Demi
- No puedo creer
que hayas cortado con Colon -dice Sierra mientras se pinta las uñas sobre mi
cama después de la cena-. Espero que no acabes lamentándolo, Demz. Lleváis
juntos mucho tiempo. Pensaba que le querías. Le has roto el corazón, ¿sabes?
Llamó a Doug llorando.
- Quiero ser feliz
-le digo, sentándome a su lado-. Y con Colin hacía tiempo que no lo era. Ha
admitido que este verano me engañó con otra chica. Se acostó con ella, Sierra.
- ¿Qué? No me lo
puedo creer.
- Pues créetelo.
Colin y yo ya habíamos terminado cuando llegó el verano. Lo que pasa es que
tardé mucho en darme cuenta de que ya no podíamos seguir con esta farsa.
- Así que has hecho
progresos con Joe ¿eh? Colin cree que estás mezclando algo más que tubos de
ensayo con tu compañero de laboratorio.
- No es verdad -le
miento. Aunque Sierra sea mi mejor amiga, ella sigue pensando que deben
respetarse las divisiones sociales. Quiero decirle la verdad, pero soy incapaz
de hacerlo. Al menos por el momento.
Sierra cierra el
esmalte de uñas y resopla:
Demz, lo creas o
no, soy tu mejor amiga. Y sé que me estás mintiendo. Admítelo.
- ¿Qué quieres que
te diga?
- Quiero que por
una vez me digas la verdad. Joder, Demz. Entiendo que no quieras que Darlene se
entere de tus cosas porque le encanta criticar a los demás. Y también puedo
entender que quieras dejar al margen al factor triple M. Pero estás hablando
conmigo, tu mejor amiga. La única que
está al corriente de lo de Shelley, la única que ha sido testigo de cómo tu
madre pierde los papeles.
Sierra coge el
bolso y se lo cuelga del hombro.
No quiero que se
enfade conmigo, pero me gustaría hacerle entender lo importante que es todo
esto.
- ¿No irás luego a
contárselo a Doug? No quiero poner entre la espada y la pared, en la tesitura
de tener que mentirle.
Sierra hace una
mueca de desprecio muy parecida a la que yo suelo hacer.
- Vete a la mierda,
Demz. Gracias por hacerme sentir que mi mejor amiga no confía en mí -espeta, y
antes de salir de mi habitación, se da la vuelta y añade-: ¿Sabes esas personas
que tienen oído selectivo? Pues lo tuyo es confesión selectiva. Esta mañana te
he visto hablar muy animadamente con Isabel Ávila en el pasillo. Si no te
conociera, diría que estabas compartiendo secretitos con ella -dice, levantando
las manos-. Vale, admito que me puse celosa porque mi mejor amiga estaba
compartiendo sus secretos con otra. Cuando te des cuenta de que lo único que me
importa es que seas feliz, llámame.
Tiene razón. Pero
lo de Joe es tan reciente que aún me siento vulnerable. Isabel es la única que
sabe lo que hay entre nosotros, por eso recurrí a ella.
- Sierra, eres mi
mejor amiga y lo sabes -le digo con la esperanza de convencerla de mi
sinceridad. Puede que tengamos un problema de confianza, pero eso no significa
que no siga siendo mi mejor amiga.
- Pues entonces
empieza a comportarte como tal -dice antes de marcharse.
Me seco la gota de sudor que desciende
lentamente por mi ceja mientras me dirijo en coche a recoger a Joe para
acompañarlo a la boda.
He elegido para la
ocasión un vestido de tirantes ajustado y de color crema. Como mis padres
estarán en casa cuando regrese, he cogido una muda y la he guardado en la bolsa
de deporte. Mi madre se encontrará con la Demi de siempre cuando llegue a casa:
la hija perfecta. ¿Qué importa que tenga que representar un papel? Mientras
ella sea feliz. Sierra tiene razón, soy selectiva con ciertas cosas.
Doblo la esquina y
me dirijo hacia la entrada del taller. Cuando diviso a Joe junto a su moto, me
da un vuelco el corazón.
Ay, madre. En
menudo lío estoy metida.
No lleva puesta la
bandana. Su negra y espesa melena le cae sobre la frente, invitándome a
apartarla a un lado. Unos pantalones negros y una camisa de seda negra
sustituyen sus habituales vaqueros y camiseta. Tiene el aspecto de un chicano
joven y temerario. No puedo evitar esbozar una sonrisa cuando aparco a su lado.
- Nena, parece que
ocultas un secreto.
Pues sí, pienso
mientras salgo del coche. A ti.
- Vaya. Estás...
preciosa.
Doy una vuelta
sobre mí misma.
- ¿Qué te parece el
vestido?
- Ven aquí -ordena,
atrayéndome hacia él-. Ya no quiero ir a la boda. Prefiero tenerte para mí
solo.
- De ninguna manera
-contesto, recorriéndole la línea de la mandíbula con un dedo.
- Muy graciosa.
Me encanta este Joe
juguetón. Consigue que me olvide todos sus demonios.
- He venido para
asistir a una boda chicana, y eso es lo que voy a hacer -le explico.
- Vaya, y yo que
pensaba que venías para estar conmigo.
- Tienes mucho amor
propio, Jonas.
- No es lo único
que tengo.
Me arrincona contra
el coche. Siento su cálida respiración sobre mi cuello, más caliente que el sol
de mediodía. Cierro los ojos y espero el contacto de sus labios, pero en lugar
de eso, oigo su voz.
- Dame las llaves
-exige, alargando las manos y arrebatándomelas.
- ¿No irás a
lanzarlas a los arbustos, verdad?
- No me tientes.
Joe abre la puerta
del coche y se instala en el asiento del conductor.
- ¿No vas a
invitarme a entrar? -pregunto, confusa.
- No. Voy a aparcar
tu coche dentro del taller para que no te lo roben. Esto es una cita oficial.
Yo conduzco.
- ¿No creerás que
voy a ir en esa cosa? -le pregunto, señalando la moto.
Joe enarca las cejas un segundo.
- ¿Por qué no?
¿Julio no es lo suficientemente bueno para ti?
- ¿Julio? ¿Llamas
Julio a tu moto?
- En honor a mi tío
abuelo. Ayudó a mis padres a emigrar desde México.
- Me gusta Julio.
Pero no quiero montarme en él con este vestido tan corto. A no ser que quieras
que todo el que venga por detrás me vea las bragas.
Se frota la
barbilla, reflexivo.
- Pues le
alegrarías la vista a más de uno.
Me cruzo de brazos.
- Estoy de coña.
Vamos en el coche de mi primo.
Nos acercamos a un
Camry que hay aparcado al otro lado de la calle.
Después de conducir
durante unos minutos, Joe saca un cigarro de un paquete que hay sobre el
salpicadero. El chasquido del mechero me provoca náuseas.
- ¿Qué? -pregunta,
con el cigarrillo encendido colgándole de los labios.
Puede fumar si
quiere. Puede que esta sea una cita oficial, pero no soy su novia oficial ni
nada de eso.
- Nada -respondo,
negando con la cabeza.
Le oigo exhalar y
el humo del tabaco me molesta más que el fuerte perfume de mi madre. Bajo la
ventanilla mientras intento contener la tos.
Cuando nos
detenemos en un semáforo, me mira y dice:
- Si te molesta que
fume, dímelo.
- Vale, me molesta
que fumes -confieso.
- ¿Y por qué no lo
has dicho antes? -responde, apagando el cigarrillo en el cenicero del coche.
- No puedo creer
que te guste fumar -digo cuando reemprende la marcha.
- Me relaja.
- ¿Te pongo
nervioso?
Su mirada me
recorre lentamente. Los ojos, el pecho, los muslos.
- Con ese
vestido, no te lo puedes ni imaginar.