Joe
Llevo una semana
aquí, y estoy harto de las enfermeras, los médicos, las agujas, las pruebas...
y, sobre todo, de las batas de hospital. Creo que cuanto más tiempo paso aquí,
más gruñón me vuelvo. Vale, puede que no hubiera debido gritarle así a la
enfermera que me ha quitado la sonda. Ha sido su animada disposición la que me
ha sacado de quicio.
No quiero ver a nadie. No quiero hablar con
nadie. Cuanta menos gente se meta en mi vida, mejor. He apartado a Demi de mi
vida y me dolió mucho tener que hacerle daño. Pero no tuve otra elección.
Cuanto más cerca está de mí, más peligro corre. No podría soportar que le
ocurriera lo mismo que a Paco...
«Deja de pensar en
ella», me digo.
La gente que me
importa muere, así de simple. Mi padre. Ahora Paco. He sido un estúpido al
pensar que podría tenerlo todo.
Cuando oigo que
alguien llama a la puerta, le grito:
- ¡Lárgate!
Pero, sea quien
sea, vuelve a hacerlo con más insistencia.
- ¡Déjame en paz de
una puta vez!
Cuando se abre la
puerta, le lanzo un vaso. No acaba estrellándose contra ningún empleado del
hospital sino contra el pecho de la señora P.
- Oh, mierda. Tú
no.
La señora P. lleva
gafas nuevas, con una montura llena de diamantes falsos.
- Esta no es
exactamente la bienvenida que esperaba, Joe –dice-. ¿Sabes que aún puedo darte
una papeleta de castigo por soltar palabrotas?
Me doy la vuelta
para no tener que mirarla.
- ¿Has venido para
darme papeletas de castigo? Porque si es así, puedes olvidarte de ello. No voy
a regresar al instituto. Gracias por la visita. Siento que tengas que marcharte
tan pronto.
- No voy a irme a
ningún lado hasta que no oigas lo que tengo que decir.
Por favor, no.
Cualquier cosa menos tener que escuchar su sermón. Presiono el botón para
avisar a la enfermera.
- ¿Necesitas algo, Joe?
-pregunta una voz a través del altavoz.
- Me están
torturando.
- ¿Cómo dices?
La señora P. se
acerca y me quita el altavoz de la mano.
- Está bromeando.
Lo siento -dice la señora P., dejando después el altavoz sobre la mesita de
noche, fuera de mi alcance-. ¿No te suministran pastillitas de la felicidad en
este lugar?
- No quiero ser
feliz.
La señora P. se
inclina hacia delante. El flequillo le roza la parte superior de las gafas.
- Joe, siento mucho
lo que le ocurrió a Paco. No era alumno mío, pero me han dicho que estabais muy
unidos.
Miro por la ventana
para evitarla. No quiero hablar de Paco. No quiero hablar de nada.
- ¿Por qué ha
venido?
Escucho el sonido
de una cremallera. Saca algo del bolso.
- Te he traído
deberes, para que estés al día cuando vuelvas a clase.
- No voy a volver.
Ya se lo he dicho. Lo dejo. No debería sorprenderle, señora P. Soy un
pandillero, ¿lo recuerda?
Ella camina
alrededor de la cama, entrando en mi campo de visión.
- Supongo que me
equivoqué contigo. Estaba convencida de que ibas a romper el molde.
- Sí, bueno, eso
fue antes de que dispararan a mi mejor amigo. Querían matarme a mí, ¿sabe?
-digo, mirando el libro de química que lleva en la mano. El libro me recuerda
lo que era antes y lo que ya no podré ser-. ¡Paco no tenía que morir, maldita
sea! ¡Tendría que haber sido yo! -grito.
La señora P. no se
inmuta.
- Pero no sucedió
de ese modo. ¿Crees que le haces un favor a Paco rindiéndote y dejando el
instituto? Considéralo un regalo que te hizo, no una maldición. Paco no va a
volver. Pero tú aún puedes. -La señora P. coloca el libro de química en la
repisa de la ventana-. He visto morir a más alumnos de lo que creía posible. Mi
marido insiste en que me vaya de Fairfieldy
que de clases en otro instituto donde no haya pandilleros cuya vida solo
les conducirá a la muerte o al tráfico de drogas.
Se sienta en el
borde de la cama y se mira las manos.
- Me quedé en
Fairfield para poder cambiar las cosas, para convertirme en un modelo a seguir.
El director Aguirre cree que podemos enmendar la brecha existente, y yo intento
aportar mi granito de arena. Si cambiara la vida de uno de mis alumnos,
podría...
- ¿Cambiar el
mundo? -la interrumpo.
- Tal vez.
- No puede hacerlo.
El mundo es como es.
Ella me mira, con
una expresión de satisfacción en la cara.
- Ay, Joe, estás
tan equivocado. El mundo es como tú quieres que sea. Si piensas que no puedes
cambiarlo, entonces continúa el camino trazado. Pero hay otros caminos, aunque
son más difíciles de recorrer. Cambiar el mundo no es fácil, pero lo que si
tengo claro es que quiero intentarlo. ¿Y tú?
- No.
- Estás en tu
derecho. Yo voy a intentarlo de todas formas -asegura, y tras hacer una pausa,
añade-: ¿Quieres saber cómo le va a tu compañera de laboratorio?
- No. No me importa
-respondo, negando con la cabeza.
Las palabras casi
se me atascan en la garganta.
Ella suspira,
dándose por vencida, y se acerca a la repisa de la ventana para coger el libro
de química.
- ¿Debería dejarlo
aquí o llevármelo?
No le digo nada.
Ella vuelve a dejar
el libro junto a la ventana antes de dirigirse a la puerta.
- Ojalá hubiera
elegido biología en lugar de química -confieso cuando abre la puerta para
marcharse.
Ella me guiña un
ojo, con complicidad.
- No te creo. Y
para que lo sepas, el director Aguirre va a hacerte una visita esta tarde. Le
advertiré que tenga cuidado al entrar, por si te da por lanzarle alguna cosa.
Me dieron el alta dos semanas después, y mi
madre nos llevó a México. Un mes más tarde conseguí trabajo como camarero en un
hotel, en San Miguel de Allende, cerca de la casa de mi familia.
Un buen hotel,
con paredes entabladas y pilares en las puertas delanteras. Como hablaba inglés
mejor que los otros empleados, hacía de intérprete cuando me lo pedían. Cuando
salía con mis compañeros después del trabajo, estos intentaban que me
interesase por alguna chica mexicana. Las chicas eran preciosas, sexys y,
evidentemente, sabían cómo atraer a un chico. El problema era que no eran Demi.
Tenía que sacármela
de la cabeza. Y rápido.
Lo intenté. Una
noche, una chica estadounidense que se alojaba en el hotel me llevó a su
habitación. Al principio supuse que acostarme con otra rubia me haría olvidar
la noche que pasé con Demi. Pero cuando estaba a punto de hacerlo, me quedé
paralizado.
Entonces, me di
cuenta de que Demi había arruinado mi percepción de las mujeres para siempre.
No era el rostro de Demi, ni su sonrisa, ni sus ojos. Todo eso hacía que los demás
la vieran como una chica preciosa, pero era su interior lo que la hacía
distinta. Era el modo en que le limpiaba la cara a su hermana, la seriedad con
la que se tomaba la clase de química, su modo de demostrarme su amor pese a
saber quién y qué era yo. Había estado a punto de meterme en un asunto de
drogas y, pese a todo, Demi eligió amarme.
De modo que ahora,
tres meses después del disparo, regreso a Fairfield para enfrentarme a lo que
la señora P. llamaría mi mayor miedo.
Enrique está sentado
en su oficina, en el taller, negando con la cabeza. Hablamos de la noche de
Halloween y le perdono por haberle contado a Lucky que me había acostado con Demi.
Tras explicarle lo
que voy a hacer, Enrique suelta un lento y profundo suspiro.
- Podrías morir
-dice, mirándome fijamente.
- Lo sé -admito,
asintiendo con la cabeza.
- No podré
ayudarte. Ninguno de nuestros amigos en Los Latino Blood podrá hacerlo.
Piénsatelo bien, Joe. Regresa a México y disfruta del resto de tu vida.
Ya he tomado una
decisión y no tengo intención de dar marcha atrás.
- No soy un
cobarde. Tengo que hacerlo. Tengo que salir de la banda.
- ¿Por ella?
- Sí.
Por ella y por mi
padre. Por Paco, por mi familia y por mí mismo.
- ¿De qué te sirve
salir de los Latino Blood si acabas muerto? -me pregunta Enrique-. La paliza
que sufriste para entrar te va a parecer una bendición comparado con esto.
Harán incluso que participen los miembros más antiguos.
En lugar de
responder, le paso un trozo de papel con un número de teléfono escrito en él.
- Si me ocurre
algo, llama a este tipo. Es el único amigo que tengo que no tiene nada que ver
con esto.
Ni con esto ni con Demi.
Esta noche me
enfrento a un almacén lleno de gente que me considera un traidor. Me han
llamado eso y un montón de cosas más. Hace una hora le conté a Chuy, el sucesor
de Héctor, que quería salir de la banda. Una ruptura limpia con los Latino
Blood. Solo hay un problema... para conseguirlo tengo que sobrevivir a un
desafío: lo que ellos llaman un 360, una paliza en la que te propinan golpes
desde todos lados.
Chuy, rígido y
ceñudo, camina hacia mí con la bandana de los Latino Blood. Observo a los
espectadores. Mi amigo Pedro, al fondo, aparta la mirada. Javier y Lucky
también están aquí, pero a ellos les brillan los ojos por la emoción. Javier es
un cabrón chiflado y Lucky no se alegra de haber perdido la apuesta aunque no
haya ido a reclamar mi premio. Ambos disfrutarán apaleándome sin que pueda
devolverles el golpe.
Enrique, mi primo,
está apoyado contra la pared, en un rincón del almacén. Los demás esperan que
participe en el desafío, que aporte su granito de arena, rompiéndome un hueso
que me provoque la muerte. La lealtad y el compromiso es lo más importante para
los Latino Blood. Si violas esa lealtad, violas el compromiso... y te
conviertes en su enemigo. O en algo peor, porque antes eras uno de ellos. Si
Enrique mueve un dedo para protegerme, estará jodido.
Me levanto
orgulloso mientras Chuy me tapa los ojos con la bandana. Sé que puedo hacerlo.
Si la recompensa es regresar junto a Brittany, habrá merecido la pena. Ni
siquiera voy a pensar en la otra opción.
Tras atarme las
manos a la espalda, me llevan hasta un coche y me meten en el asiento trasero,
con dos tipos flanqueándome. No tengo ni idea de hacia dónde nos dirigimos.
Chuy está ahora al mando, así que cualquier cosa es posible.
Una nota. No he
escrito ninguna nota. ¿Qué pasa si muero y Demi no se entera nunca de lo que
siento por ella? Quizás sea mejor así. Ella podrá seguir adelante con su vida
más fácilmente si cree que solo soy un capullo que la traicionó.
Cuarenta y cinco
minutos más tarde, el coche se sale de la carretera. Lo sé porque siento la
gravilla crujiendo bajo los neumáticos. Tal vez saber dónde estoy me
tranquilizarla, pero no puedo ver nada. No estoy nervioso; más bien Impaciente
por saber si seré uno de los afortunados que salen vivo del desafío. E incluso
si lo consigo, ¿me encontrará alguien o moriré solo en algún granero, almacén o
edificio abandonado? Quizás no vayan a pegarme. Puede que solo me lleven a la
azotea de un edificio y una vez allí me den un empujón. Y se acabó.
No, Chuy no haría
eso. Le gusta oír los gritos y las súplicas de tíos más fuertes mientras los
tiene arrodillados frente él.
No voy a darle esa
satisfacción.
Me sacan del coche.
Por el sonido de la gravilla y las piedras bajo mis zapatos, sé que estamos en
medio de la nada. Oigo cómo se detienen otros coches, el sonido de más pasos.
Una vaca muge a lo lejos.
¿Un mugido de
advertencia? La verdad es que no me gustaría que tuviéramos que largarnos
ahora. Si algo interrumpe esta ceremonia, solo supondrá posponer lo inevitable.
Estoy deseando hacerlo. Estoy preparado. Acabemos de una vez.
Me pregunto si me
atarán las manos a un árbol o si me colgarán como una piñata viviente.
Joder, tío, odio no
saber lo que me espera. Estoy perdido.
- Quédate aquí -me
ordenan.
Como si fuera a
marcharme a algún sitio.
Alguien se acerca.
Puedo oiría gravilla crujiendo a cada paso.
- Eres una
desgracia para la hermandad, Joe. Os hemos protegido, a ti y a tu familia, y tú
has decidido darnos la espalda. ¿Es así?
Ojalá mi vida fuera
una novela de John Grisham. Sus héroes siempre parecen estar a un paso de la
muerte pero acaban encontrando un plan brillante. Normalmente, información
secreta que arruina al malvado, y si el héroe acaba muerto, el malvado acaba
destrozado durante el resto de su vida. Por desgracia, la vida real no siempre
tiene un final feliz.
- Héctor fue el que
traicionó a los Latino Blood -le digo-. Él si era un traidor.
Como respuesta, me
gano el primer puñetazo en la mandíbula. Mierda, no estaba preparado. No puedo
ver nada con los ojos vendados. Intento permanecer impasible.
- ¿Comprendes las
consecuencias de dejar los Latino Blood?
Muevo la mandíbula
de un lado a otro.
- Sí.
Oigo los crujidos
de la gravilla mientras la gente se arremolina a mí alrededor. Esta noche yo
soy la diana.
Se impone un silencio
aterrador. Nadie ríe, nadie emite sonido alguno. Algunos chicos que me rodean
han sido mis amigos desde que éramos pequeños. Como Enrique, libran una batalla
interior consigo mismos. No les culpo. Solo los menos afortunados han sido
elegidos para la pelea de hoy.
Sin previo aviso,
alguien me golpea en la cara. Intento mantener el equilibrio, pero es difícil,
sobre todo porque sé que me esperan más golpes como aquel. Una cosa es estar en
una pelea abierta, y otra muy distinta es estar en una en la que sabes que no
tienes salida.
Algo afilado me
rasga la espalda.
A continuación,
siento un puñetazo en las costillas.
Me golpean de
cintura para arriba, sin dejar ni un centímetro libre de golpes. Un corte aquí,
un puñetazo allá. Me tambaleo varias veces, pero vuelven a enderezarme y a
darme otro puñetazo.
Me dan una
cuchillada en la espalda. Me escuece como si las llamas estuvieran lamiéndome
la piel. Puedo distinguir los puñetazos de Enrique porque contienen menos rabia
que los demás.
Pensar en Demi me
ayuda a no gritar. Quiero ser fuerte por ella... por nosotros. No voy a dejar
que mi vida o mi muerte dependan de estos tipos. Yo soy el dueño de mi destino,
no los Latino Blood.
No tengo ni
idea ele cuánto tiempo ha pasado. ¿Media hora? ¿Una hora? Tengo el cuerpo
entumecido. Me cuesta mucho mantenerme en pie. Y entonces me llega el olor del
humo, ¿Me van a empujar a una fogata? Todavía tengo la bandana bien atada sobre
los ojos, aunque no me importa, porque estoy seguro de que los tengo tan
hinchados que de todos modos no podría abrirlos.
Me siento
desfallecer y estoy a punto de caer al suelo pero me obligo a permanecer recto.
Probablemente esté
irreconocible, con la sangre brotando de todos los cortes que tengo en la cara
y el cuerpo. Puedo sentir cómo me desgarran la camiseta y cómo cae al suelo
hecha pedazos. La cicatriz que me dejó Héctor debe de ser ahora visible. Un
puño me golpea justo ahí. Es demasiado doloroso,
Me desplomo en el
suelo, arañándome la cara con la gravilla.
Ya no estoy tan
seguro de poder resistirlo. « Demi. Demi. Demi ». Mientras pueda repetir este
mantra, sé que no moriré. « Demi. Demi. Demi.
¿Será real el olor
a humo o acaso es el olor de la muerte?
A través de la
espesa neblina de mi mente, me parece oír cómo alguien dice: «¿No crees que ya
ha tenido suficiente?»
Oigo una voz
distante, pero inconfundible.
- No.
Se suceden las
protestas. Si pudiera moverme, lo haría. « Demi. Demi. Demi ».
Oigo más protestas.
Nadie suele hacer esto durante un desafío. No está permitido. ¿Qué sucede? ¿Qué
va a ocurrir ahora? Tiene que ser algo peor que los golpes porque oigo a varios
chicos discutiendo.
- Sujetadle cabeza
abajo -me llega la voz de Chuy-. Bajo mi mando, nadie traiciona a los Latino
Blood. Que esto sirva de ejemplo para todo aquel que intente traicionarnos. El
cuerpo de Joe Jonas quedará marcado para siempre como un recuerdo de su
traición.
El olor a quemado
se hace más intenso. No tengo ni idea de lo que está a punto de ocurrir, y
entonces siento en la parte superior de la espalda lo que parecen brasas.
Creo que suelto un
gemido, o un gruñido, o un grito. No estoy seguro. Ya no sé lo que ocurre. Me
cuesta pensar. Lo único que puedo hacer es sentir el dolor. Podrían haberme
lanzado directamente al fuego; es la peor tortura imaginable. El olor a piel
quemada me abrasa la nariz. Entonces comprendo que las brasas no son en
realidad brasas. El cabrón me está marcando. El dolor, el dolor...
« Demi. Demi. Demi.»