés al día cuando vuelvas a clase.
    - No voy a volver. Ya se lo he dicho. Lo dejo. No debería sorprenderle, señora P. Soy un pandillero, ¿lo recuerda?

    Ella camina alrededor de la cama, entrando en mi campo de visión.
    - Supongo que me equivoqué contigo. Estaba convencida de que ibas a romper el molde.

    - Sí, bueno, eso fue antes de que dispararan a mi mejor amigo. Querían matarme a mí, ¿sabe? -digo, mirando el libro de química que lleva en la mano. El libro me recuerda lo que era antes y lo que ya no podré ser-. ¡Paco no tenía que morir, maldita sea! ¡Tendría que haber sido yo! -grito.
    La señora P. no se inmuta.

    - Pero no sucedió de ese modo. ¿Crees que le haces un favor a Paco rindiéndote y dejando el instituto? Considéralo un regalo que te hizo, no una maldición. Paco no va a volver. Pero tú aún puedes. -La señora P. coloca el libro de química en la repisa de la ventana-. He visto morir a más alumnos de lo que creía posible. Mi marido insiste en que me vaya de Fairfieldy  que de clases en otro instituto donde no haya pandilleros cuya vida solo les conducirá a la muerte o al tráfico de drogas.
    Se sienta en el borde de la cama y se mira las manos.

    - Me quedé en Fairfield para poder cambiar las cosas, para convertirme en un modelo a seguir. El director Aguirre cree que podemos enmendar la brecha existente, y yo intento aportar mi granito de arena. Si cambiara la vida de uno de mis alumnos, podría...
    - ¿Cambiar el mundo? -la interrumpo.
    - Tal vez.

    - No puede hacerlo. El mundo es como es.
    Ella me mira, con una expresión de satisfacción en la cara.
    - Ay, Joe, estás tan equivocado. El mundo es como tú quieres que sea. Si piensas que no puedes cambiarlo, entonces continúa el camino trazado. Pero hay otros caminos, aunque son más difíciles de recorrer. Cambiar el mundo no es fácil, pero lo que si tengo claro es que quiero intentarlo. ¿Y tú?
    - No.

    - Estás en tu derecho. Yo voy a intentarlo de todas formas -asegura, y tras hacer una pausa, añade-: ¿Quieres saber cómo le va a tu compañera de laboratorio?
    - No. No me importa -respondo, negando con la cabeza.
    Las palabras casi se me atascan en la garganta.

    Ella suspira, dándose por vencida, y se acerca a la repisa de la ventana para coger el libro de química.
    - ¿Debería dejarlo aquí o llevármelo?
    No le digo nada.

    Ella vuelve a dejar el libro junto a la ventana antes de dirigirse a la puerta.
    - Ojalá hubiera elegido biología en lugar de química -confieso cuando abre la puerta para marcharse.

    Ella me guiña un ojo, con complicidad.
    - No te creo. Y para que lo sepas, el director Aguirre va a hacerte una visita esta tarde. Le advertiré que tenga cuidado al entrar, por si te da por lanzarle alguna cosa.
       Me dieron el alta dos semanas después, y mi madre nos llevó a México. Un mes más tarde conseguí trabajo como camarero en un hotel, en San Miguel de Allende, cerca de la casa de mi familia. 

Un buen hotel, con paredes entabladas y pilares en las puertas delanteras. Como hablaba inglés mejor que los otros empleados, hacía de intérprete cuando me lo pedían. Cuando salía con mis compañeros después del trabajo, estos intentaban que me interesase por alguna chica mexicana. Las chicas eran preciosas, sexys y, evidentemente, sabían cómo atraer a un chico. El problema era que no eran Demi.

    Tenía que sacármela de la cabeza. Y rápido.
    Lo intenté. Una noche, una chica estadounidense que se alojaba en el hotel me llevó a su habitación. Al principio supuse que acostarme con otra rubia me haría olvidar la noche que pasé con Demi. Pero cuando estaba a punto de hacerlo, me quedé paralizado.

    Entonces, me di cuenta de que Demi había arruinado mi percepción de las mujeres para siempre. No era el rostro de Demi, ni su sonrisa, ni sus ojos. Todo eso hacía que los demás la vieran como una chica preciosa, pero era su interior lo que la hacía distinta. Era el modo en que le limpiaba la cara a su hermana, la seriedad con la que se tomaba la clase de química, su modo de demostrarme su amor pese a saber quién y qué era yo. Había estado a punto de meterme en un asunto de drogas y, pese a todo, Demi eligió amarme.

    De modo que ahora, tres meses después del disparo, regreso a Fairfield para enfrentarme a lo que la señora P. llamaría mi mayor miedo.

    Enrique está sentado en su oficina, en el taller, negando con la cabeza. Hablamos de la noche de Halloween y le perdono por haberle contado a Lucky que me había acostado con Demi.

    Tras explicarle lo que voy a hacer, Enrique suelta un lento y profundo suspiro.
    - Podrías morir -dice, mirándome fijamente.
    - Lo sé -admito, asintiendo con la cabeza.

    - No podré ayudarte. Ninguno de nuestros amigos en Los Latino Blood podrá hacerlo. Piénsatelo bien, Joe. Regresa a México y disfruta del resto de tu vida.
    Ya he tomado una decisión y no tengo intención de dar marcha atrás.
    - No soy un cobarde. Tengo que hacerlo. Tengo que salir de la banda.
    - ¿Por ella?
    - Sí.

    Por ella y por mi padre. Por Paco, por mi familia y por mí mismo.
    - ¿De qué te sirve salir de los Latino Blood si acabas muerto? -me pregunta Enrique-. La paliza que sufriste para entrar te va a parecer una bendición comparado con esto. Harán incluso que participen los miembros más antiguos.
    En lugar de responder, le paso un trozo de papel con un número de teléfono escrito en él.
    - Si me ocurre algo, llama a este tipo. Es el único amigo que tengo que no tiene nada que ver con esto.

    Ni con esto ni con Demi.
    Esta noche me enfrento a un almacén lleno de gente que me considera un traidor. Me han llamado eso y un montón de cosas más. Hace una hora le conté a Chuy, el sucesor de Héctor, que quería salir de la banda. Una ruptura limpia con los Latino Blood. Solo hay un problema... para conseguirlo tengo que sobrevivir a un desafío: lo que ellos llaman un 360, una paliza en la que te propinan golpes desde todos lados.

    Chuy, rígido y ceñudo, camina hacia mí con la bandana de los Latino Blood. Observo a los espectadores. Mi amigo Pedro, al fondo, aparta la mirada. Javier y Lucky también están aquí, pero a ellos les brillan los ojos por la emoción. Javier es un cabrón chiflado y Lucky no se alegra de haber perdido la apuesta aunque no haya ido a reclamar mi premio. Ambos disfrutarán apaleándome sin que pueda devolverles el golpe.

    Enrique, mi primo, está apoyado contra la pared, en un rincón del almacén. Los demás esperan que participe en el desafío, que aporte su granito de arena, rompiéndome un hueso que me provoque la muerte. La lealtad y el compromiso es lo más importante para los Latino Blood. Si violas esa lealtad, violas el compromiso... y te conviertes en su enemigo. O en algo peor, porque antes eras uno de ellos. Si Enrique mueve un dedo para protegerme, estará jodido.

    Me levanto orgulloso mientras Chuy me tapa los ojos con la bandana. Sé que puedo hacerlo. Si la recompensa es regresar junto a Brittany, habrá merecido la pena. Ni siquiera voy a pensar en la otra opción.

    Tras atarme las manos a la espalda, me llevan hasta un coche y me meten en el asiento trasero, con dos tipos flanqueándome. No tengo ni idea de hacia dónde nos dirigimos. Chuy está ahora al mando, así que cualquier cosa es posible.

    Una nota. No he escrito ninguna nota. ¿Qué pasa si muero y Demi no se entera nunca de lo que siento por ella? Quizás sea mejor así. Ella podrá seguir adelante con su vida más fácilmente si cree que solo soy un capullo que la traicionó.

    Cuarenta y cinco minutos más tarde, el coche se sale de la carretera. Lo sé porque siento la gravilla crujiendo bajo los neumáticos. Tal vez saber dónde estoy me tranquilizarla, pero no puedo ver nada. No estoy nervioso; más bien Impaciente por saber si seré uno de los afortunados que salen vivo del desafío. E incluso si lo consigo, ¿me encontrará alguien o moriré solo en algún granero, almacén o edificio abandonado? Quizás no vayan a pegarme. Puede que solo me lleven a la azotea de un edificio y una vez allí me den un empujón. Y se acabó.

    No, Chuy no haría eso. Le gusta oír los gritos y las súplicas de tíos más fuertes mientras los tiene arrodillados frente él.
    No voy a darle esa satisfacción.
    Me sacan del coche. Por el sonido de la gravilla y las piedras bajo mis zapatos, sé que estamos en medio de la nada. Oigo cómo se detienen otros coches, el sonido de más pasos. Una vaca muge a lo lejos.

    ¿Un mugido de advertencia? La verdad es que no me gustaría que tuviéramos que largarnos ahora. Si algo interrumpe esta ceremonia, solo supondrá posponer lo inevitable. Estoy deseando hacerlo. Estoy preparado. Acabemos de una vez.
    Me pregunto si me atarán las manos a un árbol o si me colgarán como una piñata viviente.
    Joder, tío, odio no saber lo que me espera. Estoy perdido.
    - Quédate aquí -me ordenan.

    Como si fuera a marcharme a algún sitio.
    Alguien se acerca. Puedo oiría gravilla crujiendo a cada paso.
    - Eres una desgracia para la hermandad, Joe. Os hemos protegido, a ti y a tu familia, y tú has decidido darnos la espalda. ¿Es así?

    Ojalá mi vida fuera una novela de John Grisham. Sus héroes siempre parecen estar a un paso de la muerte pero acaban encontrando un plan brillante. Normalmente, información secreta que arruina al malvado, y si el héroe acaba muerto, el malvado acaba destrozado durante el resto de su vida. Por desgracia, la vida real no siempre tiene un final feliz.

    - Héctor fue el que traicionó a los Latino Blood -le digo-. Él si era un traidor.
    Como respuesta, me gano el primer puñetazo en la mandíbula. Mierda, no estaba preparado. No puedo ver nada con los ojos vendados. Intento permanecer impasible.
    - ¿Comprendes las consecuencias de dejar los Latino Blood?
    Muevo la mandíbula de un lado a otro.
    - Sí.
    Oigo los crujidos de la gravilla mientras la gente se arremolina a mí alrededor. Esta noche yo soy la diana.

    Se impone un silencio aterrador. Nadie ríe, nadie emite sonido alguno. Algunos chicos que me rodean han sido mis amigos desde que éramos pequeños. Como Enrique, libran una batalla interior consigo mismos. No les culpo. Solo los menos afortunados han sido elegidos para la pelea de hoy.

    Sin previo aviso, alguien me golpea en la cara. Intento mantener el equilibrio, pero es difícil, sobre todo porque sé que me esperan más golpes como aquel. Una cosa es estar en una pelea abierta, y otra muy distinta es estar en una en la que sabes que no tienes salida.

    Algo afilado me rasga la espalda.
    A continuación, siento un puñetazo en las costillas.
    Me golpean de cintura para arriba, sin dejar ni un centímetro libre de golpes. Un corte aquí, un puñetazo allá. Me tambaleo varias veces, pero vuelven a enderezarme y a darme otro puñetazo.
    Me dan una cuchillada en la espalda. Me escuece como si las llamas estuvieran lamiéndome la piel. Puedo distinguir los puñetazos de Enrique porque contienen menos rabia que los demás.

    Pensar en Demi me ayuda a no gritar. Quiero ser fuerte por ella... por nosotros. No voy a dejar que mi vida o mi muerte dependan de estos tipos. Yo soy el dueño de mi destino, no los Latino Blood.

        No tengo ni idea ele cuánto tiempo ha pasado. ¿Media hora? ¿Una hora? Tengo el cuerpo entumecido. Me cuesta mucho mantenerme en pie. Y entonces me llega el olor del humo, ¿Me van a empujar a una fogata? Todavía tengo la bandana bien atada sobre los ojos, aunque no me importa, porque estoy seguro de que los tengo tan hinchados que de todos modos no podría abrirlos.

    Me siento desfallecer y estoy a punto de caer al suelo pero me obligo a permanecer recto.
    Probablemente esté irreconocible, con la sangre brotando de todos los cortes que tengo en la cara y el cuerpo. Puedo sentir cómo me desgarran la camiseta y cómo cae al suelo hecha pedazos. La cicatriz que me dejó Héctor debe de ser ahora visible. Un puño me golpea justo ahí. Es demasiado doloroso,

    Me desplomo en el suelo, arañándome la cara con la gravilla.
    Ya no estoy tan seguro de poder resistirlo. « Demi. Demi. Demi ». Mientras pueda repetir este mantra, sé que no moriré. « Demi. Demi. Demi.
    ¿Será real el olor a humo o acaso es el olor de la muerte?
    A través de la espesa neblina de mi mente, me parece oír cómo alguien dice: «¿No crees que ya ha tenido suficiente?»

    Oigo una voz distante, pero inconfundible.
    - No.
    Se suceden las protestas. Si pudiera moverme, lo haría. « Demi. Demi. Demi ».
    Oigo más protestas. Nadie suele hacer esto durante un desafío. No está permitido. ¿Qué sucede? ¿Qué va a ocurrir ahora? Tiene que ser algo peor que los golpes porque oigo a varios chicos discutiendo.

    - Sujetadle cabeza abajo -me llega la voz de Chuy-. Bajo mi mando, nadie traiciona a los Latino Blood. Que esto sirva de ejemplo para todo aquel que intente traicionarnos. El cuerpo de Joe Jonas quedará marcado para siempre como un recuerdo de su traición.

    El olor a quemado se hace más intenso. No tengo ni idea de lo que está a punto de ocurrir, y entonces siento en la parte superior de la espalda lo que parecen brasas.
    Creo que suelto un gemido, o un gruñido, o un grito. No estoy seguro. Ya no sé lo que ocurre. Me cuesta pensar. Lo único que puedo hacer es sentir el dolor. Podrían haberme lanzado directamente al fuego; es la peor tortura imaginable. El olor a piel quemada me abrasa la nariz. Entonces comprendo que las brasas no son en realidad brasas. El cabrón me está marcando. El dolor, el dolor...
    « Demi. Demi. Demi.»

Química Perfecta Capitulo 55



Demi
    
  A las cinco de la mañana me despierta el móvil. Es Isabel. Probablemente quiera hablarme sobre Paco.

    - ¿Sabes qué hora es? -le pregunto.
    - Se lo han cargado, Demi. Está muerto.
    - ¿Quién? -exclamo, desesperada.
    - Paco. Y... no sé si debería haberte llamado... aunque te enterarás de todos modos. Joe estaba con él y...
    Los dedos se transforman en una garra alrededor del aparato.
    - ¿Dónde está Joe? ¿Está bien? Por favor, dime que está bien. Te lo ruego, Isa. Por favor.

    - Le han disparado.
    Durante un segundo espero que pronuncie las funestas palabras: está muerto.
    - Está en el quirófano. En el Hospital Lakeshore -dice en contra de mi pronóstico.
    Antes de que termine la frase, ya me estoy quitando el pijama y vistiéndome a toda prisa, angustiada. Cojo las llaves, me dirijo a la puerta sujetando aún con fuerza el teléfono mientras Isabel me relata todos los detalles.

    El intercambio salió mal y Paco y Héctor están muertos. Joe recibió un disparo y está en el quirófano. Es lo único que sabe.

    - Ay, madre, ay, madre, ay, madre -canturreo de camino al hospital. Tras pasar la noche anterior con él, estaba convencida de que me elegiría a mí por encima del tráfico de drogas. Puede que él haya traicionado nuestro amor, pero yo no puedo hacer lo mismo.

    Me convulsiono con los sollozos. Paco me aseguró ayer que se encargaría de que Joe no hiciera el trapicheo, pero... madre mía. Paco ocupó su lugar y ha acabado muerto. Pobre Paco.

    Intento quitarme de la cabeza las imágenes en las que Joe no consigue superar la operación. Una parte de mí moriría con él.

    Le pregunto a una enfermera si puede informarme sobre el estado de Joe.
    La señora me pide que le deletree su nombre y luego teclea en el ordenador. El sonido me hace enloquecer. Está tardando demasiado, tanto que quiero agarrarla por los hombros y zarandearla para que se dé más prisa.
    La mujer rae mira con curiosidad.
    - ¿Eres familiar?
    - Sí.
    - ¿Qué parentesco?
    - Hermana.
    La enfermera niega con la cabeza y se encoge de hombros. No se lo ha tragado.
    - Joe Jonas ha ingresado con una herida de bala.
    - Se recuperará, ¿verdad? -le pregunto entre sollozos.
    La señora vuelve a teclear en su ordenador.

    - Lleva toda la mañana en el quirófano, señorita Jonas. La sala de espera es esa habitación naranja al final del pasillo, a la derecha. El médico le informará del pronóstico de su hermano después de la operación.
    - Gracias -contesto, agarrándome al mostrador.

    Al entrar en la sala de espera, me quedo helada al ver a la madre y a los dos hermanos de Joe juntos en un rincón, sentados sobre las sillas naranjas del hospital. Su madre es la primera que se percata de mi presencia. Tiene los ojos muy rojos y las lágrimas le humedecen el rostro.

    Me llevo una mano a la boca, pero no puedo evitar que se me escape un sollozo. No puedo contenerme. Las lágrimas me inundan los ojos y, a través del borrón, veo que la señora Jonas me tiende los brazos.

    Abrumada por la emoción, corro hacia ella.
    Se le mueve la mano.

    Levanto la cabeza junto a la cama de Joe. He estado sentada a su lado toda la noche, esperando a que despertara. Su madre y sus hermanos tampoco se han movido de su lado.

    El médico dijo que podrían pasar horas hasta que recuperara el conocimiento.
    Humedezco una toallita en el lavabo de la habitación y le mojo la frente. He repetido la misma operación toda !a noche, mientras él sudaba, atrapado en un sueño inquieto.

    Abre los ojos. Es obvio que lucha contra los sedantes.
    - ¿Dónde estoy? -pregunta en un tono débil y áspero.
    - En el hospital -contesta su madre, que se apresura a colocarse a su lado.
    - Te han disparado -añade Carlos con la voz estrangulada por la congoja.
Joe frunce el ceño.

    - Paco... -dice con un hilo de voz.
    - Ahora no pienses en eso -le digo yo, intentando reprimir las emociones, pero sin conseguirlo del todo. Tengo que ser fuerte por él y no dejar que se venga abajo.
    Creo que está a punto de cogerme la mano, pero una expresión de dolor le atraviesa el rostro y ceja en su empeño. Tengo tantas cosas que contarle, tanto que decirle. Ojalá pudiera retroceder en el tiempo y cambiar el pasado. Ojalá pudiera haber salvado a Paco y a Joe de aquel destino.
    Con los ojos vidriosos por el sopor, me dice:
    - ¿Qué haces aquí?

    Observo a su madre frotarle el brazo, intentando reconfortarle.
    - Demi se ha quedado toda la noche, Joe. Estaba preocupada por ti.
    - Déjame hablar con ella. A solas -ruega débilmente.
    Sus hermanos y su madre salen de la habitación y nos dejan solos.
    Joe se incorpora sobre la cama con una mueca de dolor. Entonces, me mira.
    - Quiero que te vayas.

    - No puedes hablar en serio -respondo, cogiéndole de la mano. No puede estar hablando en serio.
    Me aparta la mano, como si el contacto le quemara.
    - Sí, hablo en serio.

    - Joe, conseguiremos superarlo. Te quiero.
    Él gira la cabeza y clava su mirada en el suelo. Traga saliva con fuerza y carraspea.
    - Me acosté contigo por una apuesta, Demi -asegura en voz baja, pero sus palabras son claras como el agua-. No significó nada para mí. Tú no significas nada para mí.
    Doy un paso atrás a medida que voy asimilando las dolorosas palabras de Joe.
    - No -susurro.

    - Tú y yo... solo fue un juego. Aposté con Lucky su RX-7 a que podía echar un polvo contigo antes de Acción de Gracias.

    Me estremezco al oír a Joe referirse a nuestro encuentro con aquella frialdad. Si lo hubiese llamado sexo, me habría dejado un sabor amargo en la boca. Pero referirse a eso con aquellas palabras hace que se me revuelva el estómago. Mantengo las manos firmes a los lados. Quiero que retire lo que ha dicho.
    - Estás mintiendo.

    Él aparta la mirada del suelo y la fija directamente en mis ojos. Ay, madre. No veo ninguna emoción en ellos. Su expresión es tan fría como sus palabras.
    - Eres patética si crees que lo que había entre nosotros era real.
    Niego con la cabeza de forma vehemente.

    - No me hagas daño, Joe. Tú no. Ahora no -le pido. Me tiemblan los labios cuando pronuncio un silencioso pero suplicante «por favor». No responde y doy otro paso hacia atrás. Me tambaleó al pensar en mí, en la verdadera Demi que Joe sacó a la luz. Con un susurro lastimero, añado-: Confiaba en ti.
    - Ese es tu problema, no el mío.

    Se toca el hombro izquierdo y hace una mueca de dolor antes de que su grupo de amigos irrumpa en la habitación. Le ofrecen sus condolencias y ánimos mientras yo me quedo de piedra en un rincón, pasando completamente desapercibida.
    - ¿Todo esto ha sido por una apuesta? -pregunto por encima del bullicio.
    Los seis o siete amigos que hay en la habitación me miran. Incluso Joe. Isabel se acerca a mí pero levanto una mano para detenerla.

    - ¿Es cierto? ¿ Joe apostó a que se acostaría conmigo? -repito. Aún no puedo creer que las venenosas palabras de Joe sean verdad. No pueden serlo.
    Todos los ojos recaen en él, pero los de Joe me atraviesan a mí.
    - Decídselo -ordena Joe.

    Un tipo llamado Sam levanta la cabeza.
    - Bueno, esto, sí. Ha ganado el RX-7 de Lucky.
    Me apoyo en la puerta de la habitación, intentando mantener la cabeza en alto. Una expresión fría y dura se asienta en el rostro de Joe.
    Mi garganta amenaza con cerrarse cuando anuncio:

    - Felicidades, Joe. Has ganado. Espero que disfrutes de tu coche nuevo.
    Me agarro al pomo de la puerta y, cuando estoy a punto de salir, veo que la mirada de hierro de Joe se desvanece por un instante. Salgo lentamente de la habitación. Oigo los pasos de Isabel en el pasillo pero huyo de ella, del hospital, de Joe. Por desgracia, no puedo huir de mi corazón. Un dolor profundo lo atenaza y sé que nunca más volverá a ser el mismo.

Química Perfecta Capitulo 54




Joe
   
Se supone que el intercambio va a tener lugar aquí, en el parque natural de Busse Woods.

    La zona de aparcamiento y los alrededores están a oscuras, de modo que solo tengo la luz de la luna para encontrar el camino. El lugar está desierto, excepto por un sedán azul con las luces encendidas. Me adentro en el bosque y reparo en una figura oscura tendida en el suelo.

    Echo a correr en esa dirección mientras me invade una sensación de pavor. A medida que me acerco, reconozco la chaqueta. Es como si estuviera presenciando mi propia muerte.

    Me arrodillo en el suelo y le doy la vuelta al cuerpo lentamente.
    Paco.
    - ¡Mierda! -grito cuando su sangre caliente y húmeda me moja las manos.
    Paco tiene los ojos vidriosos, pero mueve lentamente la mano y me agarra por el brazo.

    - La he cagado.
    Apoyo su cabeza sobre mis muslos.
    - Te dije que dejaras de meterte en mis asuntos. No te mueras aquí. ¿Me oyes? ¡Te digo que no lo hagas! -le advierto con la voz estrangulada-. Maldita sea, estás sangrando por todas partes.

    De la boca le cuelga un hilo de sangre reluciente.
    - Estoy asustado -me susurra antes de hacer una mueca de dolor.
    - No me dejes. Aguanta. Todo saldrá bien. Sujeto con fuerza a Paco, consciente de que acabo de mentirle. Mi mejor amigo se está muriendo. No hay vuelta atrás. Siento su dolor en mi propia alma.

    - Mira por dónde. El falso Joe y su amiguito, el auténtico Joe. Bonita noche de Halloween, ¿eh? -Me vuelvo hacia la voz de Héctor-. Qué lástima que no reconociera a Paco antes de dispararle -continúa-. Tío, a la luz del día sois tan distintos. Supongo que debería ir a mirarme la vista.

    Saca una pistola y me apunta con ella. No estoy asustado; estoy furioso. Y necesito respuestas. - ¿Por qué lo has hecho?

    - Bueno, si te empeñas te diré que todo es culpa de tu padre. Quería salir de los Latino Blood. Pero no hay modo de salir, Joe. Él era el mejor hombre que teníamos. Justo antes de morir, intentó salir de la banda. El reto al que tuvo que enfrentarse fue aquel trapicheo. El mismo que te ha tocado a ti. Y ninguno de los dos saldréis vivos de esta. -Estalla en carcajadas y su risa resuena en mis oídos-. Ese estúpido hijo de puta nunca tuvo ninguna posibilidad. Tú eres como tu viejo. Pensé que podría adiestrarte para que ocuparas su lugar como traficante. Pero, no, eres igual que él. Un desertor... Un rajado.

    Miro a Paco. Está respirando con dificultad. Apenas puede expulsar el aire de los pulmones. Reparo en su pecho manchado de sangre, en la mancha roja que se extiende lentamente. La escena me recuerda a mi padre.

    Aunque esta vez no tengo seis años. Ahora lo tengo todo mucho más claro.
    Paco y yo nos miramos durante un intenso segundo.

    - Los Latino Blood nos han traicionado a los dos, tío. -Son sus últimas palabras antes de desplomarse sin vida entre mis brazos.

    - ¡Déjalo en el suelo! Está muerto, Joe. Como tu viejo. ¡Levántate y mírame a la cara! -grita Héctor, agitando el arma en el aire como un lunático.
    Coloco el cuerpo sin vida de Paco en el suelo con delicadeza y me pongo en pie, preparado para luchar.

    - Pon las manos sobre la cabeza, donde pueda verlas. ¿Sabes? Cuando maté a tu viejo lloraste como un bebé, Joe. Lloraste en mis brazos, en los brazos del tipo que lo mató. Qué ironía, ¿verdad?

    Solo tenía seis años. Si hubiese sabido que el asesino era Héctor, no habría ingresado en los Latino Blood.
    - ¿Por qué lo hiciste, Héctor?

    - Chico, nunca aprenderás. Tu padre pensaba que era mejor que yo. Pero le demostré que estaba equivocado. ¡Vaya si lo hice! Se jactaba de que la zona sur de Fairfield había ganado mucho desde que habían puesto el instituto en el vecindario rico. Decía que en Fairfield no había bandas. Yo cambié eso, Joe. Hice actuar a mis chicos y conseguí que todas las familias me pertenecieran. O venían conmigo o lo perdían todo. Eso, chico, es lo que me convierte en el jefe.
    - Eso te convierte en un chiflado.

    - Chiflado. Genio. Da igual -dice antes de empujarme con el arma-. Ahora ponte de rodillas. Creo que es un buen lugar para palmarla. Justo aquí, en el bosque, como un animal. ¿Quieres morir como un animal, Joe?

    - Tú eres el animal, gilipollas. Al menos podrías mirarme a los ojos cuando me mates, no como hiciste con mi padre.

    Cuando Héctor empieza a dar vueltas a mí alrededor, comprendo que aquella es mi última oportunidad. Le agarro por la muñeca y lo obligo a caer al suelo.
    Héctor se pone hecho una furia y se levanta como un resorte, con la pistola aún en la mano. Aprovecho su desorientación para propinarle una patada en el costado. Él se da la vuelta y me golpea con la culata de la pistola en un costado de la cabeza. Caigo de rodillas, maldiciendo el hecho de ser simplemente un chico.

    El recuerdo de mi padre y de Paco me otorga la fuerza necesaria para enfrentarme a la borrosa silueta de Héctor. Soy consciente de que está preparándose para pegarme un tiro.

    Intento golpearle, pero caigo redondo al suelo. Héctor me apunta al pecho con su Glock.
    - ¡Le habla la policía de Arlington Heights! ¡Tire la pistola al suelo y levante las manos donde podamos verlas!
    A través del bosque y de la neblina, apenas puedo distinguir las luces rojas y azules que brillan a lo lejos.

    Levanto las manos.
    - Tira el arma, Héctor. Se acabó el juego.
    Héctor sigue apuntando la pistola hacia mi corazón.
    - Baje el arma -grita la policía-. ¡Ahora!
    Tiene una mirada enloquecida. Siento su rabia desde el metro y medio que nos separa.

    Sé que va a hacerlo. Es un cabrón.
    Va a apretar el gatillo.
    - Te equivocas, Joe -dice-. El juego acaba de empezar.
    Todo ocurre muy rápido. Me lanzo a la derecha cuando empiezan a sonar los disparos.

    Pum. Pum. Pum.
    Me tambaleo hacia atrás y comprendo que estoy herido. La bala me quema la piel, como si alguien estuviera echando tabasco en ella.
    Entonces, todo se vuelve negro.

lunes, 22 de abril de 2013

Química Perfecta Capitulo 53




Demi
    
Llevo sentada cinco minutos frente a la casa de Sierra. Todavía no puedo creer que Joe y yo lo hayamos hecho. No me arrepiento de nada, pero todavía no me lo creo.
    Sin embargo, esta noche he podido sentir la desesperación en Joe, como si quisiera demostrarme algo con acciones en lugar de con palabras. 

Soy una estúpida por haberme puesto sensiblera, pero no he podido evitarlo. He derramado lágrimas de alegría, de felicidad y de amor. Y cuando vi que se le escapaba una lágrima, la besé... Quería conservarla para siempre porque era la primera vez que Joe me permitía ver esa faceta suya. Joe nunca llora, no deja que nada le afecte hasta el punto de ponerse sentimental.

    Pero esta noche ha cambiado, aunque se niegue a admitirlo.
    Yo también he cambiado.
    Entro en casa de Sierra. Mi amiga está sentada en el sofá de su salón. Mi padre y mi madre están acomodados junto a ella.

    - Vaya, parece que te he pillado haciendo de mediadora -me mofo.
    - No estoy haciendo de nada, Demi. Es solo una charla -explica Sierra.
    - ¿Por qué?

    - ¿Acaso no es obvio? -pregunta mi padre-. Te has ido de casa.
    Me planto delante de mis padres, preguntándome cómo hemos llegado a este punto. Mi madre lleva un traje de chaqueta y pantalón negro, y tiene el pelo recogido en un moño, como si se hubiera vestido para asistir a un funeral. 

Mi padre lleva puestos unos vaqueros y una sudadera, y tiene los ojos inyectados en sangre. Estoy segura de que ha pasado toda la noche en vela. Tal vez mi madre también, pero ella jamás permitiría que se le notara. Se ha puesto colirio en los ojos para enmascararlo.
    - No puedo seguir fingiendo que soy la hija perfecta -les explico con tranquilidad, sosegadamente-. Debéis aceptarlo.

    Mi padre frunce el ceño, como si estuviera esforzándose por mantener la compostura.
    - No queremos que seas perfecta. Patricia, dile cómo te sientes.
    Mi madre niega con la cabeza, como si no entendiera por qué estoy sacando las cosas de quicio.

    - Demi, esto ha ido demasiado lejos. Deja de hacer pucheros, de rebelarte, de ser egoísta. Tu padre y yo no queremos que seas perfecta. Solo queremos lo mejor para ti, eso es todo.

    - ¿Es porque Shelley, por mucho que lo intente, no es capaz de cumplir vuestras expectativas?

    - No metas a Shelley en esto -ruega mi padre-. No es justo.
    - ¿Por qué no? Todo esto es por ella. -Me siento derrotada, como si por mucho que intentara explicárselo, ellos nunca llegaran a entenderlo. Me desplomo sobre la afelpada silla de terciopelo frente a mis padres-. Y, además, no me he escapado. Estoy en casa de mi mejor amiga.

    Mi madre se aparta una pelusilla del muslo.
    - Y se lo agradecemos. Nos ha contado todo lo sucedido. Nos ha informado a diario.

    Miro a mi mejor amiga. Está sentada en una esquina, como si fuera una espectadora de la crisis familiar de los Lovato. Sierra levanta las manos con aire de culpabilidad y se dirige a la puerta para repartir caramelos a los últimos chicos que acaban de llamar a la puerta.

    Mi madre se endereza en el borde del sofá.
    - ¿Qué tenemos que hacer para que vuelvas a casa?
    Espero demasiado de mis padres, tal vez más de lo que ellos pueden darme.
    - No lo sé.
    Mi padre se lleva la mano a la frente, como si le doliera la cabeza.
    - ¿Tan mal te sientes en casa?

    - Sí. Bueno, no tan mal. Pero es muy estresante. Mamá, me sacas de mis casillas. Y papá, no soporto verte ir y venir de casa como si vivieras en un hotel. Somos extraños viviendo bajo el mismo techo. Los quiero mucho a los dos, pero no quiero ser siempre la mejor, tan solo deseo ser como soy.

 Me gustaría ser libre para tomar mis propias decisiones y aprender de mis errores sin que me entre el pánico, me sienta culpable o me preocupe por no estar cumpliendo con nuestras expectativas -les explico, reprimiendo las lágrimas-. No quiero decepcionarlos. Sé que Shelley no puede ser como yo. Lo siento mucho... pero, por favor, no la mandéis a un centro por mi culpa.

    Mi padre se arrodilla junto a mí.
    - No lo sientas, Demi. No vamos a hacerlo por ti. La discapacidad de Shelley no es culpa tuya. No es culpa de nadie.
    Mi madre no dice nada. Está muy rígida, con la mirada fija en la pared, como si estuviera en trance.

    - Es culpa mía -suelta de repente.
    Los dos la miramos fijamente porque esas son las últimas palabras que esperábamos oír de su boca.

    - ¿Patricia? -interviene mi padre, intentado atraer su atención.
    - Mamá, ¿de qué estás hablando? -pregunto.
    Sigue mirando al frente.
    - Todos estos años me he estado culpando.
    - Patricia, tú no tienes la culpa.

    - Cuando tuve a Shelley, la llevé al jardín de infancia -sigue mi madre en voz baja, como si estuviera hablando consigo misma-. Confieso que envidiaba a las otras madres. Tenían niños normales que podían mantener la cabeza en alto por si solos y coger cosas. La mayoría de las veces me miraban con lástima.

 No lo soportaba. Me obsesioné. Empecé a pensar que podría haber evitado su discapacidad si hubiera comido más verduras o hubiera hecho más ejercicio. Me culpé por su condición incluso cuando tu padre insistió en que no era culpa mía. -Me mira y sonríe con melancolía-. Entonces llegaste tú. Mi princesa rubia de ojos azules.

    - Mamá, yo no soy una princesa y Shelley no es una persona de la que tengamos que compadecernos. No saldré siempre con el chico con el que esperáis que salga, no voy a vestir siempre como queráis que vista y, definitivamente, no voy a actuar siempre como esperáis que actúe. Shelley tampoco va a cumplir con vuestras expectativas.

    - Lo sé.
    - ¿No os supondrá ningún problema? - Probablemente, no.
    - Eres demasiado exigente. Haría cualquier cosa para conseguir que dejaras de culparme por todo lo que salió mal. Queredme por quién soy. Quered a Shelley por quien es. Deja de concentrarte en lo negativo porque la vida es demasiado corta.
    - ¿Se supone que no debe de preocuparme lo más mínimo el hecho de que hayas decidido salir con el miembro de una banda? -me pregunta.

    - No. Sí. No lo sé. Sí hubiese sabido que iba a contar con tu aprobación, te lo habría contado. Si le conocieras... no es cómo la gente cree que es. Si no tengo otra opción que verme a escondidas con él, lo haré.

    - Pertenece a una banda -espeta mi madre con brusquedad.
    - Se llama Joe.
    - Conocer su nombre no cambia el hecho de que esté en una banda, Demi -interviene mi padre.
    - No, no lo cambia. Pero es un paso en la dirección correcta. ¿Preferís que sea sincera o que os oculte la verdad?

    Tardo una hora en conseguir que mi madre acceda a dejar de dudar tanto de mí. Y para que mi padre acepte volver a casa antes de las seis, dos veces por semana.
    Yo accedo a llevar a Joe a casa para que mis padres puedan conocerlo. Y a decirles dónde estoy y con quién. No han querido aprobar ni celebrar mi elección, pero al menos es un comienzo. Quiero hacer las cosas bien porque recoger los pedacitos que componen mi familia es mucho mejor que dejarlos tirados en el suelo.