Joe
- Levántate, Joe.
Tras fulminar a mi hermano pequeño con la mirada, escondo la
cabeza bajo la almohada. Desde que comparto la habitación con mis hermanos, de
once y quince años, el único momento de intimidad del que dispongo es el poco
que me proporciona la cabecera.
- Déjame en paz, Luis
-le espeto a través de la almohada- No me des el follón.
- No te estoy dando el follón. Mamá me ha
dicho que te despierte para que no llegues tarde al instituto.
El último curso.
Debería sentirme orgulloso de ser el primer miembro de la familia Jonas que
terminara el instituto. Sin embargo, cuando eso ocurra, empezará una nueva
época para mí. La universidad es sólo un sueño. Este último curso será como una
fiesta de jubilación de un hombre de 75 años. Sabes que sirves para algo, pero
todos esperan que te retires.
- Me he puesto la
ropa nueva -dice Luis en un tono de voz rebosante de orgullo, aunque me llegue
algo apagado por culpa de la almohada-
Las nenas no podrán resistirse a este machote latino.
- Me alegro por ti
-mascullo.
- Mamá ha dicho que
te tire encima este jarro de agua si no te levantas.
¿Era mucho pedir
algo de intimidad? Cojo la almohada y la lanzo al otro lado de la habitación.
Impacta directamente contra Luis, que acaba empapado de agua.
-
¡¡¡¡¡Imbécil!!!!!! -me grita- ¡¡¡¡Es la única ropa nueva que tengo!!!!
Oigo el ataque de
risa a través de la puerta de la habitación. Carlos, mi otro hermano, ríe como
una hiena histérica hasta que Luis se abalanza sobre él. Me quedo observando la
discusión que acaba convirtiéndose en una descontrolada pelea en la que ambos
se propinan patadas y puñetazos.
Son buenos
luchadores, pienso con orgullo mientras veo la trifulca. Sin embargo, como el
hombre mayor de la casa, mi deber es detener la pelea. Cojo a mi hermano Carlos
por el cuello de la camisa, pero me tropiezo con la pierna de Luis y los 3
acabamos en el suelo.
Antes de poder levantarme,
siento un chorro de agua gélida bajándome por la espalda. Me doy la vuelta y
veo a mamá, vestida con su uniforme de trabajo, empapándonos a todos con un
cubo de agua suspendido sobre nuestras cabezas. Su sueldo no es nada del otro
mundo, pero tampoco necesitamos mucho.
- Levantaos -exige
con una actitud desafiante.
- Mierda, mamá
-dice Carlos poniéndose de pie.
Mi madre se empapa
los dedos con el agua gélida que queda en el cubo y le salpica la cara a mi
hermano. Luis estalla en carcajadas y de repente recibe la misma reprimenda que
Carlos - ¿Aprenderán alguna vez?
- ¿Algo más que
añadir Luis? -pregunta ella.
- No mamá -contesta
mi hermano, enderezándose como un soldado.
- ¿Y tú Carlos? ¿Se
te ocurre alguna grosería más por soltar por esa boquita? -pregunta sumergiendo
la mano en el agua como señal de advertencia.
- No, mamá -repite
el soldado numero 2.
- ¿Y qué hay de ti Joseph?
-dice mirándome con los ojos entreabiertos.
- ¿Qué? Yo
intentaba separarles -contesto inocentemente con una sonrisa irresistible.
Ella me rocía la
cara con agua. - Esto es por no haberlos separado antes. Ahora vístete, y
vosotros también, y venid a desayunar antes de ir al colegio.
Y eso que le he
dedicado mi sonrisa más irresistible.
- En el fondo nos
adoras -le grito mientras abandona la habitación.
Tras una ducha
rápida, regreso a la habitación con una toalla atada a la cintura. Pillo a Luis
con uno de mis pañuelos estilo bandana en la cabeza y se me forma un nudo en el
estómago. Se lo arranco y le advierto: - No vuelvas a tocar esto Luis.
- ¿Por qué no?
-pregunta con sus ojos inocentes.
Para Luis, tan solo
es una bandana. Para mí, es un símbolo del presente y de lo que nunca seré en
el futuro. ¿Cómo se supone que voy a explicárselo a un niño de once años? Él
sabe lo que soy. La sed de venganza y represalia me empujaron a entrar en este
círculo, y ahora no hay manera de salir de él. Pero antes muerto que uno de mis
hermanos se deje engañar.
Estrujo la bandana
con el puño.
- Luis, no toques
mis cosas. Sobre todo si son de los Latino Blood.
- Me gusta el rojo
y negro.
Esto es lo último
que necesito escuchar. - Si vuelvo a pillarte con esto puesto, lucirás el negro
y el morado, pero en tu cara -le advierto- ¿Lo has entendido, enano?
- Sí, entiendo
-contesta encogiéndose de hombros.
Me pregunto si
realmente lo ha entendido al verlo marcharse de la habitación dando saltitos.
Intento no pensar demasiado en ello mientras saco la camiseta negra y los vaqueros
raídos y desgastados del armario. Cuando me ato la bandana a la cabeza, oigo a
mi madre que me grita desde la cocina: Joseph, ven a desayunar antes de que se
enfríe la comida. Vamos, date prisa.
- Ya voy -contesto.
Nunca entenderé por
qué le da tanta importancia a la comida.
Mis hermanos ya
están hincándole el diente al desayuno cuando entro en la cocina. Abro la
nevera para echar un vistazo a ver que hay dentro.
- Siéntate.
- Mamá, sólo voy a
coger…
- No cogerás nada. Joseph.
Siéntate. Somos una familia y vamos a desayunar como una.
Dejo escapar un
suspiro, cierro la puerta del frigorífico y tomo asiento junto a Carlos. Ser
miembro de una familia unida tiene a menudos sus desventajas. Mi madre coloca
frente a mí un plato colmado de huevos y tortillas de maíz.
- ¿Por qué no me
llamas Joe? -Le pregunto bajando la mirada a la comida que tengo delante.
- Si quisiera
llamarte Joe, no me hubiera molestado en llamarte Joseph. ¿No te gusta tu
nombre?
Me pongo muy tenso.
He heredado el nombre de mi padre, que al morir me dejó la responsabilidad que
le toca asumir al hombre de la casa. Joseph. Joseph junior. Junior… a mí me da
igual.
- ¿Acaso importa?
-mascullo mientras cojo una tortilla y entonces levanto la miraba para ver su
reacción. Esta fregando los platos de espaldas a mí.
- No.
Joe quiere
aparentar que es blanco -interviene Carlos- Cámbiate el nombre si quieres,
hermano, pero todos verán a la legua que no eres más que un chicano.
- Carlos, cierra la
boca -le aviso.- No quiero ser blanco. Pero tampoco quiero que me comparen con
mi padre.
- Por favor, chicos
-ruega mi madre- Ya basta de discusiones por hoy.
- Eres un espalda
mojada -canturrea Carlos provocándome otra vez.
Ya he tenido más que
suficiente, Carlos se ha pasado. La silla chirría contra el suelo cuando me
pongo en pie. Mi hermano imita mis movimientos y se coloca frente a mí,
acortando la distancia que nos separa. Sabe que podría llevarse un guantazo,
pero es demasiado orgulloso. Uno de estos días dará con la persona equivocada y
se meterá en un buen lío.
- Carlos, siéntate
-le ordena mi madre.
- Cerdo chicano -me
suelta arrastrando las palabras con falso acento forzado-. Mejor todavía eres
un inmigrante.
- ¡¡¡Carlos!!!
-amonesta mi madre al acercarse, pero yo le corto el paso y agarro a mi hermano
por el cuello de la camiseta.
- Sí, eso es lo que
la gente siempre pensará de mí -digo-. Pero también lo pensarán de ti si sigues
diciendo estupideces.
- Hermano, lo pensarán
haga lo que haga, lo quiera o no.
- Te equivocas Carlos.
Las cosas no tienen por qué ser igual. Puedes ser mucho mejor que yo -contesto
soltándole.
- ¿Mejor que tú?
- Claro que mejor
que yo, no lo dudes ni un instante -respondo. Ahora pídele perdón a mamá por
decir tantas barbaridades delante de ella.
A Carlos le basta
con mirarme una sola vez para saber que no estoy bromeando.
- Lo siento mamá
-dice, y acto seguido, vuelve a su silla. Aunque puedo percibir en su mirada el
golpe que ha sufrido su orgullo.
Mi madre se da la
vuelta y abre el frigorífico, procurando que nadie la vea llorar. Maldita sea,
está preocupada por Carlos. Mi hermano está en su segundo año de instituto, y
los 2 siguientes van a ser decisivos. O madura o se echa a perder.
Me pongo la
chaqueta negra de cuero, tengo que salir de aquí. Doy un beso a mi madre en la
mejilla y me disculpo por haberle estropeado el desayuno. Salgo de casa
preguntándome cómo voy a arreglármelas para conseguir que Carlos y Luis un
destino mejor y no acaben como yo. Vaya una maldita ironía.
En la calle veo a
unos cuantos chicos con bandana del mismo color que la mía y que me dirigen el
saludo de los Latino Blood: se golpean el brazo izquierdo con la mano derecha,
2 veces, manteniendo el dedo anular doblado.
Antes de subirme a
la moto, les devuelvo el saludo a pesar de que me consume la rabia por dentro.
Si quieren a un tipo duro como miembro de su banda, lo van a tener. Me he
metido tanto en el papel que represento, que a veces me sorprendo a mí mismo.
Joe, espera -me
implora una voz de chica que me resulta familiar.
Carmen Sánchez, mi
vecina y ex novia, se acerca corriendo a mí.
- Hola Carmen -farfullo.
- ¿Qué tal si me
llevas al insti?
La minifalda negra
deja al descubierto unas piernas increíbles y la camiseta ajustada realza unos
pechos pequeños pero preciosos. Hubo una vez en la que podría haber hecho
cualquier cosa por ella, pero eso fue antes del verano pasado, cuando la pillé
en la cama con otro tío, o en el coche… lo mismo da.
- Venga Joe, no
muerdo… a no ser que tú quieras que lo haga.
Carmen es mi chica
Latino Blood. Seamos o no pareja, debemos cubrirnos las espaldas. Es nuestro
código.
- Sube -digo
Carmen se sube a la
moto de un salto, y mientras me abraza con fuerza el torso, acaba colocándome
deliberadamente las manos sobre los muslos. Sin embargo, no surte el efecto que
espera. ¿¿Qué piensa, qué he olvidado todo lo que pasó?? De ningún modo. Mi
pasado define lo que soy en mi presente. Intento concentrarme en mi último año
en Fairfield, en el aquí y ahora. Aunque es muy difícil hacerlo porque, por
desgracia, lo más probable cuando termine el instituto, es que el futuro que me
espera sea tan jodido como el presente.