Demi
- Según parece, hay
algunos alumnos que no se toman muy en serlo mi clase -anuncia la señora
Peterson antes de empezar a repartir los exámenes que hicimos ayer.
Y cuando se acerca
a la mesa que compartimos Joe y yo, me hundo en la silla. Lo último que
necesito es que la señora Peterson me eche la bronca.
- Buen trabajo
-señala la mujer mientras coloca mi examen boca abajo en mi mesa. Entonces, se
gira hacia Joe , y añade-: Para alguien que desea ser profesor de química, no
ha empezado con muy buen pie, señor Jonas. Si no viene preparado a clase, la
próxima vez me lo pensaré dos veces antes de salir en su defensa.
Deja caer el examen
de Joe Jonas a él. Lo sujeta entre el índice y el pulgar, como si el papel
fuera demasiado asqueroso como para que el resto de los dedos lo rocen.
- Quédese después de
clase -le dice antes de entregar el resto de los exámenes.
No puedo entender
por qué la señora Peterson no me ha echado ningún sermón. Le doy la vuelta al
examen y veo un sobresaliente en la parte posterior. Me froto los ojos con las
manos y vuelvo a mirarlo. Debe de haber algún error. No tardo ni un segundo en
reparar en el responsable de mi nota. La verdad me golpea como un martillazo en
el estómago. Miro a Joe, quien está guardando su suspenso dentro de un libro.
- ¿Por qué lo
has hecho?
Espero a que la señora Peterson termine su
conversación con Joe después de clase para acercarme a él. Estoy esperándole en
la taquilla, y él me presta muy poca atención, si es que me presta alguna.
Intento ignorar las miradas que me atraviesan la espalda.
- No sé de qué
estás hablando -dice.
¡No me digas!
- Cambiaste los
exámenes.
- No es para tanto,
¿vale? -dice, cerrando la taquilla de golpe.
Sí que lo es. Joe
se aleja por el pasillo como si quisiera dejar las cosas como están. Le vi
haciendo su examen con diligencia, pero cuando he reparado en el gran suspenso
en rojo en el papel, he comprendido que era mi propio examen.
Después de clase,
salgo corriendo hacia la puerta principal para alcanzarle. Está montado en la
moto, apunto de marcharse.
- ¡Joe, espera!
Estoy nerviosa. Me
aparto el pelo de la cara y lo escondo tras las orejas.
- Sube -me ordena.
- ¿Qué?
- Sube. Si quieres
darme las gracias por salvarte el culo, ven a casa conmigo. Lo que te dije ayer
iba en serio. Tú me mostraste un pedacito de tu vida, y yo quiero mostrarte la
mía. Es justo, ¿no?
Echo un vistazo al
aparcamiento. La gente nos mira; probablemente esperan el momento oportuno para
hacer circular el cotilleo. Si me marcho con él, la noticia se difundirá
rápidamente.
El rugido del motor
me hace regresar a la realidad.
- No tengas miedo
de lo que puedan pensar.
Le echo un vistazo,
desde los vaqueros desgarrados y la chaqueta de piel hasta la bandana roja y
negra (los colores de su pandilla) que acaba de atarse a la cabeza. Debería
estar aterrorizada, pero entonces recuerdo cómo se comportó ayer con Shelley.
A la mierda.
Me coloco la
mochila a la espalda y monto a horcajadas sobre la moto.
- Sujétate bien
-dice, llevándome las manos a su cintura. El simple contacto de sus fuertes
manos sobre las mías resulta profundamente íntimo. Antes de apartar esa idea de
mi mente, me pregunto si él también sentirá lo mismo. Joe Jonas es un tipo
duro. Con experiencia. Supongo que un simple roce de manos no le provocará un
revoloteo en el estómago.
Antes de poner las
manos en el manillar, frota las yemas de los dedos contra las mías, a
propósito. Ay, madre mía. ¿Dónde me estoy metiendo?
Cuando aumenta la
velocidad al salir del aparcamiento, me agarro con más fuerza a sus duros
abdominales. Me asusta la velocidad y empiezo a marearme, como si estuviera en
una montaña rusa sin barra de seguridad.
La moto se detiene
frente a un semáforo en rojo. Me echo hacia atrás. Le oigo reír cuando el
semáforo se pone en verde y volvemos a arrancar a toda velocidad. Me aferro a
su cintura y escondo la cabeza en su espalda.
Cuando por fin nos
detenemos, y después de que Joe baje el caballete de la moto, echo un vistazo a
lo que me rodea. Nunca había estado en esta calle. Las casas son tan...
pequeñas. La mayoría solo tienen un piso, y ni un gato podría colarse en el
espacio entre una y otra. Aunque no quiero sentirme de este modo, se me instala
en la boca del estómago una sensación de pesar.
Mi casa es, por lo
menos, siete, no, ocho o nueve veces más grande que la de Joe. Sabía que esta
zona de la ciudad era pobre, pero no tanto...
- Esto ha sido un
error -dice Joe-. Te llevaré a casa.
- ¿Por qué?
- Entre otras
cosas, por la cara de asco que pones.
- No me da asco. Me
sabe mal que...
- No me compadezcas
-me advierte-. Soy pobre, pero no un vagabundo.
- De acuerdo. ¿No
vas a invitarme a entrar? Los chicos del otro lado de la calle no dejan de
mirar a la chica blanca.
- De hecho, por
aquí te llamarán «la chica nieve».
- Odio la nieve -le
digo.
Joe sonríe. - No es
por eso, guapa. Es por tu piel, blanca como la nieve. Tú sígueme y no mires a
los vecinos, aunque ellos si lo hagan.
Joe avanza con
cautela mientras me acompaña al interior de su casa.
- Bueno, ya estamos
aquí -dice, una vez dentro.
Puede que el salón
sea más pequeño que cualquiera de las habitaciones de mi casa, pero es acogedor
y cálido. Hay dos mantitas de ganchillo sobre el sofá con las que me encantaría
taparme en las noches gélidas. En mi casa no liemos ese tipo de mantitas.
Tenemos edredones... unos además han sido diseñados a medida y para que peguen
con el resto de la decoración.
Recorro la casa de Joe,
pasando los dedos por los muebles. En una estantería con velas medio derretidas
reparo en la fotografía de un hombre muy atractivo. Siento el calor de Joe cuando
se coloca a mi lado.
- ¿Tu padre? -le
pregunto.
Él asiente con la
cabeza.
- No puedo ni
imaginar lo que debe ser perder a un padre.
Aunque el mío no
esté mucho por casa, sé que es una pieza importante de mi vida. Siempre he
deseado recibir algo más de cariño por parte de mis padres, aunque debería
sentirme agradecida por el mero hecho de poder tenerlos a ambos a mi lado, ¿no?
Joe estudia la foto
de su padre.
- Cuando ocurre, te
quedas como atontado e intentas no pensar mucho en ello. Bueno, sabes que se ha
ido y todo eso, pero es como si estuvieras rodeado por una neblina. Entonces,
la vida te marca una rutina y te obligas a ti mismo a seguirla -me explica,
encogiéndose de hombros-. Con el tiempo, dejas de pensar tanto en ello y
continúas adelante. No te queda más remedio.
- Es como una
especie de prueba.
Me miro en un
espejo que hay en la pared. Me paso los dedos por el pelo, distraídamente.
- Te pasas el día
haciendo eso.
- ¿El qué?
- Arreglándote el
pelo o retocándote el maquillaje.
- ¿Y qué hay de
malo en querer tener un buen aspecto?
- Nada, a no ser
que se convierta en una obsesión.
Bajo las manos,
deseando poder dejarlas quietecitas.
- No estoy
obsesionada.
- ¿Tan importante
es que la gente crea que eres guapa? -me pregunta, y vuelve a encogerse de
hombros.
- No me importa lo
que piense la gente -miento.
- Eso es porque
eres... guapa. Por eso no debería importarte tanto.
Ya lo sé. Sin
embargo, de donde soy, las apariencias lo son todo. Y hablando de
apariencias...
- ¿Qué te ha dicho
la señora Peterson después de clase?
- Ah, lo de siempre.
Que si no me tomo en serio su clase convertirá mi vida en un infierno.
Trago saliva con
fuerza. No sé si debería revelarle el plan que tengo en mente.
- Voy a decirle que
intercambiaste los exámenes.
- No lo hagas -me
ordena, apartándose de mí.
- ¿Por qué no?
- Porque no
importa.
- Claro que
importa. Necesitas buenas notas para entrar en...
- ¿Dónde? ¿En una
buena universidad? Demi sabes perfectamente que no iré a la universidad.
Vosotros, los niños ricos, os tomáis la nota media como un símbolo de lo que
valéis. Yo no necesito eso, así que no hace falta que me hagas ningún favor.
Conseguiré aprobar esta asignatura, aunque sea con un aprobado justo. Solo he
de asegurarme de que el proyecto nos salga bien.
Si dependiera solo
de mi, sacaríamos matrícula de honor en el proyecto.
- ¿Dónde está tu
habitación? -le pregunto para cambiar de tema. Dejo caer la mochila sobre el
suelo del salón-. La habitación dice mucho sobre la persona.
Joe señala una
puerta lateral. Tres camas ocupan la mayor parte del reducido espacio, y el
resto, un pequeño armario. Camino por la pequeña habitación.
- La comparto con
mis dos hermanos -me explica-. No tengo mucha intimidad.
- Déjame adivinar
cuál es la tuya -digo, sonriendo.
Observo lo que
rodea a cada cama. Hay una pequeña foto de una bonita mexicana pegada a una de
las paredes.
- Vaya... -murmuro,
mirando a Joe y preguntándome si la chica que me devuelve la mirada es su chica
ideal.
Me acerco a él y
examino la siguiente cama. Fotografías de jugadores de fútbol en la pared. La
cama está hecha un desastre, y hay ropa esparcida desde la almohada hasta los
pies. Nada adorna la pared de la tercera cama, como si la persona que duerme en
ella fuera un invitado. Es casi triste. Las dos primeras paredes dicen mucho de
las personas que duermen bajo ellas, sin embargo, la tercera está completamente
desnuda.
Me siento en la
cama de Joe, la vacía y desesperada, y le miro a los ojos.
- Tu cama dice
mucho sobre ti.
- ¿Ah, sí? ¿Y qué
dice?
- Que no piensas
quedarte aquí mucho tiempo -le digo-. A menos que sea porque realmente quieres
ir a la universidad.
- No voy a dejar
Fairfield. Nunca -dice apoyándose en el marco de la puerta.
- ¿No quieres
labrarte un futuro?
- Pareces el
orientador del instituto.
- ¿No quieres
marcharte de aquí y vivir tu propia vida?
¿Alejarte de tu
pasado?
- Crees que la
universidad es una especie de vía de escape -sentencia.
- ¿Una vía de
escape? Joe no tienes ni idea. Yo iré a la universidad que queda más cerca de
donde está mi hermana. Primero elegí Northwestern, y ahora la Universidad de
Colorado. Mi vida viene dictada por los caprichos de mis padres y por el lugar
donde quieren ingresar a Shelley. Tú eliges el camino más fácil, por eso
quieres quedarte aquí.
- ¿Crees que ser el
hombre de la casa es pan comido? Asegurarme de que mi madre no acabe
mezclándose con algún perdedor o que mis hermanos empiecen a inyectarse mierda
o fumar crack son motivos suficientes para quedarme aquí. - - Lo siento.
- Te lo advertí. No
me compadezcas.
- No es eso
-matizo, mirándole a los ojos-. Sientes una conexión familiar muy fuerte, pero
no cuelgas nada permanente junto a tu cama, como si fueras a largarte en
cualquier momento. Por eso he dicho que lo siento. Joe da un paso atrás, alejándose de mí.
- ¿Has acabado con
el psicoanálisis? -pregunta. Le sigo hasta el salón mientras sigo preguntándome
cómo verá Joe su futuro. Parece dispuesto a dejar esta casa... o esta vida. ¿Acaso
la ausencia de cualquier adorno junto a su cama puede ser una señal de que está
preparado para morir? ¿Está destinado a acabar como su padre? ¿Se refiere a eso
cuando habla de demonios?
Durante las
siguientes dos horas, organizamos nuestro proyecto sobre los calentadores de
manos, sentados en el sofá del salón. Es mucho más inteligente de lo que
pensaba; el sobresaliente de su examen no ha sido una casualidad. Tiene un
montón de ideas de hacia dónde podemos dirigir la investigación y de los libros
de la biblioteca donde podemos obtener información, o sobre cómo podemos
construirlos calentadores y las distintas opciones para redactarlo.
Necesitaremos productos químicos que nos proporcionará la señora Peterson, y
bolsas herméticas para guardarlos. Hemos decidido revestir las bolsas con
materiales que compraremos en una tienda de telas, de ese modo tal vez podamos
ganar algún punto extra. Intento seguir hablando de química y me ando con pies
de plomo para no tocar ningún tema demasiado personal.
Cuando cierro el libro de química, veo por
el rabillo del ojo que Joe se pasa la mano por el pelo.
- No pretendía ser
tan brusco contigo.
- No pasa nada. Me
he entrometido en tus cosas.
- Tienes razón.
Me pongo en pie,
sintiéndome incomoda. Él me coge del brazo y tira de mí para que vuelva a
sentarme.
- No -matiza-. Me
refiero a que tienes razón respecto a mí. No quiero colocar nada permanente
sobre la cama.
- ¿Por qué?
- Mi padre -dice Joe,
mirando la fotografía colgada en la pared. Cierra los ojos con fuerza-. Dios,
había tanta sangre. -Vuelve a abrir los ojos y me mira fijamente-. Si he
aprendido algo, es que nadie está aquí para siempre. Tienes que vivir el
momento, el día a día... el presente.
- ¿Y qué quieres
hacer ahora mismo? -le pregunto, sabiendo lo que deseo yo. Quiero curar sus
heridas y olvidar las mías.
Joe me acaricia la
mejilla con la yema de los dedos.
Me quedo sin
respiración.
- ¿Quieres besarme,
Joe? -le susurro.
- Dios, sí, quiero
besarte... quiero saborear tus labios, tu lengua -dice mientras recorre mis
labios con sus dedos, con dulzura-. ¿Y tú? ¿Quieres que te bese? No se
enteraría nadie. Quedaría entre nosotros dos.