martes, 19 de marzo de 2013

Química Perfecta Capitulo 25




Demi

    El sonido de la profunda respiración de mi hermana junto a mí es lo primero que oigo cuando los primeros rayos de la mañana se cuelan en su habitación. Anoche fui a su cuarto para tumbarme a su lado, y la observé durante horas mientras ella dormía tranquilamente antes de quedarme yo también dormida.

    Cuando era pequeña y estallaba una tormenta salía corriendo a la habitación de mi hermana. No para tranquilizar a Shelley sino para que ella pudiera tranquilizarme a mí. La cogía de la mano, y de algún modo, mis miedos se desvanecían.

    Observo a mi hermana mayor durmiendo profundamente y no logro entender el motivo por el que mis padres quieren llevarla a otro lugar. Shelley forma parte de lo que soy y la idea de vivir sin ella me parece... intolerable. A veces, siento que mi hermana y yo estamos conectadas de un modo que poca gente puede comprender. Incluso cuando mis padres intentan adivinar lo que Shelley quiere decir, o la razón por la que está enfadada, yo suelo saberlo de antemano.
    Por eso me quedé tan hecha polvo cuando me tiró del pelo. Nunca pensé que pudiera hacérmelo a mí.
    Y, no obstante, lo hizo.

    - No permitiré que te alejen de mí -le digo en voz baja-. Siempre te protegeré.
    Me levanto de la cama de Shelley. Es imposible estar a su lado y que no sospeche que estoy triste. De modo que me visto y me marcho de casa antes de que despierte.
    Ayer me confesé a Joe y no fue el fin del mundo. En realidad, me siento mucho mejor después de haberle contado lo de mi hermana. Si lo he logrado con Joe, seguro que puedo intentarlo con Sierra y Darlene.

    Mientras espero sentada en el coche frente a la casa de Sierra, me pongo a divagar sobre mi vida. En estos momentos, nada va bien. Se suponía que el último curso iba a ser un año genial, fácil y divertido. Hasta ahora no ha sido nada de eso. Colin no deja de presionarme, un chico de una banda se ha convertido en algo más que en un compañero de laboratorio y mis padres van a llevarse a mi hermana lejos de Chicago. ¿Qué más puede salir mal?

    Me doy cuenta de que algo se mueve en la ventana de la habitación de Sierra, en el segundo piso. Primero unas piernas, luego un trasero. Ay, madre, Doug Thompson intenta saltar el enrejado.

    Doug debe de haberme visto porque la cabeza de Sierra asoma por la ventana. Me hace gestos indicándome que la espere.

    El pie de Doug aún no ha tocado el enrejado. Sierra lo coge de la mano para ayudarlo a equilibrarse. Al final consigue hacerlo, pero le distraen las flores y acaba cayendo, sacudiendo el cuerpo de un lado a otro. Aunque está bien, observo que antes de salir corriendo le hace un gesto a Sierra para confirmar que no tiene nada roto.

    Me pregunto si Colin sería capaz de trepar enrejados por mí.
    La puerta principal de la casa se abre tres minutos después y Sierra ella aparece en braguitas y camiseta de tirantes.

     Demz, ¿qué estás haciendo aquí? Son las siete de la mañana. ¿No sabes que hoy es el día de formación del profesorado y que no tenemos clase?
    - Lo sé, pero mi vida está fuera de control.

    - Entra y hablamos -dice, abriendo la puerta de mi coche-. Se me está helando el culo aquí fuera. Demonios, ¿por qué durará tan poco el verano en Chicago?
    Al entrar en su casa, me descalzo para no despertar a los padres de Sierra.
    - No te preocupes, se marcharon al gimnasio hace una hora.
    - Entonces, ¿por qué ha salido Doug por la ventana?
    Sierra hace una mueca.

    - Ya sabes, para mantener la emoción de la relación. A los chicos les encanta la aventura.
    Sigo a mi amiga hasta su gigantesca habitación. Está pintada de fucsia y verde manzana, los colores que el decorador de su madre eligió para ella. Me desplomo sobre el sofá mientras Sierra llama a Darlene.

    - Darlene, pásate por mi casa. Demz tiene una crisis.
    Darlene vive solo dos casas más abajo, de modo que aparece en pocos minutos en pijama y zapatillas.

    - Vale, suéltalo ya -dice Sierra cuando estamos las tres juntas.
    De repente, con todas las miradas recayendo sobre mí, no estoy muy segura de que compartir aquello sea una buena idea.
    - En realidad no es nada.
    Darlene se pone recta.

    - Escucha. Demz. Me has sacado de la cama a las siete de la mañana. Suelta el bombazo.
    - Sí -insiste Sierra-. Somos tus amigas. Si no puedes contárnoslo a nosotras, ¿con quién vas a hacerlo?
    Con Joe Jonas, Pero nunca les confesaría eso.
    - ¿Por qué no vemos alguna peli clásica? -sugiere Sierra-. Si Audrey Hepburn no consigue que lo sueltes todo, nada lo hará.
    Darlene suelta un gemido.

    - No puedo creerme que me hayáis despertado por una falsa crisis y para ver películas antiguas. En serio, tenéis que sentarla cabeza. Lo mínimo que podéis hacer es compartir algún cotilleo conmigo, ¿Alguien tiene uno?
    Sierra nos lleva al salón y las tres nos sentamos sobre los cojines del sofá de sus padres.
    - He oído que el martes pillaron a Samantha Jacoby besándose con alguien en el cuarto del vigilante.

    - Pues vaya novedad -dice Darlene, poco impresionada.
    - ¿He mencionado que fue con Chuck, uno de los vigilantes?
    - Eso sí que es un buen cotilleo, Sierra.

    ¿Sucederá lo mismo si comparto mis penas? ¿Acabaré transformándolas en un cotilleo del que todos puedan reírse?

    Después de pasar varias horas en el salón de Sierra, viendo dos películas, comiendo palomitas y helado Ben & Jerry's, me siento mucho mejor. Quizás haya sido por ver a Audrey Hepburn en Sabrina, pero ahora creo que todo es posible. Lo que me hace pensar en...

    - ¿Qué pensáis de Joe Jonas? -les pregunto.
    - ¿A qué te refieres con «qué pensáis»? -dice Sierra, metiéndose una palomita en la boca.
    - No sé -contesto, sin querer darle muchas vueltas a la intensa e innegable atracción que siempre ha existido entre nosotros-. Es mi compañero de laboratorio.
    - ¿Y...? -insiste Sierra, agitando las manos en alto como si no supiera a dónde quiero llegar.

    Cojo el mando del vídeo y detengo la película.
    - Está bueno. Admítelo.
    - Puaj, Demz -dice Darlene, metiéndose los dedos en la boca como si fuera a vomitar.
    - Vale, admito que es mono. Pero nunca saldría con alguien así. Ya sabes, es un pandillero.
    - La mitad del tiempo viene a clase drogado -interviene Darlene.

    - Darlene, me siento justo a su lado, y nunca he notado que venga drogado a clase.
    - ¿Estás de coña, Demz? Joe consume antes de venir al instituto y en el aseo de los tíos cuando sale de la sala de estudios. Y no hablo solo de marihuana. Está metido en cosas más fuertes -dice Darlene como si fuera un hecho.
    - ¿Lo has visto tomar drogas? -le pregunto, desafiante.

    Demz, no tengo que estar en una habitación con él para saber que esnifa o que se chuta. Joe es peligroso. Además, las chicas como nosotras no se codean con los Latino Blood.
    - Sí, lo sé -admito, recostándome sobre los mullidos cojines del sofá.
    - Colin te quiere -suelta Sierra, cambiando de tema.

    Tengo la sensación de que el amor es algo que se aleja bastante de lo que Colin me demostró ayer en la playa, pero ni siquiera me apetece hablar de eso.
    Mi madre ha intentando hablar conmigo tres veces. Primero a través del teléfono móvil, aunque al parecer, no he conseguido eludirla apagándolo, porque ha llamado dos veces a casa de Sierra.

    - Tu madre dice que si no hablas con ella vendrá para acá -me advierte Sierra con el teléfono entre los dedos.

    - Si lo hace, me iré de aquí.
    - Darlene y yo saldremos para dejarte algo de intimidad. No sé de qué va todo esto, pero tienes que hablar con ella -sugiere Sierra pasándome el teléfono.
    Me llevo el auricular al oído.
    - Hola, mamá.

    - Escucha, Demi. Sé que estás enfadada. Anoche tomamos una decisión respecto a Shelley. Sé que esto es muy duro para ti, pero, últimamente, tu hermana se comporta con demasiada agresividad.

    - Mamá, tiene veinte años y se cabrea cuando la gente no la entiende. ¿No crees que es algo normal?

    - El año que viene irás a la universidad. No es justo retener a Shelley en casa por más tiempo. Deja de ser tan egoísta.

    Tengo la culpa de que se lleven a Shelley porque voy a ir a la universidad.
    - Vais a seguir adelante con esto sin tener en cuenta mi opinión, ¿verdad? -le pregunto.
    - Sí. Ya está decidido.

Química Perfecta Capitulo 24



Joe
     
Por primera vez, estamos manteniendo una conversación civilizada. Ahora debería introducir un tema con el que pueda romper la pared defensiva que ha erigido frente a ella.

    Pero antes he de mostrarle algo que me haga vulnerable. Si me ve como a un chico vulnerable en lugar de como a un gilipollas, tal vez podamos avanzar un poco. Y, en cierto modo, tengo la sensación de que me pillará si no le cuento la verdad.
    No tengo muy claro si estoy haciendo esto por la apuesta, por el proyecto de química, o por mí. En realidad, me siento genial sin tener que analizar la razón por la que nos encontramos aquí.

    - Asesinaron a mi padre delante de mí, cuando tenía seis años -le confieso.
    - ¿En serio? -pregunta ella con los ojos abiertos de par en par.
    Asiento con la cabeza. No me gusta hablar de ello, ni siquiera tengo la certeza de que pueda hacerlo aunque quiera.

    Se cubre la boca con sus manos perfectamente arregladas.
    - No lo sabía. Oh, Dios mío, lo siento. Debió de ser horrible.
    - Sí.
    Me siento bien tras soltarlo. Me alegro de haberme obligado a hablar de ello en voz alta. La nerviosa sonrisa de mi padre se transformó en una de conmoción justo antes de que le dispararan.

    Qué fuerte, no puedo creer que recuerde la expresión de su rostro. ¿A qué se debió aquella repentina transformación? Había olvidado completamente aquel detalle hasta ahora. Me siento confuso cuando me vuelvo hacia Demi.

    - Si me involucro demasiado en las cosas y me las arrebatan, me sentiré como mi padre cuando murió. No quiero sentirme así nunca, así que me obligo a que las cosas no me importen demasiado.

    Su expresión es una mezcla de arrepentimiento, tristeza y compasión. Estoy convencido de que no está representando ningún papel. Sin mudar el semblante, dice:

    - Gracias por... ya sabes, contármelo. Lo que no entiendo es cómo puedes conseguir que las cosas no te afecten. No puedes programarte de ese modo.
    - ¿Quieres apostar? -pregunto, pero de repente comprendo que no quiero cambiar de tema, de modo que añado-: Ahora te toca sincerarte a ti.

    Ella aparta la mirada. No insisto por miedo a que cambie de opinión y decida marcharse.
    ¿Tan difícil le resulta compartir una pequeña parte de su mundo? Mi vida ha sido tan jodida que me resulta condenadamente difícil pensar que su vida pueda ser peor. Una solitaria lágrima resbala por su mejilla y se apresura a enjugársela.

    - Mi hermana... –empieza-. Mi hermana tiene parálisis cerebral. Y está mentalmente discapacitada. «Retrasada» es el término que utiliza la mayoría de la gente. No puede caminar, se vale de lo que llamamos aproximaciones verbales y gestos en lugar de palabras porque no puede hablar...

 -Al contar esto, se le escapa otra lágrima. Esta vez deja que se deslice por su rostro. Siento la necesidad de enjuagársela, pero me doy cuenta de que no quiere que nadie la toque. Aspira profundamente-. Shelley está enfadada por algo, pero no sé por qué. Le ha dado por tirar del pelo a la gente, y ayer lo hizo con tanta fuerza que me arrancó todo un mechón. Me sangraba la cabeza y mi madre se puso hecha una furia conmigo.
    De ahí la misteriosa zona calva. No era por un análisis de drogas.

    Sin embargo, por primera vez siento lástima por ella. Me imaginaba que su vida era un cuento de hadas. De hecho, creía que solo podía quitarle el sueño una tontería como equivocarse de tinte o pintarse mal las uñas.
    Supongo que no es el caso.

    Algo está ocurriendo. Puedo sentir el cambio en el ambiente... una complicidad mutua. Nunca me había sentido de este modo. Carraspeo antes de decir:

    - Probablemente, tu madre arremete contra ti porque sabe que puedes soportarlo.
    - Sí, puede que tengas razón. Mejor pagarla conmigo que con mi hermana.

    - Aunque no es excusa -continúo, y ahora estoy siendo yo. Espero que ella también lo sea-. No quiero comportarme como un gilipollas contigo -añado. Se acabó el show de Joe Jonas.

    - Lo sé. Joe Jonas es tan solo una fachada. Es tu marca, tu logotipo... un chicano peligroso y terriblemente sexy y seductor. Créeme, soy toda una experta en eso de crearse una imagen. Aunque no pretendo aparentar ser una rubia guapa y tonta. Prefiero transmitir algo así como un aspecto perfecto e intocable.

    Vaya. Rebobinemos. Demi acaba de decir que soy sexy y seductor. No esperaba en absoluto oír algo así. Tal vez aún tenga alguna posibilidad de ganar la estúpida apuesta.
    - ¿Te das cuenta de que me has llamado seductor?
    - Como si no lo supieras.

    No sabía que Demi Lovato me considerara seductor.
    - Y yo que pensaba que eras intocable. Pero ahora que he descubierto que para ti soy un dios chicano, guapo y sexy...
    - No he mencionado la palabra «dios».
    Me llevo un dedo a los labios.

    - Shh, déjame solo un minuto para disfrutar de esta fantasía.
    Cierro los ojos y la oigo reír. Emite un dulce sonido que me resuena en los oídos.
    - Creo que te entiendo, aunque sea de un modo irracional. Pero me cabrea que seas tan Neandertal -confiesa, y cuando abro los ojos, descubro que me está mirando-. No le cuentes a nadie lo de mi hermana. No quiero que la gente lo sepa.
    - Somos como actores en nuestras propias vidas. Fingimos ser lo que queremos que la gente crea que somos.

    - ¿Entiendes ahora por qué me obsesiona la idea de que mis padres no se enteren de que somos... amigos?

    - ¿Porque te causaría problemas? Mierda, tienes dieciocho años. ¿No crees que a estas alturas puedes ser amiga de quien te apetezca? Hace mucho tiempo que te cortaron el cordón umbilical, ¿sabes?
    - No lo entiendes. - Pues explícamelo.
    - ¿Por qué quieres saberlo?
    - ¿No se supone que los compañeros de laboratorio deben saber cosas el uno del otro?
    Demi suelta una risotada corta.
    - Espero que no.

    La verdad es que esta chica no es en absoluto como pensaba. Desde el momento en que le he contado lo de mi padre, ha sido como si todo su cuerpo exhalara un suspiro de alivio. Como si el sufrimiento de otro la reconfortara, como si le hiciera sentir que no está sola. Aún no comprendo por qué le importa tanto, por qué ha elegido una fachada de perfección para mostrarse al mundo.

    En mí cabeza aparece amenazante el recuerdo de La Apuesta. Tengo qué conseguir que esta chica se enamore de mí. Aunque mientras mi cuerpo dice «adelante», el resto piensa «eres un cabrón, ¿no ves que es vulnerable?».

    - Deseo las mismas cosas que tú. Pero yo intento conseguirlas de otro modo. Tú te adaptas a tu ambiente y yo al mío -admito, poniendo una mano sobre la de ella-. Déjame demostrarte que soy diferente. Oye, ¿saldrías con un tipo que no puede permitirse llevarte a restaurantes caros ni comprarte oro y diamantes?
    - Claro que sí -confiesa ella, aunque desliza la mano por debajo de la mía-. Pero tengo novio.

    - Si no lo tuvieras, ¿le darías una oportunidad a un chicano como yo?
    Su semblante adopta un tono rosa oscuro. Me pregunto si Colín ha conseguido alguna vez que se ruborice de ese modo.
    - No voy a responder a eso -admite.

    - ¿Por qué no? Es una pregunta sencilla.
    - Venga ya. No hay nada de sencillo en ti, Joe. No quiero cruzar esa línea -suelta, metiendo la primera marcha-. ¿Podemos irnos ya?
    - Si quieres. ¿Amigos?
    - Creo que sí.
    Le tiendo la mano. Demi mira los tatuajes de mis dedos, luego extiende la suya y me la estrecha con aparente entusiasmo.

    - Por los calentadores de manos -dice con una sonrisa en los labios.
    - Por los calentadores de manos -repito. «Y por el sexo», añado en silencio.
    - ¿Quieres conducir hasta casa? No conozco el camino.
    La llevo de vuelta en un cómodo silencio mientras se pone el sol. Nuestra tregua me acerca a mis objetivos: graduarme, la apuesta... y algo más que no estoy preparado para admitir.

    Cuando entro con su cochazo en el aparcamiento de la biblioteca, le digo:
    - Gracias por, ya sabes, dejar que te secuestre. Supongo que nos veremos por ahí.
    Saco las llaves de la moto del bolsillo delantero de los pantalones mientras me pregunto si alguna vez podré permitirme un coche que no sea de segunda mano, esté oxidado o sea muy viejo. Una vez fuera del vehículo, saco la foto de Colín del bolsillo trasero del pantalón y la lanzo al asiento que acabo de dejar libre.
    - ¡Espera! -grita Demi cuando me alejo.
    Me doy la vuelta y la veo delante de mí.
    -¿Qué?

    Me regala una sonrisa seductora, como si deseara algo más que una tregua. Mucho más. Joder, ¿va a besarme? He bajado la guardia, lo que no suele pasarme a menudo. Se muerde el labio inferior, como si estuviera considerando SU próximo movimiento.

    Estoy completamente dispuesto a darme el lote allí mismo.
    Mientras mí cerebro imagina todos los escenarios posibles, ella se acerca más.
    Y me quita las llaves de las manos.

    - ¿Qué estás haciendo? -le pregunto. -Devolverte la jugada por haberme raptado -dice, retrocediendo y lanzado las llaves en dirección a los árboles con todas sus fuerzas.
    - No puedo creer lo que acabas de hacer.
    Ella se echa hacia atrás, sin apartar la mirada ni un momento, mientras avanza hacia su coche.

    - No me guardes rencor. Es duro que te den a probar un trago de tu propia medicina, ¿verdad? -se mofa, intentando mantener una expresión seria.
    Me la quedo mirando sin dar crédito mientras mi compañera de química se mete en su Beemer. El coche sale del aparcamiento sin traqueteos, movimientos bruscos ni problemas. Un arranque perfecto.

    Estoy cabreado porque tengo dos opciones: o arrastrarme por el bosque en busca de las llaves o llamar a Enrique para que venga a recogerme.

    Aunque en el fondo me hace gracia que Demi Lovato me la haya devuelto.
    - Sí -digo, pese a ser consciente de que probablemente esté a dos kilómetros de distancia y no pueda oírme-. Es duro que te den a probar un trago de tu propia medicina.
    Joder si lo es.

Química Perfecta Capitulo 23




Demi

    Llego al aparcamiento de la biblioteca echando humo y me detengo junto a los árboles situados al fondo. Lo último que me preocupa ahora es el proyecto de química.
Joe está esperándome, apoyado contra su moto. Saco las llaves del contacto y me acerco a él hecha una furia.

    - ¿Cómo te atreves a darme órdenes? -le grito. Me siento completamente rodeada de personas que intentan controlarme. Mi madre... Colin. Y ahora Joe. Ya es suficiente-. Si crees que puedes amenazarme para...

    Sin decir una palabra, Joe me quita las llaves de las manos y se acomoda en el asiento del conductor de mi Beemer.

    - Joe, ¿qué crees que estás haciendo?
    - Sube.
    Enciende el motor. Va a largarse de aquí y a dejarme plantada en el aparcamiento de la biblioteca.
    Aprieto los puños y me desplomo en el asiento del pasajero. Una vez dentro, Joehace rugir el motor.
    - ¿Dónde está mi foto con Colin? —le pregunto, mirando el salpicadero. Estaba ahí hace un minuto.
    - No te preocupes, te la devolveré. No estoy de humor para tenerlo delante mientras conduzco.
    - ¿Sabes por lo menos como conducir un coche de marchas? -le pregunto con tono cortante.

    Sin parpadear ni bajar la vista un segundo, mete la primera y el coche sale del aparcamiento con un chirrido de ruedas. Mi Beemer sigue sus indicaciones como si estuviera totalmente sincronizado con él.
    - Esto puede considerarse un robo, ¿sabes? -Al ver que no obtengo respuesta, añado- Y un secuestro.

    Nos detenemos en un semáforo. Miro los coches que nos rodean y doy gracias por tener uno alto, porque así nadie pueda vernos.
    - Has subido voluntariamente -dice Joe.
    - Es mi coche. ¿Y si nos ve alguien?

    Sé que mis palabras lo han sacado de quicio porque cuando el semáforo se pone en verde los neumáticos chirrían con fuerza. Va a romperme el motor a propósito.
    - ¡Para! -le ordeno-. Llévame a la biblioteca.

    Pero no me hace caso. Guarda silencio mientras nos deslizamos a través de barrios desconocidos y carreteras desiertas, tal y como hacen los protagonistas de las películas cuando van al encuentro de peligrosos traficantes de drogas.

    Genial. Voy a presenciar mi primer trapicheo. Si me detienen, ¿vendrán mis padres a pagar la fianza? Me pregunto cómo le explicaría mi madre algo así a una de sus amigas.

    Tal vez me envíe a un campamento militar para delincuentes. Apuesto a que así se cumplirían todos sus deseos: mandar a Shelley a una residencia y a mí a un campamento militar.

    Mi vida sería una mierda, más de lo que ya lo es.
    No pienso meterme en ningún rollo ilegal. Soy yo quien decide mi destino, no Joe. Me agarro a la manija de la puerta.

    - Déjame salir de aquí o te juro que salto.
    - Llevas puesto el cinturón de seguridad -me dice, haciendo una mueca-. Relájate. Llegaremos en dos minutos.
    Reduce una marcha y aminora la velocidad al entrar en una especie de aeropuerto abandonado y desierto.

    - Vale, hemos llegado -dice mientras levanta el freno de mano.
    - Sí, muy bien. ¿Y dónde estamos? Odio tener que decírtelo, pero el último lugar habitable que hemos pasado está a unos cinco kilómetros. No voy a salir del coche, Joe. Puedes ir a hacer tus trapicheos tú solo.

    - Si me quedaba alguna duda de que fueras rubia natural, acabas de disiparla -me dice-. Como si fuera a llevarte a ver a un camello. Sal del coche.
    - Dame una buena razón por la que debería hacerlo.

    - Porque si no lo haces, voy a sacarte a rastras. Confía en mí, nena.
    Se guarda las llaves en el bolsillo trasero de los pantalones y sale del coche. Al comprender que no tengo muchas opciones, le sigo.
    - Escucha, si querías hablar de nuestro proyecto sobre los calentadores de manos, podríamos haberlo hecho por teléfono.

    Nos encontramos en la parte posterior del coche. De pie, uno frente al otro, en mitad de ninguna parte.

    Hay algo que ha estado corroyéndome todo el día. Ya que no tengo más remedio que estar aquí con él, le pregunto:
    - ¿Nos besamos anoche?
    - Sí.
    - Pues parece que no fue muy memorable, porque no recuerdo nada.
Joe estalla en carcajadas.
    - Estaba de coña. No nos besamos -dice, acercándose a mí-. Cuando lo hagamos, lo recordarás. Toda la vida.

    Ay, madre. Ojalá sus palabras no me provocaran este temblor en las rodillas. Sé que debería estar asustada, sola con un pandillero en medio de un lugar desierto y hablando de besos. Sin embargo, no tengo miedo. En lo más profundo de mi ser sé que Joe no sería capaz de hacerme daño, ni de obligarme a hacer nada que yo no quiera.

    - ¿Por qué me has secuestrado? -le pregunto.
    Me coge de la mano y me lleva al asiento del conductor.
    - Sube.

    - ¿Por qué?
    - Voy a enseñarte a conducir como es debido, antes de que destroces el motor de tanto maltratarlo.
    - Pensaba que estabas enfadado conmigo. ¿Por qué me ayudas?
    - Porque quiero.
    Vaya. Aquello era lo último que esperaba. Se me está empezando a derretir el corazón.
    Hace mucho tiempo que nadie se preocupa lo suficiente por mí como para hacer algo desinteresadamente. Aunque...
    - No lo harás porque quieres que te lo devuelva con otro tipo favores, ¿verdad?
Joe niega con la cabeza.
    - ¿De veras?
    - De veras.
    - ¿Y no estás enfadado conmigo por nada de lo que he hecho o he dicho?
    - Me siento frustrado. Contigo. Con mi hermano. Con un montón de cosas.
    - Entonces, ¿por qué me has traído aquí?

    - No preguntes si no estás preparada para escuchar la respuesta, ¿vale?
    - Vale -contesto antes de acomodarme en el asiento del conductor y esperar a que se siente a mi lado.
    - ¿Estás preparada? -pregunta en cuanto se instala y se abrocha el cinturón del asiento del copiloto.
    - Sí.
    Se inclina e introduce las llaves en el contacto. Bajo el freno de mano, enciendo el motor y se trae cala el coche.

    - No lo has puesto en punto muerto. Si no pisas bien el embrague cuando metas una marcha, el coche se te calará.
    - Ya lo sé -digo, sintiéndome completamente estúpida-. Es que me estás poniendo nerviosa.

Joe lo pone en punto muerto.
    - Pisa el embrague con el pie izquierdo, coloca el derecho sobre el freno y mete la primera -me ordena.
    Aprieto el acelerador y, cuando suelto el embrague, el coche empieza a avanzar a trompicones.
    Joe apoya la mano en el salpicadero para sujetarse.
    - Frena.
    Detengo el coche y pongo el punto muerto.
    - Tienes que encontrar el punto de fricción.
    - ¿El punto de qué? -pregunto mirándole.
    - Si, ya sabes, cuando el embrague encaja -dice y mientras habla, utiliza las manos como si fueran dos pedales-. Lo sueltas demasiado rápido. Consigue el equilibrio y quédate ahí... siéntelo. Inténtalo de nuevo.

    Vuelvo a meter la primera y suelto el embrague mientras piso con suavidad el acelerador.
    - Mantenlo... -dice-. Siente el punto de fricción y permanece ahí.
    Suelto el embrague un poco más y piso el acelerador, pero no del todo.
    - Creo que lo tengo.

    - Ahora suelta el embrague y no presiones el acelerador hasta el fondo.
    Lo intento, pero el coche avanza a trompicones y se vuelve a calar.
    - Has soltado el embrague demasiado rápido. Debes hacerlo más despacio. Inténtalo de nuevo -ruega, como si tal cosa. No está enfadado, ni frustrado, ni a punto de darse por vencido-. Tienes que pisar más el acelerador. No lo machaques, solo dale un poco de juego para que empiece a moverse.

    Sigo las indicaciones de Joe y esta vez el coche avanza con suavidad. Estamos en la pista de aterrizaje, y no avanzamos a más de quince kilómetros por hora.
    - Pisa el embrague -me ordena, y entonces pone la mano sobre la mía y me ayuda a meter la segunda. Intento no pensar en la suave caricia y en el calor que desprende su mano.

    Aquello no va mucho con su personalidad. Intento concentrarme en la tarea que me ocupa.
    Joe es muy paciente, y me da instrucciones detalladas acerca de cómo cambiar a un engranaje menor hasta detenernos al final de la pista de aterrizaje. Sus dedos siguen rodeándome la mano.

    - ¿Fin de la lección? -pregunto.
    Joe se aclara la garganta antes de responder:
    - Sí.
    Aparta la mano de la mía y, acto seguido, se pasa los dedos por su oscuro cabello, haciendo que los mechones le caigan sueltos sobre la frente.
    - Gracias -le digo.

    - Sí, bueno, así no me sangrarán los oídos cada vez que enciendes el motor en el aparcamiento del instituto. No lo he hecho para quedar como un buen tipo.
    Ladeo la cabeza e intento hacer que me mire. Pero no lo consigo.
    - ¿Por qué es tan importante que los demás te vean como a un mal tipo? Dime.