Joe
A la mañana
siguiente, tras la visita de Demi al almacén, interrumpo mi desayuno al reparar
en una cabeza afeitada que asoma por la puerta principal de mi casa.
- Paco, yo de ti,
mantendría una distancia prudencial -le grito.
Mi madre me da una
colleja.
- Esa no es manera
de tratar a tus amigos, Joe.
Sigo comiendo
mientras ella va a abrirle la puerta a ese... traidor.
- ¿No estarás
todavía enfadado conmigo, verdad, Joe? -pregunta Paco.
- Por supuesto que
no está enfadado contigo, Paco. Siéntate y come algo. He hecho huevos con
chorizo.
Paco tiene el
descaro de darme una palmada en el hombro.
- Te perdono, tío.
Entonces, levanto
la mirada, primero hacia mi madre para asegurarme de que no esté prestando
atención, y luego a Paco.
- ¿Me perdonas?
- Tienes el labio
muy hinchado, Paco -señala mi madre, examinando la herida que le he provocado
yo.
Paco se palpa con
cuidado el labio.
- Sí, me tropecé
con un puño. Ya sabe cómo es eso.
- No, no lo sé.
Tropiezas con demasiados puños. Un día acabarás en el hospital -sentencia,
apuntándole con un dedo acusador-. Bueno, me voy a trabajar. Paco, intenta
mantenerte alejado hoy de los puños, ¿vale? Alejandro, cierra con llave cuando
te vayas, por favor.
Miro a Paco.
- ¿Qué?
- Ya lo sabes.
¿Cómo pudiste llevar a Demi al almacén?
- Lo siento
-masculla mientras engulle nuestra comida.
- No, no lo
sientes.
- De acuerdo,
tienes razón. No lo siento.
Observo asqueado
cómo utiliza los dedos para coger la comida y llevársela a la boca.
- No sé cómo te
soporto.
- ¿Qué ocurrió
anoche con Demi? -me pregunta, siguiéndome fuera de la casa.
El desayuno amenaza
con volver a salir por donde ha entrado, pero esta vez no tiene nada que ver
con los modales de mi amigo. Lo cojo por el cuello de la camiseta.
- Demi y yo hemos
roto. No quiero volver a escuchar su nombre nunca más.
- Hablando del rey
de Roma -canturrea mi amigo estirando el cuello. Le suelto y me doy la vuelta,
esperando toparme con Demi. Sin embargo, no la veo por ningún lado, y cuando
vuelvo a girarme, Paco me propina un puñetazo en pleno rostro.
- Estamos en paz. Y
tío, la señorita Lovato ha tenido que dejarte hecho polvo para que me amenaces
solo por pronunciar su nombre. Sé que podrías matarme con tus propias manos
-asegura Paco-, pero dudo que lo hagas.
Saboreo la sangre
mientras compruebo que aún tengo la mandíbula en su sitio.
- Yo no estaría muy
seguro de eso. Te voy a decir algo. Si no dejas de meterte en mi vida, te daré
una paliza. Y eso incluye mis asuntos con Demi y con Héctor.
- Pues yo también
tengo que decirte algo. Meterme en tu vida es lo único que me hace seguir
adelante. Joder, incluso la paliza que me dio ayer mi viejo cuando llegó
borracho a casa no me entretiene tanto como tu vida.
Agacho la cabeza.
- Lo siento, Paco.
No debería haberte golpeado. Ya tienes bastante con tu viejo.
Paco murmura un «no
te preocupes».
Anoche fue la
primera vez en la que me arrepentí de haber utilizado los puños contra alguien.
A Paco le ha pegado tantas veces su viejo que probablemente llevará cicatrices
el resto de su vida. Soy un auténtico gilipollas por haber actuado así. En
cierto modo, me alegra que Demi y yo hayamos acabado. No soy capaz de controlar
mis sentimientos y emociones cuando estoy con ella.
Mi única esperanza
es poder evitarla fuera de clase de química. Sí, eso es, porque aunque no esté
cerca de ella, no puedo quitármela de la cabeza.
Una de las ventajas
de haber roto con Demi es que, durante estas dos semanas, he tenido tiempo para
reflexionar sobre el asesinato de mi padre. La noche en cuestión ha empezado a
regresar a mi mente en forma de destellos. Algo no encaja, pero no logro
adivinar el qué. Mi padre sonreía, hablaba, y justo antes de que le dispararan,
le vi sorprendido y nervioso. ¿No tendría que haberse sentido así durante todo
el tiempo?
Esta noche es
Halloween. Y también es la noche que Héctor ha elegido para llevar a cabo la
operación. He estado inquieto todo el día. He trabajado en siete coches
diferentes, y les he hecho de todo, desde cambiarles el aceite hasta remplazar
juntas desgastadas y agujereadas.
Guardo la pistola
de Héctor en el cajón de mi habitación, no quiero andar por ahí armado hasta
que no sea necesario. Aunque en realidad es una estupidez, porque este será el
primer trapicheo de los muchos que me esperan durante el resto de mi vida.
«Eres como el
viejo». Intento no darle importancia a la voz que resuena en mi cabeza y que me
ha atormentado todo el día. «Como el viejo».
No puedo evitarlo.
Recuerdo todas las veces que mi padre me decía: «Somos colegas, Joe. Tú y yo
nos entendemos muy bien. ¿Algún día serás tan fuerte como tu padre?», me
preguntaba. Y yo siempre levantaba la mirada hacia él y le contestaba con
absoluta devoción: «Claro, papá. Quiero ser como tú». '
Mi padre nunca me
dijo que podía llegar a ser mejor que él ni que había otra forma de hacer las
cosas. Sin embargo, esta noche demostraré que soy como mi viejo. He intentado
comportarme de otro modo asegurando a Carlos y a Luis que podían elegir otro
camino. Soy un idiota por pensar que puedo ser un modelo para ellos.
Mis pensamientos
vuelven a centrarse en Demi. He intentado olvidar que irá con alguien al baile
de Halloween. Su ex, según me ha parecido entender. Intento apartar de mi mente
el hecho de que otro tío le ponga las manos encima.
Estoy seguro de que
intentará besarla. ¿Quién no iba a querer besar esos labios dulces, suaves,
aterciopelados?
Esta noche
trabajaré hasta la hora en la que tengo que acudir a mi cita. Si me quedara en
casa solo, me volvería loco dándole vueltas a todo.
Me resbala de las
manos el remachador y me golpea en toda la frente. Sin embargo, no me enfado
conmigo mismo, sino con Demi. A las ocho estoy más enfadado con mi compañera de
laboratorio que con nadie en este mundo, aunque no sé si tengo derecho a
estarlo.