martes, 19 de marzo de 2013

Química Perfecta Capitulo 22




Joe

Demi me llamó. Si no fuera por el trozo de papel desgarrado con su nombre y su número garabateado por mi hermano Luis, nunca habría creído que Demi realmente marcara mi número. De nada ha servido interrogar a Luis porque el niño tiene una memoria de pez y apenas recuerda haber cogido el recado. La única información que tengo es que ella quería que la llamara.

    Eso fue ayer por la tarde, antes de que me echara la pota sobre los zapatos y se quedara dormida en mis brazos.

    Cuando le dije que me mostrara a la verdadera Demi pude ver el miedo reflejado en sus ojos. ¿Pero a qué viene tanto miedo? Mi objetivo es conseguir derribar la pared de «perfección» tras la que se oculta. Sé que hay algo más en ella aparte de unos mechones rubios y un cuerpo de escándalo. Secretos que se llevará la tumba y que se muere por compartir. Es un misterio, y no puedo pensar en otra cosa que no sea resolver el enigma.

    Cuando le dije que nos parecíamos, lo decía en serio. En lugar de desvanecerse, la conexión que nos une se está haciendo cada vez más fuerte. Porque cuanto más tiempo paso con ella, más cerca quiero estar.

    Siento la necesidad de llamar a Demi, tan solo para escuchar su voz, aunque esté llena de veneno. Abro el móvil, tomo asiento en el sofá del salón y grabo su número en la agenda.
    - ¿A quién llamas? -me pregunta Paco colándose en mi casa sin llamar siquiera a la puerta. Isa lo acompaña.
    - A nadie -digo, cerrando la tapa del teléfono.

    - Pues entonces levanta el culo del sofá y vamos a jugar fútbol.
    Jugar al fútbol me apetece mucho más que quedarme aquí sentado a pensar sobre Demi y sus secretos, aunque todavía sienta los efectos de la fiesta de anoche. Nos dirigimos al parque donde ya hay un grupo de tíos calentando.
    Mario, un compañero de clase a cuyo hermano dispararon desde un coche el año pasado, me da una manotada en la espalda.
    - ¿Quieres jugar de portero,Joe?

    - No -replico. Digamos que, tanto en el fútbol como en la vida, me gusta enfrentarme a las cosas como atacante.
    - Paco, ¿qué dices tú?

    Paco acepta y se coloca en posición, es decir, sentado delante de la línea de gol. Como de costumbre, el vago de mi amigo se queda sentado hasta que la pelota atraviesa la línea del mediocampo.

    La mayoría de los chicos que están jugando son del vecindario. Hemos crecido juntos... hemos jugado en este campo desde que éramos críos e incluso nos iniciamos en los Latino Blood al mismo tiempo. Recuerdo el rollo que nos soltó Lucky antes de entrar en el círculo: «una banda es como una segunda familia... Una familia que estará allí si alguna vez os falla la vuestra». Ofrecían protección y seguridad. Sonaba perfecto para un chico que acababa de perder a su padre.

    Con el paso de los años, he aprendido a alejarme de lo más chungo: de las palizas, del trapicheo de drogas o de los disparos. Y no me refiero solo a nuestros rivales. Conozco a varios chicos que han intentado dejar la pandilla y que han acabado tan acosados y apaleados por sus propios compañeros que probablemente preferirían estar muertos.

    Para ser sincero, me he mantenido al margen porque tengo miedo. Se supone que soy lo suficientemente duro como para haberlo superado, pero en realidad me preocupa mucho.

    Nos colocamos en posición en el campo. Imagino que la pelota es el premio gordo. Si consigo mantenerla alejada de cualquier otro y marco un gol, me transformaré por arte de magia en un tipo rico y poderoso y sacaré a mi familia (y a Paco) de este infernal agujero negro en el que vivimos.

    Un montón de peña se ha apuntado al partido. Los del equipo contrario tienen ventaja sobre nosotros, ya que nuestro portero, Paco, solo está interesado en sus propias pelotas, que se rasca plácidamente al otro lado del campo.
    - Paco, ¡deja de toquetearte de una vez! -le amonesta Mario.

    La respuesta de Paco es contundente: se lleva las manos a las pelotas y se pone a hacer malabares con ellas. Chris aprovecha para disparar a puerta y abre el marcador.
    Mario recoge el balón de la red y se lo lanza a Paco.

    - Si estuvieras tan concentrado en el partido como en tus pelotas, no te hubieran metido ningún gol.

    - No puedo evitar que me piquen, tío. Anoche tu novia debió de pegarme ladillas.
    Mario estalla en carcajadas. No se cree ni por un momento que su novia pueda engañarlo con otro tío. Paco lanza la pelota a Mario y este se la pasa a Lucky, quien avanza con ella por el campo antes de pasármela a mí. Esta es mi oportunidad. Me arrastro por el campo improvisado, deteniéndome solo para medir la distancia que me separa de la portería contraria.

    Finjo desviarme hacia la izquierda, pero solo es un truco, y le paso la pelota a Mario, quien me la devuelve. Con un veloz disparo, la pelota asciende y acabamos marcando.
    - ¡Goooooool! -grita nuestro equipo mientras Mario choca los cinco conmigo.
    Pero nuestra celebración no dura mucho. Un coche azul, un Escalade, baja sospechosamente por la calle.

    - ¿Lo reconoces? -pregunta Mario con voz tensa.
    El partido se detiene cuando nos damos cuenta de que esto no pinta bien.
    - Quizás hayan venido a vengarse -le digo.

    No aparto la mirada ni un momento de la ventanilla del coche. El vehículo se detiene y todos esperamos divisar a alguien o algo asomando por la ventanilla. Si sucede, estaremos preparados.

    Pero, al final, parece ser que no estaba tan preparado como creía para lo que se avecina. Veo salir del coche a mi hermano Carlos con un chico llamado Wil. La madre de este pertenece a los Latino Blood; es la encargada de reclutar a nuevos miembros. Más le vale a mi hermano no ser uno de ellos. Me ha costado mucho asegurarme de que Carlos sepa que estoy metido en los Latino Blood y de hacerle entender que no debe seguir el mismo camino. Es suficiente con que un miembro de la familia esté dentro para que el resto disponga de protección. Yo estoy dentro. Carlos y Luis no lo están, y haré cualquier cosa para asegurarme de que todo siga así.
    Adopto una expresión muy seria y me acerco a Wil, olvidándome completamente del fútbol.

    - ¿Coche nuevo? -le pregunto mientras inspecciono las ruedas.
    - Es de mi madre.
    - Genial -replico antes de volverme hacia mí hermano-. ¿Dónde habéis estado, chicos?

    Carlos se apoya en el coche, como si salir con Wil no fuera para tanto. Wil acaba de iniciarse en los Latino Blood y se cree un tipo duro.
    - Hemos dado una vuelta por el centro comercial. Han abierto una tienda genial de guitarras. Hemos quedado allí con Héctor...
    ¿He oído bien?
    - ¿Héctor?

    Lo último que quiero es que mi hermano se codee con Héctor.
    Wil, con su enorme camiseta por encima de los pantalones, le da un golpe en el hombro a Carlos para que se calle. Mi hermano cierra la boca como si una mosca estuviera a punto de colarse dentro. Juro que le mandaré de una patada a México si se le pasa por la cabeza entrar en los Latino Blood.

    -Jonas, ¿juegas o no? -grita alguien desde el campo.
    Intentando ocultar la rabia, me giro hacia mi hermano y su amigo, quien es muy capaz de atraerlo al lado oscuro con todo tipo de engaños.
    - ¿Queréis jugar?

    - No. Vamos a mi casa a pasar el rato -dice Wil.
    Me encojo de hombros con despreocupación pese a no sentir ni una pizca de ella. ¡No importa!

    Regreso al campo, aunque lo que me apetece es coger a Carlos por la oreja y arrastrarlo hasta casa. No puedo permitirme montar una escena. Podría llegar a oídos de Héctor y que este empezara a cuestionarse mi lealtad.
    A veces siento que mi vida es una gran mentira.

    Carlos se va con Wil. Eso, y el hecho de no poder sacarme a Demi de la cabeza, me está volviendo loco. Retomo mi posición en el campo y se reanuda el partido, pero no puedo deshacerme de la inquietud. De repente, tengo la sensación de que el equipo contrario no está formado por tipos que conozco, sino por enemigos que se interponen a todo aquello a lo que aspiro en la vida. Corro hacia la pelota.
    - ¡Falta! -protesta uno de los primos de mis amigos cuando le golpeo.
    - Eso no ha sido falta -replico, levantando las manos.
    - Me has empujado.

    - No seas gilipollas -le digo, aunque soy consciente de .que estoy haciendo una montaña de un grano de arena.
    Me apetece pelearme. Estoy pidiéndolo a gritos, y él lo sabe. El chico es más o menos de mi misma estatura y peso. Siento cómo me corre la adrenalina por las venas.

    - ¿Quieres que te parta la cara, capullo? -me pregunta, extendiendo los brazos como un pájaro a punto de echar a volar.
    La intimidación no funciona conmigo.
    - Venga, adelante.

    Paco se interpone entre los dos.
    Joe, cálmate, tío.
    - ¡Peleaos ya o jugad! -grita alguien.
    - Dice que le he hecho falta -le digo a mi amigo hecho una furia.
    - Es que ha sido falta -admite Paco, encogiéndose de hombros con aire despreocupado.

    Vale, ahora que mi mejor amigo no me apoya, comprendo que he perdido los papeles. Echo un vistazo a mí alrededor. Todos esperan mi reacción. Yo tengo un subidón de adrenalina, y ellos de expectación. ¿Tengo ganas de pelea? Sí, aunque solo me sirva para canalizar la energía que fluye por mi cuerpo. Y también para olvidar, durante un minuto, que el teléfono de mi compañera de clase de química está grabado en mi móvil. Y que mi hermano se ha convertido en un posible recluta de los Latino Blood.

    Mi mejor amigo me aparta de un empujón y me arrastra hasta un lateral del campo, pidiendo, de camino, que los reservas entren a sustituirnos.
    - ¿Por qué has hecho eso? -le pregunto.
    - Para salvarte el culo, tío. Joe se te ha ido la olla. Del todo.
    - Puedo con ese tío.

    Paco me mira fijamente y añade:
    - Te estás comportando como un gilipollas.
    Le aparto las manos de mi camiseta y me alejo de él sin entender cómo, en cuestión de pocas semanas, he llegado a joderme tanto la vida. Necesito arreglar las cosas. Me encargaré de Carlos en cuanto llegue a casa esta noche. Le cantaré las cuarenta. Y en cuanto a Demi…….

    Se negó a que la acompañara en coche desde casa de Isa porque no quería que nadie nos viera juntos. A la mierda. Carlos no es el único que necesita que le canten las cuarenta.

    Saco el móvil y marco el número de Demi.
    - ¿Sí?
    - Soy Joe-le digo, pese a saber que lo habrá visto en la llamada entrante-. Nos vemos en la biblioteca. Ahora.
    - No puedo.

    Ya no estamos en el show de Demi Lovato sino en el show de Joe Jonas.
    - Este es el trato, nena -matizo mientras llego a mi casa y me monto en la moto-. O apareces en la biblioteca en quince minutos o me llevo a cinco amigos a tu casa y acampamos delante de tu jardín esta noche.
    - ¿Cómo te atreves...? - empieza a decir ella. Cuelgo antes de que pueda terminar la frase.

    Circulo a toda velocidad para apartar de mi mente la imagen de la noche anterior, Demi acurrucada en mi regazo, y me doy cuenta de que no tengo ningún plan.
    Me pregunto sí el show de Joe Jonas acabará siendo una comedia, o lo que es más probable, una tragedia. Sea cual sea el resultado, será un reality show que merece la pena no perderse.

Química Perfecta Capitulo 21





Demi

       Tengo una pesadilla en la que miles de diminutos Oompa Loompa me amartillan el cráneo. Abro los ojos a una luz brillante y hago una mueca de dolor. Los Oompa Loompa siguen ahí pese a que ya estoy despierta.
    - Menuda resaca -resuena una voz de chica.

    Cuando miro con los ojos entrecerrados, encuentro a Isabel plantada delante de mí.
    Estamos en lo que parece una pequeña habitación con las paredes pintadas de amarillo pastel. Unas cortinas amarillas a juego ondulan a merced del viento que entra por las ventanas abiertas. No puede ser mi casa porque nosotros nunca abrimos las ventanas.

    Siempre tenemos puesta la calefacción o el aire acondicionado.
    La miro de nuevo con los ojos entrecerrados.
    - ¿Dónde estoy?

    - En mi casa. Yo de ti no me movería mucho. Puede que vomites otra vez y mis padres se pondrán como locos si manchamos la moqueta -me advierte-. Por suerte para nosotras están fuera de la ciudad, así que tengo la casa para mi sola hasta esta noche.

    - ¿Cómo he llegado aquí? Lo último que recuerdo es que me dirigía a casa...
    - Te quedaste dormida en la playa. Joe y yo te trajimos aquí.
    Al escuchar el nombre de Joe, abro los ojos de par en par. Tengo un recuerdo vago de haber bebido, de caminar por la arena y de encontrar a Joe y Carmen juntos. Y entonces Joe y yo...

    ¿Le besé? Sé que me acerqué a él, pero entonces...
    Vomité. Sí, recuerdo claramente que vomité. No es la imagen de perfección que intento proyectar. Me incorporo despacio, esperando que la cabeza no tarde en dejar de darme vueltas.
    - ¿Hice alguna estupidez? -le pregunto.
    Isa se encoge de hombros y dice:

    - No estoy segura. Joe no dejó que nadie se acercara demasiado a ti. Pero si consideras una estupidez el haberte quedado dormida en sus brazos, entonces diría que sí.

    Apoyo la cabeza entre las manos.
    - Oh, no. Isabel, por favor no se lo cuentes a nadie del equipo de animadoras.
    - No te preocupes. No le diré a nadie que Demi Lovato es en realidad humana -contesta, sonriendo.

    - ¿Por qué eres tan amable conmigo? Cuando Carmen quería pegarme, tú saliste en mi defensa. Y me has dejado quedarme a dormir aquí esta noche, aunque dejaste bien claro que no éramos amigas.

    - No somos amigas. Carmen y yo tenemos una rivalidad que arrastramos desde hace tiempo.  Haría cualquier cosa con tal de mosquearla. Carmen no puede soportar que Joe ya no sea su novio.
    - ¿Por qué rompieron?

    - Pregúntaselo tú misma. Está durmiendo en el sofá del salón. Se quedó dormido en cuanto te acostó en la cama. -Ay, madre. ¿Joe está aquí? ¿En casa de Isabel?-. ¿Sabes que le gustas, verdad? -me pregunta Isabel mientras se mira las uñas en lugar de a mí.

    Tengo la sensación de que las mariposas me empiezan a revolotear en el estómago.
    - No es verdad -le digo pese a sentir la tentación de exigir más detalles.
    - Venga ya. Claro que lo sabes, pero no quieres admitirlo -se burla Isa, haciendo una mueca.

    - Estás compartiendo mucha información conmigo esta mañana, demasiada para alguien que dice que nunca seremos amigas.
    - Tengo que reconocer que me gustaría que fueras la petarda que muchos dicen que eres -confiesa.
    - ¿Por qué?

    - Porque así resultaría más fácil odiarte.
    Una carcajada corta y cínica escapa de mis labios. No estoy dispuesta a decirle la verdad, que mi vida se está desmoronando bajo mis pies, tal y como pasó ayer en la playa.
    - Tengo que irme a casa. ¿Dónde está mi móvil? -pregunto, buscando en el bolsillo trasero de los pantalones.
    - Creo que lo tiene Joe.

    De modo que escaquearme de allí sin hablar con él no es una opción viable. Hago un esfuerzo por mantener a raya a los Oompa Loompa mientras salgo de la habitación, tambaleándome, en busca de Joe.

    No es difícil dar con él; la casa es más pequeña que la piscina de Sierra. Joe está tumbado en un viejo sofá, con los pantalones vaqueros puestos. Y nada más. Tiene los ojos abiertos, pero inyectados en sangre y vidriosos por la resaca.
    - Eh -dice con ternura mientras se despereza.

    Ay, madre. Estoy metida en un buen lío. Le estoy mirando. No puedo apartar la mirada de sus marcados tríceps y bíceps y de todos los demás músculos de su cuerpo. La sensación de revoloteo de mariposas en el estómago se ha multiplicado por diez en el momento en el que se han cruzado nuestras miradas.

    - Eh -respondo, tragando saliva con fuerza-. Yo, bueno, supongo que debería darte las gracias por traerme aquí en lugar de dejarme tirada en la playa.
    Su mirada no vacila en ningún momento.

    - Anoche me di cuenta de algo. Tú y yo no somos tan diferentes. Te gusta jugar tanto como a mí. Tú utilizas tu aspecto, tu cuerpo y tu cerebro para asegurarte de que la balanza se incline a tu favor.

    - Tengo resaca, Joe. Ni siquiera puedo pensar con claridad y ahora te pones filosófico.
    - ¿Ves? Ahora mismo estás representando un papel. Muéstrame a la verdadera Demi, nena. Te reto a hacerlo.

    ¿Está tomándome el pelo? ¿Mostrarle a la verdadera Demi? No puedo. Porque entonces me pondré a llorar y quizás pierda los papeles lo suficiente como para sacar a la luz toda la verdad sobre mí: que he creado una ilusión de perfección tras la que poder ocultarme.

    - Será mejor que me vaya a casa.
    - Antes de hacerlo, deberías pasar primero por el cuarto de baño -sugiere.
    Cuando estoy a punto de preguntar por qué, veo mi reflejo en un espejo que cuelga de la pared.

    - ¡Mierda! -grito.
    Tengo el rímel negro apelmazado bajo los ojos y me ha puesto perdidas las mejillas.

    Parezco un cadáver. Paso junto a Joe corriendo, y en cuanto encuentro el cuarto de baño, entro y me miro bien en el espejo. El pelo parece un greñudo nido de pájaro. Como si no tuviera suficiente con la máscara de ojos manchándome las mejillas, tengo el resto de la cara tan pálida como la de mi tía Dolores cuando no lleva maquillaje. Tengo bolsas bajo los ojos, como si estuviera almacenando agua durante los meses de lluvia.

    En conjunto, no es una imagen muy atractiva. Según el criterio de nadie.

    Humedezco una toallita de papel y me froto bajo los ojos y las mejillas hasta que desaparecen los pegotes. Vale, necesitaré el desmaquillante para eliminar la mancha definitivamente. Y mi madre me advirtió que frotarse bajo los ojos estira la piel y la deja sujeta a arrugas prematuras. No obstante, las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. Tras conseguir que las huellas de rímel pasen desapercibidas, me aplico agua fría en las bolsas de los ojos.

    Soy completamente consciente de que esto es un control de daños. Lo único que puedo hacer es disimular las imperfecciones y esperar que nadie me vea en este estado.

    Utilizo los dedos como peine sin conseguir demasiado. Acto seguido, me recojo el pelo como puedo, esperando que el moño me dé un mejor aspecto que el destartalado nido.

    Me enjuago la boca con agua y me froto los dientes con algo de pasta, esperando eliminar de mi aliento el regusto a vómito, el sueño y el alcohol hasta que llegue a casa y pueda limpiármelos bien.

    Ojalá llevara el brillo de labios en
cima. Pero, por desgracia, no es así. Enderezo los hombros y levanto la cabeza, abro la puerta y regreso al salón, donde Isabel se dirige a su habitación y Joe se levanta en cuanto me ve.
    - ¿Dónde está mi móvil? -preguntó-. Y, por favor, ponte una camiseta.
    Joe se agacha y coge mi teléfono del suelo.
    - ¿Por qué?

    - Pues necesito el móvil -digo, quitándole el teléfono de la mano- para llamar a un taxi y quiero que te pongas una camiseta porque, bueno, porque, yo...
    - ¿Nunca has visto a un chico sin camiseta?

    - Qué gracioso. Muy divertido. Créeme, no tienes nada que no haya visto ya.
    - ¿Quieres apostar? -dice, llevándose la mano al botón de los vaqueros y abriéndolo.
    Isabel aparece en el momento oportuno.
    - Vaya, Joe. Por favor, déjate puestos los pantalones.
    Cuando me mira, levanto las manos.

    - A mí no me mires. Yo estaba a punto de llamar a un taxi cuando él...
    Isa agita la cabeza mientras Joe se abrocha el botón y coge su monedero para extraer de él un juego de llaves.
    - Olvídate del taxi. Ya te llevo a casa.
    - Yo la llevaré -interrumpe Joe.
    Isabel parece demasiado cansada como para mediar entre nosotros, como la señora

    Peterson en clase de química.
    - ¿Prefieres que te lleve Joe o que te lleve yo? -me pregunta.
    Tengo novio. Vale, admito que cada vez que pillo a Joe mirándome siento un calor que se me extiende por todo el cuerpo. Pero es normal. Somos dos adolescentes y, obviamente, existe una tensión sexual entre nosotros. Siempre y cuando la cosa no pase de ahí, todo irá bien.

    Porque si alguna vez sobrepasara esa raya, las consecuencias serían desastrosas.
    Perdería a Colín. Perdería a mis amigas. No quiero perder el control que tengo sobre mi vida. Y por encima de todo, no quiero perder lo poco que me queda del amor de mi madre. Si no me ven como alguien perfecta, lo que ocurrió ayer con mi madre no será nada  comparado con lo que se avecina. El trato que reciba de ella será siempre proporcional a lo perfecta que me muestre ante el mundo. Si alguna de sus amigas del club de campo me ve con Joe, puede que mi madre también acabe siendo una marginada. Y si se siente rechazada por sus amigas, yo me sentiré rechazada por ella. No puedo correr ese riesgo. Y depende de mí que no se haga realidad.
    - Isabel, acompáñame tú -le digo antes de mirar a Joe.

    Él niega con la cabeza, coge las llaves y la camiseta y sale hecho una furia por la puerta principal sin pronunciar una sola palabra.
    Sigo a Isabel hasta el coche en silencio.

     Joe es para ti más que un amigo, ¿verdad? -le pregunto.
    - Es como un hermano. Nos conocemos desde que éramos críos.
    Le doy las indicaciones para llegar hasta mi casa. ¿Me está diciendo la verdad?
    - ¿No crees que es sexy?

    - Le conocí un día que se puso a llorar como un bebé porque se le había caído el helado al suelo. Teníamos cuatro años. Estuve a su lado cuando, bueno... digamos que hemos pasado por un montón de cosas juntos.
    - ¿Cosas? ¿Puedes explicarte mejor?
    - Contigo no.
    Casi puedo sentir cómo una pared invisible se eleva de repente entre las dos.
    - Entonces, ¿nuestra amistad acaba aquí?
    Ella me lanza una mirada de soslayo.

    - Nuestra amistad no ha hecho más que empezar, Demi. No hagas que me arrepienta.
    Estamos llegando a mi casa.
    - Es la tercera a la derecha -le indico.
    - Lo sé.

    Detiene el coche delante de mi casa, sin molestarse en aparcar en el camino de entrada.
    Intercambiamos miradas. ¿Espera que la invite a entrar? Ni siquiera dejo que mis amigas entren en casa.
    - Bueno, gracias por traerme  -le digo-. Y por dejar que me quedara a dormir en tu casa.

    - No hay problema -responde Isabel con una tímida sonrisa.
    Me agarro a la manija de la puerta.
    - No permitiré que pase nada entre Joe y yo. ¿De acuerdo?
    Aunque algo está cociéndose bajo la superficie.

    - Bien. Porque si sucede algo, se os irá de las manos.
    Los Oompa Loompa empiezan a golpearme otra vez el cráneo, de modo que no puedo meditar demasiado sobre su advertencia.

      En casa, mi madre y mi padre están sentados a la mesa de la cocina. En silencio.
    Demasiado silencio. Tienen unos papeles frente a ellos. Una especie de folletos. Se apresuran a enderezarse, como niños pequeños a quienes han pillado haciendo algo malo.

    - Pensaba... pensaba que todavía estabas... en casa de Sierra -dice mi madre.
    Se me disparan las alarmas. Mi madre nunca tartamudea. Y no parece que vaya a decirme alguna grosería relativa a mi aspecto. Algo va mal.

    - Así es, pero me ha dado un dolor de cabeza terrible -explico, caminando hacia ellos y reparando en los sospechosos folletos que estaban estudiando.
    La residencia Suimy Acres Home para discapacitados.
    - ¿Qué estáis haciendo?
    - Discutiendo las opciones -dice mi padre.
    - ¿Opciones? ¿No quedamos en que mandar a Shelley a un centro era una mala idea?

    Mi madre se vuelve hacia mí.
    - No. Tú decidiste que mandar a Shelley a un centro era una mala idea. Todavía estamos discutiéndolo.
    - El año que viene iré a Northwestern, así que puedo vivir en casa y echar una mano.
    - El año que viene tendrás que concentrarte en los estudios, no en tu hermana. Demi, escucha -dice mi padre, poniéndose en pie-. Tenemos que considerar esta opción. Después de lo que te hizo ayer...

    - No quiero escucharlo -grito, interrumpiéndole-. No voy a permitir que os llevéis a mi hermana a ningún lado.

    Tiro los folletos al suelo. Shelley tiene que estar con su familia, y no en una residencia con extraños. Rompo los folletos en dos, tiro los trozos al cubo de basura y me marcho a mi habitación.
    - Abre la puerta, Demi-dice mi madre, zarandeando el pomo de la puerta un minuto más tarde.

    Sentada al borde de la cama, no puedo apartar de la mente la imagen en la
 que se llevan a Shelley. No, no puede ser. Me pongo enferma con solo pensarlo.
    - Ni siquiera os molestasteis en enseñar a Baghda. Es como si quisierais deshaceros de Shelley.
    - No seas ridícula -la voz apagada de mi madre me llega a través de la puerta-. Han construido una nueva residencia en Colorado. Si abres la puerta, quizás podamos mantener una conversación civilizada.

    Nunca permitiré que ocurra. Haré todo lo que esté en mis manos para hacer que mi hermana se quede en casa.

    - No quiero tener una conversación civilizada. Mis padres quieren mandar a mi hermana a una residencia a mis espaldas, y ahora siento que la cabeza me va a explotar. Déjame sola, ¿vale?

    Algo sobresale de mi bolsillo. La bandana de Joe. Isabel no es mi amiga, pero me ha ayudado. Y anoche Joe se preocupó más de mí que mi novio. Se comportó como un héroe y me pidió que le mostrara a la verdadera Demi ¿Seré capaz de hacerlo?
    Me llevo la bandana al pecho.
    Y rompo a llorar.

domingo, 17 de marzo de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 6





 –No quiero una guerra –dijo ella, suspirando–. Lo que no quiero es que pienses que… que nada ha cambiado entre nosotros –añadió, apagó el fuego y se sentó.

 El pasado seguía pesando sobre ellos. Nunca habían hablado de lo que había sucedido aquella funesta noche hacía cuatro años, caviló Demi. Su recuerdo era tan amargo que había ensombrecido todas sus relaciones. Aunque tampoco había tenido muchas. Solo dos. La primera, con un abogado francés que había conocido en el trabajo, con el que apenas había salido tres meses.

 Patric había sido su alma gemela desde el principio. Habían sido amigos durante tres años antes de decidir ir más lejos. A pesar de que se llevaban de maravilla, ella no había conseguido sentir la excitación y la atracción que había sentido por Joseph. Y lo había intentado.

 Al fin, Patric y ella habían admitido la derrota y habían vuelto a ser buenos amigos, por suerte.
 Demi sabía que necesitaba encontrar una manera de sacarse a Joseph de la cabeza. Ya no era una jovencita impresionable.
Joseph la observó en silencio.
 –Sé… que di un paso en falso contigo hace años –balbuceó ella–. Nunca lo hemos hablado…
 –Era imposible. Te fuiste del país sin mirar atrás.

 –Cuando empecé a trabajar, de pronto, no tuve tiempo para nada… –se justificó ella–. Supongo que me resultaba raro verte –reconoció–. Puede que te haya evitado un poco al principio, pero luego el trabajo me absorbió… ¡Apenas tenía tiempo para pensar! Mi padre estaba feliz de poder ir a visitarme a Francia, por eso, yo apenas venía por aquí. Además, es tan satisfactorio poder pagar nuestras vacaciones a todos esos lugares…
 Los huevos se habían quedado fríos en la sartén.

Demi aprovechó para darle la espalda y calentarlos de nuevo, tratando de poner en orden sus pensamientos.
 –Creo que lo que quiero decir es que ya soy adulta, Joseph. No soy esa chica inocente que estaba siempre pendiente de ti.

 –¡Y no espero que lo seas! –protestó él. Sin embargo, sí lo había esperado, en cierta manera. La extraña con la que se habían encontrado lo había dejado desorientado por completo.
 –Por eso, no quiero que haya malestar entre nosotros.

 Pero tampoco quiero que, porque estemos aquí atrapados, creas que puedes venir a mi casa cada vez que te apetezca. Has descubierto el problema de la inundación y te estoy agradecida, pero eso no te da carta blanca para entrar aquí.
 –Entendido.

 –Ahora estarás enfadado conmigo… –dijo ella, sin pensar. Al momento, se arrepintió de sus palabras. Debía ser indiferente a lo que él pensara o sintiera. Sin embargo…

 –Me alegro de que me hayas dicho lo que piensas. Creo que eso siempre es la mejor estrategia –señaló él y empezó a comer el desayuno con hambre–. Tu padre me comentó que iba a hacer un curso de cocina. Podemos hablar de estas cosas, ¿no? Que hayas cambiado no significa que hayamos perdido la capacidad de comunicarnos.

 Demi titubeó, dudando si era buena idea meterse en un tema tan familiar. Al final decidió que, le gustara o no, sus vidas estaban demasiado entrelazadas como para fingir lo contrario.
 –Me lo ha contado –replicó ella, relajándose un poco–. La última vez que fue de visita a París me llevó un montón de folletos para que lo aconsejara. Aunque yo no soy buena consejera para esas cosas.

 –Estando en París, rodeada de su deliciosa cocina francesa, ¿no te han entrado ganas de aprender?
 –Al revés –admitió ella–. Cuando hay tanta comida rica por todas partes, ¿qué sentido tiene hacerle la competencia en casa?
 –Se te debe de haber pegado algo –opinó él con la boca llena–. Estos huevos están riquísimos.

 –Puedo preparar algo pasable, pero nada excelente. De hecho, en un par de ocasiones, mis amigos de París se han presentado en casa para cenar con comida comprada en restaurante. Ellos me dicen que quieren facilitarme la vida, pero sospecho que lo que pasa es que no confían mucho en mis habilidades culinarias –confesó ella, riendo. Sus ojos se encontraron un momento y, al instante, apartó la mirada.
 Era agradable charlar con él, relajada, y bajar la guardia durante un rato, se dijo Demi.
 –¿Y tú? ¿Sigues odiando las tareas del hogar?
 –¿Crees que las odiaba?

 –Una vez, me dijiste que siempre te asegurabas de que tus novias no se acercaran a la cocina, por si se les ocurría intentar domesticarte.
 –No recuerdo haber dicho eso.
 –Sí lo dijiste. Cuando yo tenía diecinueve.

 –Recuérdame que no tenga conversaciones personales con mujeres de buena memoria –bromeó él, reconociendo para sus adentros que, a lo largo de los años, debía de haberle contado muchas cosas que jamás habría compartido con otras mujeres–. 

Tu padre ha intentado tentarme para que cocine. Cada vez que le hago una visita, me enseña un nuevo libro de recetas. Hace unos meses, vine a ayudar a mi madre con unas obras en la casa y tu padre nos invitó a cenar a los dos. Nos sirvió una increíble variedad de platos exóticos y a mí me dio una charla sobre la importancia de otras cosas aparte del trabajo. ¿Tienes idea de lo difícil que es defenderse de un ataque a dos bandas? Tu padre me sermoneó para que aprendiera a disfrutar de mi tiempo de ocio y mi madre señaló que había una estrecha relación entre el trabajo excesivo y la presión sanguínea alta.

Demi se rio de nuevo. Su risa le recordó a James lo mucho que había echado de menos su compañía a lo largo de los años. A pesar de que las cosas ya no eran tan sencillas como antaño. Podían tocar ciertos temas neutros sin sentirse incómodos, pero él deseaba poder adentrarse en conversaciones más profundas.