La familia de Miley
había abierto los regalos y terminado la comida de Navidad cuando sonó el
timbre. Ella estaba recogiendo los platos, mientras su madre y su cuñada
intentaban que los niños se echaran la siesta.
Los últimos días
habían sido muy difíciles. Había creído que estar con su familia la ayudaría a
suavizar el dolor que sintió al dejar a Nick. En cambio, los niños de su hermano la recordaban a
los niños que podría haber tenido con Nick, el muérdago que había en la cocina le recordaba a Nick.
Eran
pensamientos fútiles, pero no podía evitarlos. Lo echaba de menos, y la
aterrorizaba pensar que nunca dejaría de quererlo.
—Oye, Liv —llamó
Butch—. Tienes visita.
Sintió cierta
aprensión. No era
Nick, se dijo. Si la amenaza de enfrentarlo a su padre y a su hermano no lo había
asustado, sin duda lo habría conseguido la declaración de amor. Recordaba con
dolor la conversación y la cara de asombro que puso Nick.
—Un momento
—dijo, aclaró un plato y lo dejó en el fregadero.
—Nick Nolan, ¡caray! —dijo
Butch, sacudiendo la cabeza.
Miley se quedó
helada.
—¿Cuándo volviste
a encontrarte con Miley?
Nick la miró y Miley
se estremeció al ver la determinación de sus ojos.
—Es una larga
historia —dijo—. Feliz Navidad, Miley.
—Feliz Navidad
—balbució ella, con un nudo en la garganta. Él llevaba vaqueros y una chaqueta
jaspeada y parecía totalmente seguro de sí mismo. Estaba tan guapo que le dolía
mirarlo. Que Dios la ayudara, lo había echado mucho de menos.
A pesar de su
pánico, Miley percibió la incomodidad de su hermano. La curiosidad de su padre
era palpable.
—Nick vive en Richmond —explicó—.
Es muy buen abogado.
—Vaya, hombre
—dijo su padre, examinando a Nick—.
Recuerdo que eras un chaval muy listo. Así que Miley y tú os
encontrasteis en Richmond.
—Sí —dijo Nick con una mueca
irónica—. Miley lleva un mes viviendo conmigo.
A Miley se le
paró el corazón. Oh, no, no podía haber dicho eso. No lo había oído
correctamente. Sin embargo, el silencio asombrado de su padre y hermano cayeron
sobre ella como una tonelada de ladrillos.
—¿Has dicho que
mi hermana lleva un mes viviendo contigo? —preguntó Butch.
Miley oyó el tono
protector de su voz y se estremeció. Butch había dejado atrás su época de matón
pero seguía siendo bastante bruto para ciertas cosas y la vida amorosa de Miley
era una de ellas.
—No es lo que
parece —se apresuró a intervenir, mirando de su hermano a su padre. Su padre
parecía necesitar que alguien le golpeara la espalda para recuperar la
respiración—. Era vecina de Nick,
mi casa se incendió, él me salvó del fuego y se quemó las manos, luego
dejó que me quedara
en su casa hasta encontrar otro apartamento…
Butch se estaba
poniendo colorado. Puso los brazos en jarras.
—Entonces no
intentaste aprovecharte de mi hermana.
Nick miró a Miley, y
ella se quedó sin respiración al comprender lo que seguiría.
—No puedo decir
que no me aprovechara de la situación.
Miley notó en su voz
que intentaba decirle algo ¿Por qué estaba allí? ¿Qué estaba haciendo?
—Pero será…
—exclamó su padre levantándose de un salto.
—Maldito hijo de…
—aulló Butch.
—¡No! —gritó Miley,
aterrorizada de que Butch le rompiera la nariz por segunda vez.
Butch lanzó un
puñetazo.
La mano de Nick se disparó,
parando el golpe.
—Me hiciste eso
hace veinte años, Butch. No vas a volver a romperme la nariz —dijo, mirándolo
con dureza—. No he terminado de hablar.
—Entonces más
vale que lo hagas rápido, hijo —refunfuñó el padre de Miley, ceñudo.
Nick apenas parpadeó.
Se volvió hacia Miley.
—Quiero que te
cases conmigo.
A Miley todo
empezó a darle vueltas.
Su madre y su
cuñada aparecieron en el umbral; Butch y su padre parecían totalmente confusos.
Miley se
controló. ¿Cuántas veces había deseado que Nick la amara de verdad? Negó con la cabeza, su familia
desapareció. Sólo veía a
Nick.
—Ya he jugado a
ser tu prometida. No quiero…
—No quiero que
seas mi prometida, Miley —dijo él
acercándose—. Quiero que seas mi esposa.
El corazón le latía
a tal velocidad que Miley temió desmayarse.
—No sé… no puedo
—balbució, incapaz de concentrarse.
—Te quiero —dijo
Nick.
—No digas eso
—exclamó, a punto de echarse a llorar—. No digas que me quieres si no es en
serio. No…
—Te quiero Miley
—Nick le
acarició la mejilla—. Quiero que estemos siempre juntos. Quiero ser tu amigo y
tu amante. Quiero ser tu esposo.
—No creí que
pudieras llegar a quererme —susurró ella.
—Te equivocaste.
—Bueno, si te
casas con él, no importará si suspendes —intervino su padre.
Miley se puso
rígida. El miedo de que
Nick dominara su vida resurgió como un demonio.
—Miley no
suspenderá —afirmó Nick
mirándola—. Es una mujer extremadamente inteligente —dijo, como si
fuera algo indudable—. Se merece la mejor educación. No me necesita para tener
éxito, pero haré lo que esté en mi mano para ayudarla. Si ella quiere, puede
contar conmigo.
En ese momento
el corazón de Miley estalló en mil pedazos y después todo encajó en su sitio.
Las lágrimas surcaron sus mejillas. Casi no podía creerse que se había
enamorado de un hombre tan increíble, que no sólo la quería, sino que además
estaba resuelto a ayudarla a lograr sus sueños. Podía entregarle su alma a Nick. Aunque a su
mente le costara aceptarlo, su corazón estaba convencido de ello.
—Me casaré
contigo. Pero tendrás una vida muy liosa —advirtió.
—No aceptaría
otra respuesta —dijo Nick,
la tomó en sus brazos y le limpió las lágrimas.