jueves, 25 de abril de 2013

Quimica Perfecta Capitulo 59





 Demi
   
1 de abril
         Hace cinco meses que no veo a Joe desde el día que le dispararon. Los rumores sobre Paco y Joe por fin se han disipado, y los psicólogos y los trabajadores sociales ya han abandonado el instituto.

    La semana pasada le dije al trabajador social del instituto que conseguía dormir más de cinco horas, aunque era mentira. Desde el incidente me ha costado mucho conciliar el sueño; me despierto en mitad de la noche porque mi cabeza no deja de analizar la horrible conversación que Joe y yo mantuvimos en el hospital. El trabajador social asegura que me costará mucho deshacerme de la sensación de haber sido traicionada.

    El problema es que no me siento traicionada, sino más bien triste y desilusionada. Después de todo este tiempo, sigo acostándome con las fotos que le hice la noche en la que estuvimos en el Club Mystique.

    Después de que le dieran el alta en el hospital, dejó el instituto y desapareció. Puede que físicamente esté fuera de mi vida, pero siempre será parte de mí. No puedo dejarlo marchar por mucho que me esfuerce.

    Una de las cosas positivas de toda esta locura es que mi familia llevó a Shelley a Colorado para que viera las instalaciones de Sunny Acres y a mi hermana le gustó mucho el centro. Tienen actividades programadas para todos los días, hacen deporte, e incluso hay famosos que hacen visitas cada tres meses. Cuando Shelley supo que conocería a famosos y que se celebraban conciertos benéficos, creo que se habría caído de la silla de ruedas si no hubiera estado bien sujeta.

    Me costó mucho dejar que mi hermana eligiera su propio camino, pero lo hice. Y no monté ninguna escena. Saber que era elección de Shelley me hizo sentir mucho mejor.

    Pero ahora estoy sola. Joe se llevó un pedazo de mi corazón con él cuando se marchó. Estoy aferrándome a lo poco que me queda. He llegado a la conclusión de que solo lograré controlar mi propia vida. Joe eligió su camino. Y no me incluyó en él.
    Ignoro a los amigos de Joe en el instituto, y ellos actúan conmigo del mismo modo. Todos fingimos que no ocurrió nada al principio del último curso.

 Excepto Isabel. A veces hablamos, pero es muy doloroso. Entre nosotras existe una silenciosa complicidad, y me ayuda pensar que hay alguien que atraviesa el mismo tipo de dolor que yo.
    En mayo, cuando abro la taquilla antes de la clase de química, un par de calentadores de manos cuelgan del gancho interior. La peor noche de mi vida me golpea de nuevo, con una fuerza brutal.

    ¿Ha estado Joe aquí? ¿Ha sido él quien ha colocado los calentadores?
    Por mucho que quiera olvidarlo, no puedo. Leí una vez que la memoria de los peces de colores dura únicamente cinco segundos. Les envidio. Mis recuerdos de Joe, mi amor por él, durarán toda la vida.

    Llorando, me llevo los suaves calentadores al pecho y me arrodillo junto a la taquilla. Soy un despojo humano.
    Sierra se acerca a mí.
    - Demi, ¿qué pasa?
    Soy incapaz de moverme. Incapaz de calmarme.
    -Vamos -insiste Sierra, levantándome-. Todos te están mirando.
    Darlene también se acerca.

    - En serio, ¿ya es hora de que superes que el pandillero de tu novio te dejó tirada? Empiezas a ser patética -dice, asegurándose de que la multitud que se ha agolpado a nuestro alrededor la oiga.
    Colin aparece junto a Darlene y me hace una mueca.
    - Joe se merece lo que le pasó -me susurra.
    «Sea o no lo correcto, debes de luchar por aquello en lo que crees». Tengo la mano cerrada en un puño cuando le golpeo. Colin esquiva el golpe, me coge de los puños y me los retuerce tras la espalda.

    Doug interviene.

    - Suéltala, Colin.
    - No te metas en esto, Thompson.
    - Colega, humillarla porque te dejó plantado por otro tío es una idea estúpida.
    Colin me empuja hacia un lado y se remanga la camiseta.
    No puedo permitir que Doug libre aquella batalla por mí.
    - Si quieres pelearte con él, tendrás que pasar antes por encima de mí —le digo a Colin.

    Sorprendida, observo que Isabel se coloca delante de mí.
    - Y antes tendrás que enfrentarte a mí.
    Sierra se coloca junto a Isabel.
    - Y a mí también.
    Un chico mexicano llamado Sam empuja a Gary Frankel, quien acaba al lado de Isabel.
    - Este tipo puede romperte el brazo de un solo golpe, gilipollas. Desaparece de mi vista antes de que le obligue te hacerlo -advierte Sam.
    Gary, que lleva una camiseta de color coral y unos pantalones blancos, gruñe para parecer un tipo duro, aunque no se le da muy bien el papel.

    Colin mira de derecha a izquierda en busca de apoyo pero no encuentra ninguno.
    Parpadeo sin dar crédito a lo que está sucediendo. Puede que el mundo no se acabe, sino que deje las cosas como deben estar.
    - Vamos, Colin -le dice Darlene-. De todas formas, no necesitamos a estos perdedores.

    Se alejan juntos. Casi siento lástima por ellos. Casi.
    - Estoy tan orgullosa de ti, Doug -dice Sierra, lanzándose a sus brazos.
    Empiezan a comerse a besos allí mismo, sin importarles quién esté mirando ni la política del instituto en contra de las demostraciones de afecto en público.
    - Te quiero -susurra Doug cuando se aparta para tomar aire.
    - Yo también te quiero -le contesta Sierra con voz de niña.
    - Marchaos a un hotel -grita uno de los estudiantes.

    Pero ellos siguen besándose hasta que empieza a sonar la música por los altavoces. La multitud se dispersa. Todavía tengo en las manos los calentadores.
    Isabel se arrodilla a mi lado.

    - Nunca le dije a Paco lo que sentía. Nunca me arriesgué y ahora es demasiado tarde.

    - Lo siento tanto, Isa. Yo sí lo hice y, aun así, perdí a Joe, de modo que puede que tuvieras razón.
    Isabel se encoge de hombros. Sé que intenta controlarte para no empezar a llorar en mitad del instituto.

    - Supongo que algún día lo superaré. No es probable, pero tengo la esperanza. -Endereza los hombros y se pone en pie, armándose de valor. La observo mientras se dirige hacia el aula. Me pregunto si hablará de ello con otras amigas o si solo confía en mí.
    - Vamos -interviene Sierra en cuanto se separa de los brazos de Doug. Me lleva hacia la puerta del instituto. Me enjugo las lágrimas con el dorso de la mano y me siento en el bordillo que hay junto al coche de mi mejor amiga. No me importa hacer campana-. Estoy bien, Sierra. De verdad.

    - No, no lo estás. Demi, soy tu mejor amiga. Estaré a tu lado antes y después de tus novios. Así que suéltalo. Soy toda oídos.
    - Le amaba.
    - No me digas, Sherlock. Me refiero a algo que no sepa.
    - Me utilizó. Se acostó conmigo para ganar una apuesta. Y, aun así, le amo. Sierra, soy patética.
    - ¿Te acostaste con él y no me lo dijiste? Pensaba que solo era un rumor. Ya sabes, de esos que no son ciertos.

    Apoyo la cabeza entre las manos, desesperada.
    - Estoy bromeando. Ni siquiera quiero conocer los detalles. Bueno, sí, pero solo si quieres contármelos -continúa mi amiga-. Olvídate de eso ahora. Vi cómo te miraba, Demi. Por eso dejé de agobiarte sobre el tema. No podía estar fingiendo. No sé quién te habrá contado lo de la apuesta pero...
    Levanto la cabeza para mirarla.

    - Fue él. Y sus amigos lo confirmaron. ¿Por qué no puedo olvidarle?
    Sierra niega con la cabeza, como si intentara borrar las palabras que acabo de pronunciar.

    - Vayamos por partes -sugiere, cogiéndome de la barbilla y obligándome a mirarla-. Primero, Joe sentía algo por ti, lo admitiera o no, con apuesta o sin ella. Y tú lo sabes, Demi, porque si no, no estarías aferrándote a esos calentadores como lo haces. Segundo, Joe ya no forma parte de tu vida. Debes seguir adelante, te lo debes a ti misma, al bobo de su amigo Paco y a mí, aunque no sea fácil.

    - No puedo evitar pensar que me apartó de su vida a propósito. Si pudiera hablar con él, conseguiría las respuestas que necesito.

    - Quizás él no las tenga y por eso se marchó. Si quiere darse por vencido, ignorar lo que tiene frente a sus narices, que así sea. Pero tienes que demostrarle que tú eres mucho más fuerte.

    Sierra tiene razón. Por primera vez sé que conseguiré acabar el último curso. Alex se llevó un pedazo de mi corazón la noche que hicimos el amor, y lo llevará consigo para siempre. Sin embargo, eso no significa que tenga que estar esperando toda la vida. No puedo perseguir fantasmas eternamente.

    Ahora soy más fuerte. Al menos, eso espero.
    Dos semanas más tarde, me quedo la última en el vestuario mientras me cambio para la clase de gimnasia. Oigo un taconeo y levanto la cabeza. Es Carmen Sánchez. No me pongo histérica. En lugar de eso, me enderezo y la miro a los ojos.
    - Vino a Fairfield, ¿sabes? -suelta.

    - Lo sé -contesto yo, recordando los calentadores de manos en mi taquilla. Pero se marchó. Como un susurro, estuvo aquí y luego desapareció.
    Carmen parece nerviosa, casi vulnerable.

    - ¿Sabes esos animales de peluche que dan en la feria como premio? ¿Esos que no gana prácticamente nadie, excepto los que tienen mucha suerte? Yo nunca he ganado uno.
    - Ya. Yo tampoco.
    - Joe era mi premio gordo. No te soportaba porque le habías apartado de mi camino -me dice.
    Me encojo de hombros.

    - Bueno, pues puedes dejar de hacerlo. Ya no le tengo.
    - Ya no te odio -confiesa-. He seguido adelante.
    Trago saliva con fuerza antes de decir: - Yo también.
    Carmen suelta una risita. Luego, a medida que sale del vestuario, la oigo murmurar: - Pero parece que Joe no.
    ¿Qué se supone que significa eso?

martes, 23 de abril de 2013

Química Perfecta Capitulo 56




Joe
  
  Llevo una semana aquí, y estoy harto de las enfermeras, los médicos, las agujas, las pruebas... y, sobre todo, de las batas de hospital. Creo que cuanto más tiempo paso aquí, más gruñón me vuelvo. Vale, puede que no hubiera debido gritarle así a la enfermera que me ha quitado la sonda. Ha sido su animada disposición la que me ha sacado de quicio.

    No quiero ver a nadie. No quiero hablar con nadie. Cuanta menos gente se meta en mi vida, mejor. He apartado a Demi de mi vida y me dolió mucho tener que hacerle daño. Pero no tuve otra elección. Cuanto más cerca está de mí, más peligro corre. No podría soportar que le ocurriera lo mismo que a Paco...
    «Deja de pensar en ella», me digo.

    La gente que me importa muere, así de simple. Mi padre. Ahora Paco. He sido un estúpido al pensar que podría tenerlo todo.
    Cuando oigo que alguien llama a la puerta, le grito:
    - ¡Lárgate!

    Pero, sea quien sea, vuelve a hacerlo con más insistencia.
    - ¡Déjame en paz de una puta vez!
    Cuando se abre la puerta, le lanzo un vaso. No acaba estrellándose contra ningún empleado del hospital sino contra el pecho de la señora P.
    - Oh, mierda. Tú no.

    La señora P. lleva gafas nuevas, con una montura llena de diamantes falsos.
    - Esta no es exactamente la bienvenida que esperaba, Joe –dice-. ¿Sabes que aún puedo darte una papeleta de castigo por soltar palabrotas?
    Me doy la vuelta para no tener que mirarla.

    - ¿Has venido para darme papeletas de castigo? Porque si es así, puedes olvidarte de ello. No voy a regresar al instituto. Gracias por la visita. Siento que tengas que marcharte tan pronto.

    - No voy a irme a ningún lado hasta que no oigas lo que tengo que decir.
    Por favor, no. Cualquier cosa menos tener que escuchar su sermón. Presiono el botón para avisar a la enfermera.
    - ¿Necesitas algo, Joe? -pregunta una voz a través del altavoz.
    - Me están torturando.

    - ¿Cómo dices?
    La señora P. se acerca y me quita el altavoz de la mano.
    - Está bromeando. Lo siento -dice la señora P., dejando después el altavoz sobre la mesita de noche, fuera de mi alcance-. ¿No te suministran pastillitas de la felicidad en este lugar?

    - No quiero ser feliz.
    La señora P. se inclina hacia delante. El flequillo le roza la parte superior de las gafas.

    - Joe, siento mucho lo que le ocurrió a Paco. No era alumno mío, pero me han dicho que estabais muy unidos.
    Miro por la ventana para evitarla. No quiero hablar de Paco. No quiero hablar de nada.
    - ¿Por qué ha venido?
    Escucho el sonido de una cremallera. Saca algo del bolso.
    - Te he traído deberes, para que estés al día cuando vuelvas a clase.
    - No voy a volver. Ya se lo he dicho. Lo dejo. No debería sorprenderle, señora P. Soy un pandillero, ¿lo recuerda?

    Ella camina alrededor de la cama, entrando en mi campo de visión.
    - Supongo que me equivoqué contigo. Estaba convencida de que ibas a romper el molde.

    - Sí, bueno, eso fue antes de que dispararan a mi mejor amigo. Querían matarme a mí, ¿sabe? -digo, mirando el libro de química que lleva en la mano. El libro me recuerda lo que era antes y lo que ya no podré ser-. ¡Paco no tenía que morir, maldita sea! ¡Tendría que haber sido yo! -grito.
    La señora P. no se inmuta.

    - Pero no sucedió de ese modo. ¿Crees que le haces un favor a Paco rindiéndote y dejando el instituto? Considéralo un regalo que te hizo, no una maldición. Paco no va a volver. Pero tú aún puedes. -La señora P. coloca el libro de química en la repisa de la ventana-. He visto morir a más alumnos de lo que creía posible. Mi marido insiste en que me vaya de Fairfieldy  que de clases en otro instituto donde no haya pandilleros cuya vida solo les conducirá a la muerte o al tráfico de drogas.
    Se sienta en el borde de la cama y se mira las manos.

    - Me quedé en Fairfield para poder cambiar las cosas, para convertirme en un modelo a seguir. El director Aguirre cree que podemos enmendar la brecha existente, y yo intento aportar mi granito de arena. Si cambiara la vida de uno de mis alumnos, podría...
    - ¿Cambiar el mundo? -la interrumpo.
    - Tal vez.

    - No puede hacerlo. El mundo es como es.
    Ella me mira, con una expresión de satisfacción en la cara.
    - Ay, Joe, estás tan equivocado. El mundo es como tú quieres que sea. Si piensas que no puedes cambiarlo, entonces continúa el camino trazado. Pero hay otros caminos, aunque son más difíciles de recorrer. Cambiar el mundo no es fácil, pero lo que si tengo claro es que quiero intentarlo. ¿Y tú?
    - No.

    - Estás en tu derecho. Yo voy a intentarlo de todas formas -asegura, y tras hacer una pausa, añade-: ¿Quieres saber cómo le va a tu compañera de laboratorio?
    - No. No me importa -respondo, negando con la cabeza.
    Las palabras casi se me atascan en la garganta.

    Ella suspira, dándose por vencida, y se acerca a la repisa de la ventana para coger el libro de química.
    - ¿Debería dejarlo aquí o llevármelo?
    No le digo nada.

    Ella vuelve a dejar el libro junto a la ventana antes de dirigirse a la puerta.
    - Ojalá hubiera elegido biología en lugar de química -confieso cuando abre la puerta para marcharse.

    Ella me guiña un ojo, con complicidad.
    - No te creo. Y para que lo sepas, el director Aguirre va a hacerte una visita esta tarde. Le advertiré que tenga cuidado al entrar, por si te da por lanzarle alguna cosa.
       Me dieron el alta dos semanas después, y mi madre nos llevó a México. Un mes más tarde conseguí trabajo como camarero en un hotel, en San Miguel de Allende, cerca de la casa de mi familia. 

Un buen hotel, con paredes entabladas y pilares en las puertas delanteras. Como hablaba inglés mejor que los otros empleados, hacía de intérprete cuando me lo pedían. Cuando salía con mis compañeros después del trabajo, estos intentaban que me interesase por alguna chica mexicana. Las chicas eran preciosas, sexys y, evidentemente, sabían cómo atraer a un chico. El problema era que no eran Demi.

    Tenía que sacármela de la cabeza. Y rápido.
    Lo intenté. Una noche, una chica estadounidense que se alojaba en el hotel me llevó a su habitación. Al principio supuse que acostarme con otra rubia me haría olvidar la noche que pasé con Demi. Pero cuando estaba a punto de hacerlo, me quedé paralizado.

    Entonces, me di cuenta de que Demi había arruinado mi percepción de las mujeres para siempre. No era el rostro de Demi, ni su sonrisa, ni sus ojos. Todo eso hacía que los demás la vieran como una chica preciosa, pero era su interior lo que la hacía distinta. Era el modo en que le limpiaba la cara a su hermana, la seriedad con la que se tomaba la clase de química, su modo de demostrarme su amor pese a saber quién y qué era yo. Había estado a punto de meterme en un asunto de drogas y, pese a todo, Demi eligió amarme.

    De modo que ahora, tres meses después del disparo, regreso a Fairfield para enfrentarme a lo que la señora P. llamaría mi mayor miedo.

    Enrique está sentado en su oficina, en el taller, negando con la cabeza. Hablamos de la noche de Halloween y le perdono por haberle contado a Lucky que me había acostado con Demi.

    Tras explicarle lo que voy a hacer, Enrique suelta un lento y profundo suspiro.
    - Podrías morir -dice, mirándome fijamente.
    - Lo sé -admito, asintiendo con la cabeza.

    - No podré ayudarte. Ninguno de nuestros amigos en Los Latino Blood podrá hacerlo. Piénsatelo bien, Joe. Regresa a México y disfruta del resto de tu vida.
    Ya he tomado una decisión y no tengo intención de dar marcha atrás.
    - No soy un cobarde. Tengo que hacerlo. Tengo que salir de la banda.
    - ¿Por ella?
    - Sí.

    Por ella y por mi padre. Por Paco, por mi familia y por mí mismo.
    - ¿De qué te sirve salir de los Latino Blood si acabas muerto? -me pregunta Enrique-. La paliza que sufriste para entrar te va a parecer una bendición comparado con esto. Harán incluso que participen los miembros más antiguos.
    En lugar de responder, le paso un trozo de papel con un número de teléfono escrito en él.
    - Si me ocurre algo, llama a este tipo. Es el único amigo que tengo que no tiene nada que ver con esto.

    Ni con esto ni con Demi.
    Esta noche me enfrento a un almacén lleno de gente que me considera un traidor. Me han llamado eso y un montón de cosas más. Hace una hora le conté a Chuy, el sucesor de Héctor, que quería salir de la banda. Una ruptura limpia con los Latino Blood. Solo hay un problema... para conseguirlo tengo que sobrevivir a un desafío: lo que ellos llaman un 360, una paliza en la que te propinan golpes desde todos lados.

    Chuy, rígido y ceñudo, camina hacia mí con la bandana de los Latino Blood. Observo a los espectadores. Mi amigo Pedro, al fondo, aparta la mirada. Javier y Lucky también están aquí, pero a ellos les brillan los ojos por la emoción. Javier es un cabrón chiflado y Lucky no se alegra de haber perdido la apuesta aunque no haya ido a reclamar mi premio. Ambos disfrutarán apaleándome sin que pueda devolverles el golpe.

    Enrique, mi primo, está apoyado contra la pared, en un rincón del almacén. Los demás esperan que participe en el desafío, que aporte su granito de arena, rompiéndome un hueso que me provoque la muerte. La lealtad y el compromiso es lo más importante para los Latino Blood. Si violas esa lealtad, violas el compromiso... y te conviertes en su enemigo. O en algo peor, porque antes eras uno de ellos. Si Enrique mueve un dedo para protegerme, estará jodido.

    Me levanto orgulloso mientras Chuy me tapa los ojos con la bandana. Sé que puedo hacerlo. Si la recompensa es regresar junto a Brittany, habrá merecido la pena. Ni siquiera voy a pensar en la otra opción.

    Tras atarme las manos a la espalda, me llevan hasta un coche y me meten en el asiento trasero, con dos tipos flanqueándome. No tengo ni idea de hacia dónde nos dirigimos. Chuy está ahora al mando, así que cualquier cosa es posible.

    Una nota. No he escrito ninguna nota. ¿Qué pasa si muero y Demi no se entera nunca de lo que siento por ella? Quizás sea mejor así. Ella podrá seguir adelante con su vida más fácilmente si cree que solo soy un capullo que la traicionó.

    Cuarenta y cinco minutos más tarde, el coche se sale de la carretera. Lo sé porque siento la gravilla crujiendo bajo los neumáticos. Tal vez saber dónde estoy me tranquilizarla, pero no puedo ver nada. No estoy nervioso; más bien Impaciente por saber si seré uno de los afortunados que salen vivo del desafío. E incluso si lo consigo, ¿me encontrará alguien o moriré solo en algún granero, almacén o edificio abandonado? Quizás no vayan a pegarme. Puede que solo me lleven a la azotea de un edificio y una vez allí me den un empujón. Y se acabó.

    No, Chuy no haría eso. Le gusta oír los gritos y las súplicas de tíos más fuertes mientras los tiene arrodillados frente él.
    No voy a darle esa satisfacción.
    Me sacan del coche. Por el sonido de la gravilla y las piedras bajo mis zapatos, sé que estamos en medio de la nada. Oigo cómo se detienen otros coches, el sonido de más pasos. Una vaca muge a lo lejos.

    ¿Un mugido de advertencia? La verdad es que no me gustaría que tuviéramos que largarnos ahora. Si algo interrumpe esta ceremonia, solo supondrá posponer lo inevitable. Estoy deseando hacerlo. Estoy preparado. Acabemos de una vez.
    Me pregunto si me atarán las manos a un árbol o si me colgarán como una piñata viviente.
    Joder, tío, odio no saber lo que me espera. Estoy perdido.
    - Quédate aquí -me ordenan.

    Como si fuera a marcharme a algún sitio.
    Alguien se acerca. Puedo oiría gravilla crujiendo a cada paso.
    - Eres una desgracia para la hermandad, Joe. Os hemos protegido, a ti y a tu familia, y tú has decidido darnos la espalda. ¿Es así?

    Ojalá mi vida fuera una novela de John Grisham. Sus héroes siempre parecen estar a un paso de la muerte pero acaban encontrando un plan brillante. Normalmente, información secreta que arruina al malvado, y si el héroe acaba muerto, el malvado acaba destrozado durante el resto de su vida. Por desgracia, la vida real no siempre tiene un final feliz.

    - Héctor fue el que traicionó a los Latino Blood -le digo-. Él si era un traidor.
    Como respuesta, me gano el primer puñetazo en la mandíbula. Mierda, no estaba preparado. No puedo ver nada con los ojos vendados. Intento permanecer impasible.
    - ¿Comprendes las consecuencias de dejar los Latino Blood?
    Muevo la mandíbula de un lado a otro.
    - Sí.
    Oigo los crujidos de la gravilla mientras la gente se arremolina a mí alrededor. Esta noche yo soy la diana.

    Se impone un silencio aterrador. Nadie ríe, nadie emite sonido alguno. Algunos chicos que me rodean han sido mis amigos desde que éramos pequeños. Como Enrique, libran una batalla interior consigo mismos. No les culpo. Solo los menos afortunados han sido elegidos para la pelea de hoy.

    Sin previo aviso, alguien me golpea en la cara. Intento mantener el equilibrio, pero es difícil, sobre todo porque sé que me esperan más golpes como aquel. Una cosa es estar en una pelea abierta, y otra muy distinta es estar en una en la que sabes que no tienes salida.

    Algo afilado me rasga la espalda.
    A continuación, siento un puñetazo en las costillas.
    Me golpean de cintura para arriba, sin dejar ni un centímetro libre de golpes. Un corte aquí, un puñetazo allá. Me tambaleo varias veces, pero vuelven a enderezarme y a darme otro puñetazo.
    Me dan una cuchillada en la espalda. Me escuece como si las llamas estuvieran lamiéndome la piel. Puedo distinguir los puñetazos de Enrique porque contienen menos rabia que los demás.

    Pensar en Demi me ayuda a no gritar. Quiero ser fuerte por ella... por nosotros. No voy a dejar que mi vida o mi muerte dependan de estos tipos. Yo soy el dueño de mi destino, no los Latino Blood.

        No tengo ni idea ele cuánto tiempo ha pasado. ¿Media hora? ¿Una hora? Tengo el cuerpo entumecido. Me cuesta mucho mantenerme en pie. Y entonces me llega el olor del humo, ¿Me van a empujar a una fogata? Todavía tengo la bandana bien atada sobre los ojos, aunque no me importa, porque estoy seguro de que los tengo tan hinchados que de todos modos no podría abrirlos.

    Me siento desfallecer y estoy a punto de caer al suelo pero me obligo a permanecer recto.
    Probablemente esté irreconocible, con la sangre brotando de todos los cortes que tengo en la cara y el cuerpo. Puedo sentir cómo me desgarran la camiseta y cómo cae al suelo hecha pedazos. La cicatriz que me dejó Héctor debe de ser ahora visible. Un puño me golpea justo ahí. Es demasiado doloroso,

    Me desplomo en el suelo, arañándome la cara con la gravilla.
    Ya no estoy tan seguro de poder resistirlo. « Demi. Demi. Demi ». Mientras pueda repetir este mantra, sé que no moriré. « Demi. Demi. Demi.
    ¿Será real el olor a humo o acaso es el olor de la muerte?
    A través de la espesa neblina de mi mente, me parece oír cómo alguien dice: «¿No crees que ya ha tenido suficiente?»

    Oigo una voz distante, pero inconfundible.
    - No.
    Se suceden las protestas. Si pudiera moverme, lo haría. « Demi. Demi. Demi ».
    Oigo más protestas. Nadie suele hacer esto durante un desafío. No está permitido. ¿Qué sucede? ¿Qué va a ocurrir ahora? Tiene que ser algo peor que los golpes porque oigo a varios chicos discutiendo.

    - Sujetadle cabeza abajo -me llega la voz de Chuy-. Bajo mi mando, nadie traiciona a los Latino Blood. Que esto sirva de ejemplo para todo aquel que intente traicionarnos. El cuerpo de Joe Jonas quedará marcado para siempre como un recuerdo de su traición.

    El olor a quemado se hace más intenso. No tengo ni idea de lo que está a punto de ocurrir, y entonces siento en la parte superior de la espalda lo que parecen brasas.
    Creo que suelto un gemido, o un gruñido, o un grito. No estoy seguro. Ya no sé lo que ocurre. Me cuesta pensar. Lo único que puedo hacer es sentir el dolor. Podrían haberme lanzado directamente al fuego; es la peor tortura imaginable. El olor a piel quemada me abrasa la nariz. Entonces comprendo que las brasas no son en realidad brasas. El cabrón me está marcando. El dolor, el dolor...
    « Demi. Demi. Demi.»

Química Perfecta Capitulo 55



Demi
    
  A las cinco de la mañana me despierta el móvil. Es Isabel. Probablemente quiera hablarme sobre Paco.

    - ¿Sabes qué hora es? -le pregunto.
    - Se lo han cargado, Demi. Está muerto.
    - ¿Quién? -exclamo, desesperada.
    - Paco. Y... no sé si debería haberte llamado... aunque te enterarás de todos modos. Joe estaba con él y...
    Los dedos se transforman en una garra alrededor del aparato.
    - ¿Dónde está Joe? ¿Está bien? Por favor, dime que está bien. Te lo ruego, Isa. Por favor.

    - Le han disparado.
    Durante un segundo espero que pronuncie las funestas palabras: está muerto.
    - Está en el quirófano. En el Hospital Lakeshore -dice en contra de mi pronóstico.
    Antes de que termine la frase, ya me estoy quitando el pijama y vistiéndome a toda prisa, angustiada. Cojo las llaves, me dirijo a la puerta sujetando aún con fuerza el teléfono mientras Isabel me relata todos los detalles.

    El intercambio salió mal y Paco y Héctor están muertos. Joe recibió un disparo y está en el quirófano. Es lo único que sabe.

    - Ay, madre, ay, madre, ay, madre -canturreo de camino al hospital. Tras pasar la noche anterior con él, estaba convencida de que me elegiría a mí por encima del tráfico de drogas. Puede que él haya traicionado nuestro amor, pero yo no puedo hacer lo mismo.

    Me convulsiono con los sollozos. Paco me aseguró ayer que se encargaría de que Joe no hiciera el trapicheo, pero... madre mía. Paco ocupó su lugar y ha acabado muerto. Pobre Paco.

    Intento quitarme de la cabeza las imágenes en las que Joe no consigue superar la operación. Una parte de mí moriría con él.

    Le pregunto a una enfermera si puede informarme sobre el estado de Joe.
    La señora me pide que le deletree su nombre y luego teclea en el ordenador. El sonido me hace enloquecer. Está tardando demasiado, tanto que quiero agarrarla por los hombros y zarandearla para que se dé más prisa.
    La mujer rae mira con curiosidad.
    - ¿Eres familiar?
    - Sí.
    - ¿Qué parentesco?
    - Hermana.
    La enfermera niega con la cabeza y se encoge de hombros. No se lo ha tragado.
    - Joe Jonas ha ingresado con una herida de bala.
    - Se recuperará, ¿verdad? -le pregunto entre sollozos.
    La señora vuelve a teclear en su ordenador.

    - Lleva toda la mañana en el quirófano, señorita Jonas. La sala de espera es esa habitación naranja al final del pasillo, a la derecha. El médico le informará del pronóstico de su hermano después de la operación.
    - Gracias -contesto, agarrándome al mostrador.

    Al entrar en la sala de espera, me quedo helada al ver a la madre y a los dos hermanos de Joe juntos en un rincón, sentados sobre las sillas naranjas del hospital. Su madre es la primera que se percata de mi presencia. Tiene los ojos muy rojos y las lágrimas le humedecen el rostro.

    Me llevo una mano a la boca, pero no puedo evitar que se me escape un sollozo. No puedo contenerme. Las lágrimas me inundan los ojos y, a través del borrón, veo que la señora Jonas me tiende los brazos.

    Abrumada por la emoción, corro hacia ella.
    Se le mueve la mano.

    Levanto la cabeza junto a la cama de Joe. He estado sentada a su lado toda la noche, esperando a que despertara. Su madre y sus hermanos tampoco se han movido de su lado.

    El médico dijo que podrían pasar horas hasta que recuperara el conocimiento.
    Humedezco una toallita en el lavabo de la habitación y le mojo la frente. He repetido la misma operación toda !a noche, mientras él sudaba, atrapado en un sueño inquieto.

    Abre los ojos. Es obvio que lucha contra los sedantes.
    - ¿Dónde estoy? -pregunta en un tono débil y áspero.
    - En el hospital -contesta su madre, que se apresura a colocarse a su lado.
    - Te han disparado -añade Carlos con la voz estrangulada por la congoja.
Joe frunce el ceño.

    - Paco... -dice con un hilo de voz.
    - Ahora no pienses en eso -le digo yo, intentando reprimir las emociones, pero sin conseguirlo del todo. Tengo que ser fuerte por él y no dejar que se venga abajo.
    Creo que está a punto de cogerme la mano, pero una expresión de dolor le atraviesa el rostro y ceja en su empeño. Tengo tantas cosas que contarle, tanto que decirle. Ojalá pudiera retroceder en el tiempo y cambiar el pasado. Ojalá pudiera haber salvado a Paco y a Joe de aquel destino.
    Con los ojos vidriosos por el sopor, me dice:
    - ¿Qué haces aquí?

    Observo a su madre frotarle el brazo, intentando reconfortarle.
    - Demi se ha quedado toda la noche, Joe. Estaba preocupada por ti.
    - Déjame hablar con ella. A solas -ruega débilmente.
    Sus hermanos y su madre salen de la habitación y nos dejan solos.
    Joe se incorpora sobre la cama con una mueca de dolor. Entonces, me mira.
    - Quiero que te vayas.

    - No puedes hablar en serio -respondo, cogiéndole de la mano. No puede estar hablando en serio.
    Me aparta la mano, como si el contacto le quemara.
    - Sí, hablo en serio.

    - Joe, conseguiremos superarlo. Te quiero.
    Él gira la cabeza y clava su mirada en el suelo. Traga saliva con fuerza y carraspea.
    - Me acosté contigo por una apuesta, Demi -asegura en voz baja, pero sus palabras son claras como el agua-. No significó nada para mí. Tú no significas nada para mí.
    Doy un paso atrás a medida que voy asimilando las dolorosas palabras de Joe.
    - No -susurro.

    - Tú y yo... solo fue un juego. Aposté con Lucky su RX-7 a que podía echar un polvo contigo antes de Acción de Gracias.

    Me estremezco al oír a Joe referirse a nuestro encuentro con aquella frialdad. Si lo hubiese llamado sexo, me habría dejado un sabor amargo en la boca. Pero referirse a eso con aquellas palabras hace que se me revuelva el estómago. Mantengo las manos firmes a los lados. Quiero que retire lo que ha dicho.
    - Estás mintiendo.

    Él aparta la mirada del suelo y la fija directamente en mis ojos. Ay, madre. No veo ninguna emoción en ellos. Su expresión es tan fría como sus palabras.
    - Eres patética si crees que lo que había entre nosotros era real.
    Niego con la cabeza de forma vehemente.

    - No me hagas daño, Joe. Tú no. Ahora no -le pido. Me tiemblan los labios cuando pronuncio un silencioso pero suplicante «por favor». No responde y doy otro paso hacia atrás. Me tambaleó al pensar en mí, en la verdadera Demi que Joe sacó a la luz. Con un susurro lastimero, añado-: Confiaba en ti.
    - Ese es tu problema, no el mío.

    Se toca el hombro izquierdo y hace una mueca de dolor antes de que su grupo de amigos irrumpa en la habitación. Le ofrecen sus condolencias y ánimos mientras yo me quedo de piedra en un rincón, pasando completamente desapercibida.
    - ¿Todo esto ha sido por una apuesta? -pregunto por encima del bullicio.
    Los seis o siete amigos que hay en la habitación me miran. Incluso Joe. Isabel se acerca a mí pero levanto una mano para detenerla.

    - ¿Es cierto? ¿ Joe apostó a que se acostaría conmigo? -repito. Aún no puedo creer que las venenosas palabras de Joe sean verdad. No pueden serlo.
    Todos los ojos recaen en él, pero los de Joe me atraviesan a mí.
    - Decídselo -ordena Joe.

    Un tipo llamado Sam levanta la cabeza.
    - Bueno, esto, sí. Ha ganado el RX-7 de Lucky.
    Me apoyo en la puerta de la habitación, intentando mantener la cabeza en alto. Una expresión fría y dura se asienta en el rostro de Joe.
    Mi garganta amenaza con cerrarse cuando anuncio:

    - Felicidades, Joe. Has ganado. Espero que disfrutes de tu coche nuevo.
    Me agarro al pomo de la puerta y, cuando estoy a punto de salir, veo que la mirada de hierro de Joe se desvanece por un instante. Salgo lentamente de la habitación. Oigo los pasos de Isabel en el pasillo pero huyo de ella, del hospital, de Joe. Por desgracia, no puedo huir de mi corazón. Un dolor profundo lo atenaza y sé que nunca más volverá a ser el mismo.