Demi se preguntó qué estaría
tramando Joe. La noche anterior él había
estado en su apartamento, y aquella tarde había insistido en que fuera a su
oficina. Al parecer, le tenía una sorpresa reservada. Demi no se fiaba de él, pero le pudo
la curiosidad y se presentó allí.
Cuando atravesó el área de
recepción, Kerry, la leal asistente de Joe, levantó la vista de la pantalla de su
ordenador.
-La está esperando -le dijo la
joven con una sonrisa-. Puede pasar.
-Gracias -contestó Demi exhalando un suspiro.
Encontró a Joe esperándola con tres percheros
portátiles llenos de ropa, varias cajas de zapatos y un espejo de cuerpo
entero traído especialmente para la ocasión.
-¿Qué es todo esto? -preguntó
ella.
-Una selección de tu
guardarropa para las próximas dos semanas -respondió él con su típica sonrisa
de asesor-. Le dije a una estilista lo que necesitarías y ella me lo ha
enviado. Se encarga de vestir a algunas de las mujeres más famosas del mundo.
Demi le echó un vistazo a la ropa
que había en las perchas: Trajes de noche, vestidos ajustados, faldas que
apenas le cubrirían el trasero...
-Pruébate éste -dijo Joe sacando una vestido largo
plateado-. Puedes cambiarte en mi baño. Y si te queda bien, te lo puedes poner
mañana por la noche.
Demi observó aquel traje
centelleante. Se abrochaba por delante, dejando un espacio mínimo para
cubrirle los senos.
-Supongo que estás de broma...
-Estarás muy sexy con él
puesto, nena.
-Si tanto te gusta, puedes
ponértelo tú.
Dispuesto a no rendirse, Joe buscó otro traje, esta vez un
vestido color cereza muy corto.
-¿Qué te parece este? Tiene un
cinturón a juego.
Un cinturón que Demi iba a utilizar como correa si
él seguía sacándole trajes.
-No vas a convertirme en una
tía buena, Joe. Así
que olvídalo.
-Eres una mojigata, Demi —dijo Joe colgando el vestido en el
perchero.
-No lo soy —respondió ella
cruzándose de brazos.
-¿Ah, no? -contestó Joe sentándose en la esquina de
su escritorio con un mechón de pelo cayéndole sobre la frente-. Me apuesto lo
que sea a que nunca has hecho el amor en un avión. Ni en el ascensor. Ni
siquiera debajo de un árbol, en el parque.
Demi trató de actuar como si su acusación no la hubiera hecho avergonzarse.
-Es ilegal andar por ahí
enrollándose en sitios públicos.
-Cierto, pero eso es lo que lo
hace tan excitante.
Ella hizo todo lo que
humanamente pudo por evitar su mirada, pero podía sentir aquellos ojos
ardientes lanzando chispas sexuales en su dirección.
-Yo soy una dama -dijo
entonces-. Me comporto en público con propiedad.
-Ya, pero ¿no te gustaría
hacer realidad alguna vez tus fantasías?
-No fantaseo con los aviones.
-¿Y qué me dices del ascensor?
—insistió él ladeando suavemente la cabeza.
Muy bien, tal vez allí la
había pillado, pero desde luego no iba a ser tan estúpida de admitirlo. Demi no era lo suficientemente
lanzada como para llevar a cabo sus fantasías ni vivir al límite. Conducía un
Sedan de lujo en lugar de un deportivo, se iba de vacaciones a lugares
prácticos en vez de a sitios exóticos e impredecibles, y batallaba contra una
úlcera que se le abría cada vez que el estrés alcanzaba el nivel suficiente en
su particular escala de Richter.
-¿Yen privado? —dijo entonces Joe.
-Perdona, ¿cómo dices?
-preguntó ella alzando los ojos.
-¿En privado también te
comportas con propiedad? -se explicó él mientras examinaba un vestido de cuero
negro digno de una profesional del sadomasoquismo.
A Demi se le secó la boca. Sólo se había acostado
con dos hombres en su vida, y a ninguno le había arrancado nunca la ropa ni le
había arañado la espalda. Pero tampoco era ninguna puritana.
-Me comporto como debo.
-Ponte esto -ordenó Joe pasándole aquel minivestido-.
Quiero verte las piernas. Enteras, hasta los muslos.
-No -respondió ella agarrando
el traje que él le tendía.
-Se supone que tenemos que
convencer al mundo de que somos amantes -aseguró él mirándola fijamente-. Eres
consciente de eso, ¿verdad?
-Por supuesto que sí. Pero,
¿no podríamos fingir que nuestra primera cita es
eso, una primera cita, y no convertirnos en amantes de inmediato?
-Sí, podemos hacerlo. Pero
sólo tenemos unas pocas semanas para hacer este montaje, así que tendrás que
rendirte a mis encantos lo más pronto posible.
-¿Y por qué no puedes tú
rendirte a los míos?
-Porque irás vestida como una
mojigata, por eso.
-Muy bien. Llevaré algo
provocativo, pero lo comparé yo misma -aseguró Demi colgando aquel vestido de dominadora en el
perchero-. ¿Dónde vamos a ir, por cierto?
-Al estreno de una obra de
teatro. Una obra erótica -añadió Joe-. Así que prepárate para noche tórrida.
Demi sintió cómo se le aceleraba
al corazón dentro del pecho. ¿Una obra pornográfica? ¿Una noche tórrida?
-Puedo soportar cualquier cosa
que se te ocurra —lo retó ella.
Demi observó su imagen en el
espejo. ¿Se atrevería de verdad a llevar aquello puesto en público?
El tejido blanco de su vestido
se ajustaba a su cuerpo con líneas sencillas. Pero ese no era el problema. El
vestido dejaba la espalda completamente desnuda, lo que significaba que no
llevaba puesto sujetador, algo que Demi no había hecho nunca hasta el momento.
¿Qué le ocurría? ¿Acaso estaba
tratando de competir con la antigua Tara Shaw, intentando probarle a Joe que podía ser tan deseable
como su ex amante?
Demi miró su reloj y el corazón le dio un vuelco. Él llegaría en cualquier
momento.
Echó un vistazo alrededor en
busca de sus zapatos, el chal, y el bolso de noche en el que llevaba la
medicina para el estómago. Estuvo a punto de caerse al colocarse los tacones, y
en el momento en que se echaba un último vistazo en el espejo, sonó el
telefonillo.
-Espérame en la planta baja.
Enseguida abro -dijo Demi a
través del intercomunicador mientras abría la puerta.
Luego se colocó el chal que
hacía juego con el vestido, y pensó en la posibilidad de tomarse un vaso de
vino para calmar los nervios. Pero tal vez le irritaría la úlcera, así que
desechó la idea y decidió tomarse unos minutos para tranquilizarse.
Cuando abrió la puerta de su
apartamento, estuvo a punto de chocarse contra Joe.
Él iba muy elegante, vestido
con un traje negro de corte clásico, una camisa blanca almidonada y una fina
corbata negra.
-Te he dicho que me esperaras
abajo -dijo
Demi cerrando la
puerta tras ella.
-¿Desde cuándo hago caso de lo
que tú me dices? -respondió Joe con una mueca rebelde-. Quítate el chal y déjame ver el vestido.
-Es un traje muy provocativo
-le advirtió ella tratando de aparentar naturalidad-. Hará que se fijen en mí.
-Deja que sea yo quien lo
juzgue -dijo Joe acercándose
para sacarle el chal.
-Yo lo haré.
Demi se despojó de la prenda y se
la quitó, dando un giro rápido para mostrar su espalda desnuda. Luego trató de
volver a taparse.
-Un momento. Espera -ordenó Joe agarrando el chal y
dejándola vulnerable ante sus ojos.
Aquellos ojos de reflejos
ámbar.
Demi se abrazó a sí misma, deseando
no haber optado por un vestido sin sujetador. Cuando Joe posó la mirada sobre sus
pezones, ella se agarró al bolso.
«Di algo, por favor», pensó
para sus adentros. «No te quedes ahí mirando sin decir nada».
Él dio un paso adelante, y Demi trató de respirar con
normalidad.
-¿Puedes devolverme mi chal,
por favor?
-No -respondió él dejando la
prenda sobre la barandilla-. Quiero mirarte más.
—Me estás poniendo nerviosa, Joe.
-Lo sé.
Él se acercó otro tanto, y Demi se estremeció.
-Relájate. Se supone que
estamos a punto de convertirnos en amantes. No puedes dar un respingo cada vez
que te toque.
Joe deslizó las manos por su
cabello.
-¿Qué estás haciendo?
-preguntó Demi, tratando de combatir un
súbito mareo.
-Quitarte algunas horquillas
-respondió él mientras enroscaba un mechón de rizos entre los dedos-. Mejor.
Ahora estás perfecta.
Demi no podía imaginarse qué
aspecto tendría con la mitad del recogido deshecho. Probablemente, desaliñado.
Como si acabara de levantarse de la cama.
Joe dio un paso atrás y le entregó
su chal. Tomaron el ascensor, y el trayecto hacia el primer piso pareció durar
una eternidad.
-¿Crees que alguien habrá hecho
el amor aquí alguna vez? -preguntó Joe.
-No creo. Quiero decir, seguro
que no.
A sus hermanas no se les
ocurriría hacer algo semejante. Por supuesto que no. Rita y María eran unas señoritas, igual
que ella.
—Deberíamos fingirlo alguna
vez —dijo Joe
con cara de niño
travieso-. Hacer como si lo estuviéramos haciendo aquí.
-Eso no tiene gracia.
Cuando se abrió la puerta del
ascensor, Demi
se bajó con los
pezones tan duros como balas.
-Por cierto, tenemos que posar
para el marido de Kerry. Nos va a hacer unas fotografías eróticas -comentó Joe como si tal cosa cuando se
hubieron subido a su Corvette deportivo.
-¿Cómo dices? —preguntó Demi con voz ahogada.
-El marido de Kerry es un
artista, y está de acuerdo. Le vendrá bien la publicidad. Hemos acordado que nos
hará algunas fotos sensuales, pero antes de que tenga la oportunidad de elegir cuál
va a utilizar para pintar nuestro retrato, alguien le robará las fotos de su
estudio para vendérselas a una revista -aseguró Joe sin quitar ojo de la carretera—. Seremos
la comidilla de la ciudad.
-¿Fotos sensuales? -repitió Demi casi sin respiración-. ¿Por
qué no me has hablado de esto antes?
-No quería contarte todo el
plan de sopetón -se excusó él.
-No pienso hacerlo -aseguró Demi cruzándose de brazos-. De
ningún modo pienso permitir que circulen por ahí ese tipo de fotografías mías.
Y no pienso quitarme la ropa delante del marido de Kerry. Así que olvídalo.
-No estarás desnuda. Llevarás
algo de lencería -aseguró Joe metiendo el coche en el aparcamiento del teatro-. No tienes elección, Demi. Tienes que hacerlo. Forma
parte del escándalo. Toda la prensa se hará eco.
-No me importa. Me has
engañado.
-Hice lo que tenía que hacer
—respondió él colocándose en la fila de coches que querían entrar al parking-.
Se supone que vamos a tener un romance apasionado, y que yo estoy obsesionado
contigo, y por eso he encargado un retrato erótico tuyo.
-No sé si voy a ser capaz
-aseguró Demi mordiéndose el labio inferior—. ¿Cuándo se supone que es la
sesión?
-Dentro de dos días —contestó Joe sin poder apartar los ojos de
su boca—. Para entonces, ya tenemos que estar durmiendo juntos. O fingiéndolo
-aclaró-. Yo debería acompañarte a tu apartamento después de la obra y
quedarme allí algunas horas, para que parezca que no hemos podido resistirnos. ¿Te parece bien?
-Sí -respondió ella.
Sus ojos se encontraron
entonces. Se escuchó el sonido de un claxon, y Joe cayó en la cuenta de que la cola había
avanzado sin que él se diera cuenta. El conductor de atrás le hizo un gesto
para que se moviera, urgiéndolo a prestar atención a algo que no fuera la
hermosa mujer con la que estaba planeando un falso romance.
Cuando Joe y ella atravesaron el enmoquetado
vestíbulo del teatro, el estómago de Demi comenzó a protestar, y eso que la noche
acababa de empezar.
-Deja que te ayude con el chal
-sugirió Joe inclinándose hacia ella.
-De acuerdo -contestó Demi, consciente de que él esperaba
que se quitara la única protección que tenía.
Él permaneció detrás mientras
ella se lo sacaba. Demi sentía
su respiración sobre la nuca, calentándosela. En cuanto terminó de quitarse el
chal, sus pezones chocaron contra la suave tela del vestido.
-Estás preciosa.
Joe seguía detrás de ella, y en
aquel instante le tocó la piel, deslizando suavemente un dedo por su espina
dorsal.
Demi pensó que aquello formaba
parte del juego, parte del escándalo público. Pero su caricia había sido real,
igual que su reacción. Todas y cada una de las terminaciones nerviosas de su
cuerpo parecieron cobrar vida, invadiéndola con unas sensaciones que ni
siquiera sospechaba que tenía.
Joe la abrazó por detrás y la
estrechó contra sí. El trasero de Demi se estrelló contra su cremallera, y él le mordisqueó el lóbulo de la
oreja.
En el vestíbulo del teatro
había cientos de personas tomando una copa y disfrutando del cóctel que se
estaba sirviendo antes del estreno. Y durante un buen rato, la boca y las
manos de Joe
parecían moverse
por todo su cuerpo. Demi se
dio cuenta de que tenía los dedos peligrosamente cerca de sus pezones.
-Tal vez deberíamos buscar
nuestros asientos -musitó ella con las rodillas temblorosas.