martes, 23 de abril de 2013

Química Perfecta Capitulo 54




Joe
   
Se supone que el intercambio va a tener lugar aquí, en el parque natural de Busse Woods.

    La zona de aparcamiento y los alrededores están a oscuras, de modo que solo tengo la luz de la luna para encontrar el camino. El lugar está desierto, excepto por un sedán azul con las luces encendidas. Me adentro en el bosque y reparo en una figura oscura tendida en el suelo.

    Echo a correr en esa dirección mientras me invade una sensación de pavor. A medida que me acerco, reconozco la chaqueta. Es como si estuviera presenciando mi propia muerte.

    Me arrodillo en el suelo y le doy la vuelta al cuerpo lentamente.
    Paco.
    - ¡Mierda! -grito cuando su sangre caliente y húmeda me moja las manos.
    Paco tiene los ojos vidriosos, pero mueve lentamente la mano y me agarra por el brazo.

    - La he cagado.
    Apoyo su cabeza sobre mis muslos.
    - Te dije que dejaras de meterte en mis asuntos. No te mueras aquí. ¿Me oyes? ¡Te digo que no lo hagas! -le advierto con la voz estrangulada-. Maldita sea, estás sangrando por todas partes.

    De la boca le cuelga un hilo de sangre reluciente.
    - Estoy asustado -me susurra antes de hacer una mueca de dolor.
    - No me dejes. Aguanta. Todo saldrá bien. Sujeto con fuerza a Paco, consciente de que acabo de mentirle. Mi mejor amigo se está muriendo. No hay vuelta atrás. Siento su dolor en mi propia alma.

    - Mira por dónde. El falso Joe y su amiguito, el auténtico Joe. Bonita noche de Halloween, ¿eh? -Me vuelvo hacia la voz de Héctor-. Qué lástima que no reconociera a Paco antes de dispararle -continúa-. Tío, a la luz del día sois tan distintos. Supongo que debería ir a mirarme la vista.

    Saca una pistola y me apunta con ella. No estoy asustado; estoy furioso. Y necesito respuestas. - ¿Por qué lo has hecho?

    - Bueno, si te empeñas te diré que todo es culpa de tu padre. Quería salir de los Latino Blood. Pero no hay modo de salir, Joe. Él era el mejor hombre que teníamos. Justo antes de morir, intentó salir de la banda. El reto al que tuvo que enfrentarse fue aquel trapicheo. El mismo que te ha tocado a ti. Y ninguno de los dos saldréis vivos de esta. -Estalla en carcajadas y su risa resuena en mis oídos-. Ese estúpido hijo de puta nunca tuvo ninguna posibilidad. Tú eres como tu viejo. Pensé que podría adiestrarte para que ocuparas su lugar como traficante. Pero, no, eres igual que él. Un desertor... Un rajado.

    Miro a Paco. Está respirando con dificultad. Apenas puede expulsar el aire de los pulmones. Reparo en su pecho manchado de sangre, en la mancha roja que se extiende lentamente. La escena me recuerda a mi padre.

    Aunque esta vez no tengo seis años. Ahora lo tengo todo mucho más claro.
    Paco y yo nos miramos durante un intenso segundo.

    - Los Latino Blood nos han traicionado a los dos, tío. -Son sus últimas palabras antes de desplomarse sin vida entre mis brazos.

    - ¡Déjalo en el suelo! Está muerto, Joe. Como tu viejo. ¡Levántate y mírame a la cara! -grita Héctor, agitando el arma en el aire como un lunático.
    Coloco el cuerpo sin vida de Paco en el suelo con delicadeza y me pongo en pie, preparado para luchar.

    - Pon las manos sobre la cabeza, donde pueda verlas. ¿Sabes? Cuando maté a tu viejo lloraste como un bebé, Joe. Lloraste en mis brazos, en los brazos del tipo que lo mató. Qué ironía, ¿verdad?

    Solo tenía seis años. Si hubiese sabido que el asesino era Héctor, no habría ingresado en los Latino Blood.
    - ¿Por qué lo hiciste, Héctor?

    - Chico, nunca aprenderás. Tu padre pensaba que era mejor que yo. Pero le demostré que estaba equivocado. ¡Vaya si lo hice! Se jactaba de que la zona sur de Fairfield había ganado mucho desde que habían puesto el instituto en el vecindario rico. Decía que en Fairfield no había bandas. Yo cambié eso, Joe. Hice actuar a mis chicos y conseguí que todas las familias me pertenecieran. O venían conmigo o lo perdían todo. Eso, chico, es lo que me convierte en el jefe.
    - Eso te convierte en un chiflado.

    - Chiflado. Genio. Da igual -dice antes de empujarme con el arma-. Ahora ponte de rodillas. Creo que es un buen lugar para palmarla. Justo aquí, en el bosque, como un animal. ¿Quieres morir como un animal, Joe?

    - Tú eres el animal, gilipollas. Al menos podrías mirarme a los ojos cuando me mates, no como hiciste con mi padre.

    Cuando Héctor empieza a dar vueltas a mí alrededor, comprendo que aquella es mi última oportunidad. Le agarro por la muñeca y lo obligo a caer al suelo.
    Héctor se pone hecho una furia y se levanta como un resorte, con la pistola aún en la mano. Aprovecho su desorientación para propinarle una patada en el costado. Él se da la vuelta y me golpea con la culata de la pistola en un costado de la cabeza. Caigo de rodillas, maldiciendo el hecho de ser simplemente un chico.

    El recuerdo de mi padre y de Paco me otorga la fuerza necesaria para enfrentarme a la borrosa silueta de Héctor. Soy consciente de que está preparándose para pegarme un tiro.

    Intento golpearle, pero caigo redondo al suelo. Héctor me apunta al pecho con su Glock.
    - ¡Le habla la policía de Arlington Heights! ¡Tire la pistola al suelo y levante las manos donde podamos verlas!
    A través del bosque y de la neblina, apenas puedo distinguir las luces rojas y azules que brillan a lo lejos.

    Levanto las manos.
    - Tira el arma, Héctor. Se acabó el juego.
    Héctor sigue apuntando la pistola hacia mi corazón.
    - Baje el arma -grita la policía-. ¡Ahora!
    Tiene una mirada enloquecida. Siento su rabia desde el metro y medio que nos separa.

    Sé que va a hacerlo. Es un cabrón.
    Va a apretar el gatillo.
    - Te equivocas, Joe -dice-. El juego acaba de empezar.
    Todo ocurre muy rápido. Me lanzo a la derecha cuando empiezan a sonar los disparos.

    Pum. Pum. Pum.
    Me tambaleo hacia atrás y comprendo que estoy herido. La bala me quema la piel, como si alguien estuviera echando tabasco en ella.
    Entonces, todo se vuelve negro.

lunes, 22 de abril de 2013

Química Perfecta Capitulo 53




Demi
    
Llevo sentada cinco minutos frente a la casa de Sierra. Todavía no puedo creer que Joe y yo lo hayamos hecho. No me arrepiento de nada, pero todavía no me lo creo.
    Sin embargo, esta noche he podido sentir la desesperación en Joe, como si quisiera demostrarme algo con acciones en lugar de con palabras. 

Soy una estúpida por haberme puesto sensiblera, pero no he podido evitarlo. He derramado lágrimas de alegría, de felicidad y de amor. Y cuando vi que se le escapaba una lágrima, la besé... Quería conservarla para siempre porque era la primera vez que Joe me permitía ver esa faceta suya. Joe nunca llora, no deja que nada le afecte hasta el punto de ponerse sentimental.

    Pero esta noche ha cambiado, aunque se niegue a admitirlo.
    Yo también he cambiado.
    Entro en casa de Sierra. Mi amiga está sentada en el sofá de su salón. Mi padre y mi madre están acomodados junto a ella.

    - Vaya, parece que te he pillado haciendo de mediadora -me mofo.
    - No estoy haciendo de nada, Demi. Es solo una charla -explica Sierra.
    - ¿Por qué?

    - ¿Acaso no es obvio? -pregunta mi padre-. Te has ido de casa.
    Me planto delante de mis padres, preguntándome cómo hemos llegado a este punto. Mi madre lleva un traje de chaqueta y pantalón negro, y tiene el pelo recogido en un moño, como si se hubiera vestido para asistir a un funeral. 

Mi padre lleva puestos unos vaqueros y una sudadera, y tiene los ojos inyectados en sangre. Estoy segura de que ha pasado toda la noche en vela. Tal vez mi madre también, pero ella jamás permitiría que se le notara. Se ha puesto colirio en los ojos para enmascararlo.
    - No puedo seguir fingiendo que soy la hija perfecta -les explico con tranquilidad, sosegadamente-. Debéis aceptarlo.

    Mi padre frunce el ceño, como si estuviera esforzándose por mantener la compostura.
    - No queremos que seas perfecta. Patricia, dile cómo te sientes.
    Mi madre niega con la cabeza, como si no entendiera por qué estoy sacando las cosas de quicio.

    - Demi, esto ha ido demasiado lejos. Deja de hacer pucheros, de rebelarte, de ser egoísta. Tu padre y yo no queremos que seas perfecta. Solo queremos lo mejor para ti, eso es todo.

    - ¿Es porque Shelley, por mucho que lo intente, no es capaz de cumplir vuestras expectativas?

    - No metas a Shelley en esto -ruega mi padre-. No es justo.
    - ¿Por qué no? Todo esto es por ella. -Me siento derrotada, como si por mucho que intentara explicárselo, ellos nunca llegaran a entenderlo. Me desplomo sobre la afelpada silla de terciopelo frente a mis padres-. Y, además, no me he escapado. Estoy en casa de mi mejor amiga.

    Mi madre se aparta una pelusilla del muslo.
    - Y se lo agradecemos. Nos ha contado todo lo sucedido. Nos ha informado a diario.

    Miro a mi mejor amiga. Está sentada en una esquina, como si fuera una espectadora de la crisis familiar de los Lovato. Sierra levanta las manos con aire de culpabilidad y se dirige a la puerta para repartir caramelos a los últimos chicos que acaban de llamar a la puerta.

    Mi madre se endereza en el borde del sofá.
    - ¿Qué tenemos que hacer para que vuelvas a casa?
    Espero demasiado de mis padres, tal vez más de lo que ellos pueden darme.
    - No lo sé.
    Mi padre se lleva la mano a la frente, como si le doliera la cabeza.
    - ¿Tan mal te sientes en casa?

    - Sí. Bueno, no tan mal. Pero es muy estresante. Mamá, me sacas de mis casillas. Y papá, no soporto verte ir y venir de casa como si vivieras en un hotel. Somos extraños viviendo bajo el mismo techo. Los quiero mucho a los dos, pero no quiero ser siempre la mejor, tan solo deseo ser como soy.

 Me gustaría ser libre para tomar mis propias decisiones y aprender de mis errores sin que me entre el pánico, me sienta culpable o me preocupe por no estar cumpliendo con nuestras expectativas -les explico, reprimiendo las lágrimas-. No quiero decepcionarlos. Sé que Shelley no puede ser como yo. Lo siento mucho... pero, por favor, no la mandéis a un centro por mi culpa.

    Mi padre se arrodilla junto a mí.
    - No lo sientas, Demi. No vamos a hacerlo por ti. La discapacidad de Shelley no es culpa tuya. No es culpa de nadie.
    Mi madre no dice nada. Está muy rígida, con la mirada fija en la pared, como si estuviera en trance.

    - Es culpa mía -suelta de repente.
    Los dos la miramos fijamente porque esas son las últimas palabras que esperábamos oír de su boca.

    - ¿Patricia? -interviene mi padre, intentado atraer su atención.
    - Mamá, ¿de qué estás hablando? -pregunto.
    Sigue mirando al frente.
    - Todos estos años me he estado culpando.
    - Patricia, tú no tienes la culpa.

    - Cuando tuve a Shelley, la llevé al jardín de infancia -sigue mi madre en voz baja, como si estuviera hablando consigo misma-. Confieso que envidiaba a las otras madres. Tenían niños normales que podían mantener la cabeza en alto por si solos y coger cosas. La mayoría de las veces me miraban con lástima.

 No lo soportaba. Me obsesioné. Empecé a pensar que podría haber evitado su discapacidad si hubiera comido más verduras o hubiera hecho más ejercicio. Me culpé por su condición incluso cuando tu padre insistió en que no era culpa mía. -Me mira y sonríe con melancolía-. Entonces llegaste tú. Mi princesa rubia de ojos azules.

    - Mamá, yo no soy una princesa y Shelley no es una persona de la que tengamos que compadecernos. No saldré siempre con el chico con el que esperáis que salga, no voy a vestir siempre como queráis que vista y, definitivamente, no voy a actuar siempre como esperáis que actúe. Shelley tampoco va a cumplir con vuestras expectativas.

    - Lo sé.
    - ¿No os supondrá ningún problema? - Probablemente, no.
    - Eres demasiado exigente. Haría cualquier cosa para conseguir que dejaras de culparme por todo lo que salió mal. Queredme por quién soy. Quered a Shelley por quien es. Deja de concentrarte en lo negativo porque la vida es demasiado corta.
    - ¿Se supone que no debe de preocuparme lo más mínimo el hecho de que hayas decidido salir con el miembro de una banda? -me pregunta.

    - No. Sí. No lo sé. Sí hubiese sabido que iba a contar con tu aprobación, te lo habría contado. Si le conocieras... no es cómo la gente cree que es. Si no tengo otra opción que verme a escondidas con él, lo haré.

    - Pertenece a una banda -espeta mi madre con brusquedad.
    - Se llama Joe.
    - Conocer su nombre no cambia el hecho de que esté en una banda, Demi -interviene mi padre.
    - No, no lo cambia. Pero es un paso en la dirección correcta. ¿Preferís que sea sincera o que os oculte la verdad?

    Tardo una hora en conseguir que mi madre acceda a dejar de dudar tanto de mí. Y para que mi padre acepte volver a casa antes de las seis, dos veces por semana.
    Yo accedo a llevar a Joe a casa para que mis padres puedan conocerlo. Y a decirles dónde estoy y con quién. No han querido aprobar ni celebrar mi elección, pero al menos es un comienzo. Quiero hacer las cosas bien porque recoger los pedacitos que componen mi familia es mucho mejor que dejarlos tirados en el suelo.

Química Perfecta Capitulo 52




Joe
    
- Sí -responde Demi.
    - ¿Y tú? ¿Has pensado alguna vez en hacer el amor conmigo?
    Todas las noches sueño despierto, fantaseando con ella, con dormir a su lado... con hacerle el amor.

    - Ahora mismo, no puedo pensar en otra cosa. -Miro el reloj. Pronto tendré que irme. A los traficantes de drogas no les importa mucho la vida sentimental de cada cual. No puedo llegar tarde, pero deseo tanto a Demi -. Lo próximo que tendrás que quitarte será el abrigo. ¿Estás segura de que quieres seguir?

    Me quito el otro calcetín. Lo único que me falta para quedarme completamente desnudo son los vaqueros y los calzoncillos.

    - Sí, quiero seguir -asegura, sonriendo de oreja a oreja, con sus preciosos labios rosados brillando bajo la luz-. Apaga las luces antes de que... me quite el abrigo.
    Apago las luces del taller y la observo mientras se pone de pie sobre la manta y se desabrocha el abrigo con dedos temblorosos. Estoy en trance, sobre todo porque mientras lo hace, me mira con esos ojos claros llenos de deseo.

    Cuando se abre lentamente el abrigo, no puedo apartar la mirada del regalo que oculta en su interior. Se acerca a mí, pero tropieza con un zapato.
    La cojo a tiempo y la ayudo a recostarse sobre la suave manta. Entonces me coloco encima de ella.

    - Gracias por evitar que me caiga -dice. Le cuesta respirar.
    Le retiro un mechón de la cara y me pongo a su lado. Cuando ella me rodea el cuello con los brazos, lo único que deseo es protegerla durante el resto de mi vida. Le quito el abrigo y me alejo un poco para observarla. Solo lleva puesto un sujetador de encaje rosa. Nada más. - Como un ángel -susurro.

    - ¿Ha terminado el juego? -pregunta con nerviosismo.
    - Sí, nena. Lo que viene a continuación lo es todo menos un juego.
    Apoya sus uñas perfectamente arregladas sobre mi pecho. ¿Sentirá los latidos de mi corazón con la palma de la mano?
    - He traído preservativos -dice.

    Si hubiese sabido... si hubiera imaginado que esta noche sería «la noche», habría venido preparado. Supongo que no imaginaba que esto pudiera suceder de verdad con Demi. Introduce la mano en el bolsillo del abrigo y una docena de preservativos se esparcen sobre la manta.

    - ¿Tenías planeado hacerlo varias veces?
    Avergonzada, se cubre la cara con ambas manos.
    - Solo he cogido un puñado.

    Le aparto las manos y froto mi frente contra la suya.
    - Estoy bromeando. No seas tan tímida conmigo. -Cuando se deshace de la chaqueta, sé que me odiaré por tener que dejarla allí cuando me vaya. Ojalá pudiéramos pasar juntos toda la noche. Y, sin embargo, sé que los deseos solo se cumplen en los cuentos de hadas.

    - ¿No vas... a quitarte los pantalones? -me pregunta. Tranquila.
    Ojalá pudiera tomarme mi tiempo y hacer que esta noche durase para siempre. Es como estar de excursión en el paraíso y saber que has de regresar al infierno. Le recorro el cuello y los hombros con mis besos, lentamente.
    - Soy virgen, Joe. ¿Y si hago algo mal?

    - Nada va a salir mal. Esto no es un examen de la Peterson. Solo estamos tú y yo. El resto del mundo no importa ahora mismo, ¿vale?
    - Vale -contesta ella en voz baja.

    Tiene los ojos brillantes. ¿Estará llorando?
    - No te merezco. Lo sabes, ¿verdad?
    - ¿Cuándo te darás cuenta de que eres un buen chico? -suelta, y al ver que no respondo, me obliga a acercar la cabeza a la suya-. Esta noche mi cuerpo es tuyo Joe -me susurra muy cerca de los labios-. ¿Lo deseas?

    - No sabes cómo. -Mientras nos besamos, me deshago de los vaqueros y de los calzoncillos y la abrazo con fuerza, sintiendo la suavidad y el calor de su cuerpo contra el mío-. ¿Estás asustada? -le murmuro al oído cuando creo que está preparada. Yo lo estoy y ya no puedo esperar más.
    - Un poco, pero confío en ti.
    - Relájate, preciosa.

    - Lo intento.
    - Esto no funcionará a no ser que te relajes -le digo, apartándome un poco para coger uno de los preservativos con una mano temblorosa-. ¿Estás segura de esto?
    - Sí, estoy segura. Te quiero, Joe -confiesa-. Te quiero -repite, esta vez casi con desesperación.

    Dejo que sus palabras fluyan a través de mí y me contengo. No quiero hacerle daño. ¿A quién pretendo engañar? Para una chica, la primera vez siempre es dolorosa, por muy cuidadoso que sea el chico.

    Quiero decirle cómo me siento, confesarle cómo ha llegado a convertirse en el centro de mi existencia. Pero no puedo. Soy incapaz de pronunciar palabra alguna. - Hazlo -ruega ella, notando mi vacilación. Así que obedezco, pero cuando ella ahoga un gemido, deseo poder evitarle todo el dolor que siente.

    Aspira por la nariz y se enjuga una lágrima que le resbala por la mejilla. No puedo soportar verla sufrir. Por primera vez desde que vi morir a mi padre, se me escapa una lágrima.
    Ella me sujeta la cabeza entre las manos y me borra la lágrima con sus besos.
    - Estoy bien Joe.

    Pero a mí no me lo parece. Tengo que hacer que sea perfecto. Porque puede que nunca tenga otra oportunidad y ella tiene que saber lo hermoso que puede llegar a ser este momento. Me concentro totalmente en ella, desesperado por convertirlo en algo muy especial.

    Más tarde, la acerco hacia mí. Demi se acurruca entre mis brazos mientras yo le acaricio el pelo, ambos deseosos de alargar aquella intimidad todo el tiempo que podamos.

    No puedo creer que haya compartido su cuerpo conmigo. Debería sentirme exultante. Pero en lugar de eso, me siento como una mierda.
    No podré proteger a Demi durante el resto de mi vida de los tipos que quieran estar con ella, verla como yo la he visto, tocarla como la he tocado hoy. No quiero dejarla marchar nunca.

    Pero ya es demasiado tarde. No puedo perder más tiempo. Al fin y al cabo, ella no será mía para siempre y no puedo fingir por más tiempo.
    - ¿Te encuentras bien? -le pregunto.
    - Sí. Más que bien.

    - Tengo que marcharme -le digo, mirando el reloj digital que hay apoyado sobre una de las cajas de herramientas.
Demi apoya la barbilla en mi pecho.
    - Vas a renunciar a los Latino Blood, ¿verdad?
    El cuerpo se me agarrota.

    - No -le digo con la voz cargada de angustia. Joder, ¿por qué me pregunta eso?
    - Ahora todo es diferente, Joe. Hemos hecho el amor.
    - Lo que hemos hecho ha sido genial. Pero no cambia nada.
    Ella se pone en pie, recoge su ropa y empieza a vestirse en un rincón.
    - Entonces, ¿solo soy otra chica que puedes añadir a la lista de tías con las que te has acostado?
    - No digas eso.
    - ¿Por qué no? Es la verdad, ¿no?
    - No.
    - Pues demuéstramelo, Joe.

    - No puedo. -Ojalá pudiera decirle otra cosa. Tiene que saber que las cosas siempre serán así. Tendré que dejarla plantada una y otra vez porque los Latino Blood no dejarán de reclamarme. Demi, que ama con el corazón y con el alma, es como una droga. Se merece algo mejor-. Lo siento -le digo después de ponerme los pantalones. ¿Qué otra cosa puedo decirle?

    Ella aparta la mirada y camina hacia la salida del garaje como si fuera un robot.
    Cuando oigo el chirrido de neumáticos, se me disparan todas las alarmas. Un coche se dirige hacia nosotros... el RX-7 de Lucky.
    Esto no pinta nada bien.
    - Sube al coche -le ordeno.

    Pero ya es demasiado tarde. El RX de Lucky se detiene frente a nosotros con un frenazo. Le acompañan unos cuantos chicos de los Latino Blood.
    - ¡No me lo puedo creer! ¡Has ganado la apuesta! -grita Lucky desde el interior del vehículo.
    Intento esconder a Demi detrás de mí, pero es inútil. Pueden ver con total claridad sus piernas desnudas y sexys sobresaliendo del abrigo.

    - ¿A qué se refiere? -me pregunta. Siento la necesidad de quitarme los pantalones y dárselos para que se los ponga. Si se entera de la apuesta, pensará que esa es la razón por la que me he acostado con ella. Tengo que conseguir que se marche, y rápido.
    - Nada. Solo son gilipolleces -le aseguro-. Sube al coche. Si no lo haces, te subiré yo mismo.

    Oigo cómo se abre la puerta del coche de Lucky al mismo tiempo que la del de Demi.
    - No te enfades con Paco -me ruega antes de acomodarse en el asiento del conductor.
    - ¿De qué está hablando?
    - Vete -insisto, sin tiempo a preguntarle qué ha querido decir con eso-. Hablaremos más tarde. - Demi acelera y se pierde en la noche.

    - Joder, tío -masculla Lucky, mirando la parte posterior del BMW con interés-. Tenía que averiguar si Enrique me estaba tomando el pelo. Te has tirado a Demi Lovato, ¿verdad? ¿Lo has grabado en vídeo?

    Mi respuesta es un fuerte puñetazo en el estómago de Lucky, quien cae de rodillas al suelo. Me monto a horcajadas sobre la moto y enciendo el motor. Cuando diviso el Camry de mi primo, me detengo a su lado.

    - Escucha Joe -dice Enrique a través de la ventanilla abierta-. Lo siento mucho...
    - Me largo -interrumpo antes de lanzarle las llaves del taller y marcharme.
        De camino a casa, no dejo de pensar en Demi y sobre lo mucho que significa para mí.
    Entonces, la realidad me golpea.
    No quiero hacer el intercambio.
    Ahora entiendo todas esas películas románticas de las que tanto me he reído. Porque, en este instante, me convierto en el idiota sensiblero que lo arriesga todo por su chica. Estoy enamorado...

    Que les den a los Latino Blood. Puedo proteger a mi familia y, al mismo tiempo, ser coherente conmigo mismo. Demi tenía razón. Mi vida es demasiado importante como para tirarla por la borda traficando con drogas. Lo cierto es que quiero ir a la universidad y hacer algo positivo con mi vida.

    No soy como mi padre. Mi padre era un hombre débil que eligió el camino más fácil. Yo aceptaré el reto para abandonar los Latino Blood, sin pensar en las consecuencias. Y si sobrevivo, regresaré a Demi como un hombre libre. ¡Lo juro!
    No soy ningún traficante. Héctor se llevará una decepción, pero solo entré en la banda para proteger a mis vecinos y a mi familia, no para traficar con drogas. ¿Desde cuándo se ha convertido eso en una necesidad?

    Desde la detención, todo ha pasado muy rápido. Estuve en la cárcel, y Héctor pagó la fianza. Después de preguntar a otros miembros de la banda sobre la noche en la que murió mi padre, Héctor y mi madre tuvieron una discusión acalorada. Y ella tenía moratones. Y ahora Héctor me presiona con el tema del intercambio.
    Paco intentó avisarme, estaba convencido de que algo no encajaba.

    Me devano los sesos y las piezas empiezan a encajar lentamente. Joder, tenía la verdad delante de las narices y no he sido capaz de verla. Solo hay una persona que puede decirme lo que sucedió la noche que asesinaron a mi padre.
    Entro hecho una furia en mi casa y encuentro a mi madre en su habitación.
    - Sabes quién mató a papá, ¿verdad?
    - Joe, no.
    - Fue alguien de los Latino Blood, ¿no? La noche de la boda te vi hablando con Héctor.
    Él sabe quién fue. Y tú también.
    Las lágrimas empiezan a inundarle los ojos.
    - Te lo advierto Joe. No lo hagas.
    - ¿Quién fue? -pregunto, ignorando sus súplicas.
    Ella aparta la mirada.

    - ¡Dímelo! —grito con todas mis fuerzas. Mis palabras la sobresaltan.
    Me he pasado tanto tiempo deseando alejarla del sufrimiento, que nunca se me ha ocurrido preguntarle si sabía algo acerca del asesinato de mi padre. O quizás no quería saberlo porque la verdad me asustaba. Ya no puedo soportarlo más.
    Se lleva una mano a la boca; respira lentamente, con dificultad.

    - Héctor... fue Héctor. -A medida que asimilo la verdad, una mezcla de terror, conmoción y dolor se extienden por mi cuerpo como un fuego incontrolable. Mi madre me lanza una mirada cargada de tristeza-. Yo solo quería protegeros, a ti y a tus hermanos. Eso es todo. Tu padre deseaba salir de los Latino Blood y le asesinaron. Héctor quería que tú ocupases su lugar. 

Me amenazó, Joe, me dijo que si no entrabas en la banda, toda la familia acabaría como tu padre -No puedo escuchar más. Héctor lo organizó todo para que me arrestasen, para que le debiera un favor. Y también organizó lo del intercambio, engañándome para que creyera que era un paso adelante cuando, en realidad, tan solo era un paso más hacia su trampa. Probablemente sospechara que, tarde o temprano, alguien me contaría la verdad. Me dirijo a toda prisa hasta mi armario. Tengo muy claro lo que he de hacer: enfrentarme al asesino de mi padre.

    El arma ha desaparecido.
    - ¿Has husmeado en mi cajón? -le gruño a Carlos agarrándole por el cuello de la camiseta cuando le encuentro en el sofá del salón.

    - No, Joe -responde Carlos-. ¡Créeme! Paco ha estado aquí antes y entró en nuestra habitación, pero dijo que solo iba a coger prestada una de tus chaquetas.
    Paco se ha llevado mi pistola. Debería haberlo supuesto. ¿Pero cómo sabía Paco que no llegaría a casa y le pillaría con las manos en la masa?
    Demi.

Demi me ha estado entreteniendo toda la noche, a propósito. Me ha pedido que no me enfadara con Paco. Ambos están intentando protegerme, porque yo he sido demasiado estúpido y cobarde como para enfrentarme a lo que tenía delante de las narices.

    Las palabras de Demi cuando ha subido al coche resuenan ahora en mis oídos. «No te enfades con Paco».

    Vuelvo a la habitación de mi madre.
    - Si esta noche no regreso, llévate a Carlos y a Luis a México -le digo.
    - Pero, Joe...
    Me siento en el borde de su cama.
    - Mamá, Carlos y Luis están en peligro. Sálvalos de este destino. Por favor.
    Joe, no hables así. Tu padre hablaba así.
    «Yo soy como papá», quiero decirle. He cometido los mismos errores, pero no dejaré que a mis hermanos les ocurra lo mismo.

    - Prométemelo. Necesito oír cómo lo dices. Te hablo muy en serio.
    Las lágrimas le resbalan por las mejillas. Me besa y me abraza con fuerza.
    - Te lo prometo... Te lo prometo.

    Me monto en la moto y llamo a Gary Frankel, alguien a quien nunca pensé que llamaría para pedir consejo. E insiste en que haga algo a lo que jamás pensé que recurriría: llamar a la poli e informarles de lo que está sucediendo.