Demi
- Demi, por favor,
explícame otra vez por qué hemos de recoger a Joe para que nos acompañe al Lago
Ginebra -me pide Sierra.
- Mi madre me ha
ordenado que no le vea fuera del instituto, así que el Lago Ginebra es el lugar
perfecto para salir con él. Allí nadie nos verá.
- Excepto nosotros.
- Pero vosotros no
vais a chivaros, ¿verdad?
Pillo a Doug
haciendo una mueca. Al principio me pareció buena idea. Salir en pareja a pasar
el día al Lago Ginebra podía ser algo divertido. Bueno, al menos cuando Sierra
y Doug se recuperen de la conmoción inicial que les provocará la visión de Joe y
yo juntos.
- Por favor, no me
deis más el coñazo con esto.
- Ese tío es un
perdedor, Demi -declara Doug mientras llega al aparcamiento del instituto,
donde Joe debe de estar esperándonos-. Es tu mejor amiga, Sierra. Hazla entrar
en razón.
- Lo he intentado,
pero ya la conoces. Es muy cabezona.
Dejo escapar un
suspiro.
- ¿Podéis dejar de
hablar de mí como si no estuviera presente? Me gusta Joe. Y yo le gusto a él.
Quiero darle una oportunidad.
- ¿Y cómo pretendes
hacerlo? ¿Vais a mantener en secreto vuestra relación? ¿Toda la vida? -pregunta
Sierra.
Afortunadamente, ya
hemos llegado, así que no tengo que responder. Joe está sentado en el bordillo,
junto a su moto, con las piernas extendidas. Estoy nerviosa, y al abrir la
puerta de atrás, me muerdo el labio inferior.
Guando ve a Doug
conduciendo y a Sierra a su lado, se le tensa la mandíbula.
- Entra, Joe.
Me echo a un lado
para dejarle sitio.
- No creo que sea
muy buena idea -dice, asomando la cabeza.
- No seas tonto.
Doug ha prometido que se portará bien. ¿No es cierto, Doug?
Aguanto la
respiración hasta oír la respuesta.
Doug asiente con la
cabeza en un gesto que demuestra poco interés.
- Claro -asegura
impasible.
Estoy segura de que
si Joe fuera otro tío, se largaría de aquí. Pero toma asiento a mi lado.
- ¿A dónde vamos?
-pregunta.
- Al lago Ginebra
-respondo-. ¿Has estado allí antes?
- No.
- Está a una hora
de camino. Los padres de Doug tienen una cabaña.
El trayecto me
recuerda más al ambiente propio de una biblioteca que a otra cosa. Nadie
pronuncia ni una palabra. Cuando Doug se detiene a repostar, Joe sale del
coche, se aleja y se enciende un cigarrillo.
Me hundo en el
asiento. Hasta ahora, el día no se parece en nada a cómo lo había imaginado.
Sierra y Doug suelen ser muy divertidos cuando están juntos, pero ahora mismo
parece que se dirigen a un funeral.
- ¿Os importaría
intentar al menos mantener una conversación? -ruego a mi mejor amiga-. Puedes
tirarte horas enteras hablando del tipo de perro al que besarías, pero no
puedes ni articular dos palabras seguidas delante del chico que me gusta.
Sierra se vuelve
sobre su asiento.
- Lo siento. Es
que... Demi, te mereces algo mejor. MUCHO mejor.
- ¿Te refieres a
Colin?
- A cualquiera
-resopla y se vuelve de nuevo.
Joe entra en el
coche y le lanzo una tímida sonrisa. Pero él no me corresponde. Le cojo la mano
y no me devuelve el apretón, aunque por lo menos tampoco la aparta. ¿Será una
buena señal?
Cuando salimos de
la gasolinera, Joe interviene:
- Tienes un
neumático suelto. ¿Oyes ese ruido en la parte posterior izquierda?
Doug se encoge de
hombros.
- Lleva así un mes.
No es gran cosa.
- Para en el arcén
y te lo arreglo -sugiere Joe -. Si se suelta en mitad de la autopista,
estaremos bien jodidos.
Estoy segura de que
Doug no quiere confiar en el análisis de Joe, pero después de un kilómetro y
medio, acaba deteniéndose a un lado de la carretera, aunque a regañadientes.
- Doug. -Sierra
señala el prostíbulo que tenemos enfrente-. ¿Qué tipo de personas crees que
entran ahí?
- Ahora mismo,
cariño, me importa un pepino. -Se vuelve hacia Joe y añade-: Vale, crack.
Arréglame el coche.
Joe y Doug salen del coche.
- Siento haberme
quejado tanto -dice Sierra.
- Yo también lo
siento.
- ¿Crees que Doug y
Joe van a ponerse a discutir?
- Puede. Será mejor
que salgamos y les distraigamos un poco.
Cuando salgo, Joe está
sacando las herramientas del maletero.
Después de levantar
el coche con el gato, Joe sujeta la llanta entre las manos. Doug tiene los
brazos en jarras y la mandíbula apretada en un gesto desafiante.
- Thompson, ¿qué
coño te pasa?
- No me caes bien, Jonas.
- ¿Crees que tú me
haces mucha gracia? -espeta Joe, mientras se arrodilla junto a la llanta y
empieza a apretar los tornillos.
Me vuelvo hacia
Sierra. ¿Deberíamos intervenir? Mi mejor amiga se encoge de hombros y yo hago
lo mismo. No es que hayan llegado a las manos... bueno, de momento.
Un coche se detiene
a nuestro lado con un chirrido de ruedas. Hay cuatro mexicanos dentro, dos
delante y dos detrás. Joe les ignora mientras baja el coche con el gato y lleva
las cosas al maletero.
- ¡Eh, nenas! ¿Qué
os parece si dejáis plantados a esos perdedores y os venís con nosotros? Os
enseñaremos qué es divertirse de verdad -grita uno de ellos a través de la
ventanilla.
- ¡Vete a la
mierda! -exclama Doug. Uno de los chicos sale del coche y avanza hacia Doug.
Sierra grita algo pero en ese instante no oigo sus palabras. Estoy demasiado
absorta mirando a Joe que se ha quitado la camiseta y se ha interpuesto entre
el tipo y Doug.
- Apártate de mi
camino -ordena el tipo-. No caigas tan bajo por defender a este capullo
blancucho.
Joe se planta
frente al chico con la llanta de hierro firmemente sujeta en la mano.
- Si jodes al
blanquito, estarás jodiéndome a mí. Así de simple. ¿Lo pillas, colega?
Otro chico sale del
coche. Estamos metidos en un buen lío.
- Chicas, coged las
llaves y meteos en el coche -ordena
Joe con un tono de
voz confiado.
- Pero...
Su mirada transmite
una serenidad casi letal. Oh, Dios.
Va totalmente en
serio.
Doug le lanza a
Sierra las llaves del coche. ¿Y ahora qué? ¿Se supone que tenemos que quedarnos
sentaditas en el coche y ver cómo se pelean?
- No, no voy a
ningún sitio -digo.
- Y yo tampoco
-añade Sierra.
Uno de los chicos
del otro coche asoma la cabeza por la ventanilla.
- Joe, ¿eres tú?
Joe se relaja.
- ¿Tiny? ¿Qué coño
haces con estos capullos?
El chico que
responde al nombre de Tiny les dice algo a sus compinches, quienes no tardan en
volver al coche. Casi parecen aliviados por no tener que enfrentarse a Joe y a
Doug.
- Dime tú primero
qué haces con un puñado de niños pijos -dice Tiny.
- Lárgate de aquí
-ríe Joe.
Una vez que todos
estamos de nuevo en el coche, Doug dice: - Gracias por cubrirme las espaldas.
- No pasa nada
-murmura Joe.
Nadie vuelve a
romper el silencio hasta que llegamos a orillas del Lago Ginebra. Doug aparca
delante de un bar para comer algo. Dentro, Sierra y yo pedimos unas ensaladas,
mientras Doug y Joe optan por las hamburguesas.
Nos sentamos en un
banco mientras esperamos la comida, sin pronunciar palabra. Le doy una patada a
Sierra por debajo de la mesa.
- Bueno, Joe empieza-.
¿Has visto alguna peli buena últimamente?
- No.
- ¿Has solicitado
el ingreso en alguna universidad?
Joe niega con la
cabeza.
Sorprendentemente,
Doug interviene: - ¿Quién te ha enseñado tanto de coches?
- Mi primo
-contesta Joe.. Los fines de semana me paso por su casa y me quedo observando
cómo resucita los coches.
- Mi padre tiene un
Karmann Ghia del 72 en el garaje muerto de risa. Cree que volverá a funcionar
por arte de magia.
- ¿Qué le pasa?
-pregunta Joe.
Doug se lo explica
y Joe escucha con atención. Me siento y me relajo al escucharles discutir sobre
las ventajas e inconvenientes de comprar piezas de recambio por eBay. La
tensión parece desvanecerse a medida que avanza la conversación.
Tras acabar de
comer, paseamos por la calle Main. Joe me coge de la mano y no puedo pensar en
nada más que no sea estar allí con él.
- Mirad, hay una
nueva galería -dice Sierra, señalando el otro lado de la calle-. Y además es la
inauguración. ¡Entremos!
- Genial -exclamo.
- Yo me quedaré
fuera -añade Joe cuando cruzo al otro lado con Sierra y Doug-. No me van mucho
las galerías.
Sé que no es
verdad. ¿Cuándo entenderá que no tiene por qué cumplir con la etiqueta que
todos le han colocado? Si entrara, se daría cuenta de que se siente tan a gusto
en la galería como en el taller de su primo.
- Vamos -insisto,
tirando de él. Sonrío cuando entramos en la galería.
Todo un bufé espera
en una mesa mientras unas cuarenta personas se arremolinan observando las
obras.
Doy una vuelta con Joe,
que camina con rigidez a mi lado.
- Relájate -le
digo.
- Para ti es fácil
decirlo -murmura.