—Sí, me lo ha dicho. Pero también he entendido que piensa que
no es lo suficientemente bueno para ti. Desde mi punto de vista —añadió
Russell, mirando a su hija con cariño—, probablemente es cierto, porque no hay
ningún hombre lo suficientemente bueno para ti. Pero de todos ellos,
posiblemente éste sea el mejor. Y estoy seguro de que tú sabrás convencerle de
ello.
Demi pensó que no iba a tener mejor oportunidad
que aquélla, antes de que la casa se despertara de nuevo. Se acercó a su padre
y le tendió a Elizabeth.
—¿Puedes sostenerla durante un rato?
—¿Yo? No sé si debería...
Demi sonrió.
—Sé a ciencia cierta que has tenido en brazos a otra niña
pequeña más veces.
—Eso fue hace mucho tiempo.
Demi le puso a Elizabeth en el regazo.
—Bueno, hay cosas que nunca cambian —dijo ella. Y entonces,
cuando vio a su padre allí, abrazando a Elizabeth, se le escaparon las
lágrimas—. Oh, papá —se inclinó hacia él y le dio un abrazo que abarcó también
a su hija—. Os quiero a los dos.
—Yo también te quiero, Demi, hija.
Cuando ella se retiró, Russell parpadeó y carraspeó varias
veces.
Ella se enjugó las lágrimas y se encaminó hacia la puerta.
Tomó el abrigo de Sebastian y se lo puso.
—Voy al establo —dijo.
—¿Y me dejas a la niña? —preguntó él, a la vez asustado y
entusiasmado.
—Esta vez no—respondió Demi. Tomó a Elizabeth en brazos y la metió
dentro del enorme abrigo—. Pero pronto. Esta vez la necesito. Es mi moneda de
cambio para la negociación.
Nat estaba lavando el mono en el fregadero que Sebastian había
instalado en el establo. Aunque estaba consiguiendo quitarle algo de suciedad,
también se estaba destiñendo un poco. Matty debería estar haciendo aquel
trabajo. Seguro que ella sabía hacerlo bien, y él sólo estaba empeorando las
cosas, como de costumbre.
En aquella ocasión lo había estropeado todo. Al menos, había
disparado al hombre que estaba apuntando a Elizabeth con un revólver. Nunca
había pensado que tuviera algo que agradecerle a su padre, pero estaba contento
por todas aquellas horas de agonía mientras practicaba tiro bajo la severa
dirección de Hank Jonas. No, no se
arrepentía de haber hecho ese disparo.
Pero lamentaba haber tenido que llegar a ese extremo. Si no
hubiera dejado desprotegidas a Demi y a Elizabeth, nunca habrían caído en
manos de ese loco, en primer lugar. Nunca podría perdonárselo.
La puerta del establo se abrió y entró Demi, casi engullida por el abrigo de
Sebastian. Joseph todavía no estaba listo
para enfrentarse a ella. No había pensado en qué podía decirle para convencerla
de que estaría mejor sin él.
El abrigo estaba muy abultado y, cuando la cabecita rizosa de
Elizabeth asomó por la abertura, se dio cuenta de que Demi había llevado a la niña también.
Otra persona a la que no podía ver aún. Dejó el mono en el agua y rogó que
Elizabeth no se hubiera dado cuenta de que lo tenía en la mano.
Pero sí se había dado cuenta. Soltó un gritito y señaló hacia
el fregadero.
—¡Ba, ba!
Demonios. Él miró a Demi.
—Está muy mojado —dijo—. Lo estaba lavando, pero...
—¿Estabas lavando a Bruce?
—Sí. Debería haber dejado que lo hiciera Matty, pero todavía
está dormida, y yo esperaba poder secarlo antes de que se levantara Elizabeth.
La niña comenzó a saltar en los brazos de Demi, y sus gritos por el mono se
intensificaron.
—Qué detalle más bonito —dijo Demi, y se acercó a él.
—Mira, quizá deberías llevártela de nuevo a la casa —de ese
modo, Demi
también se iría y él podría pensar en qué decirle.
—Creo que ya es demasiado tarde —observó Demi mientras Elizabeth comenzaba a
protestar airadamente y a estirarse hacia Joseph.
Él intentó no prestarle demasiada atención a la calidez que
desprendía la mirada de Demi. Ella no sabía lo que le convenía.
—Quizá no sea demasiado tarde. A lo mejor olvida lo que ha
visto si tú la distraes. Yo sacaré a Bruce, lo escurriré y lo colgaré en el
tendedero. Posiblemente esté seco para el mediodía.
Demi lo miró con una sonrisa dulce.
—Sácalo ahora. No creo que Elizabeth pueda esperar hasta el
mediodía.
—Pero estará muy mojado. Y Dios sabe qué aspecto tendrá
después de que lo haya escurrido. Posiblemente parezca un alienígena.
—A ella no le va a importar. Necesita a ese mono, Joseph.
Él suspiró con resignación.
—Está bien.
Elizabeth alborotó mucho mientras él retorcía a Bruce para
quitarle tanta agua como fuera posible. Demi intentó alegrarla para que no se
enfadara, pero se estaba enrabietando por momentos. Vaya, estaba montando un
buen jaleo. Si su padre estuviera allí, le habría dado un bofetón tan fuerte...
se dijo Joseph.
Dejó dé estrujar al mono y se miró las manos. Sí, su padre
habría pegado a la niña. Pero a él no se le había ocurrido hacer semejante
cosa. Y no lo haría por nada del mundo. Podía imaginarse lo que haría su padre
y separarlo de lo que haría él, Joseph Jonas.
Se apartó del fregadero con el mono húmedo entre las manos y
miró a Demi,
que estaba tan ocupada intentando mantener contenta a Elizabeth que no se dio
cuenta de que él la estaba observando atentamente. ¡Él no era como su padre! Y
se había dado cuenta veinticuatro horas tarde.
Soltó un gruñido de frustración.
Demi lo miró.
— ¿Qué ocurre?
—Que soy idiota, eso es lo que ocurre.
Ella sonrió.
—A veces.
Elizabeth se volvió loca al ver a su mono.
—¡Ba, ba! ¡Ba, ba!
—Será mejor que se lo des —dijo Demi, mirando a Bruce—. Tendrá mejor
aspecto cuando se seque.
—Quizá. Aquí tienes, Elizabeth. Aquí está Bruce —dijo, y le
tendió el mono por el rabo.
Elizabeth lo agarró con un gritito de alegría y rápidamente,
se metió la cola de Bruce en la boca. Mientras la chupaba alegremente, el resto
del mono estaba colgando y goteaba sobre los zapatos de Demi.
—Te va a mojar —dijo Joseph.
—No me importa nada. Ahora dime por qué piensas que eres un
idiota, y yo veré si estoy de acuerdo.
—Yo no soy como mi padre, y si lo hubiera entendido antes,
nada de esto habría...
—Un momento. ¿He oído bien? ¿Has dicho que no eres como tu
padre?
—Sí, pero lo he comprendido demasiado tarde. Y ese chiflado
consiguió secuestraros. Estuvisteis a punto de morir porque yo fui un idiota.
—Pero no hemos muerto. Tú nos has salvado —dijo ella, e hizo
que sonara como si él fuera un héroe—. ¿Dónde aprendiste a disparar así?
—Fue mi padre quien me enseñó. ¿Sabes que a algunos niños les
obligan a practicar piano? A mí me obligaba a hacer prácticas de tiro. Macabro,
¿eh?
—¿Y por qué lo hacía?
Joseph odiaba tanto aquellos ejercicios que nunca le había prestado
atención a las razones que le había dado su padre. Y le había dado una.
—Me decía que quería que fuera capaz de defenderme. Quería que
fuera un tipo duro, y que supiera manejar un arma por si acaso me encontraba en
apuros alguna vez —explicó a Demi—. Supongo que, a su manera, estaba
intentando prepararme para la vida.
—Supongo que sí —dijo ella, y se acercó a Joseph t. El mono comenzó a gotear también en sus
botas—. ¿Cuánto hace que no hablas con él?
—Años.
Ella titubeó y después continuó.
—¿Y no crees que quizá... quizá haya llegado el momento de
sacarte un poco de esa amargura, sobre todo sabiendo que no vas a ser nunca
como él?
Él no había considerado la posibilidad de volver a hablar con
su padre, pero al pensarlo, no le parecía una idea tan terrible.
—Quizá. No estoy seguro, pero... quizá.
—Después de todo, las prácticas de tiro han resultado útiles.
Y allí estaba el problema.
—Pero la única razón por la que tuve que disparar fue que lo
había fastidiado todo. ¿No lo ves? Yo cometo errores, errores muy grandes, que
pueden hacer mucho daño a la gente a la que quiero. Y no puedo esperar
solucionarlo todo a tiros.
— Joseph, yo..
—Déjame terminar. Por eso quiero que te olvides de mí. Quiero
que me saques de tu cabeza y de tu vida —dijo. No esperaba sentir un dolor tan
agudo al decirlo. Estaba a punto de jadear por el impacto.
—No, no quieres. Tú no quieres que me olvide de ti.
—¡Claro que sí! ¿Cómo vas a perdonarme que haya puesto en
peligro tu vida y la de Elizabeth, si ni siquiera puedo perdonármelo yo?
— Joseph, no hay nada que
perdonar. Yo no te culpo.
—¡Deberías!
—Bueno, pues no lo hago —respondió ella—. Porque te quiero.
Siempre te querré. Claro que cometes errores, y yo también. Continuaremos
cometiendo errores hasta que estemos compartiendo mecedoras en el porche de
nuestra casa. Los errores son parte de la vida. Y el amor.
Oh, Dios, él quería creerla. Tenía la garganta oprimida y no
podía respirar bien.
—Sólo quiero lo mejor para Elizabeth y para ti.
—Entonces eso lo facilita todo. Te necesitamos a ti —dijo Demi, y levantó la cara hacia él.
—Yo no...
—Sí, te necesitamos a ti. ¿No te acuerdas de que me pediste
que me aferrara a ti?.
—No debería habértelo pedido.
—Es demasiado tarde. Ya me lo has pedido, y yo lo estoy
haciendo. Joseph, yo también vengo con
equipaje. No olvides que tengo un padre muy rico.
—Eso no es culpa tuya.
—Exactamente. Igual que no es culpa tuya haberte criado con
tu padre. Pero los dos tenemos derecho a construir nuestras propias vidas, ¿no?
El hielo que rodeaba el corazón de Joseph
comenzó a derretirse. Ella sonrió.
—Me doy cuenta de que te lo estás pensando. ¿Me quieres, Joseph?
Él no tuvo que pensárselo.
—Te quiero más que a nada en el mundo.
—¿Y a Elizabeth?
Él miró a la niña, que estaba jugando con Bruce entre ellos.
Tenía sus mismos ojos. Ella alzó la manita y le dio unos golpecitos en la
barbilla.
—Sí —respondió Joseph con
la voz ronca de emoción—. Sí, quiero a Elizabeth.
—Entonces, cásate con nosotras —susurró Demi —. Te necesitamos. Y tú nos
necesitas.
Joseph miró a Demi a los ojos, y el calor lo envolvió y se
llevó el frío que lo había atenazado desde el momento en que había recobrado la
consciencia y había descubierto que ellas no estaban.
—Abrázanos —pidió Demi.
Lentamente, él obedeció. No se merecía aquello, pero quizá
pudiera trabajar para merecérselo.
—¿Nos aceptas como tu fiel esposa, hija y mono empapado?
—preguntó Demi,
suavemente.
Con un gruñido, Joseph las
abrazó con fuerza y el mono soltó más agua que cayó en sus botas como una
cascada. Fue difícil, pero con algunos ajustes, logró rozar los labios de Demi con los suyos.
—Sí —murmuró—. Os acepto.
Epílogo
Un año después, en la inauguración del Happy Trails Children
's Ranch.
Demi colgó el teléfono y se dirigió
apresuradamente hacia su dormitorio, recorriendo con mirada cariñosa el suelo
de madera, las altas ventanas y la chimenea de piedra. Después de unos meses, Joseph y ella habían encontrado aquel precioso
lugar a pocos kilómetros del Rocking D. Y ese día, la casa estaba adornada para
una fiesta.
Decidió no prestarle atención al ligero calambre que sintió
en el vientre. No se pondría de parto justo aquel día.
— Joseph.
Entró al dormitorio donde su marido se estaba abotonando la
camisa blanca. Dios, era impresionante. Se acercaban a su primer aniversario y
él la excitaba más que nunca.
—Han llamado del despacho del gobernador para decir que va a
llegar un poco tarde, pero que su esposa y él estarán aquí a tiempo para cortar
la cinta de la inauguración.
—No pasa nada —respondió Joseph
mientras se abotonaba los puños—. Travis se ha ofrecido a hacer algunos trucos
de magia y entretener a la prensa si necesitamos ganar tiempo.
Ella se rió.
—Me imaginaba que Travis sugeriría algo así. Pero no tiene
que preocuparse por el entretenimiento. Sebastian y mi padre están dando un
espectáculo en el patio, transmitiendo órdenes contradictorias a los equipos de
televisión. Es como una batalla entre George Lucas y Steven Spielberg —dijo. En
aquel momento, sintió otro calambre. Probablemente no era nada—. Por supuesto,
Boone está intentando mediar.
—Pues le deseo suerte —dijo Joseph
sonriendo mientras se metía la camisa por los pantalones negros—. Ha sido un
buen detalle de mi padre mandar esa enorme planta y la tarjeta, ¿verdad?
—Pues sí, ha sido muy agradable —respondió ella. Estaba
entusiasmada porque Joseph y su padre
hubieran comenzado a comunicarse, aunque Demi sabía lo difícil que era para ambos.
—Estoy casi listo —dijo él, y comenzó a ponerse el cinturón.
—Bien. Así podrás ayudar a Boone a poner paz —respondió Demi. Se concedió un momento más para
devorar a su marido con los ojos, pero desgraciadamente, no podía retrasarse.
Era la anfitriona del evento y tenía sus deberes—. Bueno, voy a ver cómo van
las cosas en la cocina —dijo, y fue hacia la puerta—. De veras, si alguna vez
Gwen quisiera dejar el negocio del hotel, podría montar un magnífico catering.
Shelby, Matty y yo estamos impresionadas, lo cual está muy bien, aunque nos ha
hecho trabajar como esclavas.
— Demi.
Ella se volvió con un cosquilleo de placer. Cuando él
pronunciaba así su nombre, como si fuera la sílaba más importante del inglés,
se derretía.
—Ven aquí un segundo —pidió él.
—No tenemos tiempo —dijo Demi, pero sin poder evitarlo se
acercó a él. Demonios, otro calambre. Aunque ya no podía llamarlos calambres.
Aquello había sido una contracción evidente.
Él la abrazó.
—El día en que no tenga tiempo para abrazar a mi mujer será
un día muy triste —dijo, y le miró el vientre—. ¿Estás bien?
No podía ponerse de parto en aquel momento. No podía.
—Estupendamente.
Él la miró a los ojos y sonrió.
—¿Estás segura de que todo esto no es demasiado para ti? Me
refiero a que el doctor Harrison te dijo que podías dar a luz cualquier día de
estos, y yo sigo pensando que deberíamos haber dejado la inauguración para
después del nacimiento.
—¿Estás de broma? No podíamos posponer algo como esto. Es
nuestro sueño hecho realidad, Joseph, y
vamos a ayudar a muchos niños. Estoy impaciente porque la semana que viene
lleguen los primeros ocupantes de las casitas. Sólo porque me sienta como si
estuviera embarazada de doce meses no voy a dejar de disfrutar de éste momento
tan especial...
Otra contracción.
—¿Y cómo es posible que estés tan embarazada y tan sexy al
mismo tiempo?
—Es un talento especial —respondió ella. Otra contracción.
Vaya. Quizá debiera mencionárselo a Joseph,
por si acaso.
—Un talento especial, ¿en? Pues a lo mejor deberíamos tener
veinte niños, porque...
—Espera un momento —dijo, y le puso la mano sobre la boca—.
¿No es eso...?
—¡Los bebés están llorando! —Elizabeth entró cómo un rayo en
la habitación, con un mono de peluche en la mano, y tiró del vestido de Demi —. ¡Ven a ayudar a la abuela Lu y
a la abuela Dell!
Demi miró con desesperación a su hija, que
hacía unos minutos parecía un ángel.
—Elizabeth, ¿qué tienes en el vestido?
La niña se miró la ropa. La tela rosa de la pechera estaba
manchado de algo verde. Cuando miró hacia arriba de nuevo, un lazo rosa le colgaba
por encima del ojo.
—¡No sé, pero los bebés están llorando, mami!
—¡Elizabeth! —gritó Josh, que entraba en la habitación
buscándola—. Ven conmigo. La abuela Lu y la abuela Dell nos necesitan.
—Será mejor que vayamos a ver qué ocurre —sugirió Joseph.
Mientras Demi seguía a Joseph
por el pasillo hacia el dormitorio que había declarado guardería por aquel día,
Josh y Elizabeth corrían delante de ellos. Estaba claro que los bebés estaban
llorando detrás de la puerta cerrada. Y Demi notó otra contracción.
Josh abrió la puerta.
—¿Lo ves?
La madre de Demi, Adele, alzó la vista mientras luchaba
por cambiarle el pañal a Patricia, la niña de tres meses de Boone y Shelby, que
no dejaba de aullar. Fuera lo que fuera lo que Elizabeth tenía en el vestido,
Adele lo tenía en el pelo. Parecía pintura verde. Y su madre también tenía baba
de bebé por todo el vestido.
— ¡Oh, gracias a Dios, Demi! —Gritó por encima del alboroto—. ¿Puedes
sacar a Rebecca de ese cajón?
Demi se encaminó hacia Rebecca. La niña de
ocho meses de Sebastian y Matty estaba gritando como una loca.
—¡Se metió ella sola y no sabe salir! —gritó Luann a modo de
explicación mientras continuaba meciendo a la niña de cuatro meses de Gwen y de
Travis. La habían llamado Luann, como su abuela. La pequeña Lulu, como la había
bautizado su padre, tampoco dejaba de llorar.
—¿Qué le pasa a Lulu?
Luann sacudió la cabeza.
—Ha engullido el biberón, como de costumbre, ¡y ahora tiene
suficientes gases como para calentar la ciudad de Denver durante un mes!
Matty, Shelby y Gwen aparecieron por la puerta. Matty, con su
vientre de siete meses de embarazo, ocupaba la mayor parte del espacio. Se puso
la mano en los riñones y preguntó:
—¿Qué ocurre aquí?
Joseph paseó la mirada por la habitación.
—Lo de costumbre —dijo con una sonrisa.
Elizabeth sacudió las manos.
—Yo no estoy llorando —anunció.
Demi se dio cuenta de que su hija también
tenía las manos verdes, y se miró el vestido de lino, del que Elizabeth le
había tirado unos minutos antes. Por supuesto, tenía suficientes manchas verdes
como para hacer juego con el vestido de la niña. Y tuvo otra contracción, en
aquella ocasión, de las fuertes.
—¡Eh, se oye el escándalo desde fuera de la casa! —Dijo
Sebastian, que entró en la guardería detrás de las mujeres, seguido de Boone,
Travis y el padre de Demi —. ¿Qué ocurre?
—Todas las chicas están haciendo ruido —dijo Josh, con aire
de superioridad.
Demi miró a Joseph.
— Joseph no me gusta tener
que decirte esto, pero creo que...
La sonrisa despreocupada de Joseph t se esfumó.
—¿Ya? —preguntó con voz temblorosa.
Demi asintió.
El grupo se puso en acción. Joseph
se apresuró a sacarla de la guardería, Sebastian tomó a Rebecca, Travis a
Elizabeth y Boone a Josh. Las mujeres los siguieron, con las abuelas llevando a
un bebé cada una. Cuando todos entraron en el salón, alguien llamó a la puerta.
El padre de Demi abrió de par en par.
—¿Qué? —bramó.
El reportero de televisión se encogió.
—El... el gobernador y su esposa ya están aquí, señor. Su
limusina acaba de llegar. Y yo me preguntaba si...
—¿Ha venido en una limusina? ¡Magnífico! —Russell se volvió
hacia el grupo que rodeaba a su hija—. ¡Vamos a ir al hospital en limusina!
—gritó—. ¡Vamos! ¡Todo el mundo en marcha!
—¿Y la ceremonia de inauguración? —preguntó Demi mientras Joseph
la guiaba hacia la puerta.
—Puede esperar —respondió Russell sonriendo a Joseph —. ¿Verdad, hijo?
—Por descontado.
Antes de que Demi se diera cuenta de lo que estaba
ocurriendo, el gobernador y su esposa estaban en el porche delantero diciendo
adiós con las manos y todos ellos estaban apretujados en la limusina, bebés
lloronas incluidas.
—Así que —gritó Sebastian por encima de todo el ruido— ¿qué
va a ser esta vez?
Travis, Boone y Joseph lo
miraron, y después miraron a las niñas, que no dejaban de aullar. Los cuatro
vaqueros sonrieron.
—¡Niño! —dijeron al unísono.
Fin.