viernes, 19 de abril de 2013

Quimica Perfecta Capitulo 45




Demi
  
  Después del partido del sábado por la tarde, un partido que ganamos gracias al touchdown de Doug a tan solo cuatro segundos del final, estoy charlando con Sierra y el Factor Triple M, en un lateral del campo. Estamos discutiendo sobre el lugar al que ir para celebrar la victoria.

    - ¿Qué os parece Lou Malnati's? -dice Morgan.
    Todas estamos de acuerdo, porque es la mejor pizzería de la ciudad. Megan está a dieta, pero le encanta la ensalada especial de la casa, por lo que damos por zanjado el asunto.

    Mientras organizamos los últimos detalles, veo a Isabel hablando con Marta Ruíz. Me acerco a ellas.

    - Hola, chicas -las saludo-. ¿Os apetece venir a Lou Maltani's con nosotras?
    María frunce el ceño, confusa. Aunque Isabel no lo hace.
    - Claro -responde Isabel.

    María se queda mirando a Isabel, luego se vuelve hacia mí y se dirige de nuevo a su amiga. Le comenta algo en voz baja y añade que nos veremos en el restaurante.
    - ¿Qué te ha dicho?

    - Quería saber la razón por la que nos invitas a salir con tus amigas.
    - ¿Y qué le has dicho?
    - Le he dicho que somos amigas. Pero para que lo sepas, mis amigas me llaman Isa, no Isabel.

    La acompaño hasta el resto del grupo. Entonces miro a Sierra, quien admitió no hace mucho sentir celos por mi amistad con Isabel. Sin embargo, en lugar de comportarse con frialdad, sonríe a Isabel y le pide que le enseñe cómo hace el salto mortal doble en las prácticas de animadoras. Eso solo confirma que es mi mejor amiga. Madison parece tan asombrada como María cuando anuncio que ella e Isabel se vienen con nosotras al Lou Malnati's. Pero no objeta nada.

    Quizás, solo quizás, este sea un pequeño paso hacia lo que el director Aguirre llama «enmendar la brecha». No soy tan ingenua como para pensar que puedo cambiar Fairfield de la noche a la mañana, pero mi percepción de algunas personas ha cambiado en las últimas semanas. Espero que la de ellos también lo haya hecho.

        En el restaurante, me siento junto a Isabel. Un grupo de chicos del equipo de fútbol también ha venido, por lo que el restaurante está invadido por estudiantes del instituto Fairfield. Darlene entra con Colin. Él la rodea con el brazo como si estuvieran saliendo juntos.
    Sierra, que está sentada frente de mí, dice:

    - Dime que no lleva la mano en el bolsillo trasero de Colin. Es tan patético.
    - No me importa -le aseguro, intentando que no se note que en realidad si me importa-. Si quieren salir juntos, allá ellos.

    - Solo lo hace porque quiere tener todo lo que tú tienes. Para ella es como una competición. Primero ocupa tu puesto en las animadoras, ahora Je pone las garras encima a Colin. Lo siguiente que sabrás es que quiere cambiarse el nombre por el de Demi.

    - Qué graciosa.
    - Eso dices ahora -añade, y luego se acerca para susurrar-: No te parecerá tan gracioso cuando se interese por Joe.
    - Eso sí que no tiene gracia.

    Doug entra en el restaurante y Sierra levanta la mano para llamar su atención. No hay asientos libres, así que Sierra le deja el suyo y se sienta en su regazo. Empiezan a enrollarse allí mismo, lo que me indica que es hora de darme la vuelta y hablar con Isabel.

    - ¿Cómo progresan las cosas con ya sabes quién? -le pregunto, sabiendo que no puedo pronunciar el nombre de Paco porque Isa no quiere que María se entere de que está colada por él.

    - No progresan -suspira.
    - ¿Por qué no? ¿Hablaste con él como te dije?
    - No. Está comportándose como un capullo e ignora completamente el hecho de que estuvimos juntos aquella noche. Creo que no lo menciona porque no quiere ir más allá.

    Pienso en mi ruptura con Colin y en mi aventura con Joe. Cada vez que me comporto al contrario de lo que los demás esperan de mí, haciendo por fin lo que quiero, me siento mucho más fuerte.
    - Tienes que arriesgarte, Isa. Te garantizo que vale la pena.
    - Acabas de llamarme Isa.

    - Lo sé. ¿Te parece bien?
    - Sí Demi, me parece bien -afirma, empujándome juguetonamente por el hombro.
    Hablar con Isa de Paco me hace sentir intrépida, y esa sensación me lleva a pensar en Joe. En cuanto terminamos de comer, y todos empiezan a marcharse, llamo a Joe por el móvil, de camino al coche.

    - ¿Sabes dónde está el Club Mystique?
    - Sí.
    - Nos vemos allí a las nueve, esta noche.
    - ¿Por qué? ¿Qué pasa?
    - Ya lo verás -le digo antes de colgar. Luego me doy cuenta de que Darlene está justo detrás de mí. ¿Me habrá oído hablar con Joe?
    - ¿Tienes una cita esta noche? -me pregunta.

    Eso responde a mi pregunta.
    - ¿Qué te he hecho para que me odies tanto? Unos días somos amigas, pero otros tengo la sensación de que tramas algo contra mí.

    Darlene se encoge de hombros, apartándose el pelo de la cara. Me basta con ese gesto para saber que ya no puedo considerarla mi amiga.

    - Supongo que estoy harta de vivir a tu sombra, Demi. Ha llegado el momento de que abdiques de tu reino. Has sido la princesa del instituto Fairfield durante demasiado tiempo. Es hora de que le brindes a otra la oportunidad de convertirse en el centro de atención.

    - Todo para ti. Que lo disfrutes -le suelto. No sabe que nunca he deseado ocupar la primera posición en todo. Si acaso, solía valerme de eso para darle más credibilidad al papel que representaba ante los demás.

        Cuando llego al Club Mystique a las nueve, Joe me sorprende por detrás, en la puerta. Me doy la vuelta y le rodeo el cuello con los brazos.

    - Vaya, nena -exclama, apartándose un poco-. Pensaba que íbamos a mantener lo nuestro en secreto. Odio decírtelo, pero hay un puñado de chicos del norte de Fairfield justo ahí. Y nos están mirando.
    - No me importa. Ya no.
    - ¿Por qué?

    - Sólo se vive una vez.
    A él parece gustarle mi respuesta, porque me coge de la mano y me lleva al final de la cola. Hace frío aquí fuera, y Joe abre su chaqueta y me arropa con ella mientras esperamos nuestro turno para entrar.

    Le miro mientras nuestros cuerpos quedan el uno junto al otro.
    - ¿Vas a bailar conmigo esta noche? -le pregunto.
    - Por supuesto.

    - Colin nunca quería bailar conmigo.
    - Yo no soy Colin, nena, y nunca lo seré.
    - Genial. Te tengo a ti, Joe. He comprendido que es lo único que necesito y que estoy preparada para compartirlo con el mundo.

        Una vez dentro, Joe me arrastra a la pista de baile. Hago caso omiso de las miradas estúpidas de los estudiantes norteños de Fairfield mientras me acerco a Joe y nos movemos al ritmo de la música.

    Nos contoneamos como si lleváramos toda la vida juntos; cada movimiento parece sincronizado. Por primera vez, no tengo miedo de lo que la gente piense al vernos juntos. El año que viene, cuando esté en la universidad, no tendrá ninguna importancia de qué lado de la ciudad es cada cual.

    Troy, un chico con el que bailé la última vez que vine al Club Mystique, me da un golpecito en el hombro mientras la música hace vibrar el suelo de la pista.
    - ¿Quién es tu nuevo semental? -pregunta.

    - Troy, este es mi novio, Joe. Joe, este es Troy.
    - Hola, -dice Joe tendiéndole la mano y estrechándola de Troy.
    - Tengo la sensación de que este tío no cometerá el mismo error que cometió el otro -asegura Troy.

    No respondo, porque siento las manos de Joe alrededor de mi cintura y espalda, y me siento muy bien al tenerlo aquí conmigo. Creo que le gusta que lo llame novio, y a mí me gusta poder decirlo en voz alta. Apoyo la espalda contra su pecho y cierro los ojos, dejando que el ritmo de la música fluya y el movimiento de nuestros cuerpos se funda en uno solo.

    Después de bailar un rato, necesito un descanso. Salimos de la pista, saco el móvil y le digo:
    - Posa para mí.
    En la primera foto intenta aparentar ser un chico malo. Me hace reír. Echo otra antes de que pueda adoptar otra pose.

    - Hagámonos una juntos -sugiere, atrayéndome hacia él. Junto la mejilla con la suya mientras él coge el móvil, lo aleja todo lo que puede y congela el momento con un solo clic. Una vez hecha la foto, me rodea con sus brazos y me besa.

    Me reclino en él y estudio la multitud. En la primera planta, en uno de los palcos, veo a Colin, la última persona que pensaba encontrar aquí. Colin odia este local, odia bailar.

    Su mirada enojada se cruza con la mía; luego ofrece una exhibición por todo lo alto besando a la chica que le acompaña, Darlene. Y ella le devuelve el beso con todas sus ganas, mientras le agarra del culo y se frota contra él. Ella sabía que yo estaría aquí con Joe esta noche; es evidente que lo había planeado todo.
    - ¿Quieres irte? -pregunta Joe cuando repara en ellos.
    Me vuelvo para mirarle y una vez más me quedo boquiabierta ante sus hermosos y marcados rasgos.

    - No. Pero hace mucho calor aquí. Quítate la chaqueta.
    Él vacila un instante antes de decir:
    - No puedo.
    - ¿Por qué no?
    Hace una mueca.
    - Dime la verdad, Joe.
    Me aparta un mechón de la cara y lo esconde tras la oreja.
    - Nena, este no es el territorio de los Latino Blood, sino el de los Fremont 5, una banda rival. Tu amigo Troy es uno de ellos.

    ¿Qué? Guando le sugerí que viniésemos aquí, no me detuve a pensar en territorios ni afiliaciones a bandas. Yo solo quería bailar.
    - Ay, madre, Joe. Te he puesto en peligro. ¡Salgamos de aquí! -exclamo desesperada.
    Joe se acerca mucho y me susurra al oído:
    - Solo se vive una vez, ¿no es eso lo que has dicho antes? Vuelve a bailar conmigo
    - Pero...

    Me interrumpe con un beso tan apasionado que me olvido de todo lo demás. Y tan pronto como recupero el sentido, volvemos a estar en la pista de baile.
    Corremos el riesgo y nos movemos demasiado cerca de los tiburones, pero salimos sin un arañazo. El peligro que nos acecha acaba por reforzar nuestra mutua complicidad.

    En el baño de las chicas, Darlene se retoca en el espejo.
    La veo y ella repara en mí.
    - Hola -digo.
    Darlene pasa por mi lado sin pronunciar palabra. Es un pequeño atisbo de lo que me espera al ser una chica de la zona norte marginada, pero no me importa.
       Cuando acaba la noche, y Joe me acompaña al coche, le cojo de la mano y miro las estrellas.

    - Si pudieras pedir un deseo ahora mismo, ¿qué pedirías? -le pregunto.
    - Que el tiempo se detuviera.
    - ¿Por qué?
    Se encoje de hombros y contesta:
    - Porque así podría vivir este momento eternamente. ¿Y tú?

    - Ir a la universidad juntos. Aunque tú quieras evitar el futuro, yo estoy deseando que llegue. ¿No sería genial sí los dos estuviéramos en la misma universidad? Lo digo en serio, Joe.
    Se aparta de mí.
    - Para alguien que quiere tomarse las cosas con tranquilidad, estás planeando cosas con mucha antelación.

    - Lo sé. Lo siento. No puedo evitarlo. He presentado mi solicitud para entrar en la Universidad de Colorado y así estar cerca de mi hermana. El lugar al que la van a mandar mis padres está a unos pocos kilómetros del campus. No sería tan grave que presentaras una solicitud, ¿no crees?
    - Supongo que no.

    - ¿En serio?
    Me aprieta la mano con fuerza.
    - Lo que sea por hacerte sonreír así.

domingo, 14 de abril de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 15




–Lo siento. Necesitaba tirar algo.
 –¿Tiras algo cada vez que te sientes frustrado? –preguntó ella, recogió el libro y lo dejó sobre la mesa.

 –Mi forma favorita de superar el estrés es irme al gimnasio y darle puñetazos a un saco de boxeo. Por desgracia, ahora no puedo hacerlo –explicó él. Al tener a Demi en el salón, se sentía menos estresado–. ¿Qué estás haciendo en la cocina? ¿Estás trabajando?

 –Estoy leyendo un libro de recetas y pensando en preparar algo un poco especial. Mientras, ¿quieres que te traiga un tentempié o algo para beber?

 –No, pero puedes sentarte aquí y hablar conmigo –repuso él y se sentó en el sofá con un suspiro de intenso alivio.
 –Tu secretaria debe de pasarlo fatal trabajando para ti –comentó ella, sentándose en un sillón junto al fuego.

 Demi se relajó. Era fácil volver a disfrutar de su compañía y su amistad, que había creído perdida para siempre. Al fin, estaba manejando la situación como una adulta, se dijo. ¿Qué podía tener eso de malo o de peligroso? Además, le gustaba mirar a Joseph, aunque odiaba admitir que eso fuera una debilidad por su parte. Le gustaba ver cómo se pasaba los dedos por el pelo, como estaba haciendo en ese momento. Era un gesto típico de él.

 –A mi secretaria le encanta trabajar para mí –se defendió él–. Está deseando ir a la oficina por las mañanas.

Demi se imaginó a una mujer joven, guapa y enamorada de él, siguiéndolo con los ojos y feliz de poder disfrutar de su compañía. De pronto, se puso enferma de celos.
 –Tiene sesenta años, es abuela y su marido retirado está todo el día detrás de ella. Trabajar para mí es como tener vacaciones permanentes.

 Un inmenso alivio se apoderó de Demi, tanto que se alarmó un poco. Así que sus sentimientos por él no estaban muertos ni enterrados… ¡pero podría apañárselas!
 Joseph estaba sonriendo y ella le devolvió la sonrisa.

 –Bueno, cuéntame por qué has tirado el libro –pidió ella, sintiéndose entre molesta y excitada por la intensa mirada de él. Sabía que no era buena idea alimentar su adicción, sin embargo, no podía soportar la idea de levantarse de allí e irse a la cocina.

 –Hace un par de meses, cerramos un trato con una editorial. Era una compra muy lucrativa y con potencial, pero estamos teniendo problemas.
 Demi se inclinó hacia delante, intrigada. Recordaba haber leído algo sobre esa compra en Internet.

 –¿Qué clase de problemas?
 –Tienen que adaptarse. Tienen un nicho de mercado, pero no da dinero. Sus empleados podrían subirse al carro de los libros electrónicos, pero se niegan a cooperar y no quieren firmar el contrato. Por supuesto, podríamos obligarles a hacerlo, pero no queremos tener empleados a disgusto.

Demi había trabajado con un par de pequeñas editoriales en París, una de ellas especializada en mapas y otra, en libros raros de ediciones limitadas. Le había fascinado lo diferente que era su forma de llevar el negocio, comparadas con las grandes editoriales, y lo distintos que habían sido sus empleados. Eran personas que se involucraban a título personal en la empresa, de una forma que no sucedía en las grandes compañías. Ambas estaban luchando mucho para seguir adelante, pero estaban teniendo éxito.

 Ella lo bombardeó con muchas preguntas sobre el acuerdo legal al que habían llegado con la editorial.

 Compartió con él su experiencia con empresas similares y con los problemas que habían surgido cuando habían sido compradas por multinacionales.

 –Tienes que trabajar con ellas –aconsejó Demi –. Puedes explorar un mercado diferente. No solo dan dinero los libros electrónicos. Yo creo que merece la pena tener un nicho de mercado que funciona sin interferencias, porque le otorga integridad al proyecto general.
Joseph, que en realidad no tenía ni idea de lo que ella hacía en París, quedó impresionado por sus conocimientos y la brillantez de sus ideas.

 También conocía todos los entresijos legales de los que podía valerse esa pequeña editorial para independizarse de la compañía que la había comprado. Mientras la escuchaba con interés, ella le explicó con fogosidad todas las razones por las que era mejor no forzar a su nueva subsidiaria a amoldarse a lo que hacían la mayoría de las grandes editoriales. Al fin, él asintió despacio y frunció el ceño.

 –Muy bien. ¿Entonces crees que debería dejar de presionar y consentir que los empleados hagan las cosas a su manera?

 –No a su manera, pero con alguien competente en el puesto de dirección, igual te sorprende comprobar que, en este mundo informatizado en que vivimos, también hay sitio para las cosas que no quieren o no pueden ser digitalizadas. Sigue habiendo personas que aman las cosas antiguas y debemos animarlos a seguir así.

 –¿Y qué pensarías si te digo que tengo en mente a la persona adecuada para ese puesto?
 –¿Ah, sí? Siempre pensé que tus empleados son gente brillante y moderna que no quiere atarse a tareas consideradas como pasadas de moda.

 –Bueno, siempre se les puede convencer, si se les paga bien. El dinero puede ser muy persuasivo.
 –Sí… –dijo ella, pensativa–. Pero también te hace falta alguien a quien le interese el trabajo y no lo haga solo para engrosar su cuenta bancaria.

 –La persona que tengo en mente es inteligente, apasionada y haría el trabajo de maravilla.
 –Genial. Bueno… ya está bien de darte la charla. ¿Te sientes menos frustrado ya o vas a volver a tirar el libro de jardinería contra el suelo? Si lo vas a hacer, avísame para que no me pegue un susto de muerte mientras esté cortando cebollas para la cena –indicó ella y se puso en pie.
Joseph le hizo una seña para que esperara.

 –Me gusta escuchar tus opiniones –señaló él–. Antes, tú siempre escuchabas las mías.
 Demi se sonrojó de placer al escucharlo.

 Su relación había dado un cambio. Se habían convertido en dos adultos en una situación de igualdad, muy diferente de la que habían compartido en el pasado y mucho más satisfactoria.
 Entonces, de golpe Demi recordó aquellas palabras que él había pronunciado el día anterior. «Eres una mujer atractiva».

 El corazón se le aceleró. Era posible que él respetara sus opiniones, pero eso no significaba que hubiera dejado de verla como la vecinita de al lado. Sin embargo, cuando ella intentó recordar todo el daño que la había causado hacía cuatro años, no lo consiguió. Por primera vez, revivió aquella noche viéndose a sí misma a través de lo ojos de él. Joven, ingenua, enamoradiza, maleable… Meneó la cabeza, tratando de poner en orden un tumulto de pensamientos.
 –Lo sé. Pero seguro que te aburro.

 –Eso nunca…
 –¿A quién tienes en mente para el trabajo? –inquirió ella para agilizar la conversación, pues la intensa mirada de él le estaba acelerando el corazón–. ¿Crees que no le importará que lo apartes de su puesto para hacer otra cosa que puede que no reporte beneficios?
 –Es una mujer…

 De repente, la hiperactiva imaginación de Demi volvió a la carga, sembrándose de imágenes de rubias bonitas deseando satisfacer todos los deseos de su jefe. Sería una de sus leales empleadas, como su secretaria, aunque más joven y soltera.
 –El único obstáculo que veo es que todavía no trabaja en mi compañía –señaló él, maravillado porque ella todavía no adivinara hacia dónde iba la conversación.
 –¿Ah, no?

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 14




Joseph se incorporó un poco más y la observó, fascinado, mientras ella lidiaba con la candela. La luz de la pantalla de televisión, que había puesto en silencio, iluminaba el rostro y el pelo de ella.

 No era una de esas mujeres inútiles que habían nacido para ser dependientes. Mientras realizaba con eficiencia los movimientos oportunos, se le entreabrió la bata que llevaba puesta, dejando al descubierto una camiseta interior y unos pantalones cortos de pijama. No tenían nada de especial y, al mismo tiempo, eran el conjunto más sexy que él había visto jamás.

 De pronto, Joseph se sorprendió por la fuerza de su erección. Se cubrió con el edredón.
 Entonces, cuando ella se puso en pie y se frotó las manos para limpiarse el serrín y el polvo, él se quedó boquiabierto. Su anfitriona había olvidado cerrarse la bata y podía ver a la perfección sus largas piernas y la silueta de sus pechos bajo la camiseta. La fuerza del deseo le hizo cerrar los ojos.

 –No me extraña que hayas tenido que cubrirte con el edredón.
 Demi caminó hacia él con las manos en las caderas y gesto provocativo.
 –Hace frío incluso con la calefacción puesta. Deberías haberme gritado para que bajara y encendiera el fuego. Habría entendido que no podías hacerlo solo.

Joseph se retorció e hizo un esfuerzo para apartar la vista de aquellos turgentes pechos que le resaltaban bajo la pequeña camiseta. Incluso podía percibirse la silueta de sus pezones… ¿o era su imaginación?

 –Iba a hacerlo, pero me acordé de lo claro que me habías dejado que soy una molestia para ti –repuso él, malhumorado, volviendo a apartar la mirada de un paisaje tan tentador.
 Demi se sonrojó, sintiéndose culpable.

 Él ni siquiera quería mirarla a la cara y entendía por qué. Había sido una mala amiga, dando prioridad a sus propias inseguridades. Había sido antipática y desagradable. Lo más probable era que ya no quisiera ni ser su amigo.

 Cuando imaginó que él igual ya no quería pasar tiempo en su compañía, una profunda angustia la invadió.

 Mientras había estado huyendo de él durante cuatro años, no se había parado a pensar que había estado destruyendo los cimientos de su larga amistad. Había intentado olvidarlo, pero no había podido.

 Con el corazón acelerado, Demi ansió que él volviera a mirarla, en vez de apartar de vista como si fuera una extraña que no lo hubiera ayudado en un momento crítico.
 –Siento si te he dado esa impresión, Joseph. No era mi intención. Claro que no eres una molestia.
 –Me has dejado muy claro que este es el último sitio donde te gustaría estar, sobre todo cuando París te está esperando con sus fiestas y una emocionante exposición.

 –Nunca he dicho nada de fiestas –murmuró ella–. Además, la exposición a la que tanto había deseado ir, había perdido de pronto su atractivo. Solo importaba lo que estaba sucediendo ante sus narices, todo lo demás parecía borroso y desenfocado.

 –Y Patric estará bien sin mí. La verdad es que esas cosas son, a veces, un poco cansadas.
 Joseph, que se ponía tenso cada vez que oía el nombre del francés, la observó mientras se sentaba en un brazo del sofá con aire distraído y recogía un cojín del suelo.
 –¿De veras? –preguntó él, esperando que le diera más detalles.
 Ella lo miró con gesto culpable.

 Joseph se esforzó en mantener los ojos en su cara, porque sabía que, si bajaba la vista a otras zonas de su anatomía, sería desastroso. Sin duda, lo que había vislumbrado antes eran sus pezones, sí… Por eso, debía mirarle solo el rostro, aunque eso también lo excitaba un poco.

 –Me gusta el arte y me gusta ir a exposiciones y, por supuesto, haría cualquier cosa para ayudar a Patric, pero a veces resulta un poco aburrido. Las mujeres siempre asisten llenas de joyas y los hombres apenas admiran los cuadros porque solo les interesa hacer negocios. Los padres de Patric tienen buenos contactos y la lista de invitados suele ser… bueno… va mucha gente de la flor y nata de la ciudad.

 –Suena aburrido –comentó él–. A mí no me gustan esas reuniones…
 –Puede serlo –confesó ella–. Pero, para poder seguir viviendo de su arte, a Patric no le queda más remedio que confraternizar con ese mundo.

 –Tal vez, le gusta… –dijo Joseph, tratando de insinuar que igual no era un hombre tan maravilloso como ella creía–. Parecía querer comerse el mundo en las fotos suyas que vi en Internet. Una amplia sonrisa, muchas chicas guapas a su alrededor…

 –Siempre tiene chicas a su alrededor –replicó ella, riendo–. Tiene mucho éxito con ellas, porque no intenta esconder su lado femenino.
 –¿Me estás diciendo que es homosexual?

 –¡No he dicho nada de eso! –exclamó ella y, sin poder evitarlo, rompió a reír–. Lo que pasa es que sintoniza bien con las mujeres, además, le gusta mucho coquetear.

 Joseph quiso preguntarle si era esa la razón por la que habían roto. ¿Lo habría sorprendido en la cama con una de esas chicas?

 Sin embargo, Demi dio por terminada la conversación, se levantó e informó de que iba a cambiarse.
 –Te traeré el desayuno, en cuanto me duche. Esto… –balbuceó ella, sin saber si preguntarle si quería ducharse.

 Tal vez, prefiriera darse un baño. Al final, decidió no decir nada al respecto, temiendo tener que desnudarlo. Solo de pensarlo, le subía la temperatura–. Esto… no tardaré. Puedes hacerme una lista de lo que quieres que te traiga de tu casa. Y dame tu llave. Mi padre tiene una copia, pero me parece que la guarda en su llavero, el que se ha llevado a Escocia.

Demi se duchó, se puso vaqueros, un jersey, una cazadora y unos calcetines de lana hasta la rodilla. Mientras, no pudo dejar de pensar en cómo actuar con Joseph. Mantener las distancias iba a ser difícil. Por supuesto, no iba a empezar a comportarse como una adolescente riéndole todas las gracias, ni iba a olvidar que le había roto el corazón hacía años.

 Sin embargo, no podía ignorarlo. Él estaba inmóvil, tumbado en su salón. ¡Tenía que ayudarlo! Si pudiera dejar atrás el pasado y ser su amiga nada más, las cosas serían mucho más fáciles, pensó. ¡Así se demostraría que había superado lo ocurrido hacía cuatro años! Pero ¿qué pasaba con esos sentimientos tumultuosos y calientes que la invadían?
 Cuando volvió al salón, James tenía la lista hecha.

 Ordenador portátil. Cargador. Ropa.
 Poco después, Demi se encaminó a la gran mansión. Había estado allí antes, pero nunca en el dormitorio de él, que localizó por eliminación. El piso alto estaba compuesto por varias habitaciones, que parecían ser para invitados. De los otros dormitorios, solo uno, aparte del de Daisy, tenía aspecto de haber sido ocupado.

 Las cortinas color burdeos estaban abiertas, dejando ver enormes ventanales y el exterior poblado de nieve. La moqueta color pálido estaba cubierta por una alfombra persa y una cama gigantesca. Apoyándose en el quicio de la puerta, ella se imaginó a Joseph allí tumbado, sexy, con las sábanas de satén oscuro apenas cubriendo su cuerpo sensacional. Luego, lo recordó cuando había estado en el sofá de su casa, hablando con ella, los dos casi rozándose. Parpadeó para quitarse esa imagen de la cabeza.

 Enseguida, encontró dónde guardaba la ropa, aunque le resultó un poco raro reunir sus jerseys, pantalones, camisetas y ropa interior. Lo metió todo en dos bolsas de plástico que había llevado con ella. A continuación, bajó a la cocina a buscar el ordenador y el cargador.
 Cuando regresó a su casa, Demi  se lo encontró donde lo había dejado, tumbado en el sofá.

 –Puedo moverme un poco cuando hacen efecto los analgésicos –anunció él, contemplando cómo el pelo húmedo de ella se había llenado de ondas. Su cabello oscuro resaltaba la palidez y suavidad de su piel y unas largas pestañas–. Pero no creo que sea bueno que trabaje sentado en el sofá –añadió, se incorporó e hizo una mueca por el dolor–. Debería tener la espalda lo más recta posible. Si hubieras hecho ese curso de primeros auxilios, lo sabrías.
 –¿Y qué sugieres?

 –Bueno… puedo usar esa mesa de ahí, pero tendrías que traerme un escritorio. Podemos ponerlo junto a la ventana.
 –¿Qué clase de escritorio le gustaría al señor?
 –¿Sería mucho pedir que me trajeras el que uso en mi casa? No es muy grande –indicó él y sonrió.

 –Supongo que podría bajar mi mesa. Es pequeña y ligera –señaló ella y miró la bolsa con ropa que traía en la mano–. ¿Podrás cambiarte solo?

 –Después de ducharme. Voy a intentar subir las escaleras solo. Si me das una toalla…
Demi lo hizo y, mientras él se duchaba, no pudo evitar imaginárselo desnudo bajo el chorro de agua. Limpió la mesa de su cuarto y la bajó al salón, donde le preparó un pequeño despacho con vistas al paisaje nevado.

 La casa era pequeña y, aunque lo había evitado la noche anterior, dejándolo solo para ver la tele, no iba a poder esquivarlo durante las horas del día. Ella podía trabajar en la cocina y lo haría, pero tendría que entrar en el salón de vez en cuando, aunque solo fuera para estirar las piernas.

 En vez de sentirse molesta por eso, como le había pasado la noche anterior, experimentó una extraña sensación que no era desagradable. Tal vez, algo había cambiado entre ellos. Al fin, ella había dejado de estar tan tensa y se había relajado.

 Media hora después, Joseph salió del baño con el pelo mojado. Había pasado por alto la rutina del afeitado y estaba más sexy que nunca. A regañadientes, ella tuvo que admitir que ni Patric ni Gerard habían estado a su altura en lo que a atractivo sexual se refería.

 Él se fue al salón con una cafetera llena, mientras Demi se ponía al día con el correo en la cocina. Sin embargo, como no podía concentrarse, acabó leyendo unos libros de cocina de su padre, fijándose en que había algunas páginas marcadas.

 Justo cuando estaba pensando en renunciar a trabajar y ponerse a preparar algo para comer, la sorprendió el sonido de algo cayendo al suelo con fuerza. Dando un respingo, se puso en pie de un salto y corrió al salón.

 Joseph estaba de pie junto a la ventana, haciendo una mueca y sujetándose la espalda con la mano. Se giró al oírla entrar.

 –¿Por qué la gente se niega a hacer cosas que son buenas para ellos?
 Demi bajó la vista al libro que estaba en el suelo. Era uno de los tomos de jardinería de su padre.