Joe
Demi me llamó. Si no fuera por el trozo de papel desgarrado
con su nombre y su número garabateado por mi hermano Luis, nunca habría creído
que Demi realmente marcara mi número. De nada ha servido interrogar a Luis
porque el niño tiene una memoria de pez y apenas recuerda haber cogido el recado.
La única información que tengo es que ella quería que la llamara.
Eso fue ayer por la
tarde, antes de que me echara la pota sobre los zapatos y se quedara dormida en
mis brazos.
Cuando le dije que
me mostrara a la verdadera Demi pude ver el miedo reflejado en sus ojos. ¿Pero
a qué viene tanto miedo? Mi objetivo es conseguir derribar la pared de
«perfección» tras la que se oculta. Sé que hay algo más en ella aparte de unos
mechones rubios y un cuerpo de escándalo. Secretos que se llevará la tumba y
que se muere por compartir. Es un misterio, y no puedo pensar en otra cosa que
no sea resolver el enigma.
Cuando le dije que
nos parecíamos, lo decía en serio. En lugar de desvanecerse, la conexión que
nos une se está haciendo cada vez más fuerte. Porque cuanto más tiempo paso con
ella, más cerca quiero estar.
Siento la necesidad
de llamar a Demi, tan solo para escuchar su voz, aunque esté llena de veneno.
Abro el móvil, tomo asiento en el sofá del salón y grabo su número en la
agenda.
- ¿A quién llamas?
-me pregunta Paco colándose en mi casa sin llamar siquiera a la puerta. Isa lo
acompaña.
- A nadie -digo,
cerrando la tapa del teléfono.
- Pues entonces
levanta el culo del sofá y vamos a jugar fútbol.
Jugar al fútbol me
apetece mucho más que quedarme aquí sentado a pensar sobre Demi y sus secretos,
aunque todavía sienta los efectos de la fiesta de anoche. Nos dirigimos al
parque donde ya hay un grupo de tíos calentando.
Mario, un compañero
de clase a cuyo hermano dispararon desde un coche el año pasado, me da una
manotada en la espalda.
- ¿Quieres jugar de
portero,Joe?
- No -replico.
Digamos que, tanto en el fútbol como en la vida, me gusta enfrentarme a las
cosas como atacante.
- Paco, ¿qué dices
tú?
Paco acepta y se
coloca en posición, es decir, sentado delante de la línea de gol. Como de
costumbre, el vago de mi amigo se queda sentado hasta que la pelota atraviesa
la línea del mediocampo.
La mayoría de los
chicos que están jugando son del vecindario. Hemos crecido juntos... hemos
jugado en este campo desde que éramos críos e incluso nos iniciamos en los
Latino Blood al mismo tiempo. Recuerdo el rollo que nos soltó Lucky antes de
entrar en el círculo: «una banda es como una segunda familia... Una familia que
estará allí si alguna vez os falla la vuestra». Ofrecían protección y
seguridad. Sonaba perfecto para un chico que acababa de perder a su padre.
Con el paso de los
años, he aprendido a alejarme de lo más chungo: de las palizas, del trapicheo
de drogas o de los disparos. Y no me refiero solo a nuestros rivales. Conozco a
varios chicos que han intentado dejar la pandilla y que han acabado tan
acosados y apaleados por sus propios compañeros que probablemente preferirían
estar muertos.
Para ser sincero,
me he mantenido al margen porque tengo miedo. Se supone que soy lo
suficientemente duro como para haberlo superado, pero en realidad me preocupa
mucho.
Nos colocamos en
posición en el campo. Imagino que la pelota es el premio gordo. Si consigo mantenerla
alejada de cualquier otro y marco un gol, me transformaré por arte de magia en
un tipo rico y poderoso y sacaré a mi familia (y a Paco) de este infernal
agujero negro en el que vivimos.
Un montón de peña
se ha apuntado al partido. Los del equipo contrario tienen ventaja sobre
nosotros, ya que nuestro portero, Paco, solo está interesado en sus propias
pelotas, que se rasca plácidamente al otro lado del campo.
- Paco, ¡deja de
toquetearte de una vez! -le amonesta Mario.
La respuesta de
Paco es contundente: se lleva las manos a las pelotas y se pone a hacer
malabares con ellas. Chris aprovecha para disparar a puerta y abre el marcador.
Mario recoge el
balón de la red y se lo lanza a Paco.
- Si estuvieras tan
concentrado en el partido como en tus pelotas, no te hubieran metido ningún
gol.
- No puedo evitar
que me piquen, tío. Anoche tu novia debió de pegarme ladillas.
Mario estalla en
carcajadas. No se cree ni por un momento que su novia pueda engañarlo con otro
tío. Paco lanza la pelota a Mario y este se la pasa a Lucky, quien avanza con
ella por el campo antes de pasármela a mí. Esta es mi oportunidad. Me arrastro
por el campo improvisado, deteniéndome solo para medir la distancia que me
separa de la portería contraria.
Finjo desviarme
hacia la izquierda, pero solo es un truco, y le paso la pelota a Mario, quien
me la devuelve. Con un veloz disparo, la pelota asciende y acabamos marcando.
- ¡Goooooool!
-grita nuestro equipo mientras Mario choca los cinco conmigo.
Pero nuestra
celebración no dura mucho. Un coche azul, un Escalade, baja sospechosamente por
la calle.
- ¿Lo reconoces?
-pregunta Mario con voz tensa.
El partido se
detiene cuando nos damos cuenta de que esto no pinta bien.
- Quizás hayan
venido a vengarse -le digo.
No aparto la mirada
ni un momento de la ventanilla del coche. El vehículo se detiene y todos
esperamos divisar a alguien o algo asomando por la ventanilla. Si sucede,
estaremos preparados.
Pero, al final,
parece ser que no estaba tan preparado como creía para lo que se avecina. Veo
salir del coche a mi hermano Carlos con un chico llamado Wil. La madre de este
pertenece a los Latino Blood; es la encargada de reclutar a nuevos miembros.
Más le vale a mi hermano no ser uno de ellos. Me ha costado mucho asegurarme de
que Carlos sepa que estoy metido en los Latino Blood y de hacerle entender que
no debe seguir el mismo camino. Es suficiente con que un miembro de la familia
esté dentro para que el resto disponga de protección. Yo estoy dentro. Carlos y
Luis no lo están, y haré cualquier cosa para asegurarme de que todo siga así.
Adopto una
expresión muy seria y me acerco a Wil, olvidándome completamente del fútbol.
- ¿Coche nuevo? -le
pregunto mientras inspecciono las ruedas.
- Es de mi madre.
- Genial -replico
antes de volverme hacia mí hermano-. ¿Dónde habéis estado, chicos?
Carlos se apoya en
el coche, como si salir con Wil no fuera para tanto. Wil acaba de iniciarse en
los Latino Blood y se cree un tipo duro.
- Hemos dado una
vuelta por el centro comercial. Han abierto una tienda genial de guitarras.
Hemos quedado allí con Héctor...
¿He oído bien?
- ¿Héctor?
Lo último que
quiero es que mi hermano se codee con Héctor.
Wil, con su enorme
camiseta por encima de los pantalones, le da un golpe en el hombro a Carlos
para que se calle. Mi hermano cierra la boca como si una mosca estuviera a
punto de colarse dentro. Juro que le mandaré de una patada a México si se le
pasa por la cabeza entrar en los Latino Blood.
-Jonas, ¿juegas o
no? -grita alguien desde el campo.
Intentando ocultar
la rabia, me giro hacia mi hermano y su amigo, quien es muy capaz de atraerlo
al lado oscuro con todo tipo de engaños.
- ¿Queréis jugar?
- No. Vamos a mi
casa a pasar el rato -dice Wil.
Me encojo de
hombros con despreocupación pese a no sentir ni una pizca de ella. ¡No importa!
Regreso al campo,
aunque lo que me apetece es coger a Carlos por la oreja y arrastrarlo hasta
casa. No puedo permitirme montar una escena. Podría llegar a oídos de Héctor y
que este empezara a cuestionarse mi lealtad.
A veces siento que
mi vida es una gran mentira.
Carlos se va con
Wil. Eso, y el hecho de no poder sacarme a Demi de la cabeza, me está volviendo
loco. Retomo mi posición en el campo y se reanuda el partido, pero no puedo
deshacerme de la inquietud. De repente, tengo la sensación de que el equipo
contrario no está formado por tipos que conozco, sino por enemigos que se
interponen a todo aquello a lo que aspiro en la vida. Corro hacia la pelota.
- ¡Falta! -protesta
uno de los primos de mis amigos cuando le golpeo.
- Eso no ha sido
falta -replico, levantando las manos.
- Me has empujado.
- No seas
gilipollas -le digo, aunque soy consciente de .que estoy haciendo una montaña
de un grano de arena.
Me apetece
pelearme. Estoy pidiéndolo a gritos, y él lo sabe. El chico es más o menos de
mi misma estatura y peso. Siento cómo me corre la adrenalina por las venas.
- ¿Quieres que te
parta la cara, capullo? -me pregunta, extendiendo los brazos como un pájaro a
punto de echar a volar.
La intimidación no
funciona conmigo.
- Venga, adelante.
Paco se interpone
entre los dos.
Joe, cálmate, tío.
- ¡Peleaos ya o
jugad! -grita alguien.
- Dice que le he
hecho falta -le digo a mi amigo hecho una furia.
- Es que ha sido
falta -admite Paco, encogiéndose de hombros con aire despreocupado.
Vale, ahora que mi
mejor amigo no me apoya, comprendo que he perdido los papeles. Echo un vistazo
a mí alrededor. Todos esperan mi reacción. Yo tengo un subidón de adrenalina, y
ellos de expectación. ¿Tengo ganas de pelea? Sí, aunque solo me sirva para
canalizar la energía que fluye por mi cuerpo. Y también para olvidar, durante
un minuto, que el teléfono de mi compañera de clase de química está grabado en
mi móvil. Y que mi hermano se ha convertido en un posible recluta de los Latino
Blood.
Mi mejor amigo me
aparta de un empujón y me arrastra hasta un lateral del campo, pidiendo, de
camino, que los reservas entren a sustituirnos.
- ¿Por qué has
hecho eso? -le pregunto.
- Para salvarte el
culo, tío. Joe se te ha ido la olla. Del todo.
- Puedo con ese
tío.
Paco me mira
fijamente y añade:
- Te estás
comportando como un gilipollas.
Le aparto las manos
de mi camiseta y me alejo de él sin entender cómo, en cuestión de pocas
semanas, he llegado a joderme tanto la vida. Necesito arreglar las cosas. Me
encargaré de Carlos en cuanto llegue a casa esta noche. Le cantaré las
cuarenta. Y en cuanto a Demi…….
Se negó a que la
acompañara en coche desde casa de Isa porque no quería que nadie nos viera
juntos. A la mierda. Carlos no es el único que necesita que le canten las
cuarenta.
Saco el móvil y
marco el número de Demi.
- ¿Sí?
- Soy Joe-le digo,
pese a saber que lo habrá visto en la llamada entrante-. Nos vemos en la
biblioteca. Ahora.
- No puedo.
Ya no estamos en el
show de Demi Lovato sino en el show de Joe Jonas.
- Este es el trato,
nena -matizo mientras llego a mi casa y me monto en la moto-. O apareces en la
biblioteca en quince minutos o me llevo a cinco amigos a tu casa y acampamos
delante de tu jardín esta noche.
- ¿Cómo te
atreves...? - empieza a decir ella. Cuelgo antes de que pueda terminar la frase.
Circulo a toda
velocidad para apartar de mi mente la imagen de la noche anterior, Demi acurrucada
en mi regazo, y me doy cuenta de que no tengo ningún plan.
Me pregunto
sí el show de Joe Jonas acabará siendo una comedia, o lo que es más probable,
una tragedia. Sea cual sea el resultado, será un reality show que merece la
pena no perderse.