domingo, 11 de noviembre de 2012

Seductoramente Tuya Capitulo 1





Durante generaciones, el escándalo había perseguido a los Jonas como un espíritu vengador. A veces, Joseph Jonas tenía la sensación de que el único sentido de la existencia de su familia era proporcionar material para las murmuraciones de Honoria, Georgia. Aunque, hasta la fecha, se había considerado inmune a la maldición.
Alumno sobresaliente en el instituto, estrella local del equipo de baloncesto, ganador de una beca universitaria y licenciado con honores, se había trasladado de la Facultad de Derecho a Washington, donde no había tardado en darse a conocer como un, joven y pujante hombre de Estado. Tenía dos bellos hijos frutos de un matrimonio con una mujer distinguida de una vieja familia de Virginia y, en general, siempre se había considerado feliz y realizado.

Joseph había logrado esquivar el legado de su familia durante treinta y un años. Pero acababa de descubrir, muy a su pesar, que ningún Jonas podía rehuir indefinidamente el escándalo. Por fin estaba aprendiendo a no hacer caso de los cotilleos, aunque nunca se había resignado a aceptarlos.
Por el rabillo del ojo, vio que Martha Godwin y Nellie Hankins lo estaban mirando mientras él empujaba un carrito de la compra por el pasillo central. Sus bocas se movían rápidamente y Joseph no tenía la menor duda de que era él el tema de conversación... aunque, a diferencia de los chismosos de Washington, ellas no conocían los desagradables detalles de la muerte de su esposa un año atrás.
—Vamos, Sam —dijo Joseph—. No te retrases.    
Su hijo de cinco años se había detenido a examinar una caja particularmente atractiva:
— ¿La compramos, papá?
—No creo que sea buena idea, hijo — respondió Joseph, rechazando la caja de cereales de chocolate—. Y ahora, venga, que Abbie tiene hambre.
—Yo también —Sam abandonó los cereales y corrió tras su padre y su hermana—. Quiero un Diver menú. Esta semana regalan coches de carrera.
Joseph miró el carrito, repleto de alimentos nutritivos, y suspiró ante la petición diaria de su hijo: una hamburguesa seca con patatas grasientas, acompañadas por un juguete barato. Trataba de no ceder al capricho de su hijo más de dos veces al mes.
—Esta noche no, Sam.
Desde su sitio en el carrito de la compra, Abbie balbuceó algo incomprensible. Joseph sonrió distraídamente hacia su hija, de catorce meses, y rebasó a las mujeres cotillas, con la esperanza de que se conformaran con hablar de él, pero no con él. Tal vez, si fingía no verlas...
—Joseph, cariño.

Habría soltado una palabrota si su hijo no hubiera estado delante. Resignado a iniciar una conversación, se dio media vuelta.
—Buenas tardes, señora Godwin —la saludó Joseph sin sonreír.
Nellie Hankins se había esfumado. Ningún miembro de los Hankins se dejaría ver cerca de un McBride... de resultas de otro viejo escándalo.
Martha Godwin, bendecida con tanto tacto como un tornado, se interpuso entre Joseph y la cajera del supermercado.
— ¿Cómo te ha ido? Hace mucho que no se te ve por aquí.
—He estado ocupado, señora Godwin.
Su rostro adoptó una expresión que Joseph detestaba, pero que había tenido que soportar a menudo a lo largo del último ' año: compasión.
—Pobrecillo. Debe de ser muy difícil para ti tratar de educar a estas dos criaturas tan adorables tú solo.

Sam apretó la cara contra la pierna de su padre. Odiaba ser el centro de atención de desconocidos. Abbie balbuceó y agitó un puño con energía.
— ¡Hola, preciosa! —dijo la señora Godwin con voz de bobalicona.
Abbie soltó un eructo que resumía el sentir de Joseph.
—Perdone, los chicos tienen hambre. Adiós.
Empujó el carro de manera que la obligó a echarse a un lado.
—Espero que hayas puesto en su sitio a esa vieja arpía —comentó la cajera del supermercado con una satisfacción que denotaba la frecuencia con que era víctima de las murmuraciones de Martha.

Sin molestarse siquiera en contestar, Joseph esperó con impaciencia a escapar del supermercado y regresar a la maravillosa privacidad de su hogar.

Seductoramente Tuya Jemi





Argumento:

ELLA DECIDIÓ SEDUCIRLO

Demi Lovato llevaba toda la vida enamorada de Joseph Jonas. Pero, por más que lo intentaba, no lograba captar su atención. Cuando el volvió a casa, acosado por el escándalo, Demi decidió no esperar más...

Joseph Jonas siempre se había enorgullecido de haber escapado a la maldición de la familia Jonas. De vuelta en casa, viudo y padre de dos hijos, quería evitar los cotilleos. Y aunque la jovial y atractiva Demi parecía decidida a poner a prueba su libido, él estaba igualmente decidido a resistirse...

Amor Desesperado Capitulo 8 Niley





Sin darle otra oportunidad para rechazarlo, la besó. Sus labios, carnosos y sensuales, sabían a champán. El aroma de aceite perfumado lo embriagó por completo. Siguió besándola hasta que ella respondió. Besar a Miley era un problema, hacía que deseara mucho más.

Quería sentirla desnuda junto a él. Quería deslizar sus manos por sus senos, entre sus sedosos muslos, hacer que se sintiera húmeda y excitada. Deseaba las manos de ella sobre la piel, sentir esa seductora boca recorriéndole el cuerpo.
Miley se apartó y respiró profundamente, los ojos oscuros de excitación.
—Siento muchas cosas —susurró— pero no me siento más lista.
Tras pasar mala noche, Nick se despertó temprano el domingo y decidió revisar unos casos mientras tomaba el café. Sospechaba que Miley seguía durmiendo. A las siete de la mañana sonó el teléfono. Lo miró molesto y respondió.
—¡Enhorabuena!

—No estoy interesado —cortó rápidamente, pensando que sería una de esas estúpidas promociones que ofrecían un premio.
—¿Perdón? Soy tu vecina, Anna Vincent.
—Oh. Hola señora Vincent —contestó Nick. Era la concejal.
—Acabo de leer lo de tu compromiso en el periódico y…
—¿Mi compromiso? —aulló él.

—Sí. En la columna de Daphne Roget. Es una historia muy romántica y…
Aunque la presión arterial le subió al máximo, Nick puso su mente en funcionamiento. Daphnele Roget escribía una columna sobre las fiestas de alta sociedad, y solía especular y exagerar. Nick opinaba que su estilo sería mucho más apropiado para una revista del corazón. Daphne estuvo en la fiesta la noche anterior. De hecho, pensó con inquietud manifiesta, ¿no la había visto hablando con Miley?
—No he leído la historia —le dijo a Anna—. Gracias por decírmelo. Que pase un buen día —entonó con calma.

Corrió hacia el porche a por el periódico y casi se llevó por delante a Miley, que estaba al pie de las escaleras frotándose los ojos.
—¿Hay algún problema? —preguntó con voz adormilada que, sin duda, era demasiado sexy para una mujer que llevaba una camiseta de dormir con un conejito rosa estampado en el pecho.
—Posiblemente —replicó él, abriendo la puerta y agarrando el periódico. Pasó las páginas rápidamente hasta que llegó a la columna de Daphne, y comenzó a maldecir entre dientes.
—Quiero una rectificación.
—Que… —comenzó Miley.

Sonó el teléfono. Nick arrugó el periódico y cerró los ojos.
—Demandarla no es suficiente —masculló—. Quiero que la expulsen del planeta.
—¿Sí? —dijo Miley, y esperó un segundo—. ¿Qué, qué? —balbuceó débilmente.
Nick abrió los ojos y la miró. Tenía pinta de sentirse tan mal como él.
—Pero no estamos comprometidos —dijo. Apartó el auricular de su oído y se oyeron unas fuertes risotadas. Finalmente miró a Nick con ojos angustiados—. Es el socio de tu bufete, Bob —anunció, entregándole el teléfono.
Nick lo agarró y no tuvo oportunidad ni de respirar antes de que Bob lo llamara zorro taimado y empezara a felicitarlo. Intentó interrumpirlo varias veces pero Bob estaba entusiasmado.
Cuando colgó, Nick se apretó el puente de la nariz con los dedos. Tenía ganas de dar un puñetazo a algo.

—¿Cuánto tiempo hablaste con Daphne Roget anoche?
—Unos veinte minutos —dijo Miley, retorciéndose los dedos con ansiedad—. No hacía más que preguntarme cosas sobre ti. Pensé que sería una mujer inofensiva y solitaria.
—Es una periodista de sociedad con el instinto de una barracuda.
—Lo siento —dijo Miley con el rostro crispado.
El teléfono volvió a sonar. Miley fue hacia él pero Nick negó con la cabeza.
—Deja que salte el buzón de voz. Necesito que me cuentes exactamente lo que le dijiste a Daphne.
Mientras el teléfono sonaba sin parar, Nick escuchó a Miley relatar su conversación con la columnista. Miley, inocentemente, había caído de lleno en sus redes, suministrándole todos los datos que luego Daphne retorció y manipuló a placer.
—¿Qué es esta bobada de que siempre fui un niño listo y valiente? —preguntó, mirando el arrugado artículo.

—Me preguntó qué tipo de niño eras y le dije que yo siempre te había admirado —repuso Miley encogiendo los hombros.
De niño, Nick siempre había sido el pequeñajo. Con el paso de los años eso había cambiado, pero saber que Miley lo había visto con otros ojos lo emocionó. Rechazó ese pensamiento.

—¿Y esta estupidez de que en tu vida no ha habido otro hombre como yo?
—Bueno, me salvaste la vida. Nadie más lo ha hecho —dijo Miley con una mueca.
Después de eso, Nick no dijo mucho más, pero su cerebro funcionaba a mil por hora. ¿Podría conseguir una rectificación o ya estaba hecho el mal? Cuando Miley  terminó su relato, puso el buzón de voz. Escuchó, con desazón en la boca del estomago, la enhorabuena de Helen, su asistente, de otro socio de la firma y de un par de colegas.
Aborrecía que violaran la intimidad de su vida privada. Consideró las opciones que tenía y todas le parecieron horribles. Recorría a zancadas el camino de la cocina al vestíbulo y de vuelta, blasfemando entre dientes y moviendo la cabeza de lado a lado cada vez que sonaba el teléfono.

Miley  se mordió el labio y se puso ante él; el fragante aroma de aceite corporal volvió a embrujarlo. Aunque llevaba calcetines largos y una camiseta enorme, no pudo evitar recordar el beso de la noche anterior, su sabor.
—Esto es culpa mía —dijo Miley—. ¿Puedo hacer algo? ¿Quieres que llame a Daphne y…
—¡No! —exclamó Nick, con las venas a punto de estallar—. No. No vuelvas a hablar con Daphne. Si se acerca a ti pregúntale cómo le va su enfermedad del hígado.
—Lo siento.
—Yo también —aseveró él, resignándose a lo que era evidente—. Todo Richmond cree que estamos comprometidos. Parece que no tenemos otra opción.
—¿Qué quieres decir?
—Tú y yo tenemos que comprometemos.

Amor Desesperado Capitulo 7 Niley




Miley, de puntillas sobre sus zapatos de diseño exclusivo, llegó al vestíbulo y vio Nick. Estaba de espaldas y no pudo evitar fijarse en la anchura de sus hombros bajo el abrigo de lana negra. Su oscuro cabello, ligeramente largo considerando su profesión, le rozaba el borde del cuello del abrigo, y a Miley le gustó. Incluso desde atrás, se notaba que llevaba la ropa con elegancia. Con confianza, se repitió, envidiándolo de nuevo.
Un segundo después él se dio la vuelta. La miró durante tanto tiempo que ella empezó a preguntarse si se le había corrido el carmín o si tenía una carrera en las medias, aunque sabía que no era así.
Incapaz de soportar el silencio un instante más, Miley se aclaró la garganta.
—Helen dijo que te sorprenderías —comentó.
—Helen se equivocó.
—No te gusta —dijo Miley, sintiéndose desolada. Le importaba su opinión y eso no debía ocurrir. Le importaba demasiado—. Sabía que no era lo adecuado para mí —dijo, haciendo un recorrido mental de su vestuario—. Yo…
—No —dijo él acercándose y poniendo un dedo enguantado sobre sus labios—. No he dicho que no me guste. Simplemente no me sorprende.
—No entiendo —dijo ella confusa.
—Miley, te vistes como si tu cuerpo fuera un arma secreta. Quizá lo sea  murmuró, haciendo una mueca.

—Me pongo ropa cómoda —dijo Miley con las mejillas encendidas.
—Vaqueros sueltos, camisas grandes, sudaderas. Te vistes para no llamar la atención. Puede que eso funcione con otros hombres.
—Pero no contigo —concluyó ella.
—No me sorprende que estés impresionante —la miró ceñudo—. Voy a tener que espantar a mis colegas. Ahora envuélvete en el chal y tápate —ordenó.
Miley empezó a echarse el chal sobre los hombros, pero Nick acabó de hacerlo por ella.
—Gracias, supongo. Tú tampoco estás nada mal —echó una ojeada a sus guantes—. ¿Cómo convenciste al médico para que te quitara los vendajes?
—Negociando —replicó, encogiéndose de hombros. Miley hizo una pausa y lo miró fijamente.
— ¿Seguro que sabe que no llevas vendajes?
—Sí. ¿Te sorprende?
—Si. No creí que estuviera de acuerdo con quitártelos aún.
Nick se rió por lo bajo mientras le abría la puerta.
—No he dicho que estuviera de acuerdo.

Por qué sería que eso no la sorprendió. En pocos minutos llegaron a una elegante casa; un hombre la ayudó a salir del coche, tomó posesión de las llaves del coche y lo aparcó.
Miley se retrasó cuando Nick comenzó a subir los escalones. Él se dio la vuelta y debió notar la incertidumbre de su rostro. Volvió junto a ella.
—Mira, si te sirve de consuelo, yo tampoco quiero estar aquí. No nos quedaremos mucho rato.
—De acuerdo —dijo Miley—. Pero no hemos acordado qué quieres que haga exactamente —no hubo contestación y ella suspiró—. ¿Quieres que actúe? —preguntó—. ¿Cómo si fuera tu pareja? —añadió, casi susurrando la última palabra.
— ¿Actuar? Sólo quiero que conozcas a algunas personas, que comas lo que quieras y que estés lista para irnos cuando me parezca bien.
Miley asintió lentamente. Todavía no había contestado a su pregunta.
—Sigues sin parecer convencida.
—Bueno —dijo ella, luchando contra sus nervios—. No sé si se supone que tengo que actuar como…
— ¿Actuar cómo? —preguntó él impaciente.

—Cómo de cariñosa tengo que ser. Quiero decir, ¿tiene que parecer como si estuviera…? —volvió a interrumpirse—. ¿Como si en realidad me gustaras?
Él la miró un instante y después soltó una carcajada.
— ¿Como si en realidad te gustara? ¿Eso quiere decir que en realidad no me soportas?
—No he dicho eso —protestó rápidamente, ruborizándose de vergüenza e indignación. Él acercó la cabeza, mirándola burlón.
—Dime Miley ¿qué sientes por mí en realidad?
Turbada, Miley sintió que su proximidad le aceleraba el corazón y le nublaba el pensamiento. Inspiró y le llegó una oleada de su aroma.
—Siento ganas de pegarte una patada —replicó, subiendo las escaleras.
— ¿Qué perfume llevas? —preguntó, alcanzándola y pulsando el timbre.
—No llevo perfume. Después de ducharme, me pongo…
—Aceite —Nick susurró la palabra lentamente, como una caricia aterciopelada.
—Sí, ¿Cómo lo has sabido?

—Pura suerte —respondió él encogiéndose de hombros. La puerta se abrió.
Poco después, Miley se separó de Nick. La anfitriona, Doris Tartington, el socio principal del bufete, Bob Turner, y un cliente, lo rodearon inmediatamente.
Miley fue presentada y olvidada, lo que a ella le vino bien. Probó algunos aperitivos, bebió champán, y admiró la decoración de la casa. Varios colegas de Nick se acercaron a ella. Tres le pidieron su número de teléfono. Cuando les dijo que en ese momento vivía con Nick, desaparecieron antes de que pudiera decirles que pronto se mudaría.
Después de un rato, le llevó a Nick una copa de champán y un plato con aperitivos.
—Gracias —murmuró él sorprendido, mirándola a los ojos un instante.
—Nick, cuéntale al señor Crenshaw lo que hiciste cuando…

Con desgana, Nick se volvió hacia su jefe y levantó la mano.
—Un segundo, Bob —pidió. Se volvió hacia Miley, le puso la mano en la nuca y le rozó la frente con los labios—. No tardaré mucho —dijo.
Conmocionada por su caricia, Miley sintió una oleada de calor y asintió con la cabeza. Se acercó a la chimenea con la segunda copa de champán e intentó recuperar el sentido.
—Una fiesta preciosa ¿verdad? —Comentó una mujer de mediana edad—. ¿Has venido con el héroe de Richmond?
—Sí a las dos cosas —asintió Miley tras un momento de duda—. Soy Miley  dijo, ofreciendo su mano.
—Encantada. Soy Daphne Roget y tú eres Miley…
—Sí, Miley Polcenek. ¿Eres amiga de los anfitriones?
—Los conozco hace años —asintió ella—. ¿Conoces a Nick Nolan desde hace mucho?
—Hace unos veinte años —rió Miley.
—Desde que erais niños. Qué encantador —exclamó Daphne con los ojos muy abiertos—. ¿Y en que se diferencia el Nick Nolan hombre del niño?
Miley pensó en todas las diferencias que había en Nick y en lo que deseaba que no hubiera cambiado.

—Es más alto —respondió con una sonrisa.
— ¿Qué tipo de niño era? ¿Era pequeño para su edad o era un chaval grande?
—Yo siempre lo admiré —murmuró Miley sonriendo mientras recordaba lo amable que Nick había sido con ella—. Incluso de niño, era listo y valiente. Me dejaba leer sus cómics, e intentó enseñarme a chasquear los dedos.
— ¿Te sorprende que se haya convertido en un cazador de ambulancias? —preguntó Daphne.
Miley se puso rígida, y por un momento la incomodó la curiosidad de la mujer. Miró a la gente que rodeaba a Nick y se encogió de hombros. Parecía que todo el mundo se interesaba por Nick.
—Nunca asociaría el término «cazador de ambulancias» con Nick. El lucha por sus clientes, que suelen ser víctimas.
—Lo dices con mucha pasión —Daphne enarcó las cejas.
—Nick siente pasión por su trabajo.
—Se diría que tenéis una relación muy especial —especuló Daphne.
Miley suspiró. Deseaba que Nick estuviera listo para marcharse. No le gustaban esas preguntas.

—Me salvó la vida en el incendio —explicó a la mujer—. Nunca ha habido en mi vida nadie comparable a él, y —añadió irónica— nunca ha habido nadie como yo en la suya.
—Ha sido un infierno —dijo Nick conduciendo de camino a casa—. No hará falta repetirlo por un tiempo.
—Nunca hubiera sospechado que sufrías —dijo Miley—. Desde mi sitio parecía que lo pasabas bien.
Irritado por cómo lo había afectado el recuerdo de su aroma durante toda la noche, negó con la cabeza. A pesar de su conversación profesional no había dejado de imaginársela desnuda y acogedora. De vez en cuando había oído su risa, deseado estar con ella en vez de con el cliente en potencia.

—Desde mi sitio, se te veía demasiado ocupada con tus admiradores.
—Nada de eso —replicó Miley—. Cuando esos tipos me pidieron el teléfono y les dije que estaba viviendo contigo, desaparecieron como por arte de magia.
—Ya sabía yo que ese vestido causaría problemas. Deberías haberte puesto un saco —comentó él aparcando el coche.
—Yo hubiera elegido algo más largo, más suelto y mucho más barato, pero tu asistente insistió en que era el vestido perfecto.
Él oyó el tono ofendido de su voz, apagó el motor y se volvió hacia ella.
—El problema no es el vestido. Eres tú.
— ¿Qué? —parpadeó Miley.
—Eres demasiado sexy espetó con franqueza.
—No es cierto —parpadeó Miley, mirándolo con furia.
—Sí lo es. La forma en que te cae el pelo sobre un ojo es sexy. Tienes el tipo de ojos que suelen denominarse «de dormitorio». Tu boca hace pensar a un hombre en mucho más que en besar. Y, para citar al anfitrión de la fiesta «tu cuerpo pararía todos los relojes de Richmond».

—Estás loco.
—Entonces también estaban locos todos los hombres de esa fiesta —replicó él.
—Estás exagerando —suspiró ella con frustración.—Eso desearía —rió él con brusquedad—. Si quieres acabar el primer año de facultad sin llamar la atención de los hombres, piensa en vestirte con sacos de patata.
—Quizá lo haga. Quizás me coma un pastel de cerezas todos los días y me afeite la cabeza.
—Buena suerte —dijo él—. Si estudiaras un curso de fealdad todas las noches, suspenderías.
—No quiero ser bonita —replicó ella—. No quiero parar relojes o coleccionar tarjetas de visita de hombres que no conozco. Lo que quiero…
—¿Tarjetas de visita?
—Un par de hombres que conocí en la fiesta me dieron su tarjeta.
—Si no quieres ser bonita ¿qué quieres? —gruñó él.
—Quiero ser lista —dijo, y lo miró insegura, tan vulnerable que le rompía el corazón.
—Eres lista —contestó él.
—No lo entiendes porque tú siempre has sido listo. Incluso cuando eras un crío, eras listo.

Nick volvió a mirar a Miley y recordó a su madre callada y sumisa, a su padre autocrático y al abusón de su hermano. No es que supiera mucho de psicología, pero suponía que no había tenido mucho apoyo. En cambio, para él era como una joya deslumbrante entre un montón de piedras.
El aire del coche se estaba enfriando. Quería sentirla junto a él. Era una locura, pero deseaba verla sonreír.

—¿Sabes una cosa? La inteligencia se contagia.
—¿Ah, sí? —exclamó ella, mirándolo escéptica.
—Sí —asintió acercándose—. Es como la mononucleosis. Como yo soy listo, si me besas te harás más lista.
Los labios de ella temblaron, y luego agachó la cabeza y se echó a reír. Fue como una cascada de agua cristalina.
—Esa es la peor razón, con diferencia, que me han dado para besar a alguien.
—Nunca lo sabrás si no lo pruebas —insistió él, pasando la mano por detrás de su cuello.
—¿Podrías demostrarlo ante un tribunal? —dijo ella con ojos burlones e incrédulos.
—Has dicho que soy listo, así que llevo la razón —rió él.