― ¿Qué pasó? ― le pregunté mientras tomaba su campera.
Katie se dejó caer en el sillón con un profundo suspiro.
― ¿No vas a creer
quién me invitó al Baile de Otoño
― ¿Quién?
― Adivina ― dijo en tono dramático ― Trata de adivinar.
Piensa en la última persona que desearías que tuviera tu número de teléfono. Es
más que te llamara y te invitara a salir.
Pensé un segundo.
― ¿Marea Alta Pat?
Katie gimió y tiró su bolso de fin de semana al piso.
― ¡Sí! ― gritó ― ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!
Me eché a reír.
― ¿Quieres decir que
adiviné? ¿De veras adiviné?
Katie me dirigió una mirada asesina.
― ¿Qué le ves de
gracioso?
Me puse seria.
― Lo siento, Katie. No
creí que te referías a Pat.
Marea Alta Pat representa la última elección de una chica para
salir. No me siento cómoda al decirlo porque no es un mal tipo. En el colegio
hay chicos más siniestros. No ha nada demasiado llamativo en Marea Alta Pat ― es más o menos gordinflón, con pelo castaño enrulado ―, salvo tal vez por sus mejillas, un poco demasiado rosadas.
Además, por supuesto, está el hecho de que siempre usa pantalones demasiados
cortos para él.
Uno piensa que cuando los chicos comenzaron a llamarlo ―Marea Alta Pat‖, habría captado el
mensaje y habría dejado de ponérselos, pero no. Trato de no llamarlo por su
apodo, pero como todo el mundo le dice ―Marea Alta Pat‖, resulta difícil recordarlo.
Creo que lo que de veras condena a Pat a no
ser tan popular es su personalidad demasiado ansiosa y amigable. De hecho, es
tan amigable que si uno es una persona razonablemente bondadosa, se siente mal
al ignorarlo o alejarse cuando se pone aburrido en exceso.
Katie volvió a suspirar tan hondo que tuve una breve visión de
sus pulmones vacíos de aires llevándola al desmayo.
― ¿Qué voy a hacer?
― ¿Qué quieres decir? ― pregunté ― ¿acaso no dijiste que no?
― ¡Claro que dije que
no! ― sollozó Katie.
― Katie, Katie ― dije en tono tranquilizador, con la misma voz que habría usado
frente a un loco armado con un revólver ― Sé que resulta muy
incómodo rechazar la invitación de alguien al Baile de Otoño, pero, créeme todo
va a salir bien.
― ¡No, no va a salir
bien! ― Katie saltó del sillón y me puso las manos
sobre los hombros. Sus palabras surgieron rápidas, en un susurro, como si
estuviera dando una información de vital importancia. ― Mamá dice que debo ir con el primer chico que me invite, si es
que quiero. Piensa que todo este asunto del rechazo crea una atmósfera
perjudicial, de mucho aislamiento, y que de todos modos, no tendría que tomar
demasiado enserio lo del Baile de Otoño.
― ¡Oh, no! ―_ Horrorizada me tape la boa. ― ¿De modo que es
Marea Alta Pat o nadie más?
― ¿No podrías dejar de
repetir su nombre a cada minuto? ― Katie seguía furiosa
en voz muy baja._ Mamá ni se habría enterado de que Marea… de que me había
invitado, si no fuera porque atendió el teléfono y le pidió autorización.
― ¿Qué le pidió qué?
― Ya me oíste.
― Caramba ― dije entre dientes ― ¿Acaso pensaba que
te estaba proponiendo matrimonio?
― ¡Ya lo sé! ― gimió Katie_ Sólo dime qué debo hacer.
Le puse una mano sobre el hombro con gesto de compasión. Ella se
irguió y tomó un pañuelo de papel de una caja que había sobre la mesita de
café. Había anochecido y las ventanas de los Conner estaban cálidamente
iluminadas. Ya había autos alineados a ambos lados de la calle.
― ¡Oh, mira! ― dijo mi amiga en voz baja ― en la casa de Joseph están de fiesta.
Katie espiaba con los prismáticos que mamá solía usar para
observar a los pájaros.
― Acaban de sacar
otros barrilito ― anunció.
Eran las doce, y la fiesta de Joseph era tan ruidosa que dudo que alguien haya
conciliado el sueño en un radio de quince kilómetros. Katie y yo, sentadas
junto a la ventana de mi dormitorio, en pijama, mirábamos.
Esto suena más
dramático de lo que fue en realidad. Tengan en cuenta que la fiesta era tan
bulliciosa que no podíamos ver televisión, no podíamos escuchar la radio, no
podíamos hablar por teléfono. ¡Casi no podíamos oírnos entre nosotras! Uve un
pobre consuelo al pensar que todos los asistentes a la fiesta iban a sufrir una
carencia auditiva permanente.
Katie se estaba portando como una buena amiga. Cuando le conté
la dolorosa historia de lo que había escuchado desde la puerta del baño,
enseguida dijo que ni se le ocurriría ir a una fiesta organizada por semejante
payaso. Pero yo vi que sus ojos brillaban mientras observaba a los otros
invitados. ―Pobre Katie‖, pensé. No puede ir
a la fiesta más grande del año porque es la mejor amiga de la empalagosa hija
del director.
Parecía imposible pero, de golpe, la música proveniente de la casa
de Joseph salto a un decibel
más alto. Sentí como si el ritmo golpeara con fuerza en mi esternón. Hasta me
sentí un poco descompuesta.
Los autos estaban estacionados en doble y triple fila hasta
perderse de vista. Creo que vi más auto esa noche que en todo el resto del año.
En cada ventana de la casa se veían cantidad de siluetas. Cada vez que una
desaparecía del ángulo de visión, otras cinco personas ocupaban el lugar libre.
El flujo de gente ante la puerta principal era continuo. Joseph estaba parado allí y…
Les saqué los prismáticos a Katie y espié con ellos.