Tercera Persona.
—Eso no salió tan mal—Demi sonrió en acuerdo, mientras
enlazaba su brazo al de León y se encaminaban hacia el auto en el
estacionamiento—Creí que vomitarías o algo así. ¿Recuerdas cuando vomitabas en
las presentaciones en la escuela?
—No vomitaba—Se defendió
malhumorada. A veces le daban náuseas y siempre repetía su discurso tres veces,
como un disco rayado… pero no vomitaba.
—Ah no, tú te desmayabas— Demi puso los ojos en blanco, una se olvidaba de desayunar un día en la
secundaria y el mal momento la perseguía hasta su tumba. — ¿Y este qué quiere?
Ella siguió la dirección de la
mirada de su hermano, para encontrarse con Joseph reposando tranquilamente contra una camioneta negra. No
tenía idea como había descubierto el auto de ellos, pero se encontraba de pie
justo a un lado del mismo. León se puso en modo de ataque y ella sonrió para
sus adentros, al verlos más cerca Joseph
también se incorporó demostrando que su metro ochenta, valía tanto como el de
su hermano. «¡Hombres!»
— Demi—La saludó ignorando por completo a
León.
— ¿Pasa algo?—Inquirió mientras
aferraba con más fuerza el brazo de su hermano. Éste la miró de soslayo y tras
un corto enfrentamiento, reculó en su actitud de perro guardián protector de
virtudes.
—Pensé que podíamos…—Se detuvo para
enviarle una miradita agria a León, estaba claro que a Joseph no se le pasaba por alto la pose arrogante que decoraba su
lateral izquierdo—…hablar un momento.
—Sí, claro—Aceptó tranquilamente,
buscando un lugar más apartado de los ojos verdes que acusaban cada uno de sus
movimientos. Joseph se le
adelanto en la idea, aparentemente con un plan ya trazado.
—Tal vez yo podría llevarte a tu
casa—Ofreció como quien no quiere la cosa, León avanzó para mostrar que aún
estaba allí y que no la dejaría ir con cualquiera tan fácilmente.
—Yo la llevare, así que no será
necesario. Gracias—La tomó de la mano y comenzó a jalarla al auto.
—Aguarda—Le pidió en voz baja,
volviéndose para hablar calmadamente con él. —León no pasa nada, sé que
intentas ser un buen hermano pero es mi colega, no va a matarme y desperdigar
mis restos por la carretera. Míralo…—Él le dirigió una fugaz mirada. — ¿Crees
que se tomaría todo ese trabajo? —Se encogió de hombros, dando a entender que
no lo veía muy probable.
—Fiona dijo…
—Fiona dice muchas cosas y yo soy
una chica grande, dame un poco de crédito—León enarcó una ceja confundido, le
tenía un miedo de muerte a Fiona o quizás el temor se lo inspiraba Fred, fuese
lo que fuese no deseaba ir en contra de sus órdenes. —Solo me llevará a casa y
si quieres puedes esperarme allí, si se pasa de listo te daré permiso de que
patees su trasero. —Sonrió y fue entonces cuando Demi supo que lo había convencido.
—De acuerdo—Aceptó apartándola un
poco para enfrentar a Joseph.
—Mantén tus manos en los bolsillos ¿oíste?—El aludido tenía las manos en los
bolsillos en ese momento, por lo que la observación fue un tanto hilarante. Aun
así ella hizo acopio de su autocontrol, para no sonreír y quitarle crédito a la
amenaza de su hermano. —Te veo en casa, hermanita—León besó su mejilla y se
alejó a paso lento hacia su carro. Joseph
no se movió hasta que él hubo desaparecido de su campo visual.
— ¿Hermanita?—murmuró con un deje de
ironía, ella lo observó arrogante.
—Sí ¿Qué pensabas?—No respondió,
pero aun así Demi no necesitaba oír lo que pasaba por
su cabeza. Sabía muy bien lo que Joseph
se había figurado y se sentía orgullosa de por primera vez habérsele
adelantado. — ¿Nos vamos?
—Por favor—Con una seña de su mano
le apuntó el camino a seguir y en silencio, ambos se subieron al carro que una
vez ella supo robar.
Recordando aquel incidente, varias
veces se preguntaba ¿Cómo había sido capaz de cometer tremenda locura? Y alguna
parte consiente de su mente, pensaba ¿Qué habría ocurrido si él no volvía a
hablarle después de eso? No podía contestar dichas preguntas, no podía darse
una idea de cómo todos los sucesos entre ellos los habían llevado a ese punto.
En donde parecían conocerse pero no respetarse, donde pretendían ser amigos y
aparentaban todo lo contrario. Donde ella quería besarlo y al mismo tiempo
patearlo, enfadarlo y reírse más tarde rememorando las discusiones.
Todo entre
ellos era demasiado bizarro, a veces uno llegaría a pensar que de telenovela. Y
si bien se encontraban con los clásicos problemas, muchas veces ella terminaba
por creer que el final feliz no estaba ni remotamente cerca o siquiera fuese
posible.
Aun y con todos esos factores, no pensaba detener lo que ocurría. Ya
no podía, Joseph le despertaba
sentimientos que prefería ignorar y no quería pensar lo que ella hacía en él.
Porque la había buscado ¿no? Se había disculpado ¿Eso significaba que también
la necesitaba a pesar de todo?
—Cuanto silencio—El sonido de su
voz, la obligó a poner pie en tierra.
—Pensaba.
— ¿Puedo saber en qué?—Lo miró, no
tenía problemas en decirle la verdad, en ocasiones le contaba cosas que ni en
sueños habría planeado. Pero eso era lo bueno de Joseph, no debía planear nada de antemano con él. Las cosas
normalmente salían sin filtros, incluso uno llegaría a creer que demasiado
puras para el común de las personas.
—En la vez que te robe el auto.
—No es un lindo pensamiento—masculló
él pisando el acelerador deliberadamente. Al parecer aun le incomodaba la idea
de que ella pudiese lastimar a su preciado Lexus.
— ¿Y cuál sería un lindo
pensamiento?—Se volteó lo suficiente para que notara el destello pícaro en sus
ojos, pero por el bien de sus mejillas prefirió no ahondar en ese tema. Si
podía adivinar el hilo de su razonamiento, diría que Joseph estaba rememorando su encuentro previo a la
conferencia—Cerdo…—Aun intentándolo, no pudo evitar que el calor cubriera su
rostro.
Era tan adolescente su reacción, que
estando así tenía sus dudas de no estar en una parodia de su vida escolar.
Ahora solo faltaba que él la llevara a un lugar apartado y comenzara a
besuquearla en el auto. El punto alto de la ciudad con un nombre tonto como “la
colina de los besos” o “valle el apapacho”.
—Así que…ese es tu hermano—La
casualidad se la había dejado en el estacionamiento, para Demi fue más
que obvio que Joseph albergaba
sus dudas al respecto.
No podía culparlo ella y León no
tenían similitudes físicas, y nadie en su remota existencia pensaría que Demi es hermana
mayor de tremendo individuo. Pero así era, no había mentiras de por medio. Los
pocos recuerdos que tenia del padre de León, le daban el suficiente respaldo
como para decir que su hermano no tenía una pizca de su herencia irlandesa.
—Uno de ellos, sí.
—Parece simpático—Y él parecía el
peor mentiroso del mundo, pero ¡Hey! ¿Quién era ella para juzgar?
—Es bueno, simplemente no confía en
ti—Joseph se volvió rápidamente
en su dirección, como pidiendo una explicación a eso. Demi asintió
suavemente pasando de responder, pues ¿Qué sentido tenia echar sal a la herida
aun a medio cerrar? Él suspiró regresando su atención a la carretera.
—Creí que me habías disculpado por
eso…—Ella frunció el ceño, también fijándose en las casas que dejaban atrás, en
los transeúntes en las aceras, en los remotos arboles sin flores. En todo…
menos en el hombre a su derecha.
—Yo…—Pero no fue capaz de continuar.
Lo había disculpado o al menos eso
creía, en ese instante tan solo quería dejar todo atrás. No pensar en Ann o en
lo que ellos pudieron haber hecho en ese hotel, pero la imagen aún estaba
nítida en su mente. Y aunque no quería verlo como una traición, le costaba
trabajo no sentir un nudo en la garganta cada vez que pensaba en ello. ¿Acaso
una disculpa era suficiente? ¿Acaso siquiera merecía una disculpa? Él no era su
novio, él no era nada de ella.
— Demi.
—Ya olvidemos eso, Joseph—Sonrió, pero el gesto le sentó
más desalentador que cualquier otra cosa—No hablemos…de eso.
—Pareces molesta.
—No lo estoy—Se apresuró a
responder, aunque quizás demasiado pronto.
—Está bien, no lo estás.
—Bueno ¿Y qué esperabas? ¿Pastel y
globos? ¡Dios!—Odió su reacción, odió haber dicho eso pero no pudo callarlo. Se
cruzó de brazos, obligando a su vista a no abandonar la ventana.
El silencio se levo entre ellos,
como la espesa niebla de las mañanas invernales. Había mucho por decir pero
ninguno parecía dispuesto, las palabras solo los metían en problemas, las
acciones incluso más. Tal vez simplemente no estaban en condiciones de ser
amigos, colegas o cualquier otra cosa. Era triste saber que como escritores
podían armar un mundo ideal, pero que no eran capaces de alterar nada en el
suyo propio.
Demi quería perdonarlo, pero se ponía
trabas que para ella sonaban lógicas. No sabía lo que quería Joseph, pero estaba casi segura que
nada de lo que les ocurría estaba siendo como él lo esperaba.
— ¿Recuerdas que me dijiste que no
eras mi personaje?—Él asintió tenuemente, Demi decidió
mirarlo. —Si fueses mi personaje, te haría sufrir mucho.
— ¿Por qué?
—Porque me gustaría devolverte el
golpe, no sé hacerte sentir al menos una pequeña parte de lo que tu…—Se detuvo
antes de terminar de firmar su título en estupidologia. Por un segundo pensó
que no le respondería, pero al cabo de unos minutos él pareció entender algo.
—Si fueses mi personaje, te daría
algo de empatía—No le agrado oír eso, pues no se consideraba poco empática. —Y
te recordaría la bondad que mi personaje te fue robando capítulo a capítulo.
Algo así como un momento de superación, en el que comprendes que eres mejor que
yo y que por eso debes apiadarte de mí estupidez.
—Es una pena que no pueda escribir
tus líneas, a decir verdad te borraría la arrogancia y te pondría más humildad,
tal vez entonces mi personaje estaría dispuesta a pensarse eso de tu estupidez
innata. Ah y también quizás te haría rubio—Joseph sonrió a pesar de sí mismo y ella fue incapaz de no copiar
ese gesto. Casi y comprendió el propósito de emplear la empatía que él había
mencionado.
— ¿Qué tiene de malo mi cabello?—Demi lo miró analizándolo brevemente,
también quizás tomándose la libertad de verlo en profundidad después de tanto
tiempo de abstinencia.
—No tiene nada de malo—Dijo
casualmente, para luego tomar una de sus hebras con confianza—Pero supongo que
algunos mechones rubios, te darían personalidad.
—Si vamos al caso, puedo pedir que
ya dejes de plancharte tu cabello ¿no?—Demi respingó como si acabaran de pincharle
las posaderas con un alfiler.
— ¿Estas demente? Si tan solo lo
dejara libre, se cobraría la vida de pájaros indefensos que lo confundirían con
un nido.
— ¿No crees que exageras? —Le regaló
una media sonrisa, típica de un Don Juan consumado—A mí me gustan tus rizos.
—Serás el único—replicó tratando de
pasar por alto el cumplido.
Joseph extendió una mano dejándola caer
suavemente sobre la suya. Demi sintió sus dedos cerrándose entorno a su palma y casi por
inercia, le devolvió el apretón. Él sonrió cuando notó que le concedía aquel
acercamiento, pues tenía que ser honesta, no podía estar molesta con ese hombre
mucho tiempo. Era desquiciante, pero sin ese rasgo sería un
completo extraño. Así lo había
conocido y como una tonta aceptaba que así… le gustaba.
—Este no es el camino a mi
casa—Espetó repentinamente, sin reconocer las calles a su alrededor.
—Es que no vamos a tu casa—Lo miró
contrariada, él no se dio por enterado.
— ¿Y a dónde vamos?
—A mi casa.
— ¿Por qué?
—Porque tenemos que hablar—Con el
ceño fruncido apretó aún más la mano de Joseph,
logrando que le diera su atención al instante—No te preocupes, mantendré mis
manos en los bolsillos.
Ella soltó una breve carcajada, por
extraño que sonase eso había sido lo último en lo que había pensado. No sabía
cómo reaccionar frente aquel razonamiento y como pocas veces le ocurría,
decidió que era lo mejor. ¿Cuántas veces se había detenido a pensar y terminaba
echando todo a perder? Si realmente actuara como un personaje, ese sería el
momento preciso en que debía mandar todo al diablo y esperar que producto de un
milagro o la mano amiga del escritor, las cosas para variar le salieran bien. Y
si no siempre podía, cambiarse el nombre e iniciar una vida nueva bajo el mar.
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Si bien la casa de Joseph no era extraña para ella, aun
entrar en ese lugar le sentaba un tanto raro. No había grandes recuerdo allí,
tan solo esa vez que se dio a la fuga con el Lexus y tal como él había dicho
antes, no era un lindo momento para traer a colación. Se encontraba en su
cocina, esperando que su anfitrión decidiera que le ofrecía para tomar. No
habían hecho un tour o recorrido las distintas alas de esa enorme casota,
contando anécdotas de la infancia o viendo fotos en las paredes.
Él no había
crecido allí y hasta donde ella sabía, el padre de Joseph vivía en la otra punta de la ciudad y todo ese sitio estaba
tan vacío como su despensa en época de poca inspiración. Demi no veía el propósito de tener tanto
espacio en desuso, pero estaba casi segura que ese era razonamiento de gente
rica y por supuesto era algo que escapaba a alguien con sus ingresos anuales.
— ¿Quieres vino?
— ¿No es temprano para vino?— «¿Y
demasiado sugerente?» Pensó esa pregunta, pero el pequeño sector neuronal que
aun funcionaba en su cráneo la persuadió de soltarlo así sin más.
—Nunca pensé que existían
horarios—Reflexionó él pasándose una mano por la nuca, como si realmente
aquello lo sorprendiera.
—No esperaría menos de un catador de
vinos—Joseph le regaló una
radiante sonrisa, antes de acercarse a ella y tomarla por la muñeca
repentinamente.
—Ven conmigo.
— ¿A dónde?—La miró por sobre el hombro
mostrándose misterioso.
—Ya verás.
Y sin decir más la guió por un
escueto pasillo que terminaba frente a una poca iluminada, puerta de madera. Demi aguardó a que él abriera,
comenzándose a sentir verdaderamente curiosa al respecto.
— ¿Vas a mostrarme tu colección de
muñecas inflables?— Joseph soltó
una carcajada fresca, sin un ápice de la común ironía o burla.
—Entra—Ella intentó espiar a través
de la barrera de su cuerpo, pero no logró ver mucho del interior. La oscuridad
del pasillo, se extendía a ese cuarto también y por un segundo casi pequeñito,
se pensó mejor la posibilidad de que Joseph
decidiera solucionar todo cortándola en pedacitos. Sacudió la cabeza, casi
sorprendiéndose del rumbo que toman los pensamientos de uno, cuando se
encuentra frente algo nuevo y oscuro.
— ¿Sabías que el miedo es una
respuesta sensible a una situación desconocida? —Él se giró para ofrecerle la
más confundida, pero hermosa mirada que ella pudiese esperar de alguien.
—Olvídalo—dijo admirando su rostro en las penumbras.
Joseph tenía defectos, Dios sabía que eso
era cierto pero cortar a la gente en pedacitos no parecía ser uno de ellos. Demi lo siguió
aferrándose a su camisa y entonces notó que debía bajar unas escaleras. La
estaba llevando a un sótano.
—Aguarda aquí—Él se le escapó antes
de que pudiera pensar algo ingenioso que replicar y para cuando su vista
comenzaba a acostumbrarse, las luces en el techo ¿o seria el piso? Bueno en
fin, comenzaron a parpadear hasta iluminar el sótano de punta a punta. — ¡Helo
aquí!
Ella abrió los ojos como plato,
repasando cada esquina elegantemente decorada, con los centenares de botellas
acomodadas en precisa concordancia una con otra.
—Este sería el paraíso de mi tío
Carl.
—Por esto compre esta casa, era el
lugar perfecto para colocar cada uno de mis vinos como se merecían.
—Podrías embriagar a medio Londres
con todo lo que tienes aquí—Él se encogió de hombros, emulando por primera vez
un gesto honestamente humilde. Ella no se lo podía creer, porque ni siquiera
relatándolo con sus propias palabras, habría sido capaz de mostrar
correctamente esa parte de Joseph.
—La mayoría fueron regalos y no sé
cómo… todo se convirtió en un verdadero reto para mí, tengo vinos de casi todas
las épocas. Y algunos de los que vez aquí…—Abrió unas pequeñas puertas de
madera a su derecha—Tienen más historias que cualquiera que los haya tocado.
Demi observó
las botellas con la misma admiración que decoraba el timbre de Joseph, y sintiendo algo de confianza
comenzó a trazas con su índice líneas sobre las etiquetas que la rodeaban por
todos los flancos.
—Me gusta…—susurró siguiendo un
caminito imaginario, hasta que terminó por toparse con algo que llamó su
atención— ¿Esta fecha que significa?— Joseph
se aproximó para ver lo que le señalaba y tomó el vino de la pequeña bodega
para mirarlo.
—Es el año de cosecha. —Le informó,
tras quitarle algo de tierra propia del encierro. —1986…
—Ese quiero beber—Espetó con la
decisión ya tomada, pero entonces reparó en que quizás era un vino que él no
deseaba abrir, después de todo era parte de una colección. — ¿Podemos?—preguntó
algo avergonzada.
—Sí, claro que podemos—Demi sonrió alegremente y él volvió a
tomarla de la mano haciendo que un escalofrió corriera por todo el largo de su
brazo, como si acabara de soplarle la nuca o susurrado su nombre al oído. Y
aunque nada de eso había ocurrido, la sensación estaba allí presente, aun
erizándole cada vello del cuerpo.
Por un miserable instante, la idea
de solo sentir el calor de su tacto la embriagó. Le gustaba y le desagradaba en
dosis similares ponerse de esa forma, pero las malditas palpitaciones de su
corazón no querían hacer nada para solucionar su situación. Su presencia la
alteraba de formas que no debería y el placer que sentía al pensar en cada uno
de sus besos, despertaba como un monstruo dispuesto a devorarse toda su calma.
Ya no estaba segura de que aquello fuese tan buena idea, ya no estaba segura de
porque repentinamente solo podía pensar en poner algo de distancia.
De regreso en la cocina, ella había
adoptado una posición más cautelosa y podía jurar que Joseph había notado aquello. Le entregó la copa sin decir nada y
ella bebió incapaz de dirimir un sabor en medio del caos que se desataba en su
interior.
Jamás había sabido como relatar esos
momentos, aquellos que parecen ser decisivos entre los personajes. Cuando
verdaderamente se notan, más allá de sus diferencias, más allá de los
sentimientos y solo son ellos como seres humanos corrientes. Desprovistos de
armas o argumentos de los cuales valerse, cuando cada frase ya parece haber
perdido cualquier significado y todo se reduce a un encuentro de miradas, a una
sonrisa o a cada detalle que hasta entonces nunca importó.
—Tal vez…—Y allí estaba, la pequeña
conexión tan anhelada.
Joseph la observó esperando a que dijera
algo, pero Demi sacudió la cabeza encontrándose en
blanco. Quería decirle que mejor se marchaba, que lo perdonaba por todo y que
estaba dispuesta a reanudar su amistad. Pero no lo hizo.
—No quiero que te vayas aun—Él leyó
sus intenciones en sus ojos y antes de que pudiera responderle, caminó la
distancia que los separaban y colocando la frente contra la suya le susurró—:
Aun no…
— Joseph…—Pero él selló sus labios imposibilitándole seguir aquella
línea de protesta. Demi intentó resistir la urgencia de
responder a su demandante beso, pero finalmente terminó por fracasar y dejando
ir un suspiró, enlazó sus brazos alrededor de su cuello para permitirse
degustar el momento.
Él la tomó por la cintura en un
intento de acoplar su altura a la propia, Demi se puso de
puntillas incapaz de romper el contacto de sus bocas y Joseph deslizo sus manos inocentemente, hasta terminar su viaje en
la curvatura de su trasero.
Él la alzó en vilo subiéndola a la encimera y ella
sonrió cuando su cuerpo golpeó algo que termino por estrellarse contra el piso.
Ninguno puso marcada atención a lo que ocurría más allá de ellos mismos, las
manos de Joseph jugaban por sus
pantorrillas mientras su boca paseaba por su cuello y de regreso a sus labios,
bebiendo de ellos hasta la última gota de vacilación. Demi hundió las
manos en su cabello, deteniéndolo el tiempo suficiente para saciar sus propios
apetitos.
Delineó los contornos de su rostro palmo a palmo, como si esperara
grabar con su boca cada expresión suya y lo escuchó gruñir cuando esquivo uno
de sus besos. Pero no pensó en mucho más, había perdido la capacidad de decidir
qué camino tomarían las cosas. Y por esa vez le permitió al destino jugar su
carta.
Un escritor relataría la escena
centrándose en lo que cada uno de los personajes siente. Pero ¿Cómo hablar de
un sentimiento que es más piel que otra cosa? ¿Cómo decir que sus caricias
prendían fuego cada parte que tocaban? ¿Sería eso incluso suficiente? ¿Sentiría
el que lee la pasión que dos cuerpos despiertan? ¿La compartiría?
Joseph no solo la estaba besando, la
estaba animando a dejar sus inhibiciones a un lado. Ella no solo lo acariciaba,
le estaba demostrando que la confianza podía ganarse. Y más allá de eso que no
se decían, estaba lo demás. Los besos pausados en la tráquea, la suave caricia
que se colaba por el bajo de su vestido como un investigador silencioso. Las
manos ansiosas que buscaban liberar un botón o romperlo de ser necesario, la
presión de un cuerpo contra otro, la necesidad y la urgencia de mandar al
último pensamiento coherente a unas largas vacaciones.
—Vamos arriba—Demi asintió y
ayudada por él descendió de la encimera, con las ropas a medio sacar o a medio
poner, dependiendo de cómo se lo mire. Se dejó abrazar por su colega y con una
pequeña sonrisa, enlazó el brazo alrededor de su cintura para encaminarse
juntos por las escaleras.
Si fueran sus personajes, este sería
el momento en que les otorgaría su instante de privacidad. «¡Sí, ya!»