No volvieron a la habitación hasta después de media noche. Demi
había tomado tantas piñas coladas como fue capaz de aguantar. Pero no había tenido
en cuenta la cantidad de ron que el camarero había puesto en ella. Iba haciendo
eses hasta que llegó a la puerta, mientras Joe la miraba divertido.
Metió la tarjeta en la ranura y abrió la puesta cuando se
encendió la luz verde.
—Aquí estamos una vez más, —murmuró él, haciéndose a un lado
para dejarla entrar.
Ella se subió el tirante su vestido negro, que se había
resbalado de su hombro. Al igual que el resto de su armario semivacío, se lo
había comprado en su rápida visita a la tienda del hotel. Además del vestido de
cóctel que le llegaba hasta la rodilla, solo tenía un camisón negro muy
revelador y no tenía bata. Esperaba que Joe la dejara desnudarse en la
oscuridad.
—Puedes usar tu primero el cuarto de baño, —invitó—. Voy a
escuchar las noticias.
—Gracias —cogió el camisón y la y ropa interior y fue al baño a
ducharse.
Cuando salió, Joe estaba sentado en el borde de la cama. Se había
quitado todo, excepto los pantalones. Cuando se levantó, ella tuvo que reprimir
el escalofrío de placer que le produjo verlo desnudo de cintura para arriba.
Tenía los brazos musculosos y un mechón de vello oscuro y rizado negro bajaba
por su pecho. Su pelo era alborotado y le caía sobre la frente. Tenía pinta de
golfo ya que necesitaba un afeitado.
—Menos mal que guardé mi maquinilla de afeitar, —dijo,
sosteniendo una pequeña bolsa que había guardado, y que era la él siempre llevaba
cuando iba de viaje—. Tengo que afeitarme dos veces al día —sus ojos oscuros se
deslizaron sobre su cuerpo que sólo llevaba el camisón, por lo que los brazos
de ella seguían cruzados, sobre el fino tejido, a la altura del pecho, ya que
la prenda dejaba casi todo a la vista—. Estamos casados, —recordó é—. Y ya he
visto a algunas de vosotras en camisón.
Ella se aclaró la garganta.
—¿Qué lado de la cama te gusta? —pregunta tímidamente.
—El derecho, pero me da igual. Puedes elegir tú.
—Gracias.
Colocó la ropa que se había quitado sobre una silla y se metió
rápidamente en la cama, subiéndose las mantas hasta la barbilla.
Él arqueó una ceja.
—Quédate así, —le dijo él, —y cuando vuelva, te contaré un
bonito cuento de hadas.
Ella lo miró a través de una neblina de color rosa.
—Seguramente estaré dormida. No debería haber bebido tanto.
Él asintió lentamente.
—Es una buena idea, —dijo, enigmáticamente y entró en el cuarto
de baño.
Ella no estaba dormida cuando él salió del baño. Lo había
intentado pero no lo había conseguido. Lo miró a través de sus pestañas y lo ir
a través de la habitación apagando las luces.
Llevaba una toalla alrededor de la
cintura y cuando fue hacia su lado de la cama vió, a la suave luz de la mesilla
de noche, enganchado y como resultado de la última luz de su lado de la cama, como
se la quitaba y la echaba encima en el respaldo de la silla.
Se puso rígida cuando se metió en la cama a su lado y se estiró
perezosamente.
—Puedo sentir que estas tensa, —murmuró secamente—. Es una cama
grande, cariño, y no soy sonámbulo. Estás a salvo.
Ella carraspeó.
—Sí, ya lo sé.
—Entonces, ¿por qué estás temblando?
Después de hacer rodar una y otra más cerca. Podía sentir el
calor de su cuerpo a través de su fino vestido. Ella tembló aún más cuando su
larga pierna cepillado contra ella.
—Escalofríos, —continuó acercándose—, y la respiración como si
hubieras corrido una maratón —se acercó y puso su brazo debajo de su cabeza,
atrayéndola hacia él—. No he olvidado los signos de cuando una mujer quiere que
la abrace, —susurró notando en sus manos la suavidad de su cuerpo a través del
fino tejido—.
Y tú quieres que lo haga, Demi.
Ella empezó a protestar, pero su boca ya estaba sobre la suya.
Se dio la vuelta y tiró de ella hacía a él, por lo que sintió su desnudez hasta
el fondo de su alma. Fue cálido y tierno e, incluso desde su inexperiencia, era
consciente de que él no quería hacerle daño.
Sus manos eran suaves sobre su vientre plano, que iban siguiendo
seguimiento a la coyuntura de sus largas piernas. Suavizado entre su pulgar y
su tocó suavemente en un lugar que no había soñado él.
Ella dio un tirón.
—No —dijo suavemente—. No tires hacia atrás. Esto no va a doler.
Sólo va a hacer más fácil que pueda penetrarte —sus dedos eran lentos, sensuales
e insistentes. Ella tembló, y la presión creció. La boca de él jugaba con sus
labios, mientras que enseñaba a su cuerpo a llegar a la cima del placer.
—¿Estás bien? —susurró.
—Sí —ella sollozó.
—No, no luches, —respiró él. Su boca se deslizó hasta sus pechos
para explorarlos en un tenso silencio que iba creciendo al mismo tiempo que las
sensaciones maravillosas que le producían sus manos hasta que su cuerpo se
tensó como un arco.
Le estaba haciendo algo, pero ahora no era con el dedo, sino con
otra parte de su cuerpo que se movía arriba y abajo, empujando para facilitar
la penetración…!
—Me duele —le susurró frenéticamente.
—¿Aquí? —susurró él, cambiando de postura. Se movió otra vez y
ella gimió, pero no de dolor—. Sí, eso es, —dijo él rápidamente—. Ya ha pasado
todo, cariño!
Inconscientemente, ella dejó que se acoplara, que empujara y
entrara hasta el fondo de su cuerpo. Sentía su piel contra la de él y oía el
suave susurro de la respiración de él, incluso cuando las fuertes sensaciones llegaron
a su cabeza. Su garganta emitía sonidos que ella no conocía y se aferraba a él
con todas sus fuerzas.
—¡Yo… deseo…! —que un nudo en la garganta.
—¿Qué deseas? —preguntó él, con la respiración entrecortada—.
¿Qué quieres? ¡Haré cualquier cosa!
—Deseo… que enciendas la luz —se las arregló para decir.
—¡Oh, Dios…! —gimió él.
Trató de llegar al interruptor de luz pero, en ese momento, una llamarada
de placer lo pilló desprevenido y le atravesó el cuerpo como un dulce y
caliente cuchillo. Se olvidó de la luz y la atrajo contra él con sus fuerzas, empujando
sus caderas con fuerza mientras la seguía en la ola de placer que se extendía
por su cuerpo. Oyó su sus sollozos y le dio gracias Dios porque ella hubiera
sentido algo, porque en lo único que pensaba en ese momento era que si no se
liberaba, iba a morir…
—Demi —exclamó cunado con un estremecimiento llegó a la misma y
dulce liberación.
Ella cogió sus manos cuando él termino, todavía temblando por el
placer. Le acarició el pelo, la nuca, dejando besos en sus mejillas, sus ojos, su
nariz…
—Ha estado muy bien —susurró ella—. Tan bonito, tan dulce. Ay, Joe,
¿podemos hacerlo de nuevo?
Él no tenía aliento ni para reír.
—Cariño, no puedo, —susurró a media respiración—. Todavía no.
— ¿Por qué? ¿He hecho algo mal? —le preguntó.
Se dio vuelta y la besó la boca.
—No. Lo que pasa es que el cuerpo de un hombre no es como una
mujer, —dijo suavemente—. Tengo que descansar durante unos minutos, para poder
recuperarme.
—Oh.
La besó perezosamente, estirando sus músculos agarrotados y
haciendo una profunda inspiración, antes de cogerla entre sus brazos otra vez y
suspirando le preguntó:
—¿Te ha dolido mucho? —murmuró soñoliento.
—Un poco al principio —ella estiró contra él.
—Cielos, es como morir, —señaló maravillada—, pero no te importa
si es de esa forma —dijo con una sonrisa traviesa—. Joe, enciende la luz, —le
susurró.
—Pensé que eras muy tímida, —la picó él—. No quiero que pienses
soy un voyeur.
Ella lo corrigió.
—Soy yo la que quiere mirarte.
— ¡Demi!
—No finjas que te he escandalizado, porque te conozco y no es
así. Y me apuesto lo que quieras a que tú también quieres mirarme a mí.
—De hecho, yo ya lo he hecho.
—Y ¿Qué tal?
Él encendió la luz y destapó la cama. Ella lo miraba
abiertamente, apenas sonrojada por su desnudez. Él tampoco hizo como que se
ruboriza. La miró fijamente, llenando sus ojos de ella.
—Dios, qué vista tan maravillosa, —murmuró con la voz ronca. Sacó
los brazos y le dijo—. Ven aquí.
Ella se cobijó en ellos, él la atrajo hacía sí abrazándola para
besarla de una manera lenta y sensual, de una manera intima.
—Ahora… —susurró, moviendo las manos por sus caderas—. Déjame tocarte.
— ¿Vamos… vamos a…? —susurró, moviéndose lentamente con él.
Él asintió, porque no podía hablar. Sus ojos negros como el
carbón vieron como nuevas sensaciones empezaban a surgir de nuevo. Su último
pensamiento sensato fue que nunca tendría suficiente de ella.
A la mañana siguiente estaba distante. Demi contaba con una
nueva y maravillosa proximidad e de intimidad, pero Joe estaba más distante y
reservado que nunca.
— ¿Pasa algo? —preguntó con preocupación.
Él se encogió de hombros.
— ¿Qué ha podido pasar? —Dijo mirando su reloj—. Será mejor que
nos pongamos en movimiento cuanto antes. Tengo una cita en la oficina esta
tarde, y no puedo permitirme el lujo faltar. ¿Ha recogido tus cosas?
Ella asintió, desconcertad.
Joe… no estarás arrepentido de lo que pasó anoche, ¿verdad? —le
preguntó inquieta.
— ¡Por supuesto no! —dijo, con una sonrisa forzada—. Es sólo que
tengo prisa por volver a casa. Vamos.
Y saliendo del hotel, se fueron a casa.