jueves, 25 de abril de 2013

La Chica que A La Que Nunca lo Miro Capitulo 18





–Sí –contestó ella. Había tomado una decisión. No iba a dejar que se le escapara una oportunidad así por las razones equivocadas. El pasado no debía interferir en su futuro–. Cuenta conmigo. Pero tienes que explicarme bien todas las condiciones y cuál sería el sueldo.

 –Creo que lo encontrarás generoso. Es una pena que no tengamos champán para celebrarlo.
Demi no estaba segura de que eso hubiera sido muy inteligente. El alcohol, Joseph y sus confusos sentimientos harían una poderosa mezcla.

 Como no tenía nada más que hacer por el momento, se sentó y lo miró, mientras él le daba un trago a su bebida de pie junto al fregadero.
 –Ya me has dicho que no te interesa, pero, si cambias de idea, siempre habrá un piso de la compañía disponible para ti.

 –Sí, no me interesa. Ellie… mi amiga de Londres… tengo alquilada una habitación en su casa. Me gusta saber que, siempre que vaya a Londres, voy a tener dónde quedarme.
 Entonces, Demi se preguntó dónde viviría él. ¿En un piso? ¿En una casa?
 –¿Dónde vives tú en Londres?

 –En Kensington –respondió él y se la imaginó en su enorme piso, tratando de preparar algo decente para comer. Se la imaginó, también, con un vaso de vino en la mano, riendo con esa risa tan fresca y tan característica suya. La imagen fue tan repentina y vívida que meneó al cabeza para volver al presente, frunciendo el ceño.
 –Qué bonita es esa zona –comentó ella.

 –Bueno, es un piso grande y no estoy seguro de que te pareciera bonito –admitió él. ¿Qué aspecto tendría Demi sentada delante de él en la mesa del comedor, riendo?
 –¿Por qué?
 –Es muy moderna y sé que nunca te han gustado las cosas modernas.
 –Puedo haber cambiado.

 –¿Sí?
 –No tanto –confesó ella y le dio un trago a su bebida–. Por eso, sigo alquilando una habitación en casa de Ellie. Me gusta el barrio donde está y me gusta que la casa sea pequeña, acogedora y de estilo victoriano. Tiene un jardín y, en verano, se pone precioso.

Joseph pensó que, en ese caso, a ella no le habría gustado nada el piso de la compañía, que estaba diseñado al estilo moderno, con paredes de color pálido, suelo pálido de madera, cuadros abstractos, cocina de última tecnología y todas las comodidades conocidas.

 –Creo que deberías enviar un correo a tu empresa informándoles por anticipado de que planeas regresar a Inglaterra. Cuanto antes se lo digas, mejor –sugirió él. Estaba ansioso porque ella firmara el contrato.

 –¿Estás seguro de que no quieres entrevistar a ningún candidato más?
 –Nunca he estado más seguro de nada en toda mi vida.
 –¿Cómo tienes la espalda? Siento no habértelo preguntado antes, estaba absorta pensando en tu oferta de trabajo…

 –Los analgésicos están cumpliendo su función.
 Joseph dio un paso hacia ella. No podía dejar de imaginársela en su casa, mirándolo como quería que lo mirara, levantando los labios hacia él, cerrando los ojos…

 Recordó su sabor cuando lo había besado hacía cuatro años. Nunca lo había olvidado. Se había ofrecido a él con inocencia y él la había rechazado, incapaz de aprovecharse de la situación. En el presente, sin embargo, ella no se le había ofrecido. Pero la deseaba. Le gustaba la mujer en que se había convertido. Independiente, segura de sí misma, inspiradora. En todos los sentidos, era distinta de las mujeres con las que había salido en el pasado.

 Cuando pensó en el francés, de nuevo, tuvo que reprimir un ataque repentino de celos. Él nunca había sido celoso, pero siempre había una primera vez…

 –Pero todavía me duele. Tendré que ir al médico cuando vuelva a Londres –indicó él y se apoyó en la mesa, mirándola a los ojos–. Igual tengo que ir al fisioterapeuta. ¿Quién sabe? Los problemas de espalda pueden durar años…
 –¿De veras?

 –Sí –confirmó él–. Por eso, había pensado que igual es buena idea que me des un masaje.
 –¿Un masaje?

 –Es mucho pedir, lo sé, pero no quiero despertarme a las dos de la mañana loco de dolor. Tampoco quiero que, cuando la nieve se haya despejado, siga sin poder moverme ni ir a trabajar.

 –¿Y crees que un masaje te ayudaría?
 –No me haría ningún daño. Ayer no me atreví a pedírtelo, porque me di cuenta de que tenías algún problema conmigo.

 –No tenía ningún problema –negó ella con torpeza–. Lo que pasa es que me sorprendió encontrarte aquí.

 –Pero, por suerte, parece que hemos superado nuestras diferencias. Por eso, ahora sí me atrevo a pedirte este favor… a menos, claro, que prefieras no ayudarme… lo que comprendería…

 –Bueno, solo mientras se hace el pollo.
 ¿Un masaje? Si Joseph supiera lo que ella había estado pensando, esa habría sido la última petición que le habría hecho. Ya la había rechazado una vez. Y no dudaría en hacerlo de nuevo, solo si adivinara lo tentada que estaba de volver a hacer otra tontería.

 Aunque era capaz de controlarse, se aseguró a sí misma. Sin embargo, no creía que fuera buena idea tocarlo. Pero ¿qué excusa podía darle para librarse de ello?

 Como Joseph había dicho, habían superado sus diferencias, habían hecho las paces, eran amigos… Él no sentía nada por ella. Y no podría comprender que su amiga no quisiera ayudarle con algo tan inocente como un masaje, sobre todo, cuando la lesión de la espalda podía acabar teniendo repercusiones duraderas.
 –Cinco minutos –aceptó él–. Seguro que me sienta bien…

Química Perfecta Epilogo




Epílogo
Veintitrés años más tarde
   
    La señora Peterson cierra la puerta del aula.
    —Buenas tardes y bienvenidos al último año de química—anuncia, antes de sentarse al borde de la mesa y abrir una carpeta—. Agradezco que se hayan tomado la molestia de elegir asientos, sin embargo, yo ya había dispuesto la organización de los mismos... por orden alfabético.

    Los estudiantes suspiran, el mismo sonido que le ha dado la bienvenida el primer día de clase en el Instituto Fairfield durante los últimos treinta años.
    —Mary Alcott, ocupe el primer asiento. Su compañero será Andrew Carson.
    La señora Peterson continúa nombrando a los estudiantes, y ellos van sentándose a regañadientes en los asientos asignados, cerca de sus compañeros de laboratorio.
    —Paco Jonas —dice la señora Peterson, señalando la siguiente mesa.
    El joven ocupa el asiento asignado. Tiene los ojos azules claros de su madre y el pelo negro y ahumado de su padre.

    La señora Peterson mira a su nuevo estudiante por encima de las gafas.
    —Señor Fuentes, no crea que esta clase será pan comido sólo porque sus padres hayan tenido la suerte de desarrollar un tratamiento para detener el progreso del Alzheimer. Su padre no acabó nunca mi clase y suspendió uno de mis exámenes, aunque creo que quien merecía el suspenso era su madre. No obstante, eso solo significa que espero más de usted que de ningún otro.
    —Sí, señora.

    La señora Peterson repasa su lista.
    —Julianna Gallagher, por favor, siéntese junto al señor Jonas.
    La señora Peterson repara en el rubor de Julianna cuando se sienta en el taburete y en la pícara sonrisa de Paco. Tal vez la marea se desate de nuevo después de treinta años, aunque no está dispuesta a correr el riesgo.

    —Y para aquellos dispuestos a armar jaleo, han de saber que mi política de tolerancia es cero...

Fin

los tres Capítulos dedicado a lovaticforever por estar de cumpleaños el día de hoy Happy Birtday linda que cumplas muchos años mas saludos.

Química Perfecta Capitulo Final




Demi

Cinco meses después
   
  
  La fragancia de agosto en Colorado definitivamente es distinta a la de Illinois. Me sacudo el pelo. Con mi nuevo corte, no tengo que molestarme en alisar el cabello encrespado mientras intento desempaquetar las maletas en la habitación de la residencia universitaria.

    Mi compañera de cuarto, Lexie, es de Arkansas. Parece un hada, pequeña y dulce. Podría pasar por una da las descendientes de Campanilla. Juraría que nunca le he visto poner mala cara. Sierra, que está en la Universidad de Illinois, no ha tenido tanta suerte con su compañera de cuarto, Dará.

La chica ha dividido el armario y la habitación en cuatro partes separadas y se levanta a las 5:30 todos los días (fines de semana incluidos) para trabajar en la habitación. Sierra está de los nervios, pero como pasa la mayor parte de tiempo en el cuarto de Doug, va capeando el temporal.
    — ¿Estás segura de que no quieres venir con nosotras? —me pregunta Lexie con su enérgico acento de campo. En el parque del campus se celebra una especie de fiesta de bienvenida para los estudiantes de primero.

    —Tengo que deshacer el equipaje, y luego quiero ir a visitar a mi hermana. Le prometí hacerlo en cuanto acabara con las maletas.

    —Vale —dice Lexie mientras se prueba distintas combinaciones de ropa para conseguir el «aspecto perfecto» para esta noche. Guando da con un conjunto, se arregla el pelo y empieza a maquillarse. Me recuerda a mi antigua yo, aquella que intentaba desesperadamente cumplir con las expectativas de todos.

    Cuando Lexie se marcha media hora más tarde, me siento en la cama y saco el móvil. Lo abro y miro la foto de Joe Detesto sentir aquella necesidad. He intentado muchas veces borrar las fotos, borrar el pasado. Pero no puedo.

    Meto la mano en el cajón del escritorio y saco la bandana de Joe, recién lavada y plegada en un pequeño cuadrado. Acaricio la suave tela, recordando el momento en que Joe me la regaló. Para mí, no representa a los Latino Blood, sino a Joe.
    Suena el teléfono y regreso al presente. Es alguien de Sunny Acres. Cuando contesto, una voz de mujer dice:
    — ¿Podría hablar con Demi Lovato?
    —Yo misma.
    —Soy Georgia Jackson, de Sunny Acres. Todo va bien con Shelley, pero le gustaría saber si estará aquí antes o después de la cena.
    Miro el reloj. Son las cuatro y media.

    —Dígale que estaré allí en quince minutos. Ahora mismo salgo.
    Después de colgar, dejo la bandana en el cajón del escritorio y guardo el teléfono en el bolsillo.

    Cojo el autobús hasta la otra punta de la ciudad. Antes de darme cuenta estoy avanzando por la sala de Sunny Acres donde, según la recepcionista, encontraría a mi hermana.

    Primero diviso a Georgia Jackson. Ha sido el vínculo entre Shelley y yo cuando llamo para preguntar por ella cada pocos días. Me recibe con un caluroso abrazo.
    — ¿Dónde está Shelley? —le pregunto, recorriendo la habitación con la mirada.
    —Jugando a las damas, como de costumbre —responde Georgia, señalando un rincón. Aunque Shelley está de espaldas, reconozco la parte posterior de su cabeza y la silla de ruedas.

    Está gritando, señal de que va ganando.
    Cuando me acerco, reconozco a la persona que está jugando con ella. El cabello negro tendría que haberme dado una pista de que mi vida está a punto de dar un giro sorprendente, aunque no había podido verlo bien hasta ahora. Me quedo paralizada.
    No puede ser. Mi imaginación debe de estar jugándome una mala pasada.
    Sin embargo, cuando se da la vuelta y me atraviesa con aquellos ojos negros que tan bien conozco, la realidad me golpea como un martillo.

Joe está aquí. A diez pasos de mí. Ay, madre, todo lo que siento por él me invade de nuevo con la fuerza de un maremoto. No sé qué decir, qué hacer. Me vuelvo hacia Georgia, preguntándome si ella sabía que Joe estaba aquí. Por su expresión esperanzada comprendo que sí.

    —Ha venido Demi —oigo que le dice Joe a mi hermana antes de ponerse de pie y dar la vuelta a la silla de ruedas, cuidadosamente, para que Shelley pueda verme.
    Me acerco a mi hermana como un robot y la abrazo. Cuando la suelto, Joe se planta ante mí. Lleva unos pantalones de algodón de color caqui y una camisa azul de cuadros. No puedo dejar de mirarle. El estómago empieza a darme vueltas y me siento mareada. El mundo se desvanece a nuestro alrededor. En aquel instante solo existe él.
    Finalmente, consigo recuperar la voz.
    — ¿ Joe...? ¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto con un nudo en la garganta.
    Él se encoge de hombros.
    —Le prometí a Shelley la revancha, ¿verdad?

    Estamos cara a cara y alguna fuerza invisible no me permite apartar la mirada de él.
    — ¿Has venido hasta Colorado solo para jugar a las damas con mi hermana?
    —Bueno, no es la única razón. Voy a la universidad de Colorado. Tras salir de los Latino Blood, la señora P. y el director Aguirre me ayudaron a graduarme. Vendí a Julio. Estoy trabajando en la asociación de estudiantes y ya tengo un crédito.
    ¿ Joe? ¿En la universidad? Su camisa, perfectamente abotonada en los puños, esconde la mayoría de los tatuajes de los Latino Blood.

    — ¿Dejaste la banda? Pensaba que era demasiado peligroso, Joe. Dijiste que la gente que lo intentaba acababa muerta.

    —Me fue de un pelo. Si no hubiese sido por Gary Frankel, seguramente no lo habría conseguido...
    — ¿Gary Frankel? — ¿El tipo más agradable del instituto? Estudio detenidamente su rostro y descubro una nueva cicatriz sobre el ojo y otras con muy mala pinta en la oreja y el cuello—. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué te hicieron?

    Él me coge de la mano y la coloca sobre su pecho. Su mirada es tan intensa y oscura como la primera vez que reparé en él, el primer día del último curso del instituto, en el aparcamiento.

    —Tardé mucho tiempo en comprender que debía poner las cosas en su sitio. Enfrentarme a mis propias decisiones. A la banda. Me golpearon y me marcaron como a un ternero; pensé que no iba a salir de aquella. Pero todo eso no fue nada comparado con el hecho de perderte. Si pudiera tragarme cada palabra que te dije en el hospital, lo haría. Pensé que si te apartaba de mí, evitaría que acabaras como mi padre o Paco. —Levanta la mirada y me atraviesa con sus ojos—. Nunca volveré a apartarte de mi lado, Demi. Nunca. Te lo prometo.

    ¿Le golpearon? ¿Le marcaron? Siento nauseas y las lágrimas empiezan a agolparse en mis ojos.
    —Shh —dice él, rodeándome con los brazos y frotándome la espalda con la palma de las manos—. No te preocupes. Estoy bien —canturrea una y otra vez con la voz ahogada.
    Me siento bien. Podría quedarme entre sus brazos toda la vida.
Joe apoya su frente en la mía.

    —Tienes que saber algo. Acepté la apuesta porque en el fondo sabía que si me involucraba emocionalmente estaría acabado. Y estuvo a punto de ocurrir. Has sido la única chica que ha conseguido que lo arriesgue todo por un futuro que merecía la pena —confiesa, enderezándose y dando un paso atrás—. Lo siento. Demi, dime lo que quieres y te lo daré. Si crees que serás más feliz sin mí, solo tienes que decírmelo. Pero si todavía me quieres, haré todo lo que esté en mi mano para que esto... —dice, señalándose la ropa—. ¿Cómo puedo demostrarte que he cambiado?
    —Yo también he cambiado —le aseguro—. Ya no soy la niña que era antes, y lo siento, pero esa ropa... no te pega nada.
    —Es lo que te gusta.

    —Te equivocas, Joe. Yo te quiero a ti, no una imagen idealizada. Definitivamente, prefiero los vaqueros y la camiseta, es lo que te hace ser tú mismo.
Joe baja la mirada para observar su atuendo y suelta una carcajada.
    —Tienes razón —admite, mirándome de nuevo—. Una vez dijiste que me querías. ¿Sigues sintiendo lo mismo?

    Mi hermana observa toda la escena. Sonríe abiertamente, dándome la fuerza que necesito para decirle la verdad.

    —Nunca he dejado de quererte. Ni siquiera cuando intenté olvidarte desesperadamente. No lo conseguí.

    Deja escapar un lento y profundo suspiro y, más aliviado, se frota la frente. Tiene los ojos vidriosos por la emoción. Cuando noto que mis ojos se empiezan a humedecer, lo agarro por la camisa.

    —No quiero discutir todo el tiempo, Joe. Salir contigo debería ser divertido. El amor debe ser divertido. —Tiro de él. Quiero sentir sus labios contra los míos—. ¿Podremos conseguirlo?
    Nuestros labios se rozan ligeramente y entonces se aparta de mí...
    Oh, dios mío.
    Se arrodilla, me sujeta las manos entre las suyas y el corazón empieza a latirme con fuerza.

    — Demi Lovato, te demostraré que soy el chico que estabas convencida que era hace diez meses. Me esforzaré por llegar a ser la persona que quiero ser. Tengo planeado pedirte que te cases conmigo dentro de cuatro años, el día que nos graduemos. —Ladea la cabeza y su voz adopta un tono más juguetón—. Y te garantizo una vida llena de diversión. Sé que no podremos evitar alguna que otra pelea porque eres una persona muy apasionada... pero estoy deseando que ocurra porque después vendrán las increíbles reconciliaciones. Tal vez algún día podamos regresar a Fairfield y convertirlo en el lugar que mi padre siempre deseó. Tú, yo y Shelley. Y cualquier otro miembro de la familia Lovato o Jonas que quiera formar parte de nuestras vidas. Seremos una extravagante familia mexicano-americana. ¿Qué me dices? Brittany, mi alma te pertenece.

    No puedo evitar sonreír mientras me enjugo una solitaria lágrima que desciende por mi mejilla. ¿Cómo no voy a estar locamente enamorada de este chico? El tiempo que hemos pasado separados no lo ha cambiado en absoluto. No puedo negarle otra oportunidad. Sería como engañarme a mí misma.

    Ha llegado el momento de arriesgarse, de confiar una vez más.
    —Shelley, ¿crees que tu hermana volverá a aceptarme? —le pregunta Joe con el pelo peligrosamente cerca de los dedos de mi hermana. Sin embargo, Shelley no tira de él... sino que le da unos suaves golpecitos en la cabeza. Las lágrimas empiezan a inundar mis mejillas rápidamente.

    — ¡Sí! —grita Shelley con una sonrisa de oreja a oreja. Parece más feliz y alegre de lo que ha estado en mucho tiempo. Tengo a mi lado a las dos personas que más quiero en el mundo, ¿qué más puedo pedir?

    — ¿Qué carrera has elegido? —le pregunto a Joe.
    Me mira con su irresistible sonrisa y responde: —Química. ¿Y tú?
    —Química —le digo, rodeándole el cuello con los brazos—. Bésame para que podamos averiguar si todavía existe química entre nosotros. Porque mi corazón, mi alma y todo lo demás ya es tuyo.
    Finalmente, sus labios rozan los míos, con mayor intensidad de la que puedo recordar.
    Vaya. Parece que, después de todo, el mundo no se ha acabado. He podido retroceder en el tiempo, incluso sin pedirlo.

Quimica Perfecta Capitulo 59





 Demi
   
1 de abril
         Hace cinco meses que no veo a Joe desde el día que le dispararon. Los rumores sobre Paco y Joe por fin se han disipado, y los psicólogos y los trabajadores sociales ya han abandonado el instituto.

    La semana pasada le dije al trabajador social del instituto que conseguía dormir más de cinco horas, aunque era mentira. Desde el incidente me ha costado mucho conciliar el sueño; me despierto en mitad de la noche porque mi cabeza no deja de analizar la horrible conversación que Joe y yo mantuvimos en el hospital. El trabajador social asegura que me costará mucho deshacerme de la sensación de haber sido traicionada.

    El problema es que no me siento traicionada, sino más bien triste y desilusionada. Después de todo este tiempo, sigo acostándome con las fotos que le hice la noche en la que estuvimos en el Club Mystique.

    Después de que le dieran el alta en el hospital, dejó el instituto y desapareció. Puede que físicamente esté fuera de mi vida, pero siempre será parte de mí. No puedo dejarlo marchar por mucho que me esfuerce.

    Una de las cosas positivas de toda esta locura es que mi familia llevó a Shelley a Colorado para que viera las instalaciones de Sunny Acres y a mi hermana le gustó mucho el centro. Tienen actividades programadas para todos los días, hacen deporte, e incluso hay famosos que hacen visitas cada tres meses. Cuando Shelley supo que conocería a famosos y que se celebraban conciertos benéficos, creo que se habría caído de la silla de ruedas si no hubiera estado bien sujeta.

    Me costó mucho dejar que mi hermana eligiera su propio camino, pero lo hice. Y no monté ninguna escena. Saber que era elección de Shelley me hizo sentir mucho mejor.

    Pero ahora estoy sola. Joe se llevó un pedazo de mi corazón con él cuando se marchó. Estoy aferrándome a lo poco que me queda. He llegado a la conclusión de que solo lograré controlar mi propia vida. Joe eligió su camino. Y no me incluyó en él.
    Ignoro a los amigos de Joe en el instituto, y ellos actúan conmigo del mismo modo. Todos fingimos que no ocurrió nada al principio del último curso.

 Excepto Isabel. A veces hablamos, pero es muy doloroso. Entre nosotras existe una silenciosa complicidad, y me ayuda pensar que hay alguien que atraviesa el mismo tipo de dolor que yo.
    En mayo, cuando abro la taquilla antes de la clase de química, un par de calentadores de manos cuelgan del gancho interior. La peor noche de mi vida me golpea de nuevo, con una fuerza brutal.

    ¿Ha estado Joe aquí? ¿Ha sido él quien ha colocado los calentadores?
    Por mucho que quiera olvidarlo, no puedo. Leí una vez que la memoria de los peces de colores dura únicamente cinco segundos. Les envidio. Mis recuerdos de Joe, mi amor por él, durarán toda la vida.

    Llorando, me llevo los suaves calentadores al pecho y me arrodillo junto a la taquilla. Soy un despojo humano.
    Sierra se acerca a mí.
    - Demi, ¿qué pasa?
    Soy incapaz de moverme. Incapaz de calmarme.
    -Vamos -insiste Sierra, levantándome-. Todos te están mirando.
    Darlene también se acerca.

    - En serio, ¿ya es hora de que superes que el pandillero de tu novio te dejó tirada? Empiezas a ser patética -dice, asegurándose de que la multitud que se ha agolpado a nuestro alrededor la oiga.
    Colin aparece junto a Darlene y me hace una mueca.
    - Joe se merece lo que le pasó -me susurra.
    «Sea o no lo correcto, debes de luchar por aquello en lo que crees». Tengo la mano cerrada en un puño cuando le golpeo. Colin esquiva el golpe, me coge de los puños y me los retuerce tras la espalda.

    Doug interviene.

    - Suéltala, Colin.
    - No te metas en esto, Thompson.
    - Colega, humillarla porque te dejó plantado por otro tío es una idea estúpida.
    Colin me empuja hacia un lado y se remanga la camiseta.
    No puedo permitir que Doug libre aquella batalla por mí.
    - Si quieres pelearte con él, tendrás que pasar antes por encima de mí —le digo a Colin.

    Sorprendida, observo que Isabel se coloca delante de mí.
    - Y antes tendrás que enfrentarte a mí.
    Sierra se coloca junto a Isabel.
    - Y a mí también.
    Un chico mexicano llamado Sam empuja a Gary Frankel, quien acaba al lado de Isabel.
    - Este tipo puede romperte el brazo de un solo golpe, gilipollas. Desaparece de mi vista antes de que le obligue te hacerlo -advierte Sam.
    Gary, que lleva una camiseta de color coral y unos pantalones blancos, gruñe para parecer un tipo duro, aunque no se le da muy bien el papel.

    Colin mira de derecha a izquierda en busca de apoyo pero no encuentra ninguno.
    Parpadeo sin dar crédito a lo que está sucediendo. Puede que el mundo no se acabe, sino que deje las cosas como deben estar.
    - Vamos, Colin -le dice Darlene-. De todas formas, no necesitamos a estos perdedores.

    Se alejan juntos. Casi siento lástima por ellos. Casi.
    - Estoy tan orgullosa de ti, Doug -dice Sierra, lanzándose a sus brazos.
    Empiezan a comerse a besos allí mismo, sin importarles quién esté mirando ni la política del instituto en contra de las demostraciones de afecto en público.
    - Te quiero -susurra Doug cuando se aparta para tomar aire.
    - Yo también te quiero -le contesta Sierra con voz de niña.
    - Marchaos a un hotel -grita uno de los estudiantes.

    Pero ellos siguen besándose hasta que empieza a sonar la música por los altavoces. La multitud se dispersa. Todavía tengo en las manos los calentadores.
    Isabel se arrodilla a mi lado.

    - Nunca le dije a Paco lo que sentía. Nunca me arriesgué y ahora es demasiado tarde.

    - Lo siento tanto, Isa. Yo sí lo hice y, aun así, perdí a Joe, de modo que puede que tuvieras razón.
    Isabel se encoge de hombros. Sé que intenta controlarte para no empezar a llorar en mitad del instituto.

    - Supongo que algún día lo superaré. No es probable, pero tengo la esperanza. -Endereza los hombros y se pone en pie, armándose de valor. La observo mientras se dirige hacia el aula. Me pregunto si hablará de ello con otras amigas o si solo confía en mí.
    - Vamos -interviene Sierra en cuanto se separa de los brazos de Doug. Me lleva hacia la puerta del instituto. Me enjugo las lágrimas con el dorso de la mano y me siento en el bordillo que hay junto al coche de mi mejor amiga. No me importa hacer campana-. Estoy bien, Sierra. De verdad.

    - No, no lo estás. Demi, soy tu mejor amiga. Estaré a tu lado antes y después de tus novios. Así que suéltalo. Soy toda oídos.
    - Le amaba.
    - No me digas, Sherlock. Me refiero a algo que no sepa.
    - Me utilizó. Se acostó conmigo para ganar una apuesta. Y, aun así, le amo. Sierra, soy patética.
    - ¿Te acostaste con él y no me lo dijiste? Pensaba que solo era un rumor. Ya sabes, de esos que no son ciertos.

    Apoyo la cabeza entre las manos, desesperada.
    - Estoy bromeando. Ni siquiera quiero conocer los detalles. Bueno, sí, pero solo si quieres contármelos -continúa mi amiga-. Olvídate de eso ahora. Vi cómo te miraba, Demi. Por eso dejé de agobiarte sobre el tema. No podía estar fingiendo. No sé quién te habrá contado lo de la apuesta pero...
    Levanto la cabeza para mirarla.

    - Fue él. Y sus amigos lo confirmaron. ¿Por qué no puedo olvidarle?
    Sierra niega con la cabeza, como si intentara borrar las palabras que acabo de pronunciar.

    - Vayamos por partes -sugiere, cogiéndome de la barbilla y obligándome a mirarla-. Primero, Joe sentía algo por ti, lo admitiera o no, con apuesta o sin ella. Y tú lo sabes, Demi, porque si no, no estarías aferrándote a esos calentadores como lo haces. Segundo, Joe ya no forma parte de tu vida. Debes seguir adelante, te lo debes a ti misma, al bobo de su amigo Paco y a mí, aunque no sea fácil.

    - No puedo evitar pensar que me apartó de su vida a propósito. Si pudiera hablar con él, conseguiría las respuestas que necesito.

    - Quizás él no las tenga y por eso se marchó. Si quiere darse por vencido, ignorar lo que tiene frente a sus narices, que así sea. Pero tienes que demostrarle que tú eres mucho más fuerte.

    Sierra tiene razón. Por primera vez sé que conseguiré acabar el último curso. Alex se llevó un pedazo de mi corazón la noche que hicimos el amor, y lo llevará consigo para siempre. Sin embargo, eso no significa que tenga que estar esperando toda la vida. No puedo perseguir fantasmas eternamente.

    Ahora soy más fuerte. Al menos, eso espero.
    Dos semanas más tarde, me quedo la última en el vestuario mientras me cambio para la clase de gimnasia. Oigo un taconeo y levanto la cabeza. Es Carmen Sánchez. No me pongo histérica. En lugar de eso, me enderezo y la miro a los ojos.
    - Vino a Fairfield, ¿sabes? -suelta.

    - Lo sé -contesto yo, recordando los calentadores de manos en mi taquilla. Pero se marchó. Como un susurro, estuvo aquí y luego desapareció.
    Carmen parece nerviosa, casi vulnerable.

    - ¿Sabes esos animales de peluche que dan en la feria como premio? ¿Esos que no gana prácticamente nadie, excepto los que tienen mucha suerte? Yo nunca he ganado uno.
    - Ya. Yo tampoco.
    - Joe era mi premio gordo. No te soportaba porque le habías apartado de mi camino -me dice.
    Me encojo de hombros.

    - Bueno, pues puedes dejar de hacerlo. Ya no le tengo.
    - Ya no te odio -confiesa-. He seguido adelante.
    Trago saliva con fuerza antes de decir: - Yo también.
    Carmen suelta una risita. Luego, a medida que sale del vestuario, la oigo murmurar: - Pero parece que Joe no.
    ¿Qué se supone que significa eso?