lunes, 11 de marzo de 2013

La chica a la que Nunca Miro Prologo






Prólogo

 

 Demi miró su reflejo en el espejo. Se sentía como si hubiera vuelto a nacer. Estaba en un restaurante fantástico, con deliciosa comida, incluso el baño era precioso. ¿Acaso podían irle mejor las cosas? Tenía las mejillas sonrosadas, los ojos brillantes. Ya no se sentía demasiado alta, ni demasiado flaca, ni su boca le parecía demasiado grande. Era una mujer atractiva en la flor de la vida y lo mejor de todo era que Joseph estaba ahí fuera, esperándola.

 Demi Lovato conocía a Joseph Jonas de toda la vida. Desde la ventana de su dormitorio en la casa donde había vivido con su padre, había mirado miles de veces hacia la esplendorosa mansión Jonas, con su impresionante arquitectura victoriana.

 De niña, lo había visto como un héroe y lo había perseguido mientras Joseph había jugado con sus amigos. De adolescente, se había enamorado de él, sonrojándose cada vez que lo veía. Sin embargo, él, varios años mayor, lo había ignorado por completo.

 Pero Demi ya no era una adolescente. Tenía veintiún años, se había licenciado en Lengua Francesa y la habían contratado en el gabinete de abogados parisino donde había pasado todos los veranos trabajando mientras estudiaba.
Era una mujer hecha y derecha. Y se sentía feliz.

 Con un suspiro de placer, se retocó el brillo de labios, se colocó el pelo y salió al comedor.
Joseph estaba mirando por la ventana y ella aprovechó para observarlo sin ser vista.
 Era un hombre muy viril y atractivo, de los que hacían que las mujeres se dieran la vuelta para admirarlo. Como su padre, que había sido diplomático, tenía el pelo negro y la piel bronceada, fruto de su origen italiano, aunque había heredado los ojos azules de su madre inglesa. Todo en él irradiaba atractivo, desde su pose arrogante hasta un cuerpo musculoso y perfecto.

 A Demi todavía le costaba creer que estaba con él. Pero Joseph la había invitado a salir y eso le dio la confianza necesaria para seguir avanzando hacia la mesa.
 –Tengo… una sorpresa para ti –dijo él con una sonrisa seductora.
 –¿Sí? ¿Qué es? –preguntó ella, sin contener su entusiasmo.

 –Tendrás que esperar para verla –repuso él sin dejar de sonreír–. Apenas puedo creerme que hayas terminado la carrera y que estés a punto de irte vivir al extranjero…
 –Lo sé, pero una oferta de trabajo en París es algo que no se puede rechazar. Ya sabes que aquí no hay muchas oportunidades.

 –Sí –afirmó él. Sabía a lo que se refería. Esa era una de las cosas que le gustaban de ella. Se habían conocido desde hacía mucho tiempo, tanto que casi no tenían que explicarse las cosas. Por supuesto, iba a ser maravilloso para ella irse unos años a París. Kent era un pueblo hermoso y apacible, pero era hora de que volara y conociera mundo.
 Sin embargo, iba a echarla de menos.
Demi se sirvió otro vaso de vino y sonrió.

 –Tres tiendas, un banco, dos oficinas, un puesto de correos… ¡y nada de trabajo! Podría haber buscado empleo en Canterbury, que está más cerca, pero…
 –No te habría servido de nada tu licenciatura en francés. Imagino que John va a echarte mucho de menos.

Demi tuvo ganas de preguntarle si él también la echaría de menos. Joseph trabajaba en Londres, a cargo de la empresa de su difunto padre, desde hacía seis años. Lo cierto era que solo volvía a Kent algunos fines de semana o en vacaciones.
 –No me voy a ir toda la vida –contestó ella, sonriendo–. Mi pad
re se las arreglará sin mí. Le he enseñado a usar Internet para que podamos comunicarnos por Skype.

 Apoyando la cara en las manos Demi observó a su acompañante. Joseph solo tenía veintisiete años, pero parecía mayor. ¿Sería por las responsabilidades que la vida le había puesto desde muy joven? Silvio Jonas, su padre, había delegado la dirección de su compañía a su mano derecha, que había resultado ser un hombre de poco fiar. Cuando Silvio había muerto, su hijo había sido quien había tenido que salvar lo que había quedado del negocio paterno. ¿Sería eso lo que le había hecho convertirse en un hombre antes de la cuenta?
 –Incluso igual le gusta tener la casa para él solo –comentó Joseph, hablando del padre de ella.

 –Bueno, se acostumbrará –opinó Demi. No creía que su padre disfrutara de estar solo, sin embargo. Habían vivido siempre los dos juntos, desde que la madre de ella había muerto.
 –Creo que tu sorpresa se acerca… –señaló él, mirando detrás de ella.

Demi se giró y, cuando vio que se acercaban dos camareros con una tarta con bengalas chisporroteantes, cubierta de helado y salsa de chocolate, se sintió un poco decepcionada. Era la clase de sorpresa perfecta para una niña, pero no para una mujer. Joseph sonreía tanto que ella tuvo que sonreír también y soplar las velas, ante los aplausos de los presentes.
 –De verdad, Joseph, no tenías que haberte molestado –murmuró ella, mirando el inmenso postre.

 –Te lo mereces, Demi –contestó él y quitó las bengalas–. Lo has hecho muy bien en la universidad y ha sido una decisión brillante aceptar ese trabajo en París.
 –No tiene nada de brillante aceptar un trabajo.

 –Pero París… Cuando mi madre me contó que te lo habían ofrecido, no estaba seguro de que fueras a aceptar.

 –¿Qué quieres decir? –quiso saber ella y probó la tarta, más por compromiso que por ganas.
 –Sabes a lo que me refiero. No has estado nunca mucho tiempo lejos de casa. Mientras estabas en la universidad, solías venir un par de veces a la semana a ver cómo estaba tu padre.
 –Sí, bueno…

 –No es nada malo. El mundo sería un lugar mejor si la gente se ocupara de sus parientes mayores.
 –No soy una santa –replicó ella, hundiendo un pedazo de tarta en el helado.
 –Siempre haces eso.
 –Mezclar la tarta con el helado y mancharte la boca de chocolate –observó él y le limpió un poco la nata con el dedo. Luego, se lo llevó a la boca, lo lamió y arqueó las cejas.
 –Está muy rico. Acércame el helado, vamos a compartirlo.

Demi se relajó. Estaba acostumbrada a que él la tratara como una niña. Se acercó un poco, inclinándose a propósito para que su acompañante pudiera verle mejor el escote. No solía vestirse de forma provocativa, pero para esa cita se había arreglado a conciencia.
 Era raro, pero siempre le había puesto nerviosa ponerse ropa ajustada delante de Joseph. Le había dado vergüenza sentir su mirada y había temido que la comparara con sus conquistas… y salir perdiendo en la comparación.
 –Bueno, ¿vas a dejar algún corazón roto atrás?

 Era la primera vez que Joseph le hacía una pregunta tan personal y directa. Llena de satisfacción, meneó la cabeza, queriendo dejarle claro que estaba disponible.
 –Ninguno.
 –Me sorprende. ¿Qué les pasa a esos chicos de la universidad? Deberían haber hecho cola para salir contigo.
 Demi se sonrojó.

 –Salí con un par de ellos, pero no me convencieron. Solo querían emborracharse y pasarse todo el día jugando delante del ordenador. Ninguno se tomaba la vida en serio.
 –A los diecinueve años, la vida no es algo que te tengas que tomar en serio.
 –Tú lo hiciste.
 –No tuve elección y tú lo sabes.

 –Lo sé y seguro que fue difícil, pero no conozco a nadie que hubiera estado a la altura de las circunstancias igual que tú. No tenías experiencia y, aun así, te pusiste manos a la obra y levantaste el negocio.

 –Te pondré en la lista de invitados cuando me nombren caballero andante, no te preocupes.
Demi se rio y apartó el helado.
 –Lo digo en serio. En la universidad, no he conocido a nadie que pudiera haber hecho lo que hiciste tú.

 –Eres joven. No deberías estar buscando a un hombre capaz de echarse el mundo a la espalda. Créeme, tienes mucho tiempo para darte cuenta de lo dura que es la vida.
 –¡No soy tan joven! Tengo veintiún años. Tú eres solo un poco mayor que yo.
 Joseph rio y pidió la cuenta al camarero.

 –No le has hecho justicia al postre –comentó él, cambiando de tema–. Siempre me ha gustado que tuvieras tan buen apetito para los dulces. Las chicas con las que suelo salir ni se atreven a probar el postre.

 –Por eso son delgadas y yo, no –repuso ella, esperando un cumplido.
 Sin embargo, Joseph tenía la atención puesta en el camarero con la cuenta.
 Según la velada llegaba a su fin, Demi estaba cada vez más nerviosa. Por suerte, el vino que había bebido le ayudaba a relajarse. Al levantarse, se tambaleó un poco.

 –Dime que no has bebido demasiado –murmuró él con gesto de preocupación, sosteniéndola del brazo–. Agárrate a mí.

 –¡No voy a caerme! –protestó ella–. Hace falta más que unos vasos de vino para eso –añadió, disfrutando del calor de su contacto.
 De forma sutil, Demi se pegó un poco más a él cuando salieron a la calle. Joseph le rodeó la cintura con el brazo.
 Estar con él así era la gloria…

 Sin embargo, él rompió el silencio y empezó a preguntarle por su nuevo trabajo en París y por si tenía dónde quedarse. Se ofreció, también, a buscarle un apartamento, pues su compañía tenía unos cuantos en la capital francesa.
Demi no quería que hiciera de hermano mayor con ella. Por eso, le dijo que no necesitaba que nadie la cuidara.

 –¿Desde cuándo eres tan independiente? –preguntó él con una sonrisa. Entonces, llegaron al coche y le abrió la puerta–. Recuerdo cuando tenías quince años y me pediste que te ayudara a preparar un examen de matemáticas.
 –Debí de ser una molestia –opinó ella con sinceridad.
 –Más bien, una distracción muy agradable.
 –¿Qué quieres decir?

 –Yo estaba agobiado de trabajo llevando la compañía de mi padre. Ayudarte y escuchar tus comentarios del colegio era como un respiro para mí.
 –¿Y tus novias?

 –No me servían de distracción. No me daban más que quebraderos de cabeza –contestó él e hizo una pausa–. Además, te sirvió pues, si no recuerdo mal, sacaste sobresaliente en matemáticas.

Demi no dijo nada. En un momento, llegaron a su casa. Era la oportunidad que ella estaba esperando para demostrarle que ya no era una niña que necesitaba ayuda con los deberes.
 Era una casa pequeña, junto a la mansión de los Jonas. En un principio, había sido pensada para albergar al mayordomo de la mansión. Pero, poco antes de que los Jonas se hubieran mudado allí, había salido a la venta y el padre de Demi la había comprado.
 Entonces, su madre había muerto, cuando ella había sido solo una niña, y Daisy Jonas había actuado de figura materna para ella.

 –Mi padre no está –comentó Demi, miró a Joseph y se aclaró la garganta–. ¿Quieres… entrar para… tomar algo? Tengo vino y creo que mi padre guarda una botella de whisky en el armario.
 Por suerte, Joseph aceptó su oferta, aunque dijo que prefería una taza de café.
 Dentro, Demi encendió la lámpara de pie del salón y se puso a preparar café con manos temblorosas.

 Intentó recuperar la seguridad en sí misma que había sentido al mirarse al espejo en el restaurante, cuando se había creído en la cresta de la ola.

 Tan sumida estaba en sus pensamientos, que estuvo a punto de dejar caer las dos tazas. Despacio, se acercó a Joseph, que estaba apoyado en el quicio de la puerta de la cocina.
 «Ahora o nunca», se dijo Demi con determinación. Llevaba demasiado tiempo pensando en él. Lo cierto era que nunca había conseguido romper el hechizo que la envolvía en lo que tenía que ver con Joseph Jonas.

 –Me gustó… lo que me hiciste antes… –balbuceó ella, nerviosa.
 –¿La tarta y el helado? –preguntó él, riendo–. Sé muy bien que tienes debilidad por los dulces.
–No. Me refería a después de eso.
 –Lo siento. No te entiendo.

 –Cuando me rodeaste con el brazo para ir al coche –señaló ella y posó la mano sobre el pecho de él–. Joseph

Demi levantó el rostro hacia él y, antes de que se arrepintiera, se puso de puntillas y lo besó. Al sentir el contacto de sus labios, ella gimió con suavidad y le rodeó el cuello con los brazos, apretándose contra él.

 El corazón se le aceleró a toda velocidad, invadida por una sensación que nunca había experimentado antes. Aquel beso no se podía comparar con los que había compartido con otros chicos.

 Joseph la correspondió, besándola también, y eso bastó para que ella le tomara la mano y lo guiara debajo de su blusa, hasta el sujetador de encaje que se había puesto para la ocasión.
 Estaba tan perdida en el momento que tardó unos segundos en darse cuenta de que Joseph se estaba apartando de ella. Y necesitó unos segundos más para comprender la noche no iba a terminar como había previsto. Él no iba a llevarla al dormitorio. Ni iba a ver las sábanas lisas que había elegido en sustitución de las habituales de flores. Ni las velas que había preparado para la ocasión.
 – Demi
 Ella se giró, avergonzada.
 –Lo siento. Por favor, vete.
 –Tenemos que hablar… sobre lo que ha pasado.
 –No.

Joseph se acercó para mirarla a la cara, pero ella no levantó la vista del suelo. Ya no se sentía como una mujer estupenda a punto de conquistar al hombre con el que había soñado desde niña. La cruda realidad era que había quedado como una tonta.
 –Mírame, Demi, por favor.

 –Me he equivocado, Joseph, y lo siento. Pensé… No sé lo que pensé…
 –Es una situación embarazosa y lo entiendo, pero…
 –¡No digas nada más!

 –Tengo que hacerlo. Somos amigos. Si no lo hablamos, las cosas nunca volverán a ser como antes. Me gusta tu compañía. No quiero perder tu amistad. ¡Por favor, Demi, por lo menos, mírame!

 Ella levantó la vista y, por primera vez, no se sintió cautivada al verlo.
 –No te martirices, Demi. Yo te devolví el beso y me disculpo por eso. No debí haberlo hecho.
 Pero ¿qué hombre no sucumbiría a una mujer que se lanzaba a sus brazos?, se dijo Demi. Sin embargo, Joseph había sido capaz de recuperar la cordura en cuestión de segundos. Ella ni siquiera había sido capaz de tentarlo.

 –Eres joven. Y vas a embarcarte en la mayor aventura de tu vida…
 –Oh, no, déjalo. No quiero darte pena.

 –¡No me das pena! –exclamó él, meneando la cabeza con frustración.
 –¡Claro que sí! He sido una tonta y me he puesto en evidencia. De acuerdo, cuando me invitaste a cenar esta noche, creí que era algo más que una cita entre amigos. Me engañé al pensar que habías empezado a verme como a una mujer. ¡Pero, para ti, sigo siendo una niña patosa y poco atractiva!

 –No me gusta que te subestimes así.
 –No me subestimo –repuso ella, mirándolo a los ojos–. Soy sincera. Me gustabas mucho…
 –Eso no tiene nada de malo…
 –¿Lo sabías?
 –Me gustaba.
 –Sí, ya, una agradable distracción cuando tus rubias explosivas te agobiaban demasiado.
 –Eras una adolescente y no tiene nada de malo que yo te gustara –señaló él–. Ahora eres joven y te aseguro que, en menos de un año, te olvidarás de todo esto. Conocerás a un tipo agradable y…

 –Sí –le interrumpió ella, deseando que la conversación terminara cuanto antes para poder ir a encerrarse en su cuarto.
 Por primera vez desde que la conocía, Joseph sintió que ella no era la niña maleable y complaciente de siempre. Se había convertido en una mujer y estaba echándolo de su corazón.

 Por alguna extraña razón, era una sensación extraña para él y no le gustaba.
 –Tus sentimientos hacia mí son equivocados –afirmó él con tono brusco–. Ya te he dicho que lo que tienes que hacer es fijarte en chicos sin complicaciones, que solo busquen diversión.
 –Lo dices como si solo hubiera estado buscando… algo más que solo…
 –¿Una aventura de una noche?
 Avergonzada, ella se encogió de hombros.
 –Te mereces mucho más de lo que yo puedo darte.
 Solo la veía como a una niña, se repitió Demi, mortificada porque hiciera de hermano mayor con ella.
 –No te preocupes por mí, Joseph –dijo ella, forzándose a sonreír–. Estaré bien. Estas cosas pasan –añadió y dio dos pasos atrás–. Lo más probable es que no te vea antes de irme.
 –No.
 –Claro, estaremos en contacto y seguro que nos encontraremos de vez en cuando –continuó ella, dando otro paso atrás.
 –¿Estarás bien?
 –Sí. Como te he dicho, conozco el trabajo que voy a hacer. Estoy segura de que podré manejarme.
 –Bien. Me alegro.
 –Bueno.
 Joseph titubeó, sin moverse del sitio.
 –Gracias por la cena, Joseph … Hasta otra.
 Despacio, él pasó a su lado, hacia la puerta. Parecía preocupado. ¿Acaso creía que ella se iba a tirar por la ventana porque la había rechazado? ¿Tan patética le parecía?

 Cuando, al fin, cerró la puerta tras él Demi se derrumbó. Cerró los ojos y recordó lo excitada que había estado cuando se había comprado ropa especial para su gran cita. Había soñado con seducirlo y con satisfacer sus fantasías. De pronto, le pareció que habían pasado millones de años desde entonces. Sin duda, antes de un año, se olvidaría de él.Que

La Chica que Nunca lo Miro Jemi





Habían crecido juntos, pero él en una mansión y ella en la casa del mayordomo Joseph Jonas siempre lo había tenido todo: dinero, atractivo y una sonrisa demasiado seductora, algo que le había procurado una larga lista de sofisticadas bellezas a su alrededor. 


Pero nunca se había fijado en Demi, la chica corriente que vivía a su lado. Hasta que su vida en París transformó a Demi en una mujer elegante con tentadoras curvas. ¡Entonces, no pudo parar de mirarla! Por eso, cuando Joseph le ofreció un trabajo, estaba claro que su interés iba más allá de lo profesional.

Química Perfecta Capitulo 11





Demi

  Solo disponemos de media hora en el gimnasio. Mientras me pongo la ropa de deporte, pienso en lo que ha ocurrido en el despacho de Aguirre. La señora Peterson nos ha culpado de lo sucedido tanto a Joe como a mí. Joe Jonas está echando a perder mi último curso nada más empezar.

    Mientras me subo los shorts de gimnasia, el sonido de unos tacones me advierte de que no estoy sola en los vestuarios. Me cubro el pecho con la camiseta y veo aparecer a Carmen Sánchez. ¡Ay, madre!

    - Debe de ser mi día de suerte -dice, mirándome fijamente como un puma dispuesto a atacar. Aunque los pumas no tienen el pelo moreno, liso y largo... sí que tienen garras. Y las garras de Carmen están pintadas de color rojo.
    Se acerca a mí.

    Siento el impulso de dar un paso atrás. En realidad, lo que me gustaría es echar a correr. Pero no lo hago, básicamente porque creo que me seguiría de todos modos.
    - ¿Sabes? -añade, con una sonrisa malvada-. Siempre me he preguntado de qué color sería el sujetador de Demi Lovato. Rosa. Te va que ni pintado. Apuesto a que te ha costado tanta pasta como lo que te cobraron por teñirte el pelo.

    - No has venido aquí para hablar de sujetadores y tintes, Carmen -respondo mientras me meto la camiseta por la cabeza. Trago saliva con fuerza antes de añadir-: Sino para pegarme.
    - Cuando una lagartona se insinúa a mi hombre, me sale mi lado territorial.
    - No estoy interesada en tu hombre, Carmen. Ya tengo uno.

    - Venga ya. Las chicas como tú quieren que todos los tíos pierdan la cabeza por ellas, así podéis disponer de ellos cuando os apetezca -añade, cada vez más furiosa. Estoy metida en un buen lío-. He oído que vas criticándome por ahí. Crees que lo eres todo, señorita Engreída. Veamos qué cara se te queda cuando te deje el labio partido y el ojo morado. ¿Vendrás al instituto con una bolsa de basura sobre la cabeza? ¿O te quedarás encerrada en tu enorme casa y no saldrás nunca?

    No aparto la vista de ella mientras sigue acercándose. La miro fijamente. Carmen tiene claro que para mí la imagen que doy lo es todo, y a ella le da igual que la expulsen... o que la echen definitivamente.

    - ¡Contéstame! -grita, y me da un empujón en el hombro, que acaba impactando contra la taquilla que está situada a mi espalda.

    Creo que no la estaba escuchando porque no tengo ni idea de qué he de responder. Si regreso a casa amoratada o con señales de haber estado en una pelea, las consecuencias serán desastrosas. Mi madre se pondrá hecha una furia y me echará las culpas por no haber evitado que ocurriera. Espero que eso no le haga empezar otra vez con lo de ingresar a Shelley en algún centro. Cuando hay algo de tensión en casa, mis padres siempre hablan de mandar a Shelley a algún sitio. Como si, por arte de magia, todos los problemas de los Lovato fueran a desvanecerse en cuanto Shelley desapareciera.

    - ¿No crees que el entrenador Bautista vendrá a buscarme? ¿Quieres que te expulsen? -pregunto pese a saber que son razones de poco peso. Sin embargo, intento ganar algo de tiempo.

    - Me importa una mierda que me expulsen -dice entre risitas.
    No parece haber funcionado, aunque merecía la pena intentarlo.
    En lugar de encogerme de miedo junto a la taquilla, me enderezo. Carmen intenta empujarme otra vez por el hombro, pero esta vez me las apaño para apartarle el brazo de un manotazo.

    Estoy a punto de enzarzarme en mi primera pelea. Una pelea en la que seguramente saldré perdiendo. El corazón me late con fuerza, como si fuera a salirme del pecho. Me he pasado toda la vida intentando evitar situaciones como esta, pero esta vez no tengo elección. Me pregunto si puedo disparar la alarma de incendios para librarme de ella, como he visto alguna vez en el cine. Pero, por supuesto, no veo ninguna de esas cajitas rojas cerca. - Carmen, déjala en paz.
    Ambas nos volvemos hacia el sonido de una voz de chica. Es Isabel. Una «no amiga». Pero una no amiga que acaba de evitar que me partan la cara.

    - Isa, no te metas en mis asuntos -gruñe Carmen. Isabel se acerca a nosotras. Lleva el pelo recogido en una alta cola de caballo que se balancea a medida que camina. - No le pongas la mano encima, Carmen. - ¿Por qué no? -pregunta ella-. ¿Acaso crees que serás su amiga del alma ahora que estáis juntas en esa estupidez de las animadoras?
    Isa apoya firmemente las manos en las caderas.
    - Estás colada por Joe, Carmen. Esa es la razón por la que te comportas como una pirada.
    Al escuchar el nombre de Joe, Carmen se pone rígida.
    - Cállate, Isa. No tienes ni idea.

    Ella dirige toda su rabia contra Isabel y se pone a chillarle como una loca. Isabel no se siente intimidada, se ha plantado delante de ella y también le está gritando. Isabel es bajita y puede que pese menos que yo, por eso me sorprende que se enfrente a Carmen. Sin embargo, parece que sabe defenderse. Es obvio que sus palabras hacen retroceder a su contrincante.
    El entrenador Bautista aparece detrás de Carmen.

    - ¿Estáis dando una fiesta y no habéis invitado al resto de la clase?
    - Estamos charlando un poco -dice Carmen, sin sobresaltarse en absoluto y actuando como si fuéramos tres amigas pasando el rato.
    - Bueno, pues os sugiero que charléis después de clase. Señoritas lovato y Ávila, uníos al resto de vuestros compañeros en el gimnasio. Señorita Sánchez, vaya donde se suponga que debería estar a esta hora.

    Carmen me señala con su uña pintada de rojo.
    - Nos veremos después -me advierte, y sale de los vestuarios después de que Isabel se haga a un lado.
    - Gracias -le digo en voz baja a Isabel.
    Ella me responde con un asentimiento de cabeza.

Química Perfecta CAPITULO 10





Joe

    Vaya, esto sí que es fuerte. Estamos en el despacho del director. Aguirre y Peterson a un lado, y la señorita Perfecta y el gilipollas de su novio al otro... y yo plantado aquí, solo. Nadie está de mi parte, eso es obvio.
    Aguirre carraspea antes de aseverar:

    Joe, esta es la segunda vez en dos semanas que estás en mi despacho.
    Eso sí que es un buen resumen. Este tipo es un verdadero genio.

    - Señor -digo. Le sigo el juego porque estoy harto de que la señorita Perfecta y su novio controlen a todo el jodido instituto-. He tenido un pequeño percance durante la comida y se me han manchado los pantalones de grasa. Pero en lugar de faltar a clase, he pedido a un amigo que me busque estos para cambiarme -le explico, señalando los vaqueros nuevos que Paco ha conseguido encontrar en mi casa-. Señora Peterson -digo, volviéndome hacia mi profesora de química-. No podía permitir que una pequeña mancha me obligara a perderme una de sus valiosísimas lecciones.

    - No intente convencerme, Joe -resopla Peterson-. Está aquí por sus payasadas -continúa, alzando la mano al aire. A continuación, mira a Demi y a Colin como si les invitara a atacarme, hasta que finalmente añade-: Y no crean que ustedes dos han actuado mucho mejor.

   Demi está conmocionada por la reprimenda, aunque parecía divertirse mucho cuando la señora P. me recriminaba a mí.
    - No podemos ser compañeros -espeta la señorita Perfecta.
    Colín da un paso adelante.

    - Puede hacer el proyecto con Darlene y conmigo. -Casi se me escapa la risa cuando veo la reacción de la señora P. ante el comentario de Colin. Se le han enarcado las cejas en un gesto tan exagerado que parece que, en cualquier momento, vayan a salírsele de la cara.

    - ¿Y qué les hace creer que son tan especiales como para pensar que voy a cambiar la organización de mi clase? -¡A por ellos, Peterson!
    - Nadine, ya me encargo yo -interviene Aguirre, antes de señalar una foto de nuestro instituto enmarcada en la pared. Los chicos de la zona norte no tienen tiempo de responder a la pregunta de la señora P. porque Aguirre prosigue-: Chicos, el lema del Instituto Fairfield es “La diversidad genera conocimiento.

” Si se os olvida en cualquier momento, está grabado en la estela de piedra de la entrada principal, así que la próxima vez que paséis por allí deteneos un momento para pensar en el significado de esas palabras. Puedo aseguraros que mi principal objetivo como nuevo director es recomponer cualquier brecha que se haya abierto en la política del instituto y que amenace con invalidar ese lema.

    De acuerdo, así que la diversidad genera conocimiento. Sin embargo, yo añadiría que también genera odio e ignorancia. Lo he visto con mis propios ojos. No me apetece manchar la visión de color de rosa del lema al que Aguirre hace referencia, porque empiezo a pensar que nuestro director cree realmente en todas las gilipolleces que le salen por la boca.

    - El director Aguirre y yo estamos de acuerdo. Teniendo eso en cuenta... -Peterson me fulmina con una de sus miradas, que con toda seguridad debe de ensayar frente al espejo-. Joe, deje de provocar a Demi -insiste, pero luego lanza la misma mirada a los dos chicos que están al otro lado del despacho-. Demi, deja de comportarte como una diva. Y Colin... ni siquiera sé qué pinta usted aquí.
    - Soy su novio.

    - Entonces les agradecería que mantuvieran su relación fuera de mi clase.
    - Pero... -empieza Colin.

    Peterson le corta en seco agitando una mano- Ya es suficiente. Nosotros hemos acabado y ustedes también.

    Colin coge a su diva de la mano y los dos salen del despacho.
    Justo cuando me propongo hacer lo mismo, Peterson me agarra del codo.
    Me detengo y la miro a los ojos, reparando en la simpatía grabada en su expresión. No me hace nada de gracia.
    - ¿Sí?
    - Ya te he calado, ¿sabes?

    Necesito borrarle esa mueca afectuosa de la cara. La última vez que un profesor me miró de ese modo, fue en primer curso, justo después de que le dispararan a mi padre.
    - Solo llevamos dos semanas de clases, Nadine. Quizás quieras esperar un mes o dos antes de hacer una afirmación como esa.
    Ella suelta una risita y prosigue:

    - No llevo mucho tiempo enseñando, pero he visto en mis clases a más Joe Jonas de los que verá la mayoría de los profesores en toda su vida.
    - Pensaba que era único -digo, llevándome la mano al pecho-. Me ha ofendido, Nadine.
    - ¿De verdad quieres ser único, Joe? Pues termina el instituto, gradúate y ve a la universidad.

    - Ese es el plan -digo, aunque es la primera vez que lo admito abiertamente. Sé que mi madre quiere que me gradúe, pero nunca hablamos del tema. Y, a decir verdad, no estoy muy seguro de que sea algo que dé por sentado.
    - Todos dicen lo mismo al principio -confiesa ella, abriendo el bolso y sacando mi bandana-. No dejes que tu vida fuera del instituto dicte tu futuro -añade, esta vez muy seria.

    Me guardo la bandana en el bolsillo trasero de los vaqueros. Ella no tiene ni idea de cómo la vida fuera del instituto influye en la que llevo dentro él. Ni un edificio de ladrillo rojo podría protegerme del mundo exterior. Joder, ni siquiera podría esconderme aquí dentro por mucho que quisiera.

    - Ya sé lo que va a decir ahora... «Si alguna vez necesitas una amiga, Joe, puedes contar conmigo».

    - Te equivocas, yo no soy tu amiga. Si lo fuera, no pertenecerías a una banda. Pero he visto las calificaciones de tus exámenes. Eres un chico inteligente, y puedes triunfar si te tomas en serio el instituto.

    Triunfar. Triunfar. Ahora todo es relativo, ¿no?
    - ¿Puedo irme ya a clase? -pregunto porque no sé qué contestarle. Estoy preparado para aceptar que mi profesora de química y el nuevo director no estén de mi lado... aunque tampoco estoy muy seguro que lo estén del otro. Eso me rompe un poco los esquemas.

    - Sí, ve a clase, Joe.
    Todavía estoy pensando en lo que me ha dicho Peterson cuando la oigo gritar:
    - Y si vuelves a llamarme Nadine, tendrás el placer de recibir otra papeleta de castigo, además de escribir una redacción sobre el respeto. Recuérdalo, no soy tu amiga.

    Mientras camino por el pasillo, no puedo evitar esbozar una sonrisa. Esta mujer empuña las papeletas azules de castigo y las amenazas de redacciones como auténticas armas de fuego.

Química Perfecta Capitulo 9





Demi
    Justo después de llamar imbécil a Joe, la señora Peterson pide que prestemos atención.

    - Cada pareja elegirá un proyecto de los que hay en este sombrero -anuncia-. Todos presentan los mismos retos y tendrán que quedar fuera de clase para trabajar en él.
    -¿Y el fútbol?  -interrumpe Colín-. No puedo perder el entrenamiento.
    -  Ni las animadoras tampoco -añade Darlene  adelantándose a mí.

    - El trabajo escolar es lo primero. Depende de sus compañeros y de ustedes encontrar el momento adecuado para las cosas -dice la señora Peterson mientras se planta te de nuestra mesa y sostiene en alto el sombrero.

    - Esto, señora P... no habrá uno sobre la cura de la esclerosis múltiple, ¿no? -pregunta Joe con esa actitud de chulo que me saca de quicio-. Porque no creo que baste un año de trabajo escolar entero para realizar un proyecto de esa envergadura.
    Ya puedo ver el gran suspenso en mi boletín de notas. Consejero de admisiones para Northwestern le traerá sin cuidado que fuera mi compañero de laboratorio el responsable de que nos catearan el proyecto, A este tío no le importara.
    - Tengo que ir a mear.

    La profesora se lleva una mano a la cadera y, con una expresión ceñuda, le dice:
    - Cuide su lenguaje. Y que yo sepa, no necesita sus libros para ir al cuarto de baño. Déjelos en la mesa.

    Joe hace una mueca, pero coloca los libros en la mesa.
    - Ya le dije que nada de accesorios relacionados con bandas en mi clase -dice la señora Peterson mirando la bandana que tiene entre las manos. Tiende la mano y añade-: Démela.
    Él mira a la puerta y después a la señora Peterson.
     - ¿Y qué pasa si me niego?

     Joe, no estire de la cuerda. Tolerancia cero. ¿Quiere que le expulsen? -le amenaza, agitando los dedos para que le entregue la bandana de inmediato.
    Frunciendo el ceño, Joe coloca lentamente la bandana en la mano de la profesora.
    La señora Peterson se queda boquiabierta cuando finalmente se la arrebata.
    - ¡Ay, madre! -grito al ver la enorme mancha que lleva en la bragueta.
    Todos los estudiantes, uno a uno, estallan en carcajadas, pero la risa de Colin es la que más destaca.

    - No te preocupes, Jonas. Mi abuela tiene el mismo problema. Nada que no pueda arreglarse con un pañal.

    Las palabras de Colin me impactan porque la mención de los pañales para adultos me recuerda inmediatamente a mi hermana. Reírse de los adultos que no pueden valerse por sí mismos no tiene ninguna gracia, porque Shelley es una de esas personas.
    Joe luce su enorme y arrogante sonrisa y le dice a Colin:
    - Tu novia no podía apartar las manos de mis pantalones. Me estaba enseñando una nueva aplicación para los calentadores de manos, colega.
    Esta vez ha ido demasiado lejos. Me pongo en pie. Mi taburete chirría contra el suelo.
    - Ya te gustaría -le suelto.
    Joe está a punto de decirme algo cuando la señora Peterson grita:
    - ¡Joe! -Y tras aclararse la garganta, añade-: Ve a la enfermería y arréglate. Coge tus libros porque después irás a ver al director Aguirre. Te veré en su despacho junto a tus compañeros Colin y Demi.

    Joe coge bruscamente los libros de la mesa y sale de clase. Vuelvo a sentarme con calma en el taburete. La señora Peterson procura que el resto de la clase guarde silencio mientras medito sobre mi efímero éxito al evitar a Carmen Sánchez. Si cree que represento una amenaza para su relación con Joe, los rumores que seguro acabarán extendiéndose pueden resultar mortales.