Tengo mucho miedo. Lo siento, Joseph. Seguro que solo
necesito descansar.
Él se arrodilló a su lado y le tomó la mano.
–No eres médico, Demi. No sabes lo que
necesitas. Gregory es el mejor de Londres y es amigo personal de mi familia. Le
he preguntado si era mejor llevarte yo al hospital o llamar una ambulancia,
pero me ha dicho que vendrá a verte a casa primero. Me has asustado mucho.
–No era mi intención.
Joseph quiso saber cuáles
eran sus síntomas y le hizo una batería de detalladas preguntas. Cuando le
confesó que llevaba un libro de embarazo en el maletín, ella sonrió.
–A veces, el conocimiento es peligroso, Joseph.
–¿Por qué no me habías dicho que los mareos no
habían cesado?
–No quería preocuparte. No pensaba que fuera
importante… –contestó ella.
Además, Demi no había querido ni pensar que
algo podía enturbiar su idílica felicidad. Sin embargo, los problemas no podían
superarse ignorándolos y, en ese momento, había que enfrentarse a ellos.
–Sé que me vas a decir que no es el momento
adecuado para hablar de esto, Joseph, pero…
–Adelante.
–No sabes lo que te voy a decir…
–Sí –afirmó él con una sonrisa provocativa–.
¿Crees que no te conozco? Cada vez que vas a sacar un tema delicado, te
humedeces los labios con la lengua y empiezas a tocarte el pelo.
–No pensaba que te dieras cuenta de esas
cosas.
–Te sorprendería saber de todo lo que me doy
cuenta –apuntó él–. No vas a perder el bebé.
–¿Y si lo pierdo? –le espetó ella en un
arranque de valor. Entonces, cerró los ojos e intentó calmarse respirando
hondo.
–Entonces, es buen momento para hablar de qué
pasaría con nosotros, antes de que llegue Gregory. No te sienta bien
estresarte, pero necesito decirte algo.
Demi lo miró con
resignación. Esperaba que él le dijera que su acuerdo no sobreviviría un
aborto. Era mejor hablar de ello de una vez, en lugar de seguir ahí tumbada,
fingiendo que todo andaba bien. Y, si no perdía al bebé, era mejor saber cuál
sería el próximo paso. Se dio cuenta de que, a pesar de la felicidad que había
experimentado en las últimas semanas, siempre había existido la venenosa sombra
de la duda sobre su relación.
–Sé que compartir esta casa no era lo que
tenías en mente cuando supiste que estabas embarazada. Vivías en pos de la
aventura y, de pronto… el destino tiene otras cartas para ti…
–¿Qué quieres decir con que vivía en pos de la
aventura?
–Quiero decir… –respondió él y suspiró–.
Dejaste tu casa en Kent para irte a París y volviste convertida en una persona
nueva. Eres muy sexy y tienes mucho por descubrir.
–Yo no me considero tan aventurera.
–Te involucraste en una relación conmigo para
satisfacer un deseo de adolescencia, pero sé que sigues queriendo conocer
mundo.
–¿Ah, sí?
–Claro que sí. Lo comprendí cuando me dijiste
que lo nuestro no era un asunto zanjado. Eso significaba que se zanjaría algún
día –señaló él y apartó la mirada–. Supongo que te presioné un poco cuando te
propuse vivir juntos. Ya habías rechazado casarte conmigo. Admito que te hice
un poco de chantaje. ¿Cómo ibas a rechazar casarte y rechazar también la otra
alternativa razonable sin parecer una egoísta?
–Acepté porque me pareció una buena idea
–confesó ella con el corazón acelerado.
–Sí, no ha estado mal, ¿verdad?
Demi asintió,
conteniéndose para no admitir todo lo que sentía. ¿Y si le decía que habían
sido las semanas más felices de su vida?
Joseph había sido atento, afectuoso,
protector y, como siempre, divertido y entretenido. Había vuelto temprano del
trabajo para cocinar para ella. Había soportado las visitas frecuentes de Ellie
y sus historias sobre su vida amorosa. Había consentido su debilidad por las
teleseries y le había preparado tazas de infusión siempre que ella había
querido. La había malcriado y ese era el problema. La suya parecía una relación
de verdad.
Sin embargo, no tenía un anillo en el dedo y
lo que más asustaba a Demi era que, si no había bebé que los uniera, pronto se separarían.
–Voy a decirte algo, Demi. Puede que te
sorprenda, pero debes saberlo antes de que llegue Gregory.
Joseph la miró y sintió que el suelo se
movía bajo sus pies. Siempre había sido capaz de predecir el resultado de sus
decisiones y sus acciones. Pero eso había sido en lo relativo a los negocios.
Se había dado cuenta de que, en lo que tenía que ver con los sentimientos, todo
era impredecible.
Demi se preparó para lo
peor. Se recordó a sí misma que era mejor saber la verdad y aceptarla de una
vez.
–Si pierdes este bebé… y no creo que eso pase…
De hecho, creo que igual no habría hecho falta llamar a Gregory, pero siempre
es mejor actuar sobre seguro…
–Di lo que tengas que decir –le pidió ella–.
Soy yo quien se pone a hablar sin parar cuando está nerviosa.
Joseph abrió la boca para
decirle que no estaba nervioso, pero no era cierto.
–Pase lo que pase, quiero casarme contigo, Demi. De acuerdo, me
conformaría con vivir juntos. No quiero apresurarte y, viviendo juntos, al
menos, puedo intentar hacerte cambiar de idea. Pero quiero que nos casemos, con
bebé o sin bebé.
Ella lo miró en silencio durante unos segundos
interminables. Tanto, que James comenzó a temer que no iba a estar de acuerdo.
–Lo hemos pasado muy bien. Lo has dicho tú
misma –le recordó él con tono defensivo.
–Muy bien –susurró ella al fin. Los ojos se le
llenaron de lágrimas. Las hormonas del embarazo la habían hecho muy sensible.
Quizá, también le hacían oír cosas en su imaginación.
–¿Estás diciendo que quieres que nos casemos…
pase lo que pase?
–Pase lo que pase.
–Pero no entiendo por qué.