viernes, 4 de enero de 2013

Un Refugio Para El Amor Capitulo 17




Joseph condujo todo el día y buena parte de la noche. Demi se ofreció a ponerse al volante, pero él sabía que si ella conducía, él se quedaría dormido. Aun cuando el desfase horario estaba haciendo estragos en su organismo, no quería quedarse dormido mientras ella conducía y dejarla a merced de los peligros que hubiera por el camino.
Demi se inquietó en la cafetería en la que pararon a cenar. Dijo que tenía la sensación de que el secuestrador estaba por allí. No lo había visto, pero le aseguró a Joseph que había desarrollado un sexto sentido para notar su presencia, y Joseph la creyó. Él mantuvo los ojos bien abiertos, pero sabía que sería muy difícil descubrir al tipo. Demi se lo había descrito como alguien de estatura media y pelo castaño, y aquél era el aspecto de un millón de hombres.
Parecía que el mejor plan era seguir conduciendo, así que continuaron el viaje hasta que Joseph temió que sería un peligro en la carretera. Finalmente el agotamiento lo venció.
—Tenemos que parar a dormir —dijo a las dos de la mañana, y tomó la salida hacia un motel que estaba muy cerca de la autopista.
—Claro —dijo ella, con un bostezo—. Estaba empezando a pensar que habías decidido viajar sin paradas desde Nueva York a Colorado.
Él detuvo el coche frente al motel.
—No confiaba en mí mismo tanto como para parar a dormir hasta que estuviera completamente exhausto.
—Ah.
Por la expresión de Demi, él supo que no tenía que explicarle nada más.
—Vamos a pedir sólo una habitación por cuestiones de seguridad, pero no tendrás que temer que te ataque. Estoy demasiado cansado.
—Yo nunca he temido que tú me atacaras.
Él la miró fijamente.
—Pues quizá deberías hacerlo.
A Joseph no le volvía loco la peluca rubia y el pesado maquillaje que ella había elegido como disfraz aquel día, pero por otra parte, era algo distinto. Nunca había hecho el amor con ella disfrazada como si fuera una rubia explosiva, y aquello podría ser divertido. Su vestido, con un estampado de cebra, era demasiado ajustado como para ser elegante, pero estimulaba la imaginación.
—Ven conmigo a la recepción. No quiero que te quedes sola en el coche.
—No te preocupes, yo tampoco quiero quedarme —respondió Demi.
Después de inscribirse en el motel, volvieron al coche y condujeron hasta el módulo en el que estaba su habitación. Él sostuvo la puerta para que ella pasara y cuando la vio entrar vestida como una chica de revista erótica, comenzó a perder la paciencia.
Sería mejor que Demi no le tomara el pelo, pensó, y cerró la puerta con más de fuerza de la necesaria.
—Has dado un portazo. ¿Ocurre algo?
—No, nada. Sólo estoy cansado.
—Bueno —dijo Demi a recorriendo la habitación—. No es el Waldorf, pero es mucho más agradable que la mayoría de los lugares en los que he estado últimamente.
Dejó su abrigo y el bolso sobre una silla y se acercó a la ventana para correr las cortinas. Joseph observó las rayas de cebra del vestido moviéndose al compás de su cuerpo. Demonios, aquella mujer era explosiva. Dejó las mochilas en el suelo y dijo con sequedad:
—Deja de enredar por el cuarto y elige cama. Tenemos que dormir.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
—Estás enfadado.
Joseph dejó su sombrero sobre la cómoda y comenzó a quitarse la cazadora.
—Supongo que no tenías otro disfraz mejor para hoy —dijo con sarcasmo.
—¿Qué quieres decir?
—Anoche, cuando te subiste al taxi, ibas disfrazada de vagabunda. En estas circunstancias, ¿no podías haber elegido otro disfraz?
—¿Qué circunstancias? ¡Ah, «esas» circunstancias!
—Pues sí. Primero, me anuncias que no vamos a hacer más el amor. Y después, te vistes con el vestido más ajustado que he visto en mi vida. ¿No te parece que es un poco injusto?
—Para tu información, yo considero que tu traje es igualmente inapropiado.
— ¿El mío? —sorprendido, Joseph extendió los brazos y se miró los botones de perlas de su camisa negra del oeste—. ¿Qué tiene de malo el mío?
—Esta mañana, cuando dijiste que ibas a salir a comprar algunas cosas, yo no tenía ni idea de que habías pensado comprarte ese traje.
Él se había sentido orgulloso por ser capaz de encontrar algo decente que ponerse en tan poco tiempo. Les había dejado a los refugiados toda su ropa, salvo una cazadora de piel de cordero que le había prestado Travis, y la ropa que llevaba puesta. Después de su salida relámpago para hacer compras, se había sentido contento de haber adquirido un traje que podría llevar cuando comenzara a tratar de nuevo con sus clientes.
—No entiendo qué tiene de malo —repitió.
—El corte de esos pantalones es muy... descarado.
—Son ajustados. ¿Es que acaso es un crimen llevar pantalones ajustados?
—¡Querrás decir que son más ajustados que un guante! Llevo todo el día viéndote con esos pantalones, y ahora lo único que me apetece es... —Demi se interrumpió, sonrojada—. Bueno, no importa lo que me apetezca.
«Oh, sí». Si ella se rendía primero, entonces no podría echarle la culpa, ¿verdad? Joseph comenzó a desabotonarse la camisa.
—Tú eres la que impone las reglas, cariño —dijo suavemente.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 16




—Mmm —él continuó pasándose la cuchilla por la mandíbula, pero su pulso ya no era tan firme como antes—. ¿Estás intentando chantajearme?
—No, en absoluto.
—Es posible que funcionara —dijo él—. Te deseo con todas mis fuerzas.
—Ése no es mi estilo. Lo único que quiero es protegernos a los dos.
—Pues quizá hubiera sido mejor que no me lo hubieras contado envuelta en una toalla. Es gracioso pensar que cuando alguien te dice que no puedes tener una cosa, quieras esa cosa por encima de todo.
Ella también lo deseaba. En aquel mismo instante.
—Creo que es lo mejor, ¿no te parece?
Demi, a los hombres nunca les parece que pasarse sin sexo es lo mejor. Pero si es así como quieres que sean las cosas, así serán.
Ella paseó la mirada por la parte trasera de sus vaqueros. Se le había olvidado lo maravilloso que era el trasero de Joseph. Se humedeció los labios.
—Sí, eso es lo que quiero —dijo.
—Pues entonces, deja de mirarme —ordenó él en voz baja—, y ve a vestirte.
—Muy bien —dijo Demi.
Y, con el corazón acelerado, salió del baño.




Steven estuvo a punto de no darse cuenta de que Demi salía del hotel. Sabía que usaría alguna de sus estúpidas pelucas. En aquella ocasión, era rubia. Le producía un gran entusiasmo saber que la chica se estaba tomando tantas molestias para engañarlo, sobre todo porque sabía que al final, iba a perder. El hecho de estar jugando con ella le hacía excitarse de una forma casi sexual. Cuando la atrapara y consiguiera el dinero de Demi., el desafío habría terminado. Quizá fuera tan rico como para que ya no le importaran más los desafíos, pero no estaba seguro de aquello.
El novio de la chica podría representar algún obstáculo, pero la perspectiva de tener un nuevo jugador en la partida hacía que la sangre corriera por sus venas con renovado ímpetu. El novio era, evidentemente, más listo de lo que Steven había pensado al principio.
Steven había estado esperando a que apareciera un tipo desaliñado con barba. Se había dado cuenta de que un hombre alto y bien afeitado había salido a recoger un coche de alquiler, pero no había establecido la conexión porque tenía un aspecto desenvuelto y suave. El traje y el sombrero que llevaba eran del estilo del oeste, pero su apariencia era mucho más elegante que la de ningún otro vaquero que hubiera visto Steven. Incluso su pelo, un poco largo, resultaba moderno. Él no se había dado cuenta de que era el novio de Demi hasta que ella había salido tras él y había subido apresuradamente al coche.
Durante los seis meses anteriores, Steven se había convertido en un excelente ladrón de coches. Su intuición le permitía adivinar qué coche no tenía cerrada la puerta del pasajero. En aquel momento, encontró uno. Ninguno de los viandantes que caminaba por la abarrotada calle se dio cuenta de que entraba en un coche gris y con calma, ponía el cañón de una pistola de juguete en las costillas del conductor.
Cuando le hubo explicado al hombre que lo único que quería era que siguiera al coche blanco de alquiler, el tipo, tembloroso y jadeante, obedeció, tal y como había hecho todo el mundo hasta aquel momento. En cuanto estuvieron en carretera, él soltó el discurso habitual, que estaba llevando a cabo una operación secreta, y le enseñó al conductor el arma de juguete. Su identificación de prensa alterada parecía lo suficientemente oficial como para que la mayoría de la gente lo creyera. En ninguno de sus robos de coches había tenido que sacarse el revólver verdadero de la bota.
Siempre conseguía que los conductores se sintieran cómplices de algo importante, de un alto secreto relacionado con la seguridad nacional. Cuando Demi y su novio se detuvieron en una gasolinera, él dejó que el conductor volviera a su casa y localizó otro chófer. El método funcionó perfectamente, como lo había hecho durante seis meses. Hasta el momento, nadie había resultado herido, y él estaba orgulloso de ello.

Un Refugio Para El Amor Capitulo 15




—Quizá me estuviera poniendo a prueba. Puede que quisiera comprobar si sentía el impulso de usar la violencia contra esos niños.
Ella sabía que había muchas más cosas en su trabajo con los refugiados, pero no iba a discutir con él sobre aquello.
—¿Y te pusiste violento?
—No.
—Entonces has debido averiguar que lo harás bien.
—¡No, no lo sé! Habría que ser un monstruo para ponerles la mano encima a esos niños. Ellos han pasado por tantas cosas, que tener paciencia al tratarlos resulta fácil. Algunos, sobre todo los chicos, intentan ser duros, pero uno se da cuenta de que por dentro están aterrorizados.
«Como tú lo estabas de pequeño». Al observar su expresión de ansiedad, Demi se imaginó al niño asustado que debía haber sido Joseph. Quiso abrazarlo y decirle que nunca tendría motivo para estar tan asustado, pero no se atrevió a traspasar el campo minado que él había establecido a su alrededor.
—Debió de ser terrible —murmuró.
—Sí —respondió él, y miró hacia la calle por el ventanal.
Demi pensó que Joseph había visto, con toda seguridad, su propia experiencia reflejada en los rostros de aquellos niños. Él había sido casi un huérfano, sin madre y totalmente a merced de un padre violento que no sabía querer. Vivir con un padre como Hank Grady no debía de ser muy distinto de vivir en zona de guerra.
—No tendrás que preocuparte de ser violento con Elizabeth —le dijo, suavemente—. Yo estaré ahí.
—No sé cómo hacer esto, Demi. Con los niños del campo de refugiados era fácil. Sólo hay que conseguirles ropa, comida y una cama. Hay que gestionar las donaciones que llegan y conseguirles también algún juguete al que puedan aferrarse.
Al imaginárselo haciendo todo aquello, Demi  se emocionó.
—¿Y los abrazabas cuando tenían miedo?
—Sí, bueno, claro, pero...
—Y cuando estaban tristes, ¿les contabas chistes para hacerles reír?
—Cuando aprendí su idioma sí, pero...
—Y si hacían algo maravilloso, si eran buenos, valientes y generosos, ¿no les decías que eran estupendos?
—Pues claro.
— Joseph eso es lo que hay que hacer, tanto con un niño refugiado de guerra como con Elizabeth. Eso es todo lo que tienes que hacer.
—¡Sabes que eso no es cierto! ¿Y si cometen alguna estupidez? ¿Cómo se consigue que no hagan tonterías?
— Joseph, yo creo, que dentro de lo razonable, hay que permitir que hagan tonterías y dejar que cometan sus propios errores.
Él soltó una carcajada seca.
—Sí, para que se maten, o quizá maten a alguien con esos errores.
Dijo aquellas palabras automáticamente, como si fuera una lección que había aprendido de memoria.
—¿Era esa la forma que tenía tu padre de justificar las palizas que te daba? ¿Que estaba impidiendo que te mataras?
—Algunas veces —respondió él—. Otras veces, creo que sólo lo hacía por divertirse.
«Un verdadero monstruo», pensó Demi.
—Tú tienes que saber que no eres como él.
Joseph no respondió.
— ¡Joseph, tú no eres como él! Estoy segura.
—Será mejor que vayas a ducharte.
En aquel momento, Demi se dio cuenta de que él había levantado su acostumbrado muro defensivo. Y sabía, que una vez que aquello sucedía, no tenía ni la más mínima oportunidad de llegar a él. Pero al menos, Joseph no había visto aún a Elizabeth. Demi se aferró a la esperanza de que la niña, su hija, sería la que derribara aquella barrera.
—Está bien —respondió—. Llamaré para alquilar un coche y no quiero oír nada de que vas a pagar tú.
Demi titubeó. El hecho de permitirle que pagara era casi como si le estuviera proporcionando una forma fácil de librarse de lo importante. Ella no quería su dinero. Quería que formara parte de la vida de Elizabeth, o no quería nada.
—Por favor, J Demi —rogó Joseph. Sus defensas se resquebrajaron un poco—. Es lo que puedo hacer por el momento. Por favor, acéptalo.
Ella tomó aire y asintió.
—Está bien. Por el momento.
—Bien. Llamaré y alquilaré un coche.
Mientras él se dirigía hacia el teléfono, ella entró en el baño y abrió el grifo de la ducha.
Era muy probable que Joseph le rompiera el corazón de nuevo, pensó mientras se metía bajo el chorro de agua caliente. Ella quería creer, con todas sus fuerzas, que cuando él viera a Elizabeth y se enamorara del bebé, estaría dispuesto a reconsiderar lo que pensaba sobre el matrimonio y los hijos.
Pero era posible que eso no ocurriera. Él ya la había dejado una vez, y si el bebé lo asustaba, la dejaría de nuevo. Y teniendo en cuenta esa posibilidad, Demi pensó que no debía seguir acostándose con él. Si se acostumbraba de nuevo a sus caricias, todo sería peor al final. En caso de que él no pudiera adorar a Elizabeth como ella la adoraba, tendría que decirle adiós.
Pero sería mejor que le dijera que no harían más el amor. Tenía que decírselo antes de ponerse en camino hacia Colorado. Tenía que establecer una distancia entre ellos, y estaba segura de que Joseph entendería que ella sólo quería protegerlos a los dos de un posible sufrimiento.
Cerró el grifo, sacó la mano de la ducha y tomó la toalla que había en el toallero. Mientras se secaba entre el vapor, comenzó a oír el ruido de unas tijeras. Se envolvió en la toalla y salió de la ducha. Joseph estaba frente al espejo, vestido sólo con sus vaqueros. Había puesto la papelera sobre la encimera del lavabo y se estaba cortando la barba.
Parecía que ya había terminado con aquella tarea, porque dejó la papelera en el suelo y tomó la cuchilla de afeitar. El olor de la espuma hizo que Demi Lovato recordara otras muchas veces en las que ella había observado cómo realizaba aquella tarea. A menudo, él terminaba la sesión de afeitado haciendo el amor con ella y frotándole la barbilla suave por todo el cuerpo.
Sin embargo, Demi ya echaba de menos la barba. Entonces recordó el voto de abstinencia que acababa de hacer. Que tuviera o no tuviera barba no debía significar nada para ella.
—Ya veo que te estás afeitando.
—Sí. Quiero salir de aquí con un aspecto distinto al que tenía cuando entré, por si acaso tu amigo nos ha visto juntos.
—Buena idea —dijo ella, y siguió observándolo.
Él hizo una pausa y clavó la mirada en el reflejo del rostro de Demi, con los ojos más azules que nunca.
—Si sigues ahí con esa cara, no vas a tener la toalla encima durante mucho más tiempo.
Ella notó una sensación familiar de deseo. Respetar el voto de castidad no iba a ser nada fácil.
—Tenemos que hablar de eso.
Él siguió mirándola en el espejo mientras se afeitaba.
—No estaba pensando en mantener una conversación.
—Teniendo en cuenta nuestra situación, quizá sería mejor que no volviéramos a hacer el amor.
Él se detuvo y entrecerró los ojos.
—¿Nunca?
—Bueno, por lo menos, hasta que... hasta que sepamos cómo es nuestra relación, y tu relación con la niña, y todo eso.

miércoles, 2 de enero de 2013

De Secretaria a Esposa Capitulo 8






Subyacente a su pesimista especulación de los hechos, se encontraba en su deseo de ahondar más profundamente en su herida psique y descubrir la verdad. Aunque, en realidad, le aterrorizaba lo que pudiera encontrarse. Suspirando, se restregó la barbilla con una mano. Pero entonces decidió, casi enloquecido, que la sensación de afecto que podía embargar a un hombre tras haber hecho el amor satisfactoriamente con una mujer ya no le era desconocida. Y se planteó si, en realidad, todo lo que había ocurrido con Demetria había sido precisamente aquello... que había sentido afecto hacia ella.

La puerta se abrió tras él y Demi entró de nuevo en su despacho. La cara de ésta, aunque seguía estando pálida, no estaba tan alarmantemente blanca como lo había estado cuando había salido de la sala.
Joe sintió como un sincero sentimiento de alivio se apoderaba de su ser.
—Lo siento —se disculpó ella, acariciándose un brazo como si tuviera frío—. Repentinamente no me encontré muy bien. Ahora estoy mejor, pero sinceramente creo que debo comer algo. Voy a bajar a la charcutería que hay enfrente para comprarme un sándwich.
— ¡No! Lo que deberías hacer ahora es sentarte y descansar durante un rato. Pediré que suban algo de comida a mi despacho.
—No tienes por qué hacer eso.
Con el teléfono ya en la mano, Joe le dirigió a Demetria una dura mirada, mirada que normalmente empleaba en sus reuniones de negocios cuando alguien se comportaba de manera particularmente perturbadora.

— ¡Sí, sí que tengo que hacerlo! Está bastante claro que necesitas comer algo y descansar, por lo que voy a hacer lo que he dicho. ¿Capisce?
Momentos después, Demetria pensó que la selección de refrescos y aperitivos que el gerente del catering había subido personalmente al despacho de Joe era algo más adecuado para una importante visita que para una asistente personal temporal. Habían colocado la comida en la bonita y brillante mesa que utilizaban para las reuniones.

Tanto Joe como ella se sentaron tímidamente a la mesa para comer. Tras darle varios pequeños bocados a un delicioso sándwich de jamón cocido y mostaza, Demi sintió como desaparecía la sensación de mareo que se había apoderado de su delicado estómago. Pero entonces se percató de que Joe no estaba comiendo en absoluto. Parecía que éste estaba mucho más ocupado mirándola fijamente.
Limpiándose delicadamente la comisura de los labios con la servilleta de lino que tenía delante, frunció el ceño.

— ¿Qué ocurre? ¿No tienes hambre?
—En un momento comeré —contestó él, encogiéndose de hombros.
Como Joe tenía la corbata aflojada, involuntariamente ella pudo ver una línea de vello oscuro bajo la fuerte y bronceada garganta de éste. Sintió como en respuesta a aquel casi tentador detalle se le ponía la carne de gallina.
—Me alegra ver que lo angustiada que has estado antes no ha afectado a tu apetito —comentó él.
—Afortunadamente, soy una de esas personas que normalmente tienen un estómago muy fuerte —bromeó Demi—, ¡Me temo que no muchas cosas me hacen perder el apetito!

—No te disculpes por disfrutar de la comida —respondió Joe, esbozando una sincera sonrisa—. Es un cambio muy agradable ver a una mujer que no considera la comida como su enemigo.

La sonrisa que esbozó Demi fue más vacilante que la de él... y tenía una buena razón para ello. Consciente de que había logrado evitar un desastre al continuar manteniendo a Joe en la ignorancia acerca de su verdadero estado a pesar de su inesperada necesidad de utilizar el cuarto de baño, se sintió temporalmente aliviada al no tener que explicar las cosas más detalladamente. Pero al mismo tiempo se sintió culpable de seguir ocultando algo tan importante. Por una parte deseaba decírselo en aquel mismo momento, deseaba confesarle la verdadera causa de su angustia... aunque no se sentía preparada ni lo bastante valiente como para hacerlo. Además, se preguntó a sí misma si era un error querer disfrutar de la preciosa sonrisa de Joe durante un poco más de tiempo antes de provocar su desdén.


Las seis menos cuarto de la tarde, Demi llamó a la puerta del despacho de Joe, la todavía inquietantemente abierta puerta entre los despachos de ambos, y se armó de valor para preguntarle si había pasado el día de prueba.
Pensó que, a juzgar por la manera en la que había marchado el trabajo, las cosas habían salido muy bien ya que no había habido ninguna complicación. Pero simplemente no podía saber cuál sería la decisión de Joe. Sin duda, éste todavía estaba superando la impresión que le había causado volver a verla y que ella quisiera formar parte de su plantilla. Tras el atento detalle que había tenido al suministrarle aquella deliciosa comida, él se había centrado en el trabajo y apenas le había hablado. Sólo lo había hecho cuando había sido estrictamente necesario, como, por ejemplo, cuando le había dado las gracias de manera distraída al llevarle ella un café.
— ¡Pasa! —contestó Joe.

Impresionada al ver que él estaba poniéndose la elegante chaqueta que había estado en el respaldo de su silla, claramente preparándose para marcharse, sintió como se le aceleraba el pulso.
— ¿Te vas a marchar? —le preguntó.
— ¿No te parece que ya he trabajado bastante por hoy? —contestó Joe, esbozando una irónica sonrisa.
Demi se ruborizó.
—No he querido decir que no deberías marcharte —dijo con torpeza—. Sólo quería preguntarte si he pasado el periodo de prueba.
— ¿El qué?

—Dijiste que ibas a ponerme a prueba durante un día... supongo que para comprobar si podía hacer bien el trabajo.
—Oh, eso —respondió él, encogiéndose de hombros de manera desdeñosa como si se hubiera olvidado de todo aquello. Entonces miró a Demetria con seriedad—. ¡Desde luego que debes quedarte! No es ideal, desde luego, pero ya es demasiado tarde para que manden a otra persona que trate de atar cabos. Además... necesito que actúes como mi anfitriona esta noche, en la fiesta que voy a celebrar en mi casa.

La tranquila afirmación de Joe, como si ya hubiera asumido que Demi accedería, la ofendió levemente.

Por muy extraño que fuera, ella quería mantener aquel trabajo, pero había estado deseando secretamente darse un baño de agua caliente que la ayudara a relajarse tras todas las sorpresas que le había deparado aquel día. Por no hablar de que quería tener tiempo para decidir cuándo y cómo iba a confesarle a su nuevo jefe el secreto que estaba guardando...

De Secretaria A Esposa Capitulo 7





Aquella noche en la fiesta a la que no había querido asistir, la noche en la que había visto a Joe por primera vez, se había sentido profundamente impresionada ante las intensas ansias que había sentido por estar con un completo extraño. Abrumada por él y por el deseo que Joe parecía sentir a su vez por ella, y todavía dolida por la amarga experiencia con su ex, se había permitido sucumbir ante la experta y maravillosa seducción del italiano. Pero por la mañana había visto las cosas con más calma y, diciéndose a sí misma que probablemente había vuelto a cometer un colosal error con otro hombre, se había marchado apresuradamente sin darse la oportunidad de hablar con Joe ni de pensar con claridad...

—Yo estaba... estaba superando una ruptura que había ocurrido antes de haber viajado a Italia —dijo.
El aire acondicionado que había en la sala provocó que los escalofríos que estaba sintiendo al recordar todo aquello se hicieran aún más intensos.
—Así que te acostaste conmigo por despecho, ¿no es eso lo que estás diciendo? —preguntó él, empleando un amargo tono de voz.

— ¡No! ¡No estoy diciendo eso en absoluto! ¡No me acosté contigo por despecho!
—Entonces tal vez yo fui una especie de premio de consolación porque tu novio te había rechazado.

Tras escuchar la opinión que se había formado Joe de lo que había ocurrido en Milán, Demi intentó tranquilizarse y hacerle entender la verdadera situación.
—Por favor, préstame atención —le pidió, acercándose al enorme escritorio que la separaba de él, el cual estaba sentado al otro lado de éste—. Mi ex novio no me rechazó... por lo menos no lo hizo de la manera que tú piensas. Acabábamos de comprometernos en matrimonio cuando lo encontré en la cama con otra mujer... con su amante.

Parte de la tensión que había reflejado la cara de Luca pareció desaparecer, aunque sus cautivadores ojos azules seguían reflejando a su vez demasiada sospecha.
— ¿Tu ex novio era un hombre rico?—preguntó.
—Era un exitoso corredor de Bolsa.
—Muchos hombres ricos tienen amantes. Tal vez no sea algo tan impactante como piensas. Demetria.

Ella se preguntó qué era exactamente lo que le estaba diciendo Joe. Pensó que tal vez le estaba dando a entender que él mismo también tenía una amante. Repentinamente no pudo soportar el sufrimiento que aquella posibilidad le causó. Se planteó que quizá debía recibir algún tipo de terapia para evitar elegir a aquel tipo de hombres. Entonces suspiró profundamente y se preguntó si la situación podría mejorar.

—Bueno, pues a mí me parece muy impactante —declaró acaloradamente—. Si no puedes confiar en la persona con la que pretendes pasar el resto de tu vida, entonces... ¿en quién puedes hacerlo? Hayden me mintió. Me hizo creer que era una clase de hombre muy distinta a la que en realidad era. ¡Yo jamás podría mantener una relación con alguien que necesitara tener a otra mujer a su lado! La idea me parece detestable... y lo sería para la mayoría de las mujeres normales, estoy segura.

—Ésa es tu opinión. Pero... ¿por qué te marchaste de mi cama a la mañana siguiente sin decirme que pretendías irte? Es algo que todavía no comprendo.
—Tenía miedo —contestó Joe, encogiéndose de hombros. Se le revolucionó el corazón y se sintió levemente mareada. Sintió náuseas y una necesidad imperiosa de ir al cuarto de baño más cercano.
— ¿De qué? —quiso saber Joe.

— ¿No puedes imaginártelo? ¡De volver a hacer el ridículo de nuevo con un hombre! Lo siento... ¡pero tengo que ir al cuarto de baño!
Dándose la vuelta apresuradamente, ella apenas fue consciente de la dirección que tomaron sus pies. Se sintió muy desorientada y le fue difícil centrarse.
— ¿Demetria?

La preocupación que reflejó la voz de Joe le sorprendió. Pero estaba demasiado decidida a llegar al cuarto de baño más cercano antes de hacer el ridículo de una manera que no quería ni imaginarse. Abrió la puerta del despacho de Joe y salió a un pasillo enmoquetado. Sin vacilar ni un segundo, se dirigió al servicio de señoritas que había al final de éste.

Alarmado al haberse percatado de lo rápido que la cara de Demetria había palidecido, Joe se levantó de la silla de cuero de su escritorio y la siguió al servicio de señoritas. Abrió la puerta y, preocupado, oyó el sonido de unas arcadas que provenía de dentro de uno de los cubículos.
— ¡Demetria! —La llamó, siguiendo la dirección del sonido—, ¿Estás enferma? ¿Qué te ocurre? ¡Dímelo!

—Por favor... —contestó una débil voz— simplemente déjame en paz. Estaré bien en un momento.
— ¿Necesitas ayuda? Tenemos una doctora en el edificio. Voy a ir a buscarla...
— ¡No! ¡Por favor, no lo hagas! Ya te lo he dicho; en unos minutos estaré bien. Simplemente permíteme que me recomponga.

Sin confiar en que aquello fuera lo más inteligente, Joe se percató de que no tenía otra opción más que darle a Demetria unos pocos minutos para que pudiera recuperarse de lo que fuera que la había puesto enferma y desear que no tuviera nada serio.

Regresó a su despacho de mala gana y estuvo dando vueltas por éste durante unos momentos. Se sintió muy intranquilo al no saber qué le ocurría a Demi. Mientras la esperaba, pensó en lo que ésta le había contado de su ex novio y en que lo había encontrado en la cama con otra mujer.

Su amigo Hassan había descrito a Demetria como una mujer inocente. Él estuvo de acuerdo en que aquélla era la impresión que la dulce cara y la delicada voz de ella tan cautivadoramente transmitían, pero al mismo tiempo sabía que era una mujer capaz de entregar la clase de pasión que provocaba que el corazón de un hombre latiera tan rápido que éste se olvidara hasta de su propio nombre cuando estaba en sus brazos.

Sintió como un vertiginoso e intenso calor se apoderaba de su cuerpo al recordar la noche que había compartido con Demi...

Se preguntó si lo que le había contado acerca de su ex novio y de la amante de éste sería verdad. Si era cierto y ella realmente había amado a aquel hombre, podía comprender el gran daño que le habría causado una traición de tal envergadura. Pero no conocía a Demetria suficientemente bien como para saber si estaba diciendo la verdad o no.

Todo lo que sabía era que su inesperada y repentina marcha antes de que él se hubiera despertado aquella mañana en Milán le había confundido y molestado, así como también había provocado que se cuestionara su propio juicio.

Si ella hubiera intentado ponerse en contacto con él poco después para disculparse o para explicarle qué había ocurrido, tal vez... sólo tal vez... la habría perdonado. Pero durante aquellos tres meses sólo había obtenido un sepulcral silencio por parte de Demetria y en aquel momento, en realidad, no conocía las intenciones de ésta.

Ella era la primera mujer desde hacía más de tres años, desde el fallecimiento de Sophia, que había captado su atención, pero el comportamiento que había tenido tras la noche que habían pasado juntos había sido más que lamentable.

Él había sentido una asombrosa conexión entre ambos y no sólo a nivel físico. Demetria tenía algo que le había hecho revivir unos sentimientos que había creído que estarían dormidos para siempre. Había estado durante mucho tiempo viviendo una vida casi insensible, pero entonces la había visto a ella al otro lado de aquella abarrotada sala y... ¡con sólo verla se le había revolucionado la sangre en las venas! No sabía cómo explicar algo tan misterioso. Tal vez la verdad era que en aquel momento había estado débil y vulnerable emocionalmente y que había fantaseado con que la conexión entre ambos era mucho más significativa de lo que en realidad había sido.