miércoles, 28 de noviembre de 2012

Caperucita y El Lobo Capitulo 31





En algún lugar en el fondo del bosque, un ciervo raspaba sus cuernos árbol tras árbol esperando la llegada de la siguiente estación. El corazón de Demi se aceleró, sus músculos muy inquietos, ansiosos por la caza. Si ella los perseguía, huirían. Probablemente no los cogería, pero no importaba. Ellos huirían.
El pensamiento entró en su mente y su cuerpo obedeció. Se deslizó a través del bosque con gracia y una rapidez que desafiaba la razón, desafiaba la gravedad.
Ella sabía cosas, dónde el tronco que no podía ver cruzaba su camino más adelante, qué tan bajo las partes espinosas de una rama colgaban en la oscuridad, qué piedras golpear a través de la corriente para no caer en el agua.
Sabía cuándo girar a la izquierda, a la derecha o cuándo cambiar de dirección para ahorrar tiempo en la larga carrera. El boque le hablaba, le contaba secretos, le daba la bienvenida a su seno. La naturaleza, el bosque, las plantas y los animales, eran partes de un todo y ella también lo era.
Los ciervos fueron más allá de un matorral a quinientos metros de distancia, pastoreando en el escaso pasto del suelo del bosque. No la habían olido acercarse en dirección del viento u oído correr con sigilo, manteniendo blandas la tierra y las plantas. Aminoró, perfumando el viento, localizando su posición exacta sin siquiera verlos. Sí. Ellos estaban ahí, un novillo y dos más viejos. Dos estaban al final de su ciclo, el tercero estaba listo para el apareamiento. Todo esto vino a Demi con el aire, pero había algo más, algo familiar pero fuera de lugar.
Tarta de manzana con nuez y arándano. Ella había llevado tres a la Abuela ayer.
La esencia era única, pero diluida por la distancia. La abuela debe tener las tartas cerca de la pantalla en la ventana. Demi quería ver a la Abuela así que volteo lejos del ciervo y fue a verla. Así de simple. Sin complicaciones. Su instinto de lobo tomaba las decisiones fácil pero algo en el fondo de su mente se quejaba que fácil no era lo mismo que mejor.

Era muy difícil pensar ahora. Demi estaba perdida en la rápida demanda de sensaciones, flotando a través del bosque, los músculos de sus piernas bombeando como los pistones de un motor bien afinado. Una con el bosque, ella esquivó y saltó, giró a la izquierda, giró hacia la derecha, moviéndose sin problemas a través de la oscuridad del bosque. No era nada como lo que conocía y no quería que terminara. Pero cuando rompió la línea del bosque en el patio trasero del asilo de ancianos Green Acres, todo cambió.

Cabeza abajo, ella corrió a lo largo de las sombras, abriéndose camino hasta el borde del edificio. Las puertas de vidrio a lo largo de la pared trasera estaban todas cerradas, pero las luces de la esquina interior arrojaban un resplandor miel suave y encendieron la sala de recreación lo suficiente para que Demi pudiera ver al grupo de personas reunidas en torno a la televisión. Se deslizó fuera de la esquina, la luz interior y la oscuridad de la noche la hacían prácticamente invisible.
Demi buscó una cara familiar, preocupada de que su cerebro de lobo no reconociera a su abuela cuando la viera. Ella miró a los hombres de avanzada edad dormir en camas reclinables y se detuvo sólo un minuto para estudiar las características de la mujer entre ellos tejiendo. Había una mujer en la silla mecedora leyendo bajo una de las lámparas de la esquina y otra sentada en un asiento de amor mano a mano con una oferta hacia el futuro hacia un hombre de edad avanzada. Esos dos eran los únicos que parecían estar viendo la exuberante televisión evangelista. Pero Demi no los reconocía. No reconocía a nadie de ellos.
Abuela, ¿dónde estás? El cerebro de Demi estaba confuso, lleno con embriagadores aromas y sonidos, con los instintos de su mitad lobuna. Había demasiado, demasiadas distracciones. Pero ella sabía cómo lucía Abuela ¿no? Sí.
Ella la recordaba la manera en que hacía sentir a Demi, lo que significaba para ella.
Ninguna de esas personas era la Abuela. Demi se volvió y corrió a lo largo del edificio, evitando el derrame de luz emitida por las ventanas. Siguió el borde alrededor de las esquinas, hacia las alcobas y luego fuera de nuevo. Finalmente, llegó a la parte trasera del edificio donde cuatro ventanas estaban de manera uniforme a lo largo de la fachada. La primera pasaba por alto el patio trasero, por el borde del bosque cerca de las últimas tres. La suite de la Abuela. La luz de la habitación de la Abuela lanzaba una estela de luz en el bosque, iluminando a tono un rectángulo de follaje.
Demi circuló fuera del borde de la luz, con cuidado de no ser vi esta.

Las cortinas de encaje de la Abuela eran elaboradas, pero las pesadas cortinas estaban retiradas a los lados, exponiendo la habitación a cualquiera que se atreviera a mirar.
Abuelita. Demi la reconoció al instante. La anciana se sentó con estilo en su cama de hospital, con la parte superior de su cuerpo en ángulo para que pudiera ver la televisión. Con un control remoto en una mano, se colocó un tenedor en la otra, suspendido sobre una tarta de arándanos agrios con manzana y nuez esperando en una bandeja sobre la mesa que estaba en la cama. Sus pies se movieron a un ritmo feliz bajo la manta, acurrucando en su boca una media sonrisa, aún trabajando en su último bocado. Estaba feliz y los músculos de Demi se relajaron, liberando una tensión que no había visto antes. La abuela estaba segura y cuidada para la transformación en caso de que no pudiera revertirse. Demi  se estremeció ante la idea.
Ella no estaría atrapada como ella, ¿verdad? Las viejas historias siempre habían tenido un pobre desgraciado que sabía que había sido mordido y qué podía hacer para regresar a su forma humana. La recuperación de su vida era una lucha, pero siempre lo intentaban, siempre se revolcaban en la negación.
Por supuesto, en la mayoría de los casos, no tuvo éxito y se terminó transformando en el peor momento posible. Los aldeanos se atormentaban pensando que podían atacar a los niños, y eso les daba una buena razón para darles una muerte brutal. Demi se estremeció una vez más e hizo una nota mental sobre dejar de ver tantas películas de terror. Estaría bien. Esto no podría ser un estado mpermanente y los aldeanos casi nunca irrumpirían en estos días. La abuelita dio otro bocado a la exquisita tarta, su sonrisa se hizo más amplia y la masa salió de sus labios. Inclinó la cabeza hacia atrás, bailando el tenedor en el aire como un conductor. Demi nunca se había dado cuenta de lo largo y hermoso que era el cabello de su abuela. Como un manto de nieve blanca y fina, que parecía una hoja brillante que abarcaba desde la espalda hasta su trasero. Blancos rizos se agrupaban alrededor de sus caderas, provocando pequeñas cosquillas en sus mejillas.

Dios, ¿qué era lo que el mundo trataba de decirle a Demi? ¿Por qué no le dio un último abrazo, un beso en el pasado? Quería escuchar la voz de la abuelita, sentir su mano suave en su mejilla, diciéndole que la vida era más que la pérdida y el dolor. Ella quería ir a ella ahora. Demi dio un paso, sus pies y la cabeza fueron  bañados por la luz de la habitación de la Abuelita. Se detuvo, su instinto humano le dictaba que se detuviera. No podía. El miedo era demasiado grande. Su mirada de lobo no estaba dispuesta a confiar en los seres humanos, incluso en los que amaba.
Al retroceder, volvió a las sombras de nuevo. Otra vez. Si ella se quedaba de esta manera, Demi seguiría tratando de superar el grito de sus instintos de lobo. Pero, por ahora, incluso si ocurría que siguiera siendo un lobo tierno siempre, los aldeanos creían que era vandalismo, lo importante es que Demi sabía que la abuela estaba a salvo. Llamaron a la puerta de la Abuela y atrajeron la atención de Demi.
—Ven —dijo la abuela, las palabras más cantadas de lo indicado. La puerta se abrió y un hombre de cabello oscuro asomó la cabeza por la grieta—. Hola, mamá. ¿Estabas durmiendo?
—¿Patrick? —La mano de la Abuela se redujo a la cama, dejando el tenedor a distancia y al MTV olvidado—. No... no estoy dormida. ¿Eres tú, Patrick?
El cerebro de lobo de Demi tenía problemas con las palabras. ¿Papá? Demi se enfiló hacia adelante, la luz tocaba sus pies y su hocico. El hombre sonrió, entró y cerró la puerta detrás de él.
—¿Cómo está mi chica? —Guapo, sofisticado con su traje a medida, el hombre le era familiar, pero Demi no sabía por qué. Él estaba densamente construido, como un luchador alto, con hombros anchos, una mandíbula cuadrada y una nariz prominentemente románica. Había canas en sus sienes, el color apagado era aún más notable en contra de la oscuridad absoluta de su pelo bien recortado.
Él mantuvo su mano derecha escondida detrás de él cuando entró en la habitación de la abuelita. Cuando llegó a su cama, se inclinó y la besó en la frente y luego le ofreció el ramo de rosas blancas que escondía.
Demi resopló. Eran hermosas, pero no eran las favoritas de la abuelita. Las violetas. La abuela haría cualquier cosa por un puñado de violetas. Los pensamientos de Demi fueron probados por la expresión de la abuelita.

—¡Oh, uhmm, querido! Son... uhmm. ¿Podrías ponerlas en agua por mí? Hay un florero por ahí, uhmm. —La abuela sacudió el tenedor hacia la puerta del baño.
—Claro, mamá. —Ese hombre no era Patrick Lovato. El padre de Demi nunca hubiera traído a su madre las flores equivocadas. Una vibración extraña tarareó en su pecho, un gruñido llenó sus oídos. Le tomó un segundo darse cuenta que el gruñido venía de su interior, la ira se manifestaba en su forma de lobo de nuevo.

Le gustaba. En el momento en que el extraño impostor salió de la habitación, la abuela busco a tientas en su pecho. Encontró su relicario y trabajó duro para abrirlo. Una amplia sonrisa sentimental llenó su rostro, una tristeza pellizcaba la esquina de sus ojos
mientras miraba las imágenes en su interior.
—Yo, ah, traje los papeles que nosotros uhmm sobre lo que tú sabes — dijo el hombre en el baño.
La abuela se apresuró a cerrar el relicario, dentro del puño en su mano antes de que él caminara hacia la habitación, con un jarrón rebosante de rosas. Hizo una pausa por un momento, con la mirada estudiaba su rostro y luego descendió sus manos a su pecho. Su expresión era oscura, y su sonrisa de repente más rígida, forzada.
—¿Qué pasa, mamá?
—Nada. —Pero la atención del Patrick falso fue remachada. Dejó el vaso sobre la mesita de noche de la abuela y llegó a sus manos.
El gruñido vibrando a través de Demi se hizo más fuerte. Dio otro paso audaz
hacia la luz. La abuela se rió. Dejando abrir sus manos.
—El medallón. La imagen es tan vieja. Difícilmente se parece a ti mismo. Y mira a Demi. Tenía apenas cinco años de edad. — El hombre estudió las imágenes, las negras cejas gruesas se arrugaron estrictamente sobre sus ojos oscuros. Pero luego sonrió, cerró el medallón y se lo puso suavemente en el pecho—. Esa fotografía es de hace unos años. Miré a una persona diferente entonces. —La abuela asintió con la cabeza, con su sonrisa brillante—. Todavía eres hermoso, sin embargo.
—Gracias, mamá. —El hombre puso una mano en el bolsillo de su saco y sacó una delgada pila de largos papeles doblados. Los puso en la bandeja junto a la tarta de la abuela, colocando una pluma de lujo junto a ellos.
—¿Extrañas tener veinte? —Él asintió con la cabeza hacia el televisor.
—Dieciséis. Siéntate, siéntate, aunque ya estoy un poco vieja —dijo la abuela.
—Vieja. —Él se burló—. Tú te ves como todos nosotros. —Sacó el banco, alrededor de la cama y lo arrastró a una de las sillas de respaldo alto, más cerca. Se dejó caer en ella con una ligereza impropia de su ropa sofisticada y apoyó el cuero costoso de sus zapatos en el banco.
¿De qué papeles hablaban, y qué claramente había dejado en la bandeja de la Abuela? ¿Y quién diablos era él de todos modos? Había algo familiar en él, pero su cerebro de lobo no encontraba la conexión. No importaba. Todo dentro de Demi le dijo que necesitaba alejarlo de la abuela. Incluso su mitad lobo estuvo de acuerdo.

Ella retrocedió en las sombras de nuevo, corriendo hacia el final de la construcción. Tal vez podría encontrar una puerta entreabierta o deslizarse por detrás de alguien más. Tenía que llegar a la abuelita, protegerla, a pesar de su miedo instintivo hacia los seres humanos. Ella caminó a lo largo de la construcción, bordeando los espacios con luz lo mejor que pudo. Volvió a dar una última curva donde estaba el bosque. Los dedos de sus pies se encontraron en el borde de la gran extensión de asfalto. Frente a ella, el estacionamiento del Asilo Acres se extendió entre ella y la puerta principal.
El bosque cercaba a Green Acres en tres lados, dejando a la fachada principal y el estacionamiento descubiertos. El lote estaba iluminado como la luz del día por tres luces enormes colocadas justo para mantener a raya las sombras. Más allá del aparcamiento, justo enfrente de la residencia de ancianos, los automóviles pasaban como una bala en dos carriles ocupados, y en el otro lado se evaporaba el resplandor de la humanidad. Un restaurante, un supermercado, una estación de gas y más cerca del borde de la civilización, rodeada por un lado, acres y acres de bosque detrás de ella. Demi quería dar marcha atrás y le dolían los músculos de la moderación.

La abuelita. Ella la necesitaba y Demi dio un paso provisional. El fondo negro era cálido en su almohadilla, todavía con el calor de un día soleado. Ella se trasladó más lejos, con la mirada fija en la puerta de vidrio. Dentro de ella podía ver la recepción y una cara familiar sentada detrás de él. ¿Cuál era su nombre?
No importaba. Ella no reconocería a Demi así de todos modos. Demi mantenía un movimiento lento y constante. Ella se quedó cerca del suelo, en cuclillas, tratando de ser más pequeña, menos perceptible. Era inútil, lo sabía, estaba totalmente expuesta. Una puerta se estrelló y a Demi se le congeló el corazón palpitante. Su mirada se precipitó sobre el estacionamiento, cinco coches. Sus orejas se crisparon, olfateó. Nada. Con los músculos tensos, con ganas de correr, pero no se movió.
—¿Demi?
Ella conocía la voz, profunda y rica, suave como...
—Soy... uhmm Joseph. Fácil, ¿no?
¿Joseph? Demi siguió la voz con los ojos. Lo encontró junto a un coche largo y negro aparcado en el bosque en el otro lado. Ella lo observó, con las manos bajas, fuera de su cuerpo como si tratara de parecer menos amenazante. Sus instintos no se lo creyeron. Ella volvió a olfatear y recogió sólo un indicio de su olor cuando el viento cambió a su alrededor, rebotando en el edificio. Mmmm...
Conocía el olor de la tierra, y las plantas, el bosque, pero había más. Un toque de dulzura, colonia humana. La mitad lobo de Demi se opuso al olor, retrocediendo hacia atrás.
—No. Espera. —Dejó de moverse—. Yo te ayudo. Déjame estar contigo. —Demi sabía las palabras, pero no pudo envolver su cerebro de lobo en torno a su significado. Él era humano. Ella no podía confiar en los seres humanos. Se trasladó otro paso atrás—. ¡Jesús! Eres un hermoso animal. Sé que estás asustada con lo que estoy diciendo, pero no puedes seguir sola.
Demi dio otro paso atrás. ¿Por qué estaba aún a la intemperie con él? ¿Adónde iba? Ella no podía recordarlo. No importaba. Tenía que huir. Tenía que correr, su instinto lo exigía y era demasiado difícil de ignorar. El pesado cuerpo de Joseph, chocó con ella, no pudo cambiar la velocidad y dirección mejor que ella. El impacto golpeó el aire de sus pulmones, ambos cayeron al asfalto en la hierba suave. Demi encontró su centro y se detuvo en su giro, justo a tiempo para sacar la nariz fuera del camino de la minivan rodando por el camino. Se torció duro, echando la cabeza y el cuello, Demi tuvo los pies en ella. La adrenalina subió por su cuerpo, dándole un alto vértigo mientras desconcertada pensaba qué hacer a continuación. ¿Dónde estaba el hombre? No importaba nada más.

Un gruñido dio la vuelta, el sonido tan visceral que vibraba a través de su carne y hueso, el tartamudeo del latido de su corazón. Miró hacia el bosque, tratando de localizar el sonido. La oscuridad era completa, incluso para su vista de lobo mejorado. Con esfuerzo, se las arregló para tomar un sutil cambio de movimiento detrás de un grupo de árboles y centró la mirada cuando el suave brillo de los ojos azul pálido rompió la cortina de color negro.
La piel plateada de Joseph salió a la luz. La persecución había comenzado.


Caperucita Y El Lobo Capitulo 30





Su cuerpo estaba tratando de volverse al revés… a través de su ombligo.
Demi se acurrucó en el sofá haciéndose bola, tirando de la manta debajo de la barbilla. La casa estaba llena de sombras, el sol casi se había ocultado. La temperatura en el termómetro de colibrí aspirara en la ventana una lectura de ochenta y dos grados, pero Demi estaba temblando tanto, que sus dientes rechinaban.
Esto era peor que la vez que había cogido la gripe y tuvo que ser hospitalizada durante un día y medio, mientras que lo peor pasaba. Había tenido miedo porque se podía morir. ¿Qué dice eso acerca de las posibilidades que tienes ahora?
Otro fragmento de dolor atravesó su vientre, como una sierra cortando desde su ombligo hasta el cuello. Ella gritó, pero el sonido era ronco, la última media hora había arruinado su voz. Ella debería de haber llamado a Joseph .
¿Pero qué podría haber hecho más que observar? Ella ya había arrojado todo hasta que ya no quedaba nada dentro de ella. Nadie necesitaba ver eso.

Su cuerpo convulsionaba, sus músculos contrayéndose y luego estirándose. La manta voló a través del salón, cayendo detrás de la silla en la esquina. Querido Dios, se estaba congelando, incluso mientras el sudor caía por su nariz y barbilla.
Ella no podía evitar temblar y cuando otra ola de dolor atravesó su cuerpo se encontró retorciéndose en el suelo.
Su cabello estaba empapado, largas líneas aferrándose a su cara, pegados a su cuello y goteando pequeños charcos en el suelo. Ella se levantó, bloqueando sus codos, luego descansó ahí un segundo tratando de encontrar un momento de paz. Su cuerpo no lo tendría.
—Oh Dios mío, Oh Dios mío. Algo está pasando. —Ella colapsó.
Si era posible sobrevivir a cada hueso siendo roto de manera simultánea y luego reacomodado, tendones rasgándose de sus músculos, órganos cambiando, cartílagos creciendo, estirando su piel, si era posible sobrevivir a su autopsia, Demi ahora sabía cómo se sentiría.
Su boca abierta en un grito mudo mientras veía sus dedos encogerse, los huesos de su brazo tirando hacia atrás, reorganizándose. Ella podía sentir cada grueso pelo metiéndose a través de su piel como gordas agujas abriéndose paso a través de sus pequeños folículos.
Ella gritó otra vez cuando el cartílago de su nariz se desmoronó y reorganizó, extendiendo su carne, su mandíbula saliendo, dientes afilándose, rasgando sus encías mientras crecían. Pero el sonido no era el suyo, o al menos ninguno que se hubiera escuchado antes. Era un loco, agudo chirrido ahuecado hacia el final.

Su columna vertebral arqueada de una manera y luego de otra, huesos fracturándose a lo largo de su espalda, empujando por debajo de la sensible piel por encima de su trasero.
—No. Por favor… una cola. —Las lágrimas manchaban su cara, pero no podía sentir la humedad a través de su piel. Sus piernas transformándose justo como sus brazos lo habían hecho, el dolor igual de intenso.
Y luego… Finalmente se detuvo.
Demi yacía inmóvil en el suelo junto al sofá de la sala. Sus ojos cerrados, jadeando, tratando de recuperar el aliento. El dolor había durado toda una vida.
Le tomó varios minutos confiar en que no volvería. Ella se humedeció los labios, excepto que no tenía ningunos. Dientes, largos y afilados, rasparon a lo largo de su lengua. Se lamio de nuevo y casi toca el puente superior de su nariz. La piel era áspera contra su lengua, salada por el sudor y las lagrimas.
Ella abrió sus ojos, casi los cruzó tratando de ver el largo hocico donde su nariz había estado.
Algo corrió a lo largo de la fundación de la casa. Ella escuchó y sintió sus orejas girar. Sacudió la cabeza a la extraña sensación y se puso de pie, débil al principio, el centro de balance muy diferente de dos piernas a cuatro. Sus shorts arrugados alrededor de la parte trasera de sus pies, y lo que quedaba de su camisa aun colgaba alrededor de su cuello.
Ella hizo todo lo posible para tocar con la pata el tejido roto y se las arreglo para atrapar su garra en el cuello y extraerlo el resto del camino. Hizo una nota mental para estar desnuda la próxima vez que esto pasara. El pensamiento la detuvo por un segundo. Ella sabía que habría una próxima vez.
Libre, se sacudió. Qué asco. Era demasiado extraño. Su grueso y pesado pelaje deslizó su piel ida y vuelta en su cuello. Un estremecimiento viajó a través de sus hombros, sobre su espalda y por su cola.
La cola. Ella casi lo olvida. Demi giró, tratando de ver su trasero, pero cuando volteo, su parte trasera la siguió. Dio vueltas de nuevo, pero solo consiguió ver un atisbo de piel rojiza y tal vez una pisca de fresa-rubio en la punta. Ella no podía estar segura. Si tan solo pudiera tener una mejor visión.
Rápido, ¿cómo se maneja una cola? Ella trato de moverla mientras daba vueltas alrededor pero eso tomo más coordinación de la que había dominado en ese momento. Ella siguió tratando de ver a través, dando vueltas y torciéndose, torciéndose y dando vueltas, pero no pudo cogerla… Oh dios, estoy persiguiendo mi cola.
Se detuvo, agradecida que nadie la hubiera visto. Soy un ser humano inteligente.
Puedo resolver esto. Ahora, si quiero verme a mí misma yo...
Había algo en las flores fuera del solario. Demi levanto la cabeza y resopló.
Ciervo. Y estaba contra viento. Podría cogerlo si yo…
No. Espera. Ella estaba pensando en otra cosa hace un minuto. ¿Qué era? Su culo se golpeó contra el sofá y luego otra vez. Pero ella no había movido su culo. Ella giro su cuello hacia su grupa y vio un destello de pelaje fresa-rubio balanceándose fuera en la punta de su cola. Estoy moviendo mi cola. Genial.
¿Cómo?
Sin embargo en el instante que pensó en eso, su cola se detuvo. De inmediato.
Ella sólo había conseguido un rápido vistazo. Quería ver más. ¡Eso es! Ella había estado pensando en la manera en que podría verse a sí misma sin tener que correr en círculos. Un espejo.
Joder. ¿Cuál es el problema con ella? ¿Por qué no podía mantener un pensamiento en orden en su cabeza? Demi dio vuelta y se dirigió a las escaleras, sorprendida de cuán rápido y fácil se movió ahora que tenía cuatro pies para subir en vez de dos.
Había tantos olores, tantos sonidos, incluso las cosas cotidianas capturaban su curiosidad. Era todo lo que podía hacer para no oler la basura cuando fue al baño. Ella empujo la puerta con su nariz para que pudiera verse a sí misma en el espejo de cuerpo entero detrás de ella
Pero cuando su reflejo mostró un alto, robusto lobo marrón, ella entró en pánico. Los pelos bajo su espalda hasta sus piernas se erizaron, un gruñido vibró en su quijada, enseñó los dientes. El lobo color rojizo gruñó en respuesta, imitando su posición agazapada, mostrando los dientes.
Ella podía luchar o huir. Esa era su guarida. No iba a huir a ninguna parte.
Demi saltó al lobo y el lobo saltó a ella. Ellos chocaron duro, rompiéndose una grieta como telaraña donde se encontraron sus cabezas. Demi se tambaleó atrás, sacudió la cabeza y vio al robusto lobo marrón hacer lo mismo. Ella resopló, y lo mismo hizo su reflejo.
Ugh. ¿Qué estaba pensando? No. El problema era que no estaba pensando. Ella estaba actuando por instinto, instinto de lobo. Era más fuerte que cualquier cosa que ella había sentido como humana y sorprendentemente difícil de ignorar. Ella tendría que tener eso en mente lo mejor que pudiera.
Demi tomó un mejor vistazo de sí misma. Ella era un gran lobo, probablemente normal para hombres lobo, pero espantosamente grande para un lobo natural.
Su pelaje tenía un color más oscuro que el normal de su cabello excepto por el fresa-rubio en las puntas de sus orejas y su cola, los cuales podía ver ahora si se inclinaba en el ángulo correcto.
Sus ojos eran del mismo verde que siempre habían sido, pero su forma era diferente, más almendrados, más largos. Quizá por eso su visión era más clara.
Santo cielo, hacía calor. Su boca colgaba abierta mientras ella veía, su lengua cayendo fuera a un lado. Ella jadeó, se detuvo, y luego lo hizo de todos modos.
La enfriaba y era mejor que tomar agua del inodoro, lo cual era otro terrible impulso que estaba golpeando a través de su cerebro. Tenía que salir de la casa antes que hiciera algo completamente asqueroso.
Demi empujó la puerta con su nariz y bajó corriendo las escaleras. Su corazón latía más rápido con sólo el pensamiento de aire libre, espacio libre para correr, un bosque para explorar. Ella atravesó la sala hacia el solárium y luego salió por la puerta trasera. La pantalla de la puerta golpeó contra el marco de madera detrás de ella, dándole un comienzo, pero ella siguió moviéndose.

El sol estaba por debajo del horizonte, su suave brillo desvaneciéndose rápidamente. Más allá del umbral de la selva, era tan bueno como la noche entera, y Demi podía ver perfectamente. No es de extrañar que no hubiera podido escapar de la familia de Joseph la noche anterior. Había estado corriendo a ciegas mientras ellos jugaban con ella. Idiotas.
Ella empujó el pensamiento lejos, permitiéndole a la noche robar su atención. El bosque estaba vivo ante ella, no solo lleno de billones de latidos sino con colores, olores y sonidos. Muchas cosas eran infinitamente fascinantes, el ejército de hormigas viajando en líneas de transmisión llevando corteza, hojas y carcasas de bichos.

El penetrante olor de una mofeta que había pasado horas antes la llevó por un camino antes de que la cola de una marmota joven le hiciera dar vuelta.
Un búho llamó a su compañero por lo alto y un murciélago arremetió tan bajo que ella trató de saltar y cogerlo. Una cosecha de madera violeta perfumaba el aire en un lugar y un parche de bayas tenía su estomago gruñendo en otro. Ella en realidad podía sentir el dulce sabor de la savia en su hocico y el amargo sabor del aerosol del zorro por accidente.

Caperucita Y El Lobo Capitulo 29






Has sido mordida. —La abuelita se levantó de la cama cerrando la puerta de su habitación detrás de Demi. Su mano arrugada tembló, señalando a Demi para que se acercara.
Demi sacudió su sorpresa y entró en la habitación. Ella tomó su mano.
—Estoy bien, abuela. Es sólo un rasguño. Tú eres la que me preocupa. Siento mucho no haber estado aquí cuando te llevaron al hospital.
—¡Bah! Eso no importa. El hospital tiene el mejor bizcocho los jueves por la noche.
—Abuela...
—¿Qué pasó? ¿Por qué? ¿Me lo explicarás todo? El libro dice que la primera vez es más difícil. —Demi abrió sus ojos como platos, con la espalda recta. La nabuelita estaba lo más lúcida que había visto en años, y ella no tenía ni idea de lo que estaba hablando—.Te dolerá, ya sabes, la primera vez.—¿Qué dolerá? ¿Explicar el qué?
—Lo de... Demi, querida, ¿dónde está?
—¿Quién?
Joseph Jonas, por supuesto. No conozco a ningún otro lobo, ¿no? —Su tono de voz dejó claro que era una broma, pero cuando Demi no contestó, la abuelita llegó a sus propias conclusiones.
Las voces en la sala atrajeron la atención de Demi. Joder, ¿por qué hablan tan fuerte? Oía hablar a la enfermera con el Sr. Peterman en el pasillo, como si estuvieran en la sala. ¿Y quién estaba tocando el piano? ¿Habían colocado un micrófono dentro del piano? Por supuesto que habían puesto un micrófono en el piano para ser escuchado y sartenes que se estrellaban en la cocina. Dios, ¿por qué es tan ruidosa la Clínica hoy? ¿Cómo puede pensar alguien?
—Así que has conocido a toda la familia, entonces —dijo la abuelita, ajustando el edredón de flores de la cintura para abajo.
—¿Qué? —Demi volvió su atención a su abuela.
—La familia de Jonas —dijo—. La Sra. Joy es muy agradable y los gemelos son corteses, pero no puedo decir que Lynn me agrade demasiado. Siempre tratando de entrar en los asuntos de Joseph. Es viuda, por amor de Dios, y su cuñada.

—¿Lo sabías? ¿Acerca de todos ellos? ¿Durante todo este tiempo? —Alguien limpiaba un tocador, el sonido de un inodoro, el sonido de agua se hacía eco en la cabeza de Demi.
—¿Por qué? Sí, querida. Tú también. Te he hablado sobre mi hermoso lobo de plata cientos de veces. —Con la frente arrugada, su voz adquirió ese tono cuidadoso usado con niños pequeños y mentalmente inestables—. ¿Cómo pensabas que llevaba las violetas al florero y limpiaba todo?
Alguien gritó "bingo". Demi miró a través de la habitación buscando un altavoz.
No había nada, a pesar de que varias personas expresaran sus felicitaciones a Millie.
—Yo... Pensé que eras...
—¿Una vieja tímida con una carga completa?
—Sí. —Aunque ahora se preguntaba lo mismo sobre sí misma—. Quiero decir, yo pensaba que era uno de tus encantos.
Demi se derrumbó en la silla de noche, resistiendo el impulso de ahuecar sus manos sobre sus oídos.
¿Qué estaba pasando? El dolor encrespó su estómago, la hacía cruzar los brazos sobre su vientre, agarrando con fuerza. Era el primer calambre desde la ducha, pero parecía hacerle más daño. Hizo una mueca, dejó el dolor, esperando que se calmara.

—Está comenzando ya —dijo la abuelita con la cabeza en el vientre de Demi.
—¿Qué? —Demi se retorció en su asiento. El dolor la entorpeció, pero aún no había desaparecido por completo —El cambio. El cambio está empezando. Mierda, ¿en realidad él no te explicó nada?
—Abuela…
—Bueno, querida, lo siento. Pero no debiste dejarlo sin hacerle algunas preguntas.
No saltarías a la cama sin descubrir en primer lugar las cosas más importantes acerca de un hombre, ¿verdad?
¿Cosas importantes como que él la había culpado por la muerte de su esposa y él era lo que ella había despreciado durante toda su vida? Al parecer.
—¿Cómo supiste que había sido mordida? —Un cambio astuto. Demi esperaba que la abuelita no la llevara a admitir todas las cosas descuidadas que había hecho la noche anterior.
—Puedo verlo en tus ojos. —La abuelita se inclinó hacia Demi, mirándole los ojos, pero no dentro de ellos—. Ellos tienen esa mirada salvaje. Las pupilas dilatadas, con los ojos más grandes, como si lo vieras todo. —Demi no estaba segura de eso. En ese momento estaba demasiado ocupada notando cómo el dolor sordo en su estómago se había extendido a las piernas y los brazos. Le dolían los músculos como si hubieran sido por exceso de trabajo. Y el ruido se estaba convirtiendo en un maldito sonido ensordecedor—. Hueles a él también.
—¿Qué?
—Debes de haberlo notado. Es un olor maravilloso, como la tierra y los árboles y el viento. Hueles como él ahora. Pero eso es normal para los hombres lobo.
—Hombres lobo... —Demi todavía no podía envolver su cerebro alrededor de eso—. Abuela, ¿Cómo sabes todo esto?
La abuelita abrió el cajón de su mesita de noche y sacó un libro viejo de cuero. Se lo entregó a Demi.
Joseph me lo dio hace años cuando tu abuelo murió. Él se ofreció a llevarme a su manada. Me lo contó todo. No puedo creer que, por lo menos, no te hubiera advertido sobre el primer cambio.
—No fue Joseph.
— ¿Qué? Entonces, ¿Quién? ¿Qué pasó? —La cara de la abuela palideció.
—No te preocupes. Estoy segura de que Joseph se encargará de ello. Cuidó de mí. Pero entonces se distrajo. Estaba demasiado ocupado, malditamente ciego para decirme que había sido convertida en un hombre lobo. Y entonces yo sólo... yo no me quedé allí.
—Bueno, no puedo imaginar lo que podría distraerlo de algo tan importante.
¿Qué...? —Sus mejillas se enrojecieron—. Oh. Sí, bueno... un carácter muy amoroso también es normal.
—¿Te creíste lo que pone aquí? —Demi leyó la tapa—. La Maldición del Lobo, por Gervasio de Tilbury, en el año de nuestro Señor 1214.
—Parte de ello es mentira, por supuesto.
—Abuela. —La mujer casi juró que nunca había hecho las ocasiones más raras, más sorprendentes.
—Tenía miedo de mi propia sombra en aquel entonces. Y no es una maldición. Es un virus. Te desplomas por la enfermedad en primer lugar, como la varicela, antes de que tu cuerpo cree anticuerpos para tu control. Después puedes cambiar una y otra vez a tu voluntad. El resto del libro es bastante exacto, según me dijeron. La ley de la manada, el instinto, la tradición. Deberías leerlo antes de que el cambio avance demasiado.
—Genial. —Se sentía como una mierda, dolor en el estómago, estaba abrumada por toda clase de ruidos, y ahora ella la estaba preparando. Demi se estremeció, con un hormigueo en la piel. Revisó su brazo para asegurarse de que sólo sentía las hormigas encima de ella—. Tengo que irme a casa.
—Sí, querida. Estoy totalmente de acuerdo. Lee el libro o busca a Joseph. Es tu elección, Caperucita.
Algo le dijo que la hora de la verdad se había acabado.
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Seductoramente Tuya Capitulo 11






Joseph retrocedió sin responder. Demi entró en el coche, arrancó y se puso en marcha. Solo miró una vez por el retrovisor. Lo justo para ver que Joseph seguía de pie... mirándola.
Todavía sentía sus dedos en el cuello. Sentía el calor de su cuerpo casi pegado al de él. Aún había el eco de su risa ronca, como una pluma acariciándole.
Trevor dio un trago de bourbon y dejó la copa. Estaba acostumbrado a descansar a solas en el salón de su casa, totalmente a oscuras, mucho después de haber acostado a los niños. A menudo resistía el impulso de servirse otra copa... y entristecerse pensando en Melanie, recordando la satisfactoria, aunque poco emocionante relación que él creía que habían compartido; lamentando la pérdida de la mujer a la que había amado y que lo había traicionado; afrontando un futuro que apenas se parecía al que había previsto al casarse con ella.
Esa noche, sin embargo, no podía dejar de pensar en Demi.
Todavía le costaba creer lo cerca que había estado de comportarse como un chiquillo sin responsabilidades. Era un hombre adulto, viudo, padre de dos hijos; pero a Demi le había bastado con un roce de sus dedos y aquella risa tan sexy y seductora para perturbar su juicio.
Demi siempre lo había afectado de un modo muy particular. Creía haberlo superado.
Pero, al parecer, no lo había hecho.
Prácticamente todos los habitantes de Honoria iban al Café de Cora de tanto en tanto. Situado en la parte antigua de la ciudad, estaba a un paseo del centro, la comisaría, el banco y diversos negocios pequeños.
Demi sintió una oleada de nostalgia cuando entró a comer con su contable el viernes siguiente a la cena con los Jonas. El café seguía igual que hacía quince años, pensó mientras miraba las mesas abarrotadas, con sus hules rojiblancos ajedrezados. Los mismos cuadros colgando de las paredes y la misma vieja y ruidosa caja registradora.
Mindy Hooper la saludó en la puerta. Había empezado a trabajar para Cora nada más terminar el instituto, hacía unos veinticinco años, y no se había movido de allí desde entonces.
—Hola, Demi. Me preguntaba cuándo vendrías a vernos.
—Ya tenía ganas de pasarme por aquí. ¿Cora sigue haciendo el mejor bizcocho de chocolate del país?
—El mejor bizcocho de chocolate del mundo aseguró Mindy, dándose una palmada en sus anchas caderas. Soy la prueba viviente, Demi rió.
— ¿Está Clark Foster por aquí? He quedado con él para comer.
—No, todavía no. Ve pasando y toma una mesa. Yo le diré dónde estás cuando llegue.
Demi se dirigió a una de las pocas mesas libres del local. Vio a muchas personas conocidas y, cómo no, se detuvo a saludarlas. Al igual que el supermercado, el Café de Cora no era el mejor lugar para pasar inadvertida, pensó Demi cuando por fin logró sentarse.
—Perdón por el retraso se disculpó un hombre de treinta y muchos al cabo de unos minutos—. ¡No veas qué atasco he pillado!
— ¿Atasco?, ¿en Honoria?
—Está bien, ha sido la señora Tucker  reconoció él. Me ha obligado a ir a diez por hora por el medio de la avenida principal.
— ¿En esa tartana que tiene? Demi rió.
—Sí. Tiene el coche desde antes que tú y yo naciéramos dijo él mientras agarraba un menú. No has pedido todavía, ¿verdad?
—No, he llegado hace nada. Solo un té helado... mira, aquí está  Demi sonrió a Mindy, la cual colocó dos vasos llenos de té helado frente a ellos.
— ¿Qué vais a querer? les preguntó.
— ¿Cuál es el menú del día? quiso saber Clark.
—El mismo de todos los viernes: pollo con patatas y judías o pescadilla con ensalada de tomate.
—Entonces pollo con patatas y judías  decidió Clark.
—Una elección sanísima lo provocó Jamie, la cual lo había oído protestar en más de una ocasión sobre sus dificultades para perder peso.
—Tienes razón Clark suspiró. Ponme también una ensalada, ¿de acuerdo, Mindy?
Demi rió y negó con la cabeza.
—A mí ponme la pescadilla.
Cuando se hubieron quedado a solas, Clark entrelazó los dedos, apoyó las manos sobre la mesa y trató de adoptar una actitud profesional.
—He repasado tu contabilidad y todo parece en regla la informó. Por cierto, la semana que viene tienes que presentar la declaración de este trimestre. Tengo tus papeles en el maletín. Te los daré después de comer añadió, apuntando hacia el maletín que tenía a los pies.
—Te lo agradezco, Clark. Estaba convencida de que todo estaba bien, pero me siento más segura teniendo la opinión de un profesional. Es un engorro tener a mi contable en Nueva York mientras estoy viviendo en Honoria.
—Tu contabilidad no es complicada, pero estoy de acuerdo en que necesitas ayuda profesional para hacer bien todos los papeleos. Has invertido con mucho criterio mientras estabas en Nueva York. No deberías tener que preocuparte por la jubilación.

Jamie sintió una gran satisfacción al oír estas palabras. Clark no podía saber lo importante que era para ella tener cierta seguridad económica. La de actriz no era una profesión segura, pero había ahorrado y había trabajado haciendo suplencias como profesora de teatro entre interpretación e interpretación. Si bien no era práctica en otras cuestiones, Demi no hacía el tonto con el dinero. No tenía intención de acabar como sus padres, un par de alcohólicos que vivían de limosnas estatales.

Había sido Clark quien le había sugerido que se reunieran para comer, argumentando que era una manera agradable y desenfadada de iniciar su relación laboral. Jamie no había dudado en aceptar, pues no tenía mucho que hacer durante las vacaciones de verano. Como sabía que estaba en medio de un proceso de divorcio, no quiso preguntarle por su esposa, pero sí se interesó por sus dos hijos.